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StraightforwardBowenite7777

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Iberian Peninsula prehistoric humans archaeology

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TEMA 1 LA PENÍNSULA IBÉRICA DESDE LOS PRIMEROS HUMANOS HASTA LA DESAPARICIÓN DE LA MONARQUÍA VISIGODA 1. LA PREHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA 1.1. El Paleolítico peninsular. Aunque la evolución humana comenzó en África hace 6-7 millones de años, las muestras de industria lítica más anti...

TEMA 1 LA PENÍNSULA IBÉRICA DESDE LOS PRIMEROS HUMANOS HASTA LA DESAPARICIÓN DE LA MONARQUÍA VISIGODA 1. LA PREHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA 1.1. El Paleolítico peninsular. Aunque la evolución humana comenzó en África hace 6-7 millones de años, las muestras de industria lítica más antiguas halladas en la península ibérica datan de hace aproximadamente 1 300 000 años y se encuentran en la sierra de Atapuerca (Burgos). Los yacimientos de la sierra de Atapuerca (sima del Elefante, Gran Dolina, sima de los Huesos, entre otros) han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y nos ofrecen evidencias y restos fósiles de cinco especies de homínidos diferentes. Quizás seis, si añadimos el descubrimiento de restos de una cara del verano de 2022. En 1994 se encontraron en la Gran Dolina los restos fósiles de un homínido, cuyas características permitieron describirlo como una especie humana no conocida hasta la fecha: el homo anteccesor. Se trata de una especie de unos 900 000 años de antigüedad que parece desciende del africano homo ergaster. Posiblemente sea un antepasado común de nuestra especie, el homo sapiens y del homo neanderthalensis. Los hallazgos de Atapuerca no se limitan a la Gran Dolina. En el yacimiento de la sima de los Huesos se sitúa la mayor concentración de fósiles humanos del mundo. En este caso se hallaron individuos pertenecientes al homo heidelbergensis con unos 300 000 años de antigüedad. 1 Los restos materiales que ofrecen una datación de hace 1 300 000 años son de una especie de homínido aún sin determinar. Asimismo, en la campaña de excavación del verano de 2022 se hallaron restos de la cara de un homínido de, posiblemente 1,4 millones de años. En Atapuerca también se han encontrado restos de preneandertales (500 000 años) y del homo neanderthalensis (50 000), una especie que convivió con el hombre actual, el homo sapiens, y de la que podemos encontrar numerosos restos. El homo sapiens llegó a la Península hace unos 40 000 años. Junto con el neandertal, acabó extendiéndose por toda la Península en una convivencia sin mezcla, aunque marcada por cruces puntuales. Finalmente, nuestra especie acabó dominando el territorio y solo diez mil años después de su entrada se produjo la extinción del neandertal. Respecto a Canarias, la llegada del ser humano se dio en una fecha muy posterior, entre mediados del siglo I a. C. y mediados del siglo I d. C. Los primeros pobladores peninsulares eran depredadores y su supervivencia se basaba en la caza, la pesca y la recolección de frutos. Eran nómadas, ya que se desplazaban siguiendo a los rebaños de animales o buscando unas condiciones climáticas favorables. Presentaban una organización social colectiva y vivían en pequeños grupos, sin una clara jerarquización social. Del Paleolítico Inferior se han hallado utensilios (cantos golpeados para obtener un filo y Bifaces) y también restos de animales que servían de alimentos a los seres humanos. Algunos yacimientos importantes son los de Torralba y Ambrona (Soria) y el de Bolomor (Valencia). Del Paleolítico Medio se han encontrado abundantes útiles en cuevas como las de El Castillo (Cantabria) o Peña Miel (La Rioja). El Paleolítico Superior está asociado a una especialización de las industrias líticas, al uso de nuevos materiales como el hueso, y a la aparición del arte rupestre y mobiliar. De entre los numerosos yacimientos de este período destacan los de Tito Bustillo (Asturias) y Parpalló (Valencia). 1.2. Las sociedades neolíticas. Hacia el 5.000 a.C. aparecieron en la Península Ibérica las primeras comunidades neolíticas. En ellas se inició la producción de alimentos (agricultura y ganadería) y la elaboración de cerámica y tejidos. La práctica de la agricultura, con la necesidad de atender la evolución de los cultivos, propició el sedentarismo, y surgieron así las primeras comunidades estables (poblados). 2 La primera fase del Neolítico (Neolítico inicial) se desarrolló en torno al Mediterráneo, principalmente en la costa valenciana, donde se hallan los yacimientos más importantes. Los asentamientos son fundamentalmente en cuevas y se identifican por la llamada cerámica cardial, caracterizada por una decoración realizada con conchas de molusco. En la segunda fase (Neolítico Pleno) los yacimientos no se sitúan en zonas montañosas, sino en las tierras fértiles y bien regadas de los llanos, donde se construyeron poblados. Un elemento identificador lo constituye la proliferación de sepulturas organizadas en necrópolis. El desarrollo de ritos funerarios se manifestó en la aparición del fenómeno del megalitismo. Se trata de la difusión de diversos tipos de construcciones dedicadas a enterramientos colectivos. En la Península predominan el dolmen, el sepulcro de corredor y el tholos. 1.3. La cultura de los metales. Durante el tercero y el segundo milenios a.C., la novedad más importante fue la introducción de la metalurgia. Los inicios de la metalurgia del cobre se relacionan con la aparición del ya mencionado megalitismo, destacando Extremadura y Andalucía por el número y la grandiosidad de sus megalitos. También se construyeron poblados amurallados como el de Los Millares (Almería). En los yacimientos, junto a útiles de piedra y hueso, se han encontrado hachas, punzones, puñales y cuchillos de cobre, y un nuevo tipo de cerámica en forma de campana invertida (vaso campaniforme). La llegada de la metalurgia del bronce está documentada en la cultura de El Argar, cuyos poblados se localizan en las actuales provincias de Murcia y Almería. De este mismo período data la cultura talayótica de las islas Baleares, caracterizadas por la construcción de murallas ciclópeas y por la edificación de unos megalitos muy peculiares (talayots, taulas y navetas). Al final del II milenio a.C., llegaron a las costas levantinas fenicios, griegos y cartagineses, mientras pueblos indoeuropeos penetraban a través de los Pirineos y se establecían en el Norte peninsular (Galicia y Asturias), donde desarrollaron la cultura de los castros. Todo ello ayudó a difundir la metalurgia del hierro y la escritura. 2. LOS PUEBLOS PRERROMANOS El final del segundo milenio a. C. fue una época de grandes cambios en la Península, debido a la llegada de pueblos indoeuropeos y de navegantes fenicios, griegos y cartagineses. La ubicación de Andalucía la convirtió en escenario privilegiado de las culturas del Mediterráneo Oriental. 2.1. Los pueblos indoeuropeos Llegaron a la Península a través de los Pirineos desde el final del siglo XI a.C. hasta el final del siglo VI a.C. Procedían de Centroeuropa con una misma base lingüística: el indoeuropeo. Se 3 establecieron sobre todo en el Nordeste peninsular y en la Meseta, desde donde se expandieron hacia el norte y oeste. Conocían el hierro y tenían una economía agrícola y ganadera; y algunos practicaban un ritual funerario consistente en incinerar el cadáver, depositar las cenizas en urnas y enterrarlas (campos de urnas) 2.2 Los primeros colonizadores mediterráneos. Desde principios del primer milenio a.C. diversos pueblos colonizadores procedentes del Mediterráneo Oriental se asentaron en la Península Ibérica. Los fenicios, pueblo dedicado al comercio y que procedía del actual Líbano, fueron los primeros en colonizar la Península. Fundaron la ciudad de Gadir (Cádiz), desde donde se expandieron por las costas andaluzas y el sur peninsular. La estratégica localización de esta zona y la abundancia de metales explican su interés por controlar estos territorios. Más tarde, hacia el siglo VIII a.C., llegaron los griegos. Fundaron algunos enclaves relativamente importantes en la parte norte de la costa mediterránea, como Emporion (Ampurias) o Rhode (Rosas). Desde allí se establecieron en algunos puntos costeros como Mainake (cerca de Málaga). Su principal objetivo fue establecer relaciones comerciales para obtener metales, esparto, aceite de oliva y sal. Ya en el siglo VI a.C., los cartagineses comenzaron a controlar el Sur peninsular, continuando la tarea colonizadora iniciada por los fenicios. Fundaron colonias como Ebusus (Ibiza) o Cartago Nova (Cartagena), y pronto su presencia adquirió los rasgos de una conquista militar. Todos estos pueblos actuaron como transmisores de elementos culturales y tecnológicos más avanzados que los que había en la Península. Difundieron el empleo del arado, nuevos cultivos, la moneda, los modelos urbanísticos, nuevas técnicas de navegación, las salazones o el uso de la metalurgia del hierro. 2.2. Tartessos Los historiadores griegos dejaron constancia escrita de la existencia de un pueblo situado en las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, que se conoce con el nombre de Tartessos. Su riqueza se basaba en la agricultura, la ganadería, la pesca, la explotación de las minas de cobre de Huelva y, posiblemente, en el control del estaño que procedía de la ruta atlántica. No se han hallado restos de ciudades de esta civilización, pero sí magníficos tesoros de oro y plata (El Carambolo en Sevilla, y Aliseda en Cáceres). 4 A partir del siglo VI a.C., una combinación de elementos externos, como el creciente poder de los cartagineses, e internos, como el agotamiento de las minas, provocaron la decadencia y el final abrupto de Tartessos. No obstante, tiene continuidad histórica y cultural en los turdetanos, un pueblo asentado sobre el territorio otrora tartésico con personalidad marcadamente propia entre los íberos que aún mantenían a la llegada de los romanos. 2.3. Iberos y celtas. Durante el primer milenio se conformaron en la Península dos culturas distintas pero relativamente interrelacionadas entre sí: la cultura ibera y la cultura celta. Los pueblos iberos (turdetanos, bastetanos, edetanos, layetanos, contestanos…) se asentaron en el Sur de la Península y en la costa mediterránea. Aunque tenían muchas características comunes, nunca establecieron ninguna forma de unidad política entre ellos. Tenían una economía agrícola basada en los cereales, la vid y el olivo, aunque también cuidaban plantas para uso textil (lino y esparto). Explotaban de forma intensiva las minas y desarrollaron una importante metalurgia, destacando la fabricación de armas y la orfebrería. Otras actividades artesanales eran la elaboración de cerámica y de tejidos, y gracias al comercio comenzaron a acuñar moneda propia. Algunos de estos pueblos iberos desarrollaron la escritura. Habitaban en poblados amurallados, situados en zonas de fácil defensa, y su organización social se basaba en la tribu. Existía una cierta jerarquía social en relación al poder económico y militar, con la presencia de una aristocracia guerrera. 5 Los pueblos celtas (vacceos, lusitanos, vascones, astures, cántabros…) habitaban las tierras de la Meseta y de la costa atlántica peninsular, y tenían una economía rudimentaria y autosuficiente, con un comercio muy escaso. Los habitantes de los llanos desarrollaron una agricultura basada en el cultivo de los cereales, mientras que los pobladores de las montañas eran fundamentalmente ganaderos. Elaboraban cerámica y tejidos y eran expertos metalúrgicos, sobre todo en la producción de objetos de hierro y de bronce. Se asentaban en poblados (castros), situados en zonas elevadas y compuestos de casas circulares distribuidas de manera desordenada. Su organización social era de tipo tribal, hablaban un idioma indoeuropeo y no conocían la escritura. El contacto entre ambos pueblos fue intenso, y en la zona de confluencia entre ellos surgió una cultura con características de unos y otros, a la que se denomina cultura celtíbera. 3. LA HISPANIA ROMANA. 3.1. La conquista romana. La conquista de la Península Ibérica por los romanos fue un proceso de larga duración, que comenzó a finales del siglo III a.C. y concluyó en el 19 a.C. se pueden distinguir 3 fases: 1) Abarcaría cronológicamente desde el 218 a. C. hasta el 206 a.C., en el marco de la Segunda Guerra Púnica. En el 226 a.C., Asdrúbal firma con Roma el Tratado del Ebro, en virtud del cual se fija el curso del río Iber (Ebro) como límite entre los dominios cartagineses y las áreas de influencia de Roma. Cartago no se expandiría al norte del Ebro y Roma no haría lo propio hacia el sur. Sin embargo, unos años más tarde Roma pactó con los íberos edetanos de Arse (actual Sagunto [Valencia]) un acuerdo de asociación. En realidad, tanto los romanos como los cartagineses buscaban un pretexto para una nueva guerra, así que Aníbal Barca, hijo de Amílcar Barca y comandante supremo de los ejércitos cartagineses en Hispania desde el 221 a.C. a la muerte de Asdrúbal, decide sitiar Sagunto, asedio que se prolongó ocho meses. Los saguntinos pidieron ayuda a Roma, pero no obtuvieron respuesta; la toma de la ciudad por parte de los cartagineses y el exterminio, la dispersión y la esclavización de los saguntinos fueron para los romanos el casus belli perfecto para entrar en guerra contra Cartago (Segunda Guerra Púnica [218 – 201 a.C.]). La Península Ibérica fue, junto con la Península Itálica y Sicilia, teatro de operaciones durante esta contienda. Cartago volvió a ser derrotada por Roma y perdió todas sus colonias, lo que supuso el fin del dominio cartaginés en la Península Ibérica. 6 2) Abarca desde el 206 a.C. hasta el 29 a.C. En esta fase, la conquista del Sur y del Este peninsulares resultó fácil para los romanos. En cambio, no sucedió lo mismo con las tierras centrales y occidentales, en las que Roma tuvo que hacer frente a vigorosos movimientos de resistencia, ante todo de los lusitanos y de los celtiberos. Viriato, dirigente lusitano, y Numancia, ciudad celtibera, simbolizan esta actitud de resistencia. Poco después los romanos conquistaron las islas Baleares (123 a.C.). 3) En esta última fase, tienen lugar las guerras cántabras, entre los años 29 y 19 a.C., y se completa el proceso de expansión, con la anexión de la cornisa cantábrica. Los romanos con el emperador Augusto a la cabeza tuvieron que emplearse a fondo para doblegar a los cántabros, los astures y los galaicos, pueblos del Norte de la Península. 3.2. El proceso de romanización. Paralelamente a la conquista se produjo la romanización, entendida como el proceso de imposición y/o adaptación de los pueblos hispanos a las estructuras económicas, sociales, administrativas, políticas y culturales del Imperio Romano. Al finalizar, los hispanos acabaron pensando, hablando y sintiendo como romanos. La romanización revistió tres características esenciales: fue permanente, es decir, se dio desde el comienzo; fue total, por cuanto se extendió a todos los aspectos de la vida; y fue desigual, ya que no arraigó con la misma intensidad en todas las regiones. Tras finalizar la conquista de Hispania, Augusto la dividió en 3 provincias: la Baetica con capital en Córdoba, la Tarraconensis con capital en Tarraco, y la Lusitania con capital en Emerita Augusta (actual Mérida). Más tarde se crearon nuevas provincias: la Carthaginensis, la Gallaecia y la Balearica. Al frente de estas provincias se hallaba un gobernador del que dependían una serie de funcionarios encargados de las cuestiones administrativas, jurídicas, militares y fiscales. 7 Roma impuso en Hispania sus estructuras económicas; la formación de latifundios, la propiedad privada de la tierra, la utilización de mano de obra esclava, la ciudad como centro de producción y de intercambio de mercancías y el uso de la moneda. Igualmente se asentó una estructura social basada en la formación de clases según su riqueza: una reducida aristocracia que poseía cargos, tierras y fortuna; una burguesía acomodada de negociantes y propietarios de villas agrícolas; y un numeroso grupo de trabajadores libres (campesinos y artesanos). Asimismo, se generalizó el trabajo de los esclavos, privados de todo derecho. La actividad agrícola y ganadera continuó siendo la base económica de los hispanos, introduciéndose nuevas técnicas, como el barbecho, el regadío o la utilización de animales de tiro. Los cultivos esenciales fueron, en el secano, los cereales, la vid y el olivo; y en regadío, los frutales y las hortalizas. En cuanto a la ganadería, los rebaños de ovejas continuaron dominando las tierras de la Meseta. La artesanía y el comercio tuvieron un intenso desarrollo en las ciudades, donde se generalizó el sistema monetario romano. Con la romanización, las ciudades aumentaron y se convirtieron en el centro administrativo, jurídico, político y económico de la Hispania romana. Estas se organizaron bajo las reglas del urbanismo romano y se llenaron de edificaciones (foros, acueductos, templos…), que constituyen uno de los legados más importantes del pasado romano. Las urbes estaban gobernadas por un Consejo (Curia), elegido por los ciudadanos entre la oligarquía local. Una excelente red de calzadas las comunicaba entre sí y con el resto del Imperio. La presencia romana también introdujo nuevos elementos culturales: una lengua común, el latín, la religión romana y, más tarde, la cristiana y el derecho romano, que acabaron cohesionando dentro del Imperio a los habitantes de Hispania, sobre todo cuando a partir del siglo III d.C. se concedió la ciudadanía romana a todos los habitante del Imperio. Esta integración se muestra en el hecho de que Hispania fue cuna de intelectuales como Séneca, Quintiliano y Marcial, y de emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio. 3.3. La crisis y caída del Imperio. A partir del siglo III, el fin de las conquistas y la concesión del derecho de ciudadanía a todos los habitantes del Imperio produjeron una disminución considerable de los ingresos fiscales del Estado y un encarecimiento progresivo de la mano de obra esclava, cada vez menos rentable. En consecuencia, el sistema económico mediante el cual el Imperio había conseguido grandes riquezas empezó a entrar en crisis. Paralelamente, las fronteras comenzaron a verse presionadas por los pueblos bárbaros que habitaban al otro lado del limes. Para hacer frente a esta situación, los emperadores tendieron a gobernar de forma dictatorial y los complots para 8 acceder al poder se sucedieron. En muchas provincias, las autoridades locales acabaron asumiendo el poder y controlando a los ejércitos mercenarios a su mando. Las provincias de Hispania, como el resto del Imperio, padecieron los efectos de esta situación. En el campo, los esclavos empezaron a ser sustituidos por colonos, muchos de los cuales eran pequeños propietarios que, para hacer frente a la situación de crisis e inseguridad, se vieron obligados a entregar sus tierras a un propietario más poderoso y a seguir trabajándola a cambio de una parte de la cosecha. De este modo se había dado el primer paso hacia la servidumbre, uno de los fundamentos del feudalismo medieval. La artesanía también experimentó un importante freno, las ciudades comenzaron a despoblarse y el Imperio a ruralizarse. Los enfrentamientos por la defensa de las fronteras imperiales (guerras con los germanos, los sármatas, los persas, etc.) provocaron un colapso del comercio que mantenía Hispania con el resto del mundo romano. El aislamiento de Hispania se acentuó a partir del año 260 por la devastadora invasión de la Península por bandos de francos y alamanes. Los saqueos y las revueltas campesinas subsiguientes hundieron definitivamente la economía y la vida urbana. A partir de ese momento, Hispania ya no se recuperó y en el marco de una economía empobrecida y ruralizada, las provincias hispánicas volvieron a un régimen de autosuficiencia, a la práctica del trueque y a la casi desaparición de la economía monetaria. Por fin, en el año 476, un jefe militar germánico, Odoacro, depuso al último emperador, Rómulo Augústulo. El poder militar y político del emperador en el Imperio de Occidente había pasado a manos de los jefes de los pueblos germánicos asentados en sus territorios. 4. LA MONARQUÍA VISIGODA (507-711) 4.1. La formación del reino visigodo. Los pueblos vecinos del Imperio romano aprovecharon la debilidad económica y militar que padeció este a partir de la crisis del siglo III d.C. y penetraron en sus territorios. Los emperadores, incapaces de organizar una defensa adecuada, se vieron obligados a dividir el Imperio y a pactar con estos pueblos o vincularlos como aliados. En este contexto, suevos, vándalos y alanos invadieron la Península a comienzos del siglo V sin encontrar apenas resistencia. Para frenar este avance, el Imperio romano autorizó a los visigodos a asentarse en el sur de la Galia y a controlar los territorios de Hispania. Los visigodos acabaron con la presencia de alanos y vándalos, reprimieron las revueltas internas y confinaron 9 a los suevos en Galicia. Al desaparecer el Imperio en el 476, el reino visigodo, que se extendía desde el Loira al Tajo, alcanzó su total independencia. Pero, en el año 507, tras la derrota en la batalla de Vouillé, los visigodos fueron desplazados de la Galia por los francos y establecieron en Hispania un reino visigodo independiente con capital en Toledo. La monarquía visigoda construyó su dominio sobre la Península a partir de un proceso de unificación territorial, política, religiosa y jurídica. En primer lugar, Leovigildo y su hijo Recaredo consiguieron expulsar a los bizantinos en el sur y a los suevos en el noroeste, además de dominar a vascones, cántabros y astures. Controlado el territorio, estructuraron una monarquía que se transformó en hereditaria y en la que el monarca se apoyaba en una serie de instituciones de gobierno, como el Aula Regia (órgano asesor formado por altos funcionarios, aristócratas y clérigos) y los Concilios de Toledo (juntas de carácter eclesiástico, pero también político y jurídico, que fueron las principales asambleas durante el reino visigodo). Para completar este proceso, Leovigildo promovió la igualdad de hispanorromanos y visigodos y derogó la ley que prohibía los matrimonios mixtos; posteriormente, su hijo Recaredo se convirtió al cristianismo, religión mayoritaria entre los hispanorromanos; por último, Recesvinto promovió una única ley para ambos pueblos, el Liber Iudiciorum (Fuero Juzgo). En cuanto a la cultura visigoda, sufrió una gran influencia romana y cristiana. El latín se mantuvo como lengua culta y de producción literaria que se desarrolló en las sedes episcopales y los monasterios. Destacó San Isidoro de Sevilla, que reunió todo el saber de su tiempo en las Etimologías, fechadas en el 634. El arte es sencillo y austero. Se conservan pequeñas iglesias rurales – San Juan de Baños, San Pedro de la Nave, Quintanilla de las Viñas –. Un elemento arquitectónico original de la arquitectura visigoda, el arco de herradura, sería adoptado de forma entusiasta por los musulmanes de Al-Ándalus y se convertiría en uno de los elementos más característicos de la arquitectura hispanomusulmana. Las coronas votivas y las cruces del Tesoro de Guarrazar constituyen un ejemplo de la orfebrería visigoda. 4.2. Una sociedad ruralizada. Con las invasiones germánicas, las grandes ciudades hispanorromanas aceleraron su decadencia, que afectó a las actividades artesanales y al comercio. Como los 10 intercambios se hicieron cada vez menos frecuentes, las antiguas vías de comunicación romanas cayeron en desuso. La economía se ruralizó y la agricultura y la ganadería se convirtieron en las actividades básicas. Los invasores germánicos se repartieron la mayor parte de las tierras peninsulares, que estaban mayoritariamente trabajadas por colonos. La tendencia de la monarquía a pagar los cargos administrativos o militares con tierras públicas dio lugar a la concentración de la propiedad en manos de la nobleza. Mientras, los esclavos resultaban cada vez más costosos de alimentar y difíciles de retener, por lo que poco a poco fueron equiparándose a los colonos y ambos dieron origen a un nuevo grupo de campesinos dependientes (siervos). La sociedad era muy desigual: la nobleza visigoda o hispanorromana poseía todo el poder y la riqueza. La tendencia a pagar los cargos administrativos o militares con tierras públicas, que se explotaban en usufructo, dio lugar a un nuevo grupo de notables que gobernaban sus tierras como auténticos señores sin someterse a los monarcas. A mediados del siglo VII, el reino visigodo entró en crisis debido a la incapacidad de la monarquía para cobrar tributos y mantener su autoridad. Este fenómeno estimuló la formación de grupos nobiliarios rivales y las disputas por el trono. Desde mediados del siglo VII, se extendió un clima de crisis generalizada, que explica el hundimiento de la monarquía visigoda y la invasión musulmana del año 711. Escudo de la ciudad de Sevilla. 11

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