Selección de Cuentos del Popol Vuh PDF

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This document is a selection of tales from the Popol Vuh, an important Mayan text about the creation of the world and humankind, from a Mesoamerican perspective. The book includes illustrations and a table of contents.

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Selección de Cuentos del Popol Vuh ADAPTACIÓN ILUSTRACIONES Dunaashii Rodríguez Carrillo Erandi Alitzel Rojas Mata Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas Lic. Adelfo Regino Montes Director General del Instituto Nacional de los Pueblos Ind...

Selección de Cuentos del Popol Vuh ADAPTACIÓN ILUSTRACIONES Dunaashii Rodríguez Carrillo Erandi Alitzel Rojas Mata Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas Lic. Adelfo Regino Montes Director General del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas Mtra. Bertha Dimas Huacuz Coordinadora General de Patrimonio Cultural y Educación Indígena José Luis Sarmiento Gutiérrez Director de Comunicación Social Selección de cuentos del Popol Vuh Adaptación Dunaashii Rodríguez Carrillo Ilustraciones Erandi Alitzel Rojas Mata Corrección de estilo Laura Monserrat Castro Carmona Diseño editorial Itzel Chavarría Yañez Coordinación Norberto Zamora Pérez México, 2023 Índice Introducción.................. 1 El Sol y la Luna........................ 3 Las estrellas.............................. 16 Sobre los primeros monos........... 23 Los humanos................................ 30 La primera llama y el tributo a los dioses.................. 40 Introducción El Popol Vuh, de autor anónimo, es un libro que relata el ori- gen de la vida en la Tierra desde la cosmovisión del pueblo maya quiché. Se estima que el origen de los relatos es del siglo i v de la era cristiana. Originalmente, las historias se transmi- tían de forma oral de una generación a otra; paulatinamente, los cronistas quichés fueron plasmando estos relatos y otros acontecimientos en formas de escritura y dibujos acordes con su propia visión del mundo, más tarde con la llegada de los conquistadores, estas fueron transcritas al español. Alrededor del siglo x v i, fray Francisco Ximénez, un cura do- minico español versado en el idioma y la cultura quiché, en- contró un manuscrito en Chichicastenango (hoy municipio del departamento de Quiché, Guatemala). Decidió traducirlo al castellano y así creó la primera versión bilingüe del Popol Vuh. 1 Poco después fue traducido también al italiano y al francés, continuando con múltiples ediciones y traducciones a lo largo del tiempo hasta llegar a las que conocemos en nuestros días. Algunos especialistas consideran que el libro puede tener in- fluencia cristiana y bíblica debido a que el original desapare- ció y quienes lo escribieron después eran indígenas ya evan- gelizados, además de que las primeras traducciones fueron hechas por curas. Los siguientes cuentos surgen a partir de una interpretación personal del Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché de Guatemala. Los cuentos están ordenados conforme a la im- portancia jerárquica de los personajes principales, es decir, el Sol y la Luna son los astros esenciales para la vida en la Tierra, por lo que considero que la historia de su surgimiento es la más importante de todas; le siguen las estrellas, que acom- pañan a la luna por las noches; luego vienen los monos, cier- tamente animales, pero surgidos de dos seres envidiosos: los hermanos mayores del Sol y la Luna. Después de los entes divinos, vienen los terrenales; los seres humanos adoradores de los dioses; primero aparece el relato sobre su creación, cul- minando con la trascendencia del pueblo quiché a lo largo del tiempo. 2 El Sol y la Luna El Sol y la Luna son hermanos. Alguna vez fueron llamados Hunahpú e Ixbalanqué, dos jóvenes prodigiosos, sabios y va- lientes que llegaron allá arriba no por casualidad. Tuvieron que enfrentarse a los tres Soberbios, imponerse ante sus her- manos mayores y derrotar a los Señores más crueles de la Tierra. No obstante, esta solamente es la historia de cómo na- cieron y por qué se transformaron en el Sol y la Luna. Antes de que los seres humanos existieran, cuando la tierra firme y los animales apenas habían aparecido sobre el agua y bajo el cielo, en Xibalbá, la tierra subterránea donde residen los enemigos del hombre —aquellos que provocan las enfer- medades, los accidentes y la muerte—, vivía Ixquic, la joven doncella hija de Cuchumaquic, uno de los Señores de Xibal- bá. Un día escuchó la noticia de que había retoñado un árbol de forma muy peculiar. 3 Dos hermanos, Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, habían he- cho enojar a los Señores de Xibalbá jugando el juego de pelo- ta, entonces fueron llamados a bajar a Xibalbá, luego desafia- dos y derrotados por los Señores. La cabeza de Hun-Hunahpú fue mandada a colocarse en un árbol del camino; en el mo- mento en que fue puesta entre sus ramas, el árbol se llenó de frutos únicos, y la cabeza se perdió entre ellos. Esta maravi- llosa historia desató la curiosidad de Ixquic y en seguida fue a buscar el árbol a Pucbal-Chah. Quedó fascinada cuando lo halló. Estaba ansiosa por probar uno de sus extraños frutos. De pronto, una voz salió del árbol. —¿Qué es lo que quieres? —preguntó el cráneo oculto. —Deseo probar un fruto —contestó la doncella con curiosidad. —Estos objetos redondos que cubren el árbol no son más que calaveras. ¿Realmente los quieres? —Sí —respondió la joven una vez más. —Extiende tu mano derecha. La joven hizo lo indicado. En ese momento la calavera lanzó un chisguete de saliva hacia su palma. Ella rápidamente se miró la mano, pero ya no había nada. 4 —En mi saliva te he dado mi descendencia —continuó la voz—. Anda, sube a la superficie de la Tierra, estarás a salvo. Confía en mi palabra. La doncella estaba confundida, así que regresó a casa sin dar- se cuenta de que ahora llevaba en el vientre dos hijos engen- drados por la saliva del cráneo de Hun-Hunahpú. Seis meses después, su padre se dio cuenta de que Ixquic estaba em- barazada, así que se reunió en consejo con Hun-Camé y Vu- cub-Camé, los jueces supremos de Xibalbá, para decidir qué hacer con ella, pues a sus ojos había sido deshonrada. Con- cluyeron que debía ser sacrificada, así que mandaron a los mensajeros, los búhos, a que cumplieran la tarea y regresaran con su corazón. Sin embargo, la joven pudo explicarles a los mensajeros lo que había sucedido y ellos decidieron dejarla ir. Ella huiría a la superficie y la ayudarían siendo sus fieles servi- dores en la Tierra. Pero necesitaban comprobar la muerte de Ixquic, por eso tomaron la savia del árbol rojo de grana, que era similar a la sangre y dentro de la jícara tomaba la forma de un corazón. La llevaron ante los Señores y, antes de que pu- dieran siquiera percibir el engaño, los mensajeros se fueron con la doncella. Cuando Ixquic llegó a la superficie, buscó a Ixmucané, la ma- dre de Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Al reunirse con ella, Ixquic tuvo que dar una prueba de que sus hijos realmente 6 eran los de Hun-Hunahpú; con ayuda de los dioses y las fuer- zas naturales, la consiguió. Tomó los pelos de la única mazor- ca que había en la milpa de Ixmucané, los arregló en una red como mazorcas de maíz, pidió ayuda a las diosas Ixtoh, Ixcanil e Ixcacau1, y en seguida su red se llenó de mazorcas reales que llevó ante Ixmucané. Al ver que su única planta seguía intacta, no hizo más que creerle. Hunahpú e Ixbalanqué nacieron poco después. Conforme fueron creciendo, buscaron ganarse el respeto de su abuela. Intentaron trabajar la milpa, pero no eran buenos para ello; hacían que sus instrumentos trabajaran solos mientras ellos jugaban con sus cerbatanas. De esa forma lograron avanzar mucho en un día, pero al día siguiente todo había vuelto a su estado original. Una noche decidieron quedarse vigilando para ver quién estaba regresando las cosas a su lugar. Resulta que los animales se habían puesto de acuerdo para levantar todo. Hunahpú e Ixbalanqué trataron entonces de atrapar a los animales para recibir una explicación; sin embrago, lo úni- co que lograron fue tomar las colas del conejo y del venado, las cuales les arrancaron, y por eso estos animales no tienen cola. Siguieron persiguiendo a los animales hasta que captu- raron al ratón, lo envolvieron en un paño y lo torturaron para 1 Diosas de la lluvia, de las mieses y del cacao. 7 que hablara quemándole la cola, por eso esta se quedó sin pelo. Finalmente, el ratón les dijo: —Ustedes no tienen que matarme ni tampoco es su oficio sembrar la milpa. —Habla entonces, y te daremos tu comida —comentaron los muchachos. El ratón les habló sobre los instrumentos del juego de pelota de su padre, los cuales había escondido su abuela por ser la principal causa de la muerte de Hun-Hunahpú y Vucub-Hu- nahpú en Xibalbá. Así, con ayuda del ratón y de un mosquito, Hunahpú e Ixba- lanqué lograron distraer a su abuela y a su madre para tomar los instrumentos e irse a jugar. Poco después, los Señores de Xibalbá oyeron una vez más que alguien en la superficie prac- ticaba el juego de pelota y se molestaron, entonces manda- ron llamar a Hunahpú e Ixbalanqué. La abuela, consternada, habló con sus nietos sobre el peligro en Xibalbá. Como señal de la suerte que correrían, ellos decidieron sembrar cada uno una caña en medio de la casa, y dijeron a su abuela: —Si estas cañas se secan, será la señal de nuestra muerte. Si retoñan, significa que vivimos. 9 Así, Hunahpú e Ixbalanqué se dirigieron a Xibalbá. Al llegar, atravesaron sin dificultad todas las trampas y obstáculos que llevan a donde se encuentran los Señores. Se detuvieron en un cruce con diferentes caminos de colores y enviaron a un mosquito (creado de un pelo de Hunahpú) para que picara a todos los Señores de Xibalbá; de esa forma ellos podrían co- nocer sus nombres y esquivar cualquier trampa o burla que les tuvieran preparada. Gracias a eso, al presentarse ante los Señores fueron capaces de decir correctamente cada uno de sus nombres, evitando a toda costa decir los propios. Superaron casi todos los castigos y trampas que les pusieron los Señores. Atravesaron cuatro de las cinco casas de castigo2 de Xibalbá. Estaban a punto de vencerlos completamente hasta que, en la quinta casa, el murciélago Camazotz cortó la cabeza de Hunahpú, dejando a Ixbalanqué con la sensación de derrota. Los Señores, como prueba de su victoria, colgaron la cabeza sobre su juego de pelota. Sin embargo, Ixbalanqué ideó un plan para regresar a su hermano; le consiguió una ca- beza provisional hasta recuperar la verdadera. Llamó a unos Sabios para que bajaran del cielo y lo ayudaran a hacer la ca- beza para el cuerpo de Hunahpú, la cual salió bastante bien. 2 La Casa oscura (Quequma-ha), la Casa donde tiritaban (Xuxulim-ha), la Casa de los tigres (Balami-ha), la Casa de los murciélagos (Zotzi-ha) y la Casa de las navajas (Chayin-ha). 10 Posteriormente, llegó el momento de jugar contra los Seño- res de Xibalbá. Ixbalanqué le pidió a un conejo que le ayu- dara; él lanzaría la pelota hacia afuera del patio y el conejo se la tendría que llevar lejos para distraer a los Señores. En cuanto el plan fue ejecutado, Ixbalanqué tomó la cabeza de Hunahpú y la regresó a su cuerpo. Cuando los Señores regre- saron después de perseguir al conejo, ya era tarde; los her- manos estaban listos de nuevo. Desesperados, los Señores de Xibalbá, al no poder vencerlos, decidieron quemarlos en la hoguera. Al presentir Hunahpú e Ixbalanqué que esto les harían, hablaron con Xulú y Pacam, los sabios consejeros de Xibalbá, y dijeron: —Los Señores de Xibalbá nos quemarán en la hoguera. Si vie- nen a consultar con ustedes qué hacer con nuestros cuerpos, les dirán que muelan nuestros huesos y los arrojen al río. Y así hicieron. Luego de quemar a Hunahpú e Ixbalanqué, los Señores de Xibalbá pidieron consejo a los sabios y, sin saberlo, acataron las órdenes de los hermanos, quienes lograron revi- vir cuando sus huesos fueron tirados en el río. Había gente en Xibalbá que aseguraba haberlos visto convertidos en hom- bres-peces, pero, por más que buscaban en todo lo largo y ancho del río, nadie consiguió pruebas. 12 Un día aparecieron dos pobres vagabundos de aspecto muy descuidado, pero con talentos asombrosos. Tenían un acto en el que hacían diversos bailes, también se mataban mutua- mente para en seguida revivirse como por arte de magia. Los Señores de Xibalbá oyeron de estos asombrosos bailarines y los mandaron llamar para ver sus grandes hazañas y ser en- tretenidos. Ellos se presentaron humildemente ante los Se- ñores, pero nunca les dijeron sus nombres. Comenzaron su acto presentando sus bailes: el baile del Cux, el del Puhuy y el del Iboy. En seguida, uno de los Señores les pidió que despedazaran a su perro y lo revivieran. Así hicieron los bailarines y, en cuanto el perro revivió moviendo alegre- mente su colita, quedaron encantados. Entonces fueron poco a poco pidiendo que hicieran más y más de sus maravillas. Tal era su éxtasis por lo que veían que los Señores principales, Hun-Camé y Vucub-Camé, les pidieron hacer su acto en ellos, que los mataran y revivieran en seguida. Los vagabundos aca- taron la orden de matarlos, pero ya no los revivieron. Todos en Xibalbá quedaron asustados y rogaron misericordia y piedad por sus vidas. Hunahpú e Ixbalanqué revelaron sus identida- des, hicieron saber a todos que eran los hijos de Hun-Huna- hpú y Vucub-Hunahpú, y que estaban ahí para vengar sus muertes injustas. 13 A continuación, todos en Xibalbá se rindieron ante ellos y así perdieron su poder ilimitado. Ahora se dedicarían a hacer ca- charros, apastes3 y piedras de maíz, y su poder de tortura y crueldad se limitaría a quienes merecieran ser castigados, es decir, los malos, los viciosos, los desventurados, aquellos que obraran y estuvieran mal en el mundo. De este modo, Huna- hpú e Ixbalanqué honraron a sus padres. Intentaron revivirlos, pero fue en vano, así que simplemente les prometieron que quedarían en la memoria de los seres civilizados (el humano) y serían invocados por ellos. Una vez terminada su misión en Xibalbá, subieron por la luz hacia la Tierra, pero en seguida siguieron ascendiendo hasta el cielo para transformarse uno en el Sol y otro en la Luna. Los cuatrocientos muchachos que habían vengado en una oca- sión ascendieron junto con ellos en forma de estrellas. Así se iluminó la bóveda celeste. Así surgieron el Sol y la Luna. 3 Vasija de barro con dos asas y boca grande que se utiliza para almacenar y refres- car el agua. 14 Las estrellas ¿De dónde vienen las estrellas? Esas que cada noche brillan en el manto negro de los cielos nocturnos. Una antigua his- toria del pueblo quiché dice que se trata de cuatrocientos muchachos que existieron antes que cualquier ser humano, fallecieron víctimas de un Soberbio, alguien que se engran- decía a sí mismo por su enorme fuerza física y clamaba ser el creador de las montañas. Su nombre era Zipacná. Un día, mientras Zipacná se bañaba a las orillas del río, pasaron cuatrocientos muchachos tratando de transportar un enorme árbol. A Zipacná le dio mucha curiosidad y se acercó a ellos. —¿Qué hacen? —preguntó. —Tratamos de cargar este tronco, lo queremos para viga ma- dre de nuestra casa —respondieron ellos. 16 —Yo lo llevaré. —Se apresuró Zipacná y, sin la menor dificul- tad, levantó el árbol, se lo echó al hombro y siguió a los cua- trocientos muchachos a la entrada de su casa. Los cuatrocientos muchachos quedaron consternados, pues, si bien los había ayudado a llevar el árbol, su fuerza era dema- siada y representaba un peligro para cualquiera que se le cru- zara. No podían dejarlo libre de nuevo, así que decidieron in- vitarlo a quedarse con ellos mientras decidían qué hacer. En seguida se reunieron y formaron un plan; lo engañarían para cavar un hoyo y luego aventarían el tronco sobre él, dejándolo sepultado al fondo. De esa forma procedieron: comenzaron a cavar ellos mismos un hoyo con la excusa de llevar tierra para su casa, y después de un rato llamaron a Zipacná. —Ven, ayúdanos a cavar más tierra porque nosotros ya no al- canzamos. Zipacná bajó y comenzó a cavar más y más profundo, pero los cuatrocientos muchachos no contaban con que él había oído su plan. Cavó otro hoyo hacia un lado para ocultarse cuando ellos quisieran sepultarlo. Cada cierto tiempo, los muchachos le preguntaban si ya había cavado lo suficientemente hondo, él les respondía que no para que esperaran mientras cavaba su salvación. Llegado el momento, Zipacná se puso a salvo y avisó a los cuatrocientos muchachos que estaba listo. En ese momento, ellos dejaron caer el gran tronco dentro del hoyo. 18 —¡Que nadie hable! Esperemos hasta oír sus gritos cuando muera —dijeron entre ellos. En el momento que cayó el tronco con gran estruendo, Zi- pacná lanzó un fuerte grito y luego se quedó en silencio. Los cuatrocientos muchachos saboreaban su victoria, estaban convencidos de haber vencido. Sin embargo, ya que querían estar completamente seguros, decidieron esperar tres días, mientras terminaban de construir su casa, para que las hor- migas recogieran y llevaran ante ellos las uñas y el cabello del cuerpo que se descompondría en el hoyo. No contaban con que Zipacná podía escuchar todo lo que decían desde su es- condite, así que, en cuanto las hormigas llegaron después de dos días, él mismo se cortó los cabellos y las uñas para dárse- las y que las llevaran frente a los cuatrocientos muchachos. Al recibir la prueba, los cuatrocientos muchachos quedaron totalmente convencidos de que Zipacná había muerto. Por tanto, llegado el tercer día celebraron y se emborracharon tanto que dejaron de sentir. Entonces Zipacná salió de su hoyo y dejó caer la casa sobre ellos, y todos murieron al ins- tante. El acontecimiento llenó de odio a Hunahpú e Ixbalan- qué, los dos hermanos que luego se convertirían en el Sol y la Luna, así que decidieron vengar la muerte de los cuatrocien- tos muchachos. Igual que ellos, tampoco estaban de acuerdo con que Zipacná anduviera solo por ahí, por lo que decidieron crear un engaño para vencerlo. 19 Zipacná se alimentaba de los cangrejos y pescados que en- contraba a las orillas de los ríos, sin embargo, se había que- dado sin comida y llevaba días sin encontrar alimento. Hu- nahpú e Ixbalanqué aprovecharon su necesidad y fabricaron una figura que imitaba convincentemente a un cangrejo, y la metieron en una trampa bajo el cerro Meauán. En seguida buscaron a Zipacná, quien rogaba por un poco de comida. Los hermanos le hablaron del cangrejo y lo convencieron de que tenía que recogerlo él mismo porque ellos habían ya in- tentado tomarlo y no pudieron. Zipacná los siguió hasta don- de se encontraba el cangrejo; al querer agarrarlo, Hunahpú e Ixbalanqué dejaron caer el cerro sobre su pecho. Zipacná murió y quedó convertido en piedra. Así fueron vengados los cuatrocientos muchachos y así tam- bién Zipacná fue vencido. Tiempo después, cuando Hunahpú e Ixbalanqué se convirtieron en el Sol y la Luna, los cuatro- cientos muchachos se les unieron en el firmamento como un grupo de estrellas conocidas como Motz4. Así surgieron las estrellas en el cielo. 4 Montón. 21 Sobre los primeros monos Hunbatz y Hunchouén eran dos jóvenes hermanos que vivían en la Tierra mucho antes de que el Sol saliera y los humanos existieran. Su madre era Ixbaquiyalo, y murió cuando ellos eran aún muy pequeños. Su padre, Hun-Hunahpú, los crio junto con Vucub-Hunahpú, su hermano, y la madre de am- bos, Ixmucané. En una ocasión, Hun-Hunahpú y Vucub-Hu- nahpú fueron llamados a Xibalbá. Se despidieron con pesar y partieron hacia un funesto destino, dejando huérfanos a Hunbatz y Hunchouén. Pasado un tiempo, llegó una joven desde Xibalbá; su nombre era Ixquic, ella llevaba en su vientre a los siguientes hijos de Hun-Hunahpú, destinados a ser sus herederos y también de Vucub-Hunahpú. Al principio, Ixmucané no confiaba en ella, pero al demostrarle que lo que decía era la verdad, tuvo que aceptarla y cuidar de Ixquic y de sus hijos, mas nunca terminó de agradarle ni a ella ni a Hunbatz y Hunchouén. 23 Poco después, Ixquic dio a luz a Hunahpú e Ixbalanqué, dos pequeños inocentes destinados a ser sabios y prodigiosos. Esto llenó de envidia a sus hermanos, pues sentían que, mien- tras ellos habían tenido que pasar dificultades y carencias, Hunahpú e Ixbalanqué tendrían todo fácil al ser los sucesores de Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Por eso, en repetidas ocasiones Hunbatz y Hunchouén trataron de matarlos. Mien- tras aún eran bebés los ponían a dormir sobre los hormigue- ros e incluso entre las espinas de los nopales, pero todo era en vano debido a la naturaleza fuerte de Hunahpú e Ixbalanqué. Así crecieron los niños, sufriendo en silencio por el rechazo de sus hermanos mayores y también el de su abuela, quien amaba a sus nietos mayores sobre todas las cosas. Hunbatz y Hunchouén únicamente se dedicaban a tocar la flauta y a cantar mientras Hunahpú e Ixbalanqué iban cada día a cazar pájaros con sus cerbatanas para llevar la comida a su hogar. Un día Hunahpú e Ixbalanqué llegaron sin las aves a su casa, por lo que fueron interrogados por su abuela. —¿Por qué no traen los pájaros? —Abuela, se quedan atorados en el árbol y nosotros no po- demos subir para agarrarlos. Si nuestros hermanos mayores vinieran con nosotros podrían ayudarnos a bajarlos. 24 Después de un momento de duda, Hunbatz y Hunchouén aceptaron acompañar a sus hermanos. Así, Hunahpú e Ixba- lanqué dieron marcha a su plan para deshacerse de sus her- manos. No los querían muertos, pero tampoco querían seguir siendo víctimas de sus abusos. Al llegar al árbol, vieron que este estaba lleno de aves, pero ninguna caía al suelo, así que Hunbatz y Hunchouén comen- zaron a subir. De pronto, el árbol aumentó su tamaño, evitan- do que ellos pudieran volver a bajar. Hunbatz y Hunchouén entraron en pánico, no sabían qué hacer para regresar, así que suplicaron la ayuda de Hunahpú e Ixbalanqué. Ellos les gritaron desde abajo que amarraran sus calzones como si fueran una especie de colas, pues eso les permitiría moverse con más facilidad entre las ramas del árbol. Ellos siguieron las instrucciones de sus hermanos menores, y sus calzones comenzaron a transformarse en colas reales y ellos en monos. Al notar lo que les había sucedido, se sintieron avergonzados y huyeron al bosque con la intención de no ser vistos. Cuando Hunahpú e Ixbalanqué regresaron a casa, informa- ron a su abuela sobre lo acontecido, lo que la puso demasiado triste. Ellos, para consolarla, buscaron la forma de llamar a sus hermanos con música. Lo lograron, pero, al tener un aspecto tan gracioso, la abuela no pudo evitarlo y se echó a reír; eso 26 los ahuyentó. Por más que Hunahpú e Ixbalanqué trataron de llamarlos de regreso, nunca más volvieron a saber de ellos. A partir de entonces, Hunahpú e Ixbalanqué trabajaron para ganarse el respeto de su abuela y comenzaron sus hazañas. Enfrentarían los males e injusticias que encontraran para ga- narse un lugar digno en el mundo. Por otro lado, Hunbatz y Hunchouén eran tan sabios y prodigiosos como sus herma- nos menores, pero la envidia los había cegado y el árbol los convirtió en lo que eran: unos monos con voluntad, pero sin conciencia; los primeros monos en la Tierra. 28 Los humanos La Tierra no siempre fue como la conocemos hoy en día, algu- na vez sólo existieron el agua y el cielo, inmóviles, silenciosos, en calma dentro de la oscuridad de una noche perpetua. Bajo el agua y sobre el cielo estaban ocultos el Creador, el Forma- dor y los Progenitores, Tepeu y Gucumatz, además del Cora- zón del Cielo, formado por Caculhá Huracán, Chipi-Caculhá y Raxa Caculhá. En una ocasión se reunieron a hablar sobre el porvenir de la vida. Necesitaban a quien produjera alimento y les diera el sustento; para esto necesitaban una superficie, algo sobre el agua. Además, el cielo tenía que aclarar y la no- che convertirse en día. Decidieron abrir los mares; exclamaron “¡Tierra!”, y como por arte de magia surgió la tierra, fangosa en ese entonces. Con ella, también aparecieron las montañas y los valles. De las aguas corrientes que quedaron atrapadas en medio de la tierra, brotaron también los ríos. A continuación, crearon los 30 árboles y las plantas; para habitarlas hicieron a los animales, quienes serían los guardianes y los protectores de los bosques y las selvas. Asignaron a cada animal un lugar que habitar, desde las cuevas, las barrancas y la maleza, hasta las copas de los árboles y los pastizales. Nidos y madrigueras con comodi- dades fueron creados para ellos. Pidieron a los animales que invocaran sus nombres, pero no pudieron; comenzaron a cantar, rugir y graznar, pero de sus bocas no salían más que distintos tipos de gritos según su es- pecie, no podían invocar ni rendir tributo a sus creadores. Por esto decidieron que los animales tendrían que encontrar sus propios hogares y serían parte de la cadena alimenticia. En- tonces surgió la idea de hacer al ser humano, un ser obedien- te y respetuoso que brindara el sustento y pudiera venerar a sus creadores. Sin embargo, no fue tan sencillo encontrar el material correcto para construirlo. La primera prueba fue con lodo; de la tierra tomaron un poco, le dieron forma de hombre y lo dotaron de vida, pero era muy blando, se deshacía fácilmente, no podía moverse, la cara se le desacomodaba hacia un lado y no podía ver bien. Al princi- pio hablaba, pero no entendía lo demás ni poseía inteligencia. Pronto ese ser se humedeció en el agua y se deshizo. Enton- ces lo desbarataron totalmente y volvieron a intentar con un 32 material más resistente. De los bejucos5 y los árboles toma- ron la madera y tallaron un muñeco. Surgió, pues, el hombre de palo; este sí podía hablar, caminar y estar sobre la tierra, así que comenzaron a reproducirse y rápidamente poblaron los alrededores. Sin embargo, eran demasiado rígidos y sin alma, por ello pronto olvidaron a sus creadores. Caminaban sin rumbo por el mundo, con sus corazones ciegos y sus car- nes vacías. El Creador y el Formador decidieron deshacerse de ellos también; si no les rendían tributo, si no los veneraban y les daban el sustento, tampoco funcionaban. Para ellos ocuparon varios métodos. Primero mandaron un gran diluvio que formó una inundación, la cual ahogó a la mayoría. A otros los atacaron Xecotcovach, un animal que les sacó los ojos; Camalotz, uno que les cortó la cabeza; Cotzba- lam, uno que se comió sus carnes; y Tucumbalam, que quebró y desmoronó sus huesos y sus nervios. Los hombres de ma- dera que quedaban fueron atacados por los demás animales, así como por los palos, las piedras, los comales y las ollas, que cobraron vida y se vengaron por haber sido usados y tratados con rudeza, por haber sido comidos, quemados y golpeados. Se dice que la descendencia de los pocos que quedaron son los monos que existen hoy en día, por eso se parecen tanto a los humanos. 5 Planta sarmentosa y trepadora, propia de regiones tropicales. 33 Faltaba poco para que el Sol, la Luna y las estrellas aparecie- ran en el cielo y llegara el amanecer. El Creador, el Formador y los Progenitores siguieron pensando, y una vez más se reu- nieron en consejo para discutir, pero no encontraban el mate- rial preciso para hacer al humano. De pronto, llegaron cuatro animales: Yac (el gato del monte), Utiú (el coyote), Quel (una cotorra también llamada chocoyo) y Hoh (el cuervo); traían noticias, habían encontrado el maíz y la comida en Paxil y Ca- yalá6, una tierra de delicias abundantes, llena de pataxte7, ca- cao, zapotes jocotes8, miel y muchos sabrosos alimentos más. Entonces los Progenitores tomaron las mazorcas blancas y amarillas, y comenzaron a hacer un hombre. De maíz blanco y amarillo fue hecha la carne, y de la masa fueron moldeados los brazos y piernas. Estaban listos los primeros hombres; va- rones fueron llamados. Sus nombres eran Balam-Quitzé, Ba- lam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. Estaban dotados de in- teligencia, así que pudieron conocer todo en el mundo de un vistazo debido a que su mirada les permitía contemplar todo lo cercano y lo lejano, podían observar la bóveda del cielo y la 6 Ubicado en la zona de lo que ahora es Veracruz, México. 7 Theobroma bicolor. Una especie de cacao de Centroamérica, menos apreciada que el cacao. 8 Spondias monbin. Fruta nativa de las regiones tropicales de las Américas, desde México hasta Brasil. 34 faz redonda de la Tierra. Eran capaces de encontrar las cosas ocultas a lo lejos sin tener que moverse de donde estaban. En un solo momento vieron el mundo entero. Ellos agradecieron al Creador y al Formador, pero estos no quedaron contentos; de hecho, se enfurecieron, pues no po- dían permitir que sus creaciones tuvieran el mismo grado de poder y sabiduría que ellos. Por eso los modificaron; empa- ñaron su vista de modo que solo pudieran ver lo que estaba cerca, de modo que el horizonte fuera su límite. Con su vista, también su gran sabiduría fue nublada. Ahora conocían solo lo que estaba al alcance de sus ojos y de su entorno más cerca- no. Después, cuando los hombres fueron a dormir, los Proge- nitores crearon cuidadosamente a las mujeres. Ellas eran her- mosas, perfectamente formadas. Los nombres de las cuatro primeras mujeres fueron Cahá-Paluna, Chomihá, Tzununihá y Caquixahá. Cuando los hombres despertaron, las vieron y sus corazones se llenaron de alegría, pues ahora estarían jun- tos. Así surgieron los primeros padres y madres, aquellos que pronto comenzaron a engendrar a los siguientes hombres y mujeres de las tribus grandes y pequeñas. Primero todos estaban en el oriente, en donde estaba el maíz, pero debían ir a Tulán para recibir a sus dioses. Por tanto, en el camino se fueron separando y cada pueblo comenzó a adop- tar una lengua diferente, de modo que cuando terminaron 36 de llegar a Tulán ya no podían entenderse entre ellos. Aun así, todos quienes existían en ese momento se reunieron para re- cibir a Tohil, Avilix, Hacavitz y Nicahtacah, que fueron los dio- ses que se manifestaron ante ellos. Cada pueblo tomó a un dios y le dio nombre según la lengua que hablaba. Después de que las tribus y los pueblos estuvieran formados y tuviesen a sus respectivos dioses, solo quedaba esperar el amanecer. Al principio, solo veían a Icoquih, la estrella del alba, precursora y anunciante del Sol. Poco a poco se comenzó a ver la luz en el oriente. Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam sacaron y quemaron el incienso que cargaban desde Paxil y Cayalá, y celebraron el primer amanecer. Cuando el Sol salió no era igual a como lo vemos ahora; parecía un hombre en el cielo, pero su luz y su calor eran todavía más fuertes que ahora, de modo que no tardó en secar la tierra fangosa. Los dioses que estaban con los pueblos se transformaron rápida- mente en piedra, y los únicos que después pudieron hablar con ellos fueron los llamados sacerdotes, siempre que les lle- varan tributo —lo que sería su sustento y su alimento—. Tam- bién los animales más peligrosos se volvieron de piedra por un tiempo: el león, el tigre, la culebra, el cantil y el duende, y qué bueno que así haya sido, de lo contrario la humanidad no habría podido prosperar. 37 Tiempo después, llegó la hora de morir de Balam-Quitzé, Ba- lam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. Ellos lo presintieron, así que pasaron su sabiduría y conocimientos a sus hijos direc- tos para que ellos tomaran el mando. Las madres murieron también poco después. Los hijos continuaron con lo que les correspondía, comenzaron a ser los regentes de los pueblos, y así se fueron heredando de generación en generación como Ahpop y Ahpop-Camhá, que eran sus títulos, equivalentes a lo que podría ser un rey o un presidente. Así vivieron y existie- ron catorce generaciones de reyes, cada uno engrandeciendo más y más al pueblo quiché, hasta la llegada y conquista ejer- cida por los españoles, lo que llevó a lo que hoy es América. Ese fue el principio de la humanidad, antiguos mitos lo cuentan. 39 La primera llama y el tributo a los dioses Antes de que el Sol saliera por primera vez e iluminara los cielos, fueron creados los seres humanos, hombres y mujeres devotos a los creadores y a sus dioses. En la oscuridad de la noche que vivían en ese momento, hacía mucho frío y había demasiada humedad. Necesitaban algo que les diera calor, los secara un poco y los alumbrara mientras esperaban la salida del Sol. Entonces sucedió; el dios principal de las tribus, Tohil, creó el fuego. Nadie supo cómo, simplemente estaba ahí de pron- to, preparado y disponible para su uso. Mas no era tan fácil conservarlo; la lluvia, el granizo e incluso el viento extinguían las llamas ardientes. En aquel tiempo, los padres originales, los primeros humanos creados para poblar la Tierra, habla- ron con Tohil y le pidieron un fuego que pudieran conservar para no morir de frío. El dios les concedió el fuego a ellos y a su pueblo. Sin embargo, los otros pueblos también se habían quedado sin fuego y rogaban por un poco para calentarse. 40 Entonces los poseedores del fuego hablaron con Tohil para decidir si compartirlo o no, a lo que el dios respondió que po- dían compartirlo, pero con la condición de que le rindieran tributo; debían entregar sus corazones como muestra de leal- tad. Así fue como los pueblos, uno por uno, comenzaron a rendirse y adorar a Tohil; en cuanto lo hacían, recibían el fue- go. No obstante, hubo un pueblo que no quiso rendirse; los cakchiqueles no cederían ante las peticiones de Tohil, por lo que se escabulleron entre el humo y lograron hurtar una lla- ma que los calentaría hasta la llegada del amanecer. De todas formas, el mayor poder lo tenía el primer pueblo de- dicado a Tohil, pues eran muchos los pueblos que rendían a él tributo con tal de tener fuego. Tiempo después, finalmente salió el Sol y esto provocó que los dioses y aquellos seres deifi- cados se convirtieran en piedra, por lo que ya no sería tan sen- cillo comunicarse con ellos ni pedirles consejo. Por tanto, los padres originales escondieron a los dioses de piedra y, mien- tras lo hacían, Tohil se manifestó por medio de un prodigio y les dio instrucciones; los padres originales se convertirían en sacerdotes y serían los únicos capaces de comunicarse con los dioses. Su tarea sería llevar a los pueblos los mandatos, y solo ellos podrían pedir los consejos y hacer las preguntas que acongojaran a sus corazones. 42 La forma para comunicarse sería llevando tributo a los dioses, el cual consistía en la sangre de los hijos del bosque, de los hijos del campo, las hembras y los hijos de los venados, y las hembras y los hijos de las aves, además de la propia sangre que corría por las venas de los sacerdotes. Ellos acataron la or- den. Cuando iban a hablar con los dioses tomaban el produc- to de la caza, pero, si nadie había cazado, optaban por robarse a las personas solitarias en los caminos. Así inició una época de abundancia para algunos pueblos y de terror para otros, pues la gente desaparecía de los caminos entre extraños rui- dos de coyotes, leones y tigres. Algunos comenzaron a sospechar que algo malo sucedía, es- taban seguros de que los sacerdotes que vivían en el monte se robaban a las personas, de modo que comenzaron a tramar un plan: se robarían a los dioses, primordialmente buscarían a Tohil, lo secuestrarían y le rendirían tributo a cambio de que les diera el poder a ellos. Su estrategia consistía en mandar a dos bellas jóvenes a lavar al río para que sedujeran a los dio- ses y de esa forma averiguar su ubicación. Mas las dos jóvenes eran muy astutas; lo que su pueblo quería era que ellas fue- ran deshonradas y burladas, así que al llegar al río las jóvenes hablaron con los sacerdotes y con los dioses, les explicaron el plan de los pueblos de donde venían. Ellos les otorgaron tres capas con animales pintados en ellas; una tenía un tigre, otra un águila y la otra estaba llena de abejorros y avispas. 44 Las muchachas regresaron con su pueblo. Al llegar, los Se- ñores que las habían mandado les pidieron la prueba de que habían cumplido con su tarea, y ellas les entregaron las capas. A los Señores les gustaron tanto que en seguida se las pusie- ron. Todo parecía bien hasta que de cada capa salió el animal pintado y juntos atacaron a los Señores. De este modo, Tohil venció a las tribus que querían secuestrarlo y las jóvenes don- cellas se salvaron de un final trágico. Después de tal suceso, otros pueblos trataron de vencer al pue- blo de los padres originales, incluso se reunieron entre todos para hacerles la guerra, pero la astucia y protección de los pa- dres originales siempre era mayor, así que cualquier intento de vencerlos fue en vano. Finalmente, todos los pueblos se rindie- ron ante ellos. Seguían gobernando sobre todos a su alrede- dor, hacían que les dieran tributos y obedecieran sus órdenes. Así fue hasta que llegó el tiempo de morir de los padres ori- ginales, entonces pasaron el poder y el conocimiento a sus hijos directos, y estos a sus hijos, continuando por muchas generaciones, aumentando cada vez más la gloria del pue- blo quiché. Aconteció de esta manera hasta la llegada de los españoles, quienes se mezclaron con ellos y, eventualmente, los derrotaron. Esto es lo que sucedió cuando Tohil le dio el 45 fuego al pueblo quiché, cuando tomó el poder y los tributos fueron principalmente para él, cuando las jerarquías se desa- rrollaron y se encontró la forma de hablar con los dioses en la piedra. México, 2023

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