Revoluciones Liberales en América PDF

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Summary

Este documento resume las revoluciones liberales, enfocándose en la emancipación americana y la Revolución Francesa. Se analizan las causas y consecuencias de estos eventos históricos.

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1 1. REVOLUCIONES LIBERALES 1. EMANCIPACIÓN AMERICANA Las ideas políticas y económicas comenzaron a cambiar en la segunda mitad del siglo XVIII bajo el influjo de la Ilustración, reformulándose las relaciones coloniales de las potencias eur...

1 1. REVOLUCIONES LIBERALES 1. EMANCIPACIÓN AMERICANA Las ideas políticas y económicas comenzaron a cambiar en la segunda mitad del siglo XVIII bajo el influjo de la Ilustración, reformulándose las relaciones coloniales de las potencias europeas con sus posesiones ultramarinas, que hasta entonces respondían a criterios meramente mercantilistas. En este contexto, la independencia de los Estados Unidos –auténtica revolución liberal que permitió hacer realidad las ideas más avanzadas de la Ilustración, basada en unos principios ideológicos de igualdad contrarios a cualquier privilegio hereditario– y la revolución política que significó, tuvo un influjo palpable tanto en la Revolución Francesa como en los posteriores procesos emancipadores en Hispanoamérica. De hecho, la Constitución de 1787 fue la primera Carta Magna escrita de la historia. 1.1 Las Trece Colonias y la conciencia nacional A mediados del siglo XVIII Gran Bretaña poseía en la costa atlántica del Norte de América trece colonias: Maryland, Nueva York, Pennsylvania, Virginia, Massachusetts, New Hampshire, Rhode Island, Connecticut, New Jersey, Delaware, North Carolina, South Carolina y Georgia, cuyos habitantes no tenía apenas vínculos en común. Desde el punto de vista económico habían alcanzado cierta prosperidad en el ecuador del siglo XVIII: las ocho del norte basaban su desarrollo en la industria y el comercio, y estaban lideradas por una rica burguesía, mientras que las cinco del sur eran agrícolas (plantaciones de algodón, tabaco y arroz) explotadas por esclavos negros, cuya clase dirigente adinerada estaba integrada fundamentalmente por terratenientes. Todas ellas estaban sujetas al llamado Pacto Colonial, según las reglas imperantes del 2 mercantilismo, que las obligaba a suministrar materias primas a la metrópoli a cambio de importar sus manufacturas. Desde una perspectiva política gozaban de una modesta autonomía pues dependían de la Corona Británica, a cuya cabeza estaba el rey Jorge III, representado por los gobernadores británicos que constituían la máxima autoridad. No poseían representación en el Parlamento británico, donde se decidían los asuntos importantes que les concernían, tales como la fijación de impuestos que, hasta ese momento, eran inferiores a los soportados por los propios ingleses. Esta ausencia de participación política generó malestar entre los colonos. Por una parte, esta sociedad –una sociedad fronteriza– había evolucionado rápidamente y era más igualitaria; aunque se sentían razonablemente satisfechos de pertenecer al Imperio y bebían en sus fuentes ideológicas, en los años centrales del Siglo de las Luces, aparecerá un progresivo sentimiento de americaneidad, no exento de críticas y descalificaciones hacia los ingleses. Al pretender recuperar desde Londres el control político y económico de ultramar, los americanos creyeron que peligraban sus libertades y su prosperidad. 1.2 Causas y conflicto armado Desde mediados del siglo XVIII existían una serie de factores que perturbaban las relaciones entre colonos y Metrópoli, consistentes esencialmente en la dependencia económica y la casi total inexistencia de autonomía política. Tras la Guerra de los Siete Años, que Inglaterra había mantenido con Francia (1756- 63), se generó una crisis financiera que la Corona intentó paliar recurriendo al forzoso concurso económico de los colonos en forma de nuevos impuestos –la deuda nacional superaba los 136 millones de libras–, quebrando definitivamente el afecto hacia la metrópoli, en especial los que no eran oriundos de Inglaterra o los que había huido por la persecución política o religiosa. El gabinete de George Grenville tomó determinadas medidas impopulares: elevó los derechos aduaneros de ciertos productos como el azúcar, vino, té, café y textiles en la Sugar Act (1764); a través de la Stamp Act o "Ley del timbre" (1765) –derogada un año después por las protestas de los administrados en nueve colonias, bajo el lema de “impuesto sin representación es tiranía”–, exigió que los documentos legales (escrituras, 3 licencias matrimoniales, etc.) y la prensa se realizaran en papel sellado adquirido en distribuidores oficiales; acantonó diez mil soldados regulares en las colonias cuyos gastos serían sufragados por los americanos –alegando los ataques indios producidos en la zona del Niágara y los Grandes Lagos, así como una hipotética invasión francesa–, según la Quartering Act o "Ley de Acuartelamiento" (1765); destinó patrullas navales frente al contrabando; transfirió la jurisdicción fiscal de jueces y jurados a los tribunales militares del Almirantazgo; y mantuvo los Writs of Assistance ("Mandamientos de Asistencia") que facultaban a las autoridades a entrar en cualquier domicilio en busca de artículos ilegales. La oposición de las colonias a estas medidas generaró tumultos, agresiones a soldados y propiciaron la celebración de juntas de representantes en la primera manifestación de colaboración interterritorial, hecho casi inconcebible años atrás. Todo ello en un contexto de recesión económica poniendo en peligro su actual prosperidad. De hecho, la mayoría de los líderes de la revuelta antibritánica pertenecía a clases acomodadas –burguesía adinerada y terratenientes– y no pretendieron subvertir un orden social en el que ocupaban la cúspide Sin embargo, en 1767 se establecieron nuevos impuestos (Townshend Revenue Acts) que gravaban la importación de papel, vidrio, pintura, plomo y té, que fueron considerados ilegítimos por los contribuyentes, denunciando la ausencia de representantes en los foros donde se decidían estas medidas. Las protestas alcanzaron especial gravedad el 5 de marzo de 1770, con la llamada Masacre de Boston, día en que los casacas rojas –que competían ventajosamente por los puestos de estibadores del puerto por su fortaleza física frente a los paisanos en una coyuntura de crisis– repelieron con armas de fuego la agresión de piedras y bola de nieve, dando muerte a cinco americanos. Este episodio, magnificado por los antibritánicos, permitió explotar propagandísticamente la sangre derramada de los primeros “mártires” de la causa. Ante la violenta reacción de los colonos, la Corona decidió retirar todas las tasas, salvo la del té, concediendo además a la Compañía de las Indias Orientales, acuciada por problemas de liquidez, el monopolio de su comercialización, hecho que provocó un boicot a los productos ingleses, desembocando en la llamado Rebelión del té acontecido en el puerto de Boston el 16 de diciembre de 1773, preparada por el radical Samuel Adams, donde unos compatriotas disfrazados de indios tiraron al mar el cargamento de tres barcos dela compañía. 4 La respuesta a tales hechos por parte del gobierno de lord North se concretó en las llamadas Coercive Acts de 1774, conocidas entre los colonos como Leyes Intolerables, que se aplicaron a Massachusetts, prácticamente militarizada, hasta que los “Hijos de la Libertad” indemnizasen por los destrozos causados, y que supusieron, entre otras consecuencias, la clausura del puerto de Boston. A lo largo de los meses de septiembre y octubre de 1774 se celebró el Primer Congreso Continental en Filadelfia (Pensilvania), al que asistieron 55 delegados de todos los territorios, a excepción de Georgia, que impulsó la colaboración de las colonias frente a las acciones británicas. Aunque existía un bando radical dispuesto a la ruptura –John y Samuel Adams (Massachusetts), Christopher Gadsden (Carolina del Sur) y Thomas Jefferson, Richard Henry Lee y Patrick Henry (Virginia)– no se defendía todavía de modo expreso la independencia, pues lo sentimientos estaban aún confusos, y la reunión se limitó a plantear una serie de reivindicaciones expresadas en la Declaración de Derechos y Agravios, decretando el embargo y boicot a los productos ingleses. Se auto convocaron para el año siguiente salvo que sus quejas fuesen estimadas por la Corona. La guerra se había iniciado formalmente en abril de 1775 con la batalla de Lexington. Tras una primera etapa favorable a Gran Bretaña, el conflicto cambió de signo a raíz de la victoria de los colonos en Saratoga (1777), si bien la batalla de Yorktown (1781) decidió el resultado del conflicto que concluyó definitivamente en 1783 tras la firma de la Paz de Versalles, por la que Gran Bretaña reconoció su independencia. En este escenario intervinieron dos concepciones militares distintas: la guerra convencional y la guerra de guerrillas, que sirvió de precedente a la táctica utilizada contra Napoleón en la Guerra de la Independencia (1808-1814). De un lado, el ejército regular británico destacado en las colonias y Canadá reforzado con 17.000 mercenarios, al que se unieron diversas tribus indias –y los tories, colonos favorables a Gran Bretaña–, que en teoría era muy superior, aunque le restaba eficacia su alejamiento de sus bases logísticas y el hecho de concentrar sus efectivos solo en las ciudades costeras. Aunque la Royal Navy dominaba los mares, pudiendo transportar con facilidad soldados y bloquear el tráfico comercial de los rebeldes, las 3.000 millas náuticas que separaban el teatro de operaciones de la metrópoli demoraban la llegada de pertrechos y órdenes por término general dos meses. 5 De otro, una improvisada fuerza armada de colonos, en principio una milicia desorganizada –entre 10.000 y 25.000 efectivos–, poco disciplinada, mal armada e inexperta, pero motivada y conocedora del territorio, a la que con el tiempo George Washington convertirá en un efectivo ejército regular que proyectara cierta credibilidad a las potencias aliadas y que encarnara los ideales que defendían. Se trata de una guerra internacional, pues a partir de 1778, gracias a las gestiones del científico Benjamín Franklin –muy respetado en círculos intelectuales y políticos ingleses, pues había residido en Londres (1764-75) actuando de portavoz de los colonos– , logró la intervención de las potencias absolutistas de Francia (Lafayette) y España –así como Holanda– en apoyo de la joven República, cuya pretensión era el debilitamiento de Inglaterra. 1.3 Constitución y Federalismo Las consecuencias de esta independencia fueron muy relevantes en diversos ámbitos. Desde el punto de vista económico, los Estados Unidos de Norteamérica se liberaron de las trabas mercantilistas impuestas por la metrópoli cuando eran colonias, experimentando un proceso de expansión económica y territorial –conquista del Oeste– que los transformaría en una gran potencia. La burguesía asumió el liderazgo de una moderna sociedad de clases mientras otros Estados permanecían anclados todavía en un mundo estamental. Internacionalmente no sólo se inició el primer proceso de descolonización, sino que para sus aliados tuvo distintos efectos. Si para Francia la guerra implicó un considerable gasto y la agudización de la crisis del Antiguo Régimen, pues seis años después estallaría su propia Revolución, en el caso de España recuperó se anexionó extensas áreas del sur de Norteamérica, asistiendo impotente a la propagación de las ideas revolucionarias en sus territorios ultramarinos, perdiendo décadas después la mayoría de sus colonias. Desde la aprobación de los Artículos de la Confederación de 1781 cada una de las antiguas colonias tenía su propia Constitución y unas Asambleas que representaban la soberanía de cada Estado. Tras los graves problemas surgidos por su descoordinación, incluidos conflictos territoriales y arancelarios, y en un clima de tensión social por la recesión económica posbélica que provocó algunos motines alarmantes, se convocó una Convención en Filadelfia cuyos 55 delegados promulgaron, el 17 de septiembre de 1787, 6 la que sería dos años después la Constitución de los Estados Unidos de América, una vez ratificada por los diferentes Estados, siendo los últimos en adherirse Carolina del Norte y Rhode Island. La República Federal que articuló el nuevo Estado consagró la división de poderes de Montesquieu. El legislativo recayó en el Congreso, sobre el que recaían notables cotas de poder que iba desde el de imponer tributos hasta declarar la guerra, acuñar monedas, regalar el comercio, alistar tropas, aprobar el presupuesto que propone el presidente. Se dividía en dos cámaras: el Senado, que se componía de dos senadores por cada Estado, y la Cámara de Representantes, cuyos representantes son proporcionales a la población de cada Estado. El Congreso tenía, también, mucho poder que iba desde el de imponer tributos hasta declarar la guerra, acuñar monedas, regalar el comercio, alistar tropas, aprobar el presupuesto que propone el presidente. El judicial descansaba en el Tribunal Supremo, con miembros nombrados por el presidente y ratificados por el Senado, vitalicios e inamovibles; mientras que el Ejecutivo lo encarnaba el Presidente, elegido por un período de cuatro años y dotado de amplios poderes –jefe supremo de los ejércitos, podía vetar algunas leyes del Congreso y nombraba funcionarios federales–, el primero de los cuales fue George Washington. La nación proclamó un conjunto de valores e instituciones inspirados en el pensamiento liberal e ilustrado que se extendieron posteriormente a otros países, donde cualquier persona –con matices pues no se contemplan los negros ni los indios– por el mero hecho de nacer goza de una serie de derechos naturales, individuales e intransferibles: la vida, la libertad, la igualdad, la propiedad, derrocar un gobierno injusto (soberanía nacional), la defensa legal ("habeas corpus"), y la libertad de expresión, asociación, prensa y religión. Estos derechos fueron plasmados tempranamente en la Declaración de Independencia (Filadelfia, 4 de julio de 1776) redactada por Thomas Jefferson en el contexto del Segundo Congreso Continental, y en la Declaración de Derechos del Estado de Virginia del mismo año. Esos derechos fueron recogidos en la Constitución aprobada en 1787, que respetaba las singularidades de cada uno de los Estados. A ella se sometieron, bajo el concepto de soberanía nacional, todos los gobernantes y cargos públicos. Supuso la primera plasmación práctica de los principios políticos del liberalismo. 7 Los Padres Fundadores optaron por la configuración de un Estado federal republicano que agrupara las trece colonias en una confederación voluntaria. Su vínculo quedaba garantizado por un poder federal fuerte, cuyo papel consistía en conciliar los particularismos de cada uno de los Estados miembros en aspectos tales como la política exterior, la política económica y el ejército. Actualmente permanece en vigor, si bien ha sido objeto de diversas enmiendas que le han permitido adaptarse a los tiempos. 2. LA REVOLUCIÓN FRANCESA El último tercio del siglo XVIII y comienzos del XIX fueron testigos del fin del Antiguo Régimen y la transición de la Edad Contemporánea, pues en este período tuvieron lugar las revoluciones que terminaron con el absolutismo y lo sustituyeron por nuevas formas de gobierno basadas en la igualdad ante la ley, la democracia y la libertad individual. La sociedad feudal estamental dejó de existir y en su lugar se erigió la sociedad de clases, articulada en torno a dos grupos sociales: la burguesía y el proletariado. En cualquier caso, la Revolución Francesa fue el cambio político más importante que se produjo en Europa a fines del siglo XVIII. 2.1 Crisis del Antiguo Régimen e Ilustración En las postrimerías del siglo XVIII Francia estaba gobernada por una monarquía absoluta encarnada en un rey de derecho divino y un Estado fuertemente centralizado, heredero de estructuras feudales. En las vísperas de la revolución esta organización había quedado obsoleta y el aparato administrativo y judicial no funcionaba correctamente, haciéndose necesaria para muchos una profunda reforma a la que estaban poco dispuestos los privilegiados. La sociedad, dividida en estamentos, se fundamenta en la desigualdad, cuyos beneficiarios eran la nobleza (350.000-400.000 individuos) –dueños de un tercio de la tierra– y el clero (120.000), poseedores de privilegios y exenciones. Frente a ellos un heterogéneo tercer grupo constituido por burgueses, artesanos, campesinos y otros colectivos marginales, que sumaba más del 90% de la población (25 millones), que carecía de tales privilegios y sobre el que recaían los impuestos y cargas económicas en los que 8 se sustentaba el Estado. A finales del siglo las contradicciones del sistema estamental se hicieron cada vez más patentes. No conformes con la riqueza económica que los burgueses obtuvieron gracias al capitalismo comercial, reivindicaron derechos políticos y prestigio social, algo que no estaban dispuestos a conceder los privilegiados. Esa discriminación les empujará hacia la acción revolucionaria reclamando un nuevo marco sociopolítico. La crisis del Estado –agravada por el mal gobierno de Luis XV (bisnieto de Luis XIV), y que tocó fondo durante el reinado de Luis XVI, gobernante bien intencionado, pero de carácter débil– se traducía en un déficit crónico en que los gastos anuales de la Hacienda Pública –donde se incluyen los numerosos funcionarios, un gran ejército permanente, los dispendios cortesanos y el envío de tropas en apoyo a las colonias americanas frente al Imperio Británico– superaban un 20% a los ingresos. Las medidas que se acometieron para paliar el problema no hicieron sino complicar la situación, pues se centraron no en una profunda reforma fiscal, sino en el creciente recurso a empréstitos y al incremento de la presión fiscal. Esta difícil situación constituirá uno de los detonantes del estallido revolucionario. Además, la situación se agravó en 1788 cuando los precios del trigo subieron a consecuencia de una serie de malas cosechas, lo que provocó una crisis de subsistencias que afectó a amplios sectores de la población. En un ambiente de tensión social espoleada por la escasez, la carestía y el hambre, los notables y la Corte continuaban manteniendo un ritmo vertiginoso de lujo, despilfarro y ostentación. La Ilustración subrayó esas contradicciones, contribuyendo a transformar los cimientos sociales y políticos del Antiguo Régimen. Así, las teorías de Montesquieu y Rousseau, fundadas en los principios de separación de poderes, soberanía nacional e igualdad de los ciudadanos ante la ley, cuyo ejemplo más cercano lo tuvieron en los Estados Unidos de Norteamérica. Este movimiento filosófico, literario y científico desarrollado en el siglo de Las Luces, se basaba en la razón y el progreso como medios de obtener la felicidad, que es un bien al que todo hombre tiene derecho y constituye un fin en sí misma. No en vano, la política es considerada como el “arte de hacer felices a los pueblos”. La razón, como defiende Voltaire, es el único medio para lograr la verdad, que sirve de guía frente a la superstición, el fanatismo religioso y la ignorancia. Entre sus 9 inspiradores figura la filosofía de Descartes, basada en duda metódica, donde sólo lo evidente es verdadero, y en las leyes generales de la Física de Newton. Al progreso ha de llegarse mediante la suma de la ciencia y la técnica, que permite el avance de la humanidad de manera evolutiva e indefinida. Aunque la naturaleza es el origen de todo lo genuino, verdadero y auténtico, la sociedad pervierte y corrompe al hombre, bueno en estado natural, tal y como postula es Jean Jacques Rousseau. 2.2 Fases de la revolución Los primeros estadios se inician con la revuelta de los privilegiados, pues la protagonizó la aristocracia y el clero, que se opusieron a las propuestas del ministro Calonne –la nobleza se negó rotundamente a aportar su correspondiente diezmo y trató de acaparar más cargos burocráticos estatales–, quien, para evitar la bancarrota de la Hacienda, pues la monarquía estaba prácticamente arruinada, proyectó una reforma fiscal que incorporaba como contribuyentes a los privilegiados. Reunidos en una Asamblea de Notables, integrada por príncipes, grandes linajes de nobles –alguno de los cuales era desafecto a la Corona– y altos dignatarios eclesiásticos, ambos grupos privilegiados se opusieron frontalmente a estas pretensiones y solicitaron la convocatoria de los Estados Generales, en cuya asamblea también tenía representación el Estado Llano. 2.2.1 Los Estados Generales (1789) Se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789 con el propósito de resolver el problema financiero, aunque en la práctica sirvieron de plataforma para que el Tercer Estado reclamase reformas políticas radicales, canalizando dichas demandas mediante los llamados Cuadernos de Quejas. Dado que contaba con un número de componentes igual al de los otros dos juntos, planteó que las votaciones se hiciesen individualmente, es decir, un voto por diputado y no por estamentos, a lo que tanto la nobleza como el clero se negaron. Ante tal rechazo, los representantes del Estado Llano optaron por reunirse separadamente, lo que realizaron en forma de Asamblea Nacional en un frontón cercano, ante la imposibilidad de hacerlo en la Cámara que había sido clausurada por orden real. 10 2.2.2 Asamblea Nacional y Constituyente (1789-1791) Frente a las presiones para que la Asamblea Nacional se disolviese, el 20 de junio de 1789 los diputados juraron permanecer reunidos hasta elaborar una Constitución para Francia en el llamado Juramento del Juego de Pelota. Desde ese instante la Asamblea Nacional se transformó en Asamblea Constituyente. A los intentos del monarca por reprimir esta insubordinación, que cuestionaba el orden establecido, respondió el pueblo de París con la toma de la Bastilla el 14 de julio, una cárcel estatal que representaba la autoridad represiva del rey. A partir de ese momento las revueltas se extendieron rápidamente por todo el territorio francés, incluidas las zonas rurales, donde los campesinos se levantaron contra los señores feudales. En el seno de esta Asamblea se abolieron los privilegios feudales y la sociedad estamental, y se proclamaron los Derechos del Hombre y del Ciudadano, entre los que destacan la libertad e igualdad de los hombres, principios que se formalizaron en la primera Constitución francesa, promulgada el 3 de septiembre de 1791 e inspirada en la estadounidense. Esta ley fundamental organizaba la vida de Francia que contemplaba la soberanía nacional, la división de poderes y el sufragio censitario. También redactó la Constitución Civil del Clero, que suponía la formación de una Iglesia nacional desgajada de la obediencia del Papa. Esta medida provocó la consiguiente división del clero en dos sectores: los “juramentados”, que se atuvieron a la norma, y los “refractarios”, que se negaron a acatarla. El Reino de Francia, cuya revolución reposaba ahora en los sectores moderados de los girondinos –que toman su denominación del distrito parisino de La Gironda-, dejaba de ser a partir de ahora una monarquía absoluta y se organizaba como una monarquía constitucional. 2.2.3 La Asamblea Legislativa (1791-1792) En cumplimiento de lo establecido en la Constitución de 1791 se configuró una nueva Asamblea, que habría de trabajar junto al monarca en la elaboración nuevas leyes, si bien determinados acontecimientos radicalizaron la revolución. El rey intentó huir a Austria (2 de junio de 1791), siendo capturado en Varennes y obligado a regresar a París, lo que puso en entredicho su lealtad, afectando de modo negativo a las iniciativas de los miembros más moderados de la Asamblea Constituyente. 11 Como reacción, las potencias absolutistas encabezadas por Austria y Prusia (Declaración de Pillnitz) decidieron intervenir en su ayuda, lo que provocó que la Asamblea Legislativa, dominada por los girondinos, declarara la guerra a Austria (1792), en tanto que los jacobinos (republicanos radicales) discrepaban de la decisión, pues suponía una internacionalización de la Revolución que no deseaban. En el interior se desencadenó la escisión del frente revolucionario por los iniciales reveses militares en la primavera de 1792. Surgieron grupos radicales, como el de los Sans-Culottes, que reivindicaban cambios democráticos y sociales avanzados. El 10 de agosto instauraron en París una Comuna revolucionaria que destituyó y arrestó al rey, procediendo a la sistemática persecución de sus seguidores. Se ponía fin de ese modo a la monarquía constituyente consagrada en la Constitución de 1791. 2.2.4 La Convención (1792-1794) La Asamblea Legislativa dio paso, mediante sufragio universal, a la Convención Nacional, que abolió la monarquía e implantó la República. En su seno se articulan dos corrientes políticas: los girondinos y los jacobinos. Los primeros, dirigidos por Brissot, representan a la alta burguesía, partidarios de controlar con moderación el proceso revolucionario e incluso, pese su republicanismo, transigir con la monarquía, conforman la derecha revolucionaria. En cuanto a los jacobinos, reunidos en el convento de San Jacobo, encabezados por Robespierre y Sanit Just, aunque encarnan la burguesía media, el apoyo de los sans- culottes (clases populares, artesanos y obreros) y la Comuna de París, evolucionaron hacia posiciones cada vez más radicales. En sus filas, los más exaltados se denominan los "cordeliers" –cinturón que formaba parte del hábito de los frailes en cuyo antiguo convento se reunían–, entre cuyas personalidades se encuentran Saint Just, Hébert, Danton y Marat. La suma de ambas tendencias reúne a la llamada “Montaña”, la facción más intransigente de la revolución, mientras que La Llanura, que comprende la mayoría de la Convención, fluctuaba entre ambos grupos. En esta fase se perfilan dos etapas diferenciadas: la girondina (septiembre de 1792- junio de 1793) y la jacobina (junio de 1793-julio de 1794). En el primer segmento moderado se venció a los prusianos en la batalla de Valmy y se ejecutó al monarca en enero de 1793 por la presión de los radicales, incrementando la ofensiva armada 12 extranjera, capitaneada por Inglaterra. El segundo ciclo, cuando los ánimos se exaltaron, sobresale como dirigente Robespierre. El Comité de Salud Pública se convirtió en el verdadero órgano de gobierno de la Convención, y a través del Tribunal Revolucionario se implantó un Régimen de Terror durante el que, tras suspender algunas garantías constitucionales, fueron guillotinadas más de 16.000 personas sospechosas de actividades contrarrevolucionarias, entre ellas, incluso significados líderes como Danton o Hébert. El 28 de julio de 1794 un golpe de estado protagonizado por los diputados centristas de La Llanura, cuando las victorias del ejército garantizaban la estabilidad de la República, depuso a Robespierre, acusado de un gobierno dictatorial, y lo ejecutó, de modo que el ascenso revolucionario se interrumpió. En este período, a causa de la guerra y de la crisis económica, se tomaron una serie de medidas para favorecer a las clases populares: venta de pequeños lotes de tierra expropiados a la nobleza; precio máximo para los artículos de primera necesidad y regulación de los salarios; persecución de los especuladores y confiscación de sus bienes; gratuidad de la enseñanza elemental obligatoria; prohibición de la mendicidad, etc. 2.2.5 El Directorio (1795-1799) Tras la ejecución de Robespierre y de otros elementos jacobinos o “montañeses”, la revolución se adentró en una fase moderada. Tras redactar una nueva Constitución (1795), se ensayó la fórmula del Directorio, encomendando el poder Ejecutivo a cinco miembros o directores, en tanto que el Legislativo descansaba en dos Cámaras, el Consejo de los Quinientos y el Senado. En noviembre de 1799, en el mes de brumario, según el calendario revolucionario, un militar de prestigio, que hasta entonces había mantenido un papel arbitral, Napoleón Bonaparte, decidió poner fin al sistema mediante un golpe de Estado, proclamándose Primer Cónsul. 2.3 Consecuencias De modo sintético, y subrayando tan solo los rasgos más relevantes, podemos señalar que comportó la primera revolución política burguesa del continente europeo, cuyos precedentes arrancan de la Revolución Inglesa del siglo XVII y de la Independencia de los Estados Unidos de América, constituyendo, al propio tiempo, un referente político e ideológico para las futuras revoluciones 13 Dotó a Francia de una nueva estructura de la propiedad agrícola, donde, pese a pervivir las grandes propiedades, ahora en manos de la burguesía, nació un nuevo tipo de medianas explotaciones, en sustitución de los antiguos latifundios que pertenecían a la nobleza y al clero. Asimismo, supuso la implantación del liberalismo, asestando un golpe decisivo al absolutismo monárquico, reemplazado por la soberanía nacional, el reparto de poderes y el reconocimiento de las libertades individuales. De hecho, las futuras oleadas de revoluciones burguesas que se desarrollan a lo largo del siglo XIX (1820, 1830 y 1848) se inspirarán en ella, así como los procesos de independencia colonial que dieron origen a nuevos Estados en la América hispana.

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