Summary

This is a publication of the Communist Manifesto by Karl Marx and Friedrich Engels, originally published in 1848. This edition, published in Mexico in 2011, includes a forward by Alan Woods. It explores the concepts of class struggle and historical materialism, arguing capitalism inevitably leads to its own demise.

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Manifiesto del Partido Comunista Manifiesto del Partido Comunista Carlos Marx y Federico Engels Publicado y distribuido por: © Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx Cuidado de la edición: Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx Diseño de cubierta y formación editorial...

Manifiesto del Partido Comunista Manifiesto del Partido Comunista Carlos Marx y Federico Engels Publicado y distribuido por: © Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx Cuidado de la edición: Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx Diseño de cubierta y formación editorial: Miriam A. Alonso Vizuett Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx Contacto: [email protected] www.centromarx.org México, 2011. Contenido PRÓLOGO DE ALAN WOODS 7 EL MANIFIESTO COMUNISTA 29 I. Burgueses y proletarios 30 II. Proletarios y comunistas 47 III. Literatura socialista y comunista 59 1. El socialismo reaccionario 59 a) El socialismo feudal 59 b) El socialismo pequeñoburgués 61 c) El socialismo alemán o socialismo “verdadero” 63 2. El socialismo conservador o burgués 67 3. El socialismo y el comunismo crítico-utópicos 69 IV. Actitud de los comunistas respecto a los diferentes partidos de oposición 73 APÉNDICE 76 I. Prefacio a la edición alemana de 1872 76 II. Prefacio a la edición alemana de 1883 79 III. Prefacio a la edición inglesa de 1888 81 IV. Prefacio a la edición alemana de 1890 89 V. Prefacio a la edición polaca de 1892 96 VI. Prefacio a la edición italiana de 1893 99 PRINCIPIOS DEL COMUNISMO 103 FEDERICO ENGELS A CARLOS MARX EN BRSELAS 129 Prólogo Alan Woods Estimado lector, tienes en tus manos uno de los do- cumentos más importantes en la historia del mundo. A primera vista, parece que la publicación de una nueva edición del Manifiesto exige una explicación. ¿Cómo se puede justificar la reedición de un libro escrito hace casi 150 años? Si echamos un vistazo a cualquier libro burgués escrito hace un siglo y medio sobre los mismos temas, nos daremos cuenta rápidamente de que ese libro no tendrá más que un mero interés histórico, sin aplicación práctica alguna. No obstante, el libro que nos ocupa es el docu- mento más moderno que existe. He aquí un análisis profundo que, en muy pocas pa- labras, explica todos los fenómenos más fundamentales de la situación actual a nivel mundial. El Manifiesto Co- munista es incluso más verdad hoy que cuando apareció, en 1847. Pongamos sólo un ejemplo. En el período en que Marx y Engels escribían, el capitalismo de los grandes monopolios se encontraba muy lejano en el futuro. No obstante, explicaron cómo la “libre empresa” y la compe- tencia inevitablemente conducirían a la concentración del capital y a la monopolización de las fuerzas productivas. 7 Resulta francamente divertido leer las afirmaciones de los defensores del capitalismo en el sentido de que Marx se equivocó en esta cuestión, cuando fue éste precisamente uno de sus aciertos más brillantes e innegables. En la década de 1980 se puso de moda el lema “lo pequeño es bello” (small is beautiful). Sin entrar en un debate sobre la estética de lo pequeño, lo grande o lo me- diano (algo sobre lo que cada cual es perfectamente libre de opinar), es un hecho absolutamente indiscutible que el proceso de concentración del capital previsto por Marx ha tenido lugar, está teniendo lugar y, de hecho, ha alcanzado unos niveles sin precedentes en los últimos diez años. Esta concentración del capital no significa un aumento de la producción, sino todo lo contrario. En EEUU, don- de se ve el proceso de una forma particularmente clara, 500 grandes monopolios controlaban el 92% de los in- gresos totales en 1994. A escala mundial, las mil mayores compañías tenían ingresos por valor de 8 billones de dó- lares, lo que equivale a una tercera parte de los ingresos mundiales. En EEUU, el 0,5% de los hogares más ricos posee la mitad de los activos financieros en manos de in- dividuos. El 1% más rico de la población estadounidense aumentó su porcentaje de la riqueza nacional del 17,6%, en 1978, a un asombroso 36,3%, en 1989. El proceso de centralización y concentración de capi- tal ha llegado a proporciones nunca vistas. El número de adquisiciones ha llegado a niveles pasmosos en todos los países capitalistas avanzados. En 1995 se batieron todas las marcas en fusiones y OPAs. El Mitshubishi Bank y el Bank of Tokyo se fusionaron creando el mayor banco del mundo. La unión del Chase Manhattan y el Chemi- cal Bank creó el mayor grupo bancario de América, con activos por valor de 297.000 millones de dólares. La ma- 8 yor compañía de entretenimiento del mundo fue creada con la compra de Capital Cities/ABC por parte de Walt Disney. Westinghouse compró la CBS, y la Time Warner compró Turner Broadcasting Systems. En el sector far- macéutico, Glaxo compró Wellcome. La adquisición de Scott Paper por parte de Kimberly-Clark creó el mayor fabricante del mundo de pañuelos de papel. Sólo en las últimas semanas hemos visto la OPA agresiva de Forte, el mayor grupo hotelero de Gran Bretaña, sobre su rival, el imperio del ocio y de restaurantes Granada, por la suma de 5.100 millones de dólares. Incluso Suiza presenció su primera OPA agresiva, sobre Holvis, el grupo pape- lero. En casi todos los casos, la intención no es invertir en nuevas plantas y maquinaria, sino al contrario, cerrar empresas enteras y despedir trabajadores para aumentar los márgenes de beneficios sin aumentar la producción. Sería muy fácil dar más cifras que demuestran sin lugar a dudas el proceso de concentración del capital definido por Marx y Engels. LA LACRA DEL PARO “Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de do- minar porque no es capaz de asegurar a su esclavo la exis- tencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, por- que se ve obligada a dejarlo decaer hasta el punto de tener que mantenerlo, en lugar de ser mantenida por él. La so- ciedad ya no puede seguir viviendo bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad” (El Manifiesto Comunista). 9 Contrariamente a las ilusiones de los políticos reformis- tas, el paro masivo ha vuelto a extenderse por todo el mun- do como una mancha de aceite. Según cifras oficiales de la ONU, el paro mundial alcanza a 120 millones de per- sonas. Esta cifra, como todas las cifras oficiales del paro, representa una importante infravaloración de la auténtica situación. Si incluyéramos el gran número de personas que trabajan en sectores marginales, la auténtica cifra del paro mundial no bajaría de 850 millones en estos momentos. Tan sólo en Europa Occidental, según las cifras oficia- les, hay cerca de 18 millones de parados, el 10,6% de la población activa. La cifra para España es un espeluznante 23%. Pero in- cluso en Alemania, el país “fuerte” de Europa, el desem- pleo ha superado los 4 millones por primera vez desde Hitler. También en Japón, por primera vez desde los años 30, el paro ha vuelto a dispararse. La imagen de Japón como el paraíso del pleno empleo ha pasado a la historia. Según las cifras oficiales, hay un 3% de paro. Esto es falso. Si se utilizasen los mismos criterios de cál- culo que en EEUU, la cifra sería de un 8%, como mínimo. Este paro no es el paro cíclico, sobradamente conocido por los obreros en el pasado, que aumentaba en una recesión y desaparecía en cuanto se recuperaba la economía. Ya esta- mos en el quinto año de boom en EEUU, y el paro mundial no da muestras de disminuir o, por lo menos, no de manera significativa. Todos los días se anuncian nuevas oleadas de recortes de plantillas y despidos. Es más, este paro afecta a sectores que jamás habían sido afectados en el pasado: profe- sores, médicos, enfermeras, funcionarios públicos, emplea- dos de banca, científicos e incluso directivos. El ambiente de inseguridad se generaliza en todos los niveles de la sociedad. 10 Las palabras de Marx y Engels anteriormente citadas son literalmente ciertas. En todos los países, la burguesía pone el grito en el cielo: “¡Hay que recortar el gasto pú- blico!”. Este es el lema del gobierno Aznar, pero no sólo de él. Las ansias de reducir los gastos públicos son el rasgo común de todos los gobiernos del mundo, sean de dere- chas, de “izquierdas” o de lo que sean. Esto no se debe a los caprichos individuales de los políticos de turno, sino que es una expresión gráfica de la crisis del capitalismo. En el último período —el largo período de auge capi- talista desde 1948 a 1973— la burguesía logró, de una forma parcial y temporal, superar las dos contradicciones fundamentales de su sistema: la propiedad privada y el es- tado nacional. Esto lo hizo, por un lado, mediante la apli- cación de métodos keynesianos (capitalismo de Estado) y por el otro, con la participación en el comercio mundial. Pero ahora todo esto se ha acabado. El viejo modelo ha llegado a sus límites. SOCIALISMO E INTERNACIONALISMO En los últimos años, los economistas burgueses hablan mucho del fenómeno de la “globalización de la economía mundial”, imaginando que han descubierto algo nuevo. En la práctica, fueron Marx y Engels quienes explicaron en el Manifiesto cómo el capitalismo se desarrolla como un sistema mundial. Hoy por hoy, su análisis ha sido bri- llantemente confirmado. En el momento actual nadie puede negar la domina- ción aplastante de la economía mundial. Este es el aspecto más decisivo de la época en que vivimos. Esta es la época del mercado mundial, de la política mundial, de la cul- tura mundial, de la diplomacia mundial y, también, de la guerra mundial. Ya hemos sufrido dos de éstas como 11 consecuencia de las crisis del capitalismo. La segunda cos- tó 55 millones de muertos y casi llegó a la destrucción de la civilización humana. El socialismo es internacional, o no es nada. Pero el in- ternacionalismo proletario no es producto del sentimen- talismo. No es sólo “una buena idea”. Surge del análisis científico de Marx y Engels, que explica cómo la creación del estado nacional, una de las conquistas históricamente progresistas de la burguesía, conduce inevitablemente a un sistema de comercio internacional. El tremendo desa- rrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo no se puede contener dentro de los estrechos límites del estado nacional y, por tanto, todas las potencias capitalistas, in- cluso las más grandes, se ven obligadas a participar cada vez más en el mercado mundial. La contradicción entre el enorme potencial de las fuer- zas productivas y la agobiante camisa de fuerza del estado nacional se puso de manifiesto, de una forma dramática, en 1914 y en 1939. Estas convulsiones sangrientas demos- traron que el sistema capitalista, desde un punto de vista histórico, ya había agotado su misión progresista. Pero, para llevar a cabo la transformación de un sistema so- cioeconómico a otro superior, no es suficiente que el viejo mundo esté en crisis. Por mucha crisis que haya, también existen poderosos intereses que obtienen sus ingresos, pri- vilegios y prestigio de las actuales relaciones de propiedad, y que se resisten con uñas y dientes a todo intento de cam- biar la sociedad. Por eso, Marx y Engels no escribieron un documento abstracto, sino un Manifiesto, una llamada a la acción, y no un libro de texto; el lanzamiento de un parti- do revolucionario, y no un club de discusión. Para derrocar el capitalismo es necesario que los trabaja- dores se organicen como clase en defensa de sus intereses 12 de clase. Durante muchas décadas, los obreros de todos los países, pero sobre todo los de los países capitalistas avanzados, han creado poderosos partidos y sindicatos. Pero estas organizaciones no existen en el vacío. Están sometidas a las presiones del capitalismo, que pesan espe- cialmente sobre las direcciones. Los dos obstáculos fundamentales que impiden el desa- rrollo de las fuerzas productivas en la época actual son la propiedad privada y el estado nacional. Un nuevo avance de la civilización humana exige por la eliminación de es- tos obstáculos y la implantación de un nuevo sistema de producción basado en la planificación racional, científica y democrática a nivel mundial. La bancarrota del nacionalismo en general y de aquella monstruosa aberración del mal llamado “socialismo en un solo país” en particular, quedó patente con el colapso del estalinismo e incluso antes, con la participación de las bu- rocracias rusa y china en el mercado mundial. Todos los países de Africa, Asia y América Latina, que ganaron su independencia cuando el imperialismo perdió el control directo sobre ellos, ahora se ven nuevamente subordina- dos a sus viejos amos mediante el mecanismo del mercado mundial, que les ata de pies y manos. El libre desarrollo de las fuerzas productivas exige la unificación de las economías de todos los países en un plan común que permita la explotación armónica de los recursos del planeta en beneficio de todos. Esto es tan evidente que incluso lo reconocen científicos y expertos que nada tienen que ver con el socialismo, pero que están indignados por la pesadilla que vive dos tercios de la hu- manidad y preocupados por los efectos de la destrucción del medio ambiente. Pero sus recomendaciones bienin- tencionadas caen en saco roto, puesto que chocan con los 13 intereses de las grandes multinacionales, que dominan la economía mundial y cuyos cálculos no están basados en el bienestar de la humanidad o el futuro del planeta, sino exclusivamente en la avaricia y en la búsqueda de ganan- cias donde sea y como sea. En la última década del siglo XX, cuando tanto se habla de “globalización”, las contradicciones nacionales son más fuertes que nunca. Hace 10 años, EEUU sólo exportaba el equivalente al 6% de su producto interior bruto. Ahora la cifra es del 13%, y tiene planes de aumentarlo al 20% para el año 2000. Esto es una declaración de guerra co- mercial contra el resto del mundo, empezando por Japón. De hecho, las tensiones entre EEUU y Japón han llegado a un extremo que, en otro momento, ya hubiera provoca- do una guerra. Pero la existencia de armas nucleares signi- fica que una guerra entre las superpotencias, hoy por hoy, está descartada. Una salida como la de 1914 y 1939, por lo menos por ahora, es imposible. En ausencia de una solución externa, las contradicciones internas tienden a agravarse cada vez más. La clase dominante no ve otra opción que poner todo el peso de la crisis sobre las espaldas de la clase trabajadora. Los autores del Manifiesto, con increíble clarividencia, anticiparon la situación que padece actualmente la clase trabajadora en todos los países cuando escribieron: “El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter propio, y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Éste se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispen- 14 sables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo, como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desarrollan la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien me- diante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del ritmo de las máquinas, etc.”. EEUU ocupa hoy el mismo lugar que en los tiempos de Marx y Engels ocupaba Gran Bretaña: el país capitalista más desarrollado. Es por esto que las tendencias generales del capitalismo se expresan ahí de una manera más nítida. En los últimos 20 años se ha dado una caída del 20% en los salarios rea- les de los obreros de EEUU, acompañada de un aumento del 10% en la jornada laboral. Así, pues, el auge económico del último período ha ido acompañado, y en gran parte ha sido consecuencia, de un enorme aumento de la explotación de los trabajadores. El obrero de EEUU trabaja actualmente una media de 168 horas extras al año, lo que corresponde a casi un mes de trabajo adicional al año. Este es especialmente el caso en la industria del automóvil, donde la jornada laboral de nueve horas seis días a la semana es la norma (de hecho, según el sindicato de trabajadores del automóvil, si sólo en este sector se limitase la semana laboral a 40 horas, se crearían 59.000 puestos de trabajo). Según un artículo de la revista Time del 24 de octubre de 1994: “Los obreros se quejan de que, para ellos, ex- pansión significa agotamiento. En toda la industria ame- ricana, las empresas están utilizando las horas extras para exprimir al máximo la fuerza laboral de EEUU: la semana 15 laboral media actualmente se acerca a un récord de 42 horas, incluyendo 4,6 horas extras.” En el mismo artículo se cita el caso de Joseph Kelterborn, instalador de redes de fibra óptica que, debido a la reducción de personal, traba- ja una media de 4 horas extras al día y un fin de semana de cada tres: “Cuando llego a casa”, se queja, “de lo único que tengo tiempo es a darme una ducha, cenar y dormir un poco; al cabo de un rato ya es hora de levantarse y volver a empezar de nuevo”. Las enormes presiones provocadas por el aumento de las horas de trabajo, la caída de los ingresos reales, el au- mento de los ritmos, etc., han tenido serios efectos en la calidad de vida de las familias obreras. En EEUU, al igual que en otros países, la tasa de natalidad cayó, pasando de una media de 2,5 hijos por familia, a principios de la década de los 60, a 1,8 a finales de la de los 80. Los divorcios se duplicaron durante los años 70, llegan- do a representar el 60% de los matrimonios en los 80. Incluso la esperanza de vida, que había aumentado hasta 1980, se ha estancado. La misma situación existe en Gran Bretaña, donde se han destruido dos millones y medio de puestos de trabajo en el sector industrial en la década de 1980 y, no obstante, se ha mantenido el mismo nivel de producción que en 1979. Esto se ha logrado no mediante la introducción de nueva maquinaria, sino mediante la sobreexplotación de los obreros británicos. Keneth Calman, el Director Gene- ral de la Salud británico, advertía en 1995 que “la pérdida del puesto de trabajo para toda la vida ha desencadenado una epidemia de enfermedades relacionadas con el estrés”. En 1994 se perdieron 175 millones de jornadas labo- rales por enfermedad en Gran Bretaña, casi ocho días de trabajo por trabajador. 16 El número de recetas médicas aumentó en 11,7 millo- nes el año pasado. “El estrés, la congestión del tráfico y la polución están matando a los conductores profesionales británicos”, declara Record, el periódico del sindicato del transporte TGWU. En un estudio de este sindicato, el 30% de los conductores confesaron haberse dormido al volante, y casi el 45% de ellos habían tenido accidentes como resultado. Se podrían dar ejemplos parecidos en re- lación a cualquier otro país capitalista. EL MÉTODO DE MARX Los asombrosos aciertos del Manifiesto no son una ca- sualidad. Se deben al método científico del marxismo —el materialismo dialéctico, o, en su aplicación concreta a la historia, el materialismo histórico—. Las bases de la teoría marxista de la historia ya estaban sentadas en escritos an- teriores como La Sagrada Familia y La ideología alemana. Es necesario recordar que el socialismo y el comunismo no empiezan con Marx y Engels. Había grandes pensado- res antes que ellos que defendían la idea de una sociedad sin clases, basada en la propiedad común: Robert Owen, Fourier, Saint Simon. Ya en el siglo XVI, Tomas Moro escribió su libro Uto- pía, describiendo una sociedad comunista. Incluso antes, los primeros cristianos se organizaron en comunidades donde la propiedad privada estaba radicalmente abolida, como se puede constatar en los Actos de los Apóstoles. Marx y Engels calificaron a todas estas tendencias como socialismo utópico, mientras que lo que ellos defendían era el socialismo científico. ¿En qué consistía la diferencia? Para los utópicos, el socialismo era tan solo una buena idea, algo moralmente deseable que había que predicar a los hombres. Desde este punto de vista, si hubieran tenido 17 razón, este sistema de sociedad podría haberse puesto en marcha hace dos mil años, ¡con lo cual la humanidad se hubiera ahorrado bastantes molestias! Por primera vez, Marx y Engels explicaron que el socialismo tiene una base material, que consiste en el nivel de desarrollo de las fuer- zas productivas —la industria, la agricultura, la ciencia, la tecnología—. El materialismo histórico explica cómo el desarrollo histórico se basa en última instancia en el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta afirmación ha sido frecuentemente distorsionada por los enemigos del marxismo, que aseguran que Marx y Engels “reducen todo a lo económico”. Los autores del Manifiesto contestaron repetidas veces a esta burda caricatura, como se ve en la célebre carta de Engels a Bloch: “Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la his- toria es en última instancia la producción y la reproducción en la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa transfor- mándolo en la afirmación de que el elemento económico es el único determinante, lo transforma en una frase sin sentido, abstracta y absurda. La situación económica es la base, pero las diversas partes de la superestructura: las formas políticas de la lucha de clases y sus consecuencias, las constituciones esta- blecidas por la clase victoriosa después de ganar la batalla, etc., las formas jurídicas, y, en consecuencia, inclusive los reflejos de todas esas luchas reales en los cerebros de los combatientes: teorías políticas, jurídicas, ideas religiosas y su desarrollo ulte- rior hasta convertirse en sistemas de dogmas, también ejercen su influencia sobre el curso de las luchas históricas y en mu- chos casos preponderan en la determinación de su forma”. Es evidente que la religión, la política, la moralidad, la filosofía, etc., juegan un papel en el proceso histórico. No obstante, en última instancia, el éxito de un sistema 18 socioeconómico depende de su capacidad de satisfacer las necesidades básicas de los seres humanos. Antes de poder desarrollar ideas religiosas, políticas o filosóficas, la gente necesita comer, vestirse y vivir en casas. Desde los prime- ros tiempos, los hombres y las mujeres han tenido que lu- char para satisfacer estas necesidades y, para la aplastante mayoría de la humanidad, este sigue siendo el caso. En un momento determinado, surge la división del tra- bajo, que coincide históricamente con la división de la sociedad en clases. Esto significa un gran paso adelante, por primera vez, que permite la creación de un excedente social y el sur- gimiento de una clase que está libre de la necesidad de trabajar, la clase dominante que vive del trabajo de otros: en la antigüedad, de los esclavos; después, bajo el feuda- lismo, de los siervos; y, por último, de los obreros asalaria- dos bajo el capitalismo. A pesar de todos los sufrimientos, vejaciones e injusticias del sistema clasista, no obstante, desde un punto de vista marxista, es decir, desde un punto de vista científico, y no moralista, todo esto sirvió para empujar la sociedad hacia delante. Los logros más brillantes de la ciencia, del arte y de la filosofía de Grecia y Roma estaban basados en el trabajo de los esclavos, que los romanos llamaban “instrumentum vocale” —“una herramienta con voz” (la auténtica situa- ción del obrero moderno no ha cambiado mucho)—. El excedente era suficiente para emancipar a una mino- ría de explotadores, pero no para emancipar a la mayoría, cuya esclavitud era la condición previa para la civilización, que surge del desarrollo de las fuerzas de producción.En este sentido, un sistema socioeconómico dado se puede comparar a un organismo vivo. Nace, crece, entra en la ple- nitud de sus fuerzas y, después, llega a un punto culminan- 19 te, donde empieza su declive, terminando en la muerte. He aquí una maravillosa ley que sirve para explicar el desarrollo no sólo del capitalismo, sino de la sociedad humana en ge- neral. Por primera vez, nos permite comprender la historia no como una cosa sin sentido, como el producto del azar, ni la obra exclusiva de “grandes individuos,” sino como un proceso que tiene sus leyes y que puede ser comprendido, como cualquier área de la naturaleza. De la misma manera que Carlos Darwin explicó que las especies no son inmutables, sino que tienen un pasa- do, un presente y un futuro, que cambian y evolucionan, Marx y Engels explican que un sistema socioeconómico no es algo fijo y para siempre. Esta es la ilusión de cada época. Cada sistema social cree que es la única forma posible de existencia para los seres humanos, que sus instituciones, su religión, su moralidad son la última palabra. Así pensaban los caníbales, los sacerdotes egipcios, Ma- ría Antonieta y el zar Nicolás. Así piensan los burgueses y sus apologistas hoy, cuando nos aseguran, sin la menor base, que el mal llamado sistema de “libre empresa” es “el único posible,” justo en el momento en que está haciendo agua por todos lados. REFORMA Y REVOLUCIÓN Hoy por hoy, la idea de la “evolución” ha calado hon- do, por lo menos en la conciencia de las personas educadas. Las ideas de Darwin, tan revolucionarias en su tiempo, es- tán admitidas casi como un lugar común. Sin embargo, la evolución es en general entendida como un proceso lento y gradual, sin interrupciones ni saltos violentos. En política, semejantes argumentos se emplean a menudo para justificar el reformismo. Lamentablemente, están basados en un mal- 20 entendido. El auténtico mecanismo de la evolución sigue siendo un libro cerrado a cal y canto para la gran mayoría. Esto no es sorprendente, porque el propio Darwin no lo entendió. Tan sólo en la última década, con los nuevos descubri- mientos de la paleontología llevados a cabo por Stephen J. Gould, autor de la teoría del equilibrio interrumpido, se ha demostrado que la evolución no es un proceso gradual. Hay largos períodos en que no se observan grandes cam- bios, pero, en un momento dado, la línea de la evolución queda rota por una explosión, una verdadera revolución biológica caracterizada por la extinción de algunas espe- cies y el ascenso rápido de otras. La investigación más superficial de la historia revelará inmediatamente la falsedad de la interpretación gradua- lista. La sociedad, al igual que la naturaleza, conoce largos períodos de cambio lento y gradual, pero también aquí la línea está interrumpida por momentos explosivos, gue- rras y revoluciones, en que el proceso sufre una enorme aceleración. De hecho, son estos acontecimientos los que actúan como la principal fuerza motriz de la Historia. Y la causa de fondo de estas convulsiones es el hecho de que un sistema socioeconómico determinado ha llegado a sus límites, y ya no puede desarrollar las fuerzas produc- tivas como antes. “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”, dice El Manifiesto en una de sus frases más célebres. Pero, ¿qué es la lucha de clases? Ni más ni menos que la lucha por la repartición del exce- dente producido por la clase obrera. Y esta lucha será siempre inevitable hasta que las fuerzas productivas no hayan alcanzado un nivel de desarrollo que permita la abolición de la miseria y la escasez de produc- 21 tos, no sólo para una minoría privilegiada, sino para todos. El socialismo, por lo tanto, no es sólo “una buena idea” que se puede llevar a la práctica en cualquier situación, siempre y cuando la gente lo desee. El socialismo tiene una base material, que consiste en el nivel de desarrollo de la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología. Ya en La Ideología alemana, escrito en 1845-46, Marx y Engels explicaron que el socialismo presupone “un gran incremento de la fuerza productiva, un alto grado de su desarrollo (...) porque sin ella sólo se generalizaría la esca- sez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesaria- mente en toda la porquería anterior”. Con esta frase —“toda la porquería anterior”— Marx y Engels tenían en mente la desigualdad, la explotación, la opresión, la corrupción, la burocracia, el Estado y todos los demás males endémicos de la sociedad clasista. Hoy, después de la caída del estalinismo en Rusia, los enemi- gos del socialismo intentan demostrar que las ideas del marxismo son impo-sibles de realizar. Pero se olvidan del pequeño detalle de que Rusia, antes de 1917, era un país bastante más atrasado que la India hoy. Lenin y los bolcheviques, que conocían perfectamente los escritos de Marx, sabían de sobra que las condiciones materiales para el socialismo se encontraban ausentes en Rusia. Pero Le- nin y Trotsky jamás tuvieron la idea de una revolución nacional, del “socialismo en un solo país”, y mucho me- nos en un país atrasado como Rusia. Lenin y los bolche- viques tomaron el poder en 1917 con la perspectiva de una revolución mundial. La toma del poder en Rusia dio un poderoso ímpetu a la revolución en el resto de Europa, empezando por Alemania, que podía haber triunfado de no ser por la cobardía y traición de los dirigentes socialde- 22 mócratas, que salvaron el capitalismo. El mundo pagó un precio terrible por ese crimen, con las convulsiones eco- nómicas y sociales del período de entreguerras, el triunfo de Hitler en Alemania, la guerra civil en España y, final- mente, con los horrores de una nueva guerra mundial. Este no es el lugar adecuado para analizar todo el pro- ceso que tuvo lugar después de 1945. Baste con decir que el capitalismo logró, durante un tiempo, con los métodos anteriormente mencionados, una relativa estabilidad, por lo menos en los países avanzados de Europa Occidental, Japón y EEUU. Pero, incluso en este período, las contra- dicciones básicas no desaparecieron. Para dos tercios de la humanidad, fueron años de hambre y miseria, de guerras, de revolución y de contrarrevolución sin precedentes. Pero por lo menos en los países industrializados había pleno empleo, el “Estado del bienestar” y un aumento del nivel de vida. Todo esto dio fuerza a la idea de que el capitalismo había solucionado sus problemas, que el paro era una cosa del pasado, que la lucha de clases había acabado y que el marxismo (por supuesto) estaba anticuado. ¡Qué irónicas suenan estas ideas hoy! Con más de 30 millones de parados en Occidente y un ataque salvaje al nivel de vida de la clase trabajadora en todos los países, las con- tradicciones entre las clases se agudizan cada vez más. Las magníficas movilizaciones de la clase obrera francesa en diciembre de 1995 han sido seguidas por la manifes- tación más grande desde la Segunda Guerra Mundial en Alemania, contra los recortes. Podemos estar seguros de que los obreros del Estado es- pañol no tardarán en dar una respuesta más contundente todavía al intento del gobierno de Aznar de destruir sus conquistas económicas y sociales. 23 “El ser social determina la conciencia”. Esta es la otra gran idea que forma la base del materialismo histórico. Tarde o temprano, las condiciones sociales se hacen sentir en la conciencia de la gente. Ahora bien, la relación entre los procesos que se dan en la sociedad y la forma en que éstos se reflejan en la cabeza de los hombres y las mujeres no es ni automática ni lineal. Si fuera así, ¡estaríamos viviendo bajo el socialismo hace muchos años! Contrariamente a lo que creen los idealis- tas, el pensamiento humano en general no es progresista, sino profundamente conservador. En períodos “norma- les”, la gente tiende a agarrarse a lo conocido. Prefieren creer en las ideas, la moralidad, las institucio- nes, los partidos y los dirigentes que llevan ahí “toda la vida.” Engels dijo una vez que hay períodos en la historia en que 20 años pasan como un solo día, pero hay otros en que la historia de 20 años está concentrada en 24 horas. Durante un largo período parece que nada cambia. No obstante, debajo de la superficie de aparente tranquilidad, se está acumulando enorme descontento, indignación, frustración y rabia contenida. En un momento determi- nado, esto provoca una explosión social. En momentos de crisis, la gente empieza a pensar por sí misma, actuar como hombres y mujeres libres, como protagonistas, no víctimas pasivas. Buscan un cauce y una organización, empiezan a militar en sus sindicatos y partidos de masas en un intento de cambiar la sociedad. Una parte muy importante del Manifiesto que no ha sido suficientemente comprendida es la sección Proleta- rios y Comunistas, donde leemos lo siguiente: “¿Qué rela- ción guardan los comunistas con los proletarios en gene- ral? Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. 24 No tienen intereses propios que se distingan de los intere- ses generales del proletariado. No proclaman principios espe- ciales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independiente- mente de la nacionalidad; y por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los in- tereses del movimiento en su conjunto. A la hora de la acción, los comunistas son, pues, el sec- tor más resuelto de los partidos obreros de todos los paí- ses, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; en el aspecto teórico, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario”. Estas líneas tienen una importancia transcendental, porque demuestran el método de Marx y Engels, que siempre partían del auténtico movimiento de la cla- se obrera, del proletariado tal y como es, no como nos gustaría que fuera. Este método está a mil años luz del sectarismo estéril de aquellos grupúsculos revolucionarios que existen al margen del movimiento obrero, sin ningún punto de contacto con la realidad. Para un marxista, un partido es, en primer lugar, programa, ideas, métodos y tradiciones, y sólo después una organización para llevar estas ideas a la clase obre- ra. A lo largo de la historia, la clase obrera crea or- ganizaciones de masas para defender sus intereses y cambiar la sociedad. Empezando con los sindicatos, las organizaciones básicas de la clase, se dan cuenta en un momento dado de que la lucha reivindicativa 25 por sí sola es insuficiente. En las condiciones actuales, esta conclusión resulta absolutamente ineludible. Sin la lucha cotidiana para avanzar bajo el capitalismo, la revolución socialista sería impensable. A través de las huelgas y manifestaciones, el proletariado se organiza y empieza a adquirir conciencia como clase. Pero para cada huelga que se gana, muchas más acaban derrota- das. E incluso cuando se consigue un aumento sala- rial, es posteriormente anulado por la inflación. El paro, las privatizaciones, los recortes del gasto públi- co, las leyes antisindicales: todas estas cosas pertenecen a la política, y han de ser combatidas no sólo en las fábricas con métodos sindicales, sino mediante la organización política. Los sindicatos, los partidos socialistas y los partidos comunistas han sido creados por la clase trabajado- ra a través de generaciones de lucha y sacrificio. Los obreros no abandonan fácilmente sus organizaciones tradicionales, sin someterlas a la prueba una y otra vez. Pero las organizaciones obreras no existen en el vacío. Están bajo la presión de la clase burguesa, so- bre todo sus direcciones, que hoy por hoy están más divorciadas de la clase obrera que nunca. En ausen- cia de una política marxista firme, tienden a claudi- car ante estas presiones. Se acomodan a las ideas de la clase dominante, que, como Marx explica, son las ideas dominantes de cada época. En períodos en que los obreros no están participando activamente en sus organizaciones, las presiones de clases ajenas se redo- blan. He aquí la explicación más fundamental del giro a la derecha que se ha producido en las direcciones de los partidos obreros (no sólo los socialistas, sino tam- bién en los que se llamaban comunistas) en el último período. Pero este proceso tiene sus límites. El giro a 26 la derecha, que se expresa en ataques constantes contra el nivel de vida en todos los países, está preparando un giro violento a la izquierda en el próximo período. “Cada acción tiene una reacción igual y contraria” no sólo es aplicable a la Física. Toda la historia demuestra una cosa: nadie puede rom- per el deseo inconsciente de la clase obrera de transformar la sociedad. Pero la historia también enseña que sin un pro- grama científico, sin una perspectiva clara, es imposible llevar a cabo la transformación socialista. Estas cosas no caen del cielo. Tampoco se pueden improvisar cuando las masas ya están en la calle. Hay que prepararlas de antemano. Hay que ganar y educar a cuadros marxistas, integrados en las fábricas y en las minas, en los colegios y en las universidades, en los sindicatos y en los partidos obreros. Hay que llevar a cabo un trabajo revolucionario paciente y persistente, preparando el terreno para los grandes acontecimien- tos que se avecinan, no sólo en España, sino en Europa y en todo el mundo. Cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto, eran dos jóvenes de 29 y 27 años respectivamente. Era un período de la reacción más negra, en que parecía que la clase obrera estaba derrotada e inmóvil. Los autores del Manifiesto estaban en el exilio en Bruselas, refugiados políticos del régimen reaccionario del rey de Prusia. No obstante, cuando el Manifiesto Comunista vio la luz por primera vez en febrero de 1848, la revolución ya había estallado en Francia y en pocos meses se había extendido a toda Europa. En el momento actual, el sistema capitalista está en crisis a nivel mundial. De este modo, un solo triunfo de la clase obrera en cualquier país importante puede ser 27 la señal de partida de un proceso revolucionario que abarcaría no sólo Europa, sino el mundo entero. Alan Woods Londres, 20 de junio 1996. 28 Manifiesto del Partido Comunista Carlos Marx y Federico Engels Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada contra ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot1, los radicales franceses y los polizontes alemanes. ¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de co- munista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los represen- tantes de la oposición más avanzados, como a sus enemi- gos reaccionarios, el epiteto zahiriente de comunista? De este hecho resulta una doble enseñanza: Que el comu- nismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa. Que ya es hora de que los comunistas expongan al mundo entero sus ideas, sus fines y sus tendencias; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio partido. Con este fin, comunistas de las más diversas naciona- lidades se han reunido en Londres y han redactado el si- 1 El Papa Pío IX, elegido al trono en 1846, se consideraba entonces un “liberal”, pero era tan enemigo del socialismo como el zar ruso Nicolás I, que ya antes de la revolu- ción de 1848 desempeñaba el papel de gendarme de Europa. Metternich, canciller del Imperio austríaco y jefe reconocido de toda la reacción euro- pea, entabló por aquel entonces contactos con Guizot, destacado historiador y ministro francés, ideólogo de la gran burguesía financiera e industrial y enemigo irreconciliable del proletariado. Por demanda del Gobierno prusiano, Guizot desterró a Marx de París. Los policías alemanes no dejaban en paz a los comunistas no sólo en Alemania, sino también en Francia, Bélgica e incluso en Suiza, procurando impedir su propaganda con todas las fuerzas y todos los medios 29 guiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés. I. BURGUESES Y PROLETARIOS2 La historia de todas las sociedades hasta nuestros dias3 es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros4 y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pug- na. En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de con- diciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, va- sallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales. 2. Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, que son los pro- pietarios de los medios de producción social y emplean trabajo asalariado. Por prole- tarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888). 3. Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización social que pre- cedió a toda la historia escrita, la prehistoria, era casi desconocida. Posteriormente, Haxthausen5 ha descubierto en Rusia la propiedad comunal de la tierra; Maure6 ha demostrado que ésta fue la base social de la que partieron históricamente todas las tribus germanas, y se ha ido descubriendo poco a poco que la comunidad rural, con la posesión colectiva de la tierra, ha sido la forma primitiva de la sociedad, desde la India hasta Irlanda. La organización interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en lo que tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho por Morgan7 de la verdadera naturaleza de la gens y de su lugar en la tribu. Con la desin- tegración de estas comunidades primitivas comenzó la diferenciación de la sociedad en clases distintas y, finalmente, antagónicas. He intentado analizar este proceso en la obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 2a ed., Stuttgart, 1886. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888). 4. Zunftbürger, esto es, miembro de un gremio con todos los derechos, maestro del mismo, y no su dirigente. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888). 30 La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las con- tradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado. De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía. El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multipli- cación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y ace- leraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición. 5. Haxthausen, Augusto (1792-1868): barón prusiano, que recibió de Nicolás I per- miso para acudir a Rusia con el objeto de estudiar su régimen agrario y la vida de los campesinos rusos (1843-1844). Autor de una obra que describe los restos del régimen comunal en las relaciones agrarias de Rusia. 6. Maurer, Jorge Luis (1790-1872): historiador alemán, investigador del régimen social de la Alemania antigua y medieval; hizo una gran aportación al estudio de la historia de la comunidad medieval. 7.Morgan, Luis Enrique (1818-1881): etnógrafo, arqueólogo e historiador norteame- ricano. Basándose en abundantes datos etnográficos, recogidos durante el estudio del régimen social y de la vida de los indios americanos, argumentó la doctrina sobre el desarrollo de la gens como forma principal del régimen de la comunidad primitiva. Intentó, además, crear la periodización de la historia de la sociedad preclasista. Marx y Engels valoraron en alto los trabajos de Morgan. Marx hizo un resumen detallado de su libro La sociedad antigua, mientras que Engels, en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, cita el material concreto reunido por Morgan 31 La antigua organización feudal o gremial de la indus- tria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller. Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufac- tura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocu- parlo los industriales millonarios —jefes de verdaderos ejércitos industriales—, los burgueses modernos. La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comer- cio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la in- dustria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarro- llaba la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media. La burguesía moderna, como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio. Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento bajo la dominación de los señores feudales, la burguesía forma en la comuna8 una asociación armada y 8. Comunas se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes de arrancar a sus amos y señores feudales la autonomía local y los derechos políticos como “tercer estado”. En términos generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como país típico del 32 autónoma; en unos sitios como república urbana indepen- diente; en otros como tercer estado tributario de la monar- quía9; después, durante el período de la manufactura, es el contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales, absolutas y, en general, piedra angular de las grandes mo- narquías, hasta que, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, la burguesía conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los ne- gocios comunes de toda la clase burguesa. La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas; ha desgarrado sin piedad las abigarradas ligaduras feu- dales que ataban al hombre a sus “superiores naturales”, para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”; ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caba- lleresco y el sentimentalismo del pequeñoburgués en las aguas heladas del cálculo egoísta; ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio; ha sustituido las nu- merosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y polí- ticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, desarrollo económico de la burguesía, y a Francia como país típico de su desarrollo político. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888). Así denominaban los habitantes de las ciudades de Italia y Francia a sus comunidades urbanas, una vez comprados o arrancados a sus señores feudales los primeros derechos de autonomía. (Nota de F. Engels a la edición alemana de 1890). 9. En la edición ingles de 1888, redactada por Engels a las palabras “República urbana independiente” se ha añadido “como en Italia y en Alemania”, y a las palabras “tercer estado tributario de la monarquía”, las palabras “como en Francia”. 33 directa y brutal. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados. La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sen- timentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero. La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, te- nía su complemento natural en la más relajada holgazane- ría. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede reali- zar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas10. La burguesía no puede existir sino a condición de revo- lucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del an- tiguo modo de producción era, por el contrario, la prime- ra condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen viejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los 10 Cruzadas: expediciones militares de colonización al Oriente emprendidas del siglo XI al XIII por los señores feudales y caballeros de Europa Occidental bajo el lema religioso de quitar a los musulmanes la posesión de los “Lugares Santos” (Jerusalén y otros). 34 hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas. Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas par- tes, crear vínculos en todas partes. Mediante la explotación del mercado mundial, la bur- guesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y es- tán destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introduc- ción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias pri- mas nacionales, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio univer- sal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan día a día más imposibles; de las numerosas literaturas naciona- les y locales se forma una literatura universal. Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumen- tos de producción y al constante progreso de los medios 35 de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artille- ría pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza. La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciu- dad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemen- te la población de las ciudades en comparación con la del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idio- tismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente. La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la po- blación. Ha aglutinado la población, centralizado los me- dios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera. La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuer- zas productivas más abundantes y más grandiosas que to- das las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de 36 las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continentes enteros, la aper- tura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras sur- giendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo so- cial? Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio sobre cuya base se ha formado la burguesía fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cam- bio, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, la organización feudal de la agri- cultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, no se correspondían ya con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se trans- formaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y las rompieron. En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la do- minación económica y política de la clase burguesa. Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad bur- guesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algu- nas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas 37 modernas contra las actuales relaciones de producción, con- tra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en for- ma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia so- cial que en cualquier época anterior hubiera parecido absur- da se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superpro- ducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraida a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, dema- siada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, re- sultan demasiado poderosas para estas relaciones, que cons- tituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la exis- tencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los me- dios de prevenirlas. 38 Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios. En la misma proporción en que se desarrolla la burgue- sía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletaria- do, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo y lo encuentran úni- camente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse a trozos, son una mercan- cía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado. El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter propio, y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Éste se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo11, como el de toda mercancía, es igual a los gastos de pro- ducción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desarrollan la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien mediante la pro- longación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del ritmo de las máquinas, etc. 11. Más tarde Marx y Engels empleaban en sus obras, en lugar de conceptos de “valor del trabajo” y “precio del trabajo”, conceptos más exactos introducidos por Marx: “va- lor de la fuerza de trabajo”, “precio de la fuerza de trabajo”. 39 La industria moderna ha transformado el pequeño ta- ller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organi- zados militarmente. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de toda la jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Es- tado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués indivi- dual, patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que pro- clama que no tiene otro fin que el lucro. Cuanta menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la in- dustria moderna, mayor es la proporción en que el traba- jo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo. Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fa- bricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc. Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentis- tas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proleta- riado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los 40 nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proleta- riado se recluta entre todas las clases de la población. El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento. Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; después, por los obreros de una misma fábrica; más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués individual que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías ex- tranjeras que les hacen competencia, rompen las máqui- nas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media. En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no es toda- vía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, con- tra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcan- zada en estas condiciones es una victoria de la burguesía. Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor con- ciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de exis- tencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida 41 que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasio- na, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obre- ro en situación cada vez más precaria; las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones12 contra los burgueses y ac- túan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta a formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios en previsión de estos eventuales choques. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación. A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inme- diato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que po- nen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centrali- cen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Pero toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Me- dia, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en esta- blecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años. Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por 12. En la edición inglesa de 1888, después de la palabra “coaliciones” ha sido añadido “sindicatos”. 42 la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Ingla- terra. En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletaria- do. La burguesía vive en lucha permanente: al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellos sectores de la misma burguesía cuyos intereses entran en contradic- ción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a recla- mar su ayuda, arrastrándolo así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación13, es decir, armas contra ella misma. Además, como acabamos de ver, el progreso de la in- dustria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, amenaza sus condicio- nes de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos ele- mentos de educación. Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la bur- 13. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “elementos de su propia educación” se dice “elementos de su propia educación política y general”. 43 guesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólo- gos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico. De todas las clases que hoy se enfrentan con la burgue- sía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revo- lucionaria. Las demás clases van degenerando y desapare- cen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pe- queño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden vol- ver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado. El lumpemproletariado, ese producto pasivo de la pu- trefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una re- volución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida, está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras. Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proleta- riado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo indus- trial moderno, el moderno yugo del capital, que es el 44 mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carác- ter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses detrás de los cuales se ocul- tan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases que en el pasado lograron hacerse do- minantes trataron de consolidar la situación adquirida so- metiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas produc- tivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación en vi- gor y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguar- dar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente. Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayo- ría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede incorporarse sin hacer saltar toda la superestruc- tura formada por las capas de la sociedad oficial. Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía. Al esbozar las fases más generales del desarrollo del pro- letariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación. 45 Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Pero para poder oprimir a una clase es preciso asegu- rarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeñoburgués llegó a elevarse a la ca- tegoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rá- pidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desem- peñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarlo decaer hasta el punto de tener que mantenerlo, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no pue- de seguir viviendo bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad. La condición esencial de la existencia y de la domina- ción de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecenta- miento del capital. La condición de existencia del capi- tal es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, in- capaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el 46 aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus pro- pios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del prole- tariado son igualmente inevitables. II. PROLETARIOS Y COMUNISTAS ¿Qué relación guardan los comunistas con los proleta- rios en general? Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses propios que se distingan de los inte- reses generales del proletariado. No proclaman principios especiales14 a los que quisie- ran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas na- cionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. A la hora de la acción, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante15 a los de- más; en el aspecto teórico, tienen sobre el resto del proletaria- do la ventaja de su clara visión de las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario. 14. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “especiales” dice “sectarios”. 15. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “que siempre impulsa adelante” dice “más avanzado”. 47 El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado. Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descu- biertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica propia del comunis- mo. Todas las relaciones de propiedad han sufrido cons- tantes cambios históricos, continuas transformaciones históricas. La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa. El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada burguesa moderna es la últi- ma y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros16. En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada. Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, actividad e independencia individual. ¡La propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso a la propiedad del pequeñobur- 16. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “la explotación de los unos por los otros” dice “la explotación de la mayoría por la minoría”. 48 gués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que ha precedido a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y está aboliéndola a diario. ¿O tal vez os referís a la propiedad privada burguesa mo- derna? ¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo del proleta- rio, crea propiedad para el proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a con- dición de producir nuevo trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo. Ser capitalista significa ocupar no sólo una posición puramente personal en la producción, sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en últi- ma instancia, sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social. En consecuencia, si el capital es transformado en pro- piedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad social. Sólo cambia el carácter social de la propiedad. Ésta pier- de su carácter de clase. Examinemos el trabajo asalariado. El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se 49 apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida. No queremos de ninguna manera abolir esta apropia- ción personal de los productos del trabajo, indispensables para la mera reproducción de la vida humana (apropia- ción, por otro lado, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder sobre el trabajo de otro). Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de esa apropia- ción, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital, y tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva. En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la so- ciedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores. De este modo, en la sociedad burguesa el pasado do- mina sobre el presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de indepen- dencia y está despersonalizado. ¡Y la burguesía dice que la abolición de semejante estado de cosas es la abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata, efectivamente, de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa. Por libertad, en las condiciones actuales de la produc- ción burguesa, se entiende la libertad de comercio, la li- bertad de comprar y vender. Desaparecida la compraven- ta, desaparecerá también la libertad de compraventa. Las declamaciones sobre la libertad de compraventa, lo mis- mo que las demás bravatas liberales de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas a la compraventa encadena- 50 da y al burgués sojuzgado de la Edad Media; pero no ante la abolición comunista de la compraventa de las relacio- nes de producción burguesas y de la propia burguesía. Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad pri- vada. Pero, en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros; precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad. En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos. Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la propie- dad personal no puede transformarse en propiedad bur- guesa, desde ese instante la personalidad queda suprimida. Reconocéis, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario burgués. Y esta persona- lidad ciertamente debe ser suprimida. El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales; no quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno. Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indo- lencia general. Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. 51 Toda la objeción se reduce a esta tautología: no hay tra- bajo asalariado donde no hay capital. Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción de bienes materiales se hacen ex- tensivas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda cultura. La cultura cuya pérdida deplora no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en máquinas. Pero no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el criterio de vues- tras nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc. Vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro de- recho no es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase. La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producción y de propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso de la producción—, la compartís con todas las clases domi- nantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propie- dad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa. ¡Querer abolir la familia! Hasta los más radicales se in- dignan ante este infame designio de los comunistas. ¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burgue- sa? En el capital, en el lucro privado. La familia plenamen- te desarrollada no existe más que para la burguesía; pero 52 encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública. La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del capital. ¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen. Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos, sus- tituyendo la educación doméstica por la educación social. Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etc.? Los comunistas no han inventado esta intromisión de la sociedad en la edu- cación; no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase dominante. Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educa- ción, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran in- dustria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo. ¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres! —nos grita a coro toda la burguesía. Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un ins- trumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, natu- ralmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte con la socialización. No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción. 53 Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ul- tramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de in- troducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido. Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su dis- posición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en seducir mutuamente las esposas. El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócrita- mente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la abolición de las relacio- nes de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y no oficial. Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Pero, en la medida que el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional17, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sen- tido burgués. El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condi- ciones de existencia que le corresponden. 17. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “elevarse a la condición de clase nacio- nal” dice “elevarse a la condición de clase dirigente de la nación”. 54 El dominio del proletariado los hará desaparecer más deprisa todavía. La acción común, al menos de los paí- ses civilizados, es una de las primeras condiciones de su emancipación. En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra. Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí. En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comu- nismo, partiendo del punto de vista de la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no merecen un exa- men detallado. ¿Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social, cambian también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del hombre? ¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época siempre han sido las ideas de la clase dominante. Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una so- ciedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones de vida. En el ocaso del mundo antiguo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando, en el siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la Ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucio- naria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de con- 55 ciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio del saber. “Sin duda —se nos dirá—, las ideas religiosas, mora- les, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., se han ido modi- ficando en el curso del desarrollo histórico. Pero la reli- gión, la moral, la filosofía, la política, el derecho se han mantenido siempre a través de estas transformaciones. Existen, además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etc., que son comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior”. ¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes épocas. Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contra- dicciones, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todos los siglos, a despecho de toda variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas for- mas —formas de conciencia—, que no desaparecerán completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de clase. La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales. Pero dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al comunismo. Como ya hemos visto más arriba, el primer 56 paso de la revolución obrera es la elevación del proleta- riado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, de

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