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Este documento resume los conceptos de polifonía, heteroglosia e interdiscurso como formas de construir argumentos. Se centra en elementos como el discurso directo y el indirecto, estudiando la presencia de múltiples voces y perspectivas en el discurso.
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La presencia de múltiples voces en los discursos fue estudiada por distintos autores, desde miradas teóricas diferentes. Desde la perspectiva enunciativa, Oswald Ducrot se interesó por observar cómo participa la polifonía de la “puesta en escena” discursiva a través de la cual el hablante realiza un...
La presencia de múltiples voces en los discursos fue estudiada por distintos autores, desde miradas teóricas diferentes. Desde la perspectiva enunciativa, Oswald Ducrot se interesó por observar cómo participa la polifonía de la “puesta en escena” discursiva a través de la cual el hablante realiza una acción, en relación con sus interlocutores y su contexto, y orienta hacia una conclusión argumentativa que responde a sus intenciones. Desde esta perspectiva, destaca que las diferentes voces presentes en un enunciado están asociadas a puntos de vista que pue - den mantener una relación de coorientación o de oposición con el punto de vista del locutor (o enunciador principal). Según Ducrot (1984), la polifonía es “la puesta en escena en el enunciado de voces que se corresponden con puntos de vista diversos, los cuales se atribuyen —de un modo más o menos explícito— a una fuente, que no es necesariamente un ser humano individualizado.” Desde la perspectiva del Análisis del Discurso, la presencia de múltiples voces en el interior de un discurso es interpretada a la vez como una huella del fenómeno de “heteroglosia”, que había señalado Mijail Bajtín, y como una huella de la regulación del interdiscurso en la producción discursiva, que habían señalado M. Foucault y M. Pêcheux. Bajtín llamó “heteroglosia” a la multiplicidad de formas del uso del lenguaje asociadas a las distintas esferas de la praxis social, de las que los sujetos se apropian para hablar. Para 7 2 Bajtín, hablar es siempre hacerlo a partir de las palabras de otros, ya que el sujeto adquiere capacidad de comunicarse verbalmente en situaciones concretas en la medida en que se apropia y adapta a su propia intención lo que otros han dicho a lo largo de la historia en situaciones di - versas. El hablante, dice Bajtín, no va a buscar las palabras al diccionario antes de hablar: el hablante va a buscar las palabras a la boca de los demás, que ya hablaron en otros contextos. En este sentido, para él, la palabra de un hablante es parcialmente ajena, porque lo que dice ya fue dicho por otros. La idea de heterogeneidad contenida en el concepto de “heteroglosia” remite a la idea de que todo enunciado deja oír los ecos de distintos sujetos sociales, inscriptos en distintos espacios sociales, en distintos momentos históricos y en distintas ideologías. El “interdiscurso” remite al conjunto de reglas de una formación discursiva y al conjunto de discursos que la componen. Para el Análisis del Discurso, el sentido de un discurso debe considerarse a partir de su relación con el interdiscurso, es decir en relación con los discursos de la propia formación discursiva y también con los ajenos. En este sentido, el interdiscurso no es algo exterior a un discurso particular ni un marco que lo contiene, sino una presencia central que define las posibilidades de producción de un discurso y su identidad frente a los otros. Es en esa relación en la que se define también la interacción de voces. Según Jacqueline Authier-Revuz, inscripta en la perspectiva del Análisis del Discurso, la presencia de múltiples voces en un enunciado se manifiesta a través de dos formas: La heterogeneidad constitutiva de la enunciación (concepción de M. Bajtín de heteroglosia). La heterogeneidad mostrada: el enunciador muestra parcialmente en su enunciado la heteroglosia; indica que algunas palabras las ha tomado de otro enunciador. Como no muestra toda la heteroglosia, la heterogeneidad mostrada constituye una representación de la constitutiva en el enunciado, construida por el enunciador principal o locutor. De este modo, el yo representa su autonomía; se diferencia de los otros y construye su propia identidad. Por eso la heterogeneidad es también designada como alteridad, ya que deja ver al otro por oposición al yo. 1. Formas prototípicas de la heterogeneidad o alteridad mostrada Son los llamados discursos referidos, es decir, discursos que remiten al discurso de otro. Permiten identificar un discurso citante y un discurso citado, aunque los límites entre uno y otro varían en cada caso: a) Discurso directo. b) Discurso indirecto. c) Discurso indirecto libre. a) Discurso directo (DD) Encadena dos acontecimientos enunciativos: una enunciación citante (la del enunciador principal) y una enunciación citada (la palabra del otro), diferenciando claramente una de otra y restituyendo palabras textuales de la citada. Para diferenciar ambas voces utiliza comillas, a veces luego de dos puntos, y utiliza un verbo introductorio (verbo de decir), que puede aparecer en distintas posiciones. Es el discurso citante el que debe explicitar las referencias de la palabra citada, cuyo grado de precisión varía según los géneros y los enunciados. 8 3 Ejemplos de DD - Ejemplo de discurso académico (ensayo)1 en que se explicita quién es el responsable de la palabra citada, se usa un verbo de decir en posición anterior a la palabra citada, dos puntos y comillas: Maingueneau (1991: 11) afirma: “Cuando hoy se habla de una ‘lingüística del discurso’ percibimos que se designa así […] a un conjunto de investigaciones que abordan el lenguaje”. La característica común de estas investigaciones es que colocan en primer plano la actividad de los sujetos hablantes, la dinámica enunciativa, la relación con un contexto social, etc. No hay duda de que las investigaciones retóricas se inscriben, desde el margen de la disciplina, en este horizonte de pensamiento. Cuando la cita excede las tres líneas, las marcas difieren. Se emplea un sangrado mayor y se suprimen las comillas: Maingueneau (1991: 11) afirma: De hecho, cuando hoy se habla de una “lingüística del discurso” percibimos que se designa así no una disciplina que tendría un objeto bien determinado, sino un conjunto de investigaciones que abordan el lenguaje colocando en primer plano la actividad de los sujetos hablantes, la dinámica enunciativa, la relación con un contexto social, etc. No hay duda de que las investigaciones retóricas se inscriben, desde el margen de la disciplina, en este horizonte de pensamiento. Estas marcas de la heterogeneidad mostrada varían históricamente e incluso pueden ser diferentes según las comunidades académicas de origen. - Ejemplo de discurso periodístico (crónica)2 en el que se explicita quién es el responsable de la palabra citada, se utilizan comillas y verbo de decir en posición posterior a la palabra citada, separado de esta por coma: “Venimos a plantear la unidad detrás de estas políticas que tienen un impacto positivo a nivel social, económico y productivo en nuestras provincias que lleva adelante la Presidenta”, dijo Scioli en declaraciones a la prensa al ingresar a la sede del PJ Nacional de Matheu 130. b) Discurso indirecto (DI) El enunciador utiliza diversos marcadores para diferenciar su voz de la citada. La palabra del otro es reformulada, de modo que se pierde nitidez acerca de dónde comienza y termina la palabra de cada uno y se pierde la enunciación original de la palabra citada. Los marcadores más frecuentes son: - X dijo que … - Según X / Para X / a juicio de X,... - Al parecer / se dice que … - Uso del condicional. 1 Tomado de Christian Plantin, La argumentación, Barcelona, Ariel, 2000. 2 Tomado de una nota aparecida en La Nación, 30 de septiembre de 2013. 9 4 Ejemplos de DI - El uso de uno u otro marcador, o el uso combinado de estos, pueden marcar mayor o menor distancia respecto de la voz citada: Según fuentes próximas, el Tribunal de Cuentas prepara un informe crítico sobre la Secretaría de Transporte. Podría reformularse de los siguientes modos: El Tribunal de Cuentas prepara un informe sobre la Secretaría de Transporte que, se dice, sería más bien crítico. El Tribunal de Cuentas estaría preparando un informe crítico sobre la Secretaría de Transporte. El presidente del Tribunal de Cuentas sostuvo que en breve se dará a conocer el informe sobre la Secretaría de Transporte. Ejemplos de formas híbridas que combinan DD y DI - DI + Islotes textuales El gobernador bonaerense Daniel Scioli encabeza la reunión del Consejo Nacional del Partido Justicialista que, según afirmó, fue convocada para mostrar “la unidad” del peronismo detrás de la presidenta Cristina Kirchner y en “respaldo de los candidatos” del Frente para la Victoria. La Nación, 30/09/2013 - Alternancia DD/DI El gobierno de Mauricio Macri planteó ante el Consejo Federal de Educación la necesidad de ampliar a 17 esas 10 orientaciones originales. Similar reclamo hicieron las provincias de Salta y de Mendoza. Aún no se ha dado una respuesta al pedido, aunque se encuentra en estudio en una comisión especial de ese ente que agrupa a todos los ministros de Educación del país. Al igual que en todo el período en que se mantuvieron ocupadas las escuelas por parte de los estudiantes, ayer el jefe de gobierno porteño reiteró su rechazo a esa modalidad de protesta. “El sistema de tomas aleja a los alumnos y a los padres de las escuelas públicas”, afirmó Mauricio Macri durante el programa de televisión Almorzando con Mirtha Legrand. Insistió en marcar que el diálogo con los estudiantes “sigue abierto” para lograr superar el conflicto que afecta el normal dictado de clases y elogió al ministro de Educación, Esteban Bullrich: “Es el ministro más dialoguista de toda la historia”. La Nación, 30/09/2013 c) Discurso indirecto libre El locutor habla con palabras de otro enunciador, que reproduce en parte en forma textual y en parte en forma indirecta. El locutor adopta un punto de vista externo sobre el discur - so del enunciador citado. Combina DD y DI, no tiene marcas propias y no puede ser identificado fuera de contexto. No son claros los límites entre las voces citante y citada. Ejemplo: María salió al balcón. ¡Qué alegría! Hoy todo estaba preparado y por fin podía instalarse. 10 5 En este ejemplo, el locutor observa desde afuera lo que María hace y dice, y lo cuenta. Para ello, recurre por momentos al DD (“¡Qué alegría! Hoy todo”), pero sin aviso pasa al DI (los tiempos verbales son la marca de este: “estaba”, “podía”). 2. Otras formas de la heterogeneidad o alteridad mostrada Son casos en los que el enunciador muestra una heterogeneidad que puede deberse a otra lengua, otro registro u otro discurso. Se considera que en estos casos lo que el enunciador muestra es una ruptura de la isotopía estilística que rompe el estilo dominante del enunciado, ya sea porque introduce otra lengua, o porque utiliza expresiones propias de otros registros (formas más o menos formales, coloquiales o especializadas en el uso del lenguaje, según el destinatario), ya sea porque recurre a un léxico propio de determinadas teorías, ideologías o comunidades discursivas. Es importante destacar que mientras para la perspectiva enunciativa lo importante es observar los puntos de vista asociados a las lenguas, registros o discursos puestos en contacto en el enunciado, para el Análisis del Discurso, además de ese aspecto poli - fónico, se trata de analizar cómo está operando el interdiscurso en ese enunciado, en el que se marcan determinados elementos como una ruptura del estilo, apreciación que puede ser o no compartida por sus destinatarios o por el resto de los hablantes. Es decir, al Análisis del Discur - so le interesa ver qué representación construye el enunciador sobre el estilo homogéneo y sobre los elementos que producen su ruptura. La ruptura de la isotopía estilística puede presentarse de varios modos: a) Marcada a través de comillas o de bastardillas. Ejemplo: Los fideos están al dente. El uso de la bastardilla revela una inscripción en un interdiscurso que, al menos en determinados contextos comunicativos, señala la expresión “al dente” como ajena y como índice de la valoración de la italianidad en relación con las pastas. Así, este enunciador considera que con la expresión “al dente” está usando una lengua distinta a la que venía utilizando y ajena a la de la comunidad en la que está interactuando y por ello la marca de algún modo, para comu - nicar a su destinatario su apreciación. En términos de Authier-Revuz (1984), son casos en que el enunciador “vuelve sobre sus propias palabras y negocia con la heterogeneidad constitutiva de su discurso” y por ello pone una marca (en este caso, la bastardilla), en función de las representaciones que tiene sobre sus interlocutores y sobre la situación en que se encuentra. Otro ejemplo: en la Sección Espectáculos, el diario Página/12 publicó: Sábado, 14 de marzo de 2015 ZAZ EN EL LUNA PARK, CON CANCIONES PARISINAS Y DE TODA SU CARRERA Encanto de una voz que sabe emocionar Aunque tuvo que superar problemas de sonido y le costó hacer entrar en clima al público, Isabelle “Zaz” Geffroy supo poner en juego su carisma y, sobre todo, la calidad interpretativa necesaria para abordar clásicos de la chanson y no naufragar en el intento. En este caso, el diario marca con comillas “Zaz”, el sobrenombre de la artista. De este modo el enunciador indica una ruptura estilística ya que el interdiscurso en el que se inscribe lo orientaría en este género (la crítica de espectáculos) a hacer una referencia a los artistas más 11 6 precisa y formal, a través de sus nombres y apellidos, mientras el sobrenombre sería un modo informal de nombrarlos. Lo que marca la comilla, en este caso, es una ruptura por registro. Pero nótese que mientras marca la heterogeneidad producida por el sobrenombre (“Zaz”) no marca la palabra “chanson”, pese a que se trata de un término que pertenece a otra lengua. Desde el Análisis del Discurso, este es un ejemplo de heterogeneidad constitutiva: se habla con palabras de otros, como es en este caso la palabra utilizada por los franceses para designar un género musical, que es naturalizada e indiferenciada de la palabra propia por este interdiscurso. Todo enunciador señala algunas heterogeneidades como tales en su enunciado, en función de sus representaciones sobre el género que está usando, sus destinatarios, su finalidad, entre otros. Al no marcar la palabra “chanson”, este enunciado sugiere que se trata de un término ya incorporado en la lengua que habla la comunidad discursiva del diario. Hay que destacar que la ruptura estilística puede darse también al introducir términos formales en un discurso íntegramente informal, o términos en variedad estándar del español en discursos en los que predomina otra variedad (regional, dialectal, sociolectal, cronolectal, u otra), ya que la norma discursiva que predomina en un discurso no necesariamente es coincidente con la norma estándar. Por ejemplo, en el tango “Cambalache”, hay una ruptura de la isotopía estilística por registro, debida a la presencia de términos como “problemático” y “febril”: …siglo veinte cambalache, problemático y febril el que no llora no mama y el que no afana es un gil Dale nomás… Al igual que en el ejemplo de “chanson”, la falta de marcación de la heterogeneidad, explicable en el tango, en parte por la oralidad, permite tomar este ejemplo como un caso de heterogeneidad constitutiva: el enunciador del tango habla a través de palabras dichas por otros en contextos diversos y no señala la alteridad. b) En otros casos, puede no haber comillas ni bastardillas pero se marca la ruptura a través de una referencia explícita del enunciador sobre sus palabras, a través de un comentario. Ejemplos: - Los fideos están al dente, como dicen los italianos. - Para usar una expresión grosera, es un quilombo. - El modelo, como dice el kirchnerismo. - En el Curso de lingüística general encontramos, así, lo que debe ser reconocido como una contradicción, en el sentido materialista del término. 3. Formas de la heterogeneidad integrada o formas de la alusión Según Ducrot (1984), el enunciado en algunos casos muestra en su enunciación voces su - perpuestas. El enunciado alude en forma implícita a otras voces. Por eso, estas formas son llamadas también formas de la alusión. a) Negación Tipos de negación: Negación polémica: opone el punto de vista de dos enunciadores antagónicos. Corresponde a la mayoría de los enunciados negativos. Ejemplos: - La justicia actualmente no es democrática. - Semiología no es un filtro. 12 7 Negación descriptiva: presenta un estado de cosas que no necesariamente se opone a un discurso adverso. Si bien siempre hay que considerar el contexto de producción del enunciado, se trata de casos en los que la carga polémica es ínfima. Ejemplo: - No hay una nube en el cielo. Negación metalingüística: contradice los términos utilizados en un enunciado previo. Permite cuestionar el empleo de un término o de un grupo de palabras en virtud de alguna regla sintáctica, morfológica, social que se manifiesta, implícita o explícitamente, en el enunciado correctivo posterior. Ejemplos: —Juan se ha ido al laburo. —No, no se ha ido al laburo. Se ha ido al trabajo. b) Ironía - ¡Qué hombre encantador! (Expresión de una mujer ante una situación en la que un hombre maltrata y agrede a su esposa) c) Concesión - Aunque se han logrado grandes avances en estos años, falta todavía bastante para una distribución justa de la riqueza. A partir de conectores adversativos, como aunque o pese a que, se introduce otra voz que es la responsable de lo que allí se afirma. Esta forma suele llamarse concesión retórica, ya que el enunciador principal trae esa otra voz a su enunciado, le concede cierto grado de verdad, pero inmediatamente después hace una aserción que limita o refuta esa palabra aludida. d) Presuposición - En un mundo marcado por la interconexión y la velocidad, lo que puede ponernos en dificultades es lo nuevo, lo desconocido. Lo primero es lo supuesto (se presenta como evidencia y se sustrae a la impugnación), y lo segundo es lo admitido, es una aserción sometida a eventuales objeciones. La polifonía está dada por la presencia de dos enunciadores: el que es responsable de lo presupuesto (la voz de la doxa, de la opinión común) y el que se hace cargo de lo expuesto. - La inflación sigue subiendo. En este caso, lo presupuesto es que antes de esta enunciación la inflación ya había subido, lo cual se atribuye a una voz cuya palabra no se pone en duda. -Es linda pero inteligente. - Es varón pero sensible. En estos casos lo presupuesto es otra voz, cuya conclusión es relativizada por otra voz que introduce un caso que se aparta de lo que esa voz considera lo normal: “Las lindas son ton - tas”, “Los varones son insensibles / rudos / fríos”. Desde la perspectiva del Análisis del Discurso, el juego polifónico es analizado a partir de la intervención del interdiscurso que lo produce, en este caso el discurso machista. 13 8 e) Intertextualidad Es otra forma de alteridad integrada, definida por G. Genette. Refiere a la relación de copresencia entre dos o más textos, por la presencia efectiva de uno en otro. Se puede dar por cita, plagio o alusión. - Lo que el viento se llevó (Titular de Página/12, al día siguiente de un tornado) - Muerte en Buenos Aires (Título de film que alude a Muerte en Venecia, film de Luchino Visconti y novela de Thomas Mann). 4. Enumeración de las formas de la heterogeneidad mostrada a través de comillas o bastardillas Según Authier-Revuz (1984), tanto las comillas como las bastardillas: Son un llamado de atención del enunciador hacia su enunciatario, pero dejan a este la tarea interpretativa. “Son un hueco, una falta que hay que llenar interpretativamente.” Maingueneau agrega: Suelen usarse, unas u otras, con sentidos similares, aunque algunos espacios sociales regulan en mayor medida un uso diferenciado. Los espacios más regulados instalan usos obligatorios, especialmente de las comillas. a) Comillas: usos y funciones frecuentes Citas directas, palabras o islotes textuales. Ruptura de la isotopía estilística (palabras extranjeras, cambio de registro). Función metalingüística (“Gato” tiene cuatro letras). Toma de distancia, reserva de un locutor respecto de otra voz (este uso es preferencial respecto de la bastardilla). b) Bastardilla. Usos y funciones frecuentes Palabras extranjeras (se la prefiere a las comillas en medios gráficos y escritos académicos). Cambio de registro. Para destacar ciertas unidades, que en el discurso académico suelen ser conceptos. Función metalingüística. La Retórica y sus partes El término “retórica” es empleado ya en la Antigüedad para aludir al arte de la elocuencia, es decir, el arte “de hablar bien” en determinados espacios públicos, de modo de resultar persuasivo. En este sentido, el término designa tanto a la técnica a través de la cual se lograría producir discursos persuasivos (la técnica retórica), como a los discursos producto de la aplicación de la técnica (discursos retóricos) y a las obras que a lo largo de la historia fueron produciendo un saber sobre la técnica y sus productos (las retóricas). La retórica nace en el siglo V antes de Cristo, en el marco de la democracia griega y el desarrollo de la polis, donde emergieron espacios para el ejercicio de la palabra pública: los tribunales populares, ante los que era posible reclamar el cumplimiento de derechos, y la asamblea, el espacio para la deliberación política, la aprobación de leyes y la elección de candidatos. Esta nueva situación histórica propició el estudio de las formas del discurso que generan un efecto persuasivo, las cuales pronto se convirtieron en objeto de enseñanza. Para Aristóteles (2004), autor de una de las retóricas de mayor trascendencia histórica, una característica de los discursos retóricos es que sus proposiciones no son necesariamente verdaderas (como las de la ciencia), sino verosímiles, es decir, “parecen serlo”. “Lo que parece verdad cuenta mucho más de lo que es verdad”, sostienen como uno de sus principales principios las retóricas de Córax y Tisias, considerados los fundadores del arte retórico. Las proposiciones verosímiles no fundamentan sus aserciones al modo en que procede la demostración lógica, sino que apuestan a ser admisibles para su destinatario. Para Aristóteles (2004: 23) la retórica es entonces “la facultad de considerar en cada caso lo que puede ser convincente”. Como señala Roland Barthes (1982: 13), para el ejercicio del discurso en público era necesario aprender el uso de la “palabra simulada”, distinta de la “palabra ficticia de la poesía”. Si sobre esta última reflexionó la “poética”, sobre la primera lo hizo la retórica. Para Barthes, la retórica es el metalenguaje (es decir, la reflexión sobre el lenguaje) que reinó en Occidente desde el S. V a. C. hasta el s. XIX d.C., por lo que constituye una de sus grandes instituciones. La Retórica de Aristóteles, del siglo IV a.C., integra tres niveles de reflexión: a) una teoría de la argumentación, que explica el tipo de pruebas requeridas por la fundamentación retórica, b) una teoría de la elocución, que estudia la expresión lingüística o estilo que deben tener los discursos para resultar persuasivos, y c) una teoría de la composición del discurso, que señala las partes que deben constituir el discurso como también las etapas o tiempos para componerlo. En cuanto a este último aspecto, las etapas o tiempos para componer el discurso que identifica son cinco: 1) la invención (inventio), en que se define el qué decir, los argumentos o pruebas que se utilizarán (selección, número); 2) la disposición (dispositio), que determina el orden en que se dispondrán los argumentos (su progresión y encadenamiento); 3) la elocución (elocutio), determina cómo lograr “el buen decir” para exponer las pruebas; 4) la actuación (actio), determina cómo actuar el discurso (dicción, tonos, gestos); 18 5) la memoria, que refiere a cómo memorizar el discurso. La integración de estos niveles se describe claramente en la Rhetorica ad Herennium, el tratado de retórica latino más antiguo, del año 90 a.C., de autor desconocido, en cuyo Proemio (1997: 71-72) se afirma: “Para hallar los argumentos es necesaria la invención, para las palabras, la elocución; en ambos hay que considerar la disposición; a ambos los abarca y retiene la memoria, y los realza la pronunciación.” Con respecto a la dispositio, Aristóteles (2004: 229) la definió como el arte acerca de “cómo deben disponerse las partes del discurso”: es el momento de disponer, distribuir, las pruebas halladas durante la etapa de la inventio, dentro de las distintas partes constitutivas del discurso. El plan textual que describe esta retórica tuvo tal repercusión en la cultura occidental, que aún hoy se percibe su influencia. La dispositio (Aristóteles, 2004: 289-318) tiene cuatro partes que no pueden faltar y se disponen en un orden fijo: el exordio, la narración, la confirmación y el epílogo. Y tiene otras dos partes más que pueden aparecer o no y que son móviles, ya que pueden intercalarse entre distintas partes del discurso: la digresión y la altercatio. Todo discurso retórico debía construirse en base a dos movimientos: 1) uno que apuntara a conmover a su interlocutor, a través de “mover” sus sentimientos, y 2) otro, que apuntara a convencerlo, a través de información y del desarrollo de razonamientos. Así, cada una de las partes de la dispositio busca cumplir alguna de estas dos funciones: mientras las dos partes extremas -el exordio y el epílogo- aportan la dimensión emotiva y pasional, las dos partes intermedias -la narratio y la confirmatio- constituyen el bloque de la argumentación más racional. Las características de cada una de las partes de la dispositio son las siguientes: Exordio Comprende dos momentos: 1) la captatio benevolentiae o intento de seducción del auditorio al que se quiere captar desde un principio con una prueba de complicidad. Es frecuente que en esta parte se interpele en forma directa al destinatario del discurso, a través de preguntas retóricas, de la presencia de la segunda persona en el enunciado o de un vocabulario que exprese la subjetividad del locutor y cargado de emotividad, llame la atención de su receptor y lo sensibilice; 2) la partitio, que anuncia las partes del discurso, qué temas se abordarán primero y cuáles después. La inclusión de la partitio seguía los 19 consejos de Quintiliano -autor de una de las retóricas más importantes de la cultura latina, titulada Institutio oratoria, del año 95 d. C. Para este autor, “su ventaja reside en que nunca parece largo algo cuyo término se anuncia”. Esta parte del exordio se conserva hoy, por ejemplo, en géneros académicos de cierta extensión como ensayos, ponencias, conferencias y artículos, trabajos monográficos y en textos didácticos, ya que facilita la tarea de lectura o recepción oral. Narración En la narratio o narración el enunciador relata los hechos ante los cuales después va a tomar posición. Recordemos que la retórica nació vinculada a prácticas jurídicas y políticas de la polis griega, en las que es frecuente que el orador se posicione ante hechos que dieron origen a disputas. La reconstrucción de los hechos es un momento indispensable de este tipo de discursos; en ella, el orador se muestra objetivo, pero, a través de un relato claro, breve y verosímil, prepara sutilmente el terreno para la argumentación que se desarrollará en la parte siguiente. Si bien las diferencias formales entre narración y argumentación son claras, la narración en estos casos se presenta como parte de la argumentación, en la medida en que orienta al receptor en la valoración de los hechos. Este efecto se logra por el tipo de léxico utilizado y por la selección u omisión que se hace de los hechos reales para la narración. Confirmación En esta parte se exponen los argumentos y se desarrollan las pruebas elaboradas durante la inventio. Como observa Barthes, constituía una parte nuclear del discurso, ya que de su fuerza y solidez argumental dependían en gran medida su eficacia y su éxito comunicativos. Epílogo Está constituido por los párrafos finales del discurso, cuya función era clausurar, darle un cierre al desarrollo argumental que se había expuesto. El epílogo presentaba dos niveles: 1) el nivel de las “cosas”: en el que se retoman y resumen “las cosas dichas”, y 2) el nivel de los “sentimientos”, en el que volvía a apelarse a la emotividad del interlocutor, buscando conmoverlo. 20 Digresión Esta parte constituía una ruptura en el hilo del discurso para abordar un tema cuya conexión con el que se estaba tratando era ínfima. La mayoría de las veces era un elogio de lugares o de hombres y, en realidad, su función principal era hacer brillar al orador, destacar su capacidad oratoria. Pese a su carácter móvil, la digresión o egressio terminó por colocarse casi regularmente entre la narración y la confirmación. Altercatio Algunos discursos retóricos incluían, después de la confirmación, una parte llamada altercatio, en la que se exponía la postura del adversario (por ejemplo, la del abogado de la otra parte o la de un testigo), para después descalificarla y refutarla. La altercatio introduce en forma explícita la dimensión polémica del discurso, en la que no sólo se busca persuadir a los destinatarios sobre la verdad de las propias ideas, sino, además, demostrar que lo sostenido por el otro -el adversario-, es falso. La palabra del adversario solía introducirse a modo de diálogo, en estilo directo. En la actualidad, la polémica se introduce también en estilo indirecto e indirecto libre. El género Los géneros discursivos tanto literarios (novela, cuento, comedia, poesía épica, oda…) como no literarios (panfleto, nota editorial, crónica, respuesta a interpelación parlamentaria, entrevista, carta íntima, conferencia…) han sido objeto de estudio desde la antigua retórica y los primeros manuales de poética. En cada época se han privilegiado en la descripción aquellos que correspondían a las prácticas sociales más valoradas, novedosas o necesarias. En su origen, la retórica reflexionó sobre los discursos vinculados a tres prácticas sociales fundamentales de la antigua Grecia: la jurídica, la política y la conmemorativa, por lo que se centró en el estudio de los géneros jurídico, deliberativo y epidíctico. Los discursos jurídicos -que giraban en torno de lo justo y de lo injusto y de lo moral y lo inmoral- estaban destinados fundamentalmente a acusar o defender a alguien en un juicio, presentaban en general como pruebas los hechos ocurridos y adoptaban 21 preferentemente un razonamiento de tipo deductivo. Sus géneros son alegatos, sentencias, defensas, entre otros. Los deliberativos estaban vinculados a la praxis política y remiten a los enunciados ante la asamblea. En ellos se aconsejaba o desaconsejaba acerca de medidas a aplicar, tratando de mostrar qué era lo útil o lo mejor socialmente y se apoyaba a menudo en ejemplos que permitían desencadenar la inducción. Los géneros epidícticos eran discursos conmemorativos, oraciones fúnebres, panegíricos, que elogiaban o censuraban a los hombres públicos y tendían a evocar acontecimientos conocidos y a amplificar las virtudes o los errores de los personajes a los que se refería. En la Antigüedad también se estudiaron géneros poéticos, como los poemas épicos y las tragedias. En la Edad Media, se les dio especial importancia a los géneros religiosos (sermones, homilías). En el proceso de conformación de los Estados nacionales, a la novela, los géneros históricos y a los periodísticos. Los numerosos manuales que se produjeron en Occidente, que constituían una introducción al estudio de la discursividad y estaban destinados a la formación de oradores y escritores, consideraron esta diversidad genérica y fueron integrando en sus descripciones y análisis los nuevos géneros que iban apareciendo. Así, a partir de fines del siglo XVIII nos encontramos, por ejemplo, con la referencia a los discursos en el marco de las Academias o a las clases en los institutos de enseñanza superior, en consonancia con el avance de estas instituciones. Cuando Mijail Bajtin (1982) teoriza acerca de los géneros discursivos, lo hace a partir de esa amplia tradición. En su caracterización, articula los aspectos sociales con los discursivos ya que considera que son “tipos relativamente estables de enunciados” generados por “cada esfera del uso de la lengua” (Bachtin, 1982: 248). Si bien destaca como esenciales y diferencia los aspectos temáticos, estilísticos y composicionales insiste en que están fusionados en un todo que conforma el género. Así, una carta personal se reconoce por la articulación de los tres aspectos: va a tratar sobre problemáticas que tienen que ver con la experiencia propia del que la escribe, va a utilizar un lenguaje familiar y va a respetar un formato establecido (fecha, destinatario, desarrollo de la misiva, saludos). Bajtín (1982: 248) señala la importancia de los géneros no solo en el funcionamiento de las sociedades sino también en la socialización de los individuos ya que “nos expresamos 22 únicamente mediante determinados géneros discursivos”, cuyo conocimiento adquirimos en la vida social. Y es esta la que nos ofrece “un rico repertorio de géneros discursivos orales y escritos” para movernos en los ámbitos privados o públicos. Varias décadas después, Bronckart (2004: 105) reconoce también, como otros teóricos, que “los géneros como configuraciones posibles de mecanismos estructurantes de la textualidad constituyen los marcos obligados de toda producción verbal”. Se interesa por los procesos de producción de discursos. Plantea, entonces, que aquel que debe producir un texto parte, por un lado, de las representaciones relativas al contenido temático a semiotizar y, por el otro, de las propiedades materiales y sociosubjetivas del contexto de su acción. En la medida en que dispone de un conocimiento personal (y parcial) de los géneros disponibles en su comunidad “va a adoptar un modelo de género que le parezca pertinente teniendo en cuenta las propiedades globales de la situación” y va a adaptar ese modelo a los rasgos específicos de esa situación. Así, “produce un nuevo texto que tendrá las huellas tanto del género elegido como del proceso de adaptación” (2004: 105). Este juego entre adopción y adaptación permite reconocer no solo la pertenencia de un discurso a un género sino también las diferencias entre un ejemplar y otro. En la actualidad la reflexión sobre el género busca atender a la heterogeneidad de los discursos y a las transformaciones operadas por los medios digitales. En relación con lo primero, Adam y Heidmann (2004: 62-63) plantean la necesidad de desplazar la problemática del género –como repertorio de categorías a las cuales los textos remiten- hacia la consideración de la puesta en discurso y la lectura/interpretación como procesos complejos en los que los textos son puestos en relación con uno o varios géneros. Hablan, así, de genericidad (puesta en relación de un texto con categorías genéricas abiertas) y de efectos de genericidad (inscripción de una serie de enunciados en una clase de discursos). Podemos considerar, por ejemplo, que el prólogo de un libro infantil remite tanto al género prólogo como al cuento maravilloso, en la medida en que si bien introduce la obra y tiene los rasgos del paratexto correspondiente, ubica al niño en el lugar del héroe que debe pasar una serie de pruebas y al autor como dador de los bienes que aquel deberá alcanzar. Para abordar la problemática del género, Maingueneau (2014: 123-125) prefiere hablar de “escenas de enunciación” y distingue tres escenas presentes en el discurso: englobante, genérica y escenografía. Englobante es la que corresponde al tipo de discurso: político, 23 religioso, publicitario, académico. En una clase, una monografía, una ponencia, o una tesis podemos reconocer los elementos comunes del discurso académico tanto en los términos empleados, propios de un campo del saber, como en los modos de remitir a trabajos anteriores en el área o en el lenguaje sostenido utilizado, o en la explicación o argumentación rigurosas. La escena genérica es la que corresponde específicamente a los géneros discursivos. En el caso del discurso político podemos reconocer, por ejemplo, el discurso electoral. Estas dos escenas definen el marco escénico del texto. Pero Maingueneau señala que también debemos considerar la escenografía, es decir, la escena de enunciación no impuesta por el género sino construida por el texto. Es aquella a la cual es confrontado en primer lugar el lector u oyente (candidato político que utiliza, por ejemplo, como escenografía la correspondencia privada). Así también una novela puede enunciarse a través de la escenografía del diario íntimo, el relato de viajes, la conversación al lado de la chimenea, el intercambio epistolar amoroso. La noción de escenografía se apoya en la idea de que el enunciador organiza a través de su enunciación la situación a partir de la cual pretende enunciar. Maingueneau (2012: 124) se refiere asimismo a escenografías exógenas y endógenas, que constituyen dos polos de un continuum. En las primeras, se importa una escena de enunciación exterior (promoción de un dentífrico a partir de una escena de laboratorio). Las endógenas se forman dentro del marco definido por la escena genérica (una nota periodística policial puede tomar la “coloración” o algunos de los rasgos del policial negro). Si se atiende a la relación entre escena genérica y escenografía, Maingueneau (2014: 133-136) considera que hay géneros que se aferran a una escena genérica y no son susceptibles de escenografías variadas (como la receta médica) y géneros que impulsan la elección de una escenografía (literarios, filosóficos, publicitarios). Entre ambos extremos, ubica los géneros susceptibles de escenografías variadas pero que a menudo se aferran a una escena genérica rutinaria (guía turística, que puede admitir la escenografía del relato de viajes). Respecto de los géneros en la Web, para este autor la característica más destacada que presentan es el debilitamiento de sus escenas englobantes y genéricas, de modo que, en ellos, la escenografía se constituye como el nivel central. Este rasgo hace que no sea tan simple en la web identificar el espacio social en el que se producen los discursos. Así, por ejemplo, es común encontrar sitios políticos en los que el discurso se configura a modo de conversaciones íntimas entre amigos (¿es el discurso de un grupo político a través del cual se interviene en un debate social o se exhibe una conversación familiar o amistosa?), 24 o sitios comerciales, en las que el enunciador puesto en escena asume el discurso de un especialista en salud (¿es un discurso comercial o médico?). Si a este aspecto sumamos, como característica de los géneros digitales, la desestabilización de la jerarquía entre lo que sería un texto principal y un paratexto, nos encontramos ante un fenómeno destacado por R. Chartier (2012: 44-45): la web requiere de competencias lectoras especiales, en la medida en que hace difícil identificar la identidad de los discursos, la esfera social que los produce y la totalidad del texto, sus partes y sus relaciones. En la actualidad, los géneros digitales presentan especial interés por las innovaciones que han introducido a los discursos escritos y al modo en que se interrelaciona la comunicación escrita con la oral. Para D. Maingueneau (2014: 177), la multimodalidad está llevada al paroxismo en los géneros de la web. Se consideran “multimodales” los discursos que movilizan simultáneamente múltiples canales de comunicación. La oralidad es por naturaleza multimodal ya que involucra a la comunicación sonora (componente verbal, pero también tonos y ritmos de voz) y a la visual (gestos, movimientos corporales, organización de la espacialidad, entre otros). Pero en la web, los enunciados escritos se presentan cada vez con más cantidad de elementos icónicos (tamaño de letra, colores, variadas tipografías, variadas formas de puesta en página, combinación de letras con imágenes) lo que ha llevado a los especialistas a hablar de “íconotextos” para referir a las producciones semióticas en las que la imagen y la palabra son indisociables. Por ejemplo, cuando una obra literaria se sube a la web, esta se integra a la configuración digital del sitio, de modo que esta será a la vez una imagen sobre una pantalla, un soporte de operaciones (en el que se puede cliquear sobre una palabra, que enlazará con otra página), como también un componente de la arquitectura del sitio (Maingueneau, 2014: 179). Para referir a los géneros de la web, se habla de “cibergéneros” (Maingueneau, 2014: 178), que en muchos casos retoman géneros que se han desarrollado en otros medios, pero que en este nuevo soporte adoptan nuevas configuraciones: si bien la “conversación” como género existe en varios soportes, el foro o los chats presentan nuevos rasgos. La argumentación por lo particular La tradición retórica también reflexionó sobre las distintas formas de argumentar o fundamentar los discursos, entre ellas, las que lo hacen apelando a lo particular, ya sea a través de ejemplos o de analogías, entre otros. Estas dos formas de la argumentación están 25 muy presentes en los discursos didácticos o en aquellos que tienen una dimensión didáctica como los discursos de algunos políticos. Ambos procedimientos se relacionan diferentemente con lo general. El ejemplo permite tanto ilustrar una norma o un enunciado general, como derivarlo. Habitualmente, en el primer caso, lo particular es posterior discursivamente al enunciado que apuntala y en el segundo lo precede. Algunos autores, como Perelman y OlbrechtsTyteca (2009) -autores de Tratado de la argumentación: la nueva retórica, publicada en París en 1958- llaman “ilustración” (podemos también utilizar “ejemplo ilustrativo”) al primero y “ejemplo” propiamente dicho al segundo. También se señala para diferenciar las dos funciones que en la ilustración no se requiere más de una y en el otro tipo conviene que haya varios, lo que aproxima este procedimiento a la inducción. Así, Aristóteles (2004: 183) señalaba que “el que los pone al principio, por fuerza tiene que decir varios; y en el epílogo uno solo puede bastar, porque un testigo honesto, aunque único, es eficaz”. En los siguientes fragmentos de Sarmiento2 se pueden ver una y otro (indicamos lo general con itálicas): […] lo que pareció antes grande y notable es ya para la generación subsiguiente pequeño y vulgar. ¿Quién se acuerda ahora de las emociones de felicidad, de admiración, de contento que experimentó a la instalación de los telégrafos? Como vemos, la experiencia con los telégrafos ilustra el enunciado general. En cambio, en el segmento que sigue, de lo particular (los ejemplos) se deriva lo general: En Buenos Aires, que es donde la niñez es más desenvuelta en América, los niños de escuela no leen libros de ningún género mientras están en la escuela. Algunos leen los diarios. Uno por mil, como un petit prodige, habrá que desenvuelva la pasión de leer desde chicuelo. En Chile, sucede lo mismo: los niños no leen hasta la adolescencia. Estudian en sus textos, y los estudiosos consultan libros de referencia. En las provincias de uno y otro país, sucede peor; de manera que puede asegurarse que la inteligencia del hombre está paralizada en América en cuanto a atesorar datos y conocimientos, hasta la adolescencia. Asimismo, se plantea que la ilustración deberá a veces ser desarrollada y contener detalles impactantes y concretos, ya que tiene como papel reforzar la adhesión a una regla conocida y admitida, suministrando casos particulares que aclaran el enunciado general, muestran su interés por la variedad de aplicaciones posibles, aumentan su presencia en la conciencia. En cambio, el ejemplo será prudentemente despojado de detalles para evitar que el pensamiento se distraiga o se desvíe del objetivo que se propone el orador, que es fundar la regla. Pero en uno y otro caso se presupone la existencia de ciertas regularidades de las cuales ilustración y ejemplo suministrarían una concretización. Este tipo de argumentación se niega a considerar lo evocado como único (se plantea que es un ejemplar entre otros posibles). Esto lleva a buscar a partir del caso particular, la ley o la estructura que revela. En los discursos didácticos, el ejemplo, habitualmente de naturaleza empírica, se encuentra centrado en el dato concreto, de modo que facilita el acceso al pensamiento teórico (Arnoux, Nogueira y Silvestri, 2009). La presencia del ejemplo se relaciona con el grado de abstracción discursiva y permite que el pensamiento se mueva entre lo abstracto y lo concreto. La comprensión del segmento abstracto resulta favorecida si este se reformula por medio de un ejemplo que activa vínculos fuertes y rápidamente disponibles, propios de la información concreta. La analogía, por su parte, vincula dos realidades particulares heterogéneas gracias a una propiedad global común que el mismo texto construye, aunque no la explicite como tal (Miéville, 1983). En su versión clásica implica una semejanza de estructuras, cuya fórmula más general es A es a B como C es a D. El conjunto de los términos A y B constituye el tema, a lo que se dirige la conclusión o aquello que requiere ser “iluminado”. El conjunto de los términos C y D conforman el foro, que sirve para apoyar el razonamiento. El ejemplo clásico lo suministra Aristóteles (2004): “Así como los ojos de los murciélagos se encandilan por la luz del día, nuestra inteligencia se encandila por las cosas más naturalmente evidentes”. El tema está constituido por el efecto de la evidencia sobre la inteligencia y el foro por lo que la luz del día genera sobre los ojos de los murciélagos. Para que haya analogía tema y foro deben pertenecer a dominios diferentes o presentados como tales. De allí que Perelman y Olbrechts-Tyteca (2009) señalen que cuando pertenecen a un mismo dominio y pueden ser subsumidos en una estructura común, la analogía deja lugar a un razonamiento por el ejemplo o la ilustración, en el cual tema y foro suministran dos casos particulares de la misma regla. J.B. Grize (1990) plantea que para que una analogía sea “buena” deben satisfacerse dos condiciones: el foro debe ser más conocido y, a menudo, más concreto que el tema y el foro debe permitir la generación de inferencias que se proyecten sobre el tema. En cierta medida, a esto último se refiere M. Angenot (2008) cuando habla de que la analogía 27 engendra una transferencia de evidencia. En el ejemplo siguiente de Hugo Chávez3 se establece la analogía entre el capitalismo y la esclavitud, que despliega la metáfora “la esclavitud moderna” y proyecta lo asociado con la esclavitud al capitalismo: […] la batalla histórica de la Revolución y del pueblo venezolano es acabar con toda forma de esclavitud moderna, una oscura y sutil esclavitud que ya no se ejerce mediante el látigo, el hierro y los grilletes sino a través de cadenas invisibles de los brutales y perversos mecanismos de la explotación capitalista: la alienación, la dominación, la enajenación, la opresión y mercantilización de las relaciones humanas. Respecto de la relación entre metáfora y analogía se sostiene o que la analogía despliega la metáfora o que la metáfora es una analogía condensada. Este tipo de reflexiones llevó a J. Gardes Tamine (2011) a hablar de configuraciones analógicas (comparaciones, metáforas, paralelos, alegorías) en las que dominios diferentes son asociados a partir de una relación que no está preconstruida (como en la sinécdoque, por ejemplo, entre “volante” y “auto”) sino construida por el discurso y la sintaxis. En la alegoría solo aparecen los términos que pertenecen al foro. O, más bien, solo los términos homogéneos que podemos interpretar como foro si los relacionamos con otro dominio. La autora ejemplifica con “Una golondrina no hace verano”, en lo que el otro dominio, el tema, dependerá de la situación o del entorno verbal. En el paralelo/paralelismo el tema y el foro aparecen en dos segmentos sucesivos, sintagmas, proposiciones, frases o conjuntos de frases. Se relacionan, así, dos objetos en los que se considera de manera contrastiva cualidades homólogas: hechos, situaciones, carácter. Se retoma en secuencias sucesivas un mismo esquema morfosintáctico, acompañado de repeticiones o diferencias rítmicas, fónicas o léxico-semánticas. En la comparación los dos dominios están también presentes pero se vinculan explícitamente por un morfema gramatical y correlativo (“como”, “lo mismo que”, “así como) o una unidad léxica (“se parece a”). El motivo de la comparación puede estar explícito, “Aquiles es impetuoso como un león”, pero la comparación no lo requiere. En la metáfora se fusionan los dos dominios, se produce una asimilación o, al menos, una interacción entre los términos. Un tipo particular es la metáfora hilada o continua, es decir, una sucesión de metáforas que corresponden siempre al mismo dominio. El siguiente fragmento de Hugo Chávez lo ilustra: 3 Los ejemplos de discursos de Hugo Chávez se retoman de Arnoux, 2015. 28 Un río es una tremenda organización, es una autoorganización con fuerza creciente, va moviéndose por el valle, está formado por millones de gotas de agua, y cada gota de agua por millones de moléculas, cada uno de nosotros es una gota de agua, […] conformamos ríos por todas partes, ríos de pueblos. Ríos diversos, ríos grandes y pequeños, pero en la misma dirección, con diversidad de movimiento y de fuerza; y al final todos los ríos se unen sobre un gran río, y todos vamos hacia el mar. ¿Cuál es el mar? El mundo nuevo, el mundo mejor, el mundo donde reine la igualdad, la libertad, la fraternidad, la solidaridad, el amor, ¡ese es el mar adonde vamos! En ambos procedimientos, ejemplo y analogía, nos encontramos con un objeto, situación o relación más conocida, concreta, evidente o accesible (el ejemplo, o el foro en la analogía) y otra menos conocida, abstracta, confusa o inaccesible (la regla, o el tema). Ambos están emparentados ya que cada uno de estos procedimientos apela a un objeto segundo, a un objeto sustituto para elaborar el conocimiento o la representación de un objeto dado (Miéville, 1983). El ejemplo ilustrativo puede funcionar como modelo y proponerse incitar a la imitación. En el siguiente fragmento de Sarmiento, el conocimiento musical que revelan gestos de la población alemana tiende a ser presentado como modelo, lo que se refuerza por el enunciado final que aparece como una conclusión derivada de lo anterior (los ejemplos que ilustran el primer enunciado general): En Alemania pude ver los efectos de la educación musical dada en las escuelas: Los pasajeros de las diligencias se invitaban a cantar tal o cual canción, según el número de voces reunidas, e improvisaban cuartetos, quintetos y coros para pasar agradablemente el tiempo. Cambiábanse los pasajeros con nuevos arribantes y todos conocían la pieza que se proponían cantar. Los placeres de la música suprimen muchos vicios y disipaciones degradantes. La antigua retórica valoraba los ejemplos históricos particularmente para los géneros deliberativos ya que consideraba que eran convenientes porque, por lo general, se puede establecer una semejanza entre la problemática presente y lo ocurrido en el pasado, por lo cual apelar a ellos ayudaba al orador a convencer acerca de lo bien fundado de una posible decisión. En ese sentido, Plantin (1996) señala que habitualmente, del ejemplo histórico o de una serie de ejemplos históricos no se deriva una ley general, sino que el razonamiento se orienta hacia una acción particular (lo que es conveniente, o no, hacer). En cuanto a la selección del ejemplo más conveniente, Quintiliano (1944) señalaba la necesidad de considerar diversos datos de la situación que se estaba tratando y los efectos que se quieren obtener. Por ejemplo, se puede recurrir a un ejemplo “desigual” para estimular las pasiones: “el valor es digno de mayor admiración en la mujer que en el 29 hombre, y así para animar a la fortaleza no tanto nos valdremos del ejemplo de los Horacios y Torcuatos cuanto del de aquella hembra que mató a Pirro por su mano”. Esta posibilidad de funcionar como modelo es lo que explotan los relatos ejemplares (fábulas, exempla, parábolas, relatos históricos ejemplares) que son despliegues narrativos con cierta autonomía discursiva que integran lo que se llama literatura didáctica. De ellos se deriva discursivamente un enunciado general, que puede incluir o estar acompañado de una norma de acción. Aristóteles (2004: 182-183) ilustra estos mecanismos con la fábula: Esopo, defendiendo en Samos a un demagogo a quien se juzgaba de pena capital, dijo: una zorra que vadeaba un río fue arrastrada a un barranco, y como no podía salir, estaba mucho tiempo y en apuro, y muchas garrapatas se habían adherido a ella; un erizo que andaba por allí, cuando la vio le preguntó compadecido si quería que le arrancara las garrapatas, y ella dijo que no, y como le preguntara por qué, dijo: ‘Porque estas ya están cebadas de mí y sacan poca sangre, pero si me quitas estas, vendrán otras hambrientas y me chuparán la sangre que me queda.’ Así pues, dijo, oh, samios, este ya no os hará más daño, porque es rico, si lo matarais, vendrán otros, pobres, que os gastarán el resto y os robarán. El relato permite persuadir acerca de una regla o enunciado general, que puede no estar explícito como en este caso, y derivar una norma de acción, como la que propone Esopo. Para que estas operaciones se realicen es necesaria cierta clausura del sentido o que la orientación argumentativa sea neta. Ethos discursivo La noción de ethos proviene de la tradición retórica. Aristóteles (2004: 24) señala que el ethos es uno de los tipos de prueba –junto con el logos y el pathos- que debe reunir el orador para producir un efecto persuasivo. Su elaboración se sitúa en el momento de la inventio. El término griego “ethos” significa “carácter” y en Aristóteles refiere a la imagen de sí que sugiere el orador a través de su discurso, que debe resultar persuasiva. Como señala Aristóteles (2004: 116): “Se persuade por el carácter cuando el discurso muestra al orador como digno de crédito.” El orador debe mostrarse a sí mismo con rasgos de carácter que produzcan una buena impresión en sus receptores, y como destaca la tradición retórica desde los sofistas, más allá de que el orador posea o no esas características, la cuestión es que lo parezca. Para Aristóteles, el ethos bien elaborado constituye la más eficaz de las pruebas, ya que ganar la credibilidad del auditorio, determina en gran parte el efecto de que estos adhieran 30 a las tesis del orador. De esta manera, el filósofo griego destaca el lazo indisoluble que existe entre lo que se dice y quién lo dice: si quien dice algo no resulta confiable, aun cuando lo que diga sea verdadero, las posibilidades de aceptabilidad de lo que sostiene serán menores. Entre las cualidades que debía reunir el ethos de un hombre de bien, Aristóteles enumera la discreción (y la prudencia), la integridad (honestidad y sinceridad) y la buena voluntad (amabilidad). Estos atributos dependen de la comunidad en la cual se mueva el locutor: en algunos ámbitos, el ethos de hombre sensible, por ejemplo, puede ser apreciado y, en otros, despreciado. Así, para Maingueneau los ethos que emergen en los distintos discursos son elaboraciones sociales que configuran distintos tipos de subjetividades, consideradas legítimas para tomar la palabra en determinados contextos. Esto lo lleva a establecer la relación entre ethos y estereotipos sociales. Por ejemplo, podemos identificar un ethos médico, presente en gran parte de los discursos de los médicos en la entrevista con sus pacientes, que buscará mostrarlos con rasgos que consideran han de despertar la confiabilidad de estos: pulcritud, saber especializado, capacidad analítica y razonadora, experimentado en el tratamiento de esa dolencia, cordial y amable, entre otros. Maingueneau (2002: 57) en la noción de ethos atiende no solo a su función persuasiva, sino también a su carácter enunciativo. Así, define ethos como la construcción discursiva de sí que realiza el sujeto de la enunciación en su discurso, de modo tal que los rasgos que se autoatribuye funcionan como garantía de lo que sostiene. Pero, además, para Maingueneau, el ethos es identificable tanto en la oralidad como en la escritura, ya que se trata de un elemento presente en todo discurso; no hay posibilidad de producir un enunciado carente de ethos, por lo que este no necesariamente es producto de una planificación deliberada (en lo que insistía la retórica), sino que su resolución no tiene por qué ser consciente por parte del enunciador. El mismo autor plantea que el ethos se manifiesta a través del discurso “como una ‘voz’, asociada a un ‘cuerpo enunciador’ históricamente especificado” (2002: 60) cuyo “tono” certifica lo que es dicho. La noción de ethos da cuenta de la subjetividad que todo discurso pone en escena y que se nos presenta en toda su complejidad, a través de un haz de rasgos: de carácter o psicológicos, corporales (que sugieren una complexión física y una manera de vestirse) y axiológicos (muestran valores ideológicos y morales). El ethos implica, así, una manera de estar y moverse en el espacio social; todo discurso introduce al lector en 31 un mundo éthico, que encierra ciertas situaciones y comportamientos estereotípicos, que la enunciación contribuye a reproducir o a transformar. Aristóteles ya había señalado que el ethos debía sugerirse, ya que de ninguna manera se trataba de mencionar en forma explícita las virtudes del orador. En ese sentido, Ducrot (1984: 201) sostiene: “no se trata de afirmaciones elogiosas que el orador puede hacer respecto de su persona en el contenido de su discurso, afirmaciones que corren el riesgo, por el contrario, de chocar al auditorio, sino de la apariencia que le confieren la cadencia, la entonación, cálida o severa, la elección de las palabras, de los argumentos”. La prueba por el ethos moviliza, entonces, todo aquello que en la enunciación discursiva contribuye a producir una imagen tanto psicológica como sociológica. A lo que señala Ducrot, podemos agregar aspectos no verbales como la mirada, la mímica, los gestos, la postura. Por ello, Amossy (2010: 25) afirma que en la concepción aristotélica, el ethos “forma parte de un proyecto de persuasión deliberado (…) Fruto de un saber-hacer, remite a un sujeto intencional que programa su presentación de sí en función de sus objetivos”. En la actualidad, este aspecto del ethos se observa, por ejemplo, en los discursos de los políticos, cuyo ethos es planificado detenidamente por los asesores de imagen. En relación con los argumentos, Plantin (2016) señala que las prácticas argumentativas permiten hacer inferencias sobre el carácter: quien hace concesiones es moderado, débil; quien no las hace es riguroso, sectario; quien invoca a las autoridades es dogmático, quien utiliza argumentos por las consecuencias es pragmático, etc. Maingueneau (2002: 64) propone llamar “ethos mostrado” al que es sugerido por el discurso y que debe ser inferido por los interlocutores (ethos al que, como vimos, se le asigna la mayor importancia), y “ethos dicho” el que deriva de lo que el enunciador dice sobre sí, directamente (“un amigo les habla”, “yo también he debido trabajar para ganarme la vida”) o indirectamente, gracias a metáforas o alusiones a otras escenas de habla (por ejemplo, el enunciador compara su enunciación al habla de un padre de familia en la mesa familiar o al de un soldado en el marco de una batalla). A pesar de estas distinciones debemos señalar que ethos dicho y ethos mostrado se inscriben en un continuum ya que no es fácil definir una frontera nítida entre lo dicho sugerido y lo mostrado. A este ethos discursivo, Maingueneau (2002: 58) agrega un ethos prediscursivo, es deci Respecto del tiempo al que remite el epidíctico, Aristóteles (1953 [329-323? a.C.]) señala que es el presente (a diferencia del deliberativo que aconseja respecto de lo venidero y el jurídico que se refiere al pasado). Si bien plantea que se alaba o se reprocha respecto de cosas que existen, reconoce que “muchas veces, además, actúan recordando lo pasado y conjeturando lo futuro”. La retórica integra, entonces, en lo epidíctico tanto la alabanza como la censura (así como lo deliberativo privilegia la persuasión y la disuasión; y lo judicial, la acusación y la defensa). Y además considera que fragmentos epidícticos se encuentran en diversos tipos de discursos, más acentuados en algunos, como en la actualidad en los discursos de barricada, y menos en otros, como en las entrevistas a políticos. En algunos casos, se habla también de estilo epidíctico cuando dominan los tonos altisonantes y la amplificación, que es su rasgo dominante. Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca (1970), en su clásico libro, el Tratado de la argumentación, al analizar su función social, consideran que el discurso epidíctico tiende a acrecentar la intensidad de la adhesión a principios que se consideran comunes e indiscutibles. El orador, en esos casos, busca crear una comunión en torno a ciertos valores reconocidos por el auditorio. De allí que intervenga fuertemente en la conformación y consolidación de identidades sociales y en el mantenimiento de la cohesión social. Pero para 50 que se mantengan sus efectos debe ser periódicamente retomado, lo que explica en el periodo de consolidación de los estados nacionales, por ejemplo, además de los discursos alusivos, las conmemoraciones patrióticas reiteradas acompañadas de desfiles, ofrendas florales, actos escolares. Los autores citados señalan, asimismo, que el discurso epidíctico es practicado preferentemente por aquellos que, en una sociedad, defienden los valores tradicionales, los valores admitidos, aquellos que son el objeto de la educación, y no los valores revolucionarios, los valores nuevos que suscitan polémicas y controversias, porque lo epidíctico no está sometido a ellas como sí lo está lo deliberativo o lo jurídico. Si bien, en términos generales y en relación con los géneros señalados al comienzo, la apreciación es adecuada (pensemos en los innumerables elogios a una gestión o al gobierno de turno o en la mayoría de las ceremonias fúnebres a políticos importantes) esta debe ser matizada considerando que discursos políticos revolucionarios, sobre todo los asociados con la modernidad –desde los jacobinos a Chávez– pueden tener zonas fuertemente epidícticas con sus dos orientaciones, de elogio y de censura. Esto se debe a que son discursos que no solo necesitan cohesionar a su auditorio sino también movilizarlo en torno a determinados objetivos de ruptura del orden establecido, para lo cual despiertan la indignación frente a situaciones que rechazan o el entusiasmo respecto de los logros. Ejemplo de esto último puede ser el siguiente segmento de un discurso de Chávez (9/12/2012), en el que domina la reiteración valorativa: “Arroz, arroz y más arroz. Miren cómo sale el arroz, una cascada, una catarata de arroz, del mejor arroz del mundo” (cit. en Arnoux, 2017). Emmanuelle Danblon (2002), en relación con los géneros epidícticos tradicionales, señala que contrariamente a lo que sucede en los otros géneros, la justificación se presenta bajo el modo icónico o indicial: el orador hace como si la virtud o el vicio se presentaran directamente al auditorio. En ese sentido, Perelman afirma que la amplificación tiene como efecto volver presente a la conciencia el objeto del discurso. Y Dominicy (1996), por su parte, plantea que “tiende a hacernos ‘reconocer’ bajo aspectos singulares, ‘naturalezas’ o ‘modelos’ estables”, en cierta medida, prototipos; y experimentamos placer, o emoción, “cuando ese proceso de evocación crea la ‘presencia’ (es decir, la activación en nuestra conciencia) de ciertas categorías o ciertos valores”. Y agrega que “el orador epidíctico hace ‘reconocer’ a su auditorio tipos humanos altamente valorizados o altamente desvalorizados, valores comúnmente admitidos o comúnmente rechazados, y es este ‘reconocimiento’ el que a través de la evocación provoca una intensidad de la adhesión o del rechazo”. 51 Aristóteles había ya subrayado que el objetivo del género deliberativo era lo útil y lo perjudicial; el del género forense, lo justo y lo injusto; y el del género epidíctico, lo bello y lo feo. En relación con lo epidíctico, Danblon (2002) destaca que tiene la extraña propiedad de que el orador y el auditorio no consideran el mismo objeto. El orador tomaría por objeto de su discurso la belleza o la fealdad de determinadas acciones (lo que testimonia su carácter ético); pero el auditorio juzgaría la belleza o la fealdad del discurso en sí, es decir, el talento del orador (lo que evidencia una preocupación estética). Habría, entonces, un doble objetivo ético y estético. El locutor se ubica en un lugar de autoridad moral que juzga éticamente el objeto de la demostración y el auditorio actúa fundamentalmente como un espectador que asiente y que juzga al sujeto que lo profiere (por la dimensión estética de la realización). Esto último se debe a que en lo epidíctico se acentúa la “función poética” del lenguaje, mostrándose la proximidad con la prosa literaria. Su característica discursiva central es, como anticipamos, el uso constante de la amplificación, es decir, del abanico de estrategias discursivas que operan por expansión, comparación, repetición, acumulación, énfasis o gradación, por la presencia de anécdotas y ejemplos impactantes y de un léxico que implica una valoración exagerada que aumenta o disminuye en algún sentido al objeto. La amplificación reúne diversos procedimientos discursivos que tienden a la “iluminación” (Grize, 1990), ya que conducen al oyente-lector a inferir un juicio de valor, no solo a aceptar una representación sino a adherir a ella. Un fragmento de Sarmiento, que construye una representación de la barbarie y que tiende a despertar la indignación, ilustra muchos de estos procedimientos4 : Quiroga, el terrible Gengis Kan de nuestra historia, paseó dos veces por estas calles las lanzas chorreando de sangre heroica de este pueblo; y abandonándose a los furores de sus instintos salvajes, convirtió la guerra en vandalaje, matanzas y saqueo, como en los tiempos más negros de la historia humana. […] Las matronas eran afrentadas, los ciudadanos, azotados por las calles; y seiscientas carretas cargadas de botín llevaron a vender a Buenos Aires el fruto del saqueo de tiendas y almacenes, curtiembres y saladeros, el dinero arrancado por el terror de los suplicios y las joyas y vajillas de las familias. Que el segmento parta de una metáfora en presencia muestra la importancia de las figuras retóricas en este tipo de discursividad. A ellas se ha dedicado la tradición retórica estableciendo catálogos muy detenidos. Amossy (2012: 241), si bien reconoce el interés de designaciones y definiciones, plantea que las figuras son formas verbales de las cuales hay que estudiar el valor argumentativo en contexto: “Solo el uso que se hace de ellas en el transcurso de una interacción argumentativa singular les confiere su peso y su impacto”. Y sostiene a modo de hipótesis que determinados géneros utilizan ciertas figuras más que otras en función de su rendimiento en el cuadro interactivo en cuestión. Nos referiremos a algunas figuras que son explotadas en la amplificación epidíctica. Así, Marc Angenot (1982) va a incluir algunas figuras, habituales en este tipo de procedimiento, en lo que considera la modalización enfática de la aserción. Por ejemplo, la preterición, la interrogación retórica y la acumulación sinonímica. Por la preterición, se atrae la atención sobre un objeto simulando no detenerse; tiene una función eminentemente polémica: No diré… ni me referiré a… ni recordaré… Pasaré por alto… dejaré de lado. Por la interrogación retórica, se pretende hacer asumir al lector la aserción, se incita a una respuesta, pero no se la da directamente: ¿Hay algo más bochornoso que diputados agrediéndose, injuriando al adversario, subiéndose a las mesas, gritando al presidente de la asamblea? La acumulación sinonímica es la acumulación de expresiones que el texto en algunos casos presenta como sinónimas, y que producen un in crescendo de la emotividad que se busca despertar. Por ejemplo, la indignación a partir de esta serie: ¿Hasta cuándo soportaremos la farsa democrática, el elogio mentiroso a la participación y el diálogo, las falsas expresiones bienpensantes de políticos gerenciales, el feroz neoliberalismo disfrazado de virtudes cívicas? Las expresiones que se acumulan pueden ser correferenciales. Quintiliano (1944 : libro 8º, cap. 4º) lo había ilustrado con un ejemplo de Cicerón: Estaba presente el carcelero, el verdugo del pretor, la peste y el azote de los aliados y ciudadanos romanos; esto es, el lictor Sextio. En el polo del elogio encontramos esta frase de presentación de Fidel Castro: […] dejo con ustedes a Fidel Castro, el hermano presidente, el insigne luchador, el guerrillero de la Sierra Maestra, el Libertador de Cuba, el maestro y padre de todos nosotros (Chávez, 21/7/2006, cit. en Arnoux, 2017). Los tratadistas asocian también la amplificación con figuras como la raciocinación y la hipérbole. La primera impulsa fáciles inferencias: No sabía ni lo que cobraban los jubilados. Sabemos lo que nos puede deparar su proyecto de ley. En cuanto a la hipérbole, es considerada la figura que expone en forma más neta la exageración y el énfasis: No hay nada 53 más horroroso, más canalla, más vil, más fuera de toda ley moral que atacar a los más débiles. Lo epidíctico muestra, así, los distintos modos de alcanzar la amplificación y cómo las figuras que la retórica ha registrado insistentemente pueblan este tipo de discurso. Asimismo, pone en primer plano la articulación de lo axiológico y lo emocional, que hemos tratado en diferentes momentos de este recorrido.