Revolución Industrial y Globalización

La Carta Magna, firmada en 1215, marcó un punto de inflexión en la evolución de la monarquía inglesa, limitando el poder del rey y otorgando derechos a los nobles, eclesiásticos y campesinos.

La Revolución Gloriosa de 1688 consolidó el nuevo marco institucional en Inglaterra, marcando el fin del Antiguo Régimen y abriendo paso a la Revolución Industrial.

La supresión de los derechos jurisdiccionales y la aparición de pequeños campesinos libres fueron hitos del cambio institucional que facilitaron el crecimiento económico.

La libertad de vender tierras, promulgada durante la Reforma Anglicana, permitió la movilidad social y el acceso a la propiedad.

La venta de tierras de la Iglesia Católica durante la Reforma Anglicana transfirió la propiedad a manos de la nobleza, comerciantes y funcionarios, generando un nuevo sistema económico.

La creación de un gran mercado nacional sin aduanas internas, que abarcaba Inglaterra, Gales, Irlanda y Escocia, impulsó el comercio interno y el desarrollo económico.

La venta de tierras de la Corona durante la república de Cromwell permitió la acumulación de capital por parte de la clase mercantil.

El Parlamento, controlado por los terratenientes y comerciantes, se convirtió en el motor de la Revolución Industrial, impulsando reformas económicas y políticas.

Un marco institucional que promovió el crecimiento económico en Inglaterra al permitir la libre circulación de factores productivos, la innovación y la protección de la propiedad privada.

La abolición de los privilegios gremiales permitió la libre instalación de industrias y la innovación, rompiendo con las restricciones existentes.

Las Leyes de Cercamiento concentraron tierras agrarias en manos de los landlords, lo que permitió la introducción de nuevas tecnologías y mayor productividad.

La reforma de la hacienda inglesa, culminada en 1688, otorgó al Parlamento el control de las finanzas públicas, separando la administración real de la economía.

La Declaración de Derechos, promulgada en 1689, garantizó la libertad de prensa, la independencia judicial, la propiedad privada e impuso la superioridad de la ley sobre la voluntad del rey.

Las leyes civiles y mercantiles que promovieron el crecimiento económico en Inglaterra.

Un conjunto de leyes y medidas que, si bien protegían la libertad económica, también implementaron políticas proteccionistas y mercantilistas para impulsar la industria y el comercio.

La protección de la propiedad intelectual a través de leyes sobre patentes, que incentivó la innovación y el desarrollo tecnológico.

El crecimiento económico moderno está ligado a la transformación estructural de la economía. Es decir, la industria comienza a tener un papel más importante y la agricultura, menos.

A pesar de que Inglaterra experimentó un crecimiento económico, este fue gradual durante la Revolución Industrial: la industria fue inicialmente lenta, pero luego, la tecnología impulsó la productividad.

A finales del siglo XIX, Inglaterra se convirtió en la potencia económica mundial gracias a su industria avanzada y su posición dominante en el comercio internacional.

Durante la Revolución Industrial, el uso de la máquina de vapor no se difundió inmediatamente en toda la industria, lo que limitó su productividad y ventajas comparativas.

La transformación económica gradual de Gran Bretaña se caracterizó por un aumento progresivo de la contribución de la industria al producto total, mientras que la agricultura disminuía.

Las mujeres y los niños desempeñaban tareas menos cualificadas y pesadas en las fábricas, lo que les otorgaba salarios más bajos a pesar de su importancia en el proceso productivo.

La proporción de la fuerza laboral femenina e infantil en las fábricas era de 1/3 a 1/2 en la primera mitad del siglo XIX, disminuyendo gradualmente durante el siglo.

Las empresas británicas ofrecían salarios significativamente más altos en las fábricas que en la agricultura, con un 60% más que el trabajo artesanal y más del doble que el trabajo campesino.

La introducción de la jornada laboral fija y la maquinaria requirió nuevos métodos de disciplina en las fábricas, distintos a la manufactura doméstica, para control y eficiencia.

Las fábricas exigían un trabajo más rápido e intenso, con jornadas más largas y condiciones laborales más duras y rutinarias, afectando las costumbres de los antiguos artesanos.

Para garantizar la eficiencia de las nuevas inversiones en fábricas, los empresarios implementaron mecanismos de control como jornadas laborales fijas, cronometraje, incentivos y castigos, tanto para adultos como para niños.

La disciplina industrial contrastaba con las prácticas antiguas de las gremiales y artesanos. Las nuevas fábricas eliminaron días festivos tradicionales y establecieron una sincronización a gran escala del trabajo.

El tiempo se convirtió en un factor crucial en la gestión empresarial. Las fábricas eliminaron las alternancias entre períodos de descanso y trabajo intenso, priorizando la constante actividad.

La Revolución Industrial no significó un crecimiento económico inmediato, principalmente porque las mejoras en la productividad se concentraron en sectores pequeños como el algodón y el hierro.

La Revolución Industrial creó una economía dual: sectores dinámicos como el algodón y el hierro crecieron rápidamente, mientras que otros sectores manufactureros tradicionales se mantuvieron sin grandes cambios.

La productividad se mantuvo baja en la primera etapa de la Revolución Industrial debido a la limitada aplicación de nuevas tecnologías en la mayoría de las industrias.

A pesar de la importancia de sectores como el algodón y el hierro, su influencia en la economía británica como un todo era limitada en la etapa inicial de la Revolución Industrial.

El análisis del crecimiento económico permite medir la contribución de los factores de producción (capital y trabajo) y la productividad a la tasa de crecimiento general del PIB.

Los estudios sobre la economía británica muestran que la productividad, relacionada a la aplicación de tecnologías, no tuvo un impacto significativo antes de 1780.

La productividad total de los factores (PTF) es un indicador clave para entender la velocidad de los cambios tecnológicos y su impacto en el crecimiento económico.

La contabilidad del crecimiento económico es una herramienta fundamental para analizar la historia económica y la evolución de los procesos de desarrollo.

El crecimiento de las ciudades en Gran Bretaña durante la Revolución Industrial, que se debió al aumento de la población y la concentración de industrias.

La industrialización no solo tuvo impacto en la economía, sino que transformó la forma de vida en Gran Bretaña, creando nuevas divisiones entre trabajadores y empresarios.

La industrialización y el desarrollo de la fábrica motivaron el incremento de la población en las ciudades, como Manchester y Londres.

La construcción de viviendas cerca de las fábricas para los trabajadores, creando grandes barriadas.

La industrialización aumentó la necesidad de servicios como transporte, distribución y comercio, que impulsaron la economía de las ciudades.

Las largas jornadas de trabajo, la disciplina estricta y la división del trabajo eran características de la industria.

La Revolución Industrial no solo afectó a la economía y al desarrollo de ciudades, sino que también cambió la organización social, con la creciente importancia de la industria y el trabajo fabril.

La urbanización en Gran Bretaña pasó de un 17,5% de la población viviendo en ciudades en 1750 a un 48% en 1850, demostrando la importancia del crecimiento urbano.