Unidad 2: La Representación de las Mujeres en los Medios de Comunicación (PDF)
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E. Lledó Oliveras
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This document explores the representation of women in the media, examining concepts like androcentrism, sexism, and how stereotypes impact social perceptions. It analyzes the role of media in perpetuating gender inequalities, and discusses the importance of a gender perspective in communication.
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INFORMACIÓN Y COMUNICACIÓN CON PERSPECTIVA DE GÉNERO UNIDAD 2: LA REPRESENTACIÓN DE LAS MUJERES EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. ¡DETECTAMOS EL SEXISMO! 1ª parte ÍNDICE 1. Introducción: conceptos básicos necesarios....
INFORMACIÓN Y COMUNICACIÓN CON PERSPECTIVA DE GÉNERO UNIDAD 2: LA REPRESENTACIÓN DE LAS MUJERES EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. ¡DETECTAMOS EL SEXISMO! 1ª parte ÍNDICE 1. Introducción: conceptos básicos necesarios. 2. Estereotipos y roles de género. 3. La representación de las mujeres y los hombres en los medios de comunicación y la normalización de la desigualdad. 4. Tipos de discriminación por razón de sexo. 5. Tipos de discriminación por razón de género. 6. Tratamiento de la violencia de género en los medios de comunicación con perspectiva de género. 1.- INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS BÁSICOS NECESARIOS. El androcentrismo consiste en un punto de vista orientado por el conjunto de valores dominantes en el patriarcado o, dicho de otra manera, por una percepción centrada y basada en las normas masculinas. Es coger al hombre como medida de todas las cosas. Consiste fundamentalmente en una parcial y determinada visión del mundo que considera que lo que han hecho los hombres es lo que ha hecho la humanidad o, al revés, que todo lo que ha hecho y conseguido la especie humana lo han realizado sólo hombres; consiste también, por tanto, en la apropiación por parte de los hombres de lo que han hecho y posibilidad las mujeres. Es pensar que lo que es bueno para los hombres es bueno para la humanidad, es creer que las experiencias masculinas incluyen y son la medida de las experiencias humanas; de una manera u otra, valorar sólo el masculino. Es considerar que los hombres son el centro del mundo y el patrón para medir a cualquier persona. El androcentrismo, es decir, pensar sólo en los hombres cuando se habla, cuando se escribe, tiene indudables repercusiones en los usos de la lengua y, en mayor grado que el sexismo [...], es la causa y el origen de unos determinados usos de la lengua que tienden a excluir o a invisibilizar a las mujeres en la lengua. Frases tan simples como "Los maestros dan clase" o "Los campesinos trabajan la tierra" tienden a invisibilizar y a quitar protagonismo a las respectivas trabajadoras, aunque se sabe que tienen un papel protagonista en la educación y que están en gran parte de todos los niveles educativos y un papel mayoritario en el segundo caso, el hecho de no hablar de las campesinas facilita el mantenimiento de la ignorancia respecto a que las dos terceras partes del trabajo agrícola lo debemos a manos femeninas. (E. Lledó Oliveras (2005). De lengua, diferencia y contexto). Usos androcéntricos del lenguaje son utilizar la palabra hombre u hombres para hablar de ambos sexos; coger como centro la experiencia masculina; ver, percibir o explicar a las mujeres por sus relaciones con los hombres; ordenar la aparición en el discurso de mujeres y hombres... Otro concepto fundamental para entender algunos de los usos discriminatorios de la lengua y de la comunicación, en general, es el sexismo. En contraste con el androcentrismo, que representa sobre todo una perspectiva, un punto de vista, el sexismo va un paso más allá y se convierte en la actitud de desprecio y desvalorización de las mujeres. El sexismo encuentra su legitimidad en creencias e ideologías propias del patriarcado que actúan con el fin de perpetuar su poder y mantener en una situación de subordinación a las mujeres. En la práctica, el sexismo se experimenta en el día a día no por omisión, como en el caso de los discursos androcéntricos que no llaman u ocultan a las mujeres, sino por el desprecio. El sexismo asigna capacidades, valores, normas y roles diferentes a hombres y mujeres. La violencia simbólica se ejerce a través del conjunto de estructuras de pensamiento, culturales y sociales de un determinado grupo en un determinado momento. Las mujeres sufren este tipo de violencia en los ámbitos sociales: cultura y tradiciones, espacio público, fiestas mayores, instituciones, lenguaje, cosificación, religión, familia, relaciones afectivas, medios de comunicación, etc. La cosificación es la estrategia visual y narrativa que consiste en desproveer de la voluntad a una persona, generalmente una mujer, convirtiéndola en un mero objeto. Los estereotipos de género se refieren al conjunto de ideas que se generan a partir de las normas culturales previamente establecidas y que pueden ocurrir, a ojos de un grupo o una sociedad, en un modelo de comportamiento que se sobrepone a la realidad de los sujetos y que, a menudo, hay que seguir para ser aceptado o aceptada. En el caso del género se define como todas aquellas cualidades o atributos tanto psicológicos como físicos que se asignan de manera diferenciada a hombres y mujeres. Los estereotipos de género se construyen a partir de los roles de género, es decir, las tareas o acciones que se atribuyen a hombres y mujeres de manera desigual. El mainstreaming o transversalidad de género hace referencia a la necesidad de incorporar la perspectiva de género a todos los ámbitos de actuación de los poderes públicos. La responsabilidad social y política de asegurar la igualdad entre mujeres y hombres va más allá del marco legal que recoge las disposiciones que obliguen a velar por la no discriminación e insta a tener en cuenta aspectos que atañen tanto a las mujeres como a los hombres y en todas las esferas de nuestra vida. En una sociedad patriarcal donde se toma como universal el imperativo masculino, los y las agentes sociales y políticos deben pensar y actuar teniendo en cuenta las desigualdades que se originan en todo momento y en todos los ámbitos de actuación. La comunicación tiene un papel primordial en la transmisión de los discursos sobre cómo percibimos y entendemos la realidad y, en consecuencia, en cómo actuamos. 2 Hoy en día sigue existiendo los relatos normativos y normalizados que representan a hombres y mujeres, a través de los medios de comunicación, a sus relaciones interpersonales, a la cultura... Hay que aprender a identificar estos mensajes y a mirar desde otros puntos de vista para poder reconvertir los viejos discursos en otras realidades más justas. La publicidad en nuestros días, a pesar del esfuerzo de varias instituciones por dejar atrás el uso de contenido e imágenes sexistas, sigue siendo un fuerte canal de transmisión de contenido sexista. La violencia simbólica en la publicidad a veces es explícita, como en los anuncios de productos de limpieza, donde sigue siendo la mujer la protagonista, o implícita, como en el caso de carteles que invitan a la participación de "ciudadanos" o "jóvenes" (sin incluir a las mujeres) y donde sólo aparecen imágenes masculinas o la proporción entre hombres y mujeres es asimétrica. Del mismo modo, los medios de comunicación tienen también un papel fundamental en la transmisión de mensajes que favorezcan la igualdad. El tratamiento de los contenidos y del lenguaje deviene crucial a la hora de romper con los discursos discriminatorios. En el caso de las redes sociales existe la misma necesidad de revisar y cuidar la imagen, el lenguaje y los contenidos que se difunden. La repercusión de los contenidos en las redes se ve intensificada en gran medida y, por lo tanto, su poder de transmisión de mensajes que pueden ser discriminatorios. La reproducción de los estereotipos sexistas a diario en los medios de comunicación y publicidad consolidan y perpetúan la desigualdad, principalmente a partir de las prácticas siguientes: El lenguaje y las imágenes empleadas sobre lo que son y lo que se espera que sean hombres y mujeres. Las representaciones de las mujeres como seres dependientes del hombre o como víctimas, y no como personas autónomas y completas. El uso del cuerpo femenino como reclamo. La visibilización u ocultación de intereses y necesidades de las mujeres desde una visión androcéntrica. La violencia simbólica ejercida hacia el cuerpo, la dignidad individual y colectiva y hacia la imagen social de las mujeres. En cuestión de género hay tres grandes estrategias a la hora de representar a las mujeres en los medios de comunicación (Pandora Mirabilia, 2016): Infravaloración: cuando las mujeres son representadas en los medios aparecen en subordinación a los hombres. A menudo sólo se habla de mujeres de altos cargos o en actos de gran repercusión mediática y sus aportaciones, declaraciones o actos no tienen el mismo reconocimiento que los de los hombres. No es lo mismo ser representada como protagonista que, ni tampoco es lo mismo ser testigo experto que testigo vivencial. Hay que tener en cuenta que no todas las fuentes informativas tienen el mismo valor. En general, el análisis demuestra que cuando las mujeres son representadas, la tendencia es hacerlo en tono más familiar e informal o haciendo alusión a la ropa que llevan o a su aspecto físico. Invisibilidad: en general la presencia de las mujeres en las noticias es muy escasa, y cuando aparecen lo acostumbran a hacer con relación a los hombres. Además, los titulares o pies de foto están escritos en masculino. Homogeneización y estereotipado: cuando se homogeneizan, de manera sistemática, a colectivos de personas por su sexo, raza, religión, orientación sexual o cultura el resultado es la estigmatización y la desigualdad. En el caso de las mujeres, los roles más habituales con los que se las reduce son: la mujer como víctima desatendida, la mujer en relación con el hombre, las mujeres objeto de deseo, la mujer que cuida a otras personas o del hogar y a las mujeres que salen de su rol habitual, entre otros. 3 2.- ESTEREOTIPOS Y ROLES DE GÉNERO. Las representaciones sociales son enunciados figurativos construidos por un grupo, desde una posición de pertenencia social, sobre sí mismo (endogrupo) y sobre otros grupos (exogrupos). Las representaciones sociales tienen la propiedad de facilitar la aprehensión e interpretación de la realidad porque permiten su reducción a categorías simples y operativas. De hecho, representar es, en primer lugar, clasificar, relacionar un contenido a una etiqueta o un código, lo que facilita procesar las informaciones, analizar las situaciones y tomar decisiones. Al incluir un individuo en una categoría se le está relacionando a un prototipo, un modelo, que implica asignarle un conjunto de características comunes a los miembros de esta categoría y establecer diferencias significativas con miembros de otras categorías. Una de las formas más frecuentes de representación social son los estereotipos grupales, que son definidos como una imagen mental, en general muy simplificada, de alguna categoría de personas, institución o evento que es compartida por un gran número de personas en sus características esenciales (Henri Tajfel, 1984). Los estereotipos básicamente implican asignar características comunes a los miembros de un mismo grupo y marcar diferencias con relación a otros grupos. Pueden ser considerados también como un sistema de creencias sobre la probabilidad de aparición de conductas, pensamientos y sentimientos en los miembros de un grupo. En la medida en que un/a sujeto está adscrito a una categoría social, se le atribuyen determinadas características y se espera que piense, que sienta y que se comporte en coherencia con estas características. En consecuencia, los y las demás interactuarán a partir de las expectativas que tengan en relación a la categoría. Los y las sujetos no son tomados como individuos, sino como parte de un grupo y son percibidos y percibidas como muy similares entre ellos/as. Para reflexionar: Yolanda Dominguez es una referente en el ámbito de la comunicación y la cultura. Os recomiendo que visionéis este vídeo y cualquier otro de ella. Lo tengo que conocer. https://www.youtube.com/watch?v=H1C-vG4yBMI Este proceso de desindividualización hace que las informaciones que se recuerdan sobre las y los miembros de una categoría sean menos detalladas, en comparación con las que se recuerdan de sujetos individualizados. Otro concepto importante, que generalmente está vinculado al de estereotipo, es el de prejuicio, que puede ser definido como un juicio no comprobado, favorable o desfavorable sobre una persona o grupo, que implica una actitud coherente. "Los prejuicios se sitúan en el nivel de los juicios cognitivos y de las reacciones afectivas" (Bourhis, Gagnon y Morse, 1996, p.141). En el prejuicio, el componente afectivo es marcadamente predominante y el estereotipo es la parte conceptual o cognoscitiva de un prejuicio. El proceso de categorización parece ser inherente a los mecanismos de conocimiento social, se aprehende la realidad separando sus elementos e incluyéndolos en categorías más simples, que sintetizan la información. De ahí se pasa a la atribución de juicios o valoraciones positivas o negativas a las categorías, siempre en función del contexto histórico y social donde se ubican. 4 Sin embargo, no hay una relación automática entre prejuicio y comportamientos discriminatorios. Así, un grupo puede hacer una evaluación negativa sobre otro, sin que ello implique un comportamiento abiertamente hostil, aunque en las relaciones cotidianas esto se puede entrever en mecanismos más o menos sutiles y no explícitos de discriminación. Las formas en que se manifiestan los estereotipos y prejuicios dependerán siempre del contexto. En cuanto al cambio de los estereotipos, sucede que cuando la información es positiva es más fácil desconfirmar que confirmar, mientras que con la información negativa ocurre lo contrario, es más fácil confirmar que desconfirmar. En otras palabras, es más difícil cambiar los contenidos negativos de un estereotipo, que los contenidos positivos. La tendencia es que las informaciones negativas sobre un grupo tengan más arraigo y estabilidad que las informaciones positivas. Ingenuamente, se puede pensar que para cambiar o desactivar un estereotipo sería suficiente que las personas tuvieran más información positiva, tomaran conciencia de que lo están utilizando y decidieran cambiarlo. Esta es la idea que está en la base de la mayoría de las campañas de sensibilización. Sin embargo, esto no es tan sencillo, la utilización de los estereotipos y prejuicios, en muchos aspectos, escapa al control racional y a la voluntad de los sujetos, actuando de manera muy sutil en la vida cotidiana. En la práctica, se constata que las representaciones tienen una dimensión afectiva que muchas veces determina una incoherencia con la propia racionalidad. Se pone de manifiesto el importante papel que juegan las emociones en la construcción de las representaciones sociales. Cada sujeto participa en un conjunto de sistemas simbólicos que determinará básicamente su visión de mundo, su manera de ver las cosas. Su manera de relacionarse con las y los demás estará determinada por los valores y la concepción del mundo que se comparta en el grupo donde está inmerso. Cada persona no se relaciona con el mundo y con las demás de manera neutral y desprovistas de estereotipos, se relaciona siempre en función de su medio, de su historia, de sus afectos y de un sistema de fidelidades y comparaciones entre grupos. En relación al género, los estereotipos se construyen a partir de los roles de género (lo que se considera adecuado para una mujer, lo que se considera adecuado para un hombre, el masculino, el femenino) en relación con las funciones sociales y culturales, el papel de unas y otras en el mundo que deben cumplir, porque "la naturaleza así lo ha establecido". La palabra rol, alude a función, tarea, papel, pero también a interpretación en el sentido teatral. A las personas, de sexo femenino y sexo masculino, se nos impone como condición imprescindible para dar "el buen sentido" a nuestra existencia, el trabajo forzoso de interpretar bien el papel que nos corresponde (el género que nos han asignado: mujer u hombre) vinculado a nuestro cuerpo sexuado. Somos actrices y actores que interpretamos mejor o peor nuestro papel de "mujer" u "hombre", según nos acercamos más a los estereotipos sobre lo femenino o sobre lo masculino vigentes en cada sociedad, cuyos miembros, como público espectador premia o penaliza con sus aplausos o con su crítica. El proceso de asignación de los roles sexuales responde a la lógica "esencialista", que sostiene sus principios en instancias incuestionables (como la existencia de una voluntad superior, bien sea Dios o la naturaleza) y por ello tiene tanta fuerza. Por ejemplo, en esta lógica vigente en la actualidad se afirma que: ya que a las mujeres se les dio la capacidad biológica para parir y amamantar criaturas, su función principal sin lugar a dudas es la función reproductiva (rol reproductivo) que incluye no sólo esta capacidad biológica, sino que se amplía al desarrollo de habilidades y cualidades que se consideran "innatas" para el cuidado, como el instinto maternal, la dulzura, la comprensión, la preocupación por el ámbito del hogar (mantenerlo limpio, por ejemplo). 5 Los hombres, por el contrario, al no tienen útero, ni glándulas mamarias capaces de producir leche, son absolutamente incapaces de criar y cuidar criaturas, de barrer la casa, eso no es lo suyo, no nacieron para ello. ¿Nacieron diferentes? Ah, no, los hombres tienen que ocuparse de tareas superiores como mantener a la familia, ganando dinero con el trabajo (porque eso sí que es el trabajo) fuera de casa. Y por eso, claro, son independientes, valientes, tienen capacidad de decisión, sí, sin duda nacieron con ella, cualidades "innatas" necesarias para enfrentarse al mundo. En el modelo tradicional del femenino y el masculino, a las mujeres se les asigna todas aquellas cualidades, tareas y funciones que tienen que ver con el ámbito de la reproducción de la vida. Este rol reproductivo responde a una concepción de las mujeres como esencialmente madres y cuidadoras de los suyos. Por oposición, todas aquellas cualidades, tareas y funciones relacionadas con el ámbito de lo productivo son asignadas a los hombres. Los roles de género atribuidos a hombres y mujeres son opuestos. Lo adecuado para unos/as es el no adecuado para otros/otros. Sobre la base de estos roles se constituyen los conceptos de lo natural y lo antinatural y la base de la desigualdad. Para saber más: A continuación, tenéis un breve texto de Adela Cortina. Si no la conocéis, os recomiendo que vos aproximáis a su pensamiento. ¿Son aceptables los roles tradicionales del hombre y de la mujer? "Hemos caído en una trampa que consiste en separar en dos lotes las cualidades humanas. En el reparto ha correspondido a los hombres la racionalidad, la habilidad técnica, la agresividad, la ambición en la vida pública, la predisposición a competir, la pericia en asuntos de interés universal, la fortaleza, las dotes organizativas. Mientras que a las mujeres nos ha caído en suerte la irracionalidad, la debilidad, la abnegación, la intuición, la ternura, el dominio de la artimaña, el poder de seducción, el sentimentalismo, la compasión, el gusto por el cotilleo demoledor, la incompetencia congénita e insuperable para entender y proyectar cuestiones de alcance universal. Y es que todo este montaje es un invento ¿sabes?. En su elaboración han intervenido intereses tan despreciables como los siguientes: el intento –y logro– de separar a las mujeres de los órganos de decisión políticos, culturales, económicos y religiosos; el intento –y logro– de asegurarse una mano de obra gratuita en el trabajo doméstico y en el cuidado de enfermos y personas mayores; el intento –y logro– de encorsetar a mujeres en unos estereotipos que les impidan adquirir el positivo del sector contrario; el intento –y logro– de fomentar ciertos sistemas políticos, económicos, culturales y religiosos, para los que las cualidades llamadas "femeninas", no son sino un deshielo. ¿Y cuál es la consecuencia de tanto "logro"? Conseguir un mundo tan inhóspito que nadie medianamente humano pueda encontrar su hogar". CORTINA, Adela. El Feminismo, Ética. La vida moral y la reflexión crítica. Madrid: Ed. Santillana Secundaria, 1996. 6 La especialización de los roles masculino y femenino en el desarrollo de un conjunto de tareas en y para la sociedad, da lugar a lo que se conoce como división sexual del trabajo. Este reparto de funciones y actividades según se pertenece al grupo de las mujeres o de los hombres no se limita a la tradicional separación, espacio privado para ellas, espacio público para ellos. Dentro de cada uno de estos espacios existe también una división sexual del trabajo. Por ejemplo, en una oficina de las tareas de secretaría se ocupan principalmente las mujeres, y en los puestos directivos encontramos una mayoría de hombres. Para reflexionar: https://www.youtube.com/watch?v=f-QgdleqQos https://www.youtube.com/watch?v=tNKi8ocTowc Los roles de género forman parte y son producto de la cultura y están tan fuertemente arraigados en ella, que es difícil llegar a percibir que son aprendidos y se consideran sin embargo parte de la naturaleza misma y por lo tanto propios de cada sexo. Si los roles de género nos sirven de "guía" como modelos del deber ser femenino y masculino, los estereotipos los convierten en el ser. Si no tienes instinto maternal, entonces no eres una verdadera mujer, y por lo tanto la sociedad debe penalizarte por ello (con la crítica, la exclusión e incluso con la violencia). Si eres demasiado sensible y lloras con facilidad, entonces no eres un hombre de verdad. En el contexto de las ciencias sociales, los estereotipos pueden definirse como imágenes o ideas simplificadas y deformadas de la realidad aceptadas comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable. Los estereotipos: "surgen cuando una parte de la realidad se toma por el todo, generalizando el conjunto de una población concreta (habitualmente negativos) específicos atribuidos a individuos o subgrupos, que se van consolidando y confirmando a partir de las principales instancias emisoras de mensajes sociales. Funcionan como atribuciones de causalidad socialmente compartidas que legitiman la desigualdad de condiciones de vida en sus múltiples manifestaciones". Los estereotipos a fuerza de repetirse llegan a considerarse la verdad, se aplican de una manera irreflexiva y generalizada, y son reproducidos indefinidamente. Los estereotipos se traducen en actitudes, sentimientos y acciones de todas las personas pertenecientes a una misma cultura. Son a la vez cambiantes (varían en el tiempo y el espacio), e inmutables, ya que al ser producto de una situación social tendrán vocación de permanencia mientras nada provoque su cambio; son aprendidos, generalizadores, simplifican y parcializan la realidad, son compartidos por muchas personas. Estos estereotipos son sexistas hacia las mujeres en la medida en que justifican la situación de inferioridad y discriminación social, económica, cultural y política que viven las mujeres, contribuyendo al mismo tiempo a mantener las prácticas discriminatorias hacia ellas. Así como el racismo son las prácticas, prejuicios e ideologías que discriminan, desvalorizan e inferiorizan a las personas por el mero hecho del color de su piel, el sexismo son las prácticas, prejuicios e ideologías que desvalorizan, discriminan a las personas de un sexo por considerarlo inferior al otro. Estos estereotipos de género tienen como consecuencia la desigualdad entre los sexos y se convierten en agentes de discriminación, impidiendo el pleno desarrollo de las potencialidades y las oportunidades de ser de cada persona. Privan a las mujeres y niñas de su autonomía, limitando sus derechos a la igualdad de oportunidades y a los hombres y niños les niegan el derecho a la expresión de su afectividad, entre muchas otras cuestiones. 7 3.- LA REPRESENTACIÓN DE LAS MUJERES Y LOS HOMBRES EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA NORMALIZACIÓN DE LA DESIGUALDAD. En los medios de comunicación, la publicidad y la cultura popular en general, se repite una concepción que condiciona el discurso social y la estructura en que se distribuye el poder en la sociedad patriarcal: el androcentrismo. El androcentrismo conlleva la invisibilidad de las mujeres y de su mundo, la negación de una mirada femenina y la ocultación de las aportaciones realizadas por las mujeres a la cultura y el conocimiento. El androcentrismo está muy relacionado con el origen y desarrollo posterior en la historia del patriarcado, así como en la discriminación que existe hacia las mujeres en el mundo educativo, legal, laboral o personal. La mirada que se reproduce en la publicidad y en los medios de comunicación es la de los hombres, la mirada masculina. De manera que las mujeres, aparecemos como espectadoras, como víctimas o como «objetos». Nunca como relatoras, protagonistas o «sujetos». Esto va más allá que el llamado «principio de Pitufina», según el cual una sola figura femenina aparece como antagonista o coprotagonista en un contexto completamente masculinizado, y tiene que ver con cómo se construyen los discursos –tanto en la ficción como en el relato de la realidad– y con quién narra y quién protagoniza estos discursos. Para reflexionar: https://www.youtube.com/watch?v=R_Zqvt_fhDc El principio de la Pitufina es una propuesta que analiza las películas y los relatos de ficción en los que únicamente hay un personaje femenino con un patrón de comportamiento muy definido, que choca con el comportamiento del personaje principal, que sería un hombre extremadamente masculino. Es nocivo porque sólo ofrece una visión limitada de lo que debe ser una mujer, además de que establece lo masculino como norma y lo femenino como la excepción. Para saber más: Aunque lo veremos más adelante, en esta quincena, te anime a que visiones alguna película o serie y le apliques alguno de los test que aparecen en esta web. Seguro que este sorprendes. https://perifericas.es/blogs/blog/sabes-lo-que-es-el-principio-de-pitufina Desde el momento en que la mirada hegemónica –y habitualmente la única– es la masculina, las mujeres son posicionadas como espectadoras «invitadas», en un discurso que no está ni para, ni para, ni sobre ellas. Viene a ser lo que Virginia Imaz, (payasa, actriz y escritora feminista) denomina el «travestismo cultural», posición que ocupan las mujeres cuando se sitúan como espectadoras de relatos –de ficción o reales– que no están hechos para ellas, pero que han aprendido a entender y disfrutar. La prueba de que este fenómeno es cotidiano es que los hombres, cuando se enfrentan a productos culturales creados o protagonizados por mujeres, los consideran «de mujeres». El «cine de chicas», la «literatura de mujeres», los programas «de tías», son el ejemplo de ello. Los productos culturales protagonizados y creados por hombres –la mayoría– se consideran «neutros» y son la corriente general, mientras los creados o protagonizados por mujeres, se consideran específicamente dirigidos al público femenino. En general, a los hombres no les interesan estos productos, entre otras razones porque no se sienten interpelados por ellos. 8 Habitualmente, además, los temas sobre los que versan estos productos culturales están relacionados con el amor, la belleza o los asuntos «domésticos» (relacionados con el cuidado) que se supone que son «los intereses de las mujeres». Sólo hay que ver cuál es la parrilla de programación del canal temático para mujeres Divinity, de Mediaset, que se centra en moda, programas de cotilleo, y series y películas con el amor romántico como tema central. El androcentrismo, además de implicar la imposición de la mirada masculina como la que relata e interpreta el mundo, y de poner a las mujeres en la posición de espectadoras mudas y «anexas», supone la construcción de la identidad de las mujeres como «la otra». Se las construye como el elemento complementario, «obsceno» (en el sentido de «fuera de la escena»), la excepción respecto a la regla: los hombres. Esta idea fue propuesta y desarrollada por Simone de Beauvoir, en «El Segundo Sexo», obra en la que habla de la construcción que la sociedad patriarcal hace de las mujeres y en la que introduce el concepto de alteridad. La alteridad es una categoría fundamental del pensamiento humano, ya que ningún individuo o grupo se define como Uno sin enfrentarse directamente a otro. Todo sujeto, sea individuo o comunidad, «pretende afirmarse como el esencial constituyendo al otro en lo inesencial, en objeto». En la sociedad patriarcal, en la que los hombres definen lo esencial (lo masculino) y lo complementario, las mujeres aparecen como complementos y como tal se las construye a través de la cultura. Para saber más: https://www.youtube.com/watch?v=HXfQHPJahdU Pero la alteridad en que se construye a las mujeres no es una alteridad «agresiva» o «destructiva », como la que podría desarrollarse en una sociedad racista respecto a las minorías étnicas, ni siquiera lo es «de confrontación», ya que la sociedad patriarcal necesita de las mujeres. Pero, para reproducirse como sociedad de estructura desigual, necesita que las mujeres se mantengan «en su lugar». Para ello, todos los esfuerzos de la cultura patriarcal para señalar cuál es su lugar, y convencerlas de que se mantengan. La cultura popular, la publicidad y los medios de comunicación son un instrumento de descripción y de reproducción de la realidad. De hecho, nos ahorramos mucho tiempo, mucho esfuerzo y mucha enajenación si partimos de la base de que el principal papel de los medios de comunicación y de los productos publicitarios es mantener el statu quo. En una sociedad patriarcal los medios de comunicación y los canales culturales que se enmarcan en las estructuras de poder (es decir, todos los medios y canales culturales que no sean realmente «alternativos») tendrán como objetivo mantener a las mujeres «en su lugar». Lo que se traduce en que tratarán de presentar la realidad, o sea la desigualdad, como el estado natural de las cosas, justificar los roles tradicionales de género desde argumentos esencialistas –o los que sean necesarios– y disuadir de todos los intentos de «subversión» que inicien las mujeres, tanto de forma individual como colectiva. Porque los medios y la cultura no sólo contribuyen a la reproducción de la desigualdad, sino a «castigar» todos los intentos de transgresión. Los argumentos, sorprendentemente, continúan vigentes a la hora de justificar la posición de las mujeres en la sociedad. A veces, no de forma explícita, pero sí en el reparto de roles que se asignan a las mujeres en los relatos de la realidad –y de la ficción– construidos en la sociedad patriarcal. Los roles tradicionalmente asignados a las mujeres, aparentemente, han quedado obsoletos. Ya ningún publicista propondría un lema como «es cosa de hombres» para una bebida alcohólica, o utilizaría una bebida para apaciguar a un 9 marido maltratador en uno de sus anuncios. Pero muchos de estos cambios aparentes, no tienen que ver con transformaciones estructurales, tanto como con cambios superficiales de discurso, ligados más a la corrección política que a un cambio en la posición de las mujeres en la estructura social. De este modo, las herramientas de «represión» de las mujeres a través de la violencia simbólica implícita en los medios populares no ha disminuido, sino que se ha suavizado en la forma. Es un mecanismo propio de los sistemas patriarcales «suaves» –los patriarcados no coercitivos, como los denomina Nuria Varela, autora de «Feminismo para principiantes»–, que utilizan estrategias de represión «sutiles». Así es, precisamente como funciona la violencia simbólica, lanzando mensajes lo suficientemente «suaves» como para ser asimilados, pero eficaces en la reproducción de la desigualdad de las mujeres. El cine, la televisión, la literatura, la música, los medios de comunicación, la publicidad y la cultura popular en general, han suavizado su discurso en las últimas décadas, pero han mantenido intacto su mandato: seamos mujeres «como dios manda», «sea mujeres como las que el patriarcado necesita». De hecho, en algunos aspectos el mandato se ha hecho más explícito, como en la hipersexualización de las mujeres, la utilización explícitamente sexual del cuerpo de las mujeres como objeto o la imposición de un canon de belleza cada vez más inhumano. En todo caso, las mujeres aparecen en los medios de comunicación y en la publicidad representando los papeles que el patriarcado les reserva: Los relacionados con el rol reproductivo: madres, consortes, cuidadoras. En los relatos de ficción, en los informativos y especialmente en la publicidad, las mujeres aparecen como compañeras secundarias en el viaje de los protagonistas, «los hombres». Son las esposas de los «grandes hombres», las mujeres públicas que se dedican a los asuntos relacionados con el cuidado (educación, sanidad, infancia, nutrición), las que preparan el desayuno para la familia en los anuncios, las que sufren por la pérdida de sus hijos en la guerra, las que pelean por los derechos de sus criaturas, las que reivindican medidas de protección para sus familias y para las personas dependientes, las que se casan con un torero, las que se divorcian de un millonario... En pocas ocasiones aparecen protagonizando historias y en las pocas en que lo hacen, es el rol reproductivo el que prevalece. Pocas mujeres han pasado a la historia o aparecen habitualmente en los medios de comunicación desde un rol exclusivamente relacionado con su esfera profesional o su proyección pública ligada a lo no reproductivo. Incluso las políticas, las deportistas, las escritoras, las mujeres en cuya figura se han centrado los focos, deben responder constantemente a preguntas relacionadas con su rol reproductivo o justificarse para no dar relevancia pública a su rol reproductivo. ¿Cuántos ministros han generado encendidos debates para incorporarse al trabajo de forma temprana después de haber sido padres? Objetos sexuales: satisfactas en el sexo o bellos ornamentos. El cuerpo de las mujeres ha sido siempre utilizado como soporte publicitario, pero nunca como ahora se ha utilizado de una forma tan explícitamente sexual, seccionado en trozos y expuesto para el consumo, como cualquier otro objeto. De la figura de una mujer que cumpliera los cánones de belleza vigentes, acompañando un producto e invitando a su consumo, hemos pasado a la presentación de mujeres que cumplen unos cánones de belleza inalcanzables (con la ayuda del retoque, habitualmente) que se ofrecen por trozos, eliminando hasta el extremo su humanidad y que –a menudo– serán el premio por consumir el producto. La utilización de partes del cuerpo femenino, en obvia posición de oferta, se ha generalizado hasta el punto de que la hemos naturalizado. Y esto es un acto de violencia simbólica, que desprende a las mujeres de su esencia y las convierte en productos que se pueden consumir en porciones. 10 Otro fenómeno, que no es reciente, pero que sorprende se siga utilizando, considerando su evidente oposición a la corrección política imperante, es la «glamourización» de la violencia. Cada vez más a menudo y casi siempre en la publicidad de marcas destinadas al consumo de una élite económica, se utilizan escenas de violencia contra las mujeres como reclamo publicitario. Mujeres golpeadas, siendo asaltadas, arrastradas por el cuello con una cuerda, encerradas en un capó o –simplemente– muertas, han protagonizado campañas que han superado todos los filtros y han salido a la luz. A menudo, se trata de marcas cuyos productos están destinados al consumo femenino. Es muy significativo que hayamos normalizado la violencia machista hasta tal punto, que se pueda considerar un reclamo publicitario. Y eso construye ideología. Víctimas. En los medios de comunicación, pero también en los relatos de ficción, las mujeres son las víctimas. Se escuchan análisis sobre la violencia machista en los medios de comunicación, donde esta manifestación extrema de la ideología machista se presenta como «una lacra», que afecta a un par de mujeres a la semana, que «mueren víctimas de violencia». Como si se tratara de una epidemia incontrolable y abstracta, que no tiene un brazo ejecutor. Cada vez que un informativo habla de «una mujer muerta», como si no hubiera un hombre que la ha asesinado, cada vez que se da información detallada sobre la vida de la asesinada, pero se mantiene la intimidad del asesino, cada vez que se emite la opinión de un vecino que describe al asesino como «buena persona », se cuestiona la «honorabilidad» de la víctima, se está ejerciendo una violencia simbólica que legitima la violencia machista. Ya no se le llama «crimen pasional» en los informativos, pero tampoco se trata el tema con responsabilidad, no se ofrecen análisis que relacionan todas las muertes con una ideología que somete a las mujeres, no se consulta con expertas, ni se enmarcan los asesinatos en un contexto de violencia patriarcal. Mientras, en otras violencias de carácter estructural, como el terrorismo, se crean unidades informativas especiales, se consulta con personas expertas y se plantean debates en profundidad. La ficción no se libra tampoco de presentar a las mujeres como víctimas. Del cuento de Caperucita Roja, en el que una niña está a punto de morir devorada por un lobo –del que, por cierto, no se salva su abuela– por desobedecer a su madre y salirse del camino, hemos pasado a las víctimas de las series policíacas actuales, en las que la práctica totalidad son mujeres, casi siempre jóvenes y atractivas, que murieron para hacer lo que no tenían que (salir solas, tomar drogas, ser strippers, emborracharse, establecer un contacto sexual con un desconocido) o estar donde no debían (en la calle, solas, de noche). Es imposible no percibir un efecto disuasivo en estos relatos: si no quieres que te pase algo mal, «sigues buena». Acompañantes, suplementos del relato principal. La principal representación de este fenómeno es el Principio de Pitufina, según el cual se introduce una sola figura femenina en un contexto completamente masculinizado. Pero hemos desarrollado la capacidad –impuesta por la cultura patriarcal– de interpretar como normales y «neutros» relatos en los que las mujeres son la excepción... ¡aunque sean la mitad de la humanidad! Películas en las que los personajes femeninos son prácticamente inexistentes (pocas producciones superan el test de Bechdel), mujeres que están en la esfera pública y cuya presencia se sigue considerando excepcional, describirlas como una de las riquezas propias de una zona, las que acompañan a los hombres en la lucha obrera, el desprecio de los medios de comunicación por el deporte femenino, la práctica inexistencia de expertos en los foros de debate considerados «serios» (los que tratan temas considerados «masculinos») son manifestaciones de un sistema que no quiere a las mujeres coprotagonistas, de manera que utiliza la violencia simbólica para mantenerlas en un segundo plano, y hacerlas creer que están «donde les corresponde». 11 Para saber más y reflexionar: Puede consultar el material complementario 1, 2 y 3. 4.- TIPO DE DISCRIMINACIÓN POR RAZÓN DE SEXO. Ya la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ratificada por el Consejo de las Naciones Unidas en 1959, reafirmaba el principio de la no discriminación y proclamaba que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, sin distinción alguna, incluida el sexo. Sobre estos principios, en 1979 las Naciones Unidas promulgaron la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW). De acuerdo con la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, "el principio de igualdad de trato entre mujeres y hombres supone la ausencia de toda discriminación, directa o indirecta, por razón de sexo, y, especialmente, las derivadas de la maternidad, la asunción de obligaciones familiares y el estado civil". En el caso particular de los medios de comunicación, la Ley de Igualdad establece en su artículo 28, que "todos los programas públicos de desarrollo de la sociedad de la información incorporarán la efectiva consideración del principio de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres en su diseño y ejecución". Además, se promoverá la plena incorporación de las mujeres en la sociedad de la información mediante el desarrollo de programas específicos, en especial, en tema de acceso y formación en tecnologías de la información y de las comunicaciones, contemplando las necesidades de los colectivos en riesgo de exclusión, así como las del ámbito rural. Del mismo modo, el gobierno tiene la obligación de impulsar contenidos creados por mujeres en el ámbito de la sociedad de la información, así como la de garantizar que el lenguaje empleado en los proyectos del ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación sea no sexista. Veamos los tipos de discriminación por razón de sexo. Discriminación directa Tal como establece la legislación española, se considera discriminación directa por razón de sexo la situación en la que se encuentra una persona que sea, haya sido o pudiera ser tratada, en atención a su sexo, de manera menos favorable que otra en situación comparable. Dos de las formas más graves de discriminación por razón de sexo son el acoso sexual y el acoso por razón de sexo. 1. Acoso sexual: cualquier comportamiento, verbal o físico, de naturaleza sexual que tenga el propósito o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, en particular cuando se crea un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo. 2. Acoso por razón de sexo: cualquier comportamiento realizado en función del sexo de una persona con el propósito o el efecto de atentar contra su dignidad y de crear un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo. 12 También constituye discriminación directa por razón de sexo todo trato desfavorable a las mujeres relacionado con el embarazo o la maternidad. Discriminación indirecta Se considera discriminación indirecta por razón de sexo la situación en que una disposición, criterio o práctica aparentemente neutras ponen a personas de un sexo en desventaja particular respecto a personas del otro, salvo que esta disposición, criterio o práctica puedan justificarse objetivamente en atención a una finalidad legítima, y que los medios para alcanzar esta finalidad sean necesarios y adecuados. Un ejemplo de discriminación indirecta sería una medida que introduzca la necesidad de realizar una carga horaria determinada para conseguir un ascenso profesional, la cual, en principio, está a disposición de mujeres y hombres por igual, pero que, en la práctica, por la asignación de roles y asunción de tareas de unas y otras, se traduce en menor disposición de las mujeres frente a sus compañeros, que tienen, más posibilidades de ascenso. Para que haya discriminación indirecta se deben dar 3 condiciones: que la norma, pacto o decisión no tenga ánimo discriminatorio, y que aun así provoque una desventaja para una persona respecto de otras, y que no aluda a ninguna finalidad legítima ni justificación objetiva. Discriminación múltiple o interseccionalidad La discriminación múltiple es aquella forma de discriminación en la que se dan dos o más motivos de discriminación, ya sea de forma acumulativa o interseccional. En este caso, es la intersección de diferentes factores (edad, sexo, orientación sexual y origen étnico, religión o discapacidad) la que da lugar a una situación de discriminación. Por ejemplo, una mujer perteneciente a una minoría étnica puede ser objeto de discriminación por ser mujer y a la vez por su origen racial. 5.- TIPO DE DISCRIMINACIÓN POR RAZÓN DE GÉNERO. Los medios de comunicación no reflejan por entero la realidad sino aquellas parcelas que les parece más oportuno resaltar según intereses sociales, políticos y económicos. Es lo que se llama cultura periodística. Como es bien sabido, los medios de comunicación ejercen una gran influencia sobre la construcción de imaginarios sociales y pueden reforzar estereotipos que discriminan a diferentes colectivos. Mujeres maduras: el envejecimiento demográfico es una realidad universal innegable. En España, casi el 17 por 100 de la población total lo conforman personas mayores de 65 años, y, según informa Naciones Unidas, esta cifra aumentará al 33 por 100 en 2050, convirtiéndose así en el segundo país más envejecido del mundo. Sin embargo, la presencia de estas personas en los medios es escasa y la imagen que se da de ellas no refleja su realidad plural. Aunque en los últimos años se observa una creciente tendencia a mostrar interés periodístico por asuntos relativos a la vejez y el envejecimiento, la imagen más habitual que se da de las personas mayores está asociada a una salud deteriorada, escasez de recursos económicos y pocas aficiones. Cuando se habla de mayores haciendo gimnasia, bailando, volviendo a la Universidad o realizando tareas de voluntariado, se destaca como algo excepcional. 13 Esta construcción social de la realidad, reforzada por los medios de comunicación, puede contribuir al mantenimiento de estereotipos que llevan a la marginación y la exclusión social de las personas mayores. Pero ¿es diferente el tratamiento que se hace de los hombres mayores respecto a las mujeres? Mientras el envejecimiento masculino es visto como algo atractivo en el cine y la publicidad, el femenino tiende a invisibilizarse, ya que el ideal de belleza se asocia en este caso a mujeres jóvenes y sin imperfecciones. Especialmente llamativos son los casos de algunas campañas promocionales de ciertas marcas de cosmética, en las que aunque se anuncien productos para mujeres mayores, las actrices o no lo son tanto o se les retocan las imperfecciones con programas de edición para hacerlas parecer más jóvenes. Este hecho, además de perpetuar estereotipos de género, tiene consecuencias para el público femenino, que ni se siente representado ni mucho menos integrado. Además, las mujeres de más de 65 años prácticamente desaparecen de la cara visible de la televisión o el cine, al menos en papeles protagonistas. Mujeres migrantes: más de la mitad de los movimientos migratorios están protagonizados por mujeres, pero la imagen que se construye de las personas migrantes en general sigue siendo masculina. La influencia de los medios de comunicación en la construcción de la imagen de los y las migrantes es fundamental. Los medios de comunicación suelen visibilizar a las mujeres migrantes echándolas a proyectos de reagrupación familiar o a deseos de las familias de las migrantes, generando así, según señalan Mª Dolores Pérez y Dolores Juliano, imágenes construidas desde el paternalismo y el drama. Se detecta la figura de una mujer migrante basada en su estatus familiar: casada, dependiente, pasiva y marginada de la sociedad, es decir, prima su rol reproductivo en la sociedad. Otro ámbito con el que se vincula a las mujeres migrantes es el ejercicio de actividades relacionadas con la ilegalidad, como la prostitución. Aunque los datos apuntan a que hay más mujeres trabajando en el ámbito doméstico como limpiadoras o cuidadoras, las noticias visibilizan más a las víctimas de explotación sexual, alejó de la imagen de una mujer con un proyecto migratorio propio. La representación de una imagen más heterogénea de las migrantes como mujeres empoderadas, que planifican y ponen en marcha un proyecto propio, sin que éste responda a proyectos emprendidos por maridos o familiares, o a procesos ilegales como la trata, es casi inexistente en la prensa española. Por ello, se hace necesario incorporar la perspectiva de género en el tratamiento informativo de los procesos migratorios, utilizando las siguientes estrategias generales: - Desagregar los datos sobre migraciones por sexos en cifras globales o grupos de personas. - Tener en cuenta la opinión de las mujeres migrantes, pasando de hablar de las mujeres a hablar con las mujeres migrantes. - Personalizar y humanizar la información, excluyendo estereotipos como los de víctima, y mostrando la complejidad de los proyectos migratorios. - Abrir el debate social sobre la situación laboral de las mujeres, la precariedad, las demandas laborales, y evitar la comparación con las mujeres de la población receptora. - Evitar los estereotipos de migrantes como mujeres sumisas de culturas atrasadas, y los discursos discriminatorios. - En las informaciones sobre la desarticulación de redes de trata y prostitución, informar sobre el destino de las mujeres liberadas, procurando recoger su testimonio. - Recoger la opinión de mujeres migrantes sobre eventos relacionados con la migración, y albergar la voz de las asociaciones de mujeres migrantes dándoles autoridad. - Utilizar correctamente las fuentes. 14 - Garantizar una formación intercultural de los y las periodistas que propicie el retorno del papel de la mediadora de los medios de comunicación a través de un periodismo más crítico y comprometido. Para saber más: https://www.youtube.com/watch?v=NdtX2mKrykk Mujeres con diversidad funcional: Hablar de la presencia en los medios de comunicación de mujeres con discapacidad es hablar de una "doble discriminación", por su género y por presentar diversidad funcional, la cual lleva a que sean excluidas de los espacios habituales e infravaloradas por sus capacidades. A pesar de la importación que se ha dado en los últimos años a la integración de las personas con diversidad funcional en todas las esferas de la vida cotidiana, la presencia en los medios de comunicación de las mujeres que la presentan continúa perpetuando los múltiples estereotipos que las excluyen. Así, los medios de comunicación proyectan una imagen de las mujeres con diversidad funcional que contribuye a: - Considerarlas como "no humanas" y "no mujeres". - Sobreprotegerlas, infantilizarlas y recluirlas en el ámbito doméstico. - Invisibilizar su mayor vulnerabilidad a ser víctimas de violencia de género y agresiones sexuales. - Considerar únicamente el problema médico, sin conciencia ni identidad propias. - Ignorar la necesidad de establecer mecanismos de participación social y crear conciencia de grupo. Mujeres reclusas: Actualmente, en España hay un total de 50.000 hombres en prisión y tan solo 4.000 mujeres. De los setenta centros penitenciarios dependientes de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, sólo 4 son exclusivas de mujeres. El sistema penitenciario está ideado por y para los hombres y no incorpora la perspectiva de género, lo que agrava la discriminación de las mujeres en materia de reinserción, formación y maternidad. Por otra parte, la separación por módulos de los reclusos según sus características no se aplica a las mujeres, a las que obliga a convivir en un mismo espacio, impidiendo que cumplan condena y unidades terapéuticas o módulos de respeto, así como su participación en programas específicos. En cuanto a la formación que se les oferta, perpetúa los estereotipos y roles tradicionales de género: actividades de limpieza o cuidados asistenciales para las mujeres y automoción para los hombres. En cuanto a la maternidad en prisión, cabe resaltar la existencia de tan solo 3 unidades de madres tradicionales, destinadas a madres reclusas para que puedan criar de sus hijos e hijas menores de 3 años; y otras 3 externas, infrautilizadas, con las que se pretendía que los y las menores tuvieran contacto con sus padres, asistiendo a escuelas infantiles y disfrutando del cuidado de sus madres los fines de semana fuera del recinto penitenciario. Como denuncia Estíbaliz de Miguel, profesora de la Universidad del País Vasco y miembro de la red Internacional de Género y Sistema Penal, el 75% de los delitos cometidos por las mujeres presas no son graves; sin embargo, cumplen más tiempo efectivo de condena que los hombres. Sería necesario, por tanto, articular medidas que permitan a las mujeres cumplir su condena es espacios abiertos y sustituir las condenas por servicios a la comunidad, para así cumplir con el objetivo claro de reinserción. Una vez expuesta la realidad de lo que significa ser mujer y estar en la cárcel, hay que plantearse qué imagen proyectan al respecto los medios de comunicación. Partiendo de la base de que los medios de comunicación, en general, tratan de invisibilizar el mundo penitenciario, cuando se ocupan la imagen que proyectan es eminentemente masculina. En este sentido, hay dos hechos que caracterizan la representación social de los centros penitenciarios que crean los medios: 15 - Se ofrecen imágenes perturbadoras, anecdóticas y descontextualizadas en pro del impacto de la noticia (motines, fugas), contribuyendo a generar actitudes de rechazo y marginación. - Se destaca personajes famosos que entran en la cárcel, obviando la realidad de la mayoría de los que llaman presos comunes. ¿Qué estrategias deberían seguirse desde la televisión y la prensa para el tratamiento informativo de las cárceles y en especial de las mujeres que cumplen condena, con el fin de no hacerse eco de estereotipos que dificultan aún más la reinserción de quienes han sido privados de libertad? - Alejarse del periodismo espectáculo y evitar proyectar imágenes en sensacionalistas. - Mostrar la realidad de los centros penitenciarios, denunciando sus carencias. - Exponer la diversidad de las personas que cumplen condena, sin caer en estereotipos. - Resaltar los programas formativos y terapéuticos que se desarrollan durante la estancia en prisión. - Dar voz a las mujeres reclusas, haciéndolas partícipes de su propia historia y no contribuyendo a su infantilización. - Destacar la importancia de las unidades maternales como agentes de normalización de la vida de las mujeres madres en prisión, y de la de sus hijos e hijas. Mujeres víctimas de explotación sexual: las mujeres prostituidas son víctimas de una sociedad patriarcal que legitima la violencia contra el género femenino y normaliza el intercambio de sexo por dinero ante la falta de alternativas laborales. Los medios de masas pueden ejercer una importante tarea de prevención y denuncia, partiendo de cómo usan el lenguaje y de cómo éste influye en el pensamiento y las opiniones sobre las personas. Igualmente, constituyen el método más eficaz para generar una movilización global ante esta desigualdad de género punto pero, los medios muestran una clara tendencia a considerar a las mujeres prostituidas como trabajadoras sexuales que desarrollan un oficio, y hacen un uso del lenguaje que las estigmatiza, a diferencia de lo que ocurre con los consumidores de sexo o prostituidores, salvo que abusen de menores. Durante las dos últimas décadas se ha producido un incremento del comercio sexual ligado a la prostitución, y al mismo tiempo, ha aumentado la visualización como problema social, tanto en los medios de comunicación como en la agenda política. Cabe destacar las situaciones siguientes: - Mujeres migrantes irregulares que se ven forzadas a ejercer la prostitución por las mismas redes de tráfico de personas que las ayudan a entrar al país. - Protestas vecinales para evitar que la prostitución se ejerza en su calle. - El reclamo de los proxenetas convertidos en empresarios para la regulación del sector. Sobre las mujeres prostituidas ¿cuál es el imaginario social que sobre ellas construyen los medios de comunicación? En un estudio llevado a cabo por la Universidad de Salamanca, se pone de manifiesto que los medios de comunicación normalizan la prostitución: - Hablan de trabajadoras y clientes y en lugar de prostituidas y prostituidores, obviando la vulneración de Derechos Humanos que supone la explotación sexual. - Dibujan una imagen de las mujeres prostituidas asociada a la marginalidad y la delincuencia. - Se vincula a las mujeres prostituidas con la transmisión de enfermedades, el consumo o tráfico de drogas y las peleas, eximiendo de responsabilidad al hombre prostituidor. 16 - Las agresiones a mujeres víctimas de explotación sexual se presentan como hechos puntuales, sin ninguna vinculación a la violencia asociada a su género. La mayoría de las mujeres prostituidas que aparecen en los artículos de prensa no son protagonistas de su propia historia, sino que quedan relegadas a un segundo plano, por el sensacionalismo y morbo de la identidad escabrosa de sus clientes. No son el objeto de la información, sólo el contexto en que ésta se produce. - Además, cuando se incluyen sus testimonios, las declaraciones no son de denuncia por tener que llegar a vender sus cuerpos ante la falta de alternativas vitales, sino que son utilizadas para justificar la misma prostitución. - La prostitución se vende como mera transacción económica, un hecho simétrico e igualitario. - La mayor parte de las noticias se enmarcan en la sección de sucesos o en la judicial, lo que condiciona negativamente de antemano al o la periodista y a la espectadora o espectador. - Las asociaciones de mujeres que trabajan con las víctimas de prostitución y las teóricas feministas pocas veces aparecen como fuente de información de las noticias publicadas en la prensa, y, cuando lo hacen, las noticias se ubican en secciones autonómicas. Normalmente las fuentes de información suelen ser oficiales, particularmente de policía o procedencia judicial, asimismo, es frecuente que se maneje una única fuente. - Las noticias apenas incluyen referencias legislativas internacionales, como la mención al convenio para la represión de la explotación de las personas y de la explotación de la prostitución ajena, adoptada por Naciones Unidas en 1949 y ratificada por España en 1962, en la que se condena la prostitución. - Tampoco, en el caso de la prostitución de lujo, se recogen testimonios de otros políticos, futbolistas o empresarios que sancionen este tipo de comportamientos. Todas las noticias vinculadas a la prostitución deberían incluir información sobre recursos a los que las mujeres pueden acudir para salir del mundo de la prostitución y entender lo que el fenómeno conlleva, no sólo para ellas sino para el resto de mujeres y niñas por extensión. Actualmente, el tratamiento mediático de la prostitución no refleja la verdadera situación de las mujeres prostituidas, y ello comporta un enorme impacto en la sociedad. En este apartado, se incluye una especial atención a la violencia simbólica. La violencia simbólica es un concepto instituido por el sociólogo francés Pierre Bourdieu en la década de los 70, que en ciencias sociales se utiliza para describir una acción racional en la que «el ser dominador» ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente directa en contra de «los dominados», quienes no lo evidencian o son inconscientes de estas prácticas en su contra, por lo que son «cómplices de la dominación a la que están sometidos». Las prácticas de la violencia simbólica son parte de estrategias construidas socialmente en el contexto de esquemas asimétricos de poder, caracterizados por la reproducción de los roles sociales, estatus, género, posición social, representación evidente de poder y estructuras mentales, puestas en juego como parte de una reproducción encubierta y sistemática. La violencia simbólica se caracteriza por ser una violencia invisible, soterrada, implícita o subterránea, la cual esconde las relaciones de fuerza que están bajo la relación en la que se configura. Haciendo alusión a Michel Foucault, «el poder está en todas partes». Sólo tenemos que hacer visible lo invisible. Para saber más: https://www.youtube.com/watch?v=ptffJAbW8ac 17 Para Bourdieu, el poder es presencia ineludible y da lugar a una violencia simbólica que oculta las relaciones de fuerza verdaderas. Según afirma: «Todo poder de violencia simbólica, es decir, todo poder que consigue imponer significados e imponerlos como legítimos disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a estas relaciones de fuerza». Constituye por tanto una violencia «dulce», invisible, que viene ejercida con el consenso y el desconocimiento de quien la sufre, y que esconde las relaciones de fuerza que están bajo la relación en que se configura. Según la psicopedagoga clínica Laura Gutman, «la violencia simbólica puede ser mucho más letal de lo que en principio nos podemos imaginar. Las diversas formas de violencia simbólica tienen la dificultad de ser primero identificadas como violencia ya que no se notan, no se saben, no se presuponen. Así se pueden mantener mucho más tiempo en acción sin ser descubiertas. En cambio, la violencia activa es más fácil de identificar y puede ser tratada a tiempo». Isabel Moya define la violencia simbólica hacia las mujeres como la «reproducción en los medios de comunicación masiva, y en general, en las industrias culturales de un discurso sexista, patriarcal, misógino que descansa en prejuicios y estereotipos para presentar la realidad y los procesos sociales en todos los ámbitos: el productivo y el reproductivo, el público y el privado, la base de la estructura económica y la superestructura sociocultural. Discurso que utiliza sus herramientas y mecanismos expresivos para presentar a las mujeres según los cánones de la ideología androcéntrica, roles, juicios de valor, concepciones y teorías que «naturalizan» la subordinación de las mujeres y el considerado femenino. La violencia contra las mujeres es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación masculina, a la discriminación contra las mujeres por parte de los hombres, a impedir su pleno desarrollo. La violencia contra las mujeres a lo largo de su ciclo vital tiene su origen en pautas culturales, en particular, en los efectos perjudiciales de algunas prácticas tradicionales o consuetudinarias y de todos los actos de extremismo relacionados con la raza, el sexo, la lengua, la religión que perpetúan la condición inferior que se asigna a las mujeres en la familia, en el puesto de trabajo, en la comunidad y la sociedad. «Se ejerce violencia simbólica hacia las mujeres no sólo desde la publicidad que las usa como objeto sexual, las noticias que las reducen a víctimas o las ignoran y los titulares sensacionalistas que espectacularizan el terrorismo machista que son las expresiones más conocidas». Como dice Julia Evelyn Martínez, «la violencia simbólica contra las mujeres está constituida por la emisión de mensajes, iconos o signos que transmiten y reproducen relaciones de dominación, desigualdad y discriminación que naturalizan o justifican la subordinación y la violencia contra las mujeres en la sociedad. Son muchos los mensajes que se transmiten en este tipo de violencia, entre estos se pueden destacar tres: 1) el desprecio y la burla por lo que son y/ o hacen las mujeres; 2) el temor o desconfianza por lo que son y/ o hacen las mujeres, y 3) la justificación de la subordinación femenina y / o de la violencia contra las mujeres.» A diferencia de otros tipos de violencia de género, la violencia simbólica contra las mujeres, es poco perceptible y hasta sutil. Muchas veces se utiliza de manera inconsciente como parte de la «normalidad» de la identidad cultural, de las tradiciones, o de las prácticas cotidianas. Por ejemplo, una maestra o un maestro de lenguaje puede sin proponérselo 18 ejercer violencia simbólica contra las mujeres cuando enseñan a su alumnado que el refrán español es un claro ejemplo del saber popular, sin darse cuenta de que en este «saber» incluye mensajes como: «A la mujer y a la burra, cada día una "zurra"», «Mujeres juntas, ni difuntas» o «Gallina que al gallo espanta, cortale la garganta». ¿Cómo identificamos esta violencia simbólica? El primero es identificar que este tipo de violencia se ejerce a través de la publicidad, las letras de canciones, del refrán y de los dichos populares, juegos de vídeo, novelas, revistas o caricaturas. Lo segundo es cuestionarnos, preguntarnos sobre los mensajes que recibimos y que generalmente son tomados como verdad absoluta. La generalización y visión de seres humanos homenajeados ayuda a la transmisión de ideas y estereotipos de mujeres y hombres, donde las características individuales y las decisiones personales son minimizadas, lo que crea el ambiente perfecto para la reproducción de esta violencia. Herramientas para analizar y detectar la violencia simbólica La mejor herramienta para analizar y combatir la violencia simbólica es una conciencia feminista. La conciencia y la formación feministas dan una perspectiva suficiente como para detectar las manifestaciones sutiles de un sistema que ha basado su construcción cultural en reproducir la desigualdad, el papel secundario de las mujeres y la perpetuación de los estereotipos sexistas. Desde el momento en que se cuenta con una conciencia feminista, entendida como la asunción de formar parte de un sistema basado en la desigualdad de las mujeres, que se reproduce a sí mismo a través de la producción cultural y mediática, se desarrolla una suerte "de intuición" que permite detectar las estrategias simbólicas de dominación. Así, una persona con conciencia feminista, podrá identificar –aunque sea de manera intuitiva– el discurso de subordinación de las mujeres que se esconde detrás de la escasez de papeles femeninos en las historias de ficción, el rol antagónico o complementario de los personajes femeninos, la reproducción de tópicos misóginos en la construcción de roles femeninos, la presencia residual o como víctimas de las mujeres en los medios de comunicación o el papel de los cuerpos femeninos en publicidad. Pero, precisamente por el carácter abstracto y conceptual de la violencia simbólica contra las mujeres, es importante que haya un desarrollo teórico con herramientas que puedan definirla y aprender a detectarla. Es la primera estrategia para combatirla. Así, en los últimos años han surgido diferentes pensadoras que han planteado herramientas de análisis para visibilizar la violencia simbólica contras las mujeres: Una de ellas es el Principio de Pitufina que Katha Pollitt desplegó en 1991, en un artículo en el New York Times. Este concepto, que definió como «la tendencia en obras de ficción de crear un solo personaje femenino en un contexto de personajes masculinos, aunque las mujeres somos la mitad de la humanidad», y que se ha explicado anteriormente. Otra de las herramientas para medir la violencia simbólica y la reproducción de los estereotipos sexistas en las historias de ficción es el Test de Bechdel, que surgió como una broma en una tira cómica, pero que se ha convertido en una referencia para analizar películas desde el punto de vista de la construcción de personajes femeninas. Según el Test de Bechdel, para considerar que una película no es sexista debe cumplir tres condiciones: 1. Deben salir, al menos, dos personajes femeninos que tengan nombre. 2. Estos personajes deben hablarse entre ellas en algún momento. 3. La conversación entre ellas debe ser sobre algo no relacionado con los hombres. 19 Para reflexionar: https://www.youtube.com/watch?v=Rsuh8wGlcuE Este sencillo test eliminaría de un plumazo la gran mayoría de las películas y series de ficción de las últimas décadas, incluyendo algunas de las inicialmente orientadas a las mujeres, como la serie «Sexo en Nueva York», en la que un grupo de cuatro amigas se pasa la práctica totalidad de los capítulos hablando de sus problemas sentimentales con los hombres. En cuanto al papel de los cuerpos femeninos en la publicidad, una de las manifestaciones más evidentes de la violencia simbólica es la cosificación de las mujeres, entendida como utilizar los cuerpos de las mujeres como objetos disponibles que sirven como soporte publicitario. La socióloga americana Caroline Heldman ha diseñado el Test del Objeto Sexual (TOS), que permite identificar la presencia de cosificación sexual en las imágenes ante una respuesta afirmativa a cualquiera de las siguientes 7 preguntas: 1) ¿La imagen muestra únicamente una parte o partes del cuerpo de la persona? 2) Muestra la imagen a una persona sexualizada que actúa como soporte para un objeto? 3) Muestra la imagen a una persona sexualizada que puede ser intercambiada o renovada en cualquier momento? 4) Muestra la imagen a una persona sexualizada que está siendo vejada o humillada sin su consentimiento? 5) Sugiere la imagen de que la característica definitoria de la persona es su disponibilidad sexual? 6) Muestra la imagen a una persona sexualizada que puede ser usada como una mercancía o alimento? 7) ¿Trata la imagen el cuerpo de una persona sexualizada como si fuera un lienzo? 6.- TRATAMIENTO DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN CON PERSPECTIVA DE GÉNERO. Por desgracia, la violencia contra las mujeres es un tema que debe tratarse de forma recurrente en los medios de comunicación. Dado que, según informe de la Organización Mundial de la Salud de 2014, la mitad de las mujeres asesinadas en el mundo lo son en manos de su pareja o expareja hombre, se trata de un tema que hay que tocar con suma delicadeza, responsabilidad, y enmarcándolo en el contexto de violencia en el que se desarrolla la existencia de las mujeres. Así, hay algunas claves básicas que hay que tener en cuenta a la hora de informar sobre la violencia contra las mujeres: – Enmarcar cada caso individual como una manifestación de un problema estructural. Resulta una irresponsabilidad plantear los casos de violencia contra las mujeres como comportamientos individuales y fortuitos, que no tienen ninguna conexión entre sí y que no están en relación con la desigualdad estructural en que viven las mujeres. Los casos de violencia contra las mujeres deben ser planteados como expresiones brutales y extremas de un sistema que normaliza la desigualdad y no como casos anecdóticos, protagonizados por perturbados o por hombres «normales» llevados a una situación extrema por circunstancias externas. Evitar hacer referencia a aspectos de la vida privada de la víctima y su entorno que puedan dar a entender que tenía comportamientos de riesgo. La única justificación que hay detrás de cualquier caso de violencia contra las mujeres es un sistema que ha normalizado la desigualdad de más de la mitad de la población, por lo tanto, no hay ninguna circunstancia de la vida de la víctima que pueda hacer suponer que era más vulnerable. La vulnerabilidad de las mujeres es una 20 construcción del sistema patriarcal y eso las expone a los niveles de violencia existentes. Ni la profesión, ni las prácticas sexuales, ni la indumentaria, ni las costumbres de la víctima son un elemento condicionante. Y, desde luego, no aportan nada al discurso informativo. – Evitar plantear la inexistencia de denuncias previas como prueba de una cierta responsabilidad por parte de la víctima. La mitad de las mujeres asesinadas en 2015 habían interpuesto algún tipo de denuncia contra su agresor. La presión social para denunciar a menudo no tiene en cuenta la desprotección en la que se puede encontrar a una mujer inmediatamente después de denunciar. Así, destacar la inexistencia de denuncias previas, implica una suerte de juicio que traslada cierta responsabilidad a la víctima. – Evitar dar datos sobre la identidad de la víctima y su entorno. La violencia contra las mujeres es una excepción en la forma en que se tratan habitualmente los crímenes en los medios de comunicación, ya que a menudo se describe con todo detalle la identidad y la intimidad de la víctima, mientras el agresor permanece en el anonimato. Lo deseable sería que no se dieran datos que permitan identificar a la víctima, ni siquiera desde las personas de su entorno. Haber sido víctima de violencia de género, no debe verse agravado con que sea vox populi. Evitar contar detalles sobre la agresión de que no aporten información, pero alimenten el morbo. A menudo, los medios de comunicación buscan dar detalles sobre las agresiones, la forma en que se han producido, las armas utilizadas, las lesiones de la víctima, que no aportan información, sino que contribuyen a alimentar una curiosidad morbosa, que acerca los casos de violencia contra las mujeres a la información de sucesos y no a una manifestación de una violencia estructural. Los detalles sobre cómo se han producido las agresiones no contribuyen a concienciar sobre la desigualdad y sólo sirven para alimentar la imaginación y para fortalecer el miedo de las mujeres. – Evitar presentar un perfil de mujer víctima de la violencia. No hay un perfil de mujer susceptible de ser víctima de violencia. De hecho, el único elemento común que se da en la violencia contra las mujeres es que los agresores son hombres. Ni la etnia, ni el origen, ni el nivel cultural, ni la posición económica, ni la profesión, ni ninguna circunstancia en la vida de una mujer la hace más vulnerable a la violencia. Sólo el hecho de ser una mujer en un sistema de desigualdad es el perfil común a las víctimas. Sugerir que hay un perfil, aunque sea para destacar que la víctima no lo cumple, es poner una suerte de carga de prueba sobre la víctima. – Evitar acudir a la opinión de personas no expertas del círculo de la agredida o del agresor. Las personas que viven en el mismo edificio, las del vecindario, nadie que conociera de forma superficial a la víctima, y –mucho menos– al agresor, supone una opinión cualificada que pueda aportar información o claves para el análisis. De hecho, en cualquier otro tipo de crimen, nadie se imagina a un vecino afirmando que el asesino «era buena persona» o que víctima y agresor «parecían una pareja normal». – Pedir la opinión de expertos en violencia contra las mujeres que aporten una perspectiva sistémica a cada caso individual. Cada caso de violencia contra una mujer es una manifestación extrema de la violencia sistémica a la que viven expuestas las mujeres. Las personas expertas en violencia, las técnicas de igualdad, las activistas del movimiento feminista, las asociaciones de víctimas de violencia, por ejemplo, son fuentes calificadas que pueden aportar una perspectiva esclarecedora y sensibilizadora. – Evitar hacer referencia a posibles «atenuantes» o circunstancias que puedan suponer una justificación al comportamiento del agresor. Detrás de la violencia contra las mujeres se encuentra una concepción de las mujeres como algo que se puede someter y controlar. Ni el alcohol, ni las drogas, ni los problemas económicos, ni los celos, ni una demanda de separación, ni problemas con la custodia de las criaturas, ni ninguna circunstancia, suponen la más mínima 21 explicación –ni mucho menos una justificación– a la violencia que se ejerce contra las mujeres. Destacar estos detalles en las informaciones, sólo puede generar confusión y malas interpretaciones. Propuestas básicas para tratar desde una perspectiva ética y con enfoque de género la violencia contra las mujeres: Utilizar una terminología adecuada para informar sobre la violencia contra las mujeres. El uso de ciertas terminologías permite situar cada caso concreto sobre el que se informa dentro de la llamada violencia contra las mujeres. Por el contrario, el uso de otras terminologías no hace referencia a la violencia contra las mujeres porque designan otras formas de violencia de naturaleza diversa a la que ejercen hombres sobre mujeres por el mero hecho de serlo. Por lo tanto, se utilizarán términos como: violencia contra las mujeres, violencia machista, violencia ejercida por hombres contra mujeres. Por el contrario, no se utilizarán términos como: violencia doméstica, violencia familiar, violencia intrafamiliar, violencia de pareja. Contextualizar y explicar qué es la violencia contra las mujeres. Hay que evidenciar que el origen de la violencia contra las mujeres se sitúa en las desigualdades estructurales que éstas sufren frente a los hombres, por el solo hecho de ser mujeres. La violencia contra las mujeres, en sus diferentes formas, es la manifestación más cruel que estas desigualdades adopta. Por ello y para servir al interés general, se debe formular todo el discurso informativo desde la evidencia de esta desigualdad estructural y nunca como un suceso, caso o fenómeno aislado. Así, el relato informativo nos mostrará la violencia contra las mujeres como un continuo y no como un hecho aislado en el que se relata el último episodio sufrido por una mujer determinada. Al contextualizar cada caso concreto dentro de la violencia contra las mujeres se estará ayudando a mantener y conseguir: la visibilidad de la violencia contra las mujeres en toda su dimensión; la consideración real de qué es la violencia contra las mujeres y qué supone para las mujeres que la sufren y sus familias; la sensibilidad social, lo que conduce a la condena social y política sin paliativos. La contextualización de la violencia contra las mujeres pasa por informar sobre qué es la violencia contra las mujeres, cuáles son las causas de la violencia contra las mujeres, las claves para identificarla, cómo se produce la violencia contra las mujeres (es decir, qué formas de violencia ejercen sobre las mujeres), la situación de otras personas sobre las que también se ejerce violencia en estos casos, como las hijas e hijos de estas mujeres. Información sobre la mujer y otras víctimas sobre las que se ejerce violencia. Los datos que se ofrezcan deben servir para el interés general señalado en el punto anterior: contextualizar la violencia, explicar sus causas, promover la condena social y ayudar a otras mujeres que estén sufriendo violencia a enfrentar esta situación. Los datos que se ofrezcan deben garantizar el cumplimiento de todos los derechos de todas las víctimas de esta violencia. Se deberán evitar los datos que permitan la identificación directa o indirecta de las víctimas, especialmente de las y los menores de edad. Para ello, los datos relativos a las víctimas y su entorno se limitarán a aquellos que formen parte del interés general, ya señalado. En cuanto a la situación judicial previa de la mujer sobre la que se ejerce violencia, la información que se ofrezca deberá tratarse con sumo cuidado, evitando que la opinión pública culpabilice a la mujer por su situación (si se dice que no existían denuncias previas) o que desanime a otras mujeres (si se dice que existían denuncias previas). Es más adecuado hacer alusión a la situación judicial previa del agresor (si tenía orden de alejamiento, había sido condenado, etc.) como se plantea en los siguientes puntos. En las informaciones que se ofrezcan, ninguna de las acciones de las mujeres y otras víctimas pueden ser vinculadas o pueden justificar de ninguna manera el comportamiento del maltratador. Respecto a otros datos como profesión, nacionalidad, o nivel educativo deberán tratarse igualmente para servir al interés general, ya señalado. Realizar una historia de vida de la mujer asesinada puede ser una herramienta útil si está bien utilizada y se deja el tiempo necesario para hacer un buen trabajo. Un ejercicio tal puede acercar a cada una de estas mujeres y fomentar una mayor condena social por la empatía que podamos sentir hacia ellas. Este tipo de informaciones siempre se ofrecerán de tal 22 manera que, en ningún caso, se presenten sus conductas como justificaciones de la violencia que han sufrido. Para el uso de esta técnica es necesario contar con el consentimiento de la familia y considerar la existencia o no de hijas o hijos menores y el efecto que esta información puede ocasionar en su recuperación. Es importante relatar historias de mujeres que salen del ciclo de la violencia. Información sobre el agresor. Se mantendrá el principio de presunción de inocencia, siempre que no haya una sentencia contra éste, ya que se trata de un derecho fundamental. En ningún caso se divulgarán datos del agresor que permitan la identificación directa o indirecta de las víctimas, especialmente de las y los menores de edad. En el supuesto de ofrecer datos personales del agresor (edad, profesión, nacionalidad o nivel educativo) se realizará una contextualización de los mismos. Informar de la conducta del agresor, contextualizándola, ayudará a conocer cómo actúan estos hombres. Con este tipo de informaciones se puede alertar a otras mujeres y sus entornos sobre la violencia que pueden estar sufriendo y sobre cómo actúa el agresor. Además, facilitará la superación de los mitos banalizadores y justificativos que eximen o atenúan el comportamiento violento de estos hombres. En este sentido es fundamental evitar que el relato del agresor, o su entorno, prime sobre el relato de la mujer sobre la que se ejerce violencia. Del mismo modo, se evitarán las declaraciones exculpatorias del agresor. Informaciones de las circunstancias que rodean el caso. Es importante ofrecer este tipo de informaciones para que ayuden a contextualizar cada caso concreto dentro del concepto de violencia contra las mujeres, así como las diferentes actitudes que manifiestan las mujeres sobre las que se ejerce violencia y su entorno. Por ello, mostrar a las mujeres sobre las que se ejerce violencia como las habituales denunciantes de los agresores, debe permitir visibilizarlas como agentes de sus propias vidas y del cambio necesario para salir del ciclo de la violencia. No obstante, no interponer denuncias, no significa dejadez o desinterés por parte de las mujeres, por lo que habrá que evitar culpabilizar y responsabilizar a las mujeres de su situación. Se deberá tener especial cuidado con los casos de «denuncias cruzadas» entre agresores y agredidas. También es importante recoger en las informaciones los antecedentes existentes del agresor (condenas, existencia de orden de alejamiento, posibles quebrantamientos,...) para dar a conocer el comportamiento del agresor penalizado y contextualizar la situación. Por otro lado, es importante explicar que este último acto del agresor, que está siendo narrado por los medios, se produce habitualmente cuando la mujer ha decidido alejarlo de su vida. Con ello se puede contribuir a que otras mujeres y sus entornos estén alerta y se sientan más capaces de recabar la ayuda que tanto las instituciones como las asociaciones puedan ofrecerles para salir del ciclo de la violencia, recuperar su dignidad y rehacer sus vidas. Desarrollo del seguimiento informativo de los casos en el tiempo: juicios y sentencias. Es importante hacer el seguimiento informativo de los casos en el tiempo. Al informar sobre los juicios y reproducir las sentencias condenatorias dictadas contra los agresores, ayudaremos a visualizar las consecuencias que tiene su conducta. Esto puede ocurrir referente para otros agresores quienes, de esta manera, pueden sentir el peso tanto de la justicia como de la condena social. Pero, sobre todo, este tipo de datos puede ayudar a otras mujeres que sufren violencia a sentir el apoyo institucional, jurídico y social. Por ello es importante evitar reproducir explicaciones justificativas de los actos violentos realizados por el agresor, resultando fundamental tener un cuidado exquisito en la reproducción de los comentarios y testimonios tanto del agresor como de su entorno durante el juicio. Ofrecer informaciones complementarias que ayuden al conocimiento de la violencia contra las mujeres. Se ofrecerán informaciones bien explicadas. Es importante publicar informaciones que puedan facilitar la contextualización de la violencia contra las mujeres y su evolución. Es decir, toda aquella información que ayude a conocer esta cruel vulneración de los Derechos Humanos de las mujeres en su conjunto y en toda su magnitud y que permita profundizar en su condena social. Además, la confección de reportajes de investigación sobre la violencia contra las mujeres va a ayudar a mantener 23 una visión global de la misma, facilitando un mejor conocimiento social, pudiendo realizar un tratamiento diferente al que marcan las propias rutinas informativas. No se abusará de mostrar estadísticas sobre mujeres asesinadas. Ofrecer, única y sistemáticamente, datos numéricos de las mujeres asesinadas es una rutina que puede insensibilizar a la opinión pública. Por tanto, se complementarán las noticias con otro tipo de estadísticas e informes: sentencias judiciales contra agresores, denuncias interpuestas, órdenes de alejamiento dictadas, órdenes de protección dictadas, quienes interponen las denuncias, mujeres que han superado el ciclo de la violencia en sus vidas, mujeres como agentes de sus propias vidas, número de mujeres atendidas por las instituciones, recursos disponibles para las mujeres sobre la que se ejerce violencia, cuantos informes y estadísticas puedan ser relevantes. Los medios de comunicación intentarán confeccionar anualmente algunos complementos informativos, aparte de los casos concretos de violencia contra las mujeres. Todo ello contribuirá a: visibilizar a las mujeres que han dejado de ser víctimas sobre las que se ejerce violencia, ofrecer un mensaje positivo a otras mujeres que están sufriendo violencia, ofrecer un mensaje positivo a la sociedad para evitar que esta forma de violencia se vea como inevitable e insuperable, mostrar una imagen más realista de lo que supone la violencia contra las mujeres y visibilizar y difundir actuaciones y recursos existentes. Ofrecer informaciones útiles para las mujeres sobre las que se ejerce violencia y su entorno. Incluir los teléfonos, direcciones e información sobre los recursos disponibles es fundamental para un acceso rápido y eficaz a los mismos y recibir asesoramiento, acogida, orientación y ayuda. En todo caso y en todo tipo de medio de comunicación, se publicarán las siguientes informaciones de interés: Teléfonos de atención a las mujeres sobre la que se ejerce violencia, direcciones y correos electrónicos a los que pueden dirigirse las mujeres sobre las que se ejerce violencia y su entorno, recursos disponibles. Utilizar fuentes informantes expertas y con conocimiento sobre la violencia contra las mujeres. Es fundamental acceder a fuentes informantes expertas, tanto para conocer los detalles del hecho concreto con la mayor veracidad posible, como para ayudar a entender, a través de explicaciones clarificadoras, los datos concretos sobre los que se informa. No obstante, al hilo de lo establecido en este decálogo y ante la imposibilidad, manifestada por los medios, de acceder a datos necesarios para confeccionar este tipo de informaciones en el menor tiempo posible, se puede entender que, en ocasiones, se acuda a fuentes informantes no expertas (familia, vecindario y testigos). En este caso, siempre, se utilizarán estos testimonios con prudencia y profesionalidad, con el objetivo de no revictimizar a la mujer o justificar las actuaciones del agresor. Recursos gráficos y audiovisuales que ayuden a visibilizar y denunciar la violencia contra las mujeres. Deberán evitarse siempre imágenes que faciliten la identificación de la mujer y el resto de víctimas sobre las que se ejerce violencia (imágenes propias, de su entorno, de sus familiares,...). Es fundamental proteger la identidad de las víctimas y su seguridad, en el caso de víctimas no mortales. En ningún caso se debe facilitar información sobre su paradero (domicilio, piso de acogida...). Sólo podrán publicarse imágenes que permitan la identificación directa o indirecta de la víctima cuando la misma (en caso de agresión no mortal) o sus familiares consideradas víctimas indirectas (en caso de agresión mortal) consientan expresamente en la divulgación de su identidad. 24 No obstante, y aún en el caso de contar con el consentimiento, se deberá tener en cuenta la existencia de hijas o hijos menores de edad y ponderar los efectos que estas imágenes o informaciones puedan tener en su identificación y en su recuperación por su condición de víctimas especialmente vulnerables y con especial derecho a la protección. En el caso de imágenes extraídas de redes sociales-internet, es necesario que haya un consentimiento expreso para su utilización. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las fotografías que una persona cuelga en las redes sociales tienen que ver con momentos de ocio (vacaciones, fiestas, etc.). Su publicación junto a la noticia de su asesinato, además de contribuir a la identificación de la/s víctima/s, puede banalizar el hecho violento. En caso de publicar alguna imagen de este tipo únicamente deberían ser utilizadas en el caso de las historias de vida (utilización de fotos para hablar de la víctima, no para hablar de su asesinato). Como recurso, recordar que es importante utilizar infografías con estadísticas sobre violencia contra las mujeres, así como sobre situaciones de desigualdad estructural de mujeres y hombres. Las imágenes utilizadas siempre deben respetar la dignidad de la mujer asesinada y de su entorno, y deberán servir para evidenciar que la violencia contra las mujeres es un problema estructural que responsabiliza a toda nuestra sociedad. Para ello, los medios, sin menoscabar el derecho a la información, optarán por las imágenes que no alimenten el morbo (cadáver de la mujer asesinada, arma homicida, manchas de sangre,...). Es fundamental continuar presentando fotografías e imágenes así como audios de las concentraciones y actos de repulsa. Se trata de mantener en pleno vigor la condena social y la corriente de «tolerancia cero» con la violencia contra las mujeres y con quienes la ejercen. Esta recomendación evitará, en todo caso, contenidos de archivo que puedan reidentificar mujeres concretas asesinadas con anterioridad, salvo que se cuente con el consentimiento expreso de sus familiares. Para saber más: Puede consultar el material complementario 4, 5 y 6. https://www.observatoridelesdones.org/ https://eina.observatoridelesdones.org/questionari/ 25