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1987

Platón

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Plato philosophy virtue ancient Greek philosophy

Summary

This book is a translation of Plato's dialogues. It contains the text of Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, and Crátilo, along with translations, introductions and notes.

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PLATÓN DIÁLOGOS II GORGIAS, MENÉXENO, EUT1DEMO, MENÓN, CRÁTILO TRADUCCIONES, INTRODUCCIONES Y NOTAS POR J. CALONGE RUIZ, E. ACOSTA MÉNDEZ, F. J. OLIVIERI, 1. L, CALVO EDITORIAL GREDOS Asesor para la secci...

PLATÓN DIÁLOGOS II GORGIAS, MENÉXENO, EUT1DEMO, MENÓN, CRÁTILO TRADUCCIONES, INTRODUCCIONES Y NOTAS POR J. CALONGE RUIZ, E. ACOSTA MÉNDEZ, F. J. OLIVIERI, 1. L, CALVO EDITORIAL GREDOS Asesor para la sección griega: C arlos G arcía G ual. Según las normas de la B. C. G>. las traducciones de este volumen han sido revisadas por Josó Luis N avarro y C arlos G arcía G ual. EDITORIAL CREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España. P rimera edición , mayo de 1983. 1.a reimpresión, enero de 1987. Las traducciones, introducciones y notas han sido llevadas a cabo por: J. Calón ge [Corgios), E. Acosí a (Menéxeno), F. J. Olivieri (Eutidemo y Menón) y J. L. Calvo (Cráii/o). Depósito Legal: M. 627-1987. ISBN 84-249-0887-2. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 8), Madrid, 1987. — 6030. M EN Ó N INTRODUCCION ), Naturaleza del diálogo Quizás en ningún otro diálogo como en el Menón lo­ gró Platón concentrar, en un espacio tan reducido, y sin quitar soltura ni vivacidad al contenido, una formulación tan lúcida como ajustada de algunas de las que serán sus principales tesis. Por el tema que trata —el de si la virtud es enseñable o no— y por el momento de su composición, se em paren­ tó con el Protágoras, el Gorgias y el Euttdemo. Pero difie­ re de ellos, en lo que ahora nos interesa destacar, por el rigor casi ascético del tratam iento y el alcance program á­ tico de su propuesta. En efecto, por un lado, la sobriedad de la exposición llega a Límites tales, que personajes y cuestiones irrum pen súbitam ente sin presentación algu­ na —lo que ha escandalizado a unos y llevado a otros a considerarlo un escrito tem prano (A. E. Taylor)—; por el otro, el contenido doctrinario encierra una intención no del todo escondida, hasta entonces Inédita en los diálogos anteriores de Platón, que le ha hecho pensar a Wilamowitz- M oellendorff que el Menón, en el fondo, no es otra cosa que el program a mismo de la Academia platónica. Es justam ente Wilamowitz quien ha señalado, con ra ­ zón, que este diálogo constituye como un puente ten­ dido entre los escritos anteriores y las grandes obras de la madurez. Con una mano —la prim era parte del Menón 276 DÍÁ LOCOS (70a-80d)—, Platón nos vuelve a poner en presencia de )4 caminos de la refutación, que ya tanto nos había hecho transitar y con los que estábamos familiarizados; con lu otra —todo el resto (80d-100c)—, nos abre la vía al ejercí ció nuevo, por ahora tím idam ente dialéctico, de atrever nos a echar las bases sobre las que pueda ser posible* ci peculativam ente, asentar una filosofía. Frente a ese nuc* vo horizonte, de naturaleza más arquitectónica, el de lun prim eros diálogos adquiere claram ente su función prope­ déutica, indispensable, pero a la vez insuficiente. El aspecto constructivo de la segunda parte está mar* cado por el recurso a dos herram ientas que, si bien no son nuevas en él, están aquí, por prim era vez, hábil y novedo* sámente entretejidas y complementadas, cual expedien» tes ineludibles de todo ascenso m etafísicapara el futuro Platón: el mito —pero no empleado a la m anera sofística— y las «hipótesis», de cuyo manejo los geómetras ofrecen un modelo. 2. Personajes y arquetipos Intervienen en el diálogo, además de Sócrates, otros tres personajes: Menón, un servidor de Menón, un escla- vo sin duda, y Ánito. Menón es un joven de Tesalia, hermoso y rico, de ilus­ tre familia, con cien o interés por la filosofía y discípulo o adm irador de Gorgias. Su estancia en Atenas es circuns­ tancial —se aloja entonces en casa de Ánito—, y por Jeno­ fonte sabemos que muy poco tiempo después, en el 401 a. C., se hallaba en Colosas, en Asia Menor, al frente de mil hoplitas y quinientos peltastas, form ando parte de la expedición de Ciro (I 2, 6). Un año después murió, casti­ gado, a manos del Gran Rey (II 6, 29). Anito es un rico ateniense, dirigente del grupo políti­ co democrático. Fue estratego en el 409, y, adversario de los Treinta Tiranos, se convirtió, junto a Trasibulo, en uno MENÓN 277 de los restauradores de la democracia en Atenas. Apoyó, romo se sabe, la acusación contra Sócrates en el 399. Platón no está interesado particularm ente en ellos ni en el anónimo esclavo—, sino sim plem ente los ma­ neja como arquetipos: el de) joven y prom etedor aristó­ crata y el del adulto e influyente demócrata. «Ánito —dice Koyré— representa ej conformismo social en todo su ho­ rror; Menón, al intelectual emancipado.» Ambos coinci­ den en una concepción más poli tico-social que moral de la virtud y ambos revelan la misma limitación en recono­ cer la necesidad de fundar la política en el conocimiento o el saber. Poco im porta que uno sea adm irador de un so- llsta —Gorgjas— y el otro los rechace apasionadam ente n todos: en el fondo com parten las concepciones de ellos, tal vez sin saberlo. Lo único que, en todo caso, los dife­ rencia es la actitud: bastante más dúctil la del prim ero, a pesar de cierta impetuosidad; absolutam ente anquilo­ sada e intransitable la del segundo. En cuanto a su for- mación, el contraste con la rousseauniana ingenuidad y disposición del prim itivo esclavo de Menón lo dice todo. 1. Estructura del diálogo Éste se abre, sin preám bulo alguno, con una abrupta pregunta de Menón: «Me puedes decir, Sócrates: ¿es en­ señable la virtud?, ¿o no es enseñable, sino que sólo se al­ canza con la práctica?, ¿o ni se alcanza con la práctica ni puede aprenderse, sino que se da en los hom bres natural­ mente o de algún otro modo?» Esta triple inquisición frontal contrasta con la sosegada recapitulación de los lo­ gros alcanzados en la conversación con que se cierra el diálogo (98b-100c). La prim era parte (70a-80d) está constituida por la acia- ración socrática de los requisitos que debe reunir toda respuesta al qué es de algo, y por los tres intentos —que no resultan satisfactorios— de ofrecer, por parte de Me- 278 DJ/LOGOS hón, una definición de la virtud. Sin embargo, el resulta* do de estas refutaciones no es por completo negativo: au cara positiva consiste en que Menón reconoce su desceñí* cierto y admite no saber definir la cuestión. Se abre, aal, el tránsito de la propia conciencia del no-saber al esfor* ¿¿ado ejercicio de la búsqueda del saber. La segunda parte (80d-100c) se articula en varios mo- mentos. Arranca el prim ero con )a respuesta de Sócratei a una objeción de principio que formula Menón acerca do la posibilidad del conocimiento (80d-e). Esa respuesta consta de tres pasos: una deducción de la doctrina de U reminiscencia a partir de la creencia mítica en la preexii- tencia y transmigración del alma (81a-82a); una demostra* ción efectiva de esa doctrina mediante una experiencia do corte mayéutico llevada a cabo con la intervención de un esclavo (82b-85b), y una recapitulación, al final, de los re­ sultados alcanzados (85c-86c). Los dos prim eros desarro­ llos están adm irablem ente unidos: por vía mítica se de» duce la reminiscencia a p artir de la creencia en la inmor­ talidad del alma, y por medio de una constatación empí­ rica se infiere, a partir de la reminiscencia, la inmortali­ dad o preexistencia del alma. Lo que era, en un principio, presupuesto mítico, con función de fundamento, como di­ ce ~G. Realé, se transform a en conclusión m ediante una adecuada experiencia. Ambos desarrollos se vuelven, pues, inseparables. El segundo momento (86d-89e) intenta establecer si la virtud es enseñable, no a p artir del previo conocimiento de lo que ella es, sino por un procedimiento de «hipóte­ sis» que perm itirá a rrib ar a conclusiones que se contras­ tarán con los hechos. La «hipótesis», que se apoya en los resultados del momento anterior (85c-86c), es que «la vir­ tud es un conocimiento». Si lo esr seria enseñable; pero los hechos hacen dudar de ello: si Jo fuera, habría maes­ tros y discípulos. Y, ¿quiénes son esos m aestros? MENÓN 279 En el tercer momento (86e^95a) aparece la figura de Anito que, con Sócrates, tratará de precisar quiénes pue­ den ser efectivamente los maestros buscados. La conclu- hión es clara: no sólo cualquier ateniense «bello y bueno», no es capaz de enseñar la virtud —-como sugiere Ánito—, hiño tampoco los mejores atenienses, sus notables esta­ distas, han sido capaces de enseñarla a sus hijos —como muestra Sócrates—. Por tamo, los hechos llevan a afirm ar que la virtud no es enseñable, o no lo parece ser, y consi­ guientemente la «hipótesis* de que es un conocimiento no resulta adecuada. El último momento (9Sa- 100c), apoyado en el anterior, [rata de establecer de qué manera se ha dado la virtud en los hombres políticos. Y así, jumo al conocimiento, hace lugar Platón a la «opinión verdadera», que se recibe co­ mo una gracia o don divino, y que, desde el punto de vista práctico, es tan útil como el conocimiento. Pero do se la enseña ni se la aprende; tampoco se la posee por natura­ leza: es un don, algo exclusivo e intrasferible. Allí —y no en otro lado— tiene su origen la virtud. Nos equivocaríamos, sin embargo, si supusiéramos que ésa es la conclusión del diálogo. El pasaje 100a —sobre el final mismo de la obra— muestra la intención de Pla­ tón. La de un Platón que exhibe su rostro y se atreve a an­ teponerse a su m aestro Sócrates. Así serán, en efecto, las cosas «a menos que, entre los hombres políticos, haya uno capaz de hacer políticos también a los demás»,¿Y ése ha de ser precisam ente e) que sepa sujetar las móviles figu­ ras de Dédalo —las opiniones verdaderas—, y al hacerlo, las transform e en conocimiento. Sólo entonces )a virtud podrá enseñarse, porque ha llegado a ser conocimiento. Y ello, nada menos, es loque pretende el Platón que fun­ da la Academia. 280 DIÁLOGOS 4. Acción dramática y ubicación del diálogo Los escasos pero precisos datos que ofrece el diálogo mismo y las referencias apuntadas de Jenofonte permi­ ten establecer la fecha de la acción dram ática a fines de enero o principios de febrero del 402 a. C. En cuanto al momento en que fue escrito, hay coinci­ dencia en sostener que tiene que haber sido después del 387, es decir, al regreso del prim er viaje a la Magna Gre­ cia, Contribuyen a ello el manejo de las doctrinas órfico* pitagóricas, el empleo bastante amplio de la geometría y la utilización de «hipótesis», como la intención peda- gógicodoctrinaria de form ar un nuevo tipo de políticos. Acerca de su ubicación relativa con los otros diálogos del período de transición, las posiciones pueden resumirse así: Lutoslawski y Bluck lo colocan antes que el Gorgias. Lutoslauski, Raeder y Wilamowitz sostienen que el Me- nón precede al Euíidemo. m ientras que Von Arnim, Rit- ler, Bluck y Dodds afirmao la anterioridad del Euíidemo. De todos modos, estas discrepancias m enudas no afectan (a cuestión principal, que es la de la proximidad de estas tres obras: Menón, Euíidem o y Gorgias. NOTA SOBRE EL TEXTO He seguido, en general, la edición de J. BuRNBTen Platonls Opera, vol. Ul. Oxford, 1903 (reimpresión, 1957), pero teniendo a la vista lanío la an­ terior edición critica de E. S. T h o m pso n , The Meno oj Plato, Cambridge, 190! (hay reimpresión de 1961), como las posteriores ediciones de A. Croj- SET.cn Platón. Ocuvres complétes, vol. UI, 2.* parte, París, 1923 (la 7 / edición es de 1960), A. R viiz d e E lvira , Platón, Menón, Madrid, 1958 (hay reimpresión de 1970)* y R. S. Blvck^PIúIo ’s Meno, Cambridge, 1961. He utilizado, asimismo, los siguientes artículos de W. J. Verdbnjus, «Notes on Plato s Meno» y «Further notes on Plato s Meno*>, publicados ambos en Mneniosync, 10(1957), 289-299, y 17 (1964), 26 J-280, respectivamente. MENÓN 281 Me he aparcado en varias ocasiones, sobre la base de esos trabajos y de algunos otros, del texto fijado por Buraet. A fin de que el lector In­ teresado pueda conocer esas diferencias, figura a continuación una ta- bla de divergencias con indicación del editor o estudioso cuya lectura ic sigue. Lineas Lectura de B um et Lectura seguida 71aó ¿Sot * ¿> otoo, B uttmann. 74b3 ‘TTgoßißdoai itpooßtßdoat» B luoc. 74d7 fin t í. Gedike. 75d6 itpooopoXoyq npooopoXoyj). Gedikh. 75d7 ó é p o ró p tv o c ó ép; \éy. No supone todavía el término, en es­ tos diálogos de transición, el significado más fuerte de esencia trascen­ dente. sino sólo remite a aquello común, idéntico o permanente que po­ seen. en este caso, todas las abejas, no obstante diferir en tamaóo, belle­ za, etc. Cf. Protdgoms 349b.' 10 La palabra griega es etdos y vale de ella lo que se acaba de decir sobre ousía (cf. n, 9). MENÓN 287 i ii la mujer, y análogamente en los otros casos, o también ir parece lo mismo a propósito de la salud, el tamaño y lit luerza? ¿Te parece que una es la salud del hombre, y otra la de la m ujer? ¿O no se trata, en todos los casos, de Iii misma forma, siempre que sea la salud, tanto se encuen­ tre en el hombre como en cualquier otra persona? Men. — Me parece que es la misma salud, tanto la del e hombre como la de la mujer. Sóc. — ¿Entonces también el tam año y la fuerza? Si una m ujer es fuerte, ¿será por la forma misma, es decir por la fuerza misma por lo que resultará fuerte? Y por «misma» entiendo esto: la fuerza, en cuanto fuerza, no di- licrc en nada por el hecho de encontrarse en un hombre o en una m ujer. ¿0 te parece que difiere en algo? Men. — Me parece que no. Sóc. — ¿Y la virtud, con respecto ai ser virtud, diferí- 73 a r A un algo por encontrarse en un niño, en un anciano, en una m ujer o en un hombre? Men. — A mí me parece, en cierto modo, Sócrates, que esto ya no es semejante a los casos anteriores. Sóc. — ¿Porqué? ¿No decías que la virtud del hombre consiste en adm inistrar bien el Estado, y la de la mujer, la casa? Men. — S5. Sóc. — ¿Y es posible adm inistrar bien el Estado, la ca­ sa o lo que fuere, no haciéndolo sensata y justam ente? Men. — En absoluto. b Sóc. — Y si adm inistran justa y sensatamente, ¿adm i­ nistran por medio de la justicia y de la sensatez? Men. — Necesariamente. Sóc. — Ambos, en consecuencia, tanto la m ujer como el varón, necesitarán de las m ism as cosas, de la justicia y de la sensatez, si pretenden ser buenos. Men. — Así parece. Sóc. — ¿Y el niño y el anciano? ¿Podrían, acaso, lle­ gar a ser buenos, siendo insensatos e injustos? 288 DIÁLOGOS Men. — En absoluto. Sóc. — ¿Y siendo sensatos y justos? Men. — Sí. c Sóc. — Luego todos los hom bres son buenos del mil mo modo, puesto que llegan a serlo poseyendo las mismui cosas. Men. — Parece. Sóc. — Y, desde luego, no serían buenos del mismo nu> do si. en efecto, no fuera una misma la virtud. Men. — Desde luego que no. Sóc. — Entonces, puesto que la virtud es la misma en lodos, trata de decir y de recordar qué afirm aba Gorgiu» que es, y lú con él. Men. — Pues, ¿qué otra cosa que el ser capaz de go* d bernar a los hombres?, ya que buscas algo único en todo» los casos. Sóc. — Eso es lo que estoy buscando, precisamente. Pe­ ro, ¿es acaso la misma virtud, Menón, la del nino y la del esclavo, es decir, ser capaz de gobernar al amo? ¿Y te pa­ rece que sigue siendo esclavo el que gobierna? Men. — Me parece que no, en modo alguno, Sócrates. Sóc. — En efecto, no es probable, mi distinguido ami­ go; porque considera todavía esto: tú afirm as «ser capaz de gobernar». ¿No añadirem os a eso un «justam ente y no de otra manera»? Men. — Creo que sí, porque la justicia, Sócrates, es una virtud. e Sóc. — ¿Es la virtud, Menón, o una virtud? Men. — ¿Qué dices? Sóc. — Como de cualquier otra cosa. De la redondez, supongamos, por ejemplo, yo diría que es una cierta figu­ ra y no sim plem ente que es la figura. Y diría así, porque hay también otras figuras. Men. — Y dices bien tú, porque yo también digo que no sólo existe la justicia sino tam bién otras virtudes. MENÓN 289 Sóc. — ¿Y cuáles son ésas? Dilas. Así como yo podría ilvi irle, si me lo pidieras, también otras figuras, dime lú hunbicn otras virtudes. Mi:.n. — Pues a mi me parece que la valentía es una vir- hul, y la sensatez, el saber, la magnificencia y m uchísi­ mas otras. Sóc. — Otra vez, Menón, nos ha sucedido lo mismo: de nuevo hemos encontrado muchas virtudes buscando una nula, aunque lo hemos hecho ahora de otra m anera. Pero aquella única, que está en todas ellas, no logramos n a cintrarla. Men. — Es que, en cierto modo, aún no logro conce- b l>lr, Sócrates, tal como tú lo pretendes, una única virtud ni lodos los casos, asi como lo logro en los otros ejemplos. Sóc. — Y es natural. Pero yo pondré todo el empeño tlcl que soy capaz para que progresemos. Te das cuenta, por cierto, que lo que sirve para un caso, sirve para to­ llos. Si alguien te preguntase lo que, hace un momento, decía: «¿Qué es la figura, Menón?», y si tú le contestaras que es la redondez, y si él te volviera a preguntar, como yo: «¿Es la redondez la figura o bien una figura?'», dirías, sin duda, que es una figura. Men. — Por supuesto. Sóc. —¿Y no seré porque hay además otras figuras? c Men..— Si. Sóc. — Y si él te continuara preguntando cuáles, ¿se las dirías? Men. — Claro. Sóc. —Y si de nuevo, ahora acerca del color, te pre­ guntara del mismo modo, qué es, y al responderle tú que es blanco, el que te pregunta agregase, después de eso: «¿Es el blanco un color o el color?», ¿le contestarías tú que es un color, puesto que hay además otros? Men. — Claro. Sóc. — Y si te pidiera que nombrases otros colores, ¿le dirías otros colores que lo son tanto como el blanco lo es? d ' m. — 19 290 DIALOGOS Men. — Sí- Sóc. — Y sif como yo, continuara el razonamiento y di jcse: «Llegamos siem pre a una m ultiplicidad, y no c» el tipo de respuesta que quiero, sino que, puesto que a cu« m ultiplicidad la designas con un único nombre —y allí mas que ninguna de ellas deja de ser figura, aunque senil también contrarias entre sí—, ¿qué es eso que incluye un e menos lo redondo que lo recto, y que llamas figuras, allí mando que no es menos figura lo ‘redondo1 " que lo 'reí lo'?» ¿O no dices así? Men. — En efecto. Sóc. — Entonces, cuando dices así, ¿afirm as acaso que lo 'redondo' no es más redondo que lo recto y lo 'recto' no es más recto que lo redondo? Men. — Por supuesto que no, Sócrates. Sóc. — Pero afirm as que lo 'redondo' no es menos ll gura que lo 'recto'. Men. — Es verdad. Sóc. — ¿Qué es entonces eso que tiene este nombre dv ?5a figura? Trata de decirlo. Si al que te pregunta de esa ma­ nera sobre la figura o el color contestas: «Pero no com­ prendo, hombre, lo que quieres, ni entiendo lo que dices», éste quizás se asom braría y diría: «¿No comprendes que estoy buscando lo que es lo mismo en todas esas cosas?» O tampoco, a propósito de esas cosas, podrías contestar, Menón, si alguien te preguntase: «¿Qué hay en lo redon­ do', lo ‘recto1, y en las otras cosas que llamas figuras, que es lo mismo en todas?» T rata de decirlo, para que te sir­ va. además, comp ejercicio para responder sobre la virtud. b Men. — No; dilo tú, Sócrates. Sóc. — ¿Quieres que te haga el favor? Men. — Por cierto.1 11 Platón utiliza aquí siróngyion (redondo) como equival en le de re­ dondez (strongylóíes). Cf. 73e y 74b. He colocado comillas simples en és­ te como en el caso de recío a la palabra ciando tiene el significado abstracto. MENÓN 293 Sóc. — ¿Y me contestarás tú, a tu vez, sobre la virtud? Men. — Yo sí Sóc. — Entonces pongamos todo el empeño. Vale la pena. Men. — \Y mucho! Sóc. — Pues bien; tratem os de decirte qué es la figu- ut. Fíjate si aceptas esto: que la figura sea para nosotros aquella única cosa que acompaña siempre al color. ¿Te rn suficiente, o lo prefieres de otra m anera? Por mi par- c U\ me daría por satisfecho si me hablaras así acerca de la virtud. Men. — Pero eso es algo simple, Sócrates. Sóc. — ¿Cómo dices? Men. — Si entiendo, figura es, en tu explicación, aque­ llo que acompaña siempre al color *. Bien. Pero si al­ guien afirm ase que no conoce el color y tuviera así difi­ cultades como con respecto de la figura, ¿qué crées que le habrías contestado? Sóc. — La verdad, pienso yo. Y si el que pregunta fue­ se uno de los sabios, de esos erísticos o de esos que bus^ can las controversias, le contestaría: «Ésa es mi respues- d ta, y si no digo bien, es tarea tuya exam inar el argum ento y refutarm e.» Y si, en cambio, como ahora tú y yo, fuesen amigos los que quieren discutir entre sí. sería necesario entonces contestar de m anera más calma y conducente a la discusión Pero tal vez, lo más conducente a la dis­ cusión consista no sólo en contestar la verdad, sino tam ­ bién con palabras que quien pregunta admita conocer. Yo e trataré de proceder así. Dime, pues: ¿llamas a algo «fin»? Mcnóo empica aquí chróa para color; Sócrates habla usadrwsi^m- prc hasta ahora chrórna. No parece haber cambio de significado. !i Más'dial¿encamenle dice el texto, pero no tiene aquí todavía el significado técnico que adquirirá posteriormente en Platón. En cambio, P. Natorp (Platos Ideenlehre, Leipzig, 1903, pág. 38) y H. C ao$$ (Hand^ kommentar zu dan Dialogan Platos, vol. II, 1, Berna, 1956, pág. 115) pien­ san que éste sería el primer lugar en que el término está usado técnicamente. 292 DIÁLOGOS Me refiero a algo como límite o extremo —y con todita cu tas palabras indico lo mismo—. Tal vez Pródico 14 dUcii liria de nosotros, pero tú, por lo menos, hablas de ol||M como limitado y terminado* Esto es lo que quiero dócil, nada complicado. Men. — Así hablo, y creo entender lo que dices. 76a Sóc. — ¿Y.entonces? ¿Llamas a algo «plano» y a otra cosa, a su vez, «sólido», como se hace, por ejemplo, en lim problemas geométricos? Men. — Así hago. Sóc. — Entonces ya puedes comprender, a partir de esq, lo que yo entiendo por figura. De toda figura digo, en efecto, esto: que ella es aquello que lim ita lo sólido, o, más brevemente, diría que la figura es el h'mite de un sólido-1^. Men. — ¿Y del color, Sócrates, qué dices? Sóc. — ¡Eres un desconsiderado, Menón! Sometes a un anciano a que te conteste estas cuestiónes y tú no quieres b recordar y decir qué afirm ó Gorgias que es la virtud. Men. — Pero no bien me hayas contestado eso. Sócra* tes, te lo diré. Sóc. — Aun con los ojos vendados, Menón, cualquiera sabría, al dialogar contigo, que eres bello y que también tienes tus enamorados. Men. — ¿Por qué? Sóc. — Porque cuando hablas no haces otra cosa que mandar, como los niños consentidos, que proceden cual tiranos m ientras les dura su encanto; y al mismo tiempo, habrás notado seguramente en mj que no resisto a los gua- c pos. Te daré, pues, ese gusto y te contestaré. Men. — Hazlo, por favor. Sóc. — ¿Quieres que te conteste a la m anera de Gor­ gias, de modo que puedas seguirme mejor? M Vóasc en este volum en, n. 36 al diálogo Eutidemo. is E sia definición es, p robablem ente, de origen pitagórico (cf. Aris­ tóteles, Metafísica l090bS), MENÓN 293 Men. — Lo quiero, ¿por qué no? Sóc. —¿No adm itís vosotros, de acuerdo con Empé­ rneles l4, que hay ciertas emanaciones de las cosas? M e n. — Ciertamente. Sóc. — ¿Y que hay poros hacia ios cuales y a través de Iim cuales pasan las emanaciones? Men. — Exacto. Sóc. — ¿Y que, de las emanaciones, algunas se adap­ tan u ciertos poros, m ientras que otras son menores o d muyores? Men. — Eso es. Sóc. — ¿Y no es así que hay tam bién algo que liamas vtuta? Men. — Sí. Sóc. — A p a rtir de esto, entonces, «comprende lo que te digo», como decía Píndaro ,7; el color es una em ana­ ción de las figuras, proporcionado a la vista y, por tanto, perceptible. Men. — Excelente me ha parecido, Sócrates, esta res­ puesta que has dado. Sóc. — Seguram ente porque la he form ulado de una manera a la cual estás habituado; además, creo, te has da­ do cuenta que a p a rtir de ella, podrías también decir qué es el sonido, el olor y otras cosa similares. e Men. — Así es. Sóc. — Es una respuesta, en efecto, de alto vuelo u, y por eso te agrada más que la relativa a la figura. Men. — A mí sí. P lu tarco (Quae&t. nat. J9. 9l6d) transmite Jas siguientes palabras ilc Empédocles: «Has de saber que hay emanaciones de todas Jas cosas que se generan» (ir. 89 D icls -K ranz = 419 y 558 B. C. G.). Este pasaje dd Menón es recogido, además, como testimonio para Empédocles por D iuls -K ranz (véase 3IA92 - 420 B. C. G.). n F r 121 (TuarN) - 94 (Bowra) = 105 (Snbll). 1b Tragiké dice el texto. Acerca de la manera de traducir el térmi­ no, véase R. S. BLucx,«On tragiké, Plato, Meno 76e», Mnemosyne 14(J961)> 289-295. 294 P i Al o g o s Sóc. — Pero ésta no me convence, hijo de Alexidemu, sino que aquélla 19 es mejor. Y creo que tampoco a ti tr lo parecería, si no tuvieras necesidad de partir, como me decías ayer, antes de los misterios, y pudieras quedarte y ser iniciado 77a M e n. — Pues me quedaría, Sócrates, si me dijeras mu­ chas cosas de esta Índole. Sóc. — No es empeño, desde luego, lo que me va a fal­ lar, tanto por ti como por mí, para hablar de estas cosas. Temo, sin embargo, no ser capaz de decirte muchas co­ mo ésta. Pero, en fin, trata también tú de cum plir (a pro­ mesa diciéndome, en general n, qué es la virtud, y dejo de hacer una m ultiplicidad de lo que es uno, como afir­ man los que hacen bromas de quienes siempre rompen al­ go, sino que, m anteniéndola entera e intacta, dime qué es b la virtud. Los ejemplos de cómo debes proceder, tómalos de los que ya Le he dado. M e n. f— Pues me parece, entonces, Sócrates, que la vir­ tud consiste, como dice el poeta, en «gustar de lo bello y tener poder» Y así llamo yo virtud a esto: desear las cosas bellas y sej* capaz de procurárselas- 19 Cf. 76a6. Se iraca, a p rim era vista, de una alusión a los fam osos ritos de iniciación en los m isterios ,e)eusinos/quc se celeb rab an en A lenas en Jo que seria p ara n o so tro s el m es de feb rero (véase P Boyancé, «Sur les m ysiéres d'É leusis». Revue des Etudes Crecques 75 ( 1962). especialm en­ te págs. 460-474). Pero ya. e n ire o íro s. K. H jldebrand fP/a/on = Piatone (irad. ital. C olu ), Turin, 1947, pág. 195). E. G rimal(«á propos d 'un passa- ge du Ménon; une définilion ’iragique' de la couleur». Revue des Eludes Crecques 55 , 12) y K. G aiser («Platons Meno» und dic Akademie», Archiv /. Geschichte der Philosophie 46 (1964). 25S-6) observaron que se trata , seguram ente, de una alusión m ás p recisa a Ja «consagración» a la filosofía y a las enseñanzas de la Academ ia. Y para el papel de la «inicia­ ción» en el filosofar, véanse en Platón, Corgias 497c. Banquete 209c. Tee- teto 155c y Eutidenio 277d-c. 21 Es la única vez que aparece en Platón la expresión katá hótou (con genitivo) que, esc rita en una sola palab ra (kathólou) será e) térm ino técnico que em pleará A ristóteles para desig n ar al universal lógico. E. S. T hompson (The Meno o¡ Plato, Cambridge, 1901, pág. 100) su- ME NON 295 Sóc. — ¿A firm asjxjr tanto, que quien desea cosas be­ llas desea cosas buenas? Men. — Ciertamente. Sóc. — ¿Como si hubiera entonces algunos que desean cosas malas y otros, en cambio, que desean cosas buenas? ¿No todos, en tu opinión, mi distinguido amigo, desean c tosas buenas? Men. — Me parece que no. Sóc. — ¿Algunos desean las malas? Men. — Sí. Sóc. — Y creyendo que las malas son buenas —dices—, ¿o conociendo también que son malas, sin embargo las tlesean? Men. — Ambas cosas, me parece. Sóc. — ¿De modo que te parece, Menón, que si uno co­ noce que las cosas malas son malas, sin embargo las desea? Men. — Ciertamente. Sóc. — ¿Oué entiendes por «desear»? ¿Querer hacer d suyo? Men. — Desde luego, ¿qué otra cosa? Sóc. —¿Considerando que las cosas malas son útiles a quien las hace suyas o sabiendo que los males dañan a quien se le presentan? Men. — Hay quienes consideran que las cosas malas son útiles y hay tam bién quienes saben que ellas dañan. Sóc. — ¿Y te parece también que saben que las cosas malas son malas quienes consideran que ellas son útiles? Men. — Me parece que no, de ningún modo. Sóc. — Entonces es evidente que no desean las cosas malas quienes no las reconocen como tales, sino que de- e sean las que creían que son buenas, siendo en realidad ma­ las. De m anera que quienes no las conocen como malas pone que esle verso desconocido puede pertenecer a un poema de Simó- nides de Ceos, que vivió en Tesalia, y del que se ocupa PJaión en Protágoras< 296 DIÁLOGOS y creen que son buenas, evidentemente las desean conui buenas, ¿o no? Men. — Puede que ésos sí. Sóc. — ¿Y entonces? Los que desean las cosas mala», como tú afirmas, considerando, sin embargo, que ellas dn* ñan a quien las hace suyas, ¿saben sin duda que se van a ver dañados por ellas? Men. — Necesariamente. Sóc. — ¿Y no creen ésos que los que reciben el daño 78a merecen lástim a en la medida en que son dañados? Men. — Necesariamente, también. S ó c.— ¿Y los que merecen lástima, no son desven* turados? Men. — Asi lo creo. Sóc. — Ahora bien, ¿hay alguien que quiera m erecer lástima o ser desventurado? Men. — No me parece, Sócrates. Sóc. — Luego nadie quiere n, Menón, las cosas malas, a no ser que quiera ser tal. Pues, ¿qué otra cosa es ser me­ recedor de lástima sino desear y poseer cosas malas? b Men. — Puede que digas verdad, Sócrates, y que nadie desee las cosas malas. Sóc. — ¿No afirm abas hace un momento que la virtud consiste en querer cosas buenas y poder poseerlas? Men. — Sí , eso afirmaba. Sóc. — Y, dicho eso, ¿no pertenece a lodos el querer, de modo que en este aspecto nadie es m ejor que otros? Men. — Es evidente. Sóc. — Pero es obvio que, si uno es m ejor que otro, lo sería con respecto al poder. Men. — Bien cierto. Sóc. — Esto es, entonces, según parece, la virtud, de c acuerdo con tus palabras: una capacidad de procurarse las cosas buenas.25 25 «Querer* y «desear» son utilizados por Platón, aquí, como sinó­ nim os. MENÓN 297 M e n. — Es exactamente así, Sócrates, me parece, tal rumo lo acabas de precisar. Sóc. — Veamos entonces tam bién esto, y si estás en lo cierto al afirmarlo: ¿dices que la virtud consiste en ser ca­ paces de procurarse las cosas buenas? M en. — Así es. Sóc. — ¿Y no llamas cosas buenas, por ejemplo, a la Hjilud y a la riqueza? Men. — Y también digo el poseer oro y plata, asi co­ mo honores y cargos públicos. Sóc. — ¿No llamas buenas a otras cosas, sino sólo a ésas? M e n. — No, sino sólo a todas aquellas de este tipo. Sóc. — Bien. Procurarse oro, entonces, y plata, como d dice Menón, el huésped hereditario del Gran Rey 2\ es virtud. ¿No agregas a esa adquisición, Menón, las pala­ bras «justa y santam ente», o no hay para ti diferencia al­ guna, pues si alguien se procura esas cosas injustam en­ te, tú llamas a eso también virtud? M e n. — De ninguna manera, Sócrates. Sóc. — ¿Vicio, entonces? M e n. — Claro que sí. Sóc. — Es necesario, pues, según parece, que a esa ad­ quisición se añada justicia, sensatez, santidad, o alguna otra parte de virtud; si no, oo será virtud, aunque propor- e cione cosas buenas. M e n. — ¿Cómo podría llegar a ser virtud sin ellas? Sóc. — El no buscar oro y plata, cuando no sea justo, ni para si ni para los demás, ¿no es acaso ésta una virtud, la no-adquisición n 7*25 Con ocasión de la invasión de Jerjes a Grecia, los Alévadas (cf. n. 2), juntoa otros tesalios, adoptaron una actitud pro-persa (H eródoto , V il 172-174) y, seguramente, algún antecesor de Menón estrechó vinculos con )u corte de) Gran Rey de los persas. 25 La palabra griega es aporta («no-logro», «carencia» y también «po­ breza») que Juega aquí con el verbo portzesthai (procurarse). 298 DIÁLOGOS M e n. — Parece. Sóc, — Por lo tanto, la adquisición de cosas buenas nu seria más virtud que su no-adquisición, sino que, como piL rece, será virtud si va acompañada de justicia, pero vicio, 79a en cambio, si carece de ellas. Men, — Me parece que es necesariam ente como dices. Sóc. — ¿No afirm ábam os hace un instante que cadu una de ellas —la justicia, la sensatez y las demás de este tipo— eran una parte de la virtud? M en. — S í. Sóc. — Entonces, Menón, ¿estás jugando conmigo? M e n. — ¿Por qué, Sócrates? Sóc. — Porque habiéndote pedido hace poco que no partieras ni hicieras pedazos la virtud, y habiéndote da­ do ejemplos conforme a los cuales tendrías que haber con­ testado, no has puesto atención en ello y me dices que la virtud consiste en procurarse cosas buenas con justicia, b ¡y de ésta afirm as que es una parte de la virtud! M en, — S í, c l a r o. Sóc. — ¡Pero de lo que tú adm ites se desprende que la virtud consiste en esto: en hacer lo que se hace con una parte de la virtud! En efecto, afirm as que la justicia es una parte de la virtud y lo mismo cada una de las otras. Digo esto, porque habiéndote pedido que me hablaras de la virtud como un todo, estás muy lejos de decir qué es, y en cambio afirm as que toda acción es virtud, siempre que se realice con una parte de la virtud, como si hubie­ ras dicho qué es en general la virtud y yo ya la conociese, c aunque tú la tengas despedazada en partes. Me parece en­ tonces necesario, mi querido Menón, que te vuelva a re­ plantear desde el principio la misma pregunta «qué es la virtud» y si es cierto que toda acción acom pañada de una parte de la virtud es virtud. Porque ése es, después de to­ do, el significado que tiene el decir que toda acción he­ cha con justicia es virtud. ¿ 0 no te parece que haga falta repetir la misma pregunta, sino que crees que cualquiera MENÓN 299 «abe qué es una parte de la virtud, sin saber lo que es ella misma? M en. — M e p arece que no. Sóc. — Si recuerdas, en efecto, cuando yo te contesté d hace poco sobre la figura, rechazábam os ese tipo de res­ puesta que emplea térm inos que aún se están buscando y sobre los cuales no hay todavía acuerdo * M e n. — Y hacíamos bien en rechazarlas, Sócrates. Sóc. — Entonces, querido, no creas tampoco tú que m ientras se está aún buscando qué es la virtud como un todo, podrás ponérsela en claro a alguien contestando por medio de sus parles, ni que podrás por lo demás poner en claro cualquier otra cosa con semejante procedimien­ to. Es m enester, pues, de nuevo, replantearse la misma pregunta: ¿qué es esa virtud de la que dices las cosas que dices? ¿O no te parecen bien mis palabras? * M e n. — Me parecen perfectam ente bien. Sóc. — Responde entonces o tra vez desde el principio: ¿qué afirm áis que es la virtud tú y tu amigo? Mjbn. — ¡Ah... Sócrates! Había oído yo, aun antes de en­ contrarm e contigo, que no haces tú otra cosa que proble- matizarte y problem atizar a los demás. Y ahora, según me flOa parece, me estás hechizando, em brujando y hasta encan­ tando por completo al punto que me has reducido a una madeja de confusiones. Y si se me perm ite hacer una pe­ queña broma, diría que eres parecidísimo, por tu figura como por lo demás, a ese chato pez marino, el torpedo, También él, en efecto, entorpece a) que se le acerca y lo toca, y me parece que tú ahora has producido en mí un resultado semejante. Pues, en verdad, estoy entorpecido b de alma y de boca, y no sé qué responderte. Sin embargo, miles de veces he pronunciado innumerables discursos so­ bre la virtud, tam bién delante de muchas personas, y lo he hecho bien, por lo menos así me parecía. Pero ahora, 4 i4 Cí. 75d. 300 D IÁ LO G O S por el contrario, ni siquiera puedo decir qué es. Y me pa­ rece que has procedido bien no zarpando de aquí ni resi­ diendo fuera: en cualquier otra ciudad, siendo extranje ro y haciendo semejantes cosas, te hubieran recluido por brujo. Sóc. — Eres astuto, Menón, y por poco me hubieras engañado. Men. — ¿Y p o rq u é, Sócrates? Sóc. — Sé por qué motivo has hecho esa comparación conmigo. Men. — ¿Y por cuál crees? Sóc. — Para que yo haga otra contigo. Bien sé que a todos los bellos les place el verse comparados —les favo­ rece, sin duda, porque beLlas son, creo, también las imá­ genes de los bellos—; pero nó haré ninguna comparación contigo. En cuanto a mi, si el torpedo, estando él entor­ pecido, hace al mismo tiempo que los demás se entorpez­ can, entonces le asemejo: y si no es así, 0 0. En efecto, no es que no teniendo yo problemas, problem atice sin em­ bargo a los demás 17, sino que estando yo totalmente pro- d blematizado, también hago que lo estén los demás. Y aho­ ra, «qué es la virtud», tampoco yo lo sé; pero tú, en cam­ bio, tal vez sí lo sabías antes de ponerte en contacto con­ migo, aunque en este momento asemejes a quien q o lo sa­ be, No obstante, quiero investigar contigo e indagar qué es ella. Men. — ¿Y de qué m anera buscarás, Sócrates, aque­ llo que ignoras totalm ente qué es? ¿Cuál de las cosas que ignoras vas a proponerte como objeto de tu búsqueda? Porque si dieras efectiva y ciertam ente con ella, ¿cómo advertirás, en efecto, que es ésa que buscas, desde el mo­ mento que no la conocías? Sóc. — Comprendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta del argum ento erístico que empiezas a entre-27 27 En griego se juega entre euporon (no teniendo problemas) y apo reto (problemáticar). MENÓN 301 tejer: que no le es posible a nadie buscar ni lo que sabe ni lo que no sabe? Pues ni podría buscar lo que sabe -p u esto que ya lo sabe, y no hay necesidad alguna enton­ ces de búsqueda—, ni tampoco lo que no sabe —puesto que, en tal caso, ni sabe lo que ha de buscar—. M en. — ¿ N o t e p a r e c e , S ó c r a t e s , q u e e s e r a z o n a m í e n - 81 a Lo e s t á c o r r e c t a m e n t e h e c h o ? Sóc. — A mi no. M en. — ¿ P o d ría s d e c ir p o r q u é ? Sóc. — Yo si. Lo he o/do, en efecto, de hombres y mu­ jeres sabios en asuntos divinos... M en, — ¿ Y q u é e s lo q u e d i c e n ? Sóc. — Algo verdadero, me parece, y también bello. M en. —~ ¿ Y q u é e s. y q u i é n e s l o d i c e n ? Sóc. — Los que lo dicen son aquellos sacerdotes y sa­ cerdotisas que se han ocupado de ser capaces de justifi­ car el objeto de su ministerio. Pero también lo dice Pín- daro y muchos otros de los poetas divinamente inspira­ dos. Y las cosas que dicen son éstas —y tú pon atención b si Le parece que dicen verdad—: afirm an, en efecto, que el alma del hombre es inmortal, y que a veces term ina de vivir —lo que llaman m orir—, a veces vuelve a renacer, pero no perece jam ás. Y es por eso por lo que es necesa­ rio llevar la vida con la máxima santidad, porque de quienes... Persófone el pago de antigua condena haya recibido, hacia el alto sol en el noveno año el alma de ellos devuelve nuevamente, de las que reyes ilustres c16 16 W, K. C. Guthrje (Plato. Protagoras and Meno, Harmondsworíh, 1956, pág< J29) señala que hay seguramente aquí una pausa y un cambio de tono, que se hace más solemne en Lo que sigue. El mismo autor sostie­ ne que el pasaje refleja concepciones órficas. (Cf. Orpheus and Grcek Re- ¡igioti = Or/eoy ¡a religión griega [trad. J. Valmard), Buenos Aires. J970. pág. J67.) 302 DIALOGOS y varones plenos de fuerza y en sabiduría insignes surgirán. Y para el resto de los tiempos héroes sin mácula por los hombres serán llamados w. El alma, pues, siendo inm ortal y habiendo nacido mu­ chas veces, y visto efectivamente todas las cosas, tanto Ini de aquí como las del Hades, no hay nada que no haya aprendido; de modo que no hay de qué asom brarse si ci» posible que recuerde, no sólo la virtud, sino el resto de d las cosas que, por cierro, antes tam bién conocía. Estan­ do, pues, la naturaleza toda em parentada consigo misma, y habiendo el alma aprendido todo, nada impide que quien recuerde una sola cosa —eso que los hombres llaman aprender—, encuentre él mismo todas las demás, si es va­ leroso e infatigable en la búsqueda. Pues, en efecto, el bus­ car y el aprender no son otra cosa, en suma, que una reminiscencia. No debemos, en consecuencia, dejam os persuadir por ese argum ento erístico. Nos volvería indolentes, y es pro- e pío de los débiles escuchar lo agradable; este otro, por el contrario, nos hace laboriosos e indagadores. Y porque confío en que es verdadero, quiero buscar contigo en qué consiste la virtud. Men. — Sí, Sócrates, pero ¿cómo es que dices eso de que no aprendemos, sino que lo que denominamos apren­ der es rem iniscencia? ¿Podrías enseñarm e que es así? Sóc. — Ya te dije poco antes, Menón, que ereslaim a- 82a do; ahora preguntas si puedo enseñarte yo, que estoy afir­ mando que no hay enseñanza, sino reminiscencia, eviden­ tem ente para hacerme en seguida caer en contradicción conmigo mismo. Men. — ;No, por Zeus, Sócrates! No lo dije con esa in­ tención, sino por costum bre. Pero, si de algún modo pue- M La cita Ae alríbuyc a Pímdaro, ir. 137 (Turyn) = 127 (Bowra) = 133 (Snell). MENÓN 303 «les m ostrarm e que en efecto es así como dices, muéstra- Mirlo. Sóc. — ¡Pero no es fácil! Sin embargo, por tí estoy dis­ puesto a empeñarme. Llámame a uno de tus num erosos *»ei vidores que están aquí, al que quieras, para que pue- b iht dem ostrártelo con él. Men, — Muy bien. (A un servidor.) Tú, ven aquí. Sóc. — ¿Es griego y había griego? M e n. — Perfectamente; nació en mi casa. Sóc. — Pon entonces atención para ver qué te parece lo que hace: si recuerda o está aprendiendo de mí. M e n. — Así h a r é. Sóc. — (Al servidor.) Dime entonces, muchacho, ¿cono­ ces que una superficie cuadrada es una figura así? (La dibuja.) S e r v i d o r. — Yo si. Sóc. — ¿Es, pues, el cuadrado, una superficie que tie­ ne todas estas lineas iguales, que son cuatro? c S e r v id o r. — P e rfe c ta m e n te. Sóc. — ¿No tieoen también iguales éstas trazadas por el medio i0? S er v id o r , — S í. Sóc. — ¿Y no podría una superficie como ésta ser ma­ yor o m e n o r31? S e r v i d o r. — Desde luego.* 3 m Al cuadrado inicial (ABCD), Sóc/ates agrega las lincas EF y GH. 3) Sócrates seguramente señala, primero, el cuadrado mayor (ABCD) y, después, alguno de los menores (p. ej.: AHOE, HBFO, EOCD, etc.), 304 DIÁLOGOS Sóc. — Si este lado fuera de dos píes y este otro tnm bien de dos, ¿cuántos pies tendría el todo J2? Míralo Mil, sí fuera por aquí de dos pies, y por allí de uno solo wp¿no sería la superficie de una vez dos p ie s 3*? S e r v id o r. — S I. d Sóc. — Pero puesto que es de dos pies también aquí, ¿qué otra cosa que dos veces dos resulla? S e r v id o r. — A s í es» Sóc. — ¿Luego resulta, ciertam ente, dos veces do* pies? S e r v id o r. — S í. Sóc. — ¿Cuánto es entonces dos veces dos pies? Cuén talo y di lo. S e r v i d o r. — Cuatro, Sócrates. Sóc. — ¿Y podría haber otra superficie, el doble de és­ ta, pero con una figura sim ilar, es decir, teniendo toda* las líneas iguales como ésta? S e r v id o r. — Si» Sóc. — ¿Cuántos pies tendrá? S e r v i d o r. — Ocho» Sóc. — Vamos, trata ahora de decirme cuál será el lar- e go que tendrá cada una de sus lineas. Las de ésta tienen dos pies, ¿pero las de ésa que es doble? S e r v i d o r » — Evidentemente, Sócrates, el doble Sóc, — ¿Ves, Menón, que yo no le enseño nada, sino que le pregunto todo. Y ahora él cree saber cuál es el lar­ go del lado del que resultará una superficie de ocho pies, ¿o no te parece? Men. — A mí sí. Sóc. — ¿Pero lo sabe? 31*4 31 Los griegos no disponían de un término para referirse a pies cuadrados. 33 Sócrates compara uno de los lados deJ cuadrado mayor (p. ej.: BC) con olro de lo figura menor (p. ej.: eJ A£ de la figura ABFE). 14 Es decir, dos pies cuadrados. 34 Obviamente, la respuesta es equivocada. MENÓN 305 Mkn. — Claro que no. Sóc. —¿Pero cree que es el doble de la otra? M e n. — Sí. Sóc. — Observa cómo él va a ir recordando en segui­ da, como hay, en efecto, que recordar. (Al servidor) Y tú, dime: ¿afirm as que de la linea do- lile se forma la superficie doble? Me refiero a una super- 83a ík ie que no sea larga por aquí y corta por allí, sino que urn igual por todas partes, como ésta, pero el doble que r*üi, de ocho pies. Fíjate si todavía te parece que resulta- iñ el doble de la linea. SERVIDOR* — A mí sí. Sóc. — ¿No resulta ésta el doble que aquélla, si agre­ dim os desde aquí otra cosa a s í jjnióji verdadera, en relación con la rectitud del obrar, no será peor guía que el discer­ nim iento;^ es esto, precisamente, lo que antes omitíamos c al investigar acerca de cómo era la virtud, cuando afir­ mábamos que solamente el discernim iento guiaba correc­ tam ente el obrar. En efecto, tam bién puede hacerlo una opinión que es verdadera. 332 DIALOGOS Men. — Parece. Sóc. — En consecuencia, no es menos útil la recta op| nión que la ciencia. Men. — Excepto que, Sócrates, el que tiene el conud miento acertará siempre, m ientras que quien tiene recto opinión algunas veces lo logrará, otras, no. Sóc. — ¿Cómo dices? El que tiene una recta opinión, ¿no tendría que acertar siempre, por lo menos mientra* opine rectam ente? M e n. — Me parece necesario. De modo que me asonv d bro, Sócrates, siendo asi la cosa, de por qué el cono­ cimiento ha de ser mucho más preciado que la recta opi- nión y con respecto a qué difiere el uno de la otra. Sóc. — ¿Sabes con respecto a qué te asom bras, o te lo digo yo? Men. — Dimelo, por favor. Sóc. — Porque no has prestado atención a las estatuas de Dédalo*4; tal vez no las hay entre vosotros. Men. — ¿Por qué motivo dices eso? Sóc. — Porque también ellas, si no están sujetas, hu­ yen y andan vagabundeando, m ientras que si lo están, permanecen. ¿ Men. — ¿Y entonces, qué? Sóc. — Poseer una de sus obras que no esté sujeta no es cosa digna de gran valor; es como poseer un esclavo vagabundo que no se queda quieto. Sujeta, en cambio, es de mucho valor. Son, en efecto, bellas obras. Pero, ¿por qué motivo digo estas cosas? A propósito, es cierto, de las opiniones verdaderas. Porque, en efecto, también las opi­ niones verdaderas, m ientras permanecen quietas, son co- M Se decía que las estatuas de Dédalo, con los ojos abiertos. Jos bra­ zos extendidos y las piernas separadas, en actitud de caminar, producían la impresión vital del movimiento y de Ja visión. (Cl. D iodoro , IV 76, y e) escoliasta de este pasaje del Menón.) A ellas también se refiere P latón en Eutijrón (I ¡ b-c y 15b), en Mn (533a-b) y en Hipias Mayor {282a), Véan­ se n. 6 de la pág. 255 y n. 3 de la pág. 404 del vol. 1 de eslos Diálogos. MENÓN 333 m i s bellas y realizan todo el bien posible; pero no quieren 98 a permanecer mucho tiempo y escapan del alma del hom­ bre, de m anera que no valen mucho hasla que uno no las sujeta con una discrim inación deüa^causa?5. Y ésta es, amigo Menón, la rem iniscencia, como convinimos antes **\ Una vez que están sujetas, se convierten, en pri­ mer lugar, en Fragmentos de conocimientos y, en segun­ do lugar, se hacexLestahles. Por eso, precisam ente, el co­ nocimiento es de mayor valor que la recta opinión y, ade­ más, difiere aquél de ésta por su vinculo. Men. — ¡Por Zeus, Sócrates, que algo de eso parece! Sóc. — Pero yo también, sin embargo, no hablo sabien- b do, sino conjeturando47. Que son cosas distintas la recta opinión y.jd. conocimiento, no me parece que lo diga cier­ tam ente sólo por conjetura, pero si alguna otra cosa pue­ do afirm ar que sé —y pocas serían las que afirm e—, ésta es precisam ente una de las que pondría entre ellas. Men. — Y dices bien, Sócrates. Sóc. —¿Y entonces? ¿No decimos también correcta­ mente esto: que la opinión verdadera, guiando cada ac­ ción, produce un resultado no menos bueno que el conocimiento? Men. — También en esto me parece que dices verdad. Sóc. — Por lo tanto, la recta opinión no es peor que el c conocimiento, ni será menos útil para el obrar, ni tam po­ co el hom bre que tiene opinión verdadera que el que tie­ ne conocimiento. Men. — Así es. 83 aitías togismof, e s d e c ir , m á s té c n ic a m e n te , « s e c u e n c ia c a u sa l» , « r a z o n a m ie n to fu n d a d o en la c a u sa lid a d » o « c o n sid e r a c ió n d el fundam en* lo * (R oiz d é E lvira , Platón. Marón). * Cl. 85c9-dl, Con el significado de «hipótesis» (cl. n. 59) y no con el significa­ do m á s té c n ic o que tiene el té r m in o en República (especialmente, en 51 le y 534o). 334 PlX LOGOS Sóc. — ¿Y habíamos también convenido que el honv bre bueno es útil to? Men. — Sí. Sóc, — Por consiguiente, no sólo por medio del cono­ cimiento puede haber hom bres buenos y útiles a los Es­ tados, siem pre que lo sean, sino también por medio de la d recta opinión,-pero ninguno de ellos se da en el hombre naturalm ente, ni el conocimiento ni la opinión verdade­ ra, ¿o te parece que alguna de estas dos cosas puede dar­ se por naturaleza? Men. — A mí no. Sóc. — Si no se dan, pues, por naturaleza, ¿tampoco los buenos podrán ser tales por naturaleza? Men. — N o, por cierto. Sóc. — Y puesto que no se dan naturalm ente, investi­ gamos después 89 si la verdad es enseñable. Men. — Sí. Sóc. — ¿Y no nos parecía enseñable, si la virtud era discernim iento? Men. — Sí. S ó c.—¿Y que, si era enseñable, sería discerni­ miento w? Men. — Por supuesto. e Sóc. — ¿Y que, si había m aestros, sería enseñable, pe­ ro, si no los había, no serla enseñable91? Men. — Así. Sóc. — ¿Pero no habíamos convenido en que no hay m aestros de e lla 92? Men. — Eso es. Sóc. — Por lo tanto, ¿habíamos convenido en que no es enseñable ni es discernim iento9*? « Cí. 87el. Cf. 89b y ss. 99 Cí. 87c2-3. Cf. 89d-e. « Cf. 96b7-9. « Cf. 96cl0dl. MENÓN 335 Men. — Por supuesto. Sóc. — ¿Pero habíamos convenido en que era una co­ sa buena w? Men. — Sí. S ó c.— ¿Y que es útil y bueno lo que guia correcta­ mente n ? Men. — Por supuesto. Sóc. — Y que hay sólo dos cosas que pueden guiarnos 99a bren: Ja^pínión. verdadera y el conocimiento y que el hombre que las posee se conduce correctamente. Pero, las cosas que por azar se producen correctam ente, no depen­ den de la dirección humana, m ientras que aquellas cosas con las cuales el hom bre se dirige hacia lo recto son dos: la opinión verdadera y el conocimiento. Men. — Me parece que es así. Sóc. — Entonces, puesto que no es enseñable, ¿no po­ demos decir ya más que la.virtud se tiene por el conoci­ miento? Men. — No parece. Sóc. — De las dos cosas, pues, que son buenas y úti- b les, una ha sido excluida y el conocimiento no podrá ser guía.del o b rar político. Men. — Me parece que no. Sóc. — Luego no es por ningún saber, ni siendo sabios, como gobernaban los Estados hombres tales como Temís- tocles y los otros que hace un momento decía Ánito; y, por eso precisam ente, no estaban en condiciones de hacer a los demás como ellos, pues no eran tal como eran por obra de) conocimiento. Men. — Parece Sócrates, que es como tú dices. Sóc. — Entonces, si no es por el conocimiento, no que­ da sino la buena opinión. Sirviéndose de ella los hombres políticos gobiernan los Estados y no difieren en nada, con c *4 Cf. 87d2*4. Cf. 88b-e. 1)6 Ci. 96e-97c. 336 DIÁLOGOS respecto al conocimientof de los vates y los adivinos. Pura, en efecto, también ellos dicen, por inspiración, muclw* verdades, pero no saben nada de lo. que dicen. M e n. — Puede ser que asi sea. Sóc. — ¿Será conveniente, entonces, Menón, llamar di vinos a estos hom bres que, sin tener entendimiento, lUf van a buen término m uchas y muy grandes obras en lo que hacen y dicen? M e n. — Ciertamente. Sóc. — Correctamente llam aríam os divinos a los que acabamos de mencionar, vates, adivinos y poetas todos, d y también a los políticos, no menos que de ésos podría­ mos decir que son divinos e inspirados, puesto que es grü» cías al hálito del dios y poseídos por él, cómo con sus pa­ labras llevan a buen fin muchos y grandes designios, sin saber nada de lo que dicen. M e n. — Por cierto. Sóc. — Y también las m ujeres, Menón, llaman divinos a los hombres de bien. Y los laconios, cuando alaban a un hombre de bien, dicen: «Hombre divino es éste». e M en. — Y parece, Sócrates, que se expresan correcta­ mente. Pero quizás este Anito podría enojarse con tus palabras 9\ Sóc. — No me importa. Con él, Menón, discutirem os en otra ocasión. En cuanto a lo que ahora nos concierne, si en todo nuestro razonamiento hemos indagado y habla- V7 La adjudicación de estas lineas —y de Jas iniciales siguientes— ha sido discutida por Jos estudiosos. La distribución de Ja versión latina de Añstlpo(siglo xnd. C.) es la siguiente: Sóc. — Pero quizás... palabras. M e n. — No me importa. Sóc. — Con él, Menón... eic. (Plato Latinus, val. I: «Merto* interprete Hcnriúo Arisiippo, ed. K okdbutbr , Londres, 1940, pág. 44). F rigolabnogr (Plato, vol. 11. trad. inglesa, págs. 273 y 358), sobre la base de una corrección en el códice parisino 1811, sugiere que «No me importa» podría adjudicarse a Áníto, que volvió a acercarse a los inter­ locutores. Esta posición la había sostenido también, en un principio, P. MAAsfHúrmes 60(19251.492), pero luego aceptó el texto que ofrece Aristipo. MENÓN 337 ilo 131611, la virtud no se daría ni por naturaleza ni sería enseñable; sino que resultaría de un don divino, sin que IOOú aquellos que la reciban lo sepan, a menos que, entre los hombres políticos, haya uno capaz de hacer políticos tam» hlén a los demás “ /'Y si lo hubiese, de él casi se podría decir que es, entre los vivos, como Homero afirmó que era Mrcsias entre los m uertos, al decir de él que era el «úni- 1 0 capaz de percibir» en el Hades, m ientras «los demás eran únicam ente som bras erra n te s» **9. Y éste, aquí a rri­ ba, sería precisamente, con respecto a la virtud, como una i calidad entre las sombras. M e n. — Me parece, Sócrates, que hablas muy bien, b Sóc. — De este razonamiento, pues, Menón, parece que la virtud se da por un don divino a quien le llega. Pero lo cierto acerca de ello lo sabrem os cuando, antes de bus* car de qué modo la virtud se da a los hombres, intente­ mos prim ero buscar qué es la virtud en sí y por sí. Ahora es tiempo para mí de irme, y trata tú de convencer a tu huésped Ánito acerca de las cosas de que te has tú mismo persuadido, para que se calme; porque si logras persua- c dirlo, habrás hecho también un servicio a los atenienses. M £s(e es, para Platón, precisamente el ceso de Sócrates. Véanse tas observaciones a este pasaje de W. Jaece*, Paideia, trad. casi., México, 1957, póg. 562, * Odisea X 49S.

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