Historia Bloque 4 - PDF
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Summary
Este documento proporciona un resumen del reinado de Carlos IV y la Guerra de Sucesión en España. Explora los principales eventos, las tensiones internas y las causas de la guerra. El texto describe la lucha entre ilustrados y contra ilustrados, y la crisis financiera provocada por las políticas de apoyo a Francia. Además, destaca el motín de Aranjuez y la abdicación de Bayona, que condujeron a la guerra. Finalmente, se enfatiza la importancia de este período en la historia de España, caracterizado por grandes dificultades y conflictos generados por la participación de España en las guerras europeas y la posterior invasión francesa.
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TEMA 4: LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN. BLOQUE 4: 4.1 EL REINADO DE CARLOS IV. LA GUERRA DE SUCESIÓN El reinado de Carlos IV comenzó en 1788, sucediendo a Carlos III. Fue un periodo marcado por graves problemas internos y externos que debilitaron la estabilidad de la monarquía española y precipitaro...
TEMA 4: LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN. BLOQUE 4: 4.1 EL REINADO DE CARLOS IV. LA GUERRA DE SUCESIÓN El reinado de Carlos IV comenzó en 1788, sucediendo a Carlos III. Fue un periodo marcado por graves problemas internos y externos que debilitaron la estabilidad de la monarquía española y precipitaron la crisis que llevaría a la Guerra de la Independencia. Carlos IV enfrentó fuertes tensiones internas que dividían a la sociedad española. Uno de los principales conflictos fue la pugna entre ilustrados y contra ilustrados. Los ilustrados buscaban reformas inspiradas en los principios de la Ilustración para modernizar el país, mientras que los contra ilustrados se oponían a estos cambios, defendiendo el absolutismo y el orden tradicional. Otro problema importante fue el déficit financiero, resultado de las políticas bélicas de apoyo a Francia en las guerras contra Inglaterra. Además, hubo un enfrentamiento en la familia real entre Carlos IV y su hijo, Fernando. Donde se dio la conspiración de El Escorial en 1807 y como esta no tuvo éxito en marzo de 1808 se lleva a cabo el motín de Aranjuez, donde asaltan la casa de Godoy y Carlos IV es forzado a ceder el trono a su hijo. En el ámbito internacional, la situación no era mejor. En Hispanoamérica, las colonias empezaron a mostrar signos de descontento, con rebeliones y demandas de autonomía. España también tuvo una relación compleja con Francia, que comenzó siendo hostil debido a la Revolución Francesa, pero que se transformó en alianza en 1796, y finalmente firmamos el tratado de Fontainebleau en 1807, para la invasión francesa en Portugal. Esto luego lo aprovechará Napoleón para también invadir España. La Guerra de la Independencia fue el resultado de la intervención francesa en la política española y de las tensiones internas que atravesaba el país. La imposición de José Bonaparte, hermano de Napoleón, en el trono español provocó una resistencia generalizada. Las causas de la guerra incluyen el descontento con la administración de Godoy, la debilidad política de Carlos IV, la creciente influencia de Francia en la política española, y la abdicación de Bayona (1808), donde Carlos IV y Fernando VII renunciaron a sus derechos en favor de Napoleón, quien impuso a su hermano José Bonaparte como rey. En la guerra participaron dos bandos principales: los franceses y los españoles patriotas. Los franceses, apoyados por los afrancesados, defendían la nueva monarquía de José Bonaparte. En cambio, los patriotas españoles, que rechazaban la invasión, se organizaban en Juntas Provinciales y contaban con el apoyo militar del Reino Unido. Esta guerra contaba con 3 fases Primera fase (hasta noviembre de 1808): Se caracteriza por la resistencia inicial, incluyendo el levantamiento del 2 de mayo en Madrid y los sitios de Zaragoza y Gerona. Conseguimos ganar en Bailén, por lo que José I se va a Vitoria. Esta fase termina con la llegada de Napoleón y su ejército de 250.000 soldados a la península, imponiendo su dominio temporalmente. Segunda fase (noviembre de 1808 a enero de 1812): Cuando Napoleón llegó a la península ocuparon Aragón, Cataluña y casi toda Andalucía. Sin embargo, la resistencia guerrillera populares (sabotajes en sus depósitos de armamentos, comunicaciones y abastecimientos. Los que más destacaron fueron: el Empecinado, Espoz y Mina, Diaz Porlier o el cura Merino) y la intervención de las tropas británicas, lideradas por el duque de Wellington, comienzan a debilitar a los franceses. Fase final (1812-1813): Napoleón traslada casi todos los soldados a suelo ruso, lo que hace que solo queden 100.000 hombres desmoralizados. Debido a esto y a que el ejército anglo-portugués seguía, hacen que retrocedan hacia los Pirineos haciendo así que los franceses perdieron en Arapiles, Vitoria y San Marcial. Finalmente, en 1813 se firma el Tratado de Valençay, por el cual Fernando VII es restaurado como rey. La Guerra de la Independencia tuvo consecuencias devastadoras para España. Entre las pérdidas humanas y materiales, destacan ciudades arrasadas como Gerona y Zaragoza. Además, hubo una destrucción generalizada de cosechas e infraestructuras, lo que agravó la crisis económica, ya que también se interrumpió el comercio. Estos factores, sumados a la enorme deuda generada por el conflicto, llevaron a una ruina financiera que afectaría al país durante años. El reinado de Carlos IV y la Guerra de la Independencia marcaron una época de grandes dificultades en España. La debilidad de la monarquía y la intervención napoleónica generaron un conflicto prolongado y devastador. Aunque el conflicto permitió el regreso de Fernando VII al trono, dejó un legado de destrucción y una profunda crisis que afectaría al país durante el siglo XIX 4.2- CORTES DE CÁDIZ. CONSTITUCIÓN DE 1812 Durante la guerra de la Independencia, los españoles que no reconocían a José I como rey llevaron a cabo los dos acontecimientos revolucionarios más importantes: las juntas y las cortes. Al comienzo de la Revolución Liberal, surgieron las juntas locales como órganos de autogobierno en pueblos y ciudades, compuestas por nobles, clérigos e intelectuales influyentes, como médicos y abogados. A su vez, estas juntas locales se agruparon en juntas provinciales, ampliando así el movimiento a nivel regional. En septiembre de 1808 se formó la Junta Suprema Central, integrada por 36 miembros y presidida por Florida Blanca, que asumió el gobierno de España y dirigió la resistencia contra los franceses. Esta junta estaba formada por nobles, juristas y clérigos, y fue la que firmó acuerdos con Gran Bretaña para recibir apoyo. En enero de 1810, la Junta Suprema Central se autodisolvió y cedió su autoridad a una regencia. La regencia, conformada por cinco miembros, tuvo la trascendental tarea de convocar a las Cortes en 1810, marcando un momento clave en el que el pueblo asumía la soberanía, en lugar de delegarla en el rey. En las Cortes se manifestaron tres grandes tendencias ideológicas, todas antifrancesas. Los liberales, formados por intelectuales, algunos nobles terratenientes y burgueses, defendían reformas rápidas y profundas para instaurar un sistema político más moderno. Los jovellanistas, que introducían medidas graduales, eran partidarios de cambios moderados. Por otro lado, los absolutistas, integrados por campesinos y clérigos, defendían el orden tradicional y rechazaban cualquier tipo de transformación. Para erradicar el Antiguo Régimen e instaurar el liberalismo, las Cortes aprobaron diversas leyes. Entre estas reformas destacaron la libertad de imprenta, la abolición de los gremios y del régimen señorial, la eliminación de la Mesta, la abolición de la Inquisición y, finalmente, la promulgación de la Constitución de 1812. La Constitución de 1812 fue la primera constitución liberal de España, con vigencia en tres periodos: 1812-1814, 1820-1823 y 1836. La constitución estableció el principio de soberanía nacional, lo que significaba que el poder residía en el pueblo, aunque en la práctica este poder estaba limitado a las clases más adineradas. Además, consagraba la división de poderes en tres ramas: el poder legislativo, confiado a las Cortes; el judicial, en manos de jueces; y el ejecutivo, ejercido por el gobierno, que era nombrado por el rey. El sistema político era parlamentario y representativo, con un sufragio universal masculino, indirecto y de cuarto grado. Asimismo, la Constitución garantizaba derechos y libertades individuales, promoviendo la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. En el ámbito religioso, se declaraba al catolicismo como la única religión permitida, consolidando su rol como religión oficial. Inspirada en las ideas de pensadores como Montesquieu (división de poderes), Rousseau (soberanía nacional) y Adam Smith (liberalismo político), la Constitución defendía los derechos naturales de libertad, propiedad, seguridad e igualdad. Se afirmaba que, si el gobierno no reconocía estos derechos, podía ser legítimamente derrocado por la fuerza, pues no sería considerado legítimo. 4.3 EL REINADO DE FERNANDO VII Y LA CUESTIÓN SUCESORIA Durante la Guerra de Independencia, Fernando VII permaneció retenido en Francia. En diciembre de 1813, firmó con Napoleón el Tratado de Valençay, que puso fin a la guerra y le devolvió el trono de España. Al regresar a España, en 1814, Fernando VII promulgó el Decreto de Valencia, que anulaba la Constitución de Cádiz de 1812 y todas las leyes aprobadas en las Cortes de Cádiz. Los siguientes seis años, conocidos como el **Sexenio Absolutista** (1814-1820), fueron un periodo de restauración del absolutismo. Se reinstauraron las instituciones del Antiguo Régimen, se recuperó el régimen señorial y se suprimieron las libertades, iniciándose una persecución contra liberales y afrancesados. A nivel europeo, la Santa Alianza apoyaba el absolutismo y frenaba los avances liberales. Sin embargo, el absolutismo no resolvía la crisis del Antiguo Régimen, lo que provocó varios intentos de pronunciamiento entre 1814 y 1820, todos sin éxito. En 1820, el pronunciamiento de Rafael de Riego triunfó, abriendo el periodo del **Trienio Liberal** (1820-1823). Esto supuso el restablecimiento de los derechos y libertades de la Constitución de Cádiz, que Fernando VII se vio obligado a aceptar y jurar. Durante estos años, los liberales implementaron reformas importantes: desamortización de bienes eclesiásticos, supresión del feudalismo y reformas fiscales, entre otras. Sin embargo, estas reformas causaron gran agitación política y provocaron conflictos con los absolutistas, quienes intentaron recuperar el poder. Ante la tensión y el temor a la extensión del liberalismo en Europa, la Santa Alianza intervino en el **Congreso de Verona** y envió en 1823 a "Los Cien Mil Hijos de San Luis", un ejército francés que restauró el absolutismo en España. Esta intervención marcó el inicio de la **Década Ominosa** (1823-1833), en la que Fernando VII persiguió y reprimió a los liberales. La Santa Alianza sugería un absolutismo moderado, sin inquisición y con reformas graduales, pero Fernando VII gobernó de manera inestable, apoyándose tanto en sectores ultraconservadores como en moderados. La cuestión sucesoria surgió en 1830, con el nacimiento de Isabel, futura Isabel II. Para asegurar su derecho al trono, Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, que anulaba la Ley Sálica y permitía que las mujeres pudieran reinar. Sin embargo, esta decisión provocó un enfrentamiento entre los partidarios de su hermano, Carlos María Isidro (los carlistas), y los defensores de la regencia de María Cristina para Isabel. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, este conflicto derivó en la **Primera Guerra Carlista**. Esta versión es más concisa y organizada, destacando las etapas principales del reinado de Fernando VII y la cuestión sucesoria, con transiciones claras entre los periodos y eventos clave. 4.4 PROCESO DE INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS AMERICANAS Durante el reinado de Fernando VII (1808-1833), la mayor parte de las colonias españolas en América lograron su independencia, un proceso que se consolidó en tan solo 15 años. Las guerras de independencia en América Latina respondieron a factores como la difusión del pensamiento ilustrado y liberal en las zonas urbanas, influenciado por la Revolución Americana. A esto se sumó la centralización de poder impulsada por los Borbones, que generó descontento entre los criollos, quienes veían limitadas sus aspiraciones económicas y políticas. Además, la interrupción de las comunicaciones con la península debido al bloqueo inglés desde 1793, junto a la invasión napoleónica a España y el vacío de autoridad que siguió, propiciaron la creación de juntas revolucionarias en varias regiones de América. Cuando Fernando VII regresó al trono en 1814, adoptó una política absolutista y rechazó cualquier intento de autonomía, enviando un ejército a sofocar los levantamientos, lo que solo aumentó las aspiraciones independentistas. La primera fase de las guerras de independencia, entre 1810 y 1816, estuvo marcada por la formación de juntas revolucionarias que actuaban en nombre del rey, pero buscaban autonomía. En México, el levantamiento fue iniciado en 1810 por el sacerdote Miguel Hidalgo, quien dirigió a indígenas, campesinos y mestizos contra las élites españolas y criollas. Aunque lo capturaron y ejecutaron, el sacerdote José María Morelos continuó el movimiento hasta 1815. En el Río de la Plata, la Revolución de mayo de 1810 destituyó al virrey y estableció un gobierno autónomo que actuaba de manera independiente. Este movimiento reclamó el control sobre el Alto Perú, Paraguay y Uruguay, aunque enfrentó la resistencia de líderes locales. En Venezuela, la independencia fue proclamada en 1811, pero los patriotas liderados por Francisco Miranda fueron derrotados por los realistas en 1812. Tras esta derrota, Simón Bolívar, en una medida radical, declaró la “guerra a muerte” a quienes no apoyaran la independencia, logrando recuperar Caracas en 1813. Sin embargo, el conflicto continuó, y el militar realista Boves movilizó a las clases bajas contra los criollos independentistas. En Nueva Granada, juntas en Bogotá, Cartagena y Quito también proclamaron la independencia, mientras que, en Cundinamarca, el líder Nariño difundió las ideas de los derechos del hombre. La segunda fase, a partir de 1817, consolidó la independencia en América Latina. En el sur, el general argentino José de San Martín cruzó los Andes en 1817 para liberar Chile, con el apoyo de Bernardo O’Higgins. San Martín derrotó a las tropas realistas en la batalla de Chacabuco y aseguró la independencia chilena. En el norte, Bolívar avanzó con su campaña y consiguió la independencia de Colombia en 1819 tras vencer en la batalla de Boyacá. En 1821, aseguró la independencia de Venezuela tras la victoria en Carabobo, y su lugarteniente, Antonio José de Sucre, logró la independencia de Ecuador en 1822 tras la batalla de Pichincha. Con estos triunfos, Bolívar impulsó la creación de la Gran Colombia, una federación que incluía a Venezuela, Colombia y Ecuador. En Perú, la independencia fue proclamada en 1821 por San Martín tras conquistar Lima. Sin embargo, fue Bolívar quien aseguró la victoria final en las batallas de Junín y Ayacucho en 1824, derrotando al virrey Abascal y expulsando definitivamente a las fuerzas españolas. En México, la independencia fue lograda en 1821, cuando el general Agustín de Iturbide proclamó la independencia del virreinato de Nueva España y se convirtió en emperador. Su mandato fue breve, y en 1823 México se transformó en una república tras su destitución. En Centroamérica, las provincias también declararon su independencia en 1821 y se separaron de México en 1823, constituyéndose en la República Federal de Centroamérica, la cual se disolvió años después. Las consecuencias de la independencia de América Latina fueron profundas en varios ámbitos. En lo político, España perdió casi todas sus colonias en el continente, conservando únicamente Cuba y Puerto Rico, que siguieron bajo su dominio hasta finales del siglo XIX. Las nuevas repúblicas se dividieron en numerosos estados independientes, frustrando el sueño de Simón Bolívar de una América unida. En muchos de estos países, los caudillos locales tomaron el poder, estableciendo regímenes dictatoriales apoyados en la oligarquía criolla. Las repúblicas se aliaron inicialmente con Gran Bretaña y luego con Estados Unidos, que impuso su influencia con la Doctrina Monroe en 1823. Socialmente, aunque se abolió la esclavitud en algunos territorios, las estructuras de poder no cambiaron sustancialmente. Las élites criollas mantuvieron el control y privilegios, y las clases bajas, compuestas mayormente por indígenas y mestizos, continuaron en la pobreza y sin representación. La desigualdad social y la inestabilidad política resultaron en frecuentes revueltas y conflictos internos. Económicamente, la independencia no trajo una verdadera autonomía. Las nuevas repúblicas dependieron de Gran Bretaña y Estados Unidos, que se convirtieron en sus principales socios comerciales. América Latina siguió exportando materias primas a bajo costo, primero para España y luego para las potencias anglosajonas, mientras la industria local permaneció subdesarrollada. En el ámbito cultural, a pesar de la independencia política, América Latina mantuvo una fuerte conexión con España en términos de lengua, religión y tradiciones. No obstante, la influencia anglosajona comenzó a sentirse en la política y economía de la región. La independencia de América Latina no solo dejó una serie de repúblicas que compartían una herencia cultural y lingüística común, sino que también sentó las bases para futuros desafíos en su desarrollo y estabilidad como naciones autónomas.