Meditaciones Metafísicas (Segunda Meditació n) PDF
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Este documento presenta un fragmento de la Segunda Meditació n de las Meditaciones Metafísicas. En él, el autor explora el concepto de dualismo y cuestiona la naturaleza del espíritu humano, a partir de una serie de preguntas sobre la existencia y el conocimiento.
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I 70 Meditaciones metafísicas seguidas de las objeciollt:S y respuestas insensiblemente por m í mismo en m is antiguas opiniones, y temo des pertarme de esta somnolencia, por temor a que las vigilias laboriosas que seguirían a la tranquilidad de este reposo, en lugar de aportarme alguna clari...
I 70 Meditaciones metafísicas seguidas de las objeciollt:S y respuestas insensiblemente por m í mismo en m is antiguas opiniones, y temo des pertarme de esta somnolencia, por temor a que las vigilias laboriosas que seguirían a la tranquilidad de este reposo, en lugar de aportarme alguna claridad y alguna luz en el conocimiento de la verdad, no sean suficientes para aclarar las tinieblas de las dificultades que acaban de ser suscitadas. SEGUNDA MEDITACIÓN Acerca de la naturaleza del espíritu humano; y que es másfácil de conocer que el cue1po La Meditación que hice ayer me ha llenado el espír con tantas du-.,. das, quf" l'n adelante ya no está en mi potencia olvidarlas. Y sin em- bargo no veo de qué manera podría resolverlas; y como si de golpe yo hubiera caído en aguas m uy profundas, me hallo tan sorprendido, que no puedo ni afianzar mis pies en el fondo, ni nadar para sostenerme a flote. Me esforzaré, sin embargo, y continuaré otra vez el mismo cami no por el que me encaminé ayer, alejándome de todo aquello en lo cual pueda imaginar la menor duda, lo mismo que si supiera que es por completo falso; y continuaré siempre por este camino hasta que haya encontrado algo cierto, o por lo menos, si no puedo otra ¿osa, hasta que haya aprendido con certeza que en el mundo no hay nada cierto. Arquímedes, para sacar el Globo -terráqueo de su l ugar y trans portarlo a otro, no pedía más que un punto que fuera fijo y seguro. Tam bién yo tendré derecho a concebir grandes esperanzas si tengo la suerte de encontrar al menos una cosa que sea cierta e indudable. Supongo entonces que todas las cosas que veo son falsas; me per suado de que, de todo lo que mi memoria repleta de mentiras me representa, nada ha sido jamás; pienso que no tengo sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el l ugar no son más que ficciones de m i espíritu. ¿ Qué será entonces lo que podrá ser considerado verdadero? Tal vez únicamente que en el mundo no hay nada cierto. Pero ¿qué sé yo si no hay alguna otra cosa diferente de las que acabo de j uzgar como inciertas, de la cual no se pueda tener la menor d uda? ¿ No hay acaso algún Dios, o alguna otra potencia que me in troduzca en el espíritu estos pensamientos? Esto no es necesario; por q ue bien puede ser que yo esté en capacidad de producirlos por mí Segunda meditación mismo. Pero entonces al menos yo ¿ no soy algo? Ya he negado, sin emba rgo, que tuviese sentidos, o cuerpo. Pero sin embargo titubeo, porque ¿ qué se sigue de ello? ¿ Soy acaso tan dependiente del cuerpo y de los sentidos como para no poder ser sin ellos ? Me he persuadido, empero, de que no había absolutamente nada en el mundo, de que no había cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpo alguno; pero entonces ¿ no me he persuadido también de que yo no era ? Ciertamente no; sin duda que yo era, si me he persuadido, o sólo si yo he pensado algo. Sin embargo, hay no sé qué engañador muy poderoso y muy astuto que emplea toda su destreza en engañarme siempre. Pero entonces no hay duda de que soy, si me engaña; y que me engañe cuanto quiera, él no pod rá nunca hacer que yo no sea nada mientras que yo piense ser algo. De manera que después de haberlo pensado bien, y de haber exami nado con cuidado todas las cosas, hay que llegar a concluir y a tener como fi rme que esta proposición: yo soy, yo exúto, es necesariamente verdadera cada vez que la pronuncie, o que la conciba en mi espíritu. Pero aún no conozco con suficiente claridad lo que soy, yo que estoy cierto de que soy; de manera que en adelante es necesario que atienda con cuidado a no tomar de manera imprudente alguna otra cosa por mí, y a no equivocarme así en este conoci miento, que sostengo que es más cierto y más evidente que todos los que he tenido anteriormente. Por esto consideraré de nuevo lo que yo creía ser antes de haberme introducido en estos últimos pensamientos; y separaré de mis anti guas convicciones todo lo que pueda ser combatido por las razones que acabo de alegar, de manera que no quede precisamente nada, sino aquello que es por completo indudable. ¿ Qué es entonces lo que creía ser antes ? Sin dificultad pensaba ser un hombre. Pero ¿qué es un hombre ? ¿ Di ré que es un animal racional ? No, por cierto: porque sería necesario investigar luego lo que es animal y lo que es racional, y así, de una única cuestión, caeríamos de manera insensible en una infinidad de cuestiones aún más difíciles y em barazosas, y no querría desperd iciar lo poco que me queda de tiempo y de ocio empleándolo en desenredar semejantes sutilezas. Me detendré más bien a consi derar aquí los pensamientos que nacían antes por sí mismos en m i espíritu, y que me los inspiraba únicamente mi naturaleza cuando m e aplicaba a considerar mi ser. E n primer lugar m e consideraba como alguien que poseía un rostro, manos, brazos y toda esta máquina com puesta de huesos y de carne, tal como aparece en un cadáver, y a la cual designaba con el nombre de cuerpo. Consideraba además que me alimentaba, caminaba, sentía y pensaba, y refería todas estas acciones 1 72 M ditacion s metofísicas seguidas de las objeciones y respuutas al alma; pero no me detenía a pensar lo que era esa alma, o si me de tenía en ello, imaginaba que era algo en extremo raro y sutil, como un viento, una l lama o un aire muy fino, que se insinuaba y se expandía por mis partes más burdas. En lo que respecta al cuerpo, no abrigaba duda alguna sobre su naturaleza; porque pensaba conocerla de mane ra muy distinta, y si hubiese querido explicarla según la nociones que tenía de ella, la hubiese descrito de esta manera. Por cuerpo entiendo todo lo que puede ser deli mitado por alguna figura; lo que puede estar comprendido dentro de algún lugar y llenar un espacio de manera que todos los demás cuerpos estén excluidos de él; lo que puede ser sentido, ya sea por el tacto, ya por la vista o por el oído, o por el gusto, o por el olfato; lo que puede ser movido de muchas maneras, no por sí m ismo, sino por alguna otra cosa extraña de la cual sea tocado y de la cual reciba la impresión. Porque si tuviera en sí e oder para mo verse, sentir y pensar, no creía de ninguna manera que se le pudiesen a tribuir estas ventajas a la naturaleza corporal; por el contrario, más bien me extrañaba de ver que semejantes facultades se encontrasen en ciertos cuerpos. Ahora bien, ¿ qué soy yo, ahora que supongo que hay alguien en extremo poderoso y, si me atrevo a decirlo, mal icioso y astuto, que emplea todas sus fuerzas y toda su destreza en engañarme? ¿ Puedo estar seguro de tener la más mínima de las cosas que acabo de atribuir a la naturaleza corpora l ? Me detengo a pensar en ello con atención, paso y repaso todas estas cosas en mi espíritu, y no encuentro ninguna de la cual pueda deci r que está en m í. No es necesario que me detenga a enumerarlas. Pasemos entonces a los atributos del Alma y veamos si hay algunos que estén en mí. Los primeros son los de alimentarme y caminar; pero si es verdad que no tengo cuerpo; también lo es que no puedo caminar ni alimentarme. Otro es el de sentir; pero tampoco se puede sentir sin el cuerpo: además de que en otras ocasiones he pensado que sentía muchas cosas durante el sueño, las cuales al des pertarme he reconocido no haberlas sentido efectivamente. Otro es el de pensar; y aquí encuentro que el pensamiento es un atributo que me pertenece: sólo él no puede ser desprendido de mí. Yo soy, yo existo: esto es cierto; pero ¿ por cuánto tiempo? A saber, por el tiempo que piense; porque tal vez sea posible q t.ie si yo dejara de pensar, cesara al mismo tiempo de ser o de existir: Ahora no admito nada que no sea necesariamente verdadero: por lo tanto no soy, hablando con preci sión, sino una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón, que son términos cuyo significado me era desconocido s gzmda m ditación 1 73 hasta ahora. Así pues, soy una cosa verdadera, y en verdad existente; pero ¿ qué cosa? Lo he dicho: una cosa que piensa. ¿Y qué más ? Ex citaré aún mi imaginación para buscar si no soy algo más. No soy este momón de miembros al que se l lama cuerpo humano; no soy un aire fino y penetrante expandido por todos esos miembros; no soy un vien to, un soplo, un vapor, ni nada de todo eso que puedo fingir o imagi nar, puesto que he su puesto que todo ello no era nada, y, sin cambiar esta suposición, encuentro que no dejo de estar cierto de que soy algo. ¿ Pero puede acaso suceder q ue esas mismas cosas que supongo que no son porque me resultan desconocidas, no sean en efecto dife rentes de mí, al que conozco? De ello no sé nada; ahora no disputo sobre esto, no puedo juzgar sino sobre las cosas que me son conocidas: he reconocido que era, y busco lo que soy, yo, a quien he reconoci do que es. Ahora bien, es cierto que esta noción y conocimiento de mí mismo, tomado de esa manera precisa, no depende de las cosas cuya existencia no me es conocida todavía; y por consiguiente, y con mayor razón, tam poco de ninguna de las que pueden ser fingidas o inventadas por la imaginación. Y los mismos términos de fingir y de imaginar me advierten de mi error; porque, en efecto, fingiría si ima ginara ser algo, puesto que imaginar no es otra cosa que contem plar la figura o la imagen de una cosa corporal. Ahora bien, sé ya con certeza que soy, y que en conjunto puede ser que todas esas imágenes, y en general todas las cosas que se refieren a la naturaleza del cuerpo, no sean sino sueños o quimeras. Después de lo cual veo con claridad que tendría tan poca razón al decir: excitaré mi imaginación para conocer con mayor distinción lo que soy, como si dijese: ahora estoy despierto y percibo algo real y verdadero; pero, puesto q ue no lo percibo con suficiente nitidez, me dormiré expresamente para que mis sueños me representen eso mismo con más verdad y evidencia. Y reconozco así con certeza que nada de lo que puedo comprender por medio de la imaginación pertenece a ese conocimiento que tengo de mí mismo, y que es necesario l lamar de nuevo y apartar al espíritu de esa manera de concebir, para que él mismo pueda reconocer con toda distinción su naturaleza. Pero entonces ¿qué soy ? Una cosa que piensa. ¿ Qué es una cosa que piensa? Es decir, una cosa que duda, que concibe, que afi rma, que niega, que quiere, que no quiere, que también imagina, y que siente. No es en verdad poco si todas estas cosas pertenecen a mí naturaleza. Pero ¿ por qué no le pertenecerían ? ¿ No soy acaso ese m ismo que duda casi de todo, que sin embargo entiende y concibe ciertas cosas, ! 74 Meditaciones metafísica; seguida.; de la> objecione> y re;puestas que asegura y afirma que sólo esas son verdaderas, que niega todas las demás, que quiere y desea conocer otras, que no quiere ser engañado, que imagina muchas cosas, aun algunas veces a pesar mío, y que tam bién siente muchas como por intermedio de los órganos del cuerpo? ¿ Hay algo de todo eso que sea tan verdadero como es cierto que soy y que existo aun cuando durmiera siempre, y aun cuando aquel que me ha dado el ser empleara todas sus fuerzas para engañarme? ¿ Acaso hay también alguno de esos atributos que pueda ser distinguido de mi pensamiento, o que se pueda decir que está separado de mí mismo? Porque de suyo es tan evidente que soy yo quien duda, quien entien de y quien desea, que ahí no hay necesidad de añad ir nada para ex plicarlo. Y también tengo ciertamente el poder de imaginar; porque, aunque pueda suceder (como lo he supuesto antes) que las cosas que imagino no sean verdaderas, sin embargo este pod de imaginar no deja de estar realmente en mí, y hace parte de mi pensamiento. En fin, soy el mismo que siente, es decir, que recibe y conoce las cosas como por los órganos de los sentidos, puesto que en efecto veo la luz, oigo el ruido, percibo el calor. Pero se me dirá que esas apariencias son falsas y que estoy dormido. Sea; sin embargo, por lo menos es muy cierro que me parece que veo, que oigo y que me caliento; y esto es propia mente lo que en mí se llama sentir, y esto, tomado así precisamente, no es otra cosa que pensar. Por donde comienzo a conocer lo que soy con un poco más de luz y de distinción que antes. Sin embargo, no puedo impedi rme creer que las cosas corporales, cuyas imágenes se forman por mi pensamiento y que caen bajo los sentidos, no sean conocidas con más distinción que esta no sé qué par te de mí mismo que no cae bajo la imaginación: aunque en efecto sea una cosa bien extraña que cosas que encuentro dudosas y lejanas sean conocidas por mí más clara y más fácilmente que aquellas que son verdaderas y ciertas, y que pertenecen a mi propia natu raleza. Pero veo bien lo que pasa: mi espíritu se complace en extraviarse, y todavía no puede contenerse dentro de los justos l ímites de la verdad. Aflo jémosle entonces una vez más la brida, para que, cuando lleguemos luego a tirarla suavemente y en el momento oportuno, podamos con mayor facilidad meterlo en cintura y conducirlo. Comencemos considerando las cosas más comunes y que creemos comprender con mayor d istinción, a saber, los cuerpos que tocamos y que vemos. No me refiero a los cuerpos en general, porque estas no ciones generales son de ordinario más confusas, sino a uno cualquiera en particular. Tomemos, por ejemplo, este pedazo de cera que acaba s gunda meditación 1 75 de ser sacado de la colmena: aún no ha perdido la dulzura de la miel que contenía, man tiene todavía algo del perfume de las flores de don de fue recogido; su color, su figura, su tamaño son visibles; es duro, frío, se toca y, si lo golpeas, dará algún sonido. En fin, todas las cosas que pueden distintamente hacer parte de un cuerpo, se encuentran en él. Pero he aquí que, mientras hablo, lo acercan al fuego: lo que que daba en él de sabor se esfuma, el olor se desvanece, su color cambia, su fig ura se pierde, su tamaño aumenta, se vuelve líquido, se calienta, apenas se puede tocar, y, aunque se golpee, no dará sonido alguno. ¿ Permanece la misma cera después de este cambio? Hay q ue confesar que permanece; y nadie lo puede negar. ¿ Qué es entonces lo que se conoce en este pedazo de cera con tanta distinción ? No puede ser cier tamente nada de aquello que he notado en él por medio de mis sen tidos, puesto que todas las cosas que caían bajo el gusto, o el olfato, o la vista, o el tacto, o el oído, han cambiado, y sin embargo permanece la misma cera. Tal vez era lo que pienso ahora, a saber, que la cera no era ni esa dulzura de la miel, ni ese agradable olor de las flores, n i esa blancura, n i esa figura, n i ese sonido, sino únicamente u n cuerpo que poco antes se me aparecía bajo esas formas y que ahora se hace notar bajo otras. Pero, hablando con precisión ¿ qué es lo que imagino cuando la concibo de esa manera ? Considerémoslo con atención y, apartando todas las cosas que no pertenecen a la cera, veamos lo que queda. Ciertamente no queda sino algo extenso, flexible y mudable. Pero ¿ qué es flexible y mudable ? ¿ No es acaso que imagino que esta cera que es redonda, es capaz de volverse cuadrada y de pasar del cua drado a una figura triangular? Cierto que no, no es eso, puesto que la concibo capaz de recibir una infinidad de cambios semejantes, y no podría sin emba rgo recorrer esa infinidad con mi imaginación y, por consiguiente, esa concepción que tengo de la cera no se l leva a cabo por la facultad de imaginar. ¿Qué es ahora esa extensión ? ¿ No es ella también desconocida, puesto que en la cera que se funde aumenta, y se vuelve todavía ma yor cuando está fundida por completo, y aún mucho más cuando au menta el calor? Y yo no concebiría con claridad y según la verdad lo que es la cera, si no pensara que es capaz de recibir más variaciones según la extensión, de las que alguna vez haya podido imaginar. Es necesario, por lo tanto, aceptar que yo no podría ni siquiera concebir con la imaginación lo que es esta cera, y que únicamente mi enten dimiento lo concibe; me refiero a este pedazo de cera en particular, 1 76 Meditaciones merafísrcas segwdas de las objecrones y respuestas porque en cuanto a la cera en general, es aún más evidente. Ahora bien, ¿qué es esa cera que no puede ser concebida sino por el entendi miento? Ciertamente es la misma q ue veo, que toco, que imagino, y la misma que conozco desde el comienzo. Pero lo que hay que tener en cuenta es que su percepción, o bien, la acción por la cual se la percibe, no es una visión, ni un tacto, ni una imaginación, y nunca lo ha sido, aunque antes parecía así, sino únicamente una inspección del espíritu, que puede ser imperfecta y confusa, como lo era antes, o bien clara y distinta, como lo es ahora, según que m i atención se centre más o me nos en las cosas que hay en ella, o de las cuales está compuesta. Sin embargo, no podré extrañarme demasiado cuando considero cuánta debilidad tiene mi espíritu, e i nclinación que lo lleva insensi blemente al error. Porque, aun cuando todo esto lo considero en mí mismo sin hablar, sin embargo las palabras me detié"nen y casi que soy engañado por los términos del lenguaje ordinario; porque decimos que vemos la misma cera, si nos la presentan, y no que j uzgamos que es la misma porque tiene el mismo color y la misma figura: de donde casi me inclino a concl uir que se conoce la cera por la visión de los ojos y no por la sola inspección del espíritu, si por acaso no mirase desde una ventana hombres que pasan por la calle, a cuya vista no dejo de decir que veo hombres, igual que digo que veo la cera; y sin embargo ¿ qué veo desde esa ventana sino sombreros y abrigos que pueden cubri r espectros u hombres imaginados que sólo se mueven mediante resortes? J uzgo sin embargo que son verdaderos hombres, y comprendo así, por el solo poder de j1,1zgar que reside en m i espíritu, lo que creía ver con mis ojos. Un hombre que se esfuerza para elevar su conocimiento por en cima del vulgo, debe sentir vergüenza de tener m()tivos para dudar tomados de las formas y de los térmi nos del lenguaje vulgar; prefiero segui r adelante y considerar si concebía con más evidencia y perfec ción lo que era la cera cuando la percibí al principio y creí conocerla por medio de los sentidos externos, o por lo menos del sentido común, como ellos lo llaman, es decir, por el poder imaginativo, de lo que la concibo ahora, después de haber examinado con mayor exactitud lo que ella es y de qué manera puede ser conocida. Sería ciertamente ridículo poner esto en duda. Porgue ¿ qué había en esa primera per cepción que fuera distinto y evidente, y que no pudiera caer de igual manera en el sentido del menor de los animales? En cambio, cuando distingo la cera de sus formas exteriores y la considero por comple to desnuda, igual que si le h ubiese quitado sus vestidos, ciertamente, s grmda meditaciófl aunque se pueda todavía encontrar algún error en mi juicio, no l a puedo concebir d e esa manera s i n u n espíritu humano. Pero, en fin, ¿qué diré de este espíri tu, es decir, de mí m ismo? Porque hasta a hora no admito en mí otra cosa que un espíritu. ¿ Qué expresaré, digo, acerca de mí, que parezco concebir con tanta nitidez y distinción este pedazo de cera ? ¿ No me conozco yo mismo, no sólo con bastante más verdad y certeza, sino también con mucha más dis tinción y nitidez ? Porque si juzgo que la cera es, o existe, porque la veo, es cierto que se sigue con bastante más evidencia que soy, o que yo mismo existo, porque la veo. Porque puede ser que aquello que yo veo no sea en efecto cera; también puede suceder que ni siquiera tenga ojos para ver algo; pero no puede ser que cuando veo, o (lo que yo ya no disti ngo} cuando pienso ver, yo, que pienso, no sea algo. Así mis mo, si j uzgo que la cera existe porque yo la toco, se seguirá también la misma cosa, a saber, que yo soy; y si lo j uzgo porque mi imaginación me persuade de ello, o por cualquier otra causa que sea, concl uiré siempre lo mismo. Y lo que he señalado aquí de la cera se puede apli car a todas las demás cosas que me son exteriores y que se encuentran fuera de mí. Ahora bien, si la noción o el conocimiento de la cera parece ser mucho más nítido y más distinto después que ella ha sido descubierta no sólo por la v ista y el tacto, sino además por muchas otras causas, con cuánta más evidencia, distinción y nitidez debo yo conocerme a mí mismo, puesto que todas las razones que sirven para conocer y concebir la naturaleza de la cera, o de cualquier otro cuerpo, prueban con mucha más facilidad y más evidencia la naturaleza de mi espíri tu.' Y se encuentran además tantas otras cosas en el espíritu m ismo que pueden contribuir a esclarecer su naturaleza, que aquellas que dependen del cuerpo apenas si merecen ser nombradas. Pero, en fin, he aquí que · he vuelto a donde quería; porque como ahora para mí ya es conocido que, hablando con propiedad, no conce bimos los cuerpos sino por la facultad de conocer que hay en nosotros, y no por la imaginación, ni por los sentido , y que no los conocemos porque los veamos o los wquemos, sino únicamente porque los con cebimos por el pensamiento, conozco con evidencia que no hay nada que me sea más fácil de conocer que m i espíritu. Pero, dado que es casi imposible deshacerse tan pronto de una vieja opinión, será bue no que me detenga un poco en este lugar, para que, al ampliar m i ' El texto francés inserta aquí u n signo de interrogación. I 78 M ditaciom:s m taflsicas s guidas dt: las objecion s y ,- spttestas medi tación, imprima más profundamente en mi memoria este nuevo conocimiento. TERCERA MEDITACIÓN Acerca de Dios; que existe Ahora cerraré mis ojos, taparé mis oídos, apartaré todos mis senti dos, h as ta borraré de mi pensamiento todas las imágenes de las cosas corporales, o al menos, dado que esto apenas se puede hacer, las con sideraré como vanas y como falsas; y así, conversando sólo conmigo mismo y considerando mi interior, me esforzaré por volverme poco a poco más conocido y más familiar a mí mismo. Soy a cosa que pien sa, es decir, que duda, que afirma, que niega, que conoce pocas cosas, que ignora muchas, que ama, que odia, que quiere, que no quiere, que también imagina y que siente. Porque, tal como lo he señalado a ntes, a unque las cosas que siento y que imagino tal vez no sean nada fue ra de mí y en ellas m ismas, sin embargo estoy seguro de que esas maneras de pensar, a las que llamo sentimientos e imaginaciones, sólo en tan to que son modos de pensar residen y se encuentran ciertamen te en mí. Y con esto poco que acabo de decir creo haber reportado todo lo que sé verdaderamente, o al menos todo lo que hasta aquí he notado q ue sabía. Voy a considerar ahora con más exactitud si acaso se encuentran en mí otros conocimientos que no haya aún percibido. Estoy cierto de que soy una cosa que piensa; pero entonces ¿ no sé también lo que se requiere para estar cierto de algo? En este primer conocimiento no se encuentra más que una percepción clara y distinta de lo que co nozco; l a cual, en verdad, no sería suficiente para asegurarme de que es verdadera, si alguna vez pudiera suceder que una cosa que llegue a concebir tan clara y tan distintamente se hallara ser falsa. Y por lo tanto, me parece que desde ahora puedo establecer como regla general que todas las cosas que concibamos m uy clara y muy distintamente son verdaderas. A hora bien, antes recibí y admi d muchas cosas como muy ciertas y muy evidentes, que sin embargo reconocí luego como dudosas e inciertas. ¿Qué eran entonces tales cosas? Era la Tierra, el Cielo, los Astros y todas las demás cosas que percibía por medio de mis senti dos. Pero ¿ qué era lo que concebía clara y distintamente en ellas? En Por qué el dualismo es un proyecto estéril Daniel Dennett La idea de que la mente no es lo mismo que el cerebro, de que no está compuesta de materia ordinaria sino de una sustancia especial, es el dualismo. Aunque esta concepción ha sido defendida por muchos filósofos a lo largo de la historia, hoy en día tiene una mala reputación dentro de la ciencia y la filosofía. Desde la crítica clásica de Gilbert Ryle en 1949, quien llamó a esta idea el "dogma del espíritu en la máquina", los defensores del dualismo han estado a la defensiva. La postura dominante actualmente es el materialismo, que sostiene que solo existe un tipo de sustancia: la materia. Según el materialismo, la mente no es algo separado del cuerpo, sino que es un fenómeno físico. La actividad mental puede, en principio, explicarse con los mismos principios científicos que usamos para comprender la radiactividad, la fotosíntesis o la digestión. Pero, ¿por qué el dualismo ha perdido tanta credibilidad? ¿Cuál es el problema con pensar que la mente es algo diferente del cuerpo? Desde el siglo XVII, incluso el propio Descartes sabía que su teoría tenía una dificultad fundamental que hasta ahora ningún dualista ha logrado resolver. Si la mente y el cuerpo son sustancias distintas, deben ser capaces de interactuar entre sí. Es decir, los órganos sensoriales del cuerpo deben enviar información a la mente para que podamos percibir el mundo y, a su vez, la mente debe poder transmitir órdenes al cuerpo para actuar. Esta visión se conoce como dualismo interaccionista. Para Descartes, la glándula pineal era el punto de conexión entre ambas sustancias, pero el problema persiste: ¿cómo ocurre realmente esa interacción? El desafío para el dualismo es explicar cómo algo que no tiene materia, peso ni energía, como la mente, puede influir en algo físico como el cerebro y los músculos. En la física, cualquier cambio en un objeto requiere una causa que tenga energía. Pero, si la mente no es física, ¿de dónde proviene la energía que hace que el cuerpo se mueva? Esta dificultad es tan grave que hace que el dualismo parezca incompatible con las leyes básicas de la física. Para ilustrar este problema, pensemos en Casper, el fantasma. En las historias, Casper puede atravesar paredes porque es inmaterial, pero en otras escenas puede recoger objetos y mover cosas. Esto es una contradicción: si es inmaterial, no debería poder tocar nada; y si puede hacerlo, entonces no es realmente inmaterial. Lo mismo ocurre con la mente en el dualismo: o bien es completamente inmaterial y, por lo tanto, no puede afectar al cuerpo, o bien tiene que ser material para poder interactuar con él. Algunos han intentado salvar el dualismo proponiendo que la mente es una materia especial aún no descubierta por la ciencia. En el siglo XIX, los médiums espiritistas decían que los fantasmas estaban hechos de “ectoplasma”, una sustancia que supuestamente pertenecía al mundo de los espíritus, pero que aún así podía ser vista y tocada. Hoy en día, la idea de que la mente es una sustancia misteriosa, más allá de átomos y moléculas, se enfrenta a un problema similar: si la mente fuera un tipo de materia desconocida, entonces sería estudiable científicamente como cualquier otro fenómeno físico. Pero si insistimos en que la mente no puede ser estudiada ni medida, estaríamos aceptando que es un misterio sin solución, lo que equivale a darnos por vencidos. En esta línea de pensamiento, el físico y matemático Roger Penrose ha propuesto una revolución parecida dentro de la física en su libro La nueva mente del emperador (1989). Aunque dudo que haya conseguido tener éxito en su intento de iniciar una revolución, creo que merece la pena señalar que Penrose se ha cuidado mucho de caer en la trampa del dualismo. ¿Cuál es la diferencia? Penrose deja claro que su objetivo al proponer una revolución es hacer que la mente consciente sea más accesible a la investigación científica, y no menos. Con toda seguridad, no es accidental que los pocos dualistas que abiertamente reconocen su postura hayan admitido, con gran candor y naturalidad, que carecen por completo de una teoría sobre cómo funciona la mente; es algo, insisten, que está por encima de la capacidad de comprensión de los humanos. Permanece, así, la sospecha oculta de que la característica más atractiva de la sustancia mental es su promesa de seguir siendo tan misteriosa como para mantener en jaque a la ciencia para siempre. Esta actitud fundamentalmente anticientífica es, a mi modo de ver, la causa principal que hace perder al dualismo toda su legitimidad, y es también el motivo por el cual en este libro adoptaré la postura dogmática de que el dualismo debe evitarse a toda costa. No es que yo piense que soy capaz de ofrecer una prueba definitiva de que el dualismo, en todas sus formas, es falso o incoherente, sino, simplemente, que, atendiendo a la forma en que el dualismo se refugia en el misterio, considero que aceptar el dualismo equivale a darse por vencido. Existe un amplio consenso sobre este punto, pero el consenso es tan amplio como frágil, y no hace más que disimular algunas grietas preocupantes en el muro del materialismo. Científicos y filósofos pueden haber alcanzado un cierto grado de consenso en favor del materialismo, pero como veremos, desembarazarse de las viejas visiones dualistas es mucho más difícil de lo que creen los materialistas contemporáneos. La tarea de hallar sustitutos aceptables para las tradicionales imágenes dualistas exigirá llevar a cabo un cierto número de ajustes radicales en nuestras maneras de pensar, ajustes que en un principio resultarán tan contraintuitivos para los científicos como para los profanos. No considero que sea una mala señal que mi teoría parezca, en un principio, contraria a la tradición. De hecho, no deberíamos esperar que una buena teoría sobre la conciencia sea fácil de aceptar o que nos haga sentir que "todo encaja" de inmediato. Si fuera así, ya la habríamos descubierto hace mucho tiempo. La mente ha sido un misterio durante siglos y nuestros avances en comprenderla han sido limitados. Por eso, existe la posibilidad de que muchas cosas que creemos obvias sobre la mente, en realidad, no lo sean tanto. Hoy en día, algunos investigadores del cerebro, quizás la mayoría, sostienen que el cerebro es un órgano como cualquier otro, como los riñones o el páncreas, y que debe ser estudiado con las mismas herramientas que utilizamos en biología y en la física. Para ellos, la noción de “mente” o “lo mental” no es necesaria en su trabajo científico. Sin embargo, otros investigadores más inclinados a la teoría han empezado a hablar de un nuevo objeto de estudio: la mente/cerebro. Este término refleja el materialismo dominante, que considera que lo que hace que el cerebro sea tan fascinante es que, de alguna manera, es la mente. A pesar de esto, incluso estos investigadores evitan enfrentarse directamente a los problemas más complejos de la conciencia, prefiriendo dejarlos para el futuro. Esta estrategia tiene sentido hasta cierto punto. Pero también ha distorsionado la manera en la que se han desarrollado ciertos conceptos dentro de la ciencia cognitiva. La mayoría de los investigadores, ya sea en neurociencia, psicología o inteligencia artificial, tienden a evitar los problemas centrales de la conciencia concentrándose en partes específicas del cerebro y de la mente. Se enfocan en cómo funcionan ciertos sistemas, pero sin abordar la totalidad del problema. El resultado de esto es que muchas teorías sobre la mente han terminado asumiendo, sin cuestionarlo, que en algún lugar del cerebro hay un “centro” donde realmente ocurre el pensamiento consciente y la experiencia subjetiva. A este tipo de modelo lo llamo el “Teatro Cartesiano”: la idea de que hay un punto dentro del cerebro donde la información de los sentidos se reúne, la memoria se almacena y la voluntad toma decisiones. Muchos investigadores aún piensan en la percepción como un sistema que envía información a este “ruedo central del pensamiento”, el cual luego controla el movimiento del cuerpo. También imaginan que este centro extrae información de la memoria a largo plazo para generar ideas y planes. Pero esta división entre subsistemas como “memoria” y “razonamiento” no es algo que se pueda encontrar claramente en la naturaleza; más bien, es una forma de dividir el problema para facilitar su estudio. El problema con esta visión es que sigue dando por sentado que debe haber un “lugar” en el cerebro donde realmente ocurre la conciencia. Esta idea puede parecer inevitable, pero como veremos más adelante, es un error. El “Teatro Cartesiano” es una ilusión que ha atrapado a muchos investigadores, impidiéndoles ver la conciencia de una manera diferente.