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AY Samuel P. Huntington ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense Y) PAIDÓS. rcatona « Buenos Aires » México - Capítulo 2 IDENTIDADES: NACIONALES Y OTRAS EL CONCEPTO DE I...

AY Samuel P. Huntington ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense Y) PAIDÓS. rcatona « Buenos Aires » México - Capítulo 2 IDENTIDADES: NACIONALES Y OTRAS EL CONCEPTO DE IDENTIDAD El «concepto de identidad», se ha dicho, «es tan indispensable como confuso». Es «múltiple, difícil de definir y escapa a muchos de los méto- dos comunes de medición». El estudioso más destacado de la identidad en el siglo xx, Erik Erikson, tildó dicho concepto de «omnipresente», pero, también, de «vago» e «inconmensurable». La exasperante imposi- bilidad de eludir la identidad queda perfectamente demostrada en la obra del distinguido teórico social Leon Wieseltier. En 1996, publicó un libro, Against Identity, en el que denunciaba y ridiculizaba la fascinación de los - intelectuales por dicho concepto. En 1998, publicó otro libro, Kaddish, una afirmación elocuente, apasionada y explícita de su propia identidad judía. La identidad es, parece, como el pecado: por mucho que nos opon- gamos, no podemos librarnos de ella.* Pero sí es inevitable, ¿cómo la definimos? Los académicos tienen res- puestas diversas que, no obstante, convergen hacia un tema central. La identidad es el sentimiento de «yo»de un individuo o de un grupo. Es un producto de la autoconciencia de que yo (onosotros) poseo (o posee- A mos) cualidades diferenciadas como.ente.que me distinguen de ti (y a no- sotros de ellos). Un bebé recién nacido puede contar ya desde su naci- miento con una serie de elementos identitarios: un nombre, un sexo, una ascendencia parental y una ciudadanía. Ahora bien, ninsuno-de-esos-ele- mentos se convierte en parte de su identidad hasta que el bebé adquiere conciencia de ellos y se define en términos de los mismos. La identidad, tal como un grupo de académicos se refirió a ella, «remite a las imágenes de individualidad y de personalidad propia (el “yo”) que un actor posee y proyecta y que se forman (y modifican con el tiempo) por medio de re- laciones con “otros” significativos».? El hecho mismo de que las personas interactúen las unas con las otras hace que no tengan más remedio que definirse en relación con esas otras personas e identificar las similitudes que las unen y las diferencias que las separan. 46 Los elementos de la identidad o Las identidades son importantes porque influyen en la conductade las. personas. Si me concibo a mí mismo como académico, trataré de ac- tuar como tal. Pero los individuos pueden también cambiar sus identida- des. Si empiezo a actuar de forma diferente —como un polemista, por ejemplo—, experimentaré una «disonancia cognitiva» y, probablemente, intentaré liberar la angustia resultante abandonando ese comportamien- to o redefiniéndome como defensor de una determinada causa política en vez de como académico. Igualmente, si una persona hereda una identi- dad de partido nítidamente demócrata, pero empieza a votar reiterada- mente a candidatos republicanos, es muy posible que acabe redefinién- dose como republicana, Conviene hacer, de todos modos, una serie de aclaraciones a propó- sito de las identidades. En primer lugar, tanto los individuos como-los grupos tienen identi- dades. Los individuos, no obstante, hallan y redefinen sus identidades en el seno de grupos. Como ha mostrado la teoría de la identidad social, la necesidad de identidad les mueve a buscarla incluso en grupos construi- dos de un modo arbitrario y aleatorio. Un mismo individuo puede ser miembro de muchos grupos y, por tanto, es capaz de intercambiar iden- tidades. Por otra parte, la identidad de grupo suele implicar una caracte- rística definitoria primatia y es menos intercambiable. Yo tengo unas identidades como politólogo y como miembro del departamento de cien- cia política de Harvard. Cabría la posibilidad de que me redefiniera como historiador o de que me hiciera miembro del departamento de ciencia política de Stanford, siempre que ellos estuvieran dispuestos a aceptar ese cambio en mi identidad. Sin embargo, el departamento de ciencia po- lítica de Harvard no puede convertirse en un departamento de historiani trasladarse como institución a Stanford. Su identidad está mucho más fi- - jada que la mía. De hecho, si la base de la característica definitoria de un grupo desaparece, por ejemplo, porque alcanza la meta para la que había sido creado, la existencia misma del grupo se ve amenazada, al menos hasta que logte encontrar otra causa con la que motivar a sus miembros. En segundo lugar, las identidades son, en su inmensa mayoría, cons- truidas. Las personas fabrican su identidad sometidas 2a grados. diversos —ciónes comoada nada: una expresión muchas veces ci- tada desde entonces. Lasidentidades sonpersonalidades imaginarias: sson. lo que creemos que somos y loo que queremos ser. Aparte de la ascenden- rn PLE A >> cia (que, aun así, puede ser repudiada), del género (que algunas personas Identidades: nacionales y otras 47 logran cambiar) y de la edad (que puede ser negada, pero no cambiada mediante la acción humana), las personas son relativamente libres de de- uE sus identidades como deseen, aunque pueden no capaces o; ser de po- nerlas en práctica. Pueden heredar su etnia yy su raza, pero puederrrede- finirlas o rechazarlas, sin olvidar que el significadoy la aplicabilidad de un término cómo el de «taza» cambia con el tiempo. En tercer lugar, los. individuos y, en menor grado, los grupos tienen múltiples identidades. Éstas pueden ser adscriptivas, territoriales, EConó- micas, culturales, políticas, sociales y nacionales. La prominencia relativa cala una de ellas para el individuo o el grupo en cuestión puede ser di- ferente según el momento y la situación, como también varía la medida en la que esas identidades se complementan o están confrontadas entre sí. «Sólo situaciones sociales extremas —señala Karmela Liebkind—, como las batallas en plena guerra, pueden erradicar temporalmente todas las afiliaciones de grupo salvo una.» ne TO - tienen de un individuo o de un1 grupo elena la definición propia de ese mismo individuo o grupo. Si una persona entra en una nueva situación social y es percibida como alguien de fuera que no pertenece a aquel en- torno, es probable que ella misma acabe viéndosede ese modo. Si una gran mayoría de la población de un país cree que los miembros de un grupo minoritario son inherentemente atrasados e inferiores, es muy pro- bable que los miembros de dicho grupo acaben interiorizando esa con- cepción de sí mismos y que ésta pase a formar parte de su identidad. También puede que reaccionen contra esa caracterización y se definan por oposición a ella. Las fuentes externas de identidad pueden provenir del entorno inmediato, de la sociedad en general o de las autoridades po- líticas. Los propios gobiernos, más de una vez, han sido los que han asig- nado identidades raciales o de otro típo a los individuos. Las personas puedenaspirar a una identidad, pero no ) SELÁN CAPACES de adoptarla a menos-que no sean bien recibidas por quienes ya tienen esa identidad. La cuestión crucial de la post-Guerra Fría para los pueblos de la Europa del este era si Occidente aceptaría que se identificaran a sí mismos como unos occidentales más. Los occidentales han aceptado a los polacos, a los checos y a los húngaros. Es menos probable que lo ha- gan con otros pueblos europeos orientales que también quieren una iden- tidad occidental. Se han mostrado siempre reacios a hacerlo con los tur- cos, por ejemplo, a pesar de que la élite administrativa de ese país desea Se 48 Los elementos de laidentidad desesperadamente que Turquía sea occidental. De ahí que los turcos ha- yan vivido en un conflicto permanente sobre si considerarse principal- mente un país occidental, europeo, mubles, de Oriente Próximo o, in- cluso, de Asia central. En quinto lugar, la prominencia relativa. de las identidades alternati- _ vas de un individuo o grupo gru es situacional. En ciertas situaciones, las per- sonas subrayan aquel aspecto de su identidad que las vincula a las perso- nas con las que están interactuando. En otras situaciones, las personas hacen hincapié en aquellos elementos de su identidad que las distinguen de otras. Se dice que una psicóloga se concebirá a sí misma como mujer cuando esté en compañía de doce psicólogos varones, pero que en com- pañía de doce mujeres que no sean psicólogas, se considerará, sobre todo, una psicóloga.* La prominencia de la identificación de las personas con su patria suele incrementarse cuando viajan al extranjero y observan los modos de vida diferentes de los habitantes de otros países. En su intento de liberarse del dominio otomano, los serbios recalcaron su religión or- todoxa, mientras que los albaneses musulmanes pusieron el énfasis en su etnia y su lengua. De un modo similar, los fundadores de Pakistán defi- nieron la identidad del país en términos de su religión musulmana para justificar su independencia de la India. Años más tarde, los musulmanes de Bangladesh enfatizaron su cultura y su lengua para legitimar su inde- pendencia de sus correligionarios paquistaníes. Las identidades pueden ser limitadas o amplias y la amplitud de la identidad más prominente varía segúnla situación en la4 que se hallan las, — personas. «Tú» a 1'ú»y «yo» nos convertimos en «nosotros» cuando aparece, O ti ún «ellos» o, como dice un refránáárabe: «Mi hermano y yo contra nues- tros primos; sand y nuestros primos contra el mundo». Cuanto más interactúan las personas con miembros de culturas distantes y distintas, más amplían, a'su vez, sus identidades. Para franceses y alemanes, su identidad nacional pierde relevancia comparada con su:identidad euro- y pea, según Jonathan Mercer, cuando surge una más amplia «conciencia de una diferencia entre “nosotros” y “ellos” o entre las identidades euro- pea y japonesa».? Por tanto, es lógico que los procesos de globalización acaben provocando que identidades más amplias, como la religión y la civilización, asuman una mayor importancia para los individuos y los pueblos. Identidades: nacionales y otras 49 OTROS Y ENEMIGOS Para definirse, las personas necesitan a un «otro». ¿Necesitan tam- bién a un enemigo? Algunas, sin duda, sí. «Oh, qué maravilloso es odiar», dijo Josef Goebbels. «Oh, qué alivio luchar, combatir contra enemigos que se defienden, enemigos que están despiertos», decía André Malraux, Las anteriores son articulaciones extremas de una necesidad humana, más contenida por lo general, pero ampliamente presente, como recono- cieron dos de las mentes más grandes del siglo xx. En un carta dirigida a Sigmund Freud en 1933, Albert Einstein sostenía que todos los intentos de eliminar la guerra habían «terminado en un lamentable fracaso [...] el hombre alberga en su interior ansias de odio y destrucción». Freud esta- ba de acuerdo: las personas son como animales, le respondió, resuelven los problemas recurriendo a la fuerza y sólo un Estado mundial omnipo- tente podría impedirlo. Los seres humanos, según Freud, sólo tienen dos clases de instintos: «Los que pretenden preservar y unir [...] y los que pretenden destruir y matar». Ambos son esenciales y operan en conjun- ción mutua. Por ello, «es inútil tratar de acabar con las inclinaciones. agresivas del hombre».' Otros estudiosos de la psicología y de las relaciones humanas han sos- tenido posturas parecidas. Vamik Volkan ha dicho que existe la necesi- dad «de tener enemigos y aliados». Esta tendencia se presenta mediada la adolescencia, cuando «el otro grupo pasa a ser considerado definitiva- mente como el enemigo». La psique es «la creadora del concepto de ene- migo. [...] Mientras el grupo enemigo se mantenga a distancia (psicológi- camente hablando, al menos), nos proporciona ayuda y consuelo, y hace que aumente nuestra cohesión y que las comparaciones nos resulten gra- tificantes». Los individuos necesitan autoestima, reconocimiento, apro- bación: aquello a lo que Platón, tal como nos recordaba Francis Fukuya- ma, aludía con el concepto de ¿hymos y que Adam Smith denominaba vanidad. El conflicto con el enemigo refuerza todas esas cualidades den- tro del grupo.” La necesidad de autoestima de los individuos les lleva a creer que su grupo es mejor que otros. Su concepto de sí mismos crece y decae en fun- ción de las fortunas de los grupos con los que se identifican y de la medi- da en que otras personas son excluidas de su grupo. El etnocentrismo, en palabras de Mercer, es «el corolario lógico del egocentrismo». Aunque su grupo sea totalmente arbitrario, provisional y «mínimo», las personas, tal como predice la teoría de la identidad social, siguen discriminando a fa-..30....Los elementos de la identidad vor de su grupo en comparación con cualquier otro. De ahí que, en mu- chas situaciones, las personas opten por sacrificar ganancias absolutas con tal de obtener ganancias relativas. Prefieren estar peor en términos absolutos, pero mejor que otro a quien tengan por rival, en lugar de estar mejor en términos absolutos pero no tan bien como dicho rival: «superar al grupo externo es más importante que el beneficio a secas». Esa prefe- rencia se ha visto repetidamente confirmada por la evidencia procedente de los experimentos psicológicos y de los sondeos de opinión pública, por no hablar del sentido común y la experiencia diaria. Para descon- cierto de los economistas, los estadounidenses dicen preferir estar peor económicamente, pero por delante de los japoneses, a estar mejor, pero por detrás de ellos.* El reconocimiento de la diferencia no genera necesariamente compe- tencia, ni mucho menos odio. Peto hasta las personas que tienen poca ne- cesidad psicológica de odiar pueden encontrarse implicadas en procesos conducentes a la creación de enemigos. La identidad requiere diferen- ciación. La diferenciación precisa comparación, la identificación de todo aquello en lo que «nuestro» grupo difiere del «suyo». La comparación, a su vez, genera evaluación: ¿las formas de hacer las cosas de nuestro gru- po son mejores o peores que las de su grupo? El egotismo de grupo lleva a la justificación: nuestros modos son mejores que los suyos. Dado que los miembros del otro grupo también están inmersos en un proceso simi- lar, las justificaciones contradictorias resultantes conducen a la compe- tencia: tenemos que demostrar la superioridad de nuestra forma de hacer las cosas respecto a la de ellos. La competencia conlleva el antagonismo y la ampliación de lo que, al principio, no eran más que diferencias limita- das hasta convertirlas en más intensas y fundamentales. Se crean estereo- tipos, se demoniza al oponente; el otro se metamorfosea en el enemigo. Si bien la necesidad de enemigos explica la ubicuidad del conflicto, tanto entre sociedades humanas como dentro de cada una de ellas, no ex- plica las formas y los escenarios de dicho conflicto. La competencia y el conflicto sólo pueden tener lugar entre entidades que estén en el mismo universo o arena. En cierto sentido, como decía Volkan, «el enemigo» tiene que ser «como nosotros».? Un equipo de fútbol puede ver a otro equipo de fútbol como su rival; nunca considerará a un equipo de hockey de ese modo. El departamento de historia de una universidad puede pen- sar que los departamentos de historia de otras universidades son rivales suyos a la hora de obtener profesores, estudiantes y prestigio en el cam- po de la historia, Pero noerá al departamento de física de su propia uni- Identidades: nacionales y otras 31 versidad desde esa perspectiva. No obstante, puede que sí considere el departamento de física como un tival a la hora de obtener financiación de su propia universidad. Los competidores han de jugar en el mismo cam- po de juego, y la mayoría de individuos y grupos juegan en terrenos dis- tintos. Así pues, tiene que haber unos terrenos de juego, pero, de todos modos, los jugadores pueden cambiar, sin olvidar que a un partido o en- cuentro le sigue otro. Por tanto, la probabilidad de una paz general o duradera entre grupos étnicos, Estados o naciones es remota. Como muestra la propia experiencia humana, el final de una guerra (caliente o fría) genera las condiciones para otra. «Una de las partes consustancia- les al ser humano —según la conclusión de una comisión de psiquia- tras— ha sido siempre la búsqueda de un enemigo en el que personificar temporal o permanentemente aspectos de los que renegamos en noso- tros mismos.»'” La teoría de la distintividad, la teoría de la identidad so- cial, la sociobiología y la teoría de la atribución, desarrolladas todas ellas en el tramo final del siglo xx, sustentan la conclusión según la cual las raí- ces del odio, de la rivalidad, de la necesidad de enemigos, de la violencia personal y de grupo y de la guerra se encuentran en la psicología y en la condición humanas. FUENTES DE IDENTIDAD Las personas pueden elegir entre un número casi infinito de posibles fuentes de identidad. Estas pueden ser principalmente: 1. Adscríptivas, como la edad, la ascendencia, el género, el parentes- co (los familiares de sangre), la etnia (definida como un parentesco am- pliado) y la raza. __2 Culturales, como el clan, la tribu, la etnia (definida como un modo, -* “de vida), la lengua, la nacionalidad, la religión, la civilización. 3. Territoriales, como el barrio, el pueblo, la localidad, la ciudad, la provincia, el Estado, la región, el país, el área geográfica, el continente, el hemisferio, 4. Políticas, como la facción, la camarilla, el líder, el grupo de interés, el movimiento, la causa, el partido, la ideología, el Estado. 5. Económicas, como el empleo, la ocupación, la profesión, el grupo de trabajo, la empresa, la industria, el sector económico, el sindicato, la clase. 52 Los elementos de la identidad 6. Sociales, como los amigos, el club, el equipo, los colegas, el grupo de ocio, el estatus, Es probable que cualquier individuo concreto esté implicado en mu- chos de esos colectivos, pero eso no significa necesariamente que sean to- dos fuentes de su identidad. Una persona puede, por ejemplo, considerar que su empleo o su país son odiosos y, por tanto, los rechace de plano. Por otra parte, las relaciones entre las distintas identidades son comple- jas. La relación es diferenciada cuando las identidades son compatibles en sentido abstracto, pero éstas pueden, en ocasiones, imponer exigen- cias contradictorias al individuo (como ocurre con la identidad familiar y la profesional). Otras identidades, como las territoriales o las culturales, son jerárquicas en cuanto a su alcance. Las identidades más amplias in- cluyen otras más limitadas y estas identidades menos inclusivas (como la que vincula al individuo a una provincia, por ejemplo) pueden estar con- frontadas o no con la identidad más inclusiva (la que lo liga a un país, por poner un caso). Además, las identidades de una misma clase pueden ser exclusivas o no. Las personas pueden, por ejemplo, declarar una nacio- nalidad dual y proclamarse estadounidenses e italianas al mismo tiempo, pero es difícil que declaren una reipronidan dual y se confiesen musul- manas y católicas a la vez. Las identidades difieren también en cuanto a su intensidad. La in- tensidad es muchas veces inversamente proporcional a la amplitud; las personas se identifican más intensamente con su familia que con su par- tido político, aunque no siempre. Además, la prominencia de las identi- dades de toda clase varía en función de las interacciones entre el indivi- duo o gtupo y su entorno. Las identidades más limitadas o más amplias de una misma jerarquía pueden reforzarse mutuamente o estar confrontadas entre sí. Edmund Burke utilizó una famosa expresión para argumentar que «el apego a la subdivisión, el amor al pequeño pelotón al que pertenecemos en la socie- dad, es el primer principio (el germen, por así decirlo) de los afectos pú- - blicos. El amor al todo no se extingue en esa parte subordinada». El fenó- meno del «pequeño pelotón» es clave, por ejemplo, para el éxito militar. Los ejércitos ganan batallas porque sus soldados se identifican intensa- mente con sus camaradas de armas más inmediatos. Si no se fomenta la cohesión en las pequeñas unidades, como bien aprendió el ejército esta- dounidense en Vietnam, se puede estar abocado a un desastre militar. No obstante, en ocasiones, las lealtades subordinadas entran en conflicto e Identidades: nacionales y otras 33 incluso desplazan a las más amplias, como ocurre con los movimientos de defensa de la autonomía o la independencia territoriales. Las identidades jerárquicas mantienen una difícil convivencia. LA FALSA DICOTOMÍA Las naciones, el nacionalismo y la identidad nacional son, en gran parte, producto del curso tumultuoso de la historia europea desde el si- glo xv al x1x. La guerra hizo al Estado, pero también hizo a las naciones. «Ninguna Nación, en el auténtico sentido de la palabra —4al como sos- “tiene el historiador Michael Howard— podría haber nacido sin guerra [...] ninguna comunidad consciente de sí misma podría haberse estable- cido como un actor nuevo e independiente en la escena mundial sin un conflicto armado o sin la amenaza de uno.»'* Las personas fueron desa- rrollando su conciencia de identidad nacional a medida que lucharon para diferenciarse de otras personas con una lengua, una religión, una historia o una ubicación distintas. Los franceses y los ingleses, y, posteriormente, los holandeses, los españoles, los suecos, los prusianos, los alemanes y los italianos, crista- lizaron sus identidades nacionales en el crisol de la guerra. Para sobre- vivir y triunfar en los siglos xv1 a xv1, los reyes y los príncipes tuvieron que movilizar cada vez más recursos económicos y demográficos de sus territorios y llegaron finalmente a crear ejércitos nacioriales para reem- plazar a los mercenarios. A lo largo de ese proceso, promovieron la conciencia nacional y la confrontación de una nación contra otra. Lle- gado el decenio de 1790, según R. R. Palmer, «las guerras de los reyes ya se habían terminado; habían dado comienzo las guerras de los pue- blos».* Las palabras «nación» y «patrie» no se introducen en las len- guas europeas hasta mediados del siglo xv. El surgimiento de la iden- tidad británica fue prototípico. La identidad inglesa se había definido a través de las guerras contra los franceses y los escoceses. La identi- dad británica surgió posteriormente como «una invención forjada, so- bre todo, en la guerra. La guerra contra Francia unió una y otra vez a los británicos, ya vinieran de Gales, Escocia o Inglaterra, en una con- frontación continuada contra un Otro obviamente hostil y los animó a definirse colectivamente contra él, Se definieron como protestantes lu- chando por su supervivencia contra la más importante potencia católi- ca del mundo».*” 54 Los elementos de la identidad Los académicos postulan, por lo general, dos tipos de nacionalismo y “de identidad nacional, que etiquetan de modos diversos: cívico y étnico, político y cultural, revolucionario y tribalista, liberal e integral, racional. asociativo y orgánico-místico, cívico-territorial y étnico-genealógico, o, simplemente, patriotismo y nacionalismo.'* El primer término de cada una de esas dicotomías es considerado bueno y el segundo, malo. El na- cionalismo bueno, el cívico, asume una sociedad abierta, basada —al me- nos, en teoría—en un contrato social que las personas de cualquier raza o etnia pueden suscribir, convirtiéndose, cor ello, en ciudadanos. El na- cionalismo étnico, en comparación, es exclusivo, y sólo quienes compar- ten ciertas características primordiales, étnicas o culturales pueden ser miembros de la nación. A principios del siglo xrx, según los estudiosos del tema, el nacionalismo y los esfuerzos de las sociedades europeas por crear identidades nacionales eran fundamentalmente de tipo cívico. Los movimientos nacionales afirmaban la igualdad de los ciudadanos y, por tanto, socavaban las distinciones de clase y estatus. El nacionalismo libe- ral desafíaba a los imperios autoritarioss multinacionales. Posteriormente; el romanticismo y otros movimientos generaron un nacionalismo étnico intransigente, ensalzador de la comunidad étnica por encima del indivi- duo, que alcanzó su apoteosis en la Alemania de Hitler. La dicotomía entre nacionalismo cívico y étnico, sean cuales sean sus etiquetas, es excesivamente simple y no puede sostenerse. La categoría étnica en la que se incluyen la mitad de los términos incluidos en los bi- nomios anteriormente mencionados es un cajón de sastre en el que caben todas las formas de nacionalismo o de identidad nacional que no sean cla- ramente contractuales, cívicas y liberales. En particular, combina dos concepciones muy distintas de la identidad nacional: la énico-racial, por un lado, y la cultural, por el otro. Es posible que el lector ya haya apre- ciado que la «nación» no aparece entre las cuarenta y ocho posibles fuen- tes de identidad enumeradas en las páginas 51-52. El motivo es que si bien la identidad nacional ha sido (a veces) la más elevada forma de iden- tidad en Occidente, también ha sido una identidad derivada cuya intensi- dad proviene de otras fuentes. La identidad nacional suele contener (aun- que no siempre) un elemento territorial y puede incluir también uno o más de carácter adscriptivo (raza, etnia), cultural (religión, lengua) y polí- tico (Estado, ideología), así como, ocasionalmente, alguno económico (el “sector agrario) o social (las redes). El motivo principal que se repite a lo largo de este libro es la conti- nuada centralidad que la cultura angloprotestante ha ocupado en la iden- Identidades: nacionales y otras 35 tidad nacional estadounidense. No obstante, el término «cultura» tiene muchos significados. Probablemente, el más habitual es el que se refiere a los productos culturales de una sociedad, incluyendo tanto su «alta» cultura de arte, literatura y música como su «baja» cultura de entreteni- miento popular y preferencias de consumo. En el presente libro, «cultu- ra» significa algo diferente. Hace referencia a la lengua, las creencias reli- glosas y los- valores sociales y políticos de un pueblo, así como a sus concepciones de lo que está bien y lo que está mal, de lo apropiado y lo inapropiado, y a las instituciones objetivas y pautas de comportamiento que reflejan esos elementos subjetivos. Por citar un ejemplo, del que se habla en el capítulo 4: los estadounidenses tienen (en líneas generales y con respecto a las personas de otras sociedades comparables) una mayor proporción de población ocupada, jornadas laborales más largas y vaca- ciones más cortas, menores subsidios de desempleo y menores pensiones por invalidez o jubilación, así como una edad de retiro más avanzada. En líneas generales, también, los estadounidenses se sienten más orgullosos de su trabajo, tienden a experimentar una cierta ambivalencia ante el ocio (a veces, incluso, un sentimiento de culpa), desprecian a quienes no tra- bajan y consideran la ética del trabajo un elemento clave de lo que signi- fica ser americano. Parece, pues, razonable concluir que ese énfasis, tan- to objetivo como subjetivo, en el trabajo es una característica distintiva de la cultura estadounidense comparada con las de otras sociedades. Ése es el sentido en el que se emplea el término cultura en este libro. - La simplificada dualidad «cívico-émico» combina cultura y elemen- tos adscriptivos, conceptos muy diferentes entre sí. Al desarrollar su teo- ría de la etnicidad en Estados Unidos, Horace Kallen sostuvo que por mucho que cambie un inmigrante, «no puede cambiar de abuelo». De ello dedujo que las identidades étnicas son relativamente permanentes.” Los matrimonios mixtos desdicen ese argumento, pero resulta aún más importante la distinción entre ascendencia y cultura. Nadie puede cam- biar de abuelos; en ese sentido, la herencia étnica nos viene dada. Pero, del mismo modo, nadie puede cambiar el color de su piel y, sin embargo, las percepciones de lo que ese color significa pueden variar. Lo que una persona sí puede cambiar es su cultura. Hay personas que se convierten de una religión a otra, aprenden nuevos idiomas, adoptan nuevos valores y creencias, se identifican con nuevos símbolos y se acomodan a nuevas maneras de vivir. La cultura de una generación más joven suele diferir en muchas de esas dimensiones de la de la generación anterior. Á veces, pue- den cambiar espectacularmente las culturas de sociedades enteras. Los Lar 56, Los elementos de la identidad. alemanes y los japoneses han definido sus identidades nacionales en tér- minos tajantemente adscriptivos, étnicos, tanto antes como después de la Segunda Guerra Mundial. Su derrota en aquella guerra, sin embargo, cambió un elemento central de sus culturas. Los dos países más militaris- tas del mundo durante la década de 1930 se transformaron en dos de los más pacifistas. La identidad cultural es intercambiable; la identidad étni- co-ancestral, no. Conviene, pues, mantener una clara distinción entre ambas. La importancia relativa de los elementos de la identidad nacional va- ría según las experiericias históricas de las personas. No obstante, es ha- bitual que una de las fuentes tienda a ser preeminente. La identidad ale- mana abarca elementos lingiísticos además de otros de carácter también cultural, pero quedó definida adscriptivamente en términos de ascenden- cia en una ley de 1913. Alemanas son aquellas personas que tienen padres alemanes. Como consecuencia, los descendientes contemporáneos de los emigrantes alemanes a Rusia durante el siglo xvru son considerados ale- manes. Si regresan a Alemania, reciben automáticamente la ciudadanía alemana, aunque el alemán que hablan (si es que lo hablan) pueda ser ininteligible para sus compatriotas y sus costumbres puedan parecer fo- ráneas para los alemanes nativos. Por el contrario, hasta 1999, los 'des- cendientes de tercera generación de los inmigrantes turcos en Alemania, crecidos y educados en Alemania, que trabajaban en Alemania y hablaban un fluido alemán coloquial, tuvieron que enfrentarse a serios obstáculos para convertirse en ciudadanos alemanes. - En la antigua Unión Soviética y en la antigua Yugoslavia, la identidad nacional estaba políticamente definida por sus ideologías y regímenes co- munistas. Dichos países contenían pueblos de nacionalidades diferentes, definidas culturalmente, a las que se otorgaba un reconocimiento oficial. Por otra parte, desde 1789 y durante un siglo y medio, los franceses estu- vieron divididos políticamente en «dos Francias», la del »mouvement y la de Pordre établi, que diferían fundamentalmente a propósito de si Fran- cia debía aceptar o rechazar los resultados de la Revolución francesa. La * identidad francesa, sin embargo, estaba definida culturalmente. Los in- migrantes que adoptaban las costumbres y convenciones francesas y, so- bre todo, que hablaban francés a la perfección, eran aceptados como franceses. En contraste con la ley alemana, la ley francesa establecía que cualquier persona nacida en Francia de padres extranjeros disfrutase automáticamente de la ciudadanía del país. Sin embargo, en 1993, preo- cupados por la posibilidad de que los hijos de los inmigrantes musulma- Identidades: nacionales y otras 37 nes norteafricanos no estuvieran siendo realmente absorbidos por la cul- tura nacional, los franceses modificaron la legislación e incluyeron la obligación de que los hijos nacidos en Francia de inmigrantes extranjeros solicitaran expresamente la ciudadanía antes de cumplir los 18 años para poder gozar de la misma. Dicha restricción fue relajada parcialmente en 1998 a fin de que los hijos nacidos en Francia de padres extranjeros pu- dieran convertirse automáticamente en ciudadanos franceses a la edad de 18 años en el caso de haber residido en Francia durante cínco de los sie- te años inmediatamente anteriores. También la prominencia relativa de los diferentes componentes de la identidad nacional puede variar. A finales del siglo xx, tanto los alemanes como los franceses rechazaban, por lo general, los elementos autoritarios que habían formado parte de su historia e incluían la democracia en su propia concepción de sí mismos. En Francia, la Revolución había triun- fado; en Alemania, el nazismo había sido expurgado. Con el final de la Guerra Ería, los rusos se encontraban divididos en función de su identi- dad: sólo una minoría continuaba incluyendo en ella la ideología comu- nista, algunos querían una identidad europea, otros propugnaban una definición cultural que implicaba elementos de cristianismo ortodoxo y de paneslavismo, e, incluso, algunos otorgaban la primacía a un concepto terti- torial de Rusia, entendida, sobre todo, como una sociedad euroasiática, Alemania, Francia y la Unión Soviética/Rusia han subrayado, pues, elemen- tos diferentes de sus respectivas identidades nacionales a lo largo de la historia, y la prominencia relativa de esos componentes ha variado con el tiempo. Ocurre lo mismo con otros países, incluido Estados Unidos.

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