Los Amos del Mundo (PDF)

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2012

Vicenç Navarro y Juan Torres López

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financial power economic inequality global finance political economy

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This book by Vicenç Navarro and Juan Torres López examines how international banks and large corporations exert significant influence over global economies. It analyses the complexities of economic systems and financial markets, arguing that these forces often wield power beyond the reach of traditional governments. The book seeks to make these often-complex issues accessible to a wider readership.

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LOS AMOS DEL MUNDO La concentración de poder económico ha dado a la banca internacional y a las grandes corporaciones la posibilidad de controlar los mecanismos de la economía en beneficio propio, convirtiéndola en un casino especulativo en donde desarrollan instrumentos financieros mu...

LOS AMOS DEL MUNDO La concentración de poder económico ha dado a la banca internacional y a las grandes corporaciones la posibilidad de controlar los mecanismos de la economía en beneficio propio, convirtiéndola en un casino especulativo en donde desarrollan instrumentos financieros muy sofisticados con los que practican la violencia «de guante blanco», un auténtico terrorismo financiero que doblega a los gobiernos y a las democracias cuando los políticos olvidan sus responsabilidades y dejan desprotegida a la población frente a los especuladores que se adueñan de los mercados.El resultado de una economía en manos de la oligarquía financiera es el alto endeudamiento, un empleo bajo mínimos y un debilitamiento del Estado del bienestar y de la calidad de vida de las personas, con el aumento de la pobreza y la desigualdad, y un mundo en donde disminuye la representatividad de las instituciones democráticas y la voz de la ciudadanía pierde fuerza. Autor: Vicenç Navarro y Juan Torres López ©2012, Espasa Libros, S.L. «Y aquí el golpe de gracia. Después de haber jugado (Goldman Sachs) un papel central en cuatro burbujas catastróficas, después de haber contribuido a hacer desaparecer del NASDAQ cinco billones de dólares de riqueza, después de haber colocado millones de préstamos inmobiliarios tóxicos a pensionistas y municipalidades, después de haber contribuido a subir el precio de la gasolina hasta los 147 dólares el barril y provocado el hambre de 100 millones de personas en el mundo, después de haber puesto la mano sobre decenas de miles de millones de dólares de los contribuyentes a través de una serie de reflotamientos gestionados por su antiguo presidente ejecutivo, ¿cuánto ha devuelto al pueblo de Estados Unidos en 2008? Catorce millones de dólares. Esto es lo que la firma ha pagado en 2008, una tasa efectiva de imposición de exactamente uno, usted lee bien, uno por cien. La banca ha pagado 10.000 millones de dólares en primas y bonus el mismo año y ha tenido un beneficio de más de 2.000 millones de dólares. Por tanto, ha pagado al Tesoro menos de un tercio de lo que ha pagado a su presidente ejecutivo, Lloyd Blankein, que ha recibido 42,9 millones de dólares el último año». MATT TAIBBI, «La grande machine à bulles américaine», Rolling Stone, julio de 2009 PRESENTACIÓN LOS asuntos y problemas económicos están cada vez más presentes en la vida cotidiana de todas las personas. Sin embargo, siguen siendo tratados con gran opacidad y analizados con un discurso que en numerosas ocasiones resulta casi incomprensible para la mayoría de ellas. Para informarse de lo que ocurre con nuestros ingresos o con los bancos que pueblan nuestras calles hay que acostumbrarse a oír palabras como EPA, CDS, IPC, PIB, CDO, swap, prima de riesgo, arbitraje, participaciones preferentes, forward…, que es normal que el común de los mortales no sepa qué significan ni por aproximación. Algo que es mucho más acusado cuando se trata de temas financieros, porque estos están todavía más revestidos de una jerga infernal que a menudo ni siquiera conocen los propios economistas. El efecto de esa manera de hablar sobre la economía es que las personas corrientes se desentienden y terminan por dejar en manos de una minoría «iniciada» el debate y la toma de decisiones económicas, naturalmente, a su propio favor. Nosotros creemos que para explicar lo que ocurre con los hechos económicos, para lograr que la ciudadanía se entere de lo que sucede en este campo tan decisivo de la vida social, no es necesario recurrir a explicaciones oscuras e ininteligibles. La experiencia nos dice que si se hace así es más bien porque se quiere conseguir que la gente se canse de no entender nada y vuelva la espalda a la economía. Es la excusa perfecta, además, para afirmar que estas cuestiones económicas y financieras son demasiado complejas para los profanos y que, por tanto, solo deben entender de ellas y resolverlas los técnicos que las conocen profundamente. A pesar de que la realidad indica claramente que eso no es así, y que quienes se consideran a sí mismos los entendidos se equivocan incluso más a menudo que los profanos, la verdad es que se ha generalizado el oscurantismo y la confusión. En gran parte, porque los medios de comunicación refuerzan el lenguaje críptico, pero también porque no existe suficiente formación económica en los diferentes niveles educativos ni debates plurales en donde se contrapongan las distintas formas de analizar y de hacer entender los asuntos económicos. A diferencia de lo que ocurre en estos medios convencionales, ligados por cierto a los grandes poderes económicos, o en el lenguaje de los economistas y políticos que justifican lo que les interesa que se diga, nosotros creemos, como acabamos de afirmar, que incluso las cuestiones económicas más complejas se pueden explicar sencillamente, de modo que las entiendan las personas que no tienen ningún tipo de formación económica. Nos parece que lo hemos demostrado en otras ocasiones, con libros de análisis riguroso, pero que han tenido una gran divulgación precisamente porque, explicando sencillamente las cosas, la gente puede entender lo que de verdad hay detrás de las cuestiones económicas y descubrir que la mayoría de los juicios que provienen de los economistas del poder no son ciertos o que los problemas económicos pueden tener otras soluciones alternativas. El libro que ahora presentamos es un intento de aclarar al gran público asuntos de los que normalmente solo se habla en términos difíciles de entender y ocultando aspectos que nos parecen esenciales, para mostrar que detrás de las finanzas es donde está el poder que quiere gobernar el mundo. Aquí explicamos asuntos que, curiosamente, y a pesar de que tienen que ver con nuestras actividades más comunes, como usar el dinero o ingresar nuestros ahorros en un banco, no suelen ser bien conocidos por la mayoría de la gente. Y más concretamente, hemos concebido este libro para explicar del modo más sencillo posible quiénes son los que actúan como si fuesen los amos del mundo y qué instrumentos utilizan para imponer su voluntad a los demás mientras obtienen beneficios multimillonarios a costa de la inmensa mayoría de la sociedad. Este libro es una introducción al mundo de las finanzas contemporáneo y en él podrá encontrarse la explicación sencilla de cómo funcionan y del daño tan grande que hacen a la sociedad, a las empresas y a las personas, al haberse dedicado preferentemente a la especulación y a utilizar los recursos en negocios muy rentables pero más peligrosos aún y que nada tienen que ver con la producción de los bienes y servicios que necesitamos los seres humanos. Naturalmente, aquí se podrá encontrar la introducción a todo ello, pero no la explicación completa y más detallada del funcionamiento de todos los mercados e instrumentos que hoy día se utilizan en los negocios financieros, para lo cual será necesario emprender lecturas complementarias, que quizá resulten de mayor interés justo después de haber leído este libro. Confiamos en haber logrado este objetivo de clarificación porque nos parece fundamental que la ciudadanía sea consciente de lo que está pasando con su dinero, del uso terrible que está haciendo de él la mayoría de los bancos y de las consecuencias que esto tiene en su vida cotidiana y en su capacidad de decidir democráticamente. (¡Con razón dijo Henry Ford que si la gente supiera lo que hacían los bancos con sus ahorros al día siguiente habría una revolución!). Como explicamos al final del libro, hay dinero que mata y actividades financieras que están arruinando la economía y destruyendo el planeta. Seguro que la gente de buena voluntad tienen la convicción de que hay que evitarlo, pero el problema es que eso solo será posible si se conoce bien lo que ocurre, si se explica a otras personas, si se denuncia multitudinariamente y si la sociedad, consciente de todo ello, se moviliza con vigor para ejercer ese derecho humano previo a cualquier otro que consiste en la posibilidad de decir «no» a lo que es injusto. No ocultamos que nuestro deseo es levantar el velo para contribuir a una indignación que revuelva las conciencias y facilite la respuesta social frente al estado de cosas que describimos en este libro y que nos parece que debe acabar cuanto antes por el bien de toda la humanidad. Barcelona y Sevilla, junio de 2012 Vicenç Navarro y Juan Torres López ¿QUIÉN MANDA AQUÍ? EN diversas ocasiones al religioso dominico Frei Betto, amigo, asesor y colaborador del expresidente brasileño Lula da Silva, y uno de los intelectuales más lúcidos y comprometidos con los pobres de Brasil y de toda América Latina, le reprocharon que su gobierno hubiese hecho unas políticas muy moderadas cuando llegó al poder. Siempre ha respondido de la misma forma: «Llegamos al gobierno, pero no llegamos al poder»1. Es importante hacer esta distinción porque es una confusión bastante frecuente y que se cuela incluso en el lenguaje corriente. «Mariano Rajoy llegó al poder», oímos decir; o «Zapatero dejó el poder tras las elecciones de noviembre de 2011». Es un error, porque, como señala Frei Betto, no es precisamente en los gobiernos donde se encuentra el poder que domina el mundo en nuestros días. Los ciudadanos deberíamos ser conscientes de ello, para no llevarnos a engaño, para no creer que los gobiernos pueden hacer más de lo que en realidad está a su alcance y para no olvidar que si queremos que hagan algo hemos de proporcionarles poder suficiente para ello. Hillary Clinton parece que lo tiene claro y por eso dicen que le gusta contar a menudo la anécdota de un presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, a quien unos sindicalistas trataban de convencer para que asumiera determinadas medidas. Después de un buen rato de conversación, por fin, el presidente aceptó que lo habían convencido: «Vale, estamos de acuerdo, me parecen bien esas medidas. Ahora —les dijo— salid a la calle y obligadme a tomarlas». EL DESMANTELAMIENTO DE LAS DEMOCRACIAS Así es en realidad como funcionan las cosas. Muy a menudo, quienes ocupan los sillones presidenciales o dirigen las grandes instituciones políticas tienen un poder limitado a la hora de poner en marcha lo que desean porque ellos no son los determinantes últimos de las decisiones que toman. A su lado, por arriba o por debajo, están otros que realmente tienen mucha mayor capacidad de decisión. Acostumbramos a decir «Zapatero — por poner un ejemplo— sacó las tropas españolas de Afganistan». Pero eso no fue así exactamente. Alguien, en este caso el pueblo español, que sin distinción de ideologías había salido a la calle diciendo «No a la guerra» y reclamando la salida de aquel conflicto, tenía de verdad el poder que prestó a Zapatero para que este pudiera tomar esa decisión que lo enfrentaba a otros intereses poderosos. Sin esas manifestaciones multitudinarias, sin el poder que eso le dio, Zapatero, por sí solo, nunca hubiera podido tomarla. No solo hay poder donde aparenta Por tanto, es muy importante saber determinar quién tiene poder y quién lo ejerce realmente en cada momento, quién puede adoptar efectivamente las decisiones que hacen que nuestras vidas discurran por un camino o por otro; o por qué, quien tiene gran poder (como los pueblos) no lo usa a menudo para defender sus intereses. Y esto es mucho más importante aún en relación con los asuntos económicos. Estos son decisivos para nuestras vidas y por ello es tan habitual que se traten de diluir y ocultar los intereses que los mueven y las fuentes del poder que los condicionan, precisamente para hacernos creer que no existen y que somos nosotros mismos quienes adoptamos esas decisiones que afectan a nuestras vidas, cuando en realidad, y en la mayoría de las ocasiones, las toman otros en contra de nuestras preferencias e intereses. A lo largo de la historia, los seres humanos hemos ido tratando de crear instituciones para representar nuestros respectivos intereses y para poder gobernarnos pacífica y democráticamente. Hemos avanzado mucho si comparamos a las naciones actuales más desarrolladas en este aspecto con lo que ha ocurrido en otras épocas o con lo que todavía sucede en dictaduras y países dominados por oligarcas sanguinarios. Pero ni siquiera en las naciones en donde la democracia ha llegado más lejos se puede decir que sus instituciones representativas pueden ejercer el poder libremente, sin injerencias perversas; o que sean verdaderamente autónomas respecto de otros poderes opacos, no representativos de los intereses sociales mayoritarios, o mucho más fuertes y decisivos. De hecho, lo que viene pasando en los últimos años es que las democracias se debilitan gradualmente porque las grandes empresas, los bancos, los inversores especulativos, etc., han alcanzado un poder tan gigantesco que les permite imponer constantemente sus intereses sobre los del resto de la sociedad. Capitalismo neoliberal y democracia El filósofo alemán Jürgen Habermas ha escrito en su último libro y repite en varias declaraciones públicas que en Europa se está desmantelando la democracia2. Un juicio muy fuerte del que se hacía eco, compartiéndolo, alguien nada sospechoso de radicalismo y que conoce bien el continente como el excanciller socialdemócrata alemán Helmut Schmidt3. Y no se puede decir que se trate de opiniones exageradas. En los últimos meses hemos vivido en Europa situaciones que deberían ser calificadas realmente como auténticos golpes de Estado concebidos para que se pudieran tomar más fácilmente las decisiones que convienen a las finanzas. El expresidente griego Papandreu simplemente había amagado con la convocatoria de un posible referéndum, pero eso fue suficiente para que se le forzase a dimitir. Lo mismo tuvo que hacer el italiano Berlusconi cuando quiso sacar pecho frente a Berlín y Bruselas. Y el acuerdo de financiación a Grecia ha llevado consigo la presencia permanente en el país heleno de autoridades extranjeras para vigilar y poner en marcha la política económica que se considere «adecuada» a los poderes financieros y económicos a los que representan, sean cuales sean la opinión o las preferencias de los ciudadanos griegos. Algo parecido a lo que puede ocurrir en España después del rescate bancario del mes de junio de 2012. ¿Acaso se puede decir que sigue existiendo democracia y que el poder reside en el pueblo cuando suceden esas cosas? Consideramos que no. Pero tampoco debemos creer que la suplantación de los poderes representativos por otros que directamente reflejan la voluntad de sujetos minoritarios y que ni se presentan a elecciones ni buscan el interés general sea una novedad de esta última crisis. Efectivamente, no ha sido ahora en Europa la primera vez que hemos podido comprobar que la democracia, por limitada que sea, es un escollo a veces insalvable para poner en marcha las medidas que aseguren beneficios a las grandes empresas y a los financieros. Las políticas neoliberales que ahora sufrimos en Europa con toda su crudeza fueron aplicadas inicialmente en diversos países de América Latina tras golpes de Estado militares que sirvieron como laboratorios para experimentar la naturaleza y el tempo de las medidas de represión social y económica que iban a ser necesarias para consolidar el nuevo régimen de competencia y beneficio en las economías capitalistas. Un nuevo régimen que principalmente trataba de frenar el poder creciente que el pleno empleo y el Estado de bienestar habían dado a los trabajadores en todos los países del mundo occidental4. Desde entonces vivimos en un proceso de continuado debilitamiento de la democracia formal que discurre paralelo con el de aparición y fortalecimiento de unos nuevos y auténticos amos del mundo, personas y grupos todopoderosos que deciden a su antojo lo que es bueno o lo que no para el resto de la humanidad. A esto han contribuido muy diversas circunstancias, pero algunas nos parecen más importantes que otras y son las que vamos a tratar de desvelar en este libro. La primera es la consolidación de un poder monetario privado, al margen del debate político, que condiciona y encuadra el resto de las políticas económicas. La libertad de movimientos del capital, la independencia de los bancos centrales y el fortalecimiento de la capacidad de maniobra de los fondos y entidades financieras han sido los factores que principalmente han contribuido a este fenómeno contemporáneo que hace que, en la práctica, los gobiernos tengan completamente atadas las manos frente a los mercados, que no son otros que los grandes propietarios de capital, que se consideran a sí mismos los amos del mundo. La segunda es el incremento voluntariamente planificado de la desigualdad, del desempleo y el empleo precario, y de la deuda. La desigualdad es la que alimenta la riqueza creciente de los grandes grupos de poder. Con menos empleo y menos demanda (por ser tan bajos los salarios) los grandes empresarios obtienen menos beneficios (puesto que les sería económicamente más rentable el pleno empleo), pero gracias a la sumisión y a la debilidad que esas condiciones laborales generan en las masas trabajadoras pueden disponer de más poder político, que a la postre es lo que les asegura su dominio sobre el conjunto de la sociedad. La deuda, por su parte, es la forma de la nueva esclavitud. Es el negocio de los bancos, que estos han impulsado imponiendo modelos de crecimiento basados en el suministro de bienes de inversión y duraderos que generan demanda de crédito (como la vivienda o los automóviles) y políticas de bajos ingresos. La base para que el capital financiero se rentabilice es que la gente se endeude. A más endeudamiento, mayor es el poder y tamaño del capital financiero, y a menor capacidad adquisitiva de la población, mayor necesidad de endeudarse. La tercera es la complicidad creciente entre el poder económico y financiero y el mediático, que el impulso de las concentraciones de capital está llevando hasta extremos realmente insospechados: uno o dos grupos empresariales, o incluso simplemente alguna persona aislada, controlan la totalidad de la oferta de medios (sobre todo audiovisuales) en muchos países, uniformando la opinión pública e imponiendo el pensamiento único que domina las decisiones económicas. Finalmente, los poderes fácticos de la gran empresa y de la banca han logrado que los partidos y las autoridades públicas hayan llegado a ser prácticamente irresponsables por lo que hacen. No se les puede pedir cuentas por sus actividades, ni mucho menos por sus incumplimientos constantes de la oferta electoral (sobre todo en materia económica) con que se presentan a las elecciones. Y es tanto el poder que ejercen sobre los medios de adoctrinamiento y tan estrechas las vías que se abren para el debate social, que no es posible que los electores tomen nota de ello, lo que les impide acudir a las elecciones con la información que les permitiría algo más que elegir entre opciones políticas que terminan por hacer lo mismo en materia económica. No deja de ser curioso, y desde luego preocupante, que a pesar de que nuestras democracias sean ya tan débiles y poco capaces de enfrentarse a estos otros poderes, estos últimos no dejen de acorralarlas. Incluso siendo casi impotentes frente a ellos, resultan molestas para los grandes poderes económicos y financieros, y parece que han decidido tomarlas al asalto y asumir ellos mismos las riendas de los poderes públicos. Eso explica que en esta crisis se esté produciendo, con mucha mayor fuerza que nunca antes, la fusión entre los grandes poderes económicos y las instituciones públicas, por la vía incluso de la participación directa en los gobiernos, tal y como hemos analizado en otro libro reciente5. El resultado que tiene este asalto a los poderes representativos es evidente: las políticas que se adoptan son las que convienen a los grandes grupos económicos, y muy en especial a los grupos económicos financieros como la banca, y no a las mayorías sociales. Por eso aumenta la desigualdad y, en lugar de salir de la crisis, como se dice pretender cuando se justifican, vamos de nuevo a situaciones de recesión y depresión. Es lógico, porque quienes las toman no están preocupados por mejorar las condiciones económicas en general, sino por aumentar el beneficio y el poder de decisión de quienes los mandatan, los grandes propietarios de capital, y de los financieros, los amos del mundo, que han ido acumulando volúmenes gigantescos de ingresos y riquezas a lo largo del tiempo, y mucho más en los últimos decenios. LOS CONGLOMERADOS EMPRESARIALES Ya desde los primeros años del capitalismo, y mucho más desde la llamada Segunda Revolución Industrial de la segunda mitad del siglo XIX, se fue produciendo una concentración muy grande de la propiedad. Unas empresas absorbían a otras, las mayores controlaban enseguida a las más pequeñas y los mercados se fueron repartiendo cada vez entre menos grandes propietarios. Los economistas convencionales y los poderes mediáticos han conseguido que se identifique el capitalismo con el mercado «libre», pero no hay nada más lejos de la realidad. Hoy día sería un auténtico milagro encontrar un mercado en donde actúe un número de empresas tan elevado como para que ninguna de ellas tenga poder suficiente para imponer sus precios o las condiciones de venta a las demás o a los consumidores. Lo habitual es lo contrario: grandes empresas que controlan una parte muy grande de los mercados, que diferencian el producto que venden para así actuar en cada franja como auténticos monopolios que pueden imponer precios y condiciones de venta, o que llegan a acuerdos entre ellas para que la competencia no les reporte inconvenientes o merma de ingresos6. Concentración de capital y poder de mercado Los consumidores somos víctimas diariamente de ese poder tan asimétrico que tienen las grandes empresas a la hora de vendernos los bienes y servicios: nos sentimos impotentes frente a las compañías telefónicas, los bancos pueden imponernos las condiciones que mejor les parezcan en nuestras relaciones con ellos, quienes nos suministran luz u otros servicios esenciales nos facturan con casi total arbitrariedad sin que ni siquiera podamos saber por qué lo hacen, las reclamaciones se pierden en un océano de trabas… El principio de igualdad ante la ley se convierte en un papel mojado cuando de relaciones económicas o financieras se trata. La propia democracia deja de existir cuando las decisiones a tomar tienen que ver con el dinero o con el reparto del ingreso y la riqueza. Las estadísticas y los datos no pueden mostrar directamente el poder y la influencia de las grandes corporaciones, pero estos se deducen con claridad de la concentración del capital, del extraordinario tamaño que alcanzan y de su desorbitada cifra de negocios. A través de procedimientos muy variados (dominio de las tecnologías, abundancia de liquidez, guerras comerciales, apoyos políticos, etc.) las empresas de por sí más grandes se han ido haciendo cada vez más con los mercados, hasta el punto de que estos reflejan hoy día una estructura jerarquizada y dibujada en torno a grandes conglomerados que dominan las ventas y las estrategias que se imponen para generar beneficios. Recientemente, unos investigadores suizos publicaron un interesante estudio que demuestra que muy pocas empresas tejen entre sí una red muy tupida de intereses y relaciones gracias a las cuales controlan la inmensa mayoría de los mercados mundiales7. Estos investigadores han analizado 43.060 transnacionales y han podido demostrar que 737 de ellas controlan el 80% del valor accionarial total. Aunque en realidad han comprobado que la concentración es aún mucho mayor si se tiene en cuenta que el 40% del valor de todas las del mundo está controlado por un pequeño núcleo de 147 transnacionales. Así, y por poner solo unos pocos ejemplos de este extraordinario nivel de interrelación y concentración, sabemos que solo seis grandes compañías controlan la industria discográfica mundial; cuatro, el 70% del comercio mundial de comida, y tres, el mercado de café tostado molido. Y en muchos otros mercados esenciales, solo las diez más grandes controlan la mayor parte de las ventas: —el 53% del mercado farmacéutico mundial, —el 54% del beneficio del sector de la biotecnología, —el 62% del sector de la farmacéutica veterinaria, —el 80% del mercado global de pesticidas y del comercio mundial de los alimentos, —el 95% del mercado mundial de semillas comerciales, —prácticamente la totalidad del mercado internacional del petróleo8. En algunos casos extremos, incluso una sola empresa es la dueña de la mayor parte del mercado: Lladró controla el 70% del mercado mundial de la porcelana de lujo, Apple domina el 60% del mercado táctil a nivel mundial y de Beers controla el 75% del comercio mundial de diamantes. Un dominio que también se reproduce en el interior de los diferentes estados nacionales. En España, cuatro empresas controlan el mercado español de café; siete, el 75% de los alimentos que compramos, cinco, el 50%, y una empresa (Carrefour), uno de cada cuatro alimentos9. Cuando se toman en consideración las cifras a escala global, el gigantismo de las grandes corporaciones es impresionante. Según el Banco Mundial, de las cien mayores economías del planeta en 2003, 51 eran corporaciones transnacionales y 49, países. Y, según los datos que proporciona cada año la revista Forbes, las 15 empresas más grandes del mundo tienen acciones por un valor equivalente al PIB de los 27 países de la Unión Europea, y las 20 mayores superan en casi dos billones de euros el de Estados Unidos. Es casi impensable, pues, que en un contexto de plena libertad de movimientos un simple país pueda tener éxito si se enfrenta a los intereses de cualquiera de esas grandes empresas. Es lo contrario lo que ocurre, las empresas controlan gobiernos, organismos internacionales, grupos de opinión, y pueden imponer su voluntad a cualquier institución si esta no está suficientemente respaldada por el poder de la sociedad en su conjunto. El peso de estas grandes empresas es especialmente grande justo allí donde se toman decisiones más trascendentes, en la Unión Europea, en Washington DC o en instituciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC). En torno a la Comisión Europea existen alrededor de 15.000 lobbies, es decir, casi uno por cada miembro de los funcionarios que trabajan allí. Más del 70% de ellos representan intereses comerciales, mientras que solo el 10% representan intereses medioambientales, derechos humanos, salud pública y desarrollo. Según un estudio de los sindicatos austriacos, existen entre 15.000 y 20.000 lobbies en Bruselas, sede de la Comisión Europea, que se gastan casi 3.000 millones de euros en influenciar a tal organismo. La gran mayoría de ellos son empleados de las grandes empresas financieras y de las corporaciones multinacionales (el 68%), y solo una minoría (un 1%) representa a sindicatos y asociaciones de ciudadanos. El informe citado anteriormente señala la apertura que la Comisión tiene hacia tales lobbies financieros y empresariales, a los que considera como aliados naturales en su intento de estimular la economía europea y su competitividad. De esta manera, la industria financiera ha tenido una enorme influencia a la hora de desregular la movilidad de capitales en la Unión Europea, situación semejante a la ocurrida en Estados Unidos (y que llevó a la crisis). Como sucedió allí, fueron estos lobbies de la banca los que en realidad escribieron la legislación que desregulaba la banca europea, causa también de la crisis financiera del continente. Esta influencia, junto con la ejercida por el mundo empresarial, explica el desmantelamiento del Estado de bienestar y el ataque al modelo social europeo mediante los recortes que se están imponiendo en los distintos Estados miembros de la Unión Europea y que han llevado al desastre a Grecia y, probablemente, tendrán las mismas consecuencias para España. Fueron tales lobbies los que también jugaron un papel clave en el desarrollo de lo que se llama el Six Pack del sistema de gobernanza económica, que fue aprobado rápidamente, con nocturnidad y alevosía (sin discusión en el Parlamento europeo), que da a la Comisión Europea un enorme poder para sancionar a aquellos países que no cumplan con la austeridad impuesta. Y también los que escribieron el nuevo Pacto de Fiscalidad, que fuerza a los Estados a alcanzar un déficit público cero. Otro lobby que ha influenciado enormemente a la Comisión es la Mesa Redonda Europea de Industriales y Empresarios (European Round Table of Industrialists), que ha conseguido escribir la legislación que impone gran número de reformas neoliberales en la Unión Europea. En Washington DC actúan unos 17.000 lobbies, lo que significa 30 veces más que los legisladores del Congreso. Un informe de la ONG Ayuda en Acción, titulado Injerencia empresarial indebida en la elaboración de las políticas de la OMC, demuestra que a las grandes empresas multinacionales se les concede un acceso privilegiado a los legisladores de la OMC, que, sin embrago, se niega a los países pobres y a los grupos de interés público. El mismo informe señala que un total de 742 asesores externos oficiales fueron presentados como asesores del departamento comercial de los Estados Unidos ante dicha organización, teniendo así acceso a documentos confidenciales de la negociación y asistiendo a reuniones con los negociadores estadounidenses, cuando el 93% de ellos representan grupos de lobbies y grandes corporaciones empresariales. El informe también denuncia que, en 2003, altos representantes de Pfizer, la empresa farmacéutica más grande del mundo, negociaron con el director general de la OMC y con funcionarios de estados miembros de esta institución el bloqueo de una propuesta de los países en desarrollo que les hubiera permitido importar copias más baratas de medicamentos patentados en caso de emergencias. El lobby farmacéutico también consiguió asegurar que el acuerdo de la OMC sobre la propiedad intelectual se aplique a países que pueden fabricar copias más baratas de medicinas patentadas —como Brasil, India y Tailandia—, pero a los que solo se les permite hacerlo bajo licencia obligatoria. La concentración gigantesca del capital que hay detrás de estas grandes empresas multinacionales, que incluso es aún mayor en el caso de las finanzas, como veremos enseguida, explica que tengan un poder tan grande, lo que no solo se traduce en su capacidad para manipular los precios y obtener así más beneficios, es decir, en simple poder de mercado, sino también en auténtico poder financiero, porque manejan sumas ingentes de dinero con las que pueden condicionar la marcha del resto de los negocios, y político, porque pueden influir y modificar la voluntad de las instituciones representativas. Estamos viendo, pues, que el poder económico y financiero está corrompiendo el proceso democrático, influenciando indebidamente a aquellas instituciones, como la Comisión Europea, que, sostenidas con fondos públicos, deberían responder a los mandatos de la ciudadanía de los países miembros de la UE, en lugar de a los lobbies financieros y empresariales. El chantaje de la deslocalización Cuando las multinacionales alcanzan un volumen de negocio tan gigantesco dependen de ellas millones de trabajadores en diversos sectores económicos, puesto que suelen constituir conglomerados de muchos tipos de actividades, con docenas de marcas y con presencia en ramas muy diversificadas de la economía. Una simple amenaza de desplazarse a otro sitio o la oferta de introducirse en un nuevo país ponen en jaque a los gobiernos, que enseguida tratarán de ofrecerles impuestos más bajos, subvenciones, ayudas de todo tipo, lo que haga falta para evitar perder empleo o para intentar ganarlo, aunque al final resulte que solo se trata de unos pocos cientos de puestos de trabajo mal pagados y que trasladan los mejores réditos de su actividad a otros lugares. Eso último suele hacerse mediante los llamados precios de transferencia, un procedimiento utilizado con frecuencia por las empresas que tienen actividad en diferentes estados y poder suficiente para aplicarlos. Como habitualmente se compran y venden materiales o productos intermedios o finales entre empresas del mismo grupo que están situadas estratégicamente en diferentes países, lo que hacen es aplicar precios (de transferencia) más altos o más bajos según dónde les interese declarar los beneficios, normalmente, allí donde los impuestos sean menores. Esto es lo que ocurrió recientemente en España con la conocida empresa Apple, a la cual, a pesar de haber multiplicado por 14 sus ventas en territorio español, la declaración del impuesto sobre el beneficio de sociedades de 2011 le resultó a devolver. La causa de ello es fácil de entender. La propia empresa Apple se compra a ella misma (o, mejor dicho, a otra empresa Apple, que está ubicada en Irlanda) los ordenadores que venderá en España. Si lo hace a precios suficientemente altos (que no compensen los gastos de comercialización en España), Apple registrará pérdidas en nuestro país. Es cierto que entonces obtendrá beneficios más elevados en Irlanda, pero es que allí el impuesto que pagará por ello será considerablemente más bajo (12,5%) que el de España. Luego le interesa situar allí los beneficios. En otras ocasiones, las grandes corporaciones usan su gran tamaño para aprovecharse incluso de las pérdidas. Lo que hacen es, también a través de esos precios de transferencia, facturarse entre las diversas empresas del grupo, de tal modo que aparezcan pérdidas justo en aquellos países que en un momento dado estén, por ejemplo, especialmente preocupados por perder empleo. Con esos registros negativos les será fácil obtener ayudas, pues el aviso a las autoridades de que esas pérdidas les obligarían a despedir a un buen número de trabajadores, o a cerrar, hará que enseguida les ofrezcan subvenciones con tal de que no lo hagan. Se trata de una política que se ha dado en multitud de ocasiones en España: empresas pertenecientes a grupos o conglomerados multinacionales presentaban aquí expedientes de regulación de empleo motivados por la mala marcha del negocio, cuando se sabía que la empresa en su conjunto estaba obteniendo beneficios elevadísimos. Algunas veces, los jueces o las autoridades administrativas aceptan las pruebas que los propios trabajadores y sindicatos presentan, mostrando que se facturaba artificialmente por debajo o por arriba con otras empresas del grupo para que aparecieran pérdidas en la factoría en donde interesaba deshacerse de empleo, o sencillamente reclamar nuevas ayudas a los gobiernos. Pero no siempre es posible demostrarlo y tampoco es seguro que quienes toman la decisión se pongan de parte de los trabajadores y enfrente de grandes empresas multinacionales, precisamente porque el poder entre unos y otros es muy desigual. Además de jugar con estos precios de transferencia, las grandes empresas multinacionales tienen otros mecanismos para aprovecharse de su tamaño y de su poder. Una de las vías que, gracias a su enorme influencia, han logrado imponer a los gobiernos para ahorrarse impuestos son las llamadas en España entidades de tenencia de valores extranjeros. Constituyen una figura jurídica nacida en 1995 con el objetivo aparentemente noble de evitar que las empresas multinacionales radicadas en España pagaran dos veces por sus beneficios, aquí y en sus países de origen. Pero lo que consiguen es que esas grandes empresas no paguen en realidad ni en uno ni en otro país10. Gracias a su dimensión y a su gran capacidad de maniobra, lo que hacen es situar los beneficios en los lugares donde existen figuras como la española sin que ni siquiera tenga que haber allí actividad alguna. Así, la empresa ExxonMobil Spain ganó 9.907 millones de euros en dos años con un solo empleado en España y no tuvo que pagar ni un solo euro en impuestos. Obviamente, porque lo que hizo fue utilizar España como un auténtico paraíso fiscal, es decir, un territorio simplemente concebido para burlar la normativa fiscal. Hablaremos de ello con detalle más adelante, pero es esta una práctica que han utilizado muchas empresas en España, entre ellas, que se sepa, las conocidas Vodafone, Hewlett Packard o American Express. La fabricación del consenso Estas grandes empresas, resultado de la constante concentración del capital y del poder, también invierten mucho en publicidad, y eso las hace dueñas de facto de la opinión que se publica: será muy difícil encontrar críticas contra ellas porque el medio que lo haga se enfrenta seguro a una pérdida de ingresos sustanciales. Eso explica, por ejemplo, que grandes empresas multinacionales que se sabe que emplean de modo sistemático a niños en la fabricación de sus productos, o que habitualmente imponen condiciones miserables a sus trabajadores y trabajadoras, nunca sean denunciadas en los reportajes de los medios. La empresa Foxconn, que entre cosas fabrica los cristales endurecidos para las marcas más conocidas de smartphones, tuvo que poner redes en sus factorías para evitar que sus empleados, desesperados por las condiciones en que se les obliga a trabajar, se tirasen por las ventanas, una circunstancia que si se divulgase en los medios seguramente impediría que las marcas más conocidas de los teléfonos más sofisticados siguieran dominando el mercado. Y al revés, es ese dominio del mercado lo que les permite recurrir a esos procedimientos para reducir costes sin temor a sentirse descubiertos por la opinión pública. Por eso es tan difícil encontrar en los medios de comunicación convencionales, los dominados publicitariamente por la inversión de las grandes empresas, informes o noticias que desvelen su participación en actividades inmorales, las condiciones laborales de auténtica esclavitud que imponen u otro tipo de comportamientos que implicarían una clara condena por parte de la ciudadanía. ¿Seguirían teniendo el mismo éxito los grandes centros comerciales de moda si los medios informaran a menudo de que lo que venden está fabricado por mujeres (o incluso niños) a las que se obliga a llevar pañales durante horas para que no pierdan tiempo yendo al baño, que trabajan doce o más horas diarias por menos de dos, tres, cuatro o cinco euros, según el país, y hacinadas en lugares infectos? La verdad es que todo eso es lo que hace ricos a los amos del mundo, pero su poder es lo que impide que todos seamos conscientes de que eso es exactamente lo que los encumbra en la lista de supermillonarios. Un caso significativo de esto último es el que ha documentado la profesora Nuria Almirón11. En su estudio sobre el tratamiento informativo de los paraísos fiscales en el diario El País, encontró que desde su fundación, en 1976, hasta 2004 aparecieron 876 noticias sobre ellos. Sorprendentemente (si se tiene en cuenta que los paraísos fiscales son utilizados principalmente por los bancos), en el 82,30% de esas noticias (721) no se menciona para nada a la banca. Solo en dos se alude a un vínculo directo con el Banco de Santander Central Hispano (BSCH), y en otras dos, de modo colateral. En cuatro se habla de una relación directa con el Banco de Bilbao Vizcaya Argentaria, en otras dos, sin mencionar el caso de Jersey, y en 145 con mención a este escándalo. Finalmente, en dos noticias se mencionaron relaciones con varios bancos (BSCH, BBVA, Sabadell y Atlántico). Es evidente, pues, que se trató siempre de ocultar la vinculación de la banca española con un asunto que la opinión pública percibe como algo socialmente condenable. De no haber sido por el caso del conflicto interno en el BBVA, con motivo de las cuentas de algunos de sus directivos en Jersey, la relación entre la banca española y la realidad de los paraísos fiscales habría pasado casi totalmente inadvertida en este gran diario. Exactamente lo mismo que sucede con otros asuntos delicados, potencialmente censurables y susceptibles de minar el poder de las grandes empresas, que, precisamente, lo usan para labrarse una imagen que no es la que verdaderamente responde a la naturaleza efectiva de sus actividades. Una práctica que ha sido generalizada, por ejemplo, en las multinacionales españolas, que han venido teniendo un comportamiento no precisamente muy responsable desde el punto de vista social en América Latina y que han utilizado su masiva inversión publicitaria no tanto para potenciar aquí su mercado, al fin y al cabo cautivo, sino para evitar que se conociera su conducta empresarial allende los mares. LOS GRANDES CONGLOMERADOS FINANCIEROS: EL PODER SOBRE EL PODER, O MUCHO MÁS QUE PODER En la cima de la cima de la cima de las grandes corporaciones empresariales del mundo están los bancos. De las 147 grandes empresas multinacionales que, según señalamos anteriormente, controlan el 40% del negocio internacional, las tres cuartas partes son entidades financieras. La revista estadounidense Forbes publica anualmente listados con las mayores empresas del mundo, y allí se puede comprobar que cinco de las diez más grandes (y seis si se considera que General Electric es un conglomerado industrial y financiero) o nueve de las veinte mayores son empresas vinculadas a las finanzas. Solo Estados Unidos (que según los datos del FMI tenía un PIB de 17 billones de dólares en 2011), la Unión Europea (15,6 billones) y China (7,9 billones) tenían un volumen de actividad mayor que los activos de las tres empresas financieras más grandes del mundo en conjunto (JP Morgan, ICBC, HSBC), cuyo valor era de 6,85 billones de dólares. Y el valor de los activos de las diez más grandes (17,7 billones de dólares) incluso es más elevado que el PIB de la primera potencia mundial. Y, por supuesto, mucho mayor que el de otras de las grandes economías del mundo. El valor de los activos de JP Morgan, la mayor de todas ellas, es de 2,26 billones de dólares, el del Banco de Santander, de 1,6 billones, mientras que el PIB de España fue de 1,3 billones. Y la magnitud de estas entidades financieras presenta su verdadera faz si se comparan sus cifras con las de las personas más ricas del planeta, que a menudo se nos presentan como todopoderosas: el valor de los activos de JP Morgan —podríamos decir que su fortuna— es, según el último listado de Forbes, 32 veces mayor que la del hombre más rico del mundo (Carlos Slim) o algo más de 60 veces la del español más rico (Amancio Ortega). Los activos del Banco de Santander tienen un valor 43,3 veces mayor que los de este último empresario. El poder financiero Pero no son solo las grandes cifras que envuelven a su negocio lo que explica el gran poder de la banca. En realidad hay muchas empresas multinacionales que tienen activos o volúmenes de ingresos incluso mayores, sin llegar a disfrutar de su gran capacidad de influencia y decisión. La diferencia es que los bancos disponen de muchísima más liquidez, más dinero contante y sonante, entre otras cosas, y como explicaremos en el capítulo siguiente, porque tienen el privilegio de crearlo. Y como tienen más dinero, resulta que los bancos pueden comprar todo lo que deseen y se les ponga por delante: empresas, medios de comunicación, bienes de todo tipo, suelo, viviendas, la libertad de las personas a las que endeudan de por vida, y la voluntad de los políticos a los que financian, legal o ilegalmente, o la de los multimillonarios cuyas fortunas gestionan en donde les haga falta para que puedan evadir impuestos o lavar sus negocios sucios. La prueba de ello es que no hay empresas con participación más variada en otro tipo de negocios o actividades. Hay empresas que son conglomerados, pero se conciben y actúan como un mismo tipo de negocio, mientras que lo que hacen los bancos es penetrar en otros siguiendo estrategias que simplemente les lleven a ganar más dinero, pero también, y sobre todo, a alcanzar más poder (y a ser posible, claro está, ambas cosas a la vez). En particular, les interesan las actividades que proporcionan influencia y capacidad de construir consensos que les sean favorables — medios de comunicación—, las que fomentan el endeudamiento — inmobiliarias— o las que proporcionan hegemonía ideológica — universidades y enseñanza en general, centros de investigación, etc.—. Los grandes bancos del mundo son, a su vez, el resultado de un proceso continuo de concentración: el número de entidades es cada vez menor y así son cada vez más poderosas. En España, por ejemplo, había siete grandes bancos en 1978 (Central, Banesto, Hispano Americano, Bilbao, Vizcaya, Santander y Popular), cuyos presidentes almorzaban una vez al mes y se repartían el mercado, mientras que ahora solo hay dos (BSCHA y BBVA) que puedan merecer ese calificativo. Y en las actividades y mercados financieros más concretos la concentración de dinero, de poder y de capacidad de decisión es aún mayor. Así, un informe de The New York Times reveló que solo nueve personas controlan el mercado de derivados que moviliza nada más y nada menos que unos 700 billones de dólares. El diario comentaba claramente en qué se traduce exactamente este dominio del mercado: Los miembros de esta élite de Wall Street se reúnen el tercer miércoles de cada mes en el Midtown de Manhattan, y comparten un objetivo común: proteger los intereses de los grandes bancos en el mercado de derivados, uno de los ámbitos más lucrativos y controvertidos de las finanzas, que tienen un secreto común: los detalles de esos encuentros, y sus identidades, han sido estrictamente confidenciales12. No es de extrañar, por tanto, que fuese uno de los grandes banqueros, David Rockefeller, quien estuviese detrás (además de la gran corporación Unilever y la CIA) de la creación del grupo Bilderberg y de la Trilateral, dos de los grandes centros de reflexión y dominio ideológico en donde los amos del mundo han gestado la mayor parte de las estrategias políticas que luego han ido adoptando los gobiernos de casi todo el planeta. Rockefeller no ha tenido nunca empacho a la hora de manifestar sus intereses como banquero y en qué clase de política y de instituciones los traduce desde ese tipo de organismos. En una entrevista a Newsweek International (1 de febrero de 1999) declaró: «cualquier cosa debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo», y en su discurso ante la Trilateral en 1991 afirmó que «la soberanía internacional de una élite intelectual y de banqueros es preferible al principio de autodeterminación de los pueblos»13. Detrás de una apariencia de negocio conservador y ajeno a las diatribas políticas, contento —como se decía siempre— con cualquiera que fuese el partido que gobernase, lo más cierto es que la banca está detrás del adoctrinamiento y de la difusión de la ideología neoliberal de la que se reviste el capitalismo de nuestros días. Susan George describe en varios de sus libros a la banca internacional, y a los grandes bancos controlados por Estados Unidos en particular, como la mano invisible del programa planetario puesto en marcha por el capitalismo liberal, al proporcionar todos los medios materiales necesarios para que la ideología sustituya a la argumentación científica y se consolide el discurso que justifica las políticas que les convienen. LO QUE LA GENTE INTUYE, CON RAZÓN, SOBRE EL PODER Cuando se le pregunta a la gente normal y corriente acerca de quién tiene el poder y la mayor influencia en nuestras sociedades suele responder con las ideas bastante claras. La percepción del poder La mayoría afirma que son los bancos, según se desprende de encuestas de opinión como las que en algún momento ha realizado en España el Centro de Investigaciones Sociológicas (aunque, significativamente, con muy poca frecuencia). En la última en la que se preguntó a los encuestados quién creían que «tiene más poder en España», las instituciones que se señalaban en mayor proporción (31,6%) eran los bancos. Si se tiene en cuenta que el 15,1% de las personas encuestadas consideraba entonces que eran las grandes empresas las que detentaban el mayor poder, resulta que casi la mitad de la población española, un 46,7%, señalaba que bancos y grandes empresas poseían realmente el poder en nuestro país, porcentaje que prácticamente duplicaba al de quienes situaban en primer lugar al gobierno (26,4%) y superaba aún con mayor amplitud al de los que pensaban en los partidos políticos (7,6%) o el Parlamento (2,6%). Es incluso más significativo que las personas de clases altas y con mayor nivel de estudios, a las que se presume más instruidas y con mejor conocimiento de cómo funcionan nuestras sociedades, señalaran aún en mayor medida a los bancos como las instituciones con mayor poder: un 38% de la clase alta, frente al 31% de la clase media y al 28% de los trabajadores cualificados y no cualificados. Y es muy interesante comprobar también que esta percepción del poder de los bancos ha aumentado precisamente a medida que la crisis ha ido golpeando a la inmensa mayoría de la sociedad española. En 2006 era un 50% el porcentaje de personas españolas, según esas mismas encuestas, que consideraban a los bancos como una de las instituciones más influyentes, mientras que en 2010 el porcentaje había aumentado al 65%, cuando la percepción de la influencia de las demás consideradas apenas si había variado. El corolario lógico de esa percepción sobre el poder de los bancos es que casi la mitad de la población española (un 44%) consideraba en 2009 que el poder político estaba desprotegido frente al poder económico, mientras que solo un 19% lo consideraba protegido14. Estas intuiciones de la gente se han hecho más fuertes, o incluso se han podido convertir en auténticas certezas, a medida que se ha ido desarrollando la crisis que estamos viviendo prácticamente en todo el mundo desde mediados de 2007. El comportamiento servil de los gobiernos ante «los mercados», detrás de los cuales no hay que ser un lince para descubrir precisamente a esas mismas grandes empresas y bancos, ha contribuido decisivamente a fortalecer esas sospechas de la opinión pública sobre la personalidad de quien en realidad decide sus destinos. Está empezando a ser corriente que no solo los dirigentes políticos de la periferia (en Grecia, Portugal o España), sino también los más poderosos, como Merkel u Obama, hayan tenido que olvidarse al día siguiente de muchas de sus propias propuestas, y hayan hecho oídos sordos de sus promesas electorales y compromisos previos, para aplicar disciplinadamente las imposiciones de banqueros y patronales, que no se han recatado en mostrarse como sus auténticos inspiradores. Y eso, naturalmente, hace que la gente se dé cuenta de que quienes de verdad mandan y tienen el poder no son los que están a la cabeza de los gobiernos, sino otros que, aunque no siempre se perciba con claridad, están ahí, dando órdenes y decidiendo. Es verdad que se hace todo lo posible para ocultar estos hechos o que no se recuerdan constantemente, por ejemplo, las promesas luego incumplidas en casi su totalidad del G-20, que reunió a los líderes de los países más poderosos del mundo para asegurarnos a todos que actuaría con la mayor eficacia contra los responsables de la crisis. Pero, incluso a pesar de ese disimulo, la gente, como nos indican los datos que acabamos de mencionar, no es tonta y se da cuenta de quién tiene verdaderamente el poder. O, al menos, de que no lo tiene quien se presenta como si lo tuviera. DESCUBRIR EL VERDADERO ROSTRO DEL PODER Ahora bien, aunque es cierto que incluso los ciudadanos normales intuyen dónde está de verdad el poder y que la mayoría de las personas reconocen a los bancos como las instituciones que lo detentan en mayor medida, la realidad es que la gente no suele ser consciente, o no tiene demasiada información, acerca de los mecanismos por los que llegan a ser tan poderosos. Y a menudo, ni siquiera sospecha a través de qué medios lo ejercen, lo que explica que habitualmente le resulte tan difícil defenderse de ellos. De hecho, podríamos decir que incluso hoy día se desconoce casi por completo lo que es un banco y lo que de influyente para la vida social hay en su funcionamiento. Entre otras cosas, porque como señaló hace tiempo el profesor José Luis Sampedro, en este país ocurre algo curioso: nos enseñan en el bachiller qué es la calcopirita (que casi con toda seguridad ni veremos nunca ni jamás tendremos en nuestras manos), pero nadie nos explica qué es una entidad financiera, cómo funciona y qué consecuencias tiene que funcione como funciona. La ignorancia cultivada sobre la banca Se trata de una ignorancia que podríamos denominar «cultivada» ex profeso, justo para que la banca saque de ella los mayores rendimientos, y que hace, por ejemplo, que un 40% de los hogares españoles (lógicamente los de menor renta y menos conocimientos financieros) dispongan de sus recursos en cuentas corrientes a la vista que no les deparan ningún tipo de rentabilidad, o que apenas dispongan de la información imprescindible para evitar ser engañados y estafados continuamente. Una buena prueba de esto es la encuesta de la Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (CEACCU) de marzo de 2010, que demostró que la inmensa mayoría de las personas que contratan productos financieros con los bancos (el 70% de los casos) lo hace «a ciegas», porque las entidades no ofrecen al usuario tiempo para revisar las cláusulas o el contrato, en contra de lo previsto en la normativa financiera. Claro que eso tiene como contrapartida una desconfianza creciente de la población hacia la banca. Según un informe de la Organización de Consumidores y Usuarios, en 2010 solo el 36% de los españoles confiaba en los consejos de su banco (doce puntos menos, por cierto, que en 2007, antes de que se destaparan los engaños que han ido asociados a la crisis15). Mientras que otro estudio de la consultora Otto Walter mostraba que solo el 28% de los clientes se muestra muy satisfecho o satisfecho con su entidad bancaria16. La consecuencia y la preocupación subsiguientes son claras. Si las personas que invierten sus ahorros en los bancos ni siquiera saben lo que están haciendo y el destino que le darán a su dinero, ¿qué conocimiento tendrán entonces de algo tan sofisticado como el funcionamiento de los bancos aquellas personas que tienen con ellos una relación aún más lejana y menos trascendente para sus finanzas personales o familiares, las que se limitan a utilizarlos para cobrar sus nóminas, domiciliar sus recibos, hipotecar sus viviendas o recibir de vez en cuando un préstamo personal? Este desconocimiento es lo que ha permitido que los bancos hayan engañado en España a miles de personas en los últimos años, ofreciéndoles productos financieros fraudulentos, imponiéndoles cláusulas abusivas o destinando sus ahorros sin decirlo a inversiones especulativas que han terminado perdiendo todo su valor. Y es también lo que consigue que la población acepte sin rechistar juicios completamente infundados sobre lo que conviene hacer con los bancos, como que no se les puede dejar caer a pesar de que estén quebrados por su comportamiento irresponsable, o que hay que darles todo el dinero público que necesiten con independencia de que luego lo usen en contra de los intereses de la economía nacional. Nada mejor que mantener a la gente en la ignorancia para poder convencerla fácilmente de que acepte aquello que en realidad no le conviene nada. Abrir los ojos En los próximos capítulos vamos a tratar de poner al descubierto lo que hay detrás de ese velo de ignorancia colectiva que cubre la actividad de las entidades financieras que dominan el planeta, de quienes se empeñan en actuar como si fueran los amos del mundo, de aquellos de quienes dependen nuestro bienestar e incluso la supervivencia de millones de personas. Vamos a tratar de mostrar quiénes son, de dónde procede su poder y cuáles son los instrumentos que utilizan para consolidarlo. Y, sobre todo, trataremos de mostrar que tal poder puede ser contestado. Como hemos subrayado, el poder de los amos del mundo es enorme. Pero no son omnipotentes, de modo que los ciudadanos pueden enfrentarse a ese poder e incluso vencerlo. Tal y como hemos indicado al inicio del capítulo, si la población se moviliza puede llegar a neutralizar la influencia de tales intereses e incluso conseguir lo que desea, es decir, mejorar su bienestar económico y social, a costa de los intereses de los amos del mundo. Tanto a nivel internacional como nacional existen múltiples ejemplos de que si una parte significativa de la ciudadanía se lo propone se pueden mover montañas. Lo estamos viendo ahora, cuando las políticas de austeridad impuestas por los poderes financieros a los países de la Unión Europea están siendo cuestionadas por la enorme agitación social existente en los países que las sufren, en una lucha cuyo final todavía no se ha escrito. EL PODER DEL DINERO Y DE LA BANCA COMO acabamos de ver, los bancos son las instituciones más poderosas de entre los más poderosos del planeta. Sus dueños, que no solo dominan sus propias entidades, sino también directa o indirectamente otras financieras (fondos de inversión, compañías de seguros, etc.), son, junto con los de las grandes corporaciones industriales, los amos del mundo. Pero, como también hemos comentado, no tanto porque casi nadie disponga de más dinero que ellos, sino por la amplitud de sus actividades, por la extensión de los negocios en los que participan y que controlan, y, sobre todo, porque disfrutan de un privilegio muy especial: pueden crear dinero. Entender bien la naturaleza de este privilegio es fundamental para conocer cómo apareció y cómo se ha fortalecido el poder de la banca a través de la historia. Y es algo de lo que la gente corriente no suele ser consciente. En general, se suele tener una actitud casi reverencial hacia la moneda y el dinero. Tradicionalmente (y todavía en la inmensa mayoría de los países) la moneda ha sido uno de los grandes símbolos nacionales, junto a la bandera o al himno nacional. Su valor y estabilidad suelen equipararse a los de la nación en su conjunto y, dada su importancia en los negocios ordinarios de nuestra vida (así definía Alfred Marshall la actividad económica), se tiende a creer que es el Estado quien tiene el monopolio de producir el dinero en la cantidad que particulares y empresas necesitamos. Por eso también la mayoría de la gente se sorprende sobremanera cuando escucha que la realidad no es así, que hoy día los Estados solo crean directamente bastante menos del 10% del dinero circulante. Y su sorpresa suele ser mucho mayor cuando oyen que el resto, es decir, la inmensa mayoría de los medios de pago que utilizamos en nuestro quehacer diario, y mucho más en el caso de las operaciones financieras más sofisticadas, lo crean los bancos y en menor medida las grandes empresas. Cuando la gente descubre esto último es cuando empieza a comprender de dónde viene el poder ingente de los bancos: por poco que se sepa de economía, es fácil deducir que quien tiene la posibilidad de crear el dinero es quien tiene de verdad el poder. Precisamente por eso, puesto que al saber quién crea el dinero se deduce fácilmente quién tiene realmente el poder en nuestras sociedades, es normal que siempre se haya hecho todo lo posible para ocultar la verdadera naturaleza del negocio bancario, es decir, la forma en que los banqueros crean dinero y obtienen poder a costa del resto de la sociedad. A los banqueros no les interesa que la gente sepa que su poder es el resultado de un privilegio tan beneficioso para ellos como costoso e innecesario para los demás. En este capítulo vamos a tratar de desvelarlo, explicando de la forma más sencilla posible qué es el dinero, cómo se crea y cómo se convierte en la fuente del poder inmenso que tienen los banqueros, los amos del mundo. EL ORIGEN DE LAS MONEDAS, DEL DINERO Y DE LA BANCA El dinero es cualquier cosa generalmente aceptada para pagar deudas, y casi todos los economistas defienden la idea de que sus primeras manifestaciones, las monedas, nacieron para facilitar el comercio y para superar la fase del trueque que impedía que el intercambio se generalizase. El trueque es el sistema de intercambio en el que una mercancía se cambia directamente por otra. Y es lógico que, cuando el comercio se realiza a través de él, no se pueda desarrollar en gran medida. Para llegar al intercambio por medio del trueque, el poseedor de algo debe encontrar a alguien que quiera lo que él posee y que al mismo tiempo tenga lo que uno busca. Algo que no suele ser fácil que ocurra, y mucho menos cuando se trata de mercancías o de necesidades algo complejas. Sin embargo, si hay dinero de por medio, las cosas son más fáciles, porque un sujeto puede vender los bienes de su propiedad a cambio de dinero y ya con ese dinero buscar y comprar a cualquier otra persona aquello que necesite. Todo mucho menos costoso, más cómodo y rápido. Esta explicación del nacimiento del dinero es lógica, pero algunos descubrimientos arqueológicos muestran que no es del todo cierta. Las primeras monedas fraccionarias, las primeras formas de dinero, se empezaron a utilizar en el antiguo reino de Lidia entre los años 680 y 560 a. C., y lo curioso es que todo parece indicar que no estaban dedicadas a facilitar los intercambios comerciales para superar al trueque, como casi siempre han supuesto la mayoría de los economistas, sino a determinadas relaciones personales (como la entrega de la dote) o a actividades vinculadas con la vida pública (pago de impuestos o pago a los soldados). Es decir, que las primeras monedas que se utilizaron como dinero nacieron con un uso bastante más ligado a relaciones entre personas que al comercio, que es una relación que más bien se da entre personas y cosas. No es fácil saber si esas primeras monedas eran acuñadas por los reyes o si estos encargaban su producción a los ricos del país, pero, en cualquier caso, sí parece que, desde su inicio, el dinero en forma de monedas fue algo más que un simple instrumento para el intercambio o una unidad de cuenta, como más tarde se ha querido creer. Las monedas nacieron y se utilizaron, en realidad, como la expresión de una auténtica relación social, como un símbolo del poder y de sometimiento hacia quien las emitía. Desde que empezaron a usarse se convirtieron, tal y como más tarde afirmaría el economista británico John Maynard Keynes, en un acto de vanidad o de patriotismo, una expresión del señoreaje poderoso del rey, que directa o indirectamente, por medio de otra persona o institución, las emite. Efectivamente, en todas las sociedades en donde ha existido la emisión del dinero, su producción, bien fuese directamente por los reyes o por el Estado, o indirectamente cuando estos la encargaban a otros, ha sido una de las vías esenciales por las que la autoridad ha afirmado su poder. Es por eso que podemos decir que el dinero es algo más que un medio de cambio o una simple unidad de cuenta. También es algo expresivo de una relación social básica y generalmente muy desigual, la que se da entre quienes han de utilizarlo para poder adquirir lo que necesitan y entre quienes pueden emitirlo a su libre albedrío o según su conveniencia. La simple existencia del dinero es la demostración palmaria (aunque eso es justamente lo que siempre se trata de ocultar a la gente) de que en nuestras sociedades hay quien está arriba y quien está abajo, es decir, en diferentes posiciones y con distintos derechos y capacidades a la hora de satisfacer las necesidades o de tomar decisiones, porque todas ellas dependen del poder que se tenga, y este está muy condicionado por el dinero del que se disponga. Sí es cierto, sin embargo, que, sin perder ese carácter simbólico, las monedas fueron circulando y siendo utilizadas cada vez más en las actividades comerciales. De hecho, sabemos que los que controlaban su producción y circulación se ubicaron en los templos, donde disponían de unos tableros o «bancos» en los que llevaban a cabo su actividad monetaria, básicamente consistente en proporcionar financiación a los comerciantes que la necesitaran o cambio a quienes disponían de monedas emitidas en otros lugares. Algunos historiadores afirman haber descubierto en China monedas fabricadas mucho tiempo antes que las de Lidia, y es posible que así ocurriera, pero lo realmente interesante allí fue que existió muy tempranamente otra forma de dinero que despareció pronto pero que volvió a aparecer unos siglos más tarde en todo el mundo: los billetes. Las monedas más antiguas estaban fabricada con materiales muy diversos, pero generalmente con metales preciosos o aleaciones. Las primeras de Lidia eran de una mezcla de oro y plata llamada electro y las de China estaban hechas con cobre. Y lo que ocurrió en este último país fue que un periodo de escasez de cobre llevó a las autoridades de la época a emitir billetes llamados dinero volante, que comenzaron a circular informalmente a partir del sigo vii y de forma oficial desde 812. Marco Polo los descubrió en sus viajes y los mostró a su vuelta, generando gran incredulidad, pues hasta el siglo xvii no se conocerían en Europa. Una invención que los chinos dejaron más bien pronto porque se produjo un exceso tan grande de emisión que perdieron casi completamente su valor, aunque su uso se generalizaría, mucho más tarde, en todo el planeta. La Edad Media no fue una época muy dada a la expansión monetaria porque la mayoría de los intercambios se realizaba fuera de los mercados y también porque la Iglesia había prohibido el cobro de interés, lo que frenaba el uso del dinero para realizar préstamos. Pero a lo largo del siglo xiii se producirá una importante expansión del uso del dinero y de la actividad monetaria como consecuencia de las Cruzadas. Los desplazamientos crecientes obligaron a movilizar también capitales y medios de pago de un lugar a otro, y eso fue lo que poco a poco fue incentivando la aparición de unos comerciantes especializados en poner dinero a disposición de quien lo necesitase en diversos lugares del mundo. Los primeros comerciantes-prestamistas Así, algunos ricos comerciantes, inicialmente italianos, que tenían contactos en los diversos lugares por donde transcurrían las principales rutas comerciales idearon fórmulas que permitían que alguien que había depositado dinero en su lugar de origen fuese obteniendo liquidez en otros sitios, donde los comerciantes-banqueros tenían socios (o corresponsales, como más tarde se diría) que, a cambio de una determinada comisión, le iban entregando las sumas solicitadas. Y tan importante llegó a ser este trasiego de capitales que los comerciantes italianos implicados en él llegaron a inventar la letra de cambio para llevar a cabo ese tipo de operaciones. Es decir, un documento que contenía una orden escrita dada por una persona a otra para que esta pagase una determinada cantidad de dinero en un momento dado a un tercero. Además de facilitar estos pagos, el movimiento del dinero de un lugar a otro y, por tanto, el comercio, las letras de cambio tuvieron también otro efecto importante: permitieron sortear la prohibición eclesiástica de prestar con interés. Aunque este seguía condenado, mediante las letras se conseguía fijar una «compensación» por el riesgo de impago o extravío que pudiera darse, teniendo en cuenta que, efectivamente, en el camino se producían muy a menudo pérdidas. La Iglesia hizo la vista gorda a este interés camuflado y eso hizo rentable el dedicarse a financiar a los viajeros y comerciantes que se desplazaban cada vez más frecuentemente, es decir, la concesión de auténticos préstamos. La enorme cantidad de ingresos que generaba su actividad comercial les proporcionaba una gran liquidez, y eso, junto a los beneficios derivados de conceder préstamos, llevó a que estos comerciantes se dedicaran casi compulsivamente a encontrar nuevos clientes a los que prestar. Pero fue curiosamente ese incremento de la liquidez disponible en comerciantes como los Bardi, los Peruzzi o más tarde los Médici o los Fugger, estos últimos en Alemania, lo que les proporcionó, casi al mismo tiempo, grandes beneficios y un inmenso poder, y desencadenó su pronta ruina. Con recursos tan cuantiosos, comenzaron a prestar a las casas reinantes, que veían en esos créditos la forma de multiplicar sus ejércitos y ampliar su dominación o simplemente sus patrimonios suntuosos. Los comerciantes- prestamistas que los concedían normalmente recibían garantías que resultaron muy inadecuadas, como joyas de la corona, derechos de aduana o el cobro de determinados impuestos. Eran garantías que proporcionaban poca solvencia porque habitualmente había muchos problemas para convertirlas en efectivo, pero que no les quedaba más remedio que aceptar, bien porque lo imponían los reyes, bien porque así conseguían quedarse con el monopolio del comercio de determinados bienes, que era lo que en realidad buscaban (porque su actividad principal no era la de prestamistas o banqueros incipientes, sino la de comerciantes). Aunque todos ellos gozaron de años de gran esplendor gracias a todas esas operaciones, la cantidad excesiva de préstamos concedidos a las casas reales y la inadecuada garantía recibida produjo en diferentes momentos y circunstancias la quiebra de los grandes comerciantes-prestamistas del Renacimiento. Los grandes banqueros y los primeros bancos centrales Solo fue hacia el siglo XVII cuando aparecieron, casi al mismo tiempo en Londres y en Estocolmo, los primeros orfebres que pronto merecerían el título de banqueros en sentido estricto, porque iban a conceder los préstamos mediante un procedimiento diferente al utilizado por los comerciantes-prestamistas. Los orfebres recibían depósitos y emitían certificados en los que no constaba el material en sí, sino su valor, de modo que al ser retirados no se reembolsaba el mismo objeto depositado, sino algo por el mismo valor anteriormente determinado. Además, pronto se dieron cuenta de que sus depositantes no retiraban inmediatamente ni todos al mismo tiempo sus depósitos, de modo que se planteó la posibilidad de hacer un buen negocio si mantenían solo una parte de estos en sus cajas de caudales y prestaban con el resto a quienes necesitaran dinero. Y así fue como apareció el negocio bancario (cuya naturaleza concreta explicaremos enseguida) tal y como lo conocemos en nuestros días, un negocio que fue creciendo a medida que aumentaba la necesidad de disponer de financiación para desarrollar el capitalismo que poco a poco emergía de las viejas estructuras de la sociedad feudal. De hecho, la revolución industrial que afianzó ese desarrollo capitalista fue el hito que marcó la consolidación de la banca como negocio especializado y de gran dimensión, capaz de financiar las grandes inversiones en infraestructuras y en nuevas factorías que requerían gran cantidad de capital y a largo plazo. Inicialmente se desarrollaron multitud de bancos más bien pequeños especializados en la recepción de depósitos y en la atención al comercio, financiando las compras y ventas con otros países y favoreciendo el intercambio de divisas. Pero a medida que la demanda de capital fue aumentando con la Segunda Revolución Industrial de la segunda mitad del siglo XIX se fue dando un proceso de concentración bancaria, paralela a la industrial —y más tarde incluso la combinación de ambas, creándose los grandes conglomerados industriales y financieros—, que dio lugar a la aparición de los grandes bancos de inversión, dedicados a la colocación de valores a tipo fijo a largo plazo, muchos de los cuales han permanecido entre nosotros hasta hoy. Como se sabe, Inglaterra fue el gran centro de esta revolución y eso hizo que allí se acumulara una extraordinaria masa de capital, que se generase un volumen ingente de ingresos y que, por tanto, se produjera una gran cantidad de ahorro que manejaban esos bancos y que pronto movilizaron hacia todo el orbe, consolidando así un gran sistema bancario internacional. Durante esta etapa, en paralelo a la acumulación de capital que se produjo de la mano de la revolución industrial y gracias a la cual se consolidaron los grandes bancos, también aparecieron los primeros bancos centrales. Salvo en los casos de Francia o Prusia (donde eran públicos), se trataba inicialmente de bancos privados a los que los Estados —que ya intuían el poder simbólico y material que implicaba la emisión de dinero, y mucho más cuando empezaba a darse a gran escala— concedían determinados privilegios. Su actividad como bancos centrales comenzó cuando se les dio el monopolio de emisión de billetes convertibles en oro y plata a cambio de que financiaran al gobierno cuando este lo reclamase. Un privilegio que poco a poco hizo que se centralizasen en ellos las reservas de oro y plata y que en última instancia terminaran por convertirse en financiadores de los demás bancos, es decir, que acudieran en su ayuda cuando estos se encontrasen en dificultades. Esa función situaba a estos nuevos bancos centrales por encima de los demás, pero como eso era algo que convenía a todos, porque daba seguridad y respaldo no solo a los gobiernos, sino también a los demás bancos, su presencia se aceptó sin dificultades. Incluso se permitió que fuesen acumulando a lo largo del tiempo otras funciones de supervisión y control con la intención de garantizar la estabilidad del sistema bancario en su conjunto y evitar que tuvieran que acudir innecesariamente en socorro de otros bancos. El gran desarrollo industrial de la segunda mitad del siglo XIX y la enorme demanda de capital para la inversión que necesitaron las grandes infraestructuras, como las del ferrocarril, consolidaron un sector bancario ya muy poderoso y dominante, pero la gran crisis de los años veinte del siglo pasado produjo un cambio muy importante en su naturaleza y configuración. Las quiebras traumáticas y la larga depresión se llevaron por delante a muchos bancos, y la experiencia del fallo sistémico que había producido una banca privada sin demasiado control hizo que después de la Segunda Guerra Mundial se iniciara un largo periodo de nacionalización de gran parte del negocio bancario. O, al menos, de establecimiento de severos controles sobre su actividad. En este nuevo modelo desempeñaron un papel clave unos bancos centrales muy potentes y con gran protagonismo dedicados a financiar a los gobiernos y a garantizar la solvencia de la banca privada. Un statu quo que proporcionó una gran estabilidad financiera (prácticamente no hubo ninguna crisis financiera o bancaria entre 1945 y 1970), pero que saltó por los aires, como veremos en el siguiente capítulo, después de la gran crisis de los años setenta del siglo pasado. En resumidas cuentas, lo que hemos querido mostrar en este rápido recorrido histórico es que desde muy pronto la banca se consolidó como canalizadora de gran parte de la masa monetaria que circulaba en las distintas economías. Lo que quiere decir que durante casi toda la historia de la economía la banca no ha dejado de tener un papel de extraordinaria relevancia en su funcionamiento global. Desde sus orígenes fue la fuente que proporcionaba el dinero con el que se podían poner en marcha las diferentes actividades económicas o, al menos, las que necesitaban de mayor volumen de recursos para desarrollarse. Los banqueros ganaban así mucho dinero, aunque menos que otros industriales, y más reputación y poder que otra cosa. Su negocio era cómodo y estaba ligado al buen funcionamiento de la economía, pues lo único que tenían que hacer era encontrar clientes solventes y esperar luego a que sus negocios fuesen bien para que les pudieran devolver religiosamente los préstamos recibidos. Créditos más arriesgados en busca de un beneficio por encima de lo normal o garantías menos seguras con tal de ampliar el negocio con otro tipo de actividades suponían, más pronto que tarde, su ruina: tal le ocurrió a los primeros Médici con los reyes de Inglaterra y a los Fugger con los Habsburgo. El flujo del dinero, la financiación de la economía, estaba encomendado, pues, a una institución sumamente poderosa pero en realidad muy conservadora. Se decía que un buen banquero era el que se limitaba a poner en marcha la estrategia del 3-6-3: tomar el dinero al 3%, prestarlo al 6% e irse a las tres a jugar al golf. Una mentalidad y un estado de cosas que cambió sobremanera a partir de los años setenta del siglo xx, cuando los amos del mundo embarcaron a la economía mundial en una era de inestabilidad financiera y de crisis recurrentes y cada vez más graves. LAS DIFERENTES FORMAS DEL DINERO A lo largo de la historia el dinero se ha utilizado, como ya adelantamos, bajo muchas formas. Inicialmente se empleaban algunas mercancías como dinero: conchas, piedras, granos de arroz, incluso vacas en algunos lugares, y, por supuesto, trozos de diverso peso y forma de variados metales preciosos (oro, plata, cobre, bronce…), antecedente de lo que hoy conocemos como moneda fraccionaria. A este dinero que consistía en cosas con valor por sí mismas se le denomina dinero-mercancía. Se usó durante mucho tiempo, pero fue desapareciendo porque su utilización era engorrosa, sobre todo a la hora de dividir las unidades o de transportarlo. Incluso las monedas de contenido metálico daban problemas porque tenían un doble valor: el correspondiente al metal que contenían y el nominal establecido por la autoridad que las acuñaba. Si se producía, por ejemplo, una disminución de la cantidad de oro existente, el precio del metal subía. Pero como las monedas de oro seguían teniendo el mismo valor nominal, resulta que no interesaba mantenerlas como tales, sino fundirlas y vender el oro que contenían. Y también podía ocurrir lo contrario, lo que daba lugar a que la disponibilidad de monedas dependiera demasiado de la oferta y demanda de los metales y no de las necesidades de los intercambios. Esa disparidad (o también el hecho de que las monedas metálicas se pudieran falsear fácilmente, quitándoles parte del oro o la plata que tenían) determinó que las monedas fueran perdiendo su contenido metálico y que se empezasen a emitir hechas con materiales muy baratos. El dinero legal Al mismo tiempo, como hemos visto en el epígrafe anterior, a partir de un determinado momento los orfebres que recibían depósitos de metales comenzaron a emitir a su cuenta unos certificados («Fulano pagará al poseedor de este certificado la cantidad de…») que podían ser utilizados como medio de pago porque se tenía la certeza de que su emisor cumpliría. Y como los orfebres también empezaron a usar en paralelo esos depósitos para conceder préstamos que podían hacer efectivos proporcionando a sus clientes esos mismos certificados, resultó que los comerciantes y poseedores de joyas o fortunas comenzaron a llevar consigo cada vez más certificados, que siempre eran más cómodos de transportar y utilizar que las monedas, para emplearlos como medios de pago, como dinero. Y de ahí nacieron los que luego hemos conocido como billetes. De hecho, hasta hace poco, en los billetes españoles, como en los de otros países, se decía: «El Banco de España pagará al portador…», y después se señalaba el valor del billete. Era una reminiscencia de cuando el emisor del billete lo que hacía era garantizar que se pagaría esa cantidad a quien se presentase con el certificado o billete en la casa del orfebre o banco. Cuando el dinero empezó a tener forma de monedas sin apenas valor metálico y de billetes —que tampoco valen nada como papeles—, resulta evidente que si una persona aceptaba el pago con ellos era simplemente porque confiaba en que otras también lo aceptarían. Por eso decimos que las monedas y billetes que utilizamos normalmente, y que no valen nada como mercancía, son el dinero fiduciario, porque se usan solo en la medida en que tenemos confianza en él y no por su valor intrínseco (fiducia es ‘confianza’ en latín). Y puesto que las monedas y billetes son emitidos por quien tiene autoridad suficiente para hacerlo, el Estado directamente o indirectamente a través de bancos centrales públicos o privados, decimos que constituyen el dinero legal. El dinero bancario Cuando se le pregunta a la inmensa mayoría de las personas corrientes qué es lo que forma el dinero en nuestros días, se limitan a responder que las monedas y los billetes. Es decir, asocian inmediata y directamente el dinero en general con el dinero legal, y por eso tienden a creer que la creación del dinero y el control de su circulación en la economía es algo que tiene que ver solo con el Estado, una idea que se ve reforzada porque también intuyen su gran valor simbólico, como comentamos más atrás, no solo para la economía, sino para la nación en su sentido más elevado. Se trata de una confusión grave y que tiene una gran trascendencia porque dificulta que la mayoría de las personas distingan dónde está el poder monetario, que al fin y al cabo es lo mismo que decir el poder social y político: si creen que el dinero son solo las monedas y los billetes que emite el Estado, la autoridad pública o política, pensarán que el poder derivado de ese privilegio lo tiene esa autoridad a la que respetan y obedecen como tal. La confusión radica en que se suele desconocer que el dinero legal representa un porcentaje muy bajo del total del dinero que utilizamos en la vida económica (menos del 10% en casi todos los países y en algunos incluso por debajo del 5%) y que la inmensa mayoría del dinero lo crean los bancos. Naturalmente, los bancos no crean dinero legal (monedas y billetes), sino medios de pago que llamamos dinero bancario (algunos autores en otras lenguas lo denominan dinero escritural para expresar que procede, como veremos enseguida, simplemente de una anotación escrita en las cuentas de los bancos). El procedimiento por el que se crea el dinero bancario es muy fácil de entender, puesto que nace cada vez que un banco concede un préstamo o crédito17. Supongamos que Pedro se deja convencer por un banquero y deposita los 100 euros de los que dispone en un banco, a cambio de recibir un interés del 4% al año. En ese momento, el banco hace dos anotaciones en su balance, que es el libro en donde registra sus cuentas: —Por un lado, anota que tiene 100 euros como un activo (los activos son los bienes o los derechos sobre otros que tiene alguien), y más concretamente en concepto de dinero metálico entregado por Pedro. —Por otro, anota que tiene un pasivo (los pasivos son las obligaciones de alguien) de 100 euros, puesto que ese metálico es en realidad de Pedro, a quien está obligado a devolvérselo en el momento en que lo reclame. Al hacerse este depósito tampoco ha cambiado la cantidad de dinero en la economía. Sigue habiendo 100 euros, aunque ahora estén físicamente en otro lugar, en la caja del banco. Ahora supongamos que otra persona, Rebeca, necesita 20 euros y veamos qué ocurre en la economía si Pedro le presta esa cantidad o si es el banco quien lo hace. Si Pedro tiene 100 euros y le da 20 en préstamo a Rebeca la cantidad de dinero existente en la economía sigue siendo la misma: 100 euros, solo que ahora 20 están en el bolsillo de Rebeca y 80 siguen en el de Pedro. El préstamo entre particulares no ha alterado la cantidad de dinero total, aunque sí produce un efecto importante: Pedro ha renunciado a poder gastar una parte de su dinero, los 20 euros que le presta a Rebeca. Pero ¿qué ocurre si no es Pedro quien le da un préstamo de 20 euros a Rebeca, sino el banco? Rebeca irá seguramente atemorizada a la sucursal bancaria preguntándose si el señor banquero le hará el favor de concedérselo. Pero el banquero no tiene duda: desde que recibió el depósito de Pedro está pensando que este, con toda seguridad, no va a retirar la cantidad depositada de golpe, de modo que si deja una parte de esos 100 euros depositados para atender a su reembolso y encuentra a otra persona que desee un crédito puede hacer un buen negocio siempre que le cobre más del 4%. Cuando llega Rebeca a su banco, el banquero se frota las manos y, aunque seguramente le pondrá pegas para disimular quién hace el favor a quién, le concederá enseguida el préstamo deseado de 20 euros a un tipo desde luego superior al 4%, pongamos que al 7%. Supongamos que pone esa cantidad a su disposición en un depósito a su nombre y que le entrega unos cheques o una tarjeta con los que puede utilizarlo. ¿Cuánto dinero hay en la economía en el momento en que se concede dicho crédito? Como la inmensa mayoría de la gente piensa que el dinero es simplemente el dinero legal, contestará que sigue habiendo 100 euros. Pero si entendemos que el dinero es lo que es, es decir, medios de pago, veremos claramente que hay más: Pedro puede hacer pagos con su talonario de cheques por valor de 100 euros y Rebeca puede pagar hasta gastar los 20 euros que le han dado de préstamo. Por tanto, desde el mismo momento en que se hizo efectivo el préstamo, en la economía hay 120 euros en medios de pago. No se han creado ni monedas ni billetes (siguen existiendo por valor de 100 euros), pero sí medios de pago que llamamos dinero bancario por valor de esos 20 euros. Lo que ha ocurrido, por tanto, es que el banco ha creado dinero. Y lo ha hecho, como decía el premio Nobel de Economía Maurice Allais, ex nihilo, es decir, desde la nada18. En realidad, en sentido estricto, el banco crea el dinero en la medida en que crea deuda, pero lo cierto es que esta también se crea desde la nada: simplemente anotando el banco en el activo de su balance que los 100 euros que Pedro había depositado ahora se convierten en 80 mantenidos en la caja y 20 en un préstamo concedido a Rebeca y que esta se obliga a devolver. En los cursos de teoría económica se estudia con más detalle este proceso de creación de dinero (al que técnicamente se denomina también proceso de expansión múltiple de los activos bancarios) y es muy fácil demostrar tres ideas fundamentales. La primera, que el proceso puede llevarse a cabo indefinidamente, porque el préstamo de 20 euros de Rebeca va a ir convirtiéndose en nuevos depósitos, que van a generar nuevos préstamos que irán multiplicando la cantidad de dinero que crea el sistema bancario (no necesariamente un solo banco). La segunda idea importante es que el banco podrá crear más o menos dinero en función de dos factores principales. Uno es la mayor o menor retención del dinero que hagan las personas o empresas. Si, por ejemplo, Rebeca deposita enseguida sus 20 euros, el banco puede conceder rápidamente nuevos préstamos con cargo a ellos, como hizo con el depósito de Pedro. Si, por el contrario, Rebeca prefiere mantener en su bolsillo los 20 euros, el banco no podrá lógicamente utilizarlos para dar nuevos préstamos. Esto es lo que explica que a lo largo del tiempo los bancos hayan hecho todo lo posible para obligar a que las nóminas se cobren a través de sus oficinas, que por allí se tengan que pagar también obligatoriamente toda clase de recibos, o que procuren que el mayor número de personas utilice tarjetas… Es decir, que la gente use el dinero líquido en la menor medida posible, manteniéndolo cuanto más tiempo mejor (para ellos) en el banco. El otro factor que influye en la cantidad de dinero que puede crear el banco es la magnitud de la reserva que tenga que conservar obligadamente para hacer frente a la retirada de fondos de los clientes. Por eso se dice que este modo de actuar se basa en el principio de las reservas fraccionarias. Si están obligados a mantener el 98% de los depósitos recibidos, por ejemplo, podrán crear muy poco dinero, pero si es solo el 2%, podrán crear mucho. Por eso los bancos también han luchado y conseguido que esa reserva sea la menor posible en las normas internacionales. En los años setenta del pasado siglo llegaba a ser de un 30%, pero ahora el llamado coeficiente de caja (que es el porcentaje que deben preservar en dinero líquido para hacer frente a posibles retiradas de fondos) es del 2%, al cual habría que añadir otro del 8% que deben tener en fondos propios y alguno más establecido por las autoridades nacionales, lo que hace un total de más o menos el 10%. Lógicamente, si se tienen en cuenta estos dos factores y que el primero depende de circunstancias incluso personales y culturales difíciles de evaluar objetivamente, es fácil comprender que no resulta sencillo determinar con exactitud qué cantidad de dinero pueden crear los bancos a partir de los depósitos. Sin embargo, se puede estimar y sabemos que es mucho: un trabajo clásico del Federal Reserve Bank of Chicago calculó que con reservas de un 10% (más o menos las que en total pueden estar manteniendo hoy día los bancos) la banca crea dinero por valor diez veces mayor que los depósitos que recibe19. Posiblemente se trate de una estimación al alza, pero, en cualquier caso, se puede afirmar que, por cada euro que reciben en depósito los bancos, crean nuevos medios de pago por valor de entre cinco y diez euros. La tercera idea importante es que esta capacidad de crear dinero por parte de la banca está condicionada también, aunque no totalmente como a veces se quiere hacer creer, por las decisiones que tomen las autoridades y los bancos centrales. Estos son los que establecen los coeficientes de reservas que hemos comentado, pero también los que pueden obligar a los bancos a que depositen una parte de su liquidez en el banco central (reservas obligatorias), reduciendo así la disponibilidad para conceder nuevos préstamos. Y también quienes pueden aumentar o reducir los préstamos que dan a los bancos para hacer que tengan mayor o menor liquidez y, por tanto, más o menos capacidad para crear dinero. Gracias a todo ello, el banco central puede limitar el privilegio de creación de dinero que tiene la banca, pero lo cierto es que lo que ha hecho en los últimos decenios ha sido precisamente lo contrario, es decir, aumentarlo reduciendo coeficientes, elevando las ayudas e inyecciones de liquidez y, sobre todo, dejando que los bancos se endeuden casi sin limite a través de préstamos de otros bancos o permitiendo que realicen otros muchos tipos de operaciones para alcanzar esa liquidez. Entre estas destaca la titulización, que consiste en vender activos de su balance (por ejemplo, contratos de préstamos) a otros inversores a cambio de un tipo de interés elevado, que analizaremos después con detalle. De esta forma se obtiene nueva liquidez con la que seguir dando préstamos y se sortean los límites legales impuestos sobre las reservas. Más adelante veremos los problemas a que ha dado lugar esta práctica. Por eso, aunque la tesis más convencional es que los bancos centrales pueden fijar en última instancia la cantidad de dinero porque controlan a la banca a través de esos medios que hemos comentado, lo cierto es que, a la postre, la banca elude este control y ha podido multiplicar la deuda para así crear dinero y obtener beneficio. Otras formas de dinero El dinero legal (monedas y billetes) y el bancario no son las únicas formas del dinero en nuestros días, ni todas sus manifestaciones concretas. Paralelamente a la expansión de los negocios financieros han aparecido otras formas de dinero que traen consigo también otras implicaciones importantes. De entrada, los depósitos que pueden recibir los bancos y a partir de los cuales crean medios de pago son de muy diverso tipo: a la vista, cuando es posible retirar los fondos inmediatamente, a plazos más o menos largos o con otro tipo de condicionantes, lo que da lugar a que se puedan definir distintas variedades de dinero. Y, además, han aparecido nuevas formas de dinero creado directamente por las grandes empresas. Así, se suelen distinguir estas diferentes clases de dinero definiendo distintos agregados monetarios, entre los que M1, M2 y M3 son los más conocidos y utilizados. M1 está compuesto por los billetes y monedas en circulación (efectivo en circulación) y por los depósitos a la vista. M2, por los pasivos incluidos en M1, más los depósitos a plazo de hasta dos años y los depósitos disponibles con preaviso de hasta tres meses. Y M3 comprende los incluidos en M2 más otros algo más sofisticados, como las cesiones temporales, las participaciones en fondos del mercado monetario e instrumentos del mercado monetario y los valores de renta fija de hasta dos años, emitidos por las instituciones financieras monetarias. M3 es el agregado que se toma como referencia en Europa a la hora de tomar decisiones de política monetaria. Por otro lado, las sociedades anónimas, que son las empresas que tienen su capital dividido en acciones, cada una de las cuales representa una parte alícuota del capital, emiten acciones para obtener los fondos propios necesarios para poner en marcha o expandir el negocio. Pero las grandes empresas de hoy día pueden emitir acciones no con la finalidad de ampliar su capital, sino con la de pagar, es decir, para utilizarlas en realidad como dinero. Así ocurre, por ejemplo, cuando una multinacional emite acciones, más o menos bien cotizadas, y las utiliza para pagar con ellas la adquisición de otra empresa, o incluso para retribuir a sus directivos o empleados. En esos casos, las acciones actúan o se utilizan como un medio de pago más, de dinero, que suele denominarse dinero financiero, y que como tal debe ser tenido en cuenta, porque implica que esas grandes empresas no dependen del dinero legal ni del dinero bancario para pagar y adquirir lo que necesitan, sino de sí mismas, lo que igualmente les da un poder inmenso. Y además de estos medios de pago, en los negocios más complejos y vinculados a las altas finanzas se emplean otros que se crean e innovan constantemente, y de los cuales a veces ni siquiera las autoridades ni las entidades bancarias llegan a tener conocimiento. Pero, en todo caso, hay dos rasgos especialmente destacables en la evolución que ha seguido el dinero desde sus primeras versiones metálicas hasta estas más modernas. Uno es su progresiva desmaterialización, pues el dinero ha llegado a divorciarse casi completamente de cualquier contenido real u objetivo. Y otro, el hecho de que su creación y su circulación dependan cada vez más de sujetos e intereses privados. Los comentamos con más detalle a continuación. La riqueza virtual Como hemos visto, el dinero era inicialmente la expresión directa de una riqueza material determinada y concreta (granos de arroz, cantidades específicas de oro, de plata o de cualquier otro metal, etc.), pero hoy día ha llegado a ser una manifestación puramente virtual de la riqueza: si reuniéramos todo el dinero del mundo veríamos que no tiene correspondencia alguna con la riqueza realmente existente, porque su inmensa mayoría, como acabamos de ver, nace de la deuda. Lo que ha ocurrido es que a una determinada parte de nuestra riqueza se le da un valor en dinero y luego, ya desmaterializado, el dinero se expande a través de la deuda. Pero, de esa forma, el dinero nos engaña doblemente. En primer lugar porque nos hace creer que nuestra riqueza es la que está expresada en dinero, cuando no es así. Muchísimas de las cosas que en realidad tienen bastante valor para todos nosotros no se expresan en dinero: las actividades de la vida doméstica que nos proporcionan algo tan fundamental como cuidados, cariño, protección, salud, felicidad; la conservación del planeta; el gasto de energía que realizamos para llevar a cabo la vida económica… En segundo lugar, porque nos hace pensar que si crece la cantidad de dinero en circulación crece nuestra riqueza, cuando, en realidad, solo está creciendo (o al menos lo hace en una inmensa mayor proporción) la deuda. Ambos engaños hacen, como dice Herman Daly, que la gente tenga una percepción de la riqueza como algo virtual y no real20. Creemos que tenemos más riqueza, que somos más ricos, cuando hay más dinero. Pero eso es una percepción falsa porque surge de no darse cuenta de que este último (en su mayor parte) no lleva consigo, cuando se crea, ninguna base o contrapartida material, sino solo una anotación en el balance de los bancos, que se realiza, como hemos visto, cuando se genera deuda. Para liberarse de semejante confusión hay que conocer bien la naturaleza real del negocio bancario, de la deuda y del interés, que son los pilares en los que se basa el poder de la banca. LA NATURALEZA DEL NEGOCIO BANCARIO Para evitar que la gente normal y corriente descubra que la banca tiene un inmenso poder político y que este proviene de un privilegio consistente en crear dinero a través de la deuda se recurre a dos ideas principales. La primera, que el dinero es un simple instrumento neutro, puramente técnico y sin connotaciones políticas; y la segunda, que los bancos son unos meros intermediarios entre el ahorro y la inversión. Pero ambas ideas son falsas. Dinero y poder político Como hemos dicho, los manuales convencionales de economía suelen limitarse a señalar que el dinero es un medio de pago, una unidad de cuenta o una forma de mantener nuestra riqueza, un depósito de valor. Es decir, algo más o menos neutro que está en la economía para actuar como una especie de lubricante que permite que los intercambios se lleven a cabo de la mejor manera y con los menores costes posibles. Por eso afirman que su gestión, todas las decisiones que tienen que ver con el dinero, d

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