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Summary

Este documento resume la romanización de la Península Ibérica, detallando la influencia de la cultura romana en la organización política, económica y social de la región. También aborda aspectos como la religión, las manifestaciones artísticas y el desarrollo cultural durante este período.

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LA ROMANIZACIÓN A modo de introducción, la romanización se entiende como la implantación, absorción y desarrollo de la cultura romana en cualquier lugar del Mare Nostrum, constituyendo los factores principales de este proceso la organización política, económica, jurídica y social; así como...

LA ROMANIZACIÓN A modo de introducción, la romanización se entiende como la implantación, absorción y desarrollo de la cultura romana en cualquier lugar del Mare Nostrum, constituyendo los factores principales de este proceso la organización política, económica, jurídica y social; así como la religión, las manifestaciones artísticas, el desarrollo cultural, etc. Por tanto, una vez concluidas las Guerras Púnicas contra Cartago (264 a.C.-146 a.C.), la península Ibérica también quedó inmersa en el área cultural del Imperio Romano, participando activamente en su devenir histórico hasta la llegada a partir del siglo V d.C. de los pueblos bárbaros (suevos, vándalos, alanos y, especialmente, visigodos). Centrados en el desarrollo del tema, la primera organización político-administrativa de la provincia romana de Hispania se plasmó en su división en Citerior-Ulterior, estructurándose definitivamente a partir del s. III d.C. en la Tarraconensis (Tarraco), Cartaginensis (Cartago Nova), Baetica (Corduba), Lusitania (Emerita Augusta), Gallaecia (Bracara Augusta) y Balearica (Pollentia). A su vez, las provincias se dividían en conventos jurídicos (conventus iuridici) en manos de un gobernador (pretor), una asamblea (consilium) y un cuestor para la administración económica. Roma se basó en las ciudades para controlar su Imperio. En general, partiendo de la estructura del campamento romano (castra), el diseño urbano será ortogonal o en cuadrícula, articulándose en torno a dos calles principales: cardo (de N. a S.) y decumano (de E. a O.), en cuya área central se situaba la plaza o foro, heredero del antiguo ágora griego, además del resto de edificaciones públicas (acueductos, anfiteatros, teatros, circos, etc.). En Hispania se distinguen diferentes tipos: las nuevas ciudades (municipiae) fundadas por los romanos (Barcino, Valentia, Hispalis, Caesar Augusta, etc.) y las antiguas ciudades indígenas, diferenciándose entre estipendiarias (conquistadas por la fuerza a los pueblos sometidos o peregrini, regidas por un pretor y sometidas a un tributo anual o estipendio), federadas (conservaron sus privilegios pero debían prestar auxilio a Roma) e inmunes (disfrutaban de sus privilegios y estaban exentas de impuestos). Todas estas ciudades se comunicaban entre sí y con el resto del Imperio a través de una amplia red de calzadas, destacando en Hispania la Vía Augusta y de la Plata. Paralelamente, la sociedad hispánica se estructuró según el modelo romano al quedar dividida entre esclavos y libres. Si el primer grupo carecía de todo derecho y suponía la base económica del Imperio, los segundos se dividieron a su vez en otros dos: patricios u Honestiores, aquellos que poseían plenos derechos civiles y políticos, controlaban los cargos públicos, etc. Entre ellos se distingue el Orden senatorial (terratenientes y altos cargos públicos pertenecientes a grandes familias romanas), el Orden ecuestre o caballeros (licenciados del Ejército que ocupaban puestos intermedios en la Administración o en el Ejército) y los decuriones (altos cargos políticos de las ciudades). Y finalmente, el segundo grupo estaría compuesto por los plebeyos o Humiliores, es decir, la plebe urbana y la plebe rústica (artesanos, campesinos, etc.). Además, entre esclavos y libres surgiría un grupo intermedio, los libertos, aquellos que por diferentes mecanismos habían alcanzado su libertad. Por último, la ampliación de la ciudadanía romana por el emperador Caracalla (212 d.C.), supuso el acceso a los derechos, pero también la obligación de defender a Roma al iniciarse la crisis del s. III d.C, prolegómeno de la caída del Imperio. Asimismo, la religión en Hispania seguirá la norma romana de respetar las creencias indígenas a cambio del culto obligado al Emperador (apoteosis), expresión de lealtad a Roma y sinónimo de unidad político-territorial; si bien progresivamente se iría introduciendo la nueva religión monoteísta, el cristianismo, dando así paso a la libertad religiosa por el Edicto de Milán (313) y a su oficialidad por el Edicto de Tesalónica (380). La llegada de los romanos posibilitó un incremento demográfico aproximado de unos 3´5 millones de habitantes, amparado en el aumento del comercio y de la producción agrícola, gracias a la introducción de nuevas técnicas (arado romano, construcción de canales, acequias, etc.) Entre los principales cultivos hispánicos destaca la trilogía mediterránea, es decir, la producción cerealista, una de las mayores del Imperio; y los vinos y el aceite de oliva (Tarraconensis y Baetica). También la industria de salazones (Baetica y Cartaginensis); la producción artesanal del vidrio, mosaicos, cerámica y orfebrería y la exportación de minerales, cuyas minas pertenecían al Estado: hierro y oro (Gallaecia y Lusitania), plomo (Sª Morena), plata y cobre (Cartagena), cobre (Riotinto), mercurio (Almadén),… Por último, en un comercio desigual, Hispania importaba de Roma diversos bienes manufacturados (cerámica, tejidos, armas, productos suntuosos, etc.). El legado de Roma se percibe actualmente en el patrimonio arquitectónico y artístico, como las infraestructuras: acueductos de Segovia, De los Milagros (Mérida), puentes (Alcántara, Córdoba, Salamanca) y faros (Torre de Hércules en La Coruña); edificios lúdicos: teatros (Mérida, Sagunto, Cartagena), circos (Mérida) y anfiteatros (Itálica); monumentos conmemorativos: arcos del triunfo (Bará en Tarragona, Medinaceli en Soria, Cáparra en Cáceres); edificios religiosos (templo de Diana en Mérida); construcciones militares (murallas de Lugo), etc. También destacan renombrados personajes: el filósofo Séneca, el epigramista Marcial, el historiador y poeta Lucano, el retórico Quintiliano y emperadores como Trajano, Adriano o Teodosio. El sistema jurídico actual, configurado sobre la base del Derecho Romano, constituyendo una asignatura obligada en las facultades de Derecho. Y la lengua, el latín, del que derivará el conjunto de lenguas ibéricas (portugués, castellano, gallego, catalán),… En conclusión, la romanización se tradujo en un inmenso legado cultural. En este proceso España participó al asumir su lengua, sus leyes, la huella de sus monumentos, la fundación de ciudades o la división administrativa; pero a la vez también contribuyó, pues Hispania aportó sus recursos naturales y legó a Roma la impronta de sus políticos e intelectuales, una relación recíproca que con el tiempo ha configurado la base de nuestra cultura Occidental. - VV. AA. Historia de España. 2º Bachillerato. Anaya. Madrid, 2009. - M. ARTOLA y A. DOMÍNGUEZ ORTIZ. Historia de España. Barcelona, 1988. - J. M. BLÁZQUEZ. La Romanización. Madrid, 1986. © Alfredo Marín Cano…☺

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