La Revolución Rusa (1917-1936) - Resumen PDF
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Ezequiel Adamovsky
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Este documento analiza la sociedad zarista a principios del siglo XX, enfocándose en los grupos sociales, principalmente los campesinos y la economía rural. Explica la vida de los campesinos, la estructura de la comuna rural, y cómo las decisiones económicas de las familias campesinas diferían de un modelo de negocio capitalista.
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Adamovsky, Ezequiel. La Revolución Rusa (1917-1936) 2.1 La sociedad zarista a principios de siglo 2.1.1 Los grupos sociales Para comprender la revolución de 1917 y el papel excepcional que desempeñó Rusia en el siglo XX, es indispensable comenzar por una descripción de su estructura social en...
Adamovsky, Ezequiel. La Revolución Rusa (1917-1936) 2.1 La sociedad zarista a principios de siglo 2.1.1 Los grupos sociales Para comprender la revolución de 1917 y el papel excepcional que desempeñó Rusia en el siglo XX, es indispensable comenzar por una descripción de su estructura social en época de los zares. La sociedad zarista de principios de siglo estaba compuesta por una mayoría abrumadora de campesinos, que conformaban más del 80% de la población. Las familias campesinas cultivaban pequeñas parcelas de tierra para su propia subsistencia y para pagar los impuestos. Ocasionalmente, también podían obtener un pequeño excedente para intercambiar por otros productos. Su vida se organizaba alrededor de la comuna rural (el mir u obschina), que era la reunión de los jefes de familia de una aldea. La comuna campesina tenía varias funciones, aunque la más importante era la de redistribuir periódicamente la tierra comunal entre las familias, atendiendo a los cambios en sus tamaños. Habitualmente esta redistribución se hacía cada 12 años. La totalidad de la tierra comunal -excepto las pequeñas huertas lindantes a las casas, que eran de propiedad privada-, se repartía equitativamente, asignándose en pequeños lotes dispersos en la superficie de la comuna. De este modo, a cada familia le tocaba en posesión varias franjas de tierra separadas, para que todos tuvieran tierras de la misma calidad. En general, el nivel tecnológico de la agricultura era muy bajo, y las condiciones de vida de los campesinos eran paupérrimas. La forma de organización de la producción, por su parte, no ayudaba a cambiar esta situación. La fragmentación y dispersión de las parcelas obligaba a todos los campesinos a sembrar los mismos cultivos y a cosechar en el mismo momento. Por otro lado, la ausencia de propiedad firme sobre la tierra desalentaba las inversiones fijas y cualquier mejora. Pero, más importante aún es la racionalidad propia de la economía campesina. Al ser las mismas familias la "mano de obra" de sus propias tierras, las decisiones económicas funcionan de manera diferente. Lo que una "empresa" así persigue no es maximizar sus ganancias, sino llegar a un equilibrio entre ingresos y grado de autoexplotación. Es decir, cuando una familia campesina llega a satisfacer sus necesidades prefiere disminuir el ritmo de trabajo antes que aumentarlo -como haría un empresario capitalista-, aun si aumentándolo obtuviera mayores ganancias. Lo que busca es un nivel de bienestar óptimo, proveyendo a sus necesidades -que en una sociedad de subsistencia son muy bajas-, sin trabajar excesivamente. En el extremo opuesto de la escala social existía una nobleza empobrecida y endeudada, pero que aun así continuaba siendo la clase privilegiada de la sociedad. Este grupo carecía de una tradición corporativa propia o de redes de solidaridad regional, a la manera de Europa Occidental, por lo que se encontraba en una situación de debilidad y dependencia respecto del Estado. Las ciudades eran un puñado de islas en un mar predominantemente rural. Muchas de ellas, inclusive, tenían más el carácter de centros administrativo-militares que de polos mercantiles o industriales. Entre los grupos sociales urbanos existía un proletariado que, aunque no muy numeroso respecto de la población total, estaba muy concentrado en las grandes fábricas de las escasas ciudades. Era una clase relativamente nueva, sin una larga tradición de organización o de lucha sindical. Muchos de los obreros mantenían aún fuertes vínculos con las comunas campesinas de las que procedían, sea enviando a sus familias parte de sus jornales o desempeñándose directamente como trabajadores estacionales, parte del año en el campo y parte en la ciudad. Por otro lado, la burguesía era un grupo muy poco numeroso y dependiente del apoyo estatal y de los capitales extranjeros, y con escasa influencia en los asuntos de Estado. Junto a estos grupos sociales existía un estrato intermedio típicamente ruso: la llamada intelligentsia. Estaba conformada por un gran número de los profesionales y la gente con educación superior que, dado el atraso económico general y el carácter autocrático del gobierno, no encontraba su lugar en la sociedad. No tenían dónde ni cómo dar una utilidad a sus conocimientos, o encontrar canales válidos de expresión. Particularmente de este grupo social surgió, desde muy temprano, un movimiento revolucionario que, en condiciones de represión y ausencia de vida política legal, necesariamente sería radicalizado. Desde la segunda mitad del siglo XIX algunos de estos grupos intentaron movilizar políticamente a los campesinos, o se dedicaron a actividades terroristas. Hacia finales del siglo, parte de estos grupos prefirieron abandonar esas dos estrategias para intentar preferentemente organizar a los obreros. Junto a estas divisiones "horizontales" de la sociedad, existían otras "verticales", que separaban a las diversas y numerosas nacionalidades que componían el extenso Imperio, y que convivían no siempre armoniosamente bajo el dominio de los rusos. 2.1.2 El Estado y las tareas de la modernización En tal situación, al régimen zarista se le hacía cada vez más difícil mantener el lugar de Rusia como la gran potencia europea que había sido desde el siglo XVIII. Mientras la mayoría de los países de Europa Occidental ya poseía una economía capitalista más o menos avanzada, Rusia permanecía como un país subdesarrollado. Para acortar esta distancia, a partir de la derrota sufrida en la Guerra de Crimea (1856), el régimen zarista intentó llevar adelante una serie de medidas de modernización, comenzando por la abolición de la servidumbre (1861). En la década de 1890, con el ministro Witte, el Estado desarrolló una fuerte política de fomento a la industria. Pero ya desde entonces quedó claro que tales políticas encontrarían limitaciones en el mediano plazo, por dos motivos. Por un lado, el problema era de dónde obtendría el Estado los recursos necesarios para una política sostenida de industrialización. Las finanzas públicas provenían en su mayor parte de los impuestos que pagaban los campesinos, ya bastante agobiados. Por el otro, en un país en el que la gran mayoría de los habitantes eran campesinos que producían para su propia subsistencia, ¿cuál sería el mercado para los bienes industriales? ¿Quién compraría los productos?. En época de Witte el principal comprador era el propio Estado, pero allí volvemos al primer problema. Al entrar al nuevo siglo encontramos a Rusia en esa tensión. El Estado aumenta las presiones sobre la sociedad para obtener mayores recursos sin que existan, al mismo tiempo, las condiciones para un crecimiento económico sostenido. En ese contexto se produce una nueva derrota, esta vez contra Japón (1905), seguida de una primera gran revolución social ese mismo año. Si bien ésta pudo ser reprimida, el zar se vio obligado a conceder una serie de libertades políticas. Se proclamó una especie de Constitución y se estableció un parlamento (la Duma) electivo, de atribuciones restringidas. Muy pronto, sin embargo, a través de la manipulación del sistema de elecciones el zar transformó a la Duma en un organismo carente de autoridad real, en manos de la clase dominante. La gravedad del estallido y la derrota militar, mientras tanto, convencieron a los gobernantes de la necesidad de encarar reformas sociales y económicas de mayor profundidad. Era necesario transformar la sociedad de modo tal que se produjera un verdadero desarrollo económico. En este contexto, el ministro Stolypin promueve una serie de reformas profundas (1906-1911), que iban a la raíz del problema: la economía campesina. La idea era transformar el mar de pequeños campesinos de subsistencia en granjeros medianos que produjeran para vender en el mercado. Se pensaba que así la agricultura aumentaría su productividad y, con ello, también subiría la recaudación fiscal y se formaría un mercado interno para la industria. El obstáculo principal era, naturalmente, la comuna rural y su sistema de redistribución de las tierras. Era necesario transformar la propiedad colectiva en propiedad privada, firme. Para ello Stolypin diseñó una política que permitía, a las comunas que desearan disolverse, entregar la parte de tierra que le correspondiera a cada familia, en un solo lote y en propiedad efectiva. La decisión era voluntaria y de los propios campesinos, y el Estado colaboraría con los recursos técnicos necesarios para medir y escriturar las tierras. Se pensaba que, poseyendo la propiedad firme de sus tierras, algunos campesinos emprendedores invertirían en mejoras de sus tierras, en tecnología, transformándose en empresarios agrícolas. Por otro lado, los campesinos con menos suerte se verían obligados a vender sus tierras, transformándose en mano de obra asalariada para los primeros. Las reformas de Stolypin tuvieron un éxito bastante moderado. Se calcula que, hasta 1917, sólo un cuarto de las tierras cultivables se acogieron al nuevo régimen. La tradición comunal tenía todavía un gran peso entre los campesinos rusos, visible en vocabulario mismo. En efecto, Mir significa no sólo "comuna", sino también "Paz" y "Mundo". Sea como fuere, por falta de tiempo para que las reformas maduraran o por una imposibilidad estructural, Rusia llegó a la Primera Guerra Mundial con el problema de su atraso económico sin resolver, y con un régimen político completamente autocrático que, por tanto, no servía para canalizar los reclamos de los diferentes grupos sociales. Muy por el contrario, en lugar de cumplir su función propia -regular las relaciones entre clases sociales para garantizar la continuidad de la dominación-, el Estado agregaba nuevas tensiones en una sociedad cuyas clases estaban separadas por enormes distancias. El enorme sufrimiento provocado por la participación de Rusia en la Gran Guerra (1914) tuvo un efecto multiplicador de tensiones que ya existían previamente. 2.2 La Revolución, de febrero a octubre de 1917 2.2.1 Problemas de interpretación A pesar de que, desde el punto de vista político, se distinguen dos revoluciones en 1917 -la de febrero y la de octubre-, desde el punto de vista social podría considerárselas una sola, que atraviesa por varias etapas de radicalización creciente. Pero aun así, para explicar las causas de la Revolución, hay que responder a dos preguntas distintas. En primer lugar, ¿por qué cayó el régimen zarista?. Luego, ¿por qué el resultado de la Revolución, en octubre, fue la toma del poder por un partido comunista que representaba a los obreros?. Esta pregunta se plantea porque el resultado de la Revolución de febrero fue la instauración de un doble poder. Por un lado había un autoproclamado Gobierno Provisional, dominado por los grupos liberales, que poseía la autoridad formal reconocida por el resto de las naciones. Por el otro, estaba el Soviet ("Consejo") de obreros y soldados de Petrogrado, que tenía la autoridad real y al que obedecían las tropas y la mayoría de la población. El Soviet tenía mayoría de representantes pertenecientes a los varios partidos socialistas y revolucionarios. Durante los meses entre febrero y octubre estos dos organismos establecieron relaciones de colaboración e incluso de coalición. Por ello, el resultado de la caída del zarismo podría haber sido otro: digamos, la unificación de ambos poderes en un Gobierno reformista, o la victoria del Gobierno Provisional por sobre el Soviet, y la instauración de una democracia liberal. Respecto de la primera pregunta, hasta la década del '60 entre los académicos predominaban las explicaciones de la caída del zarismo que ponían el énfasis o bien en la actuación de las grandes personalidades, o bien en el peso de la guerra. Así, el derrumbe de febrero se consideraba el efecto de la torpeza del zar Nicolás II, combinada con la firmeza de los políticos que, aprovechando el caos de la guerra, se hicieron con el poder casi sin esfuerzo alguno. Respecto de la segunda pregunta, para estos estudiosos los bolcheviques no fueron sino los más organizados y decididos, y actuaron bajo la férrea disciplina que imponía Lenin, un líder con una maníaca voluntad de poder. Los obreros que los apoyaron actuaron irracionalmente o fueron manipulados. De esta forma, toda la explicación recae en un conjunto de contingencias. Contra este tipo de explicaciones, en los últimos treinta años los académicos plantearon otras alternativas. Para algunos, la caída del zarismo obedecía a las presiones de la modernización en países atrasados, y a la incompatibilidad entre un régimen políticamente autocrático pero económicamente capitalista. Para este tipo de interpretaciones, la Revolución ya no era una mera contingencia coyuntural, sino un proceso con una lógica propia, y de más largo aliento. Sin embargo, esto daba una respuesta más satisfactoria a nuestra primera pregunta, pero podía mantener la explicación tradicional del ascenso de Lenin. Es decir, la caída de la autocracia se convertía en algo lógico, casi inevitable, pero la toma del poder por los bolcheviques podía seguir siendo el resultado de un golpe de suerte de un pequeño grupo de revolucionarios profesionales que supieron aprovechar el caos reinante. Muy pronto otros académicos criticaron a esta última postura porque olvidaba a los actores sociales. Todo se reducía a las tensiones estructurales, socioeconómicas, y no podía percibirse qué hacían o pensaban las personas concretas. Así, ya desde mediados de la década del '60, algunos autores mostraron que, al menos desde 1905, podía verse un creciente enfrentamiento entre las clases altas y las subalternas -obreros y campesinos-, junto con un alejamiento de unas y otras respecto del Estado. Para estos estudiosos había en Rusia una tradición de protesta social anterior a 1917, y de la cual la Revolución no fue sino la expresión. Respecto del éxito de los bolcheviques, para estos autores se debía a que fueron los herederos de esa tradición; fueron los que supieron capitalizar una cultura revolucionaria que se venía gestando entre los obreros desde hacía mucho tiempo. Aquí, a diferencia de las interpretaciones anteriores, los obreros no son "rebeldes instintivos", ni manipulados, sino los verdaderos protagonistas de la Revolución. En general, este tipo de interpretación tiende a relativizar la importancia de la Guerra en la explicación, por dos motivos. En primer lugar, porque como ya fue señalado, existía un movimiento de protesta creciente desde mucho antes de la Guerra. En segundo lugar, porque tampoco es posible considerar a la Guerra como un factor absolutamente externo, desconectado de las tensiones internas de la sociedad rusa. En efecto, Rusia participó en la Guerra por sus propias ambiciones en los Balcanes y en el Oriente próximo, y también porque sus aliados -en particular Francia- eran sus principales acreedores. Por otro lado, varios grupos sociales apoyaban entusiastamente la participación bélica, en especial los industriales de Moscú, que preveían ganancias jugosas. 2.2.2 La dinámica social y el partido bolchevique El proceso revolucionario de febrero a octubre, en realidad, oculta cuatro revoluciones en una. En primer lugar se trató de una Revolución democrático-liberal de la burguesía y de parte de la intelligentsia cuyo objetivo era crear un orden, si no republicano, al menos constitucional. Este fue sobre todo el programa de muchos de los que participaron del Gobierno Provisional, en especial los liberales (el Partido Constitucional Democrático o "Kadete"). En segundo lugar, fue una revolución obrera por la democracia directa y por mejoras sustanciales en las condiciones de vida. Desde fines de 1916 se había producido una ola de huelgas muy importante, que comenzaron con reclamos exclusivamente económicos pero que luego fueron radicalizándose cada vez más. En esta radicalización tuvo un papel muy importante la actitud intransigente que adoptó la burguesía, que reaccionó frente a las demandas obreras cerrando las fábricas o suspendiendo la producción. Sus representantes en el Gobierno Provisional, por otro lado, bloqueaban o retrasaban todas las medidas progresivas que querían implementar los ministros socialistas. Frente a tal actitud, los obreros se organizan en Comités de Fábrica. Las primeras reivindicaciones eran que éstos controlarían los libros contables de las empresas. Pero ante la intransigencia patronal, en muchos casos confiscaron las fábricas que amenazaban con cerrar, o se hicieron cargo de reabrir las que ya habían cerrado. Con esta experiencia, y ante la impotencia o ineptitud del Gobierno, se fue abriendo paso la idea revolucionaria del Control Obrero, autogestivo, de la producción nacional. Por otro lado, el establecimiento de los Soviets ya en febrero fue también una expresión del aspecto obrero de la Revolución. Estas formas de organización habían sido inventadas por los propios obreros, por primera vez en la Revolución de 1905. Es importante resaltar que surgieron espontáneamente, y que no figuraban en el programa de ninguno de los partidos revolucionarios. Hasta poco tiempo antes de Octubre la mayoría de los obreros se identificaba con el Partido Menchevique. En tercer lugar, la Revolución Rusa fue una revolución campesina cuyo objetivo era conseguir más tierra y rebajas en los arriendos. Todos los partidos, incluyendo a los Kadetes, proponían alguna forma de reforma agraria. Pero los campesinos esperaron en vano alguna medida del Gobierno y, aun antes de Octubre, se lanzaron ellos mismos a apropiarse de las tierras de los latifundistas, las que estuvieran desocupadas y, en muchos casos, las de aquellos campesinos que se habían separado de las comunas acogiéndose a las reformas de Stolypin. Para ello se organizaron en Comités de Aldea, de modo que las expropiaciones no se hacían a título personal sino bajo la responsabilidad colectiva de la comuna. Tradicionalmente, los campesinos se identificaban con el Partido Socialista Revolucionario ("Eseritas"), heredero de la larga tradición de los populistas rusos. En cuarto y último lugar, también se trató de una Revolución de las nacionalidades contra la dominación del Imperio ruso. Finlandia y Ucrania fueron especialmente activas en este sentido, reclamando su derecho a la secesión. En general, podría decirse que la trayectoria de la Revolución, de febrero a octubre, es la de una rebelión generalizada contra cualquier forma de poder u opresión. Todos los vínculos de dominación se tornaron visibles y fueron atacados. No sólo esto fue así en el caso de los cuatro grupos de mayor importancia, comentados recién. También los soldados en el frente se negaban a obedecer a las jerarquías militares y se organizaban democráticamente, e incluso para algunos grupos feministas fue el momento de expresar una voz antipatriarcal. Para otros grupos minoritarios también había llegado el momento de liberar las prácticas sexuales, o de encontrar formas culturales, artísticas y educativas emancipatorias. Durante los últimas semanas antes de Octubre, y todavía un tiempo después, resultaba incluso muy difícil hacer que las masas aceptaran cualquier forma de delegación del poder, ni siquiera la del Soviet. Como nunca antes -y como nunca después- la soberanía parecía haber estallado, destruyendo cualquier forma de autoridad: estaba en las calles. ¿Cómo se produce, en ese contexto, la Revolución de Octubre, encabezada por el Partido Bolchevique?. La pregunta no es fácil de responder, por cuanto ese partido, de orientación comunista y revolucionaria, era hasta hacía poco tiempo muy pequeño, comparado con los otros partidos socialistas. Cuando Lenin -su líder más importante-, dijo en el Congreso de los Soviets de junio que su partido estaba dispuesto a tomar el poder, los presentes se rieron y nadie lo tomó demasiado en serio. ¿Cómo se las arregló para, poco tiempo después, estar encabezando una nueva revolución? La respuesta académica que se ha dado a este interrogante hasta la década del '60 -y que todavía circula en gran medida en el "conocimiento medio" de la sociedad-, ya ha sido comentada. La explicación sería, en este caso, que los bolcheviques eran un partido de intelectuales fuertemente organizados y disciplinados, comandados por un líder cuya única ambición era llegar al poder a cualquier costo. Manipulando a los obreros y aprovechando una situación de debilidad, dieron un golpe de estado en Octubre, abortando el curso legítimo de la Revolución. De allí en adelante se mantuvieron en el poder a fuerza de terror y eliminando a cualquier oposición. En parte, los propios bolcheviques y la tradición comunista internacional posterior contribuyeron a difundir tal imagen del Partido. En su libro ¿Qué Hacer? (1902), Lenin sostenía la necesidad de crear un Partido dirigido por un puñado de "cabezas fuertes", muy disciplinado, que introdujera una ideología revolucionaria en la clase obrera, que por sí misma no podría hacerlo. Contra esta visión, ya hemos resaltado que los académicos posteriores mostraron que existía una tradición radical y de protesta social previa, capitalizada por los bolcheviques. Pero ¿por qué ellos y no alguno de los otros varios partidos socialistas que existían entonces?. Algunos estudios de especialistas demostraron que el Partido Bolchevique, lejos de ser un partido de intelectuales, estaba formado por una mayoría amplia de obreros. Pero también, y más importante, que en 1917 funcionaba como una estructura abierta y democrática, razón por la cual pudo establecer una relación dinámica y fluida con las masas. Respecto de la disciplina férrea y centralizada, hasta esa época era un partido de controles bastante laxos, y al propio Lenin, con frecuencia, le costaba un gran esfuerzo que sus camaradas compartieran sus opiniones. En este sentido, el ¿Qué Hacer? era más una expresión de deseos que una descripción de la realidad. Lo que sí es cierto es que los bolcheviques estaban decididos. La diferencia con los otros partidos socialistas y revolucionarios es que todos los demás intentaron, de alguna manera, restaurar la relación gobernante-gobernado. Tanto los eseritas como los mencheviques y trudoviques estuvieron comprometidos en la coalición con el Gobierno Provisional y, por ello, muchas veces, tuvieron que negociar sus posiciones para evitar la descomposición de todo poder. Por ejemplo, cuando los campesinos pedían tierra, sus propios representantes eseritas respondían: "Sí, pero luego de que convoquemos a una Asamblea Constituyente". Por otro lado, los ministros socialistas del gobierno no conseguían promulgar casi ninguna de las medidas que reclamaban los obreros. Y, por ejemplo, cuando los Comités de Fábrica ya habían puesto bajo su control las empresas que cerraban, sólo entonces el Gobierno decretó su estatización. Esta medida, que un tiempo antes habría sido revolucionaria, por la demora se convertía en conservadora ante los ojos de los obreros. "Estatización", unas semanas antes, significaba expropiación a los burgueses; ahora era un intento de controlar la espontaneidad de los obreros. Del mismo modo, cuando las nacionalidades reclamaban su derecho a la autodeterminación, los partidos socialistas les pedían que dejaran esa demanda en suspenso hasta que la Guerra terminara. Y, sobre todo, ningún partido daba seguridad de que la participación de Rusia en la Guerra acabaría pronto. A diferencia de los otros partidos, los bolcheviques no tenían ministros en el Gobierno, ni pretendían tenerlos. No estaban interesados en mantener ningún orden, ni mucho menos la relación gobernante-gobernado. Para ellos era el momento de destruir al Estado, no de sostenerlo. Es por ello que pudieron seguir paso a paso la radicalización de las demandas de las masas, adaptando a ellas su propio programa. Así, cuando los campesinos, hartos de esperar, se lanzaban a ocupar tierras, los bolcheviques los alentaban, aun cuando estuvieran originalmente en contra de la pequeña propiedad campesina. Cuando era necesario crear Comités de Fábrica, los obreros bolcheviques eran los primeros en prestar su apoyo. Del mismo modo, se declararon defensores incondicionales del derecho a la autodeterminación de los pueblos. Por último, prometían una paz inmediata y unilateral. De este modo, por su amplio contacto con lo obreros, por la flexibilidad de su programa y por la ausencia de todo compromiso en la conservación del orden, los bolcheviques se ganaron la confianza de las masas revolucionarias. En septiembre logran la mayoría en los Soviets de Moscú y Petrogrado y la noche del 24 de octubre encabezan una revolución armada. Casi sin disparos derriban al Gobierno Provisional y, a última hora del día siguiente, acabando con la situación de doble poder, el Congreso Panruso de los Soviets proclama un nuevo gobierno de Comisarios del Pueblo, encabezado por Lenin. 2.3 La construcción de un poder soviético 2.3.1 Razón de clase vs. Razón de Estado. El período que se abre luego de Octubre contiene varios problemas de interpretación. Pero la pregunta más importante es cómo la enorme explosión de libertad y autonomía que significó la Revolución en poco tiempo se convirtió en su imagen contraria. ¿Cómo pasó la sociedad rusa, de protagonizar un rechazo radical a cualquier forma de autoridad, a quedar sumida en uno de los regímenes más opresivos que conoció la humanidad?. ¿Por qué el comunismo pasó, de ser una ideología de emancipación de la sociedad, a funcionar como legitimación de una nueva forma de opresión? Frente a estas preguntas se han planteado dos tipos de respuestas. La primera es la que se conoce como la "tesis de la continuidad", que sostienen aquellos que, como vimos más arriba, consideraban a la Revolución como obra de una secta de fanáticos. Para éstos, el germen del totalitarismo de la época de Stalin puede encontrarse ya desde la fundación del Partido Bolchevique. Algunos, incluso, trazan el origen en el mismo marxismo, más allá de las características propias de sus seguidores en Rusia. El problema consistiría en la voluntad de transformar una sociedad de acuerdo a una ideología, a través de la fuerza. La voluntad de hacer realidad una utopía, necesariamente, terminaría en pesadilla. Es por ello que, para estos autores, puede trazarse una línea directa, continua, entre la idea de "dictadura del proletariado" y la de un partido jerarquizado y disciplinado -anteriores a 1917-, y el "golpe de estado" al que dieron lugar, seguido del Terror rojo de 1918, hasta llegar a los asesinatos y campos de concentración de la época de Stalin. Contra esta interpretación, otros autores sostienen que existiría una discontinuidad básica entre Octubre de 1917 y la sociedad totalitaria surgida más tarde. Para éstos, si bien es posible encontrar aspectos autoritarios o antidemocráticos en los bolcheviques ya antes de la Revolución, también existirían elementos en sentido contrario. De lo que se trata es de explicar por qué aquéllos predominaron por sobre éstos. Sobre todo, más allá de los bolcheviques, se trata de explicar por qué una revolución genuinamente popular y emancipatoria devino un régimen extremadamente opresivo. Por lo tanto, resulta de vital importancia, para estos autores, el problema de la periodización: ¿En qué momento, exactamente, se produjo el quiebre de los impulsos democráticos y liberadores? ¿A qué elemento atribuir ese quiebre?. Para algunos, la respuesta está muy próxima: en la supresión de la Asamblea Constituyente (1918) o en las medidas represivas del la Guerra Civil. Otros prefieren resaltar que la década del '20, entre el fin de esa Guerra y el ascenso de Stalin, están marcados por un clima de bastante libertad, de modo que la respuesta hay que buscarla en la "revolución desde arriba" que, desde fines de la década, encabezó Stalin. Si se trata de buscar una respuesta satisfactoria, hay que tener en cuenta que para los bolcheviques, encontrarse de pronto en el poder significó enfrentar un conjunto de problemas completamente nuevos. En primer lugar, lo más obvio: no es lo mismo derribar un Estado que administrarlo o, peor aún, construirlo. Pero, en segundo lugar, el problema era más agudo por el profundo atraso económico de la sociedad rusa. La ideología de los bolcheviques -el comunismo-, había surgido en países económicamente más adelantados, con una industria desarrollada y un extenso proletariado. Como parte central de su doctrina, los comunistas sostenían que el avance del capitalismo sentaba las bases para su superación. En efecto, la organización capitalista de la producción llevaba a un máximo la división social del trabajo y desarrollaba la productividad a tal punto, que hacía posible prescindir de los burgueses. Más aún, esto no sólo era posible sino necesario, ya que la acumulación del capital en pocas manos constituía un freno para un ulterior crecimiento económico. El empobrecimiento de la mayoría privaba a la propia industria de un mercado, y generaba crisis periódicas. Junto con esto, los comunistas también preveían que, en muy poco tiempo, los obreros serían numéricamente la mayoría de la población. De este modo, la toma del poder por la clase obrera significaría al mismo tiempo una distribución más justa de la riqueza y un máximo grado de democracia. Luego de la revolución, se suponía que la clase proletaria ejercería, transitoriamente, una dictadura sobre las clases burguesas, mientras se eliminaba la propiedad privada sobre los medios productivos. Luego de esto, en la medida en que el Estado existía como expresión de la dominación de clase, se preveía que éste desaparecería progresivamente, al eliminarse su razón de ser. Tal es el punto de vista que, por ejemplo, Lenin expresó en su libro El Estado y la Revolución, escrito poco antes de tomar el poder. El problema que se planteaba en Rusia era que el proletariado, como clase, era una pequeña minoría frente a la enorme mayoría de pequeños propietarios campesinos. En este contexto, una dictadura de la clase obrera no tendría el carácter socialmente democrático que la teoría suponía. Ante esta evidencia, los bolcheviques plantearon el momento de transición como una dictadura encabezada por una alianza obrero- campesina. Pero, además, había un segundo problema. La economía rusa se encontraba atrasada en un grado tal que su socialización significaría, en el mejor de los casos, el reparto de la miseria. A los bolcheviques se les planteaba entonces, como problema general, la misma tarea que a los reformadores zaristas: la modernización de una sociedad atrasada. Pero esta modernización, a su vez, debería llevarse a cabo respetando el ideario democrático e igualitario del comunismo. Sin embargo, la industrialización requería contar con un excedente económico para realizar grandes inversiones. Y en la Rusia post-revolucionaria, eliminados los burgueses y los terratenientes, el único sector social que podía proveer ese excedente era el campesinado. Como vimos más arriba, este sector producía para su propio consumo, y sus vínculos con el mercado eran muy débiles. ¿Cómo extraer del campesinado, entonces, un excedente económico, manteniendo al mismo tiempo la alianza obrero-campesina?. Los bolcheviques en el poder, en una sociedad atrasada, se enfrentaban con tareas para las cuales no estaban preparados. El comunismo, una ideología obrerista y emancipatoria, sufrió en las condiciones rusas una hibridación en la que debió funcionar, también, como ideología de la modernización. En otras palabras, para los bolcheviques se presentaba la tensión entre la razón de clase -la defensa de los intereses de los obreros, sus únicos aliados confiables, la base de su poder-, y la razón de estado -la viabilidad de la sociedad en su conjunto y la continuidad de su control del gobierno y de la revolución. Este dilema será el que recorra los años '20.