Tema 1- El Misterio Pascual En El Tiempo De La Iglesia - ART PDF
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This document discusses the Paschal Mystery within the context of Christian liturgy. It explores the concept of blessing as a divine action and the role of the Father, Son, and Holy Spirit in the liturgical tradition. The analysis emphasizes the salvation history and the sacraments within this framework.
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EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA CEC 1077-1112 I. El Padre, fuente y fin de la liturgia Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don. Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en...
EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA CEC 1077-1112 I. El Padre, fuente y fin de la liturgia Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don. Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias. Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como una inmensa bendición divina. Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación. Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Éxodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias. En la liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la creación y de la salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el EspÃritu Santo. Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, bendice al Padre mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de implorar que el EspÃritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo- Sacerdote y por el poder del EspÃritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6). II. La obra de Cristo en la liturgia Cristo glorificado "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el EspÃritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por Él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del EspÃritu Santo. En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina asà todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida. Desde la Iglesia de los Apóstoles "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, Él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del EspÃritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6). AsÃ, Cristo resucitado, dando el EspÃritu Santo a los Apóstoles, les confÃa su poder de santificación; se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo EspÃritu Santo confÃan este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden. Está presente en la liturgia terrena "Para llevar a cabo una obra tan grande" —la dispensación o comunicación de su obra de salvación— «Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sino también, sobre todo, bajo las especies eucarÃsticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allà estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)». "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadÃsima, que invoca a su Señor y por Él rinde culto al Padre Eterno" (SC 7). "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos con Él en la gloria" (SC 8; cf. LG 50). III. El EspÃritu Santo y la Iglesia en la liturgia En la liturgia, el EspÃritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artÃfice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del EspÃritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la liturgia viene a ser la obra común del EspÃritu Santo y de la Iglesia. En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el EspÃritu Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la economÃa de la salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el EspÃritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo. El EspÃritu Santo prepara a recibir a Cristo El EspÃritu Santo realiza en la economÃa sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza: La lectura del Antiguo Testamento La oración de los Salmos Y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvÃficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Éxodo y la Pascua; el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno). Sobre esta armonÃa de los dos Testamentos se articula la catequesis pascual del Señor, y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecÃa oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo…AsÃ, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1 P 3, 21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo; el maná del desierto prefiguraba la EucaristÃa "el verdadero Pan del Cielo". Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. En la liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la EucaristÃa y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del EspÃritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. El EspÃritu Santo recuerda el misterio de Cristo El EspÃritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la liturgia. Principalmente en la EucaristÃa, y análogamente en los otros sacramentos, la liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El EspÃritu Santo es la memoria viva de la Iglesia. La Palabra de Dios. El EspÃritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida: La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilÃa, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los signos. El EspÃritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los sÃmbolos que constituyen la trama de una celebración, el EspÃritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración. Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el EspÃritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe. La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvÃficas de Dios en la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrÃnsecamente ligadas; las palabras proclaman las obras y explican su misterio". En la liturgia de la Palabra, el EspÃritu Santo "recuerda" a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, la celebración "hace memoria" de las maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El EspÃritu Santo, que despierta asà la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza. El EspÃritu Santo actualiza el misterio de Cristo La liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del EspÃritu Santo que actualiza el único Misterio. La EpÃclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envÃe el EspÃritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios. Junto con la Anámnesis, la EpÃclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la EucaristÃa: «Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino [...] en Sangre de Cristo. Te respondo: el EspÃritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento [...] Que te baste oÃr que es por la acción del EspÃritu Santo, de igual modo que gracias a la SantÃsima Virgen y al mismo EspÃritu, el Señor, por sà mismo y en sà mismo, asumió la carne humana» (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 86 [De fide orthodoxa, 4, 13]). El poder transformador del EspÃritu Santo en la liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epÃclesis de la Iglesia, el EspÃritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22). La comunión en el EspÃritu Santo La finalidad de la misión del EspÃritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El EspÃritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos. En la liturgia se realiza la cooperación más Ãntima entre el EspÃritu Santo y la Iglesia. El EspÃritu de comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del EspÃritu en la liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7). La EpÃclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del EspÃritu Santo" (2 Co 13,13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración eucarÃstica. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envÃe el EspÃritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad. Resumen En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la creación y de la salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el EspÃritu de adopción filial. La obra de Cristo en la liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su EspÃritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el EspÃritu Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la liturgia celestial. La misión del EspÃritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvÃfica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.