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3 EL NUEVO ROSTRO URBANO La forja de una identidad ESTIMAMOS que en 1954 Lima Metropolitana avanza hacia los 6'000,000. Población distribuida en 47 distritos y dos...

3 EL NUEVO ROSTRO URBANO La forja de una identidad ESTIMAMOS que en 1954 Lima Metropolitana avanza hacia los 6'000,000. Población distribuida en 47 distritos y dos provincias: Lima y Callao. Su expansión urbana está conectando tres valles costeros: Rímac, Chillón y Lurín. Su población, según su extracción social y económica, está polarizada. Por un lado, cerca del 80% vive en asentamientos urbanos populares. Y, por otro lado, más del 20% se concentra en barrios residenciales de los sectores medios y opulentos. Del 80% de la población considerada como sectores populares, casi el 37% radica en barriadas (encuesta IEP), un 23% en urbanizaciones populares (Censo 1951) y un 20% en tugurios, callejones y corralones (Plandemet 1980). Esto significa que la barriada en lo urbano, constituye el asentamiento mayoritario de los sectores populares. En los últimos 28 años, período que va de 1956 a 1984 su crecimiento ha sido sorprendente. Así en 1956, en que realizamos el primer censo general, con los alumnos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, se registró un 72 Matos Mar total de 56 que concentraban 119,886 habitantes, 9.5% del total de la población de Lima Metropolitana, estimada en ese entonces en 1'260,729 habitantes. Prácticamente se duplicó a 316,829 habitantes en 1961 (17.2%). En 1972 lograron concentrar 805,117 habitantes (24.4%). El último censo de 1981 dio un total de 408 que albergaban a 1'460,471 habitantes (32.5%). A fines de 1983, cuando aplicamos, con un equipo del Instituto de Estudios Peruanos, una encuesta a dirigentes y pobladores antiguos de las barriadas de Lima, reveló que el número de pueblos jóvenes había llegado a 598, con 2'184,000 habitantes que constituían el 36.4% de la población total de Lima Metropolitana. En menos de treinfa años la barriada, antes inexistente, se ha convertido en el personaje principal de una Lima transformada. En los últimos 44 años, que van entre 1940 y 1984, la capital del Perú aumentó su población en casi diez veces. En efecto, según el censo de 1940 Lima albergaba 645,172 habitantes; 21 años después (Censo 1961) la cifra se había triplicado con 1'652,000 habitantes; según el censo, en 1972 llegó a quintuplicarse con 3'302,523, para luego alcanzar, en 1981 (Censo), un volumen siete veces mayor, 4'492,260 y avanzar en 1984 hacia los seis millones, igualando casi la población que tuvo el Perú todo en 1940. Este tremendo salto demográfico constituye uno de los mayores cambios en el proceso peruano. La geografía física y humana de la capital ha sufrido una seria alteración, acompañando al gran cambio del país que en 1940 era rural (65%) y ahora urbano (65%).El ritmo del crecimiento de la población de la capital es superior al nacional. Mientras la primera tuvo una tasa de crecimiento medio- anual de 3.7% en el período intercensal 1972-81, la segunda sólo tuvo 2.5% en el mismo lapso. 3/ El nuevo rostro urbano 73 Lo cual significó que Lima Metropolitana albergó al 41% de la población urbana del país y al 27% de su población total. A julio de 1984 se puede afirmar que cerca del 50% de la población urbana nacional, así como más del 30% de la población total del Perú, vive en la gran Lima. El centralismo limeño iniciado en el siglo XVI, adquiere ahora un nuevo carácter y dinámica. Esta concentración masiva somete las estructuras espaciales y sociales del mundo urbano a tensiones nunca vistas en el pasado del país. La gran Lima absorbe una de las más altas proporciones de los migrantes del país, de los que abandonan su lugar de origen y hartos de la estrechez de la provincia buscan la oportunidad de un porvenir mejor. Según el censo nacional de 1981, el 41 % de su población, que representa en términos absolutos a 1'901,697 habitantes, era migrante; de los cuales el 54% provenía de la sierra. De la población inmigrante que afluyó de los 24 departamentos del país, correspondía la más alta proporción a Ancash (10.6%), Ayacucho (8.38%), Junín (8.11%) y la más baja a Madre de Dios con 0.13%. Cabe destacar que más del 10% de estos inmigrantes provenían de las otras provincias del departamento de Lima, especialmente de distritos serranos. En 1984, Lima es ciudad de forasteros. Las multitudes de origen provinciano, desbordadas en el espacio urbano, determinan profundas alteraciones en el estilo de vida de la capital y dan un nuevo rostro a la ciudad. La expansión urbana que ha incorporado al Area Metropolitana los valles de Chillón y Lurín, tiende a urbanizar en su extremo norte el espacio rural desde el borde del valle del Rímac hasta Ancón, en el sur hasta Pucusana, en el este incursiona hasta Ricardo Palma y en el nor- este abre el bolsón de San Juan de Lurigancho. Esta tenden 74 Matos Mar cia demuestra que el gran porcentaje de la población migrante ha ocupado nuevas áreas, y buena parte de la nativa ha tendido a salir del área central (casco urbano concentrado). La presión ejercida por la nueva población, no solamente ha provocado el desplazamiento de los antiguos ocupantes sino que ha dado lugar a un estallido espectacular de los antiguos límites del área metropolitana. El crecimiento de la población discurre paralelamente a la expansión del área ocupada. Así mientras la superficie urbana de Lima creció en 800 Has. entre 1920 y 1940 (de 3,166 Has. a 3,966 Has.); entre 1940 y 1961 se expandió en otras 4,711 Has. (de 3,966 Has. a 8,677 Has.); para luego mostrar un crecimiento explosivo de 19,716 Has. en el período 1961-1981 (de 8,766 Has. a 28,393 Has.) y am- pliarse en 2,862 Has. más, en los tres años siguientes (de 28,393 Has. a 31,255 Has.). Acompañando esta expansión se ha producido una seria transformación de la composición física, social y cultural del casco urbano concentrado, mientras gran parte de los distritos tradicionales como Jesús María, Breña, Lince, La Victoria, San Miguel, Rímac, Barranco, Surquillo, Chorrillos, Chucuito y Callao, decaen y tienden a convertirse en zonas deprimidas. En el período intercensal 1972 a 1981, ha crecido sig- nificativamente la población de 24 distritos, la mayoría de los cuales corresponden a los sectores más pobres, ellos son: San Juan de Lurigancho, Ate-Vitarte, Santiago de Surco, San Luis, La Molina, Santa María del Mar, San Bartolo, Carabayllo, Cieneguilla, San Juan de Miraflores, San Martín de Porras, Comas, Bellavista, Villa María del Triunfo, Puente Piedra, Carmen de la Legua, Chaclacayo, El Agustino, San Miguel, Chorrillos, Surquillo, La Perla, Callao e Independencia. En cambio, en 9 distritos, caracterizados por 3/ El nuevo rostro urbano 75 su composición social de capas medias como Barranco, Lince, Jesús María, Magdalena del Mar, Breña, Punta Negra, Santa Rosa, Pachacamac y La Punta, la tasa de crecimiento medio-anual ha sido negativa. Otros 5 distritos del área tradicional o central, como Lima (Cercado), Rímac, La Victoria, Pueblo Libre y Miraflores han tenido crecimiento muy bajo y, algunos, altas tasas de tugurización; igual fenómeno ocurre en 4 distritos balnearios como Ancón, Ventanilla, Punta Hermosa y Pucusana, así como en dos distritos alejados del área central, Lurín y Lurigancho. En tanto, San Isidro ha tenido crecimiento lento. Los distritos caracterizados como póbres están incluidos entre aquellos de crecimiento acelerado. La Molina, Santa María del Mar, San Bartolo, Cieneguilla y Chaclacayo con altas tasas de crecimiento demográfico y combinando zonas pobres con zonas de alto lujo pueden no tener impacto en el reacomodo de la población puesto que sólo cuentan con 14,530; 88; 2,681; 4,369 y 34,192 habitantes, respectivamente. Pero, casos como éstos, muestran que paralela o simultáneamente al empobrecimiento de sectores medios, también ocu- rre el enriquecimiento de un núcleo pequeño, que contribuye a agravar los contrastes sociales y económicos. Dividiendo Lima en dos zonas, la primera correspondiente a los distritos surgidos de barriadas y urbanizaciones populares, como San Martín de Porras, Comas, Carabayllo, Independencia, Villa María del Triunfo, San Juan de Miraflores, Carmen de la Legua, San Juan de Lurigancho y El Agustino; y la segunda que incluye a los distritos tra- dicionales y modernos, constituidos fundamentalmente por urbanización formal, podremos percibir la tendencia del cambio. En el censo de 1972 la primera zona albergaba al 24.4% de la población de Lima y la segunda al 75.6%. En 76 Matos Mar 1981, según el censo, la primera aumentó a 32.5%, mientras que la segunda disminuyó a 67.5%. De acuerdo a las encuestas y trabajos realizados por el Instituto de Estudios Peruanos a fines de 1983, la primera zona alcanzó el 36.4% y la segunda el 63.6%, lo cual significa un incremento sustancial, en 14 años, del 12% para los distritos surgidos por invasión y urbanización popular y una disminución en igual proporción para los distritos constituidos por urbanización tradicional y legal. El desborde espacial y demográfico del considerable sector de población de bajo ingreso se perfila como el fenómeno más importante de la presente década. La invasión de nuevas áreas como el lecho y márgenes del río Rímac, las faldas de los cerros y los arenales y la captura del casco tradicional de la ciudad, han reducido a los sectores medios y opulentos a una situación de insularidad en sus barrios residenciales. El enorme desplazamiento de las masas provincianas a la capital ha venido convirtiendo a la ciudad en el crisol y muestra de todos los procesos en marcha en el Perú. Esta mayoritaria concentración migrante en barriadas y urbanizaciones populares, ha terminado por constituirlas en factor determinante de la nueva dinámica social metropolitana. Hasta la década de 1950, el crecimiento urbano de Lima se desarrolló principalmente siguiendo los patrones y normas oficiales, orientándose de acuerdo a las previsiones técnicas existentes dentro de los marcos oficiales de los planes de expansión municipal. Las migraciones masivas tropezaron, desde sus comienzos, con la rigidez impuesta por un régimen urbano concebido como reducto de la vida criolla y nunca pensado como hábitat para poblaciones provincianas. El encuentro de la poderosa corriente mi grato 3/ El nuevo rostro urbano 77 ría con esta barrera produjo ya en la década de 1950 las primeras rupturas de la legalidad tradicional. Enfrentadas a un problema de vivienda, sin solución dentro de los términos impuestos por el desarrollo normal de la estructura urbana de la propiedad, iniciaron la ocupación de facto de terrenos y predios, públicos y privados, imponiendo, por vía de la protesta popular y la violencia, el reconocimiento de su derecho a un lugar para vivir. El migrante tuvo que adaptarse al contexto que le ofrecía la ciudad y encontrar soluciones dentro de las posibilidades dadas por su experiencia previa. Tenía dos opciones: someterse al sistema legal imperante aceptando la falta de techo o violentar los límites del sistema establecido. Su origen, así como su situación frente a la estructura so- cial urbana y los mecanismos existentes en la "Ciudad Legal", que están ligados a un sistema de poder que se expresa a nivel político, social y económico, determinó que decidiera por la segunda opción, es decir la invasión de áreas marginales posibles de ser urbanizadas. A partir de esta decisión, tanto los migrantes como los nativos que conforman los sectores populares urbanos, se convirtieron en invasores de terrenos, llegando con frecuencia a apropiarlos por la fuerza. En la mayoría de los casos aumentaron su eficacia recurriendo al patrón campesino de clientelaje y acogiéndose al paternalismo de las autoridades: se usó así el nombre de personajes públicos influyentes del momento y se emplearon nombres de santos, símbolos religiosos o emblemas patrios como las banderas rojiblancas del Perú que pudieran invocar respaldo real o psicológico. Pero el mejor aliado de los invasores fue el tiempo, puesto que lograron en base a su tenacidad que las fuerzas del orden se cansaran, y aunque la posesión del suelo no estuviera 78 Matos Mar asegurada legalmente, emprendieron la construcción de sus viviendas, las mismas que irían paulatinamente complicándose desde la estera hasta el ladrillo. Alcanzaron finalmente el reconocimiento legal de sus conquistas y con ello los ansiados títulos de propiedad. Al final la barriada se hizo un barrio como todos. La invasión, fenómeno social, primero urbano y más tarde rural, aparece desde entonces como antesala de una nueva legalidad en emergencia. Los acontecimientos mostrarían al paso del tiempo que las situaciones de facto generadas por las masas podían llegar a ser una fuente de derecho, en tanto la presión ejercida fuera suficiente para forzar el reconocimiento por parte del Estado o, al menos, alcanzar de las autoridades una actitud de conveniente indiferencia. Con las invasiones de predios urbanos y rurales el Perú inauguró la era de la nueva contestación de masas. La Lima modernizante y desarrollista, de las décadas de 1950 y 1960, quiso definir su propio crecimiento dentro de los marcos de una industrialización acelerada que ofrecía ocupación y oportunidad ilimitada a las masas que acudían. Si pudo aceptar con relativa indiferencia la inmensa explosión demográfica y las rupturas de la legalidad provocadas por las invasiones, fue por su confianza en que una expansión continua de los recursos económicos estatales y privados, conseguiría con el tiempo una adecuada integración de los nuevos contingentes a las estructuras institucionales normadas por el Perú oficial. La crisis económica de finales de la década de 1970 y comienzos de la actual, disipó la ilusión desarrollista y mientras el aparato del Estado se veía rebasado en su capacidad de control, planificación y ordenamiento por la penuria de los fondos 3/ El nuevo rostro urbano 79 públicos y la empresa privada limitaba cada vez más su absorción de mano de obra, la nueva masa urbana quedó abandonada a media integración ante una insuperable barrera económica, social y cultural. Los elevados índices de desocupación, la reducción de las opciones laborales, el crecimiento vertiginoso de las tasas de inflación, los bajos niveles salariales, pusieron, en el curso de unos pocos años, fuera del alcance del nuevo limeño, los estilos cosmopolitas en que las clases dirigentes aspiraban a enmarcar el desarrollo de la nueva Lima. Ante el bloqueo de su integración en el mundo criollo y cosmopolita del Perú oficial, que determinan los altos costos de incorporación y la incapacidad promocional de las instituciones del Estado, la mayoritaria masa urbana de migrantes se hace cargo, al promediar la década de 1980, de su propia dinámica económica, social y cultural. Las barriadas y los barrios populosos convertidos en crisoles que fusionan las distintas tradiciones regionales, se convierten en focos poderosos de un nuevo mestizaje de predominante colorido andino, generando estilos de cultura, opciones económicas, sistemas de organización y creando las bases de una nueva institucionalidad que se expande, encontrando escasas resistencias, entre los resquicios de las estructuras oficiales, desbordando sin pudores, los límites de la legalidad cada vez que éstos se oponen como obstáculos. Para 1984 lá inmensa corriente migratoria de las décadas pasadas ha reducido su volumen y el fenómeno de desplazamiento demográfico comienza a perder importancia como tal. Las consecuencias de este proceso para la vida de la capital empiezan, sin embargo, a manifestarse, en forma dramática. Lima se ha convertido en escenario de un masivo desborde popular. Este desborde lleva el sello de 80 Matos Mar la composición dominante andina de su nueva población que proyecta sus estilos. Lima muestra ya un nuevo rostro y comienza a perfilar una nueva identidad. El Centro de Lima, la llamada Lima cuadrada virreinal, ha venido cristalizando ese nuevo rostro desde la década de 1960. Se ha hecho ajeno, por vez primera en nuestro proceso histórico, a los sectores opulentos y medios. Sus calles adquieren el aspecto de ferias provincianas por el discurrir de multitudes que las copan. Sus múltiples servicios son mayoritariamente utilizados por estos nuevos personajes populares y el sector de economía contestataria tiene en ella su núcleo de acción más importante. La presencia de los principales centros de poder de la élite tradicional como el Palacio de Gobierno, la Municipalidad, la Catedral, los Bancos y centros comerciales, queda como fondo de contraste con el estilo que imponen estas multitudes populares. La irradiación de este nuevo rostro del corazón de Lima, que está ahora más teñido de andino que nunca y que borra la faz hispánica, comienza a expandirse segmentariamente a distritos como San Borja, La Victoria, Breña, Jesús María, Lince, Pueblo Libre, Magdalena y aun San Isidro y Miraflores. Nuevos fenómenos concurren a alterar no sólo el rostro de la vieja y tradicional ciudad, sino de toda el área metropolitana. Hay nuevos centros de gravedad como los representados por los grandes bazares callejeros que distribuyen mercaderías y productos en Polvos Azules y Amazonas, Emancipación-Abancay, la Avenida Grau, el Mercado Central, el Jirón Gamarra, la Avenida Aviación, Tacora, la Diagonal de Miraflores; los mercados y paraditas de Ciudad de Dios y Comas, La Parada, Caquetá y otros muchos desparramados por doquier; los parques y áreas ver 3/ El nuevo rostro urbano 81 des inundados de sectores populares los días festivos; los calvarios y apachetas en las encrucijadas, que organizan el espacio andino trasladado a Lima; los santuarios y cementerios clandestinos en barriadas; los múltiples lugares dominicales de reunión de las asociaciones de provincianos. La inmensa gravitación adquirida en Lima por lo andino por causa de la migración, afecta y modifica no solamente al aspecto físico de la capital, sino también sus formas de cultura y su sociabilidad. En la construcción de casas y servicios vecinales, al tiempo que se extienden rasgos arquitectónicos que derivan de modelos más serranos que europeos, como el techo a dos aguas y la teja, se practica en forma creciente sistemas de reciprocidad como la minka. Ceremonias asociadas a la construcción andina de viviendas, se difunden y adoptan forma urbana: el techado de casas y edificios se celebra agasajando a los que participaron del trabajo. La nueva vivienda es bautizada con la tinka andina y la cruz de flores corona la parte más elevada de la construcción. Talismanes y amuletos, especialmente vegetales, para proteger la casa del mal y los ladrones han pasado a formar parte corriente de la religiosidad popular urbana. La vida social de la ciudad acepta hoy y difunde, como parte de sus estrategias de supervivencia, la organización colectiva en base a vínculos familiares extendidos y la pone en uso sobre todo en la actividad artesanal y ambulatoria o para el reclutamiento laboral y la busca de trabajo. Particularmente importantes, entre las formas nuevas de organización social urbana que surgen del aporte serrano, son las asociaciones de migrantes, que combinan for 82 Matos Mar mas de organización gremial con sistemas andinos comunales de reciprocidad y agrupación. El migrante, en Lima, participa intensamente y despliega gran actividad en torno a estas asociaciones. Semana a semana, sus locales son centros de atracción familiar. Se festejan bautizos y bodas, cumpleaños y aniversarios. Los jóvenes juegan al fútbol o encuentran, en la intimidad de ese segundo ambiente natural, una paisana casadera que les permite formar un hogar sin romper ni debilitar los vínculos de parentesco e identidad con el pueblo de origen. Los mayores conciertan negocios, consiguen trabajo y obtienen favores de los paisanos en mejor condición económica. Como en el pueblo de origen, la vida de la asociación provinciana gira en torno a la fiesta folklórica. La conmemoración del santo patrono del pueblo da lugar a la urbanización del viejo sistema de cargos con sus alferazgos y mayordomías que ofrecen una referencia continua de prestigio y status. Innumerables migrantes en Lima, siguen usando la fiesta como eje importante de organización e identidad. Aún más, la fiesta, en el ámbito urbano, adquiere más vida, se transforma y explora nuevas posibi1idades dinámicas, ya que absorbe funciones integradoras que otras actividades colectivas del pueblo de origen han dejado va- cantes en el mundo industrial. Y si bien la vida de la capital, presiona y disuelve muchos de los vínculos y acciones que dotaban de cohesión al grupo social en el pequeño pueblo, la asociación y la fiesta, instituyen y encauzan los lazos sociales en el nuevo medio, haciéndose centros de las nuevas formas de la solidaridad. Las asociaciones y clubes que agrupan migrantes de aldeas, de pueblos y de ciudades serranas, han proliferado en Lima y llegan hoy día a casi seis mil, con afiliación muy 3/ El nuevo rostro urbano 83 variada, según el tamaño del pueblo de origen. Algunas, pequeñas, no son más que círculos de parentesco más o menos extenso, otras llegan, a veces, a superar el millar de miembros. Su constitución enfatiza intereses sociales, culturales, económicos, políticos, religiosos o deportivos. Pero en todas ellas hay algo en común: congregan y ofrecen al migrante, que de otro modo se vería aislado, una base de vida social y una capacidad institucional de representación frente a las autoridades, los partidos y, sobre todo, el Estado. Refuerzan la capacidad del nuevo limeño, para transferir el vínculo orgánico andino y defender su iden- tidad cultural. El baile y la música forman parte integral del sistema cultural transferido y constituyen un núcleo importante de la nueva cultura adaptiva con que el migrante transforma la vida de Lima. La música andina, en sus múltiples géneros y estilos regionales, se impone hoy con fuerza en la capital. Su presencia, en la urbe no constituye ya un fenómeno exótico. En Lima residen ahora, los mejores compositores, los mejores conjuntos y los mejores fabricantes de instrumentos serranos. Se dirigen a un público urbano más vasto que el que pudieron tener en sus pueblos. Un público que agrupa, también, los mejores tejedores, artesanos y orfebres. En su nuevo ambiente, la música andina evoluciona y se urbaniza también. Adopta la tecnología moderna y se vale de ella como de un propio instrumento que recoge las formas variadas del folklore localista, las fusiona, recrea y difunde, devolviendo a la sierra un nuevo folklore nacional. El acceso creciente del migrante andino a la radio y la televisión y la diversificación y multiplicaci6n de locales han terminado por superar el coliseo folklórico, que ha dejado de ser la expresión principal de la cultura provinciana en Lima. 84 Matos Mar El número y diversidad de programaciones folklóricas en las radioemisoras de Lima, no ha dejado de incrementarse desde comienzos de la década de 1950, que vio aparecer los primeros. Nuevas estaciones de radio eligen establecer sus locales, ahora, en los mismos pueblos jóvenes. Algunas trasmiten en lengua quechua en forma continua. Se estima que existen hoy día, no menos de cien programas diarios de música andina. Cuatro emisoras radiales limeñas, cada una con cerca de veinte horas diarias, están cubriendo más de la mitad de esta línea. En su gran mayoría, esta programación va orientada a los migrantes ur- banos de distintas regiones serranas. El avisaje y la orientación cultural del programa hablado, apuntan al mismo contexto. La importancia de este fenómeno se hace aún más notoria si se compara este gran crecimiento con el desarrollo sufrido por otros espacios radiales de contenido cultural nacional definido, como los de música costeña popular y criolla, que no han alcanzado a superar un total de emisión de doce a quince horas diarias. El programa radial no se limita a difundir un estilo de música, sino que incluye mensajes personales e institucionales y proporciona un vehículo de propaganda comercial frecuentemente orientada en el circuito contestatario. El enorme vigor y presencia alcanzados por lo andino en el medio radial, nos ofrece un ejemplo importante de la dinámica activa con que el nuevo limeño redefine su identidad en el contexto urbano, para luego proyectarla en forma agresiva, como factor importante en la formación de una nueva cultura. Con la multiplicación de los programas folklóricos, la industria disquera ha sufrido también transformaciones. Esto se debe, tanto a la ampliación de la demanda de músi 3/ El nuevo rostro urbano 85 ca andina en un mercado cambiado por la población migrante, como al aumento del número de músicos y compositores populares serranos que residen en la capital. Han aparecido muchas empresas disqueras medianas y pequeñas que se dedican exclusivamente a grabar esta música. También se multiplican los cassettes "pirateados", que consisten en selecciones de las piezas musicales que más gustan al pue- blo y que se producen en pequeña escala, de modo artesanal y clandestino. Estos se venden a vista y paciencia de todos, dondequiera que se concentre un mercadillo "ambulante". Su producción y comercio forman parte del mundo de la economía contestataria. La popularización de la música andina promueve una fusión de culturas que opera en dos direcciones opuestas. Por una, introduce en la juventud de sectores medios y altos un nuevo interés por instrumentos y estilos que en otros tiempos aparecían exóticos. Se genera la afición por la quena, la zampoña, el charango y otros instrumentos serranos. Se los incorpora en conjuntos que interpretan música pop, rock, salsa y otros ritmos modernos, con sonoridades andinas. Algunos los convierten en modo de vida. Por la otra, surgen géneros nuevos que hibridan culturas. De ellos, la chicha, cumbia peruana o guaracha andina, es el más importante y ha llegado a ser el segundo ritmo musical popular, después de la salsa, desde su nacimiento en 1968. Es una fusión musical de la cumbia colombiana, la guaracha cubana y el huaino serrano, tropicalizando la música andina y ejecutándola con instrumental electrónico (guitarra, batería y órgano). Es una creación urbana y actual de los barrios populosos y de las barriadas. Surge del patrimonio traído por el migrante andino, pero se arraiga en el residente ya antiguo y en las 86 Matos Mar segundas y terceras generaciones urbanas. Es un ritmo de Juventudes que homogeneiza su estilo a nivel nacional y supera los regionalismos tradicionales del arte peruano. Un solo conjunto ha logrado vender, en tres años, algo más de un millón de discos del "Aguajal", un huaino en ritmo de chicha. Los chichódromos y salsódromos, locales donde se baila y se vende legalmente cerveza y gaseosas, y drogas de modo ilegal, han terminado por ocupar para la segunda generación de los nuevos limeños, el mismo nivel de importancia que tuvo, para la primera generación de migrantes, el coliseo folklórico de la década de mil novecientos sesenta. Desde el punto de vista de un indigenismo purista, la chicha puede significar un cierto empobrecimiento de la rica vertiente musical andina sometida al influjo de los medios modernos. Es, sin embargo, indudable que expresa un nuevo patrón cultural en ascenso. Su presencia y avance constituyen una muestra notable del peso que han llegado a tener los migrantes y la cultura que portan, en la decisión de la dinámica viva de la cultura metropolitana y en la formación de una conciencia nacional unitaria. También en relación a la música, es preciso notar el ascenso de nuevas figuras de referencia, que operan como articuladores de esa conciencia unitaria. Personas como Ernesto Sánchez Fajardo, llamado El Jilguero del Huascarán, cuya popularidad lo llevó a ocupar un escaño en la Asamblea Constituyente. O como María Alvarado Trujillo, Pastorita Huaracina, que sin trayectoria sindical o política, fue candidata al Parlamento en 1980. Lima, hasta hace muy poco la ciudad más criolla del Perú, reunió, en 1975, un impresionante cortejo de más de 3/ El nuevo rostro urbano 87 cien mil personas, rindiendo homenaje a Víctor Alberto Gil, El Picaflor de los Andes, recién fallecido. Semejante tributo no pudieron lograrlo ni Chabuca Granda, representante del folklore costeño culto, ni la conocida Lucha Reyes, La Morena de Oro, más popular en su género. Al tiempo que crece y se expande la presencia andina, el crecimiento inorgánico de los centros urbanos y la ineficiencia del sistema municipal han generalizado la crisis del sistema de los servicios públicos. Así, tanto la falta de recursos financieros y materiales como el escaso apoyo que reciben los gobiernos locales de parte del gobierno central, han llevado a la ciudad a enfrentar los más serios problemas de higiene y salubridad en toda su historia. La acumulación.de basura, la escasez de agua potable, la insuficiencia de los sistemas de alcantarillado y el deterioro creciente en el abastecimiento de fluido eléctrico y en la red de comunicaciones, afectan como nunca la vida de las mayorías urbanas. Un nuevo personaje caracteriza la alambicada circulación: el microbús. Las rutas se alargan, se complican y terminan en un laberinto interminable. Las calles y avenidas se estrangulan por la fuerte congestión en los momentos de ingreso y salida de la desmesurada burocracia pública y privada. La dispersión irracional de los locales escolares, caotiza aún más el transporte. Las pistas se deterioran por el abandono y el exceso de uso y vastos sectores de Lima regresan al afirmado y el encalaminado preasfálticos. Tampoco el descanso y el ocio encuentran un espacio adecuado en la urbe. Las multitudes se posesionan del cine, decidiendo el estilo y la calidad de espectáculos. Las 88 Matos Mar colas se alargan y la reventa se convierte en un floreciente negocio. Las clases medias y altas buscan refugio en la televisión y en el video- cassette. Solamente el deporte vuelvea establecer una cierta unidad en los gustos. Cuando la televisión trasmite un campeonato de fútbol, la ciudad se queda desierta. La ausencia de estadios y canchas agrava el problema. Son pocos los parques de Lima que no se han reducido a terrales al ser empleados como canchas de fútbol. Los pocos que quedan, se retiran del uso del público, rodeados de rejas. En verano, la metrópoli se vuelca a la playa. La multitud de migrantes la busca por su acceso fácil y el bajo costo en transporte. El circuito limeño de playas es otro de los centros de masas que definen el nuevo rostro de Lima. Hubo domingos, en la temporada de verano de 1984, en que atrajo más de millón y medio de bañistas. Han comenzado a producirse encuentros violentos entre grupos de distinta procedencia social, por el control de esas playas. La tabla hawaiana, en otros tiempos deporte de élite, se convierte en pasatiempo de moda para sectores más amplios, y clubes que en otro tiempo señorearon su ambiente, se ven reducidos a islas en un mar populoso. Gradualmente, las clases pudientes, van cediendo terreno y se alejan buscando otras playas distantes a Lima. Las condiciones de seguridad de la urbe se deterioran aceleradamente, al mismo ritmo en que la lucha por la supervivencia se va haciendo implacable y se agravan la corrupción e ineficacia de las fuerzas policiales. En asentamientas populares y residenciales proliferan los mercadillos de drogas y la prostitución clandestina. Los asesinatos, los asaltos domiciliarios y callejeros, el robo de locales comerciales, industriales y bancarios, ya ni siquiera ha 3/ El nuevo rostro urbano 89 cen noticia de primera plana en los diarios, a pesar de su frecuencia y escala. La violencia se convierte en un estilo de vida que se termina aceptando resignadamente. La respuesta del pueblo, se expresa en la organización de sistemas autónomos de vigilancia barrial y, en casos extremos, en los tribunales populares y ejecuciones sumarias. Muy buena parte de todos estos fenómenos constituyen aspectos variados de una masiva respuesta del sector popular a la presión e insuficiencia del medio. Desborde de masas, informalidad y andinización son todos parte de la misma respuesta. En ellos se deja notar la continuidad de un proceso que nace como migración, toma su forma en las invasiones de terrenos y predios, encuentra sus modos en las tradiciones de adaptabilidad ecológica y ayuda mutua andina y termina irrumpiendo a través de la costra formal de la sociedad tradicional criolla. Desde la extensión de la faena serrana al enfrentamiento común de problemas de asfalto, alumbrado o agua y desagüe en barriadas, hasta el empleo de estrategias de relación familiar en la economía contestataria. Desde la organización de clubes provincianos y asociaciones de vecinos, hasta las rondas vecinales, los juicios populares y los linchamientos que llenan los vacíos dejados por la policía y el poder judicial. En todos los rasgos que asume el nuevo rostro de Lima, observamos la huella del estilo migrante. Esta presencia andina en el medio urbano constituye parte del nuevo rostro no sólo de la metrópoli limeña sino también del país en conjunto. La inorganicidad en que se expande, la espontaneidad, creatividad, y acomodo de lo serrano, se imponen como los signos dominantes de un intento masivo de los sectores populares por conquistar un espacio social, más acorde con auténticos valores que 90 Matos Mar hasta ahora no pudieron imprimir una tónica de identidad peruana. La consolidación y avance de la nueva cultura panperuana en formación en los sectores populares de la capital, ofrece el contexto para un proceso de alcance mayor. Las masas migrantes de las décadas de 1950 y 1960 conservaban aún la pasividad campesina. Quisieron seguir dependiendo de la benevolencia asistencial y paternalista. Animados por la euforia del crecimiento económico, el Estado y el establecimiento político asumieron un rol protector, mostrando interés a veces sincero, a veces meramente manipulatorio, por el bienestar y promoción de la población de barriadas. La ideología participacionista de los años velasquistas y las masivas campañas de concientización, generaron una movilización que fue tolerada, sólo en la medida en que aceptó el control de la cúpula. La concientización no alcanzó a promover una nueva estructura pero introdujo patrones para una nueva orientación de conducta. La crisis del Estado precipitada desde los comienzos del segundo gobierno populista, provocó una retracción acelerada de la presencia de las instituciones de gobierno en las barriadas y barrios populares. La gradual suspensión de obras públicas, el deterioro de servicios, el derrumbe del proyecto de sistema asistencial, la desocupación, la debilidad y corrupción de las fuerzas policiales, la ineficacia del sistema judicial, los altos costos de la educación; generaron un vacío, que las multitudes movilizadas, orientadas por los valores de la cultura provinciana trasplantada, han tratado de llenar por su propia cuenta. Los canales abiertos por la primera crisis metropolitana, la invasión y captura de nuevos espacios, ban comenzado a abrir el paso a una nueva marea económica y social. Del mismo 3/ El nuevo rostro urbano 91 modo que antes se trataba de obtener un pedazo de terreno y una casa, proyectando y adaptando las estrategias de la lucha comunitaria y sin reparo por leyes y formalidades ajenas al propio mundo; ahora se trata de sobrevivir y alcanzar seguridad por vías de la propia iniciativa, individual o colectiva, sin tomar en cuenta los límites impuestos por las leyes y normas oficiales. Sin graves conflictos con el sistema de administración de obras y servicios, las poblaciones se organizan espontáneamente para la solución de sus problemas de agua, alumbrado, asfaltado o locales públicos. Entrando en la penumbra de la legalidad compensan el alto costo e ineficacia de los servicios médicos y de la salubridad, acudiendo en número cada vez mayor a los consultorios de curanderos y herbolarios. Transgrediendo los límites de la religiosidad tradicional encuentran formas de liberarse de la tutela de las autoridades eclesiásticas, multiplicando los grupos católicos pentecostales en los que desaparece la distinción entre clérigo y laico o constituyendo iglesias evangélicas de fórmula propia, en todas las cuales la estructura asambleísta y solidaria ofrece un sustituto de la intensa calidad relacional de las comunidades campesinas. Violando las normas del sector Educación, multiplican escuelas, academias y cenecapes clandestinos que ofrecen instrucción variada a bajo precio. Rompiendo con los límites legales impuestos por las normas comerciales, industriales, municipales y tributarias multiplican las industrias, los co- mercios y servicios clandestinos, invadiendo las calles con productos y ofertas informales. Enfrentándose con las indicientes estructuras policiales y judiciales organizan sus propias guardias vecinales y multiplican los juicios popula 92 Matos Mar res y las ejecuciones sumarias de delincuentes que amenazan su seguridad. La ilegalidad, la alegalidad, la clandestinidad y la se- miclandestinidad se convierten en un estilo dominante e invasor en el que cristaliza institucionalmente la nueva cultura y ante cuya universalidad y omnipresencia el Perú Oficial sólo puede responder con el escándalo, la indiferencia o intentos esporádicos y violentos para hacer sentir que continúa existiendo más allá de los límites de la inmen- sa cashbah limeña. Hasta en el terreno de la organización política se hace sentir la presión del nuevo estilo: formas inéditas de lucha popular se manifiestan e imponen su presencia fuera del juego oficial de las izquierdas y derechas. Contra ellas todas las tácticas y estrategias de represión convencionales se siguen mostrando inadecuadas. El proceso y crecimiento de la contestación económica de masas que en estos años ha dado lugar a la atención de gobernantes y estudiosos, no se muestra sino corno la forma más visible de un proceso de desborde popular, de mucho más amplia envergadura, sin el cual resulta incomprensible. La marea de la contestación cultural, económica y social, aparece ahora corno dotada, también de una capacidad especial para rebasar sus propias bases. Así corno en décadas pasadas la multitud migrante invadió y tornó en posesión las zonas periféricas de la vieja capital, ahora el estilo contestatario gestado en esas zonas, avanza y toma po- sesión de territorios físicos, culturales, sociales y económicos, otrora reservados a las clases medias y altas. Ante este avance, ellas se retiran y encierran en reductos nuevos y cada vez más exclusivos, pero también ceden terreno, se dejan penetrar y, en casos, terminan asumiendo activamente los nuevos patrones de conducta. 3/ El nuevo rostro urbano 93 Las transformaciones sufridas por el Perú desde 1950 se combinan, pues, ahora, treinta años más tarde para dar lugar a un proceso de gran envergadura cuyos factores desencadenantes deben ser identificados en los cambios demográficos que desplazaron el peso de la población de la Lima Metropolitana hacia los sectores provincianos; en la rigidez de las estructuras jurídicas e institucionales, que diseñadas desde una metrópoli criolla no han tenido capacidad ni voluntad de adaptación; en la crisis económica y la recesión generalizada; y, en la quiebra y deterioro del sistema de controles institucionales y estatales, carente de los medios y recursos adecuados para hacerse cargo eficazmente de la nueva urbe. La multitud, hasta hace algunos años clientela del poder, se encuentra ahora abandonada a su propia suerte y dinamizada por la intensa propaganda concientizadora de los años setenta, toma gradualmente por su cuenta la solución de sus problemas. Integrada sólo a medias dentro del viejo vivir capitalino, halla como punto de partida de esta dinámica de adaptación espontánea, la experiencia provinciana y, de modo especial, la del mundo andino. Incapaz de asumir los costos de una plena operación dentro de los parámetros de la legalidad tradicional, desborda -en un esfuerzo de supervivencia- los límites impuestos por los códigos, reglamentos y procedimientos. La magnitud de este desborde supera ampliamente toda capacidad de control de los órganos gubernamentales. Y lo que, en un primer momento, tuvo un cauce, definido estrictamente por la crisis de vivienda, se universaliza ahora, abriendo paso a nuevas "invasiones" de la cultura, la economía, la educación, el gobierno y la política. Este proceso, a diferencia de sus antecedentes en 94 Matos Mar la formación de las barriadas, no parece limitarse solamente a incorporar a la nueva población. Sectores medios y altos de la sociedad, la banca y la industria, afectados por la crisis económica, han venido descubriendo, en unos cuantos años, las ventajas de los nuevos modelos contestatarios introducidos y desarrollados originalmente por los secto- res pobres. Hoy ya no se puede hablar solamente de una informalidad de la miseria. La informalización de la economía y de las instituciones comienza a incorporar un número creciente de representantes de la industria y el comercio formales, amenazados por la quiebra, mientras que la complementación de ingresos de origen formal, por medio de actividades informales paralelas, alegales o ilegales, se generaliza en los sectores medios. Lima se convierte así en el crisol en que se crea, al margen del mundo oficial, un nuevo sistema de formas inéditas en el pasado nacional y con una poderosa tendencia a la expansión geográfica y social que le da características de proyección nacional. Lima, comienza a esbozar el nuevo rostro peruano, que pugna por lograr una forma definida y que tratará de legitimarse jurídicamente venciendo toda resistencia opuesta por la ya debilitada maquinaria de la vieja República Criolla. Algunos de los rasgos de este rostro novedoso, son ya suficientemente claros como para que podamos imaginarnos su contenido final: se trata de una fusión interregional de culturas, tradiciones e instituciones, con fuerte componente andino y dotada de un sentido propio de la ley y la moral, que depende más de los usos, costumbres y decisiones colectivos y de las necesidades del vivir cotidiano, que de las fuentes teóricas de derecho que fundamentaron las constituciones y códigos del Perú Republicano. El nuevo estilo aparece en un contexto de crisis. Sus manifestaciones se tiñen de la agresividad que impone al esfuerzo por sobrevivir en un medio hosti1. La reivindicación, la fragmentación y el desorden le imprimen un fuerte matiz de emergencia y apremio. Su desborde del molde legal no encuentra los límites entre la clandestinidad, la ilegalidad y el delito, mientras que la organización partidaria no alcanza a entender el fenómeno y el sindicalismo tradi- cional no llega a absorberlo. Su nacimiento está preñado de escándalo y suscita el temor en los representantes del mundo oficial. Aun así, podemos reconocer instituciones que nacen y modos en germen de la nueva representatividad popular. Negar la potencialidad y el valor positivo del estilo nuevo de la cultura urbana sería negar el poder creativo del hombre peruano. Intentar reprimirlos sería suicida. Al Perú se le impone una nueva tarea política de importancia primaria. Canalizar constructivamente las fuerzas en marcha y orientarlas hacia un objetivo común: la construcción de un orden social más justo y más nuestro.

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