Introducción a las Psicoterapias Psicodinámicas PDF
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Universidad Nacional de Educación a Distancia
Begoña Rojí Menchaca, Luis Ángel Saúl Gutiérrez
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Summary
Este libro es una introducción a las diferentes psicoterapias, incluyendo las psicodinámicas, experienciales, sistémicas, constructivistas e integradoras. Está dirigido a estudiantes del Grado en Psicología de la UNED, cubriendo los contenidos teóricos de la asignatura. El libro se caracteriza por una estructura que comprende diferentes secciones, permitiendo una formación significativa y rigurosa a los estudiantes.
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Introducción a las Psicoterapias Psicodinámicas, Experienciales, Sistémicas, Constructivistas e Integradoras BEGOÑA ROJÍ MENCHACA LUIS ÁNGEL SAÚL GUTIÉRREZ (Editores) UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA ...
Introducción a las Psicoterapias Psicodinámicas, Experienciales, Sistémicas, Constructivistas e Integradoras BEGOÑA ROJÍ MENCHACA LUIS ÁNGEL SAÚL GUTIÉRREZ (Editores) UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA AUTORES/AS DR. ALEJANDRO ÁVILA ESPADA Catedrático de Universidad (Jubilado) de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos Universidad Complutense y anteriormente Universidad de Salamanca DR. RAÚL CABESTRERO ALONSO Profesor Titular de Universidad Dpto. de Psicología Básica II Facultad de Psicología UNED DR. SERGI CORBELLA SANTONA Profesor Titular de Universidad Facultat de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport Blanquerna Universitat Ramon LLul CIRO CARO GARCÍA Profesor Colaborador Asociado Facultad de Ciencias Humanas y Sociales Universidad Pontificia Comillas DR. GUILLEM FEIXAS VIAPLANA Catedrático de Universidad Dpto. de Psicología Clínica i Psicobiología Facultad de Psicología Universidad de Barcelona DRA. VIRGINIA FERNÁNDEZ-FERNÁNDEZ Profesora Contratada Doctor Dpto. De Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos Facultad de Psicología UNED DR. JESÚS GARCÍA MARTÍNEZ Profesor Titular de Universidad Dpto. Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos Facultad de Psicología Universidad de Sevilla DR. RAFAEL JÓDAR ANCHÍA Profesor Propio Adjunto Director del Máster en Psicoterapia Humanista Experiencial y Focalizada en la Emoción Facultad de Ciencias Humanas y Sociales Universidad Pontificia Comillas DRA. M.ª ÁNGELES MOLINA MARTÍNEZ Profesora Ayudante Doctor Facultad de Psicología Dpto. Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos UNED TERESA PANIAGUA-GRANADOS Profesora Departamento de Psicología Facultad de Ciencias Biomédicas Universidad Europea de Madrid DRA. BEGOÑA ROJÍ MENCHACA Profesora Titular de Universidad Dpto. Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos Facultad de Psicología UNED DR. LUIS ÁNGEL SAÚL GUTIÉRREZ Profesor Titular de Universidad Dpto. Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos Facultad de Psicología UNED PRESENTACIÓN Introducción a las Psicoterapias Psicodinámicas, Experienciales, Constructivistas, Sistémicas e Integradoras recoge los contenidos teóricos de la asignatura Introducción a los Tratamientos Psicodinámicos, Experienciales, Constructivistas, Sistémicos e Integradores del Grado en Psicología ofrecido por la UNED. Dicha materia tiene carácter semestral, abarca seis créditos y es opcional para los alumnos de la especialidad de Psicología Clínica. Además, esta asignatura se encuadra en el plan de estudios de forma que, los alumnos que la elijan, por una parte, habrán cursado ya obligatoriamente seis créditos de Técnicas de Intervención Cognitivo-Conductuales, mientras que, por otra, estarán cursando obligatoriamente y de forma simultánea otros seis créditos de Terapia Cognitivo-Conductual y en condiciones de elegir en el siguiente semestre, entre otras, materias como Terapia de Conducta en la Infancia o Intervención Psicológica y Salud. Como texto básico de la UNED que es, esta obra ha sido elaborada siguiendo las pautas metodológicas habituales en dicha universidad, es decir, tomando como objetivo la formación significativa y rigurosa de los alumnos en los temas abordados. Así, cada capítulo cuenta con la siguiente estructura: GUION-ESQUEMA, Objetivos Didácticos, Contenidos Teóricos, Resumen y Conclusiones, Lecturas Recomendadas, Actividades, Ejercicios de Autoevaluación, Glosario, Referencias Bibliográficas y Palabras Clave. Igualmente, de acuerdo con la metodología de la UNED, los alumnos que elijan esta materia contarán, a la hora de estudiar y asimilar los contenidos de este libro, con un aula virtual ubicada en la plataforma de eLearning de la UNED, equipada con los siguientes recursos y materiales: guía de estudio y programación tema a tema de la asignatura, material práctico obligatorio disponible en pdf y también como libro impreso, material práctico opcional, conferencias sobre contenidos relacionados ubicadas en TeleUned y foros organizados temáticamente Sin embargo, por grande que hubiera sido el esfuerzo de su Equipo Docente, la asignatura Introducción a los Tratamientos Psicodinámicos, Experienciales, Constructivistas, Sistémicos e Integradores impartida en la UNED nunca hubiera podido disponer de un texto básico, tan sólido, ameno y actualizado, de no haber contado con la valiosa y abnegada colaboración del brillante elenco de profesores de otras universidades que firman los diversos capítulos de esta obra. Colaboración valiosa porque esos profesores, además de curtidos psicoterapeutas, son docentes que imparten en sus respectivas universidades, presencialmente y desde hace tiempo, las materias de los capítulos que firman. Colaboración abnegada porque asumir la metodología de la UNED, para quienes no están familiarizados con ella, constituye una tarea harto sacrificada. Por todo ello no puedo cerrar esta presentación sino agradeciendo su trabajo diligente a todos los participantes, pero de manera especialísima a Alejandro Ávila (UCM), Rafael Jódar (UPC), Ciro Caro (UPC), Sergi Corbella (URL-Blanquerna), Guillem Feixas (UB), Jesús García (US), M.ª Ángeles Molina (UFV) y Teresa Paniagua (UEM). Begoña Rojí UNED PRÓLOGO Escribo estas líneas a finales de marzo de 2022, momento en que la sociedad española, por primera vez en su historia, comienza a reconocer masivamente la importancia de la salud mental. Por una parte, lo hace reclamando para su atención recursos públicos similares a los disponibles en el resto de los países de nuestro entorno y, por otra, comenzando a desechar los prejuicios y estigmas que tradicionalmente venían constriñendo la visualización social de los síntomas y trastornos relacionados con ella. Ciertamente, en los últimos años, destacadas figuras públicas, especialmente en las sociedades anglosajonas, habían dado significativos pasos hacia adelante en el sentido de normalizar los problemas de salud mental, haciendo públicas sus dificultades personales en este ámbito, así como los medios que habían utilizado para resolverlas con éxito. Sin embargo, en España ha sido la Pandemia COVID 19 el acontecimiento que ha, no ya dinamizado, sino más bien dinamitado, la indiferencia política y social que aquejaba a la salud mental. Porque la pandemia Covid 19 nos ha legado, además de un centenar de miles de muertes prematuras, un notable incremento en la demanda de atención psicológica, demanda que se ha unido a la existente de forma previa y nunca suficientemente atendida. No es de extrañar, por tanto, que el clamor popular haya obligado a los políticos a reconocer el problema y a tomar algunas medidas al respecto, ni que los medios de comunicación se estén haciendo eco de esta situación, reforzando así el reconocimiento y la normalización de tales demandas. Asimismo, escribo estas líneas en un momento en que la guerra asola las tierras ucranianas, umbral de varias fronteras de la Unión Europea, generando en pocos días millones de refugiados —una pequeña parte de los cuáles han encontrado cobijo en nuestro país—, además de una gran inestabilidad económica que afecta a todo el continente. Esto significa que la carcoma de la incertidumbre planea nuevamente sobre nuestra vida cotidiana en forma de crisis. Una crisis sobreañadida a la provocada por la pandemia que ya había desbordado la capacidad de nuestros servicios públicos de salud mental, con un notable incremento en el número de pacientes aquejados de duelo, miedos, ansiedad, depresión, riesgo de o intentos autolíticos, ciberacoso, adicciones comportamentales o a sustancias, trastornos alimentarios y TEP. En otras palabras, en general, la calidad de la salud mental se ha deteriorado significativamente en España en los dos últimos años, aunque no parece que la patología haya aumentado de igual manera. Pero si bien eso significa que ahora el español medio asume que el 25% de nuestra población sufrirá a lo largo de su vida algún problema de salud mental y tenderá a tratarlo sin sonrojo, significa también que, por cada 100.00 habitantes, la proporción de psicólogos clínicos en ejercicio en nuestra sanidad púbica es de 1 a 3, respecto a los países económicamente afines al nuestro. Es obvio, que a todos nos toca contribuir a paliar semejante desequilibrio. Por ejemplo, a los profesores optimizando la formación que ofrecemos. Porque, por desgracia, lo que no ha decrecido en la última década es la sempiterna brecha entre investigación y práctica clínica, a pesar de que recientemente la polémica entre psicoterapias científicas y pseudoterapias ha vuelto a reavivarse. Por ello, instamos a nuestros lectores a prestar una atención especial al último capítulo de este volumen, dedicado, precisamente, a la investigación. Cierto que a lo largo del pasado siglo las distintas líneas de psicoterapia asumieron el compromiso de aportar pruebas sobre su eficacia, pero no menos cierto es que los resultados de la verificación empírica continúan proviniendo, más del ámbito académico y las instituciones vinculadas a él, que de las consultas de psicoterapia propiamente dichas. Las razones que se suelen invocar para explicar esta situación suelen ser de índole muy diversa, y van, desde posibles diferencias motivacionales —mayor orientación hacia el conocimiento por parte de los académicos, versus mayor orientación hacia la solución de problemas por parte de los clínicos—, a las servidumbres específicas de ambas formas de ejercicio profesional —mayor necesidad de publicar por parte de unos, frente a mayor necesidad de atender a un número significativo de pacientes por parte otros—. Sin embargo, cualesquiera que sean las razones subyacentes a esta notoria desafección de los clínicos por la investigación empírica, hay tres circunstancias que se imponen y todas ellas se abordan detalladamente en el último capítulo de este volumen. Por una parte, el hecho de que en los diez últimos años se han publicado un número significativamente menor de investigaciones originales que de artículos o capítulos de libro dedicados a comentar, argumentar, debatir y rebatir las conclusiones de tales investigaciones. Es decir, en la última década se han prodigado mucho más los «tertulianos de la investigación en psicoterapia» que los investigadores propiamente dichos. Por otra, resulta indispensable que los/as psicoterapeutas, investigadores o no, cuenten con una sólida formación en metodología aplicada, tanto cuantitativa como cualitativa. Solo así podrán discernir cuándo se encuentran frente a los resultados de una investigación deficiente o seria y cuándo frente a discusiones espurias o enriquecedoras. Solo esa formación metodológica permitirá que los/as psicoterapeutas desarrollen un sentido crítico capaz de llevarlos a discriminar, por sí mismos y de manera fundamentada, qué nuevas directrices les conviene integrar en su práctica cotidiana con objeto de atender con mayor eficacia y eficiencia a sus pacientes. Por último, solo una formación metodológica adecuada capacitará a los/as psicoterapeutas para capitalizar al máximo su experiencia profesional. No solo respecto a los resultados de sus intervenciones, sino también respecto a una comprensión más amplia y, en consecuencia, un uso más depurado, de los mecanismos que les posibilitarán alcanzar los objetivos que, de común acuerdo, hayan establecido con sus pacientes. Begoña Rojí UNED CAPÍTULO 1 Las psicoterapias en la historia, la cultura y la sociedad Begoña Rojí Menchaca PALABRAS CLAVE: Práctica sociocultural, tecnologías de la inteligencia, premodernidad, modernidad, calvinismo, teorías metaéticas, racionalismo ilustrado, romanticismo, positivismo, revoluciones científicas, giro lingüístico, ruptura posmoderna, modernidad tardía. GUION-ESQUEMA La práctica de la psicoterapia constituye un dispositivo cultural, basado en la influencia interpersonal, cuya función consiste en equilibrar las relaciones entre el individuo y el grupo. La forma específica en que tal función se lleva a cabo en una sociedad concreta depende de las peculiaridades de dicha cultura. En la actualidad, en occidente, los tratamientos psicológicos están orientados a mejorar lo que consideramos salud mental y calidad de vida. Y puesto que nuestra cultura admite hoy diversas definiciones, no solo del papel del individuo en el grupo, sino también de la salud, la higiene mental, la calidad de vida, así como del tipo de saberes y procedimientos útiles para su promoción social, tal diversidad en los valores culturales tiene su correspondencia en las configuraciones concretas que adoptan entre nosotros los tratamientos psicológicos. Por otra parte, estos constituyen un tipo de actividad profesional que, inserta en el ámbito de la salud, es retribuida bien por la inversión privada, el erario público o las compañías aseguradoras. Por eso, el control de la eficacia de los tratamientos psicológicos se ha convertido en el criterio prioritario para su evaluación. Sin embargo, de cara a su sistematización, resulta indispensable conocer el conjunto de presuposiciones culturales que mantiene vigentes sus teorías y procedimientos. Existen dos tipos de presuposiciones culturales relevantes: por un lado, las relacionadas con los valores (axiológicas) y con las opiniones (doxásticas) y, por otro, las relacionadas con la concepción del conocimiento (epistemológicas). Las dos primeras, tienen como referente el estatus individual que la cultura reconoce al paciente y la responsabilidad que aquella atribuye a este respecto al trastorno y la curación, y las últimas, la naturaleza del conocimiento humano. Estos tipos de presuposiciones se han cruzado de maneras específicas en cada período histórico concreto y, si bien es cierto que han sufrido una clara evolución, también lo es que han tendido a preservar el núcleo fundamental de creencias, actitudes y valores que las caracteriza. Las raíces inmediatas de los actuales tratamientos psicológicos se configuran durante el período del desarrollo cultural que recibe el nombre de Modernidad, el cual, a su vez, hunde sus raíces en el Mundo Antiguo. La modernidad puede dividirse en tres fases: Primera Modernidad (1500- 1850), Segunda Modernidad (1850-1975), y Modernidad Tardía (1975- actualidad) que se inicia con la llamada ruptura posmoderna surgida con el Giro Lingüístico, una ruptura epistemológica que se desarrolla a partir del último tercio del siglo XX. Durante la Primera Modernidad el reconocimiento de la dignidad del enfermo mental será mucho más teórico que práctico. Los tratamientos psicológicos girarán en torno al internamiento y la intervención se reducirá al ejercicio de presión moral en distintos grados, pues la confianza en la curabilidad de los trastornos mentales no se afianzará hasta la última década de este período. Con todo, las aportaciones en el campo de las ideas de este primer período moderno, sobre todo las debidas a la Reforma y la Contrarreforma, y a las teorías metaéticas nacidas al amparo de la Ilustración, resultan claves para comprender: 1) la amplitud de la variabilidad axiológica y teórica de los actuales tratamientos psicológicos y 2) las diferencias entre, por una parte, la psicología y la intervención psicológica angloamericanas, y, por otra, la psicología y la intervención psicológica de los países que, como España, vieron triunfar la Contrarreforma. Ya en el siglo XIX, cabe destacar dos períodos. El primero, hasta 1850, supone el final de la Primera Modernidad y se caracterizó, por: a) la pujanza de la neurología y la incipiente psiquiatría, b) la aparición, tanto en el ámbito médico como en el social, de un intenso optimismo respecto a la curabilidad de las enfermedades mentales c) la ausencia de cambios significativos en la manera de tratar a los pacientes. En cambio, la segunda mitad de esta centuria se caracterizó por la emergencia, propiciada por el positivismo, de la Segunda Modernidad y constituyó el caldo de cultivo en que habría de cristalizar la visión del hombre, la enfermedad mental y los tratamientos del siglo XX. De hecho, el período de transición del siglo XIX al siglo XX constituyó una época de innovaciones de toda índole del que nació la psicoterapia en el sentido actual del término. A medida que avanzaba el siglo XX, a pesar de los notorios vaivenes axiológicos, el occidente industrializado se fue convirtiendo en un entorno cultural caracterizado por la pluridimensionalidad ideológica y el individualismo, con lo que la demanda social de psicoterapeutas fue creciendo de forma progresiva. Cabe señalar que la ruptura epistemológica del último tercio del pasado siglo, conocida como posmodernidad o giro lingüístico posmoderno, y el posterior impacto de la globalización económica y las nuevas tecnologías han asentado la llamada Modernidad Tardía. Así, en las dos primeras décadas del presente siglo, se ha evidenciado un significativo cambio axiológico que está afectando, tanto a las exigencias de adaptación que recaen sobre los individuos, como a los ámbitos de competencia profesional de psicoterapeutas y psicólogos clínicos, con la consiguientes responsabilidades éticas y socioculturales que ello implica. OBJETIVOS DIDÁCTICOS Al finalizar el estudio de este capítulo, el lector/a debería ser capaz de: 1. Comprender la manera en que los tratamientos psicológicos constituyen una parte del entramado cultural en que tienen lugar. 2. Conocer las características diferenciales de los tratamientos psicológicos en la premodernidad. 3. Conocer las características diferenciales de los tratamientos psicológicos en la primera modernidad. 4. Conocer y comprender las relaciones existentes entre ciertas prácticas religiosas como la confesión y los actuales tratamientos psicológicos. 5. Conocer y comprender la importancia que sobre la concepción actual de los tratamientos psicológicos tuvieron los cambios culturales acaecidos durante el siglo XIX relacionados con: 1) la evolución de las actitudes hacia la enfermedad mental y 2) las expectativas respecto a los tratamientos psicológicos. 6. Conocer y comprender la importancia que sobre los actuales tratamientos psicológicos tuvieron los eventos históricos, posicionamientos teóricos en las ciencias humanas y debates epistemológicos más relevantes del siglo XX y principios del XXI. 7. Conocer y comprender las características de la modernidad tardía, la forma en que estas están afectando a los valores dominantes en nuestra sociedad, a las exigencias de adaptación que recaen sobre los individuos y a la manera en que ambos factores afectan a las demandas que afrontan hoy los psicoterapeutas. 8. Ser capaz de identificar las presuposiciones axiológicas y epistemológicas de cualquier tipo de tratamiento psicológico. CONTENIDOS TEÓRICOS 1. Introducción La práctica de la psicoterapia constituye un dispositivo cultural cuya función consiste en equilibrar las relaciones entre el individuo y el grupo. Por ello, la forma específica en que tal función se lleva a cabo en una sociedad concreta depende de las peculiaridades de dicha cultura. En la cultura occidental de principios del siglo XXI los tratamientos psicológicos se conciben como un tipo de práctica sociocultural orientada a mejorar lo que hoy consideramos salud mental y calidad de vida. Aunque incluso las sociedades prehistóricas cuentan con recursos que funcionan como tratamientos psicológicos, nuestras actuales modalidades de intervención psicoterapéutica son el resultado de un proceso de decantación de las nociones de salud mental y calidad de vida tan largo como la propia trayectoria de la cultura occidental. Porque si durante la antigüedad y el medioevo los tratamientos psicológicos estuvieron relacionados mayoritariamente con las concepciones religiosas, las actuales psicoterapias se forjaron a partir de ese punto de inflexión histórica conocido como Modernidad. En lo referente a los tratamientos psicológicos, esta etapa cultural fue implicando de manera progresiva: — La decadencia de las prácticas religiosas como dispositivos de equilibración de las relaciones individuo grupo. — El desplazamiento de las expectativas de equilibración, que la religión ya no satisfacía, hacia la filosofía, por un lado y hacia el arte, por otro. — El fracaso, tanto del arte como de la filosofía, para erigirse en dispositivos dominantes de equilibración. — El surgimiento de los actuales tratamientos psicológicos como prácticas culturales vinculadas simultáneamente a la pluralidad ideológica, al conocimiento positivo y al control empírico de su eficacia y, finalmente, por todo ello, a la democratización del conocimiento. Así, durante el siglo xx, los psicoterapeutas fueron ocupando buena parte del espacio cultural y de las funciones que en otras épocas correspondieron a sacerdotes, filósofos y artistas, al tiempo que muchos profesionales de los tratamientos psicológicos lucharon abiertamente por ser reconocidos como científicos. Igualmente, a lo largo de ese siglo, y de manera especial a lo largo de su segunda mitad, la profesión de psicoterapeuta fue recibiendo un reconocimiento social creciente. Y ello, porque durante esos años, la sociedad occidental fue depositando en sus psicoterapeutas un conjunto creciente de demandas; demandas que, a su vez, fueron asumidas por estos como retos a afrontar (Cullari, 2001). Como consecuencia del mutuo ajuste entre demandas sociales y actividad terapéutica, el poder social de quienes ejercen la psicoterapia se ha incrementado durante el último siglo en la misma medida en que su actividad profesional se ha ido haciendo indispensable para la sociedad en la que viven. Pero si, por una parte, el poder del psicoterapeuta se manifiesta en la influencia interpersonal que su actividad genera y en su capacidad para pronunciarse como colectivo profesional, por otra, dicho poder está siempre ligado al —y en ese sentido limitado por— el conjunto de presuposiciones que hacen posibles, tanto las actividades clínicas, como las declaraciones colegiales. El conjunto de presuposiciones que sostienen la actividad psicoterapéutica constituye la vía de entronque de los tratamientos psicológicos con las demandas sociales. Y, no por casualidad, las presuposiciones concretas que asumen los terapeutas varían significativamente en función del modelo de intervención que les sirve de guía. En otras palabras, nuestra cultura admite hoy diversas definiciones del papel del individuo en el grupo, de la salud y la higiene mental, la calidad de vida, etc., y esta diversidad en los valores culturales tienen su correspondencia en las configuraciones concretas que adoptan hoy los tratamientos psicológicos en cuanto dispositivos de equilibración cultural. Concretamente, considerando la actividad clínica de los psicoterapeutas como un todo, el momento actual se caracteriza por: a) La existencia de varias concepciones de la intervención terapéutica, que mantienen entre sí diferencias notables en tres niveles de análisis distintos: el epistemológico, el teórico y el técnico. b) Una cierta tendencia a la integración de algunos de estos presupuestos (véase capítulo 12). Dicha tendencia puede observarse de manera diferencial en todos los niveles de análisis arriba mencionados, pero a nuestro entender, más que una voluntad de síntesis refleja, sobre todo, esa corriente cultural propia de nuestra época, que suele recibir el nombre de mestizaje. c) La existencia de un acuerdo creciente entre los profesionales respecto a la relevancia de ciertos aspectos del proceso de cambio terapéutico, sobre todo en lo relativo a las condiciones de la alianza y la relación terapéuticas (véase capítulo 12). En definitiva, mediante su ejercicio profesional todo psicoterapeuta está reforzando la vigencia en su entorno social de su personal visión del mundo, pues su abordaje de las problemáticas de los pacientes y sus propuestas de cambio están filtradas o inspiradas por el modelo de intervención que le sirve de guía. Es decir, la psicoterapia consiste siempre en un proceso de influencia interpersonal. Sin embargo, esta condición inevitable de la psicoterapia ni está reñida —ni tiene por qué estarlo—, con el respeto del/la terapeuta hacia el/la paciente y/o hacia las concepciones de este último sobre sí mismo, los demás y el mundo. Junto con el desarrollo de la competencia profesional en el sentido más técnico de la expresión, una manera de fomentar que lo que la psicoterapia tiene de influencia interpersonal no se convierta en ejercicio arbitrario del poder pasa por el conocimiento y el reconocimiento, por parte de los terapeutas, del conjunto de presuposiciones que subyacen a los distintos tipos de tratamientos psicológicos. Con objeto de propiciar la aproximación a este conocimiento, dedicaremos el presente capítulo a una somera contextualización histórico- cultural de los tratamientos psicológicos; esto es, a la identificación de los rasgos más sobresalientes de las presuposiciones de que parten. Pero, además, la información recogida en el presente capítulo pretende asimismo facilitar la comprensión de los desarrollos más actuales en el campo de la intervención psicoterapéutica. Tales desarrollos llevan la marca de la posmodernidad tardía, ya que, desde el último tercio de la pasada centuria y desde distintos ámbitos de las Ciencias Humanas, autores de procedencia muy diversa vienen cuestionando la validez de las premisas introducidas por la inicial visión moderna del mundo y cuestionando los propios cimientos de la cultura occidental, poniendo en tela de juicio ciertas presuposiciones culturales introducidas por Platón y reafirmadas por Aristóteles. Y si en el ámbito epistemológico semejante cuestionamiento ha dado lugar a la corriente llamada constructivismo social, en el campo de la psicoterapia ha propiciado la emergencia de una nueva línea de intervención terapéutica, la narrativa (véase capítulo 11), así como al afianzamiento de cierta modalidad de tratamientos cognitivos (véase capítulo 10). 2. Los tratamientos psicológicos como práctica sociocultural Analizada con criterios antropológicos toda práctica sociocultural consiste en un tipo de actividad social a menudo compleja y, por tanto, compuesta a su vez por un conjunto de procedimientos que, por el mero hecho de ser ejecutados, refuerzan, tanto la vinculación del individuo con el grupo, como la adhesión de ambos a la visión del mundo propia de esa cultura. Junto con los tratamientos psicológicos constituyen asimismo ejemplos de prácticas socioculturales la educación, la organización de la vida política y la articulación de los diferentes rituales de paso (nacimiento, matrimonio, muerte...). Las culturas surgen, están vigentes y se extinguen en períodos temporales concretos, durante los cuales cualquier práctica desarrollada en su seno responde a una determinada visión del mundo. A su vez, la visión del mundo de cada cultura se genera en un entramado de tradiciones surgidas a lo largo del tiempo, bien desde las propias prácticas culturales, bien desde las prácticas de otras culturas que actúan como precursoras o como puntos de referencia. Cada visión del mundo constituye una configuración simbólica compleja que, dependiendo parcialmente del desarrollo tecnológico alcanzado por una cultura concreta en un momento histórico dado, organiza de forma coherente aquellas actitudes, valores, creencias y prácticas que posibilitan a los miembros de esa cultura a) la supervivencia en un entorno físico y b) el establecimiento de vínculos sociales. Generalmente, cuando hablamos de desarrollo tecnológico pensamos en un tipo de conocimiento práctico capaz de generar utensilios y modificar la relación con el ambiente (el cuchillo de sílex, el arado romano, la máquina de vapor, las naves espaciales...); sin embargo, también conviene tener en cuenta las llamadas tecnologías de la inteligencia (Levy, 1990). Se entiende por tales aquellas tecnologías que, inscritas en el proceso mismo del pensamiento, tienen por función y efecto posibilitar ciertas operaciones de la inteligencia imposibles de realizar de otra manera. Son ejemplo de tecnologías de la inteligencia la representación gráfica, la escritura, la imprenta y el ordenador. Y cuando en una cultura surge una gran innovación en las tecnologías de la inteligencia, su impacto se traduce de manera inevitable en importantes modificaciones sociales. Así, mientras que la aparición de la imprenta introdujo en la cultura occidental modificaciones que afectaron profundamente al estatus de los enfermos mentales, actualmente, coincidiendo con el desarrollo de dispositivos informáticos, se están perfilando profundos cambios culturales cuya incidencia sobre el desarrollo de la psicoterapia ya ha comenzado a notarse al independizar, gracias a internet, la atención psicológica de la relación presencial paciente-terapeuta. Porque la experiencia del trastorno psicológico y la curación no remiten solo a la noción de enfermedad y tratamiento, sino también a la noción de conducta social en general y, más concretamente, a la noción de persona desarrollada por una cultura dada. En este sentido, los tratamientos psicológicos constituyen tanto productos como procesos culturales que tienen entre sus funciones reforzar dogmas culturales particulares, constituyéndose en agentes de socialización. 3. Criterios de contextualización Hoy por hoy en nuestra cultura, los tratamientos psicológicos constituyen un tipo de actividad profesional que, inserta en el ámbito de la salud, es retribuida por la inversión privada o, cada vez con mayor frecuencia, por fondos pertenecientes al erario público o a las compañías aseguradoras (Knapp y McDaid, 2012). Es por eso que el control de la eficacia de los tratamientos psicológicos (orientación empírica), incluso pese a verse afectado por ciertas limitaciones metodológicas o políticas institucionales (Maier, 2012; Goldfried, 2015) (véase capítulo 14), se ha convertido en el criterio prioritario para su evaluación (Lovelock y col., 2018). Sin embargo, junto con la eficacia, resulta asimismo indispensable establecer otro tipo de criterios que nos permitan conocer y mejorar aquellos recursos mediante los que los tratamientos psicológicos cumplen la función social que les hemos asignado, y su relación con las vías por las que los pacientes ven satisfechas sus demandas. Por eso, el otro gran criterio de objetivación y evaluación crítica de las psicoterapias consiste en analizar el conjunto de presuposiciones culturales que mantienen vigentes sus teorías y procedimientos. Dos son los tipos de presuposiciones culturales relevantes a este respecto: a) Las presuposiciones de carácter axiológico —relacionadas con los valores— y doxástico, —relacionadas con las opiniones—. Este tipo de presuposiciones tienen como núcleo el estatus individual que la cultura reconoce al paciente y la responsabilidad que aquella atribuye a este respecto al trastorno y la curación. b) Las presuposiciones de carácter epistemológico, relacionadas con las concepciones de la naturaleza del conocimiento humano. Estas presuposiciones, en tanto en cuanto son de naturaleza filosófica, constituyen en última instancia una clase particular de presuposiciones doxásticas. Ambas clases de presuposiciones se han cruzado de maneras específicas en cada período histórico concreto y, si bien es cierto que han sufrido una clara evolución, también lo es que han tendido a preservar el núcleo fundamental de creencias, actitudes y valores que las caracteriza. Porque, en occidente, las diversas visiones del mundo se han ido sucediendo mediante lentos procesos de evolución, de forma que la consolidación de una cierta orientación ideológica casi siempre ha implicado, más la hegemonía de esta, que la desaparición de las orientaciones alternativas. En consecuencia, vamos a revisar la evolución histórica de las presuposiciones culturales que sustentan los tratamientos psicodinámicos, experienciales, constructivistas, sistémicos e integradores categorizando dicha evolución en cuatro etapas: premodernidad, primera modernidad, segunda modernidad y modernidad tardía, incluyendo los albores de esta: Giro Lingüístico. 4. La premodernidad Entendemos por etapa premoderna la que se extiende desde la prehistoria hasta 1500 d. C. Con carácter general, de entre las presuposiciones culturales que articularon la visión del mundo premoderna cabe destacar los siguientes aspectos: a) El hombre es un elemento más de la naturaleza. b) El control de la conducta humana está en gran medida fuera del alcance del hombre; esto es, en manos de la voluntad de los dioses — el destino— o de Dios —la gracia—. c) La enfermedad mental constituye un ejemplo paradigmático de comportamiento sujeto a un control externo. Dicho control es de naturaleza transcendente. d) El hombre y la naturaleza, así como los dioses y Dios, forman parte de la realidad, la cual existe objetivamente; esto es, existe con independencia del conocimiento humano. e) La realidad solo es parcialmente cognoscible por la inteligencia humana. En cambio, en lo que respecta a la evolución de los tratamientos psicológicos, los aspectos significativos son: 1) Cuando una cultura carece de escritura, su visión del mundo suele articularse en torno a creencias mágicas, con lo que sus prácticas médicas, psicoterapéuticas y religiosas suelen constituir prácticas indiferenciadas. Se desconoce la datación y la vía por la que el tratamiento de las perturbaciones psicológicas fue diferenciándose en occidente del tratamiento de las enfermedades físicas. Sabemos, en cambio, que en nuestra Edad de Bronce los chamanes (Poveda, 1997), junto con la prescripción de amuletos, empleaban técnicas como el control respiratorio o la repetición para liberar a los enfermos psíquicos de sus dolencias. Sabemos también que, en esa época, tanto las dolencias físicas como las mentales, se atribuían a la influencia de fuerzas no observables cuyo poder sobrenatural era invocado con objeto de obtener la curación (orientación irracionalista). 2) Posteriormente, entre las culturas antiguas que ya conocían la escritura, como la persa, la griega y la romana, comenzaron a establecerse formas de intervención psicoterapéutica que respondían a criterios netamente racionales. Con todo, la ausencia de diferenciación entre prácticas mágico-religiosas y prácticas médicas se extenderá por toda la antigüedad como una combinación de prescripciones rituales, con normas higiénicas y recomendaciones naturalistas (orientación empírica). 3) Aunque nacida en la sociedad etrusca y próxima a las connotaciones del concepto de rol popularizadas por el teatro griego, es en el derecho romano donde se acuña el concepto de persona legal o ciudadano del Estado como lugar de derechos y deberes (orientación individualista). Dentro del propio imperio romano el concepto de persona jurídica servirá como punto de partida para la elaboración de los conceptos morales de persona propuestos por la filosofía estoica y el cristianismo (orientación ética). 4) Tras el desmoronamiento del Imperio Romano, el endurecimiento de las condiciones de vida y la inseguridad propiciadas por las continuas guerras tuvieron un efecto involutivo sobre la cultura, que pasó a estar controlada en todas sus manifestaciones por la Iglesia. El poder cultural alcanzado por la Iglesia durante la Edad Media posibilitó que la concepción mágica del mundo —que en la cultura griega y romana convivía con concepciones más racionalistas— cediera su primacía a una concepción teocéntrica. Y así, la Iglesia, al tomar como referente absoluto la religión cristiana y los valores defendidos por ella —fe, obediencia, caridad, resignación y pobreza—, desarrolló una gran actividad ideológica contraria al conocimiento empírico. Este fue considerado enemigo de la fe y la obediencia a la doctrina de Cristo. 5) La hostilidad eclesiástica hacia conocimientos que no procedieran de la revelación afectó directamente a las prácticas médicas, pues la Iglesia, que ejercía su control sobre los fieles invocando el principio de obediencia, antepuso la fe a cualquier otro remedio curativo. Sin embargo, esta misma hostilidad de la Iglesia hacia el conocimiento empírico tuvo como consecuencia el desarrollo de amplios debates sobre la naturaleza del alma y la vinculación de esta con las funciones psicológicas (orientación epistémica) y la vida del espíritu (orientación introspectiva). Y a su vez, directamente vinculada con tales controversias filosóficas, tendrá lugar la salvaguarda de la noción de persona como valor cultural. 6) Durante el medioevo, la pobreza, consecuencia de sequías y de guerras, fue dando lugar a la aparición de bolsas de marginación social en torno a los burgos. Al tiempo, el desarrollo y creciente pujanza de estos desencadenaron una situación de conflicto social casi continuo frente a las restricciones que trataban de imponer sobre su actividad los grandes señores. En este contexto, la Iglesia se ocupó con frecuencia de restablecer el precario orden social, mediante el reforzamiento del tradicional orden moral y comportamental que venía rigiendo la vida de los individuos, tarea de la que se ocuparon ampliamente los inquisidores. De esta forma, surgió una orientación represora caracterizada por el hecho de que, junto a ciertos enfermos mentales, se consideraba poseídos por el diablo y propagadores de sus males a todos aquellos que, de una u otra forma, alimentaban ideas subversivas contra el estado o contra los valores morales consagrados como verdades inamovibles. Así, fueron primero perseguidos y luego, además, considerados enfermos, todos aquellos individuos cuyas conductas caían fuera de las normas y pautas seguidas por el grueso de los miembros de su comunidad. 7) Este estado de cosas se mantendrá básicamente inalterable hasta el siglo XVIII, cuando el desarrollo científico, propiciado en buena medida por dos siglos de rápida difusión del conocimiento gracias a la imprenta, convierta la razón en uno de los valores dominantes de la cultura occidental. Con todo, de la Iglesia medieval, la Ilustración heredará: a. Una actitud hacia la enfermedad mental de carácter represor y poco diferenciada del control de la conducta social. b. Una cierta tradición en la creencia de la curabilidad de los trastornos psicológicos dependiente de los atributos del alma, esto es, de ciertas funciones psicológicas como, por ejemplo, la voluntad. 5. La modernidad Entre finales del siglo XV y principios del siglo XVI se produjeron en Europa una serie de transformaciones económicas, culturales y políticas que, con la perspectiva que da el paso del tiempo, han convertido ese período en un punto de corte entre dos épocas. Sin embargo, en este contexto la expresión punto de corte debe entenderse más como una lenta evolución que como un acontecimiento abrupto. Además, como señala Ibáñez (2001) la evolución y los cambios que implicó tampoco deben entenderse en términos de progreso. Con todo, factores como la apertura de nuevas rutas comerciales —con oriente y con el continente americano—, la aparición de la imprenta o ciertas innovaciones tecnológicas que afectaban a la producción de bienes dieron lugar a la emergencia de un pensamiento filosófico de carácter antropocéntrico —en oposición al teocentrismo medieval—, impulsaron el poder de la burguesía y facilitaron la aparición de los estados modernos. Y, a su vez, todo ello, acabó determinando cuestiones tales como la constitución de la ciencia en empresa cultural o la diferenciación creciente de la noción de individuo. En cuanto período cultural, la Modernidad fue introducida por el Renacimiento, la Reforma y la Contrarreforma, consolidada por la Ilustración y llevada a su apogeo por las sucesivas etapas de la Revolución Industrial. Como apuntábamos en la introducción, los tratamientos psicológicos, tal como hoy los conocemos, son fruto de la Modernidad. Concretamente, los rasgos de esta directamente relacionadas con ellos son: 1. Secularización de la visión del mundo. 2. Transformación de las sociedades agrícolas en sociedades industrializadas con la consiguiente transformación de las estructuras sociales. 3. Debilitación de los vínculos entre el individuo y el grupo, como consecuencia de las transformaciones estructurales mencionadas —en particular la de la familia—. 4. Modificación del estatus del individuo en relación con el grupo, consecuencia de los tipos de cambio ya mencionados. 5. Acumulación de información sancionada socialmente como conocimiento fiable. Dicha información podrá estar referida a cualquier aspecto concreto de la realidad, y solo será considerada digna de crédito cuando provenga de la observación o la experimentación. Además, los datos obtenidos mediante estos procedimientos serán interpretados como claves o indicios de algo mayor (Burke, 2002). Con todo, dentro de la Modernidad cabe diferenciar tres fases: a) La Primera Modernidad (1500 a 1850), b) La Segunda Modernidad (1850- 1975) y c) la Modernidad Tardía (desde 1975 hasta el momento actual). 5.1. Primera Modernidad (1500-1850) Durante el Renacimiento, la Reforma y la Contrarreforma se produjo una recuperación progresiva de las antiguas tradiciones médico-racionalistas y, con ello, una recuperación de la orientación empírica. En gran medida estas prácticas habían sido preservadas y enriquecidas por la medicina árabe, puesto que en la cultura islámica los enfermos mentales eran considerados como inspirados por Dios y, por tanto, mucho más respetados que en occidente. Retornó, por tanto, el tratamiento de ciertos trastornos psicológicos a base de dietas, eméticos y sangrías; sin embargo, como al mismo tiempo las creencias en la brujería seguían aun fuertemente arraigadas en la cultura popular, la Inquisición continuó asimilando algunas enfermedades mentales con posesiones demoníacas y dando tratamiento de herejes a ciertos enfermos. En este sentido, también podemos hablar de una consolidación de la actitud represora. Además, existió una tercera vía de intervención psicoterapéutica cuyos antecedentes procedían del medioevo. Se trata de la creación de los primeros hospitales destinados específicamente a acoger enfermos mentales, centros en los que estos recibían un trato humanitario justificado por la caridad y por una moral religiosa, cada vez más predispuesta a respetar cualquier manifestación de lo humano. Es el caso del Hospital Mental de Valencia, cuya creación en 1409 por el padre Jofré dará lugar al mito fundacional de la psiquiatría, o del abierto en 1566 en Ciudad de Méjico por Bernardino Álvarez. La aparición de los primeros psiquiátricos puede considerarse un indicio del afianzamiento de la orientación moral. Porque, si como ya hemos dicho, a lo largo de unos doscientos años las prácticas psicoterapéuticas continuaron dependiendo de las ideologías del pasado, las consideraciones morales innovadoras y los nuevos posicionamientos religiosos estuvieron en ebullición. Erasmo, por ejemplo, no solo valoró la locura como un noble motivo de reflexión, sino que afirmó que esta constituye el núcleo mismo de la cordura. Paralelamente, una nueva ordenación social fue propugnada por Luis Vives y Cervantes Salazar. Sin las aportaciones de ambos al entonces naciente derecho natural, hoy resultaría imposible comprender las orientaciones axiológico-doxásticas más actuales relativas al respeto por las minorías. Además, el afianzamiento de la orientación moralizante se fue abriendo camino en la vida secular gracias a tres contribuciones que, a su vez, resultaron decisivas en la reactivación simultánea de las orientaciones ética, individualista e introspectiva: «El Príncipe» de Nicolás Maquiavelo, los «Ensayos» de Michel de Montaigne, y la ética cartesiana. Sin embargo, las contribuciones decisivas en este aspecto vendrán dadas por la Reforma y la Contrarreforma. La Reforma protestante constituye la contribución axiológica de este período que tendrá un mayor peso en el posterior desarrollo de los tratamientos psicológicos. Hasta la protesta luterana la Iglesia había luchado, por una parte, contra las instituciones políticas que pretendían reducir su poder y, por otra, contra el individuo, cuya conducta necesitaba someter para afianzarse. Sin embargo, a partir de la Reforma, en los países en los que esta triunfe, la religión solo tendrá que autoafirmarse frente al poder político. Este hecho vendrá determinado por la enérgica defensa de las orientaciones individualista y ética propugnada por el protestantismo, ya que Lutero estableció como dogma que al hombre le basta su fe para salvarse, mientras que Juan Calvino dotó a la simplicidad de esta creencia de una profunda dimensión moral. Ahora bien, de entre las diversas implicaciones socioculturales de la Reforma protestante tres son los aspectos que destacan por su influencia a largo plazo sobre lo que la actual cultura occidental entiende por tratamientos psicológicos: a) La doctrina de la doble predestinación. Dios elige a quienes han de salvarse y a quienes se condenarán con independencia de su fe, su amor, sus méritos o falta de ellos. Al asumir este dogma, Calvino defendió que los elegidos para salvarse quedaban obligados a comportarse como dignos instrumentos del poder divino mediante la observancia de una ética rigorista. Además, consideraba frecuente que los elegidos recibieran señales de su condición. Sin embargo, estas señales, que solían coincidir con signos externos de bienestar y riqueza, no siempre estaban claras, por lo que no todos los elegidos tenían desde sus primeros años conciencia de serlo. En estos casos correspondía al Espíritu Santo propiciar en ellos la palingenesia; esto es, la regeneración moral que, una vez acontecida, convertía la vida de los regenerados en ejemplo de obediencia a la ley divina, es decir, al Decálogo interpretado según el Evangelio. Por otra parte, en el pensamiento calvinista las normas evangélicas constituyen la expresión más adecuada del derecho natural, por lo que la existencia regenerada pasa a ser también regla de la vida civil y política. Cabe señalar que la relación establecida por la reforma calvinista entre identificación de los elegidos por Dios para salvarse y los indicios externos de bienestar social y riqueza convirtieron esta creencia en fundamento ideológico de la ética del trabajo y del ahorro propia de los inicios del capitalismo, así como de la orientación hacia el éxito y la riqueza de nuestra sociedad actual. b) Desacralización de la confesión. La confesión, aunque entre los protestantes, incluidos los calvinistas, continuó siendo un valor reconocido para los fieles con remordimientos de conciencia en cuanto práctica introspectiva dirigida a la identificación de las propias faltas, dejó de ser considerada un sacramento. Esta desacralización resultó muy facilitadora del proceso de transformación de las relaciones de guía espiritual en relaciones de consejo psicológico. c) Independencia hermenéutica. La reforma protestante reconoció al individuo la capacidad de leer e interpretar adecuadamente la palabra de Dios. Con ello, promovió la consolidación del modelo atributivo interno del cambio psicológico, pues con la única condición de que su conducta se atenga a la ley divina, afirma a cada ser humano como responsable último de su vida y, por tanto, de su destino. Por su parte, la Contrarreforma o Reforma Católica consistió en un movimiento nacido dentro de la iglesia romana y propugnado por nuevas órdenes religiosas, como los teatinos, los capuchinos, las teresianas o los jesuitas. El pensamiento contrarreformista se proponía la renovación interna de la iglesia, pero además se oponía a la Reforma Protestante y no solo por discrepancia en los dogmas, sino también en cuestiones tales como la libertad hermenéutica frente a los textos sagrados, la valoración de la confesión y, en definitiva, todas aquellas expresiones de la fe y la vida religiosa que en el pensamiento reformista contribuían a enfatizar el individualismo. Es más, en los países en los que triunfó la Contrarreforma, entre los que destaca España, sus gobernantes tendieron a establecer sólidos vínculos entre Iglesia y Estado, de forma que la Iglesia, con frecuencia a través de la Inquisición, se convirtió en un arma política de control social y de sometimiento del individuo a los criterios del grupo. Así, con el paso del tiempo, el arraigo del individualismo en las sociedades católicas resultó ser significativamente menor que en las sociedades protestantes, mientras que la familia se convertía en un referente de primera magnitud. En suma, aunque el Renacimiento y la Reforma nos dejaron como herencia axiológica el interés por el conocimiento científico y el individualismo en los países en los que triunfó la Contrarreforma, así como en aquellas partes del mundo que fueron colonizadas por estos países, ambos valores se vieron, bien fuertemente contrarrestados por los religiosos, bien filtrados por maneras tan peculiares de entenderlos y vincularlos con el poder establecido como la desarrollada por los jesuitas. Por todo ello, durante la Primera Modernidad, el reconocimiento de la dignidad del enfermo mental será mucho más teórico que práctico. Los tratamientos psicológicos girarán en torno al internamiento y la intervención se reducirá al ejercicio de presión moral en distintos grados, pues la confianza en la curabilidad de los trastornos mentales no se afianzará hasta la última década de este período. Y aunque a finales del siglo XVIII se descubrirá la hipnosis, su empleo sistemático como procedimiento terapéutico específico no se impondrá hasta casi cien años después, mientras que la verdadera puesta en valor de sus fundamentos no llegará hasta mediados del siglo XX (véase capítulo 7). Sin embargo, las aportaciones en el campo de las ideas del primer período moderno, sobre todo las debidas a la Reforma y la Contrarreforma y a las teorías metaéticas nacidas al amparo de la Ilustración y los posicionamientos románticos resultan claves para comprender la amplitud de la variabilidad axiológica y teórica de los actuales tratamientos psicológicos. Y ello por dos razones: 1) Las teorías metaéticas —cuyo objeto consistía en dilucidar si el comportamiento acorde con las normas sociales tiene una fundamentación objetiva (razón) o subjetiva (emoción)— serán muy distintas en Inglaterra y el continente. Esto no significa que en Europa vayan a coexistir códigos de conducta moral muy diferentes, sino que existirán teorías muy diferentes sobre la naturaleza moral del hombre. Así, en el continente prevalecerá el racionalismo axiológico de Spinoza, Rousseau, y Kant, quienes defenderán la creencia de que los valores sancionados por la sociedad son expresión directa o indirecta de la razón. Mientras que, en Inglaterra, Hobbes defenderá igualmente esta concepción, pero autores como Shaftesbury, Hutcheson y Hume argumentarán a favor de un origen emocional de los valores morales y, por tanto, de la capacidad de adaptación del individuo. Ambos posicionamientos axiológicos van a dar lugar a dos tradiciones culturales que, a su vez, durante el siglo XX, serán asumidas por diferentes líneas de intervención psicoterapéutica como modelos diferenciales del ser humano. Así, mientras que el núcleo de las propuestas metaéticas racionalistas serán asumidas como presuposiciones axiológicas por los tratamientos psicodinámicos (véanse Capítulos 2 y 3), las terapias sistémicas racionalistas (véase capítulo 8), las terapias basadas en la reestructuración cognitiva y la terapia cognitivo-conductual; las propuestas metaéticas emocionalistas, en cambio, se constituirán en el núcleo de las presuposiciones axiológicas humanistas-experienciales (véase capítulo 4). 2) Ilustración y Romanticismo constituyen dos formas contrapuestas de concepción del mundo, ambas aún vigentes en lo esencial. Las líneas generales de dicha confrontación son las recogidas en la tabla 1.1. Tabla 1.1. Criterios axiológicos y doxásticos que contrapusieron las visiones del mundo ilustrada y romántica durante la primera modernidad (Lizcano, 2006) ILUSTRACIÓN ROMANTICISMO Dicotómica: naturaleza/sociedad; Perspectiva Unitaria: comunidad, pasión, emoción cuerpo/mente; sujeto/objeto Enfoque Atomista: individuo/sociedad Holista: grupo, nación Cosmología Mecánica Orgánica Concepción Global: universal y ahistórica Local: singular y concreta Derecho Natural Consuetudinario Valores Razón/Igualdad/Libertad Sentimiento/Diferencia/Pertenencia Espacio Homogéneo y universal Lugares heterogéneos Tiempo Lineal y progresivo Circular Epistemología Analítica, causal Hermenéutica Pensamiento Analítico/Abstracto; Inductivo/Deductivo Analógico; Concreto Lenguaje Ideal Poético Metalenguaje Matemático Simbólico 5.2. Segunda Modernidad (1850-1975) Es en este período donde cabe situar el nacimiento y consolidación de lo que, en occidente, entendemos actualmente por tratamientos psicológicos. Como expresión referida específicamente al tratamiento del sufrimiento humano de origen no exclusivamente somático, el término psicoterapia apareció en 1887 (Pivnick, 1969), en un momento histórico especialmente denso en el ámbito de la cultura occidental. Porque, aproximadamente en torno a esa fecha, gran número de intelectuales y artistas comenzaron a rebelarse de manera sistemática contra los valores de la burguesía — comedimiento, autocontrol, ahorro, rechazo de la sensualidad, etc.—; valores provenientes, en última instancia, de la reforma protestante. Surgió así un movimiento, que suele llamarse Modernismo que, si bien en ese período tuvo una proyección minoritaria, constituyó el origen de una nueva ética que acabaría generalizándose a lo largo del siglo XX. Estos nuevos valores enfatizaban el valor de la experiencia presente, particularmente el de las sensaciones, así como la ruptura de los usos y conductas apoyados en la tradición. Paralelamente, sobre todo en Estados Unidos, surgieron diversos movimientos de protesta ciudadana que reivindicaban igualdad de derechos y sustanciales mejoras en la calidad de vida de ciertos sectores de la sociedad, como las mujeres, los niños y los enfermos mentales hospitalizados. A su vez, esta revolución social silenciosa fue a converger con el momento en que la Filosofía sufrió el desgarro irreversible del que nacieron las ciencias sociales, entendidas como disciplinas destinadas a ampliar el conocimiento de lo humano mediante la aplicación del método científico. En suma, se puede afirmar que el período de transición del siglo XIX al siglo XX, constituyó una época de innovaciones de toda índole, del que nació la psicoterapia en el sentido actual del término; esto es, como una actividad netamente delimitada en el seno de la cultura occidental y ejercida por profesionales especialmente adiestrados para desarrollar tal labor. Entre los ya mencionados movimientos ciudadanos que reivindicaban mejoras en la calidad de vida, el más significativo de cara a la consolidación de la psicoterapia en general, es el que dio lugar a las campañas de higiene mental. La expresión higiene mental estuvo ligada en su origen a la fuerte reivindicación en favor de los derechos civiles de los enfermos mentales hospitalizados que tuvo lugar en los Estados Unidos a finales del siglo XIX. Una inquietud social que también se extendió rápidamente por Europa al terminar la I Guerra Mundial, en parte como respuesta a la elevación de la tasa del trastorno de estrés postraumático que la contienda trajo consigo, pero, sobre todo, como consecuencia de: 1. El clima de optimismo respecto a la curabilidad de las enfermedades mentales imperante en el ambiente médico-psiquiátrico. Este optimismo, heredero del que erróneamente generaron las primeras aplicaciones de los nuevos instrumentos estadísticos durante el siglo XIX, recibió un gran impulso con la popularización de los planteamientos terapéuticos psicoanalíticos. 2. Las grandes campañas publicitarias destinadas a hacer llegar al gran público las ventajas de una adecuada atención psicológica. En principio, estas campañas de higiene se hicieron eco de los aspectos nocivos causados por agentes como el alcohol, el tabaco o el consumo excesivo de comida. Es más, con frecuencia todos estos elementos solían estar aderezados con directrices morales que afectaban a la forma de entender las relaciones interpersonales y las relaciones del individuo consigo mismo. Sin embargo, progresivamente y de manera especial a partir de la I Guerra Mundial, las campañas publicitarias en pro de una mejora de la calidad de vida comenzaron a convertirse en campañas de información, cuyo objetivo consistía en hacer llegar a la masa de la población informaciones claras sobre características de las enfermedades mentales y de su tratamiento. Este hecho tuvo como consecuencia la aparición del tercero de los factores implicados. 3. La familiarización del ciudadano medio con los progresos psicotera‐ péuticos. Con ella, el interés que en él despertaban las posibilidades de la psicoterapia comenzó a desplazarse, desde los casos más floridos, hacia las aportaciones que la psicoterapia podía hacer en los reducidos pero continuos conflictos a que el hombre se ve sometido en su vida cotidiana. Este interés alcanzó su punto álgido en la década 1940-1950, pues fue entonces cuando, primero en Estados Unidos y luego en una Europa que luchaba por recobrarse de la II Guerra Mundial, se multiplicaron las informaciones sobre temas psicológicos en revistas populares, ediciones de divulgación, conferencias a nivel básico, entrevistas a expertos durante los programas de radio en horas de máxima audiencia, etc. 4. El aumento del gasto público destinado a la atención de la salud mental y a las campañas de información y prevención por parte de instancias políticas, cada vez más sensibilizadas ante la potencial labor social que cabía esperar de la psicoterapia como consecuencia de: a) la efectividad relativa que los procedimientos psicológicos habían tenido sobre los combatientes de ambas guerras mundiales y b) el reconocimiento por parte de la Organización Mundial de la Salud, en su primera reunión (1948), de que la mayor contribución efectuada hasta ese momento por las Ciencias Sociales consistía en haber explicitado, de manera inequívoca, la plasticidad de la conducta humana. Sin embargo, también es obligado recordar aquí las fuertes oscilaciones axiológicas que afectaron al concepto de psicoterapia a lo largo de este período. Así, por ejemplo, el movimiento de orientación irracionalista New Thought, tuvo una amplia difusión, especialmente en países de habla inglesa, durante la segunda mitad del siglo XIX. Más concretamente, su impronta cultural en los Estados Unidos dio lugar a una subcultura espiritualista que constituyó un sólido precedente del Movimiento Humanista. De hecho, dicha subcultura se convirtió en una de las fuentes de la ruptura interna sufrida por este movimiento; ruptura que tuvo entre otras consecuencias la actual diferenciación entre Terapias Humanistas Experienciales y Terapias Humanistas Transpersonales (véase capítulo 4). Igualmente, cabe subrayar que el impacto de las Terapias Transpersonales en Estados Unidos pasó a integrarse en la mencionada subcultura espiritualista generada por New Thougth, contribuyendo con ello de forma decisiva a la aparición del movimiento New Age. Es decir, contribuyendo a la pervivencia de las presuposiciones irracionalistas del espiritualismo norteamericano del siglo xix, en las presuposiciones irracionalistas del espiritualismo milenarista de finales del siglo xx. Es más, ciertos elementos de esa subcultura espiritualista, originalmente norteamericana, aún continúan su penetración en todo el planeta, como una consecuencia más de la globalización fomentada por los medios de comunicación de masas. Por otra parte, pese a los vientos de cambio introducidos por el Modernismo, la fuerte tradición racionalista del positivismo del siglo XIX pervivirá, en buena medida hasta el final de la I Guerra Mundial, aunque matizada por las corrientes de pensamiento pragmatistas. En cambio, durante los años 20 y hasta la gran depresión económica del año 29, los principios de la moral calvinista conocieron una recesión, en pro de opciones morales más relajadas, así como de las explicaciones psicoanalíticas. Ahora bien, a partir de la crisis del 29 y de sus dramáticas consecuencias, el optimismo que impregnaba hasta ese momento la vida social y la cultura en los países industrializados retrocedió, de forma que las opciones morales más próximas al espíritu calvinista resurgieron junto con idearios netamente racionalistas. Este estado de cosas volvió a cambiar a partir de la recuperación económica vivida por occidente una década después del final de la II Guerra Mundial. Fue entonces cuando hizo su aparición un movimiento romántico que reivindicaba la espontaneidad y exaltaba el presente, el papel de lo vivencial y de las relaciones interpersonales no formalizadas. Este movimiento ideológico tuvo una gran repercusión dentro de la psicoterapia, pues gracias a él conocieron su apogeo las psicoterapias humanistas, si bien en los Estados Unidos se produjo una impregnación optimista procedente de la contracultura hippie, mientras que en Europa dominaron actitudes más críticas procedentes del existencialismo y la antipsiquiatría (véase capítulo 4). A su vez, este último período romántico desapareció con la enorme inestabilidad económica y política provocada en los años 70 por la crisis del petróleo. Por último, cabe destacar que, las mismas presuposiciones axiológicas y dóxásticas que enfrentaron a Ilustración y Romanticismo (véase Tabla 1.1.), sustentaron al final de este período las posiciones adoptadas respectivamente por los partidarios del neopositivista Karl Popper y su lógica de la investigación científica y Thomas S. Kuhn. Entre unos y otros se estableció un encendido debate epistemológico que se abrió en 1962, con la publicación por parte de Kuhn, de su concepción sobre las revoluciones científicas (Bloor 1998, Lizcano 2006, Chung y Hyland, 2012). Porque Popper había concebido la ciencia como una actividad desarrollada por científicos individuales que, trabajando con proposiciones atómicas y particulares, progresan de una manera continua hacia una verdad que cada día está más próxima. En cambio, Kuhn, entendía, en primer lugar, que son las comunidades científicas y no los individuos quienes llevan a cabo la investigación; en segundo lugar, que son paradigmas enteros y no las proposiciones aisladas los que orientan la investigación y, por último, que, llegado el momento, son tales paradigmas los que se ponen en cuestión, provocando que el avance de la ciencia, si puede hablarse de tal, tenga lugar a saltos y no de manera lineal y acumulativa. Estos saltos, que Kuhn denominó revoluciones científicas, supondrían un cambio radical de paradigma o concepción global del marco de investigación, de forma que cada paradigma sería inconmensurable con el anterior, ya que estaría inaugurando una nueva tradición de investigación. 5.3. Giro lingüístico y ruptura epistemológica posmoderna En la Europa de los años 50 del siglo XX, mientras la fenomenología y el existencialismo constituían la opción filosófica dominante en los ámbitos académicos, surgió y se fue consolidando, sobre todo en Francia, una nueva línea de pensamiento que recibió el nombre de estructuralismo. El estructuralismo tuvo en la obra de los lingüistas alumnos de Ferdinand de Saussure, —Troubetzkoy, Jacobson, Hjelmslev y Bally, entre otros— un potentísimo punto de referencia metodológica. Y será gracias a la extrapolación de la metodología lingüística al resto de las ciencias sociales, que acabará produciéndose lo que ha dado en llamarse el giro lingüístico; esto es, el reconocimiento del lenguaje como piedra angular de la configuración del pensamiento humano y, por ende, de cualquier actividad cultural. Con este giro, e inicialmente gracias a la metodología estructuralista, las ciencias sociales, encabezadas por la antropología de Lévy-Strauss, acabaron obteniendo en el ámbito científico el reconocimiento de un rigor metodológico que les valdría la emancipación definitiva de la filosofía. El método estructuralista se basó en varias dicotomías, como la de significado-significante, sincronía-diacronía y lengua-habla o código- mensaje. De ellas, a su vez, surgirían las exclusiones de ciertos objetos de estudio —el contenido, la historia y el sujeto— en favor de otros —el significante, la configuración actual y el código—. Por tanto, si para la fenomenología existía la posibilidad de objetivar el mundo y el sujeto gracias a las experiencias fenoménicas de este último, para el estructuralismo, en cambio, el sujeto y la conciencia estarán constituidos por el lenguaje, el código, las estructuras, la cultura o el inconsciente. Es decir, el estructuralismo postuló que, para alcanzar el conocimiento de lo humano y lo real, era preciso centrarse, no en los contenidos de la conciencia, sino en las estructuras que laten tras la conducta y los objetos (véase capítulo 8). Como movimiento cultural, el estructuralismo alcanzó su cenit en 1966 y comenzó su declive en 1968, con los acontecimientos del mayo francés, si bien, hasta 1975 no suele fecharse la aparición, asimismo en Francia, del postestructuralismo. El postestructuralismo, representado por la obra de autores como Focault y Derrida, se constituyó como pensamiento crítico del estructuralismo; esto es, focalizándose en el desenmascaramiento de ciertos aspectos característicos del estructuralismo, tales como su excesivo racionalismo, la búsqueda de invariantes en la naturaleza humana, la estabilidad de la relación significante-significado y, sobre todo, el ahistoricismo. Es decir, por una parte, el postestructuralismo, reafirmó el rechazo introducido por el estructuralismo de la conciencia como vía legítima de conocimiento y, por otra, al volver a considerar al individuo como un ser activo que construye su relación con el mundo en y desde el lenguaje, propulsó la ruptura epistemológica conocida como postmodernidad. Dos son los rasgos más llamativos de dicha ruptura. Por una parte, en el plano conceptual, la concepción de la realidad y del conocimiento, no como entidades objetivas y absolutas, sino como el fruto de los intercambios interpersonales. Esto es, como construcciones sociales nacidas a partir de la interacción y, más concretamente, a partir de lo que los seres humanos se cuentan unos a otros, así como de lo que las culturas se han transmitido unas a otras a lo largo de la historia, con objeto de dar cuenta de las diversas dimensiones de la experiencia. Por otra, en el plano metodológico, la ruptura postmoderna se caracteriza por la reivindicación de los procedimientos de análisis del discurso, en general, y de las narraciones en particular, como instrumentos óptimos de investigación, de forma que las líneas generales que acabaron contraponiendo modernidad y posmodernidad son las recogidas por la Tabla 1.2. Tabla 1.2. Criterios axiológicos y doxásticos que contraponen las visiones del mundo moderna y la ruptura posmoderna (Lizcano, 2006) MODERNIDAD RUPTURA POSMODERNA Expresión Escritura Hipertextualidad; Oralidad secundaria (ej: sms, e-mails) Dicotómica / Perspectiva Híbrida Unitaria Enfoque Atómico / Holista Glocal Mecánica / Cosmología Virtual (programa) Orgánica Individuo / Unidad social Redes Sociedad Relación social Contrato Adaptabilidad-flexibilidad Razón Representación-simulación Legitimación Metáfora del Metáforas de (de-)construcción espejo Discurso verdadero; Retórica de la verdad; Ciencia Motor de Reflexividad desarrollo Deslocalizado (no-lugares. Ej.: aeropuertos, comunidades Habitat Urbano virtuales, …) Ética Trabajo Hedonismo (consumo) Cuerpo Cerrado A la carta Analítico, Pensamiento Digital, modular abstracto Lenguaje Ideal Babel Norma Ley Anomia Fundamentación Autónoma Desfondamiento / Fundamentalismos Universal y Espacio Insignificante (fragmentación) uniforme Lineal y Tiempo Instantáneo (bifurcaciones) progresivo Además, en paralelo al giro lingüístico comenzaron a perfilarse algunos de los rasgos más destacados de lo que sería el cambio de siglo y de milenio. Por una parte, la creciente globalización económica e informativa y, por tanto, cultural, acompañada de un fuerte flujo migratorio desde los países del tercer mundo a los países industrializados y, por otra, una profunda polifonía ideológica, de ética mayoritariamente autopermisiva, en la que el único valor universalmente asumido consistía en la concepción contractual y egocéntrica de las relaciones individuo/grupo En cuanto a la psicoterapia, tras el giro lingüístico van a emerger los enfoques construccionistas y narrativos (Botella, Pacheco y Herrero (1999) (véase 11), sin que por ello las terapias cognitivas, fueran cognitivo- conductuales o constructivistas, (véase capítulo 9) perdieran pujanza o dejaran de responder a los valores racionalistas que enfatizan la individualidad, la autonomía y la búsqueda de control (Caro, 2017). 5.4. Modernidad tardía (1975- actualidad) Siempre es difícil, cuando no imposible, establecer un punto de corte histórico-cultural referido a una fecha o acontecimiento concretos, lo cual no significa que la influencia de algunos de ellos, especialmente cuando se entrelazan, acabe siendo decisiva para determinar un cambio de época. Este, pensamos, es el caso que nos ocupa, pues no cabe duda de que a lo largo de las cuatro décadas que estamos considerando se ha producido un profundo punto de inflexión en la cultura occidental, que responde al entrelazamiento de distintos parámetros. Así, por ejemplo, para comprender muchas de las circunstancias que afectan hoy en día a nuestros pacientes, es preciso tener en cuenta: — La desregulación de las actividades económicas introducida inicialmente en los mercados financieros de los Estados Unidos en la década de los 80, ya que sentó las bases para que la popularidad social de quienes hacían ostentación de sus nuevas riquezas, no siempre obtenidas de forma honesta, pasaran a constituirse en ideal a alcanzar por todos los individuos, a partir de la década siguiente. — La apuesta neocapitalista por una deslocalización creciente de la producción desde los países occidentales hacia países en vías de desarrollo, en particular los del sudeste asiático, con la consiguiente pérdida de empleos con bajo nivel de especialización en aquellos. — La caída del muro de Berlín, en 1989, que propició en la década de los 90 un profundo cambio geopolítico, al que se unieron el desarrollo explosivo de los medios de comunicación electrónicos y un espectacular incremento del intercambio de productos en el ámbito internacional, lo que dio lugar a la expansión de la globalización. — El consiguiente aumento del consumo de bienes de usar y tirar, por una parte, y el deterioro del medio ambiente y la conciencia de antropoceno, por otra. — El impacto sociocultural de manifestaciones indiscriminadas de terrorismo a partir de 2001, así como la generalización de los movimientos migratorios y la movilidad aportada por el turismo. — La crisis económica de 2008, con origen en la ya mencionada desregulación de los sistemas financieros en los 80, crisis que se saldó en los países occidentales con la transformación de una cuantiosa deuda privada en deuda pública. A su vez, esta circunstancia incrementó el recorte de los servicios públicos y el incremento de la ya existente y significativa tendencia a la privatización de los servicios públicos. — La expansión viral del uso de las TRIC (Tecnologías Relacionales de Información y Comunicación), en particular de las redes sociales que, con su cohorte de comunicadores cuya capacidad de persuasión tiende a generar enjambres acríticos más que grupos cohesionados, facilitan que una información no verificada llegue a ser considerada verdad, incluso verdad alternativa, por un altísimo número de seguidores agrupados, más que por países, por idiomas. — Las movilizaciones de ciertas minorías, que como las étnicas, las mujeres o el colectivo LGTBI, han logrado y continúan exigiendo significativos cambios legislativos. — El incremento de las políticas sanitarias orientadas, a través de la divulgación en los medios de comunicación, de contenidos sanitarios —físicos y psicológicos—, con el objetivo de ahorrar en recursos sociales, mediante la reducción de las bajas laborales y el mantenimiento sano y activo de una población con creciente esperanza de vida. — La aparición de nuevas modalidades de coerción no visibles por parte de ciertas instancias con poder o autoridad, a través del creciente uso de recursos informáticos, incluida la Inteligencia Artificial, con la consiguiente promoción de la autovigilancia y la autocensura de los individuos. — La desestabilización sanitaria —física y psicológica—, así como económica, debida a la pandemia Covid 19 y su impacto diferencial entre franjas sociales y entre países, en función de los recursos de que disponían previamente. — Las consecuencias humanitarias y económicas provocadas por la desestabilización geopolítica dependiente de la guerra en Ucrania. Todas estas circunstancias han reforzado tendencias y rupturas que veíamos en el epígrafe anterior. Ahora bien, dado que el concepto de posmodernidad propiamente dicho en su momento no llegó a perfilarse de forma nítida pues, si bien la ruptura epistemológica afectó claramente a las ciencias sociales y a las artes, su influencia no fue tan notoria en otros aspectos de la vida social, actualmente el resultado del mencionado punto de inflexión en los valores y estilo de vida predominante en los países industrializados se está denominando modernidad tardía o líquida (Bauman 2006, 2008). El concepto de modernidad líquida remite a la metáfora de los fluidos adquiriendo la forma del recipiente que los alberga, porque, desde mediados del siglo XX —de forma progresiva, acentuada en la década de los ochenta y noventa y acelerada exponencialmente en lo que llevamos de centuria— las sociedades posindustriales se han ido caracterizando por el cambio constante de las circunstancias que afectan a sus condiciones socioeconómicas. Tales condiciones exigen de los individuos una gran flexibilidad para adatarse a los cambios, lo que si, por una parte, ha incrementado la conciencia de aquellos sobre su intercambiabilidad y sobre que todo es cambiante, temporal e inestable, por otra, también ha afianzado una expectativa sociocultural generalizada de cambio y novedad continuos. De ahí que, en respuesta a la imperante precariedad de empleo e ingresos, se hayan ido imponiendo como valores el rechazo de los vínculos emocionales estables con personas o lugares, en favor de la búsqueda de experiencias, de la autodefinición como ciudadano del mundo y de la capacidad de reinventarse laboralmente. Con ello, el individuo se ha ido desanclado progresivamente de valores como la búsqueda de estabilidad socioeconómica y el reconocimiento social a través del esfuerzo y la honestidad personal y profesional, las contribuciones al bienestar común, el enraizamiento social con un grupo de referencia inmediato y la lealtad en los vínculos interpersonales estables, en favor de la fluidificación de las nociones de identidad y de realidad (Gergen, 1991, 1992). En definitiva, la exigencia de que el individuo sea capaz de adaptarse rápidamente a una realidad muy cambiante, partiendo de condiciones precarias para alcanzar otras condiciones igualmente precarias, se ha convertido en el dogma sociocultural dominante en los países industrializados, con el inevitable impacto que eso conlleva para la salud mental (Henares-Montiel y col., 2021). Con todo, dicha adaptación estaría modulada por el locus de control y, en consecuencia, por una motivación predominantemente interna versus una predominantemente externa (Pérez Velasco, 2020). En cualquier caso, es ese dogma el que dirige a los individuos a crearse una identidad flexible, orientada a maximizar su individualismo mediante la autorrealización personal y la consecución de la felicidad o el bienestar personal y, cuando esto no es posible, a la creación de una máscara que, a los ojos del prójimo, dé al menos la impresión de que tales objetivos han sido alcanzados. Tabla 1.3. El individualismo psicológico como código de valores (adaptado de Pérez Velasco, 2020) INDIVIDUALISMO PSICOLÓGICO Motivación predominante: INTERNA Motivación predominante: EXTERNA — Querer ser único — Tener capacidad de competir — Libertad de conciencia — No ser un seguidor forzoso de nadie — Actuar según mis expectativas — No aceptar imposiciones — Autorrealización personal — Ganar dinero y no ser un pedigüeño social — Fijar metas, tener planes, etc. — No implicarse en temas colectivos o sociales — Ver en la desigualdad un motor de — No someterse a la tiranía de ser perfecto perfección y cambio (imperfectibilidad) Mucho se ha escrito sobre la relación entre los valores neocapitalistas y la psicoterapia, incluidos algunos de sus puntos candentes como el impacto de la trivialización del concepto de felicidad (Pérez Álvarez, y col., 2018) o la relación entre individualismo y terapias cognitivas, sean estas cognitivo- conductuales o constructivistas (Caro, 2017). Pero, en nuestra opinión, puesto que las condiciones de la modernidad tardía constituyen para nosotros lo que el agua para los peces, ya que en los países industrializados el individuo ha hecho suyos los valores del llamado sueño americano, las posiciones axiológicas neocapitalistas están afectando profundamente asimismo al resto de las psicoterapias, cuando menos, a través de las demandas que hoy recaen sobre los profesionales que las practican. Por ello resulta indispensable que estos últimos desarrollen sus competencias, no solo en términos teórico-prácticos o si se prefiere, académico-clínicos, sino también en lo referente a su competencia sociocultural (Qureshi, 2019); es decir, a su sensibilidad frente a las tendencias de todo tipo emergentes en el entorno sociopolítico, económico y cultural. Paralelamente, en estos últimos cuarenta años también la psicología y la práctica de la psicoterapia se han visto profundamente afectada por las exigencias de rentabilidad económica (Buchanan y Haslam, 2019; Valero, 2018) lo que, por una parte, ha potenciado la investigación (véase capítulo 14) y, por otra, ha reforzado la aparición de terapias breves y/o focales (véase capítulos 3 y 7). Por ejemplo, en lo que concierne a la salud mental, durante la década de los 80 del siglo pasado, mientras la pandemia de VIH afectaba directamente a las prácticas sexuales, los laboratorios farmacéuticos sacaron al mercado una nueva generación de fármacos antidepresivos, los IRSs, que, con una eficacia similar a los antidepresivos tri y tetracíclicos, tenían muchos menos efectos secundarios. En esos mismos años, surgida directamente de los estudios psiquiátricos sobre eficacia comparada entre fármacos y manejo clínico, entendido este último como placebo, apareció el manual fundacional de una modalidad de psicoterapia breve para la depresión: la Terapia Interpersonal (Klerman et al., 1984, 1993). También la influencia de Aaron Beck (1979), concentró en esos años una buena parte del interés de las Terapias Cognitivo-Conductuales en la depresión, mientras los estudios metapsicológicos sobre la eficacia de las psicoterapias favorecieron algunas encendidas confrontaciones entre escuelas (véase capítulo 14) que, como las experienciales, constructivistas y narrativas han continuado su proceso de expansión y consolidación (véase capítulos 5, 6, 10 y 11) hasta la actualidad. En cambio, durante la última década del siglo XX y las dos primeras del XXI, la psicología clínica, en general, y la psicoterapia, en particular, se han visto afectadas, en lo formal, por la posibilidad de aprender el oficio con el apoyo de webcams (Manring y col., 2011) y tratar a los pacientes a través de videoconferencia (Baena, Quesada y Vogt, 2009, Nitsch y col., 2021), mientras que en lo teórico y lo técnico se ha ido rescatando el papel de las emociones y la experiencia corporal, gracias a influencias tan dispares como la meditación (Miró, 2017; Didonna y col., 2021), la implementación de la realidad virtual (Feixas y Alabèrnia-Segura, 2021), la Psicología Positiva, las aportaciones neurocientíficas (Porges, 2011, 2018; Berntson y Hothersall, 2019; Fernández-Puig, 2021) o el embodiment (Hauke y Kritikos, 2018; Pietrzak, y col., 2018; Engman, 2019). Pero, sobre todo, tanto desde las líneas de psicoterapias previas, como desde las más recientes terapias cognitivo-conductuales y los desarrollos neohumanistas y experienciales, (véase capítulo 6) los papeles del psicólogo clínico y el psicoterapeuta han ampliado sus áreas de competencia y, por tanto, su relevancia y proyección sociocultural. Esta mayor visibilidad social se ha evidenciado en espacios sociosanitarios como: — la prevención (adicciones, trastornos alimentarios, estilo de vida y riesgo cardiovascular, diabetes, etc.). — el apoyo ante la enfermedad y las intervenciones quirúrgicas (cáncer, cirugía bariátrica, trasplante de órganos, pacientes terminales, etc.). — el apoyo ante catástrofes o situaciones de emergencia (prevención y tratamiento del trauma, facilitación del duelo, riesgo de suicidio, etc.). — la atención específica en ámbitos concretos (mujeres maltratadas, acoso escolar, disforia de género, nuevas modalidades de adicción, etc.). En definitiva, a lo largo de la modernidad tardía se han ido difuminado los límites de las psicoterapias en cuanto tratamiento de enfermedades mentales diagnosticadas e intervención psicoterapéutica preventiva y de apoyo. Por ello, resulta crucial que hoy el psicoterapeuta sea una persona de su tiempo, atento a los nuevos y variados temas que preocupan a su comunidad y, sobre todo, ahora más que nunca, resulta necesario que cada profesional del cambio terapéutico integre entre sus rutinas una reflexión ética (Caro 2.019) sobre el papel que juegan a) sus intervenciones concretas en términos de fidelidad a la confianza depositada por el/la paciente, b) la promoción del bienestar de este último y c) la evitación del abuso del poder vinculado a la asimetría de roles que caracteriza todo proceso terapéutico. Pero igualmente, si por todo lo antedicho es indispensable que cada terapeuta sea consciente de su capacidad para influir sociocultural y políticamente y de su obligación de reflexionar sobre dicha capacidad, no es menos importante que sepa conceder la importancia justa —ni más ni menos, sino la justa y, por tanto, sin caer en descalificaciones prejuiciadas —, al hecho de que la contraposición de las tradiciones axiológicas racionalista y romántica, cuyas raíces hemos rastreado a lo largo de este capítulo, continúa manifestándose hoy a través de lo que ha dado en llamarse «las dos culturas de la psicología». Esta diferenciación en el campo de la psicología se remonta, como señala Pérez Álvarez (2021), al último tercio del siglo XIX, cuando Wundt, por una parte, y Freud, por otra, adoptaron respectivamente las posiciones epistemológicas empírico-estadística y clínico-sociocultural. En cambio, en las actuales psicología clínica y psicoterapia se expresa en los llamados «modelos médicos» y «modelos no-médicos». Los primeros consideran que la disfuncionalidad procede de una fuente interna —como es el caso del modelo psicodinámico clásico, el cognitivo-racionalista o el neurocognitivo —, mientras que los segundos consideran la disfuncionalidad como el resultado de las estrategias utilizadas por los seres humanos para sobrevivir frente a avatares de toda índole y, en consecuencia, se centran en la persona y sus circunstancias —como sucede con el psicodinámico interpersonal, el humanista, el sistémico, el constructivista y el construccionista o narrativo —. Tabla 1.4. Caracterización de los actuales modelos médicos y no-médicos en psicoterapia (adaptado de Pérez Álvarez 2019) MODELOS MÉDICOS MODELOS NO-MÉDICOS Concepción científico-práctica (tecnológica) Concepción holista y contextual (hermenéutica y co-constructiva) Teoría de la verdad como correspondencia teoría- Teoría de la verdad como coherencia y realidad relevancia práctica Metodología clínica: abductiva e inductiva Metodología científica: replicación y predicción (temática, narrativa, basada en casos) Práctica basada en la evidencia Práctica basada en las relaciones Centrados en técnicas Centrados en las relaciones Investigación de resultados Investigación de proceso Procedimiento de investigación: hipotético- Procedimiento de investigación: Descripción, deductivo cuantitativo (estadístico, metaanálisis) explicación, identificación de fenómenos Por estrictas razones prácticas, ya expuestas en la Presentación, este libro se centra en los modelos psicoterapéuticos no-médicos (véanse capítulos 2 a 11) tal como quedan caracterizados en la Tabla 1.4., así como en los intentos de integración de ambos (véanse capítulos 12 y 13). Ahora bien, es nuestra firme convicción que las líneas de investigación promovidas por ambas culturas psicológicas y psicoterapéuticas —investigación de resultados e investigación de procesos— resultan imprescindibles de cara a lograr que nuestras intervenciones psicoterapéuticas lleguen a ser, siempre, las mejores posible en cada momento (véase capítulo 14). RESUMEN Y CONCLUSIONES Los tratamientos psicológicos constituyen un dispositivo cultural, basado en la influencia interpersonal, cuya función consiste en equilibrar las relaciones entre el individuo y el grupo. Por ello, la forma específica en que tal función se lleva a cabo en una sociedad concreta depende de las peculiaridades de dicha cultura. Y dado que occidente admite hoy diversas definiciones, no solo del papel del individuo en el grupo, sino también de la salud, la higiene mental, la calidad de vida, así como del tipo de saberes y procedimientos útiles para su promoción social, tal diversidad en los valores culturales tiene su correspondencia en las configuraciones concretas que adoptan entre nosotros los tratamientos psicológicos. La práctica de la psicoterapia constituye un tipo de actividad profesional retribuida y por ello el control de su eficacia se ha convertido en el criterio prioritario para su evaluación. Ahora bien, la sistematización de los actuales tratamientos psicológicos obliga a tener en cuenta los criterios axiológico-dóxásticos y epistemológicos que los sustentan, pues son estos criterios los que nos permiten conocer y mejorar aquellos recursos que los ajustan a la función social que les es propia. Como demuestran, tanto el impacto de las teorías metaéticas sobre los actuales tratamientos psicológicos, como el de la obras de Popper y Kuhn sobre nuestra concepción de lo que es la ciencia, el origen de las presuposiciones epistemológicas subyacentes a cualquier teoría se encuentra en las orientaciones axiológico-doxásticas vigentes en una cultura, y ello con independencia de que los asertos de dicha teoría hayan sido verificados empíricamente, ya que cualquier presuposición epistemológica no es más que un posicionamiento filosófico (por tanto, en última instancia una opinión) sobre la naturaleza del conocimiento humano. La revisión de los criterios axiológicos, doxásticos y epistemológicos a lo largo de nuestra historia sociocultural en relación con los tratamientos psicológicos muestra que los parámetros a tener en cuenta a la hora de sistematizarlos son: irracionalista, empírico, individualista, ético (represor, introspectivo, hedonista…) y epistémico (presuposiciones epistemológicas racionalista, emocionalista, positivista/neopositivista, fenomenológica, estructuralista, construccionista o posmoderna). Tampoco conviene olvidar que, en occidente, las diversas visiones del mundo (y con ellas las presuposiciones subyacentes) se han ido sucediendo mediante lentos procesos de evolución, por lo que la consolidación de una cierta orientación ideológica casi siempre ha implicado, más la hegemonía de esta, que la desaparición de las orientaciones alternativas. Lo cual explica la actualmente irreductible pluridimensionalidad epistemológica, y con ello teórica, que hoy en día caracteriza a la práctica de la psicoterapia. LECTURAS RECOMENDADAS CARO, I (2019). Ética y psicoterapia: Una perspectiva sociocultural. Revista de Psicoterapia 30 (113):73-91. Incide en aspectos clave a tener en cuenta por todo psicoterapeuta en su práctica diaria. CARR, N. (2011). Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Madrid: Taurus. Interesante exposición crítica de la manera en que las nuevas tecnologías están afectando, tanto a nuestra forma de relacionarnos, como a los hábitos y recursos cognitivos implicados en la construcción de nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. DIÉGUEZ, M.; GONZÁLEZ, F. y FERNÁNDEZ LIRIA, A. (2015). Terapia Interpersonal. Madrid: Síntesis. Introducción muy didáctica del protocolo de intervención de esta modalidad psicoterapéutica que, en cada paso del mismo, incluye viñetas clínicas. IBÁÑEZ, T. (2001). Municiones para disidentes. Realidad-Verdad-Política. Barcelona: Gedisa. Una excelente introducción al núcleo del concepto de postmodernidad. PÉREZ ÁLVAREZ, M.; SÁNCHEZ GONZÁLEZ, J.C. y CABANAS, E. (2018). La vida real en tiempos de la felicidad. Crítica de la psicología (y de la ideología) positiva. Madrid: Alianza. Extensa y muy documentada reflexión sobre la forma en que los dictados ideológicos de la «nueva economía» están afectando a los valores y aspiraciones de los individuos y, en concreto a la desnaturalización vigente en nuestra sociedad de la noción de bienestar y felicidad. Incide en la necesidad de que los profesionales de las ciencias sociales, en general, y de psicología clínica y la psicoterapia, en particular, adopten posturas críticas y actuaciones tendentes a frenar la inversión de la pirámide de las necesidades del individuo promovida por los mencionados dictados ideológicos. PÉREZ VELASCO, V. M. (2020). Psicología y liberalismo. El individuo psicológico. Madrid: Universidad Francisco Vitoria. Una exposición clara y muy accesible sobre las relaciones entre liberalismo y psicología. Analiza con detalle las motivaciones y valores del individuo en las sociedades actuales desarrolladas económicamente, así como su relación con distintas teorías psicológicas y su impacto en la práctica clínica. ACTIVIDADES 1. Leer y comentar los capítulos del libro Municiones para disidentes. Realidad-Verdad-Política. Tomás Ibáñez (2001) Barcelona: Gedisa. a) Adiós a la modernidad (pgs. 91-103). b) Del estructuralismo al posestrucuturalismo, camino de la posmodernidad pgs. 105-119). 2. Realizar un mapa conceptual que recoja los factores socioculturales más relevantes de: a) La primera modernidad, la segunda modernidad y la modernidad tardía. b) Identificar la evolución de los parámetros comunes a las tres etapas y los factores que han contribuido a la misma. 3. Cumplimentar y posteriormente comentar con los compañeros los dos inventarios recogidos en las páginas 158 y 159 del libro Psicología y liberalismo. El individuo psicológico. Victor Pérez Velasco (2020) Madrid (UFV). EJERCICIOS DE AUTOEVALUACIÓN 1. La función de las tecnologías de la inteligencia consiste en: a) Modificar la relación con el ambiente. b) Aplicar la inteligencia al desarrollo de rutinas prácticas. c) Posibilitar ciertas operaciones de la inteligencia. 2. Las presuposiciones culturales relacionadas con las opiniones se denominan: a) Epistemológicas. b) Doxásticas. c) Axiológicas. 3. La visión del mundo premoderna estuvo vigente desde: a) La prehistoria a 1850. b) La prehistoria a 1500. c) Desde 1850 a 1975. 4. Una de las siguientes opciones no es característica de la Modernidad: a) La creencia en que realidad solo es parcialmente cognoscible por la inteligencia humana. b) La debilitación de los vínculos ente el individuo y el grupo. c) La secularización de la visión del mundo. 5. La consolidación del modelo atributivo interno propiciado por el calvinismo procede directamente de: a) El concepto de predestinación. b) La desacralización de la confesión. c) La libertad hermenéutica concedida a los fieles. 6. La primera mitad del siglo XIX se caracteriza, respecto a las psicoterapias por: a) El surgimiento de un optimismo infundado respecto a la curabilidad de los trastornos mentales. b) La aparición del positivismo. c) La aceptación de la hipnosis como práctica clínica en los hospitales europeos. 7. Uno de los siguientes factores no desempeñó un papel directo en el desarrollo alcanzado por la psicoterapia a lo largo del siglo XX: a) La depresión económica de 1929. b) El optimismo respecto a la curabilidad de los trastornos mentales. c) Las campañas publicitarias sobre las ventajas de una adecuada atención psicológica. 8. Entre los criterios axiológicos de la modernidad tardía destacan: a) Las TRIC. b) El enraizamiento sociolaboral. c) La capacidad de adaptación rápida a contextos cambiantes. Soluciones a los ejercicios de autoevaluación 1. c) 2. b) 3. b) 4. a) 5. c) 6. a) 7. a) 8. c) GLOSARIO Antropoceno: Etiqueta conceptual propuesta por parte de la comunidad científica para denominar la actual época geológica (período posglacial del período cuaternario). A diferencia de la etiqueta anterior, Holoceno, subraya el impacto global de las actividades humanas sobre los ecosistemas de nuestro planeta. Embodiment: Concepción del conocimiento que considera la experiencia corporal como núcleo articulador de la relación con uno mismo y el entorno físico y social. La noción aparece inicialmente en el