Tema 2 Historia PDF
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The document is a detailed analysis of the industrialization challenges of Spain between 1840 and 1914 encompassing various aspects of the period including the transformation of agriculture, the involvement of the government and the external influences on the Spanish economy. It seems to be a topic related to history of economy and industrialization.
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Tema 2. EL DIFÍCIL ARRANQUE DE LA INDUSTRIALIZACIÓN Y EL VIRAJE NACIONALISTA, 1840-1914 1. España ante la industrialización europea: retos y respuestas 1.1. Ritmos de crecimiento y pautas de transformación estructural 1.2. La población y el bienestar económico 2. El estancamiento de la pro...
Tema 2. EL DIFÍCIL ARRANQUE DE LA INDUSTRIALIZACIÓN Y EL VIRAJE NACIONALISTA, 1840-1914 1. España ante la industrialización europea: retos y respuestas 1.1. Ritmos de crecimiento y pautas de transformación estructural 1.2. La población y el bienestar económico 2. El estancamiento de la productividad agraria: un atraso decisivo 2.1. Los efectos de los cambios institucionales: el nuevo orden agrario 2.2. Expansión y especialización 2.3. Las causas de la pobreza agraria 3. Estado, infraestructura y capitales 3.1. El fiasco de la reforma fiscal y sus consecuencias 3.2. Debilidad del ahorro interno y entradas de capital extranjero 3.3. Los ferrocarriles, el gran espejismo 4. España en el mundo: el estímulo exterior 4.1. El estímulo de la industrialización europea: las nuevas exportaciones 4.2. Las importaciones: tecnología y materias primas 4.3. La política comercial: los intereses y las razones 5. Un desarrollo industrial endógeno y limitado 5.1. El crecimiento industrial y sus límites 5.2. Los bienes de consumo: alimentos y tejidos 5.3. La industria pesada y los bienes intermedios 6. Los límites de la primera industrialización 7. La revolución de los transportes y la gran depresión agraria finisecular 8. Proteccionismo agrario y proteccionismo industrial 9. La pérdida de los últimos mercados coloniales y la Hacienda Pública 10. El auge intersecular. La formación de la gran empresa moderna y el arranque de la Segunda Revolución Industrial 11. Una lenta divergencia 1 1. España ante la industrialización europea: retos y respuestas El final de la primera guerra carlista (1839) cerró un largo período (50 años) de guerras exteriores e interiores, que limitó la entrada y adopción de las innovaciones tecnológicas y organizativas surgidas en Gran Bretaña y difundidas por el continente después de 1815. Esto es, la inestabilidad política y las guerras mantuvieron a España alejada de los cambios económicos que estaban teniendo lugar en el continente, al igual que la paz de 1839 abrió una época de grandes oportunidades para el desarrollo económico por la vía de la adopción de tecnologías y la movilización productiva de recursos hasta ese momento sin explotar. 1.1. Ritmos de crecimiento y pautas de transformación estructural Según las estadísticas disponibles (bastante precarias, por cierto), el PIB total de la economía española creció a un ritmo de 1,7 por ciento anual, superior al de Francia (1,1) y al de Italia (1,2), pero inferior a los de Gran Bretaña (2,2) y Alemania (2,2). En términos per cápita, el crecimiento fue menor (1,2), superando, no obstante, a Italia (0,5) y Francia (0,9) y estando por debajo de Alemania (1,4) y Gran Bretaña (1,4). La trayectoria no fue regular, sino con intensas fluctuaciones provocadas por una agricultura fuertemente condicionada por los avatares climatológicos. Con todo, hacia 1890, el retraso español era significativo: el PIB equivalía a menos de la mitad del de Gran Bretaña y era un 25 por ciento inferior a los de Francia y Alemania, aunque por estos años superó a Italia, un país con recursos y estructuras productivas similares al nuestro. Crecimiento del Producto Interior Bruto total y por habitante, 1850-1890. PIB total* PIB por hab** 1850 1890 Tasa % 1850 1890 Tasa % España 16.949 32.802 1,7 1.147 1.847 1,2 Francia 60.685 94.176 1,1 1.669 2.354 0,9 G. Bretaña 60.479 143.477 2,2 2.362 4.099 1,4 Alemania 29.449 70.648 2,2 1.476 2.539 1,4 Italia 40.900 51.707 1,2 1.467 1.631 0,5 (*): Millones de dólares de 1990. (**): Dólares de 1990 por habitante. A finales del siglo, la agricultura seguía pesando, de forma decisiva, sobre la economía española. La población activa agraria apenas disminuyó de 1860 a 1887, representando, en esta última fecha, dos tercios del total. La población activa industrial, cuyo porcentaje no se modificó, siendo bastante inferior a la agraria. Población Activa 1860 1887 Agricultura 63,5 64,7 Industria 17,3 17,1 Servicios 19,2 18,1 2 Al margen de la fiabilidad de las cifras, los números reflejan un período con pocos cambios, aunque sí podemos afirmar que aumentó el producto industrial y hubo sectores agrarios bastante dinámicos. 1.2. La población y el bienestar económico Aunque la población creció a lo largo del siglo XIX, no llegó a producirse un proceso de transición demográfica, de manera que los principales indicadores fueron inferiores a los de los países de nuestro entorno y en ningún caso reflejaron cambios sustanciales. La tasa de mortalidad siguió siendo elevada, debido a la persistencia de súbitas mortandades, relacionadas en unos casos con la aparición de enfermedades epidémicas (el cólera ocasionó 240.000 muertos en 1853-55 y 120.000 en 1885) y, en otros, con la escasez de alimentos (crisis de subsistencias en 1847, 1856-57, 1868 y 1882). La razón básica de la elevada mortalidad estaba en la altísima mortalidad infantil y juvenil, reflejo de unas deficientes condiciones de vida y de la carencia de servicios médicos y sociales. En el periodo 1840-1880, los movimientos migratorios, tanto exteriores como interiores, fueron poco importantes. La emigración exterior tenía una elevada tasa de retorno, y la interior fue poco significativa, a excepción de la migración hacia la capital, Madrid. Esto permite señalar, asimismo, el escaso grado de urbanización y/o desarrollo de las ciudades. Hacia 1860, sólo un 25 por ciento de la población habitaba en municipios de más de 5.000 habitantes. Por otra parte, la alfabetización y la escolarización eran todavía muy reducidas. Hacia 1870 únicamente el 30 por ciento de la población española podía considerarse alfabetizada y tan sólo asistía a la escuela una cuarta parte de los niños en edad escolar. 1 2 3 4 5 6 España 0.3 4.64 33.7 30 26 0.219 Francia 0.3 2.60 42.0 69 41 0.400 Gran Bretaña 1.2 3.35 41.3 76 35 0.496 Alemania 0.9 3.98 36.2 80 42 0.397 Italia 0.5 4.50 28.0 21 16 0.187 1. Tasa de crecimiento anual de la población 2. Nº medio de hijos por mujer, 1875 3. Esperanza de vida al nacer, 1870 (años) 4. Población alfabetizada (%) 5. Población en edad escolar escolarizada, 1870 (%) 6. Índice de desarrollo humano (IDH). 1870 3 2. El estancamiento de la productividad agraria: un atraso decisivo 2.1. Los efectos de los cambios institucionales: el nuevo orden agrario En la España de mediados del siglo XIX, la tierra era un factor de producción fundamental y, por consiguiente, la Reforma Agraria Liberal (RAL) tuvo una importancia decisiva en la determinación del crecimiento económico. Sin embargo, los resultados de la misma no modificaron la distribución de la propiedad. Esto es, la tierra siguió estando desigualmente distribuida. La RAL tuvo por objetivo principal conseguir la plena consolidación de la propiedad privada de la tierra a través de diferentes líneas de actuación: - La disolución del régimen señorial (1837) confirmó un reparto muy desigual de la tierra en todo el país, pero con unas diferencias de escala considerables: en el norte, noreste, Meseta septentrional y meridional hasta el Tajo, los campesinos, que poseían la tierra en enfiteusis (cesión de dominio a cambio de un canon anual), se convirtieron en propietarios. Los “grandes propietarios” de estas zonas tenían unas propiedades reducidas. En la mitad meridional de España (La Mancha, Extremadura y Andalucía) las grandes casas de la nobleza lograron privatizar enormes patrimonios rústicos. Aquí, los grandes propietarios eran realmente grandes. - Las desamortizaciones afectaron a las tierras eclesiásticas y a las tierras concejiles y comunales. La privatización de las tierras de la Iglesia (1836) no contribuyó a equilibrar la desigual distribución de la propiedad anterior a la reforma. Los compradores fueron, mayoritariamente, medianos y grandes labradores que disponían de recursos para aprovechar tal oportunidad. Los que labraban la tierra siguieron haciéndolo, pero en peores condiciones. La desamortización civil (1855) afectó a bienes de la Iglesia, beneficencia e instrucción pública, a las tierras de propios, de los municipios y a los comunales, con algunas excepciones. Estas ventas favorecieron, de nuevo, a los medianos y grandes propietarios, que ampliaron aún más sus posesiones. Esta desamortización afectó negativamente al pequeño campesinado, que se vio privado de los comunales, e implicó un notable retroceso de las masas boscosas. La R.A.L., pues, consolidó la distribución de la propiedad agraria, que siguió estando muy polarizada: muchos propietarios para poca tierra, mucha tierra para pocos propietarios. Además, la mayoría de nuevos propietarios terminaron por ceder sus tierras en arrendamiento, y dada la tendencia al alza de los precios agrarios y las rentas, la inversión en mejoras productivas fue prácticamente nula. De ahí el estancamiento de la productividad por empleado y el escaso avance de los rendimientos. El enorme número de campesinos sin tierra mantuvo los salarios bajos, con un elevado desempleo estacional y el consiguiente bajísimo nivel de renta. 4 2.2. Expansión y especialización Entre 1840 y 1880, tuvo lugar un importante crecimiento de la producción agraria, similar al de la propia población, basado principalmente en la expansión de la superficie cultivada, sobre todo después de las desamortizaciones. La extensión de los cultivos redujo las superficies forestales y las tierras dedicadas a pastos, lo que limitó la actividad ganadera. En estos años, la agricultura española estuvo sumamente condicionada por la política comercial y por la construcción de la red ferroviaria. La primera protegió al sector, mientras que la segunda contribuyó a abaratar el transporte, facilitar la integración del mercado interior e impulsar procesos de especialización de la producción. El crecimiento agrario estuvo estrechamente relacionado con la expansión de la producción cerealista (trigo, pero también cebada y avena). En la década de 1880, el sistema del cereal acaparaba en torno al 77 por cien de la superficie total cultivada. El subsector cerealístico apenas tuvo cambios técnicos: la mecanización fue prácticamente inexistente; las mejoras en el instrumental agrícola, anecdóticas; la utilización, en proporciones significativas, de abonos minerales y químicos, no se desarrolló hasta comienzos del siglo XX. En 1888, el barbecho ocupaba el 44,8 % de la superficie dedicada al sistema del cereal. Entre 1830 y 1880, la productividad permaneció estancada y los rendimientos, aunque crecieron ligeramente, siguieron estando sometidos a los avatares climatológicos. De ahí que los periódicos hundimientos de la producción conllevaran la persistencia de las crisis agrarias, que provocaban alzas del precio del trigo que fueron intensas en 1835, 1847, 1857, 1868 y, todavía, en 1881. Todas provocaron crisis de subsistencias. Estructura del uso del suelo agrícola en España (1860 y 1888). Millones de hectáreas 1860 % 1888 % Sistema cereal 12,9 80,7 14,5 77,2 Viña y olivar 2,1 13,1 3,0 15,6 Otros cultivos 1,0 6,2 1,3 7,2 Superficie agrícola 16,0 100 18,8 100 Bosques 29,0 Terrenos improductivos 5,5 Superficie total 50,5 50,5 La agricultura española tuvo, pese a lo anterior, una cierta diversificación productiva, impulsada por la demanda, sobre todo la exterior. - La viticultura fue la gran protagonista de esta intensificación. La especialización vitícola alcanzó gran extensión en Cataluña y, en menor medida, en el País Valenciano potenciada por las exportaciones vitícolas a ultramar desde 1830. También aumentaron los caldos de calidad andaluces (Jerez y Málaga). La demanda interna potenció el cultivo en algunas provincias castellanas. La edad de oro se produjo en la década de 1870, a raíz del boom exportador de vinos 5 comunes a Francia, afectada por la filoxera. La Mancha y Extremadura extendieron, también, el cultivo. En los años finiseculares, la filoxera arrasó gran parte de la viña española, lo que dio paso a una larga crisis. - El olivar alcanzó la condición de cultivo especializado en algunas zonas del país bajo el impulso de la demanda exterior. Andalucía y Cataluña concentraron el avance del cultivo. La expansión de las exportaciones de aceites y la tendencia alcista de los precios alcanzaron su cumbre en 1870, mientras que el último cuarto de siglo fue una época de crisis para el olivar español. - La fruticultura, especialmente las naranjas valencianas, tuvo una importante y favorable extensión. En el País Valenciano, un aprovechamiento intensivo de los recursos hídricos y la disponibilidad de tierras de aluvión de gran calidad posibilitaron la coexistencia de los naranjales con multitud de cultivos hortícolas y arrozales. - Otras zonas también desarrollaron cultivos intensivos o se especializaron en cultivos arbóreos como fue el caso de algunas comarcas catalanas (Maresme, Baix Llobregat o la extensión del avellano en el Baix Camp). En cualquier caso, la extensión de esta agricultura especializada e intensiva fue limitada. En 1888, la vid y el olivo (15,6 %) junto a otros cultivos especializados (7,2 %) ocupaban sólo el 22,8 por ciento de la superficie agrícola española. El resto era “cereales y leguminosas”. 2.3. Las causas de la pobreza agraria A finales del siglo XIX, los parámetros productivos de la agricultura española se situaban entre los más bajos de la Europa occidental, lo que revela un atraso indudable y el fracaso de las expectativas auspiciadas por la RAL. Las condiciones agroclimáticas impedían la adopción mimética de los avances agrarios registrados en los países de la Europa Atlántica. Sin embargo, sí existieron otras vías para un mayor aprovechamiento intensivo, que no se llevaron a cabo de forma generalizada: o Aprovechamiento intensivo de las aguas superficiales y subterráneas, con objeto de combatir la aridez. o Mayor extensión de cultivos especializados de tipo arbustivo y arbóreo (viña, olivos, almendros, avellanas), que ofrecían buenos rendimientos en suelos pobres y con bajos niveles de humedad. o Limitar el monocultivo cerealista. Estas vías fueron seguidas por la agricultura catalana durante el siglo XVIII: cultivos arbóreos y arbustivos, aprovechamiento de agua, intensa comercialización, arrendamientos de larga duración, etc. Evidentemente, este tipo de agricultura requería un nivel relativamente elevado de inversión y el gran problema de la agricultura española del siglo XIX fue la escasa inversión que recibió, tanto de los particulares como del Estado. 6 En cuanto a la inversión pública, las posibilidades financieras del Estado eran muy reducidas por la baja presión fiscal, el alto grado de ocultamiento y la resistencia a cualquier incremento de la misma. Además, el Estado decidió invertir sus escasos recursos en la construcción ferroviaria, decisión apoyada por los grandes propietarios al abaratarse los costes del transporte y ampliarse las redes de comunicación. En cuanto a la inversión privada, esta fue escasa debido a la estructura de la propiedad surgida de la reforma liberal. La extensión de los arrendamientos, a corto plazo para poder ajustar la renta a las variaciones de los precios agrarios y de la tierra, reducía las posibilidades de inversión de los arrendatarios, mientras que los propietarios tenían aseguradas fuertes ganancias ante el proteccionismo agrario. La agricultura cerealista de bajísima productividad proporcionaba ingresos crecientes a la clase terrateniente sin necesidad de invertir en la tierra, pero condenaba a los campesinos a muy bajos niveles de renta y a un aprovechamiento deficiente de su capacidad de trabajo. 3.- Estado, infraestructuras y capitales 3.1. El fiasco de la reforma fiscal y sus consecuencias A principios del siglo XIX coexistían en España sistemas fiscales distintos, según los territorios. En 1845 Alejandro Mon, ministro de Hacienda, promulgó una reforma tributaria que tuvo por objetivos la unificación fiscal del país y la modernización de los ingresos del Estado, introduciendo los principios tributarios liberales: legalidad, suficiencia y generalidad. El nuevo sistema fiscal era mixto: estaba constituido por impuestos directos (contribución de inmuebles, cultivo y ganadería, contribución industrial y del comercio y el derecho de hipotecas y sucesiones), indirectos (aduanas, consumos) y estancos (monopolios del tabaco, la sal y las loterías). El objetivo final era el equilibrio presupuestario. El equilibrio presupuestario resultó, pronto, ser una quimera. Las clases propietarias se resistían a pagar los impuestos directos, no se confeccionó un catastro de rústica y los pagos terminaron realizándose mediante cupos asignados sobre la base de unos censos (amillaramientos y matrículas industriales) elaborados por los propios municipios. El déficit no se hizo esperar. En 1851, Bravo Murillo “arregló” el problema de la deuda decretando la conversión forzosa de todas las deudas existentes (4,5 % de interés) por la nueva deuda consolidada al 3%. Los tenedores británicos protestaron y la Bolsa de Londres dejó de cotizar títulos españoles durante un largo tiempo. Como quiera que el déficit presupuestario continuó, se recurrió a soluciones extraordinarias: venta de algunos ricos yacimientos mineros de propiedad pública (Río Tinto) o mediante empréstitos con onerosas contrapartidas, como el formalizado con los Rothschild a cambio del monopolio de comercialización del mercurio de Almadén. Finalmente, el Estado concedió al Banco de España el monopolio de emisión, a condición de que éste proporcionara al Tesoro los créditos necesarios para financiar el déficit, respaldados con depósitos de deuda pública en las arcas del banco emisor. 7 La aplicación de la reforma fiscal resultó un fracaso sin paliativos. El déficit resultó crónico, más por la falta de ingresos que por la prodigalidad en el gasto. Esta situación resultó lesiva para la economía española: - Los recursos dedicados a los ministerios que proporcionaban servicios económicos (Fomento, Comercio, Agricultura..) y educación fueron reducidos (en torno al 10%). El Estado hizo esfuerzos por algunas infraestructuras (ferrocarriles y carreteras) pero abandonando otros, como educación (tasa de analfabetismo elevada) o sanidad (elevada tasa de mortalidad). - Además, el déficit elevó la tasa de interés que, durante buena parte del siglo XIX, estuvo por encima de la media de otros países europeos. - Por último, después de 1874, el Banco de España consiguió, gracias al monopolio en la emisión de billetes, acaparar una proporción elevadísima del saldo total de las disponibilidades líquidas situadas en cuentas corrientes que, en elevadas proporciones, se convertían en crédito al Estado. 3.2. Debilidad del ahorro interno y entradas de capital extranjero La debilidad del ahorro interno. La inversión productiva en un país depende del ahorro interno y de las entradas de capital extranjero. En el caso de España, el ahorro interno dependía, sobremanera, de la acumulación de capital generada en el sector primario y, dentro de éste, de la agricultura cerealista dominante, cuyos grandes propietarios, si bien tuvieron importantes ingresos y beneficios, fueron poco propensos a invertir en otros sectores. Es más, “entre los grandes propietarios españoles del interior subsistió la tradición de gastar las rentas agrarias en consumo suntuario y servicio doméstico”. La situación fue distinta en las regiones periféricas. Allí, las posibilidades de una agricultura diversificada y la comercialización interna y exterior de sus producciones propiciaron que el ahorro acumulado en las zonas rurales y el derivado del propio comercio se invirtiera, en alguna proporción, en la financiación del sector industrial y en las grandes empresas que promovieron la construcción de obras públicas: ferrocarriles y canales. Estas mismas regiones fueron, además, receptoras de capitales acumulados por muchos emigrantes (indianos), que regresaron enriquecidos al país. Pese a ello, las disponibilidades de capital no dejaron de ser escasas y, en consecuencia, el tipo de interés del dinero se mantuvo en cotas relativamente elevadas y, ocasionalmente, el incremento de la demanda de capital (ferrocarriles) provocó profundas crisis financieras. Además, las limitaciones de la acumulación interior de capitales se vieron agravadas por la lentitud con la que se formó un sistema financiero moderno. - En 1829, se constituyó el Banco de San Fernando, que se vinculó, casi en exclusiva, a la financiación del Estado. - En el decenio de 1840, surgieron las primeras sociedades anónimas bancarias dedicadas a la financiación privada: Banco de Isabel II (Madrid) y los Bancos de 8 Barcelona y Cádiz. El primero quebró pronto y el gobierno sacó una ley restrictiva, que dificultaba la apertura de nuevos bancos. - En 1856, se aprobaron nuevas leyes de bancos de emisión y de sociedades de crédito. A su amparo, se crearon hasta 18 nuevos bancos de emisión y 35 sociedades de crédito. A partir de 1864, la mayoría de estas entidades sufrieron serias dificultades como consecuencia de la crisis de las compañías ferroviarias y de la generalizada desconfianza entre los ahorradores. El Banco de España absorbió, cuando se le concedió el monopolio de emisión en 1874, la mayoría de los bancos de emisión subsistentes. En conjunto, los niveles de intermediación financiera alcanzados fueron muy modestos en comparación con otros países y son una buena muestra del atraso del mercado de capitales. Las entradas de capital extranjero. La debilidad del ahorro interno se compensó, en parte, con la entrada de capital extranjero, especialmente atraído por la deuda pública, los ferrocarriles y la explotación de los recursos mineros. En la primera mitad de siglo, la deuda pública fue el principal atractivo para los inversores extranjeros, especialmente británicos. El arreglo de la deuda de Bravo Murillo en 1851 ahuyentó al capital británico, que se abstuvo de invertir en España durante tres lustros. La ausencia de capitales británicos fue aprovechada por los franceses que promovieron las grandes compañías ferroviarias a través de varias sociedades de crédito: Crédito Mobiliario Español de los Pereire, Sociedad Española Mercantil e Industrial de los Rothschild y la Compañía General de Crédito en España, formada por financieros franceses de menor entidad. La construcción de los ferrocarriles fue un gran negocio. Trajeron al país enormes sumas de capitales que, en gran parte, volvieron a salir enseguida para pagar las masivas importaciones de material ferroviario, que gozaron de una total franquicia. Las grandes inversiones extranjeras en ferrocarriles no empezaron hasta la ley de ferrocarriles de 1855. Las importaciones de capital en la minería no alcanzaron dimensiones apreciables hasta después de 1868. Antes hubo algún capital francés en la hulla asturiana y en los yacimientos de plomo jienenses. A partir de 1868 la entrada de capitales extranjeros fue masiva, en los distritos de Linares y La Carolina y, especialmente, en las piritas cupríferas onubenses. También en el hierro vizcaíno, aunque a mitad con capitales autóctonos. En suma, la inversión de capital extranjero hizo posible que España dispusiera de una red ferroviaria relativamente densa hacia 1880, que contribuyó a abaratar los costes de transporte. En el sector minero, posibilitó la explotación a gran escala de los ricos yacimientos de hierro, plomo y cobre. La producción, en su mayor parte, se exportó, igual que los beneficios de las grandes compañías de capital extranjeras. Dichas inversiones tuvieron también efectos positivos para la economía española, que incrementó la capacidad importadora y dispuso de un mayor número de puestos de trabajo. 9 3.3. Los ferrocarriles, el gran espejismo En España, la ley general de ferrocarriles de 1855 inició una etapa en la que se trazaron y construyeron las principales líneas ferroviarias, hasta 1866. Antes de 1855, la construcción ferroviaria fue muy escasa, aunque existió una intensa especulación en torno a los proyectos. En estos años, se puso de manifiesto que la iniciativa privada autóctona no era capaz de aportar el capital necesario para tender, en un plazo razonable, una red ferroviaria de cierta consideración. La ley de 1855 confirmó el régimen de concesión de las líneas por 99 años, otorgó seguridad a las empresas concesionarias y clasificó la política de subvenciones, además de que estuvo acompañada por otra ley de bancos de emisión y sociedades de crédito (1856). Dos grandes compañías de capital francés y otras menores de capital extranjero y nacional, dieron un impulso decisivo a la construcción de la red: de 440 km en 1855 se pasó a 5.076 en 1866. La urgencia de la construcción y la idoneidad del trazado han sido punto de polémica entre los historiadores. La construcción ferroviaria tuvo sus efectos positivos y negativos. Por un lado, redujo sustancialmente (en torno al 50 por ciento) el precio de los transportes. Ante la dificultad de transportes alternativos, el “ahorro social” fue considerable, superior al de otros países europeos. Por último, el ferrocarril dio salida a muchos productos del interior, especialmente vinos y minerales y fue un elemento decisivo en la integración del mercado interior. Por otro lado, en cuanto a los efectos negativos, las elevadas tarifas limitaron las ventajas obtenidas, ya que hubo prácticamente precios de monopolio. Su impacto sobre la industria nacional fue escaso, debido a la existencia de franquicia arancelaria a las importaciones de material. El ahorro de costes conseguido no compensó el estímulo potencial que hubiera significado la demanda ferroviaria para el desarrollo de la industria siderúrgica. 4. España en el mundo: el estímulo exterior El período 1840-1880 se caracterizó por un crecimiento muy considerable del comercio exterior, mucho mayor (del 4,5 % anual) que el del PIB (1,7 %). Se produjo, pues, una apertura de la economía española al exterior. El comercio exterior ganó participación en la producción total española. La evolución del comercio (exportación e importación) pasó por diversas fases, siendo especialmente acelerada en los años de 1855-1865. La relación real de intercambio evolucionó positivamente para España, en especial hasta finales de la década de 1850. Después, se produjeron numerosas fluctuaciones. 4.1. El estímulo de la industrialización europea: las nuevas exportaciones España exportaba, sobre todo, materias primas y alimentos, siendo Francia e Inglaterra nuestros principales compradores (entre 50-60 %). El mercado colonial cubano suponía 10 casi un 20 %. Existía, pues, una elevada concentración de productos y países de destino. Los principales productos de exportación variaron a lo largo del periodo, reflejando el cambio estructural en las economías clientes de España. - El vino terminó afianzándose como producto estrella de las exportaciones, llegando a representar el 25 % de todo lo exportado por España. - Los metales y minerales también tuvieron un papel destacado, sobre todo después de 1868. Primero fue el plomo, exportado en barras y empleado en tuberías de agua y gas, así como en la metalurgia del oro y la plata (demanda impulsada por la urbanización europea). La expansión productora empezó en la década de 1820 y tuvo su centro neurálgico en las provincias de Almería y Murcia, aunque se extendió a las de Granada, Jaén y Córdoba. En 1870, tomaron importancia el cobre y el hierro. El cobre estuvo relacionado con la intensa explotación de las piritas onubenses, ricas en cobre, ácido sulfúrico y plata. Dos empresas de capital británico fueron las impulsoras de la explotación y exportación de estos minerales. El hierro tomó importancia después de 1880. El mercurio, aunque declinó, siempre fue un producto importante de exportación. En definitiva, las exportaciones de vino y minerales fueron los grandes protagonistas de la expansión del comercio exterior español, mientras que la lana y el aceite de oliva, tradicionales productos exportados, perdieron peso relativo. 4.2. Las importaciones: tecnología y materias primas Los cambios en la estructura de las importaciones reflejan con claridad los avances del proceso de industrialización y también sus limitaciones. Por un lado, la pérdida de peso y la reducción de las importaciones de alimentos y de tejidos extranjeros, partidas importantes en la balanza comercial de principios del siglo XIX. El retroceso de los alimentos, especialmente coloniales y pescado, obedeció a dos fenómenos diferentes: uno, los cambios en la composición de la demanda vinculados al incremento de la renta disponible; y, dos, la sustitución de las importaciones por productos nacionales. La caída de las adquisiciones de tejidos se relaciona con el desarrollo de la industria textil moderna en España, en un contexto de fuerte protección. Por otro lado, el incremento de las entradas de materias primas (algodón en rama, hilaza de cáñamo, lino, carbón mineral) y de maquinaria. Ésta y las manufacturas de hierro eran mayoritariamente importadas cuando se trataba de medios de equipo; en el caso del ferrocarril, las franquicias arancelarias favorecieron las entradas masivas de estos productos, especialmente numerosos entre 1860-66. Los autores señalan que la economía española dispuso de tecnología suficiente para el desarrollo. Es decir, la economía española no sufrió cortapisas en su desarrollo por falta de acceso a la tecnología o a las materias primas exteriores. 11 Comercio Exterior de España, 1790-1890. Porcentajes de productos alimenticios (1), de materias primas (2) y de bienes industriales (3) en los totales respectivos. EXPORTACIONES IMPORTACIONES (1) (2) (3) (1) (2) (3) 1790 29,1 39,9 31,0 43,0 12,4 44,6 1840 49,5 26,3 24,2 27,0 11,0 62,0 1890 53,5 21,1 25,4 20,3 28,7 51,0 4.3. La política comercial: los intereses y las razones La política comercial arancelaria ha tenido, por lo general, una doble finalidad: proteger la producción nacional y procurar ingresos al Estado. Asimismo, en torno a la dicotomía protección/librecambio han sido muchos los que han defendido la “protección aduanera” de las industrias nacientes (F. List en Alemania, A. Hamilton en Estados Unidos). En España, existió una pugna entre los defensores de una u otra política comercial. Al margen de las vicisitudes teóricas, la trayectoria de la política comercial española en el siglo XIX se inició con una política ampliamente prohibicionista, heredada del Antiguo Régimen y revalidada por los liberales cuando llegaron al poder. Como consecuencia de la difusión de las ideas librecambistas, sucesivas disposiciones (aranceles de 1841 y 1849) fueron reduciendo las prohibiciones y permitiendo la importación de muchos productos, a cambio del pago de fuertes aranceles. Después de 1868, se reformó radicalmente el sistema arancelario. El arancel de Figuerola contemplaba en el largo plazo medidas proteccionistas que se limitarían a recaudar un arancel de carácter fiscal (15 %). La Restauración de 1874 y la subsiguiente crisis finisecular limitaron el alcance de tales medidas. En conjunto, se pasó de un sistema prohibicionista a un sistema moderadamente proteccionista. Aunque se ha escrito mucho acerca de la incidencia de la política comercial en el crecimiento económico, puede decirse que el crecimiento económico y la modernización conseguidos en estos años centrales del siglo XIX ni se debieron al progresivo desmantelamiento del prohibicionismo ni fueron severamente obstaculizados por el mantenimiento de fuertes niveles de protección. 5. Un desarrollo industrial endógeno y limitado 5.1. El crecimiento industrial y sus límites Los años de 1840 a 1880 marcaron el arranque del desarrollo industrial en España. El propio sector industrial tuvo un crecimiento considerable, aunque no suficiente para impulsar una transformación profunda de la economía española en conjunto. El sector industrial adoptó innovaciones y tuvo iniciativas, pero no se consolidó como sector líder. En este periodo se dieron tres fases: 12 - 1840-1861: Crecimiento notable, propiciado por la introducción en España de las innovaciones desarrolladas en otros países; - 1861-1868: Fase de estancamiento, vinculada con la crisis algodonera (61-65), derivada de la guerra civil estadounidense, y con la crisis agraria y financiera de 1864-68; - 1868-1880: Nueva fase de crecimiento, impulsada por el subsector alimentario, la siderurgia y la minería. Entre 1850 y 1880, la producción industrial española (2,8 %) creció por encima de la francesa (1,3), de la inglesa (2,7) y de la italiana (2,2), reduciendo distancias con ellas, aunque a fines del XIX se encontraba todavía a larga distancia. 5.2. Los bienes de consumo: alimentos y tejidos La industria se caracterizaba, en estos años, por la preeminencia de la producción de bienes de consumo, especialmente de alimenticios y textiles, que en 1856 representaban un 56 y un 24 % respectivamente, por un 42 y un 29 en 1879. - Las industrias alimentarias. En la producción de harinas y aceites las innovaciones productivas fueron de muy corto alcance. En el caso de la harina, destacó la creación de una serie de fábricas modernas de amplia capacidad que, básicamente, se situaron a lo largo del Canal de Castilla (Palencia y Valladolid). En el aceite, las innovaciones se centraron en los rulos troncocónicos y la prensa hidráulica cuya difusión fue muy modesta y, desde luego, insuficiente para la producción de aceituna. Otro tanto ocurría en otras industrias, como las conservas o las pastas. - Industrias textiles. Fueron, sin duda, las manufacturas que experimentaron una modernización más intensa y las que dieron lugar a auténticos procesos de industrialización en algunas zonas. La industria algodonera fue la que experimentó cambios técnicos y organizativos más profundos y de mayor impacto sobre la economía en su conjunto. Cataluña, que había sido pionera en la industria textil algodonera, al perder los mercados coloniales dirigió su producción hacia el mercado interior, incorporando las innovaciones técnicas inglesas. En 1833, José Bonaplata introdujo el vapor. El consumo de algodón en rama se disparó: de 5,6 millones de toneladas en 1839-43 hasta 40,7 en 1879- 1883. La hegemonía catalana en el sector fue casi absoluta, utilizando, en un primer momento, el vapor (carbón) y la fuerza hidráulica (cauces del Ter y del Llobregat). Entre 1840-1880, la producción algodonera se multiplicó por siete, habiendo incrementado la productividad y reducido los precios. Los textiles de algodón desplazaron del mercado a los antiguos tejidos de manufacturas locales y a los ingleses, introducidos de contrabando. Para Cataluña fue un sector líder, pero no tiró del resto de la economía española. Otros textiles también se 13 modernizaron, especialmente los productos de calidad de lana producidos en Tarrasa y Sabadell, Antequera, Alcoy, Béjar y Palencia. 5.3. La industria pesada y los bienes intermedios La industria siderúrgica fue un sector líder en la primera revolución industrial inglesa. La clave de su éxito fue la sustitución del carbón vegetal por el mineral, mucho más barato. En España no se introdujo el procedimiento de alto horno para la producción comercial hasta la década de 1830. Los primeros altos hornos al carbón vegetal fueron encendidos en Marbella en 1829 y pronto se levantaron también instalaciones de afino mediante carbón mineral en Málaga (1833). La experiencia malacitana incorporó tecnología avanzada y contaba con hierro, pero no con carbón. Hubo también industria férrica en el Pedroso (Sevilla). En la década de 1840, la hegemonía andaluza en la siderurgia española era muy notable, con un 85 % de la producción total de 1844. Más adelante, la falta de carbón en Andalucía (el carbón cordobés era caro y malo además de lejano) favoreció la instalación de la siderurgia en Asturias, con capital francés, que en la década de 1860 tomó el relevo de Andalucía. Sin embargo, finalmente, fue la siderurgia vasca la que terminó imponiéndose, pues sus exportaciones de hierro, libre de fósforo, a Inglaterra permitieron traer carbón inglés a precios más reducidos. Con todo, la producción siderúrgica española quedaba muy distante de la alemana o inglesa, también de la belga o austriaca. En torno a 1880, España producía unas 100.000 toneladas de hierro frente a los 2,5 millones de Alemania o Inglaterra. ¿Pudo la demanda ferroviaria haber impulsado la industria siderúrgica hispana? ¿Podía ésta haber satisfecho tal demanda? Entre las industrias de bienes intermedios estaba la industria química muy ligada a la demanda de la manufactura textil, que necesitaba blanqueadores, siendo la sosa y el cloruro de sal productos básicos de este subsector. Por último, el carbón: localizado, principalmente, en Asturias y León, además de otras provincias con producciones secundarias, como Córdoba. El carbón español era, en comparación al de otros países, escaso, caro y malo. 6. Los límites de la primera industrialización España experimentó, en el periodo 1840-1880 un crecimiento económico considerable que, en parte, se explica por el retraso acumulado en las décadas anteriores. El sector agrario siguió siendo el fundamental. La estructura de la propiedad surgida del desmantelamiento del viejo orden del Antiguo Régimen configuró el predominio de la gran propiedad en muchas zonas de España. El exceso relativo de mano de obra y las preferencias de los propietarios impusieron, en esas zonas, un crecimiento de carácter 14 extensivo con bajos niveles de inversión y de productividad, que implicaba una baja capacidad adquisitiva de los trabajadores agrarios. El nuevo sistema fiscal, implantado en 1845, no proporcionó los ingresos suficientes para que el Estado pudiera proveer adecuadamente servicios fundamentales, como educación, sanidad, carreteras, etc. Tampoco pudo evitarse el déficit público, cuya financiación redundó en elevados tipos de interés, que seguramente desalentaron la inversión privada. La construcción del ferrocarril se realizó con retraso, pero con notable intensidad y fuerte contribución de capitales foráneos. Su aportación al crecimiento fue menor de la esperada, en parte, porque no encontró suficiente demanda para sus servicios y, en parte, porque se construyó con materiales extranjeros. El incremento de la demanda exterior de vinos y minerales procuró recursos para la importación de materias primas y maquinaria que tuvieron efectos positivos para la modernización del país. La política comercial siguió una senda de progresiva liberalización, aunque manteniendo fuertes niveles de protección. En el sector industrial se introdujeron las innovaciones fundamentales de la época, pero su crecimiento se vio decisivamente limitado por la estrechez del mercado interior y por la carestía del carbón, agente energético fundamental. En definitiva, la etapa de 1840-1880 constituye un periodo de notable crecimiento y de importantes transformaciones, pero lastrado por la persistencia de algunos rasgos estructurales negativos: los principales, sin duda, fueron una agricultura atrasada y un Estado económicamente débil. La industria fabril por sectores en España, en 1856 y 1900. Porcentajes sobre total 1856 1900 Alimenticias 55,78 40,33 Textiles 23,65 26,67 Metalúrgicas 3,24 8,11 Químicas 3,50 5,57 Papel 2,33 5,03 Cerámica-Vidrio 5,34 4,00 Madera-Corcho 1,23 3,25 Cuero 3,82 2,93 Diversas 1,10 4,10 Total 100 100 Fuente: Nadal, J. (1989): “La industria fabril española en 1900. Una aproximación”, J. Nadal.; A. Carreras y C. Sudriá, (compiladores), La economía española en el siglo XX. Una perspectiva histórica, Barcelona, Ariel, pp. 52-53. 15 Niveles regionales de industrialización, en 1856 y 1900 1856 1900 1 2 3 1 2 3 Galicia 5,61 12,06 0,46 3,05 10,71 0,28 Asturias 1,85 3,62 0,51 2,80 3,54 0,79 León 4,36 5,71 0,76 2,31 5,45 0,42 Castilla la Vieja 10,18 10,93 0,93 6,90 10,09 0,68 Castilla la Nueva 9,81 10,02 0,98 9,60 10,87 0,88 Extremadura 3,77 4,67 0,81 2,30 4,98 0,46 Andalucía 24,02 19,89 1,21 19,08 20,13 0,95 Murcia 2,70 3,95 0,68 2,19 4,07 0,54 Valencia 6,67 8,55 0,78 8,31 8,25 1,01 Cataluña 25,60 11,22 2,28 38,58 11,11 3,47 Aragón 3,57 5,97 0,60 3,32 5,16 0,64 Baleares 1,65 1,81 0,91 1,22 1,76 0,69 Canarias 0,20 1,59 0,13 0,33 2,03 0,16 España 100 100 100 100 100 1,00 1: Fabricación (%); 2: Población (%); 3: ½ Fuente: Nadal, 1989, p. 48. PIB español per cápita, 1850-1880 (euros de 2010) 2.800 2.600 2.400 2.200 2.000 1.800 1.600 1.400 1.200 1.000 Fuente: elaboración propia a partir de Maluquer (2016): España en la economía mundial. Series largas para la economía española, 1850-2015, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, pp. 102-107. 16 PIB per cápita España/UE, 1850-1883 (UE=100) 85 80 75 70 65 60 55 Fuente: Carreras y Tafunell (2004): Historia Económica de la España Contemporánea, Barcelona, Crítica, Apéndice, col 4. 7. La revolución de los transportes y la gran depresión agraria finisecular A partir de finales de la década de 1870 la agricultura europea entró en una etapa de larga crisis, conocida como la gran depresión agraria finisecular. Dicha crisis se originó por la extraordinaria expansión de la superficie sembrada en los países nuevos (EEUU, Canadá, Argentina, Australia, etc.) y el rápido y barato transporte al continente europeo, gracias al desarrollo de las redes ferroviarias y de la navegación a vapor. Fue, pues, una crisis de exceso de oferta estructural que se tradujo en una fuerte caída de los precios de los productos, de la renta de la tierra y de los ingresos de los agricultores, especialmente de los productores de cereales. Veamos tales hechos más detenidamente. Así, a mediados de los setenta (1870), ya existían grandes extensiones ultramarinas bien conectadas con Europa por la combinación de ferrocarriles y barcos vapores. Las “nuevas tierras” y los “nuevos transportes” inundaron los mercados europeos de productos agropecuarios (ultramarinos), principalmente de cereales (trigo). La crisis europea fue diversa, según países, pero en España fue intensa y duradera. Aquí, la llegada de los trigos ultramarinos a las zonas costeras redujo mercados a los productores del interior, produciéndose una caída de los precios, de los ingresos y de la renta de la tierra, al tiempo que cerraban miles de explotaciones y disminuía la demanda de trabajo en el campo, lo que empujó a emigrar a miles de personas. 17 La crisis de los cereales se vio agravada por la del olivar, también afectado por la llegada a Europa de otras grasas vegetales y minerales que sustituían con ventaja al aceite de oliva, cuyas exportaciones y precios se redujeron en torno a un 20 %. La caída de ambos sectores productivos fue compensada en parte por la expansión vitivinícola, impulsada por el impacto de la filoxera en las vides francesas y el consiguiente aumento de la demanda de vinos por parte del país vecino. Durante la década de 1880 el sector vitivinícola español vivió una época dorada, expresado principalmente a través de las exportaciones. Con todo, hacia 1890, la situación cambió, entrando en crisis los viñedos españoles cuando también fueron atacados por la filoxera. Así, las crisis de los cereales, del olivar y del viñedo crearon una situación muy depresiva en el campo español, con consecuencias sociales y económicas, manifestadas, sobre todo, a través de la emigración. La emigración transoceánica fue el fenómeno más sobresaliente de la gran depresión agraria. La dimensión del fenómeno varió entre los máximos alemán, escandinavo e italiano y el mínimo francés. España tuvo una emigración masiva. Entre 1885 y 1913 y en dos grandes oleadas emigraron más de 2,5 millones de personas, muchos con retorno (en torno a un millón). Los emigrantes procedían, principalmente, de las dos Castillas y del noroeste (Galicia y Asturias). También salieron muchos del sureste peninsular (Murcia, Almería), una vez agotado el ciclo minero. No tanto del litoral mediterráneo y de Andalucía. Los principales factores de expulsión y de atracción de la emigración pueden sintetizarse así: - En primer lugar, el precio de los cereales por la competencia internacional. La caída de los ingresos aumentó el paro agrícola en las zonas cerealistas y arruinó a muchos agricultores, que terminaron emigrando. De ahí, las sucesivas e intensas presiones en favor de la protección del sector. - En segundo lugar, la demanda de trabajo en América, en el caso español principalmente Argentina, destino preferente de muchos miles de españoles entre 1902 y 1912. Emigraron, sobre todo, campesinos diestros en las tareas agrarias y con alguna alfabetización. Tal vez, por ello, no salieron tanto los jornaleros andaluces, analfabetos y con escasa cualificación. La emigración española fue, con todo, inferior y menos intensa, en términos relativos, que la de otros países europeos. Así, la emigración italiana entre 1880 y 1914 fue muy superior a la española. En España propietarios y cultivadores se organizaron como grupo de presión y se movilizaron reclamando protección frente a la competencia, protección que se plasmó en el Arancel de 1891. Un año antes (1890) se aprobó el sufragio universal masculino. 18 8. Proteccionismo agrario y proteccionismo industrial A finales de los años de 1880, tras la finalización del tratado de comercio franco-español, se abrió un período de incertidumbre social y económica, en el que confluían los problemas agrarios e industriales relacionados con la competencia propiciada por la globalización. Así, trigueros castellanos, industriales textiles (algodoneros y laneros) catalanes y siderúrgicos vascos confluyeron en la solicitud de mayor protección y de ayuda y fomento a sus sectores. España fue uno de los últimos países en adoptar posiciones proteccionistas, pero su grado de protección fue más intenso y duradero que el de otros países vecinos. Aquí, en el Arancel de 1891 confluyeron: - Los trigueros castellanos formaban un grupo de posición muy sólido en defensa de un arancel proteccionista que cerrase para siempre la herencia liberal del Arancel de Figuerola (1869). - Los industriales textiles catalanes, que eran el grupo que tradicionalmente había defendido la necesidad de más protección, apoyaron las peticiones de los productores agrarios. - Pronto se unieron los siderúrgicos vascos, cuyas exportaciones empezaron a reducirse, especialmente a partir del Arancel de 1887 de Italia, principal país de destino de los lingotes de hierro y de acero vizcaínos. A partir de entonces, presionaron para una mayor reserva del mercado español, que obtuvieron en el Arancel de 1891, y años después lograron la liquidación de la exención arancelaria para la importación de material ferroviario (1896) y un conjunto de medidas para la construcción de la flota mercante con material español. A mediados de la década de 1890, España era un país fuertemente protegido, lo que le distinguía de otros países del entorno. Así, en 1894, no hay ningún otro país europeo con tan alta protección en los cereales, excepción de Portugal. Dicha protección explica la pronta recuperación de los precios entre 1895 y 1905 y, en consecuencia, de los ingresos de los agricultores. El elevado proteccionismo agrario tuvo como efecto el mantenimiento de una agricultura ineficiente y atrasada, que se mantuvo y se amplió durante el primer tercio del siglo XX, aunque algunos sectores mostraron cierto dinamismo. Por ejemplo, los frutales y los productos de huerta crecieron basándose fundamentalmente en su competitividad en los mercados exteriores. Otro tanto ocurrió, tras sus respectivas crisis, con el vino y el aceite, cuyas producciones se orientaban, en buena medida, al exterior. El viraje proteccionista de 1891 y sucesivos se vio reforzado por la protección automática que proporciona la depreciación de la peseta y el posterior Arancel de 1906, que tuvo un fuerte contenido industrial. La depreciación de la peseta comenzó ya en 1892, cayendo frente al franco (Francia) y la libra (Gran Bretaña) en torno a un 8 %, devaluación que continuó en años sucesivos, superando el 30 % en 1898. A partir de entonces, recuperó valor hasta 1906. Puede decirse que entre 1892 y 1906, la depreciación de la peseta reforzó el proteccionismo español. En este último año, la apreciación de la moneda se vio compensada por el Arancel de 1906. 19 El Arancel de 1906 tuvo un fuerte contenido industrial, pues a los algodoneros catalanes y ferreteros vascos se unieron la minería del carbón, la industria lanera y las construcciones mecánicas. De esta manera, se fue conformando un marco cada vez más restrictivo para la competencia extranjera. Se estaba llegando a la “protección integral”, a una plena sustitución de importaciones. Los niveles de protección nominal conseguidos por los sectores industriales más importantes fueron extraordinariamente elevados, situados por encima del resto de países europeos. La protección (arancel y devaluación) se vio complementada por ayudas directas del Estado, bien mediante exenciones y privilegios fiscales, bien a través de primas y ayudas, bien por medio de compras públicas. La Ley de Fomento de la Industria de 1907 fue un ejemplo característico. En esta etapa de entresiglos (1891-1913) surgieron nuevas actividades industriales entre las que destacan la producción de cemento artificial, de material ferroviario, de material eléctrico y telefónico y de la agroindustria. La disponibilidad de electricidad abundante y barata, la repatriación de capital tras la pérdida de las colonias y la posterior neutralidad española en la gran guerra europea tuvieron mucho que ver en este avance industrial. 9. La pérdida de los últimos mercados coloniales y la Hacienda Pública A finales del siglo XIX las últimas colonias del Imperio español constituyeron mercados alternativos ante los crecientes problemas de la economía española peninsular. Esto es, las colonias antillanas, principalmente Cuba y Puerto Rico, sufrieron las consecuencias de la difícil situación económica de la metrópoli. Así, la ley de Relaciones Comerciales con las Antillas de 1882 fijó una fuerte asimetría entre la península y las colonias insulares. Mientras que el mercado colonial es, a todos efectos, un mercado libre y protegido para los productores peninsulares, los productores coloniales deben pagar aranceles para acceder al mercado peninsular. A partir de esta ley, los industriales manufactureros, catalanes sobre todo, sacaron un buen partido de la situación y reorientaron sus excedentes hacia Cuba, Puerto Rico y, en menor medida, Filipinas. Pero las tensiones entre la metrópoli y las colonias no cesaron hasta el estallido de la siguiente guerra cubana. La primera tuvo lugar entre 1868 y 1878 y esta segunda se libró desde 1895 hasta 1898. Los mercados de Cuba y Puerto Rico eran importantes para la economía peninsular y la pulsión imperial española se había reforzado tras el Congreso de Berlín de 1885 (reparto de África). Ambos hechos reforzaron la idea de hacer frente a los intentos independentistas de las colonias, iniciándose un último y duro enfrentamiento militar. Nadie dudó de la necesidad de vencer a los sublevados. Incluso se rechazó una suculenta oferta de compra de la isla por parte de Estados Unidos. La guerra costó unos 3.000 millones de pesetas, cantidad que había de financiarse por diversos mecanismos: incremento de impuestos, emisión de deuda y recurso al Banco de España (emisión de liquidez). La mayor cantidad de dinero en circulación impulsó decididamente el crecimiento de una economía que estaba bloqueada por la ausencia de numerario. Con todo la guerra y posterior derrota dejaron deudas que hubieron de ser pagadas. 20 El ministro de Hacienda, Raimundo Fernández Villaverde, realizó una emisión enorme de deuda. El inevitable aumento de la deuda se vio acompañado por un aumento de los impuestos y una reducción del gasto. Villaverde también impulsó una reforma fiscal que introdujo nuevos impuestos sobre los sueldos de los funcionarios, sobre los intereses de las obligaciones y de la Deuda Pública, sobre los beneficios de las empresas, nuevos impuestos indirectos sobre las tecnologías emergentes, etc. En conjunto, un aumento significativo de la presión fiscal. El impacto regional y sectorial de la derrota de 1898 fue muy desigual y de ahí también el desigual comportamiento ante la subida de impuestos. Dos ejemplos sirven para mostrar la situación. Cataluña perdió (y bastante) con el final del mercado antillano, de ahí tal vez su resistencia a la subida de impuestos, lo que reforzó las posiciones del catalanismo político. El País Vasco, por el contrario, vivió una época de importantes iniciativas empresariales, muchas de ellas ligadas a nuevas tecnologías. Otro tanto ocurrió en Madrid y Asturias. En una y otra, la pérdida de las colonias se había notado menos y, por consiguiente, la subida de impuestos fue menos impopular. 10. El auge intersecular. La formación de la gran empresa moderna y el arranque de la Segunda Revolución Industrial El conocido como “desastre del 98” no fue tal desde el punto de vista económico. La pérdida de las colonias supuso una poderosa ayuda para el desarrollo de la economía española ya que provocó una entrada masiva de capitales procedentes de las Antillas, pero también de otros países americanos de los cuales los españoles retiraron capitales en busca de nuevas y elevadas rentabilidades o forzados por la cancelación del pago de los intereses de la Deuda en el extranjero a ciudadanos españoles. Por una y otras razones se produjo un importante ciclo inversor (1898-1903), con un flujo de capital similar a un 25 % de la renta nacional. La entrada masiva de capitales favoreció la formación de la gran empresa moderna en España, vinculada, especialmente, con los ámbitos industrial, eléctrico y financiero (ya existía la gran empresa ferroviaria y la gran empresa minera). Algunos ejemplos fueron: - Siderometalúrgicas: Altos Hornos de Vizcaya, Sociedad Metalúrgica Duro Felguera y Nueva Montaña (Santander) - Construcciones metálicas: Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas Hispano-Suiza - Químicas: Unión Resinera Española, Unión Española de Explosivos. - Alimentarias: Sociedad General Azucarera. Unión Alcoholera Española - Cementeras: Compañía General de Asfaltos, Portland - Papeleras: Papelera Española - Eléctricas: Hidroeléctrica Española, S.A. Mengemor, etc. - Bancos: Banco Hispano Americano, Banco de Vizcaya, Banco Español de Crédito, etc. 21 Muchas de estas grandes empresas resultaron de fusiones empresariales no sólo como movimiento defensivo, ante el exceso de competencia, sino, sobre todo, como movimiento ofensivo, orientado a la obtención de economías de escala. La constitución y desarrollo de este núcleo de corporaciones de gran tamaño ha tenido una especial trascendencia histórica. Pese al atraso económico español, las empresas industriales de nuestro país ocuparon posiciones relevantes en el ranking mundial (por activos) de sus respectivos sectores en los años inmediatamente posteriores a la finalización de la Gran Guerra. Este hecho singulariza a España respecto a otros países industrialmente más avanzados. No faltaron, pues, grandes empresas ni tampoco mercados oligopólicos. Paralelamente a las grandes compañías industriales, nació y se desarrolló la gran banca, con amplios recursos y muy comprometida con la promoción y financiación de empresas industriales y de servicios, llegando a ser muy estrecha la interrelación entre banca e industria en la economía española del primer tercio del siglo XX. España, pues, no estuvo al margen de las nuevas tendencias empresariales, vinculadas en gran medida al desarrollo de bancos de inversión. La promoción de nuevas empresas y las fusiones estimularon el desarrollo del mercado secundario de capital: las bolsas de valores, especialmente en Bilbao y Madrid. Otro hecho distintivo de este período (1891-1913) es el predominio de los capitales españoles frente a otros de origen foráneo. Dicho de otra manera, el boom inversor de los primeros años del siglo XX generó un nuevo capitalismo español, a diferencia de lo ocurrido en las décadas centrales del siglo XIX, ampliamente dominadas por el capital extranjero. En estos años, pues, tuvo lugar una intensa naturalización del capitalismo español, que había de continuar más adelante, en los años de la Gran Guerra (1914- 1918) y siguientes. Dicho predominio tal vez favoreciera el nacionalismo económico, fuertemente arraigado tras “el desastre del noventa y ocho”. Así, pues, nuevas actividades y nuevos sectores industriales, impulsados por grandes empresas, propiciaron el crecimiento industrial, centrado y favorecido por la difusión de nuevas tecnologías, especialmente el aumento y abaratamiento de la oferta energética: la electricidad. España adoptó rápidamente la nueva tecnología eléctrica, con múltiples iniciativas, sobre todo en el mundo urbano. La demanda de electricidad fue de tres tipos: a) La demanda de iluminación, copada por las empresas gasistas que hicieron todo lo posible por continuar el negocio y también por entrar en la actividad eléctrica. Un caso destacado fue el de Catalana de Gas y Electricidad, creada en 1912 partiendo de empresas gasistas preexistentes. b) La demanda de fuerza, condicionada por la rebaja del precio de los motores eléctricos. La electrificación de la industria fue rápida, gracias a la difusión y miniaturización de los motores. El motor eléctrico permitió que la pequeña empresa y el taller dispusieran de una tecnología eficiente, adecuada para su escala de producción y relativamente barata. c) La demanda de tracción, inicialmente la más desarrollada y la que atrajo más capitales. Especialmente, el tranvía eléctrico urbano, con casi 1.000 kms en 1914 y 166 millones de pasajeros. En este sector fue notable la presencia de capital belga. 22 Tales demandas favorecieron la rápida e intensa implantación de la electricidad en España, un país con escasez de recursos carboníferos y unas condiciones relativamente favorables para la producción eléctrica: fuertes pendientes y saltos de los ríos españoles. El propio desarrollo tecnológico en el sector eléctrico hizo que pronto se pudiera transportar a larga distancia la electricidad, gracias a la corriente de alto voltaje. Este hecho impulsó decisivamente la producción de fuerza eléctrica y el dimensionamiento del sector, que atrajo grandes sumas de capital y fue cuna de grandes empresas, en el mundo, en Europa y en la propia España. La iniciativa española en el campo hidroeléctrico no se hizo esperar, aunque con notables diferencias territoriales. El País Vasco lideró la creación de empresas eléctricas, concebidas como grandes desde sus inicios, caso de Hidroeléctrica Ibérica (1901). Algo después se constituyeron, Hidroeléctrica Española (1907) y Unión Eléctrica Vizcaína en 1908. Después de 1909, el negocio eléctrico era boyante y empezaron a entrar capitales extranjeros, presentes ya en diversas regiones españolas, principalmente en Madrid y en Cataluña. 11. Una lenta divergencia Los tres primeros lustros del siglo XX, hasta la primera Guerra Mundial, fueron de una gran prosperidad, en buena parte de Europa y en otras tantas zonas ultramarinas. La formación del mercado mundial y la eclosión de las relaciones económicas internacionales facilitaron mejoras continuas en la asignación de recursos productivos y un crecimiento sostenido de la economía mundial. España, en cambio, aprovechó poco esta tendencia. La evolución del PIB per cápita español en relación al de la media europea de 1883 a 1913 así lo muestra: la divergencia a largo plazo es real, los datos contundentes, cada vez más sólidos y precisos. Sin embargo, otra cosa es explicar tal trayectoria, argumentar causas o posibles explicaciones. Aquí también existe una amplia dispersión. Esto es, no existe una explicación única. Hace bastantes años Jordi Nadal estableció el fracaso en que no se había desarrollado el conjunto de bienes intermedios y de maquinaria y material de transporte que caracteriza una economía industrial madura. España se había quedado en la infancia de su industrialización. Y esto había ocurrido en los primeros lustros del siglo XX, no en las décadas centrales del siglo XIX, en las que España trató de incorporarse al grupo de naciones más avanzadas. Por el contrario, en los años siguientes (1883-1913), España diverge, se atrasa, de ahí que el fracaso sea un rasgo exclusivo de los decenios finiseculares y de los primeros años del siglo XX. Se han dado varias explicaciones acerca de este proceso de divergencia: - El atraso agrario. La Reforma Agraria Liberal fue incapaz de incrementar la productividad agraria, con lo que no aumentaron los ingresos de la población rural. De aquí, la falta de un creciente mercado interno, que limitó el crecimiento 23 de la industria y no favoreció el éxodo rural. Se mantuvieron unas altas tasas de empleo agrario, superior al 50 %. - La pérdida de las últimas colonias en 1898, en un momento de expansión del colonialismo europeo, justificaría la falta de mercados reservados para la industria española. El proteccionismo internacional dificultaba el acceso a mercados exteriores a los escasos productos españoles competitivos en el exterior. - La deficiente escolarización. Las carencias educativas impidieron que España aprovechara sus oportunidades en todos los campos por la escasa preparación del capital humano. Por un lado, los problemas de demanda, especialmente de escolarización femenina. La baja alfabetización redujo las oportunidades de emigración. Los individuos escolarizados disponían de más oportunidades de trabajo. Por otro, la oferta de escuelas fue reducida durante la Revolución Liberal (siglo XIX). El nuevo Estado Liberal apenas impulsó la formación escolar hasta 1900, cuando se creó el Ministerio de Instrucción Pública. También, por aquel entonces, desembarcaron en España numerosas órdenes religiosas, que se dedicaron a la educación. Así, pues, las escuelas municipales llevaron una vida pobre y precaria durante el siglo XIX y primeros decenios del siglo XX, mientras que el impulso estatal de 1900 resultó insuficiente. Sin duda, la falta de escolarización tenía mucho que ver con la debilidad de la Hacienda española. Un Estado pobre rehuía asumir nuevas obligaciones de gasto. - Los problemas de la Hacienda. La evolución del saldo presupuestario, entre 1850 y 1913, deja ver un continuado déficit público, que aumenta en las décadas de 1860 y 1870, reduciéndose en los ochenta (1880) y llegando a algunos años de superávit tras la reforma de Villaverde (1899). La deuda pública en relación con el PIB fue elevada hasta 1880 y se mantuvo en décadas siguientes. El endeudamiento del Estado dio lugar a varios “arreglos” o conversiones y mantuvo elevados los tipos de interés a largo plazo. Los problemas de la Hacienda habían distorsionado de tal modo las decisiones de los gobiernos que estos habían optado siempre por medidas a corto y medio plazo, retrasando la adopción de políticas promotoras del crecimiento económico a largo plazo. - España no llegó a integrarse en el patrón oro. El sistema español se basaba en el oro y la plata y tuvo dificultades para mantener las reservas en oro. La marginación del patrón oro impidió que el país se beneficiara de las ventajas de la integración en la economía internacional, aunque algunos autores creen que en realidad no fue tan negativo. De hecho, las sucesivas iniciativas para la integración en el patrón oro (1902, 1903, 1906, 1908 y 1912) pudieron tener un efecto depresivo (elevar la cotización de la peseta y aplicar una política monetaria contractiva). Una economía en desarrollo se enfrentó a una reducción de la oferta de dinero. Es decir, la ausencia de España del patrón oro no fue un 24 problema, pero sí lo fue la dureza de las políticas de ajuste aplicadas para intentar incorporarse a él. El período de 1891 a 1914 fue una época de repliegue de la economía española, que trajo consigo una fuerte divergencia respecto a la media europea. El nacionalismo político acabó por reforzar la vía nacionalista de industrialización y a descartar opciones alternativas. España aprovechó poco la era de la primera globalización. El viraje nacionalista se fue concretando a través de sucesivas medidas, entre las que destacaron: El arancel acusadamente proteccionista de 1891, que inició la asunción de una política económica nacionalista, que iría intensificándose en las décadas siguientes. Política de fomento de la producción nacional, consistente en la concesión de exenciones y privilegios fiscales, subsidios, primas y contratos por parte del sector público, medidas todas ellas destinadas a sostener y estimular el crecimiento de determinados sectores industriales. Política monetaria devaluatoria de la peseta y cierta marginación del sistema de patrón oro. A las medidas anteriores, habían de unirse la pérdida de las últimas colonias ultramarinas y la repatriación de capitales, acontecimientos que reforzaron el repliegue nacionalista. Un repliegue que coincidió con el desarrollo de la Segunda Revolución Tecnológica y la Primera Globalización. Resumen realizado a partir de: Pascual, P y Sudriá, C. (2002): “El difícil arranque de la industrialización (1840-1880)”, Comín, F; Hernández, M y Llopis, E, eds, Historia Económica de España. Siglos X-XX, Barcelona, Crítica, pp. 203-241. Carreras. A. y Tafunell, X. (2003): “El viraje nacionalista, 1891-1914”, Historia Económica de la España Contemporánea, Barcelona, Crítica, pp. 185-221. 25