Loella y Mona: Historia y Personajes

Loella, una niña que se mudó del bosque a un orfanato en la ciudad, siente nostalgia por su hogar y está descontenta con el estilo de vida en la ciudad. Ella critica la pereza y la falta de sentido de responsabilidad de las personas en la ciudad, especialmente su indiferencia por la basura.

Loella se encuentra con Mona, una nueva niña que llega al orfanato y se muda a su habitación, la única habitación privada que tenía.

Mona Flink, una niña de 14 años, es del campo cerca de Estocolmo e intenta mostrar su origen con su aspecto y su lenguaje. Loella, por el contrario, viene de una zona rural más salvaje y tiene una apariencia más modesta.

Mona llega al orfanato y se instala en la habitación, acomodándose como si fuera suya. Tiene muchos objetos personales, fotos y ropa, haciendo difícil para Loella tener espacio para sus pertenencias.

Loella descubre una diferencia crucial entre la ciudad y el campo: aunque en la ciudad hay comodidades y se puede vivir sin hacer mucho, en el campo, a pesar de la falta de comodidades, las personas son más activas y responsables. La frustración de Loella proviene de sentirse sometida a las reglas y deseos de otros en la ciudad, mientras que en su hogar en el bosque, era ella quien tenía el control.

Mona canta canciones de moda de manera desentonada, pero a ella misma le parece que está cantando bien. Su alegría y comportamiento le recuerdan a Loella la idea de que la ciudad es un lugar sin mucho sentido y donde la gente se conforma con la comodidad.

Loella se queda mirando por la ventana, observando a Mona acomodarse en la habitación. Ella se siente frustrada y reflexiona sobre la falta de privacidad y libertad en el orfanato, en contraste con su hogar en el bosque donde, a pesar de tener poco, era dueña de su propio espacio.

Loella se muestra molesta con Mona y su comportamiento en la habitación, dando patadas a sus zapatos y culpándola de arruinar su espacio personal.

Mona se adapta al espacio en el orfanato, esparciendo sus cosas como si fuera su hogar. Sus hábitos, como cantar canciones populares y tener demasiados pares de zapatos, le recuerdan a Loella lo diferente de sus orígenes.

Loella se siente incómoda con la situación y empieza a recoger sus cosas, guardándolas en una vieja lata de galletas que utilizaba como maleta al llegar a la ciudad. Quiere mantener sus pertenencias separadas y encontrar un lugar propio, aunque sea pequeño, para esconderse de Mona.

Mona se siente como en casa en el orfanato desde el momento que llega. No duda en hacer uso del espacio como si le perteneciera, comportándose como una niña que vuelve a casa de sus padres. Loella, en cambio, se siente como una extraña en un lugar que no es suyo.

Loella, a pesar de encontrar el hogar aceptable al principio, se siente frustrada al tener que compartir la privacidad de su habitación con Mona. Se siente como si no tuviera ningún espacio propio donde aislarse del mundo.

Loella observa cómo Mona llena el espacio, cantando, arreglándose y usando el tocador. Para Loella, el orfanato se siente más como una gran casa común que un hogar. Loella se pregunta dónde está su lugar en ese espacio que no le pertenece.

Mona se considera una persona de la ciudad y no le gusta la vida campestre, la cual considera aburrida y sin actividad. Loella, por otro lado, encuentra la vida rural como un lugar lleno de detalles y trabajo que mantiene a las personas despiertas.

Loella nota una diferencia fundamental entre las relaciones en la ciudad y en el campo. En el campo, la gente se esfuerza en superar dificultades y no se interfieren en la vida del otro, mientras que en la ciudad las personas se ven afectadas por las decisiones y deseos de los demás.

Tía Svea, la cuidadora del orfanato, duda de que Loella y Mona se lleven bien ya que ambas vienen del campo, pero lo hace con una mezcla de esperanza e incertidumbre, dado que sus experiencias rurales podrían ser distintas.

Loella se siente sola en su habitación mientras Mona se integra en la vida social del orfanato. Loella es la única que tiene una habitación privada, pero eso no la mantiene aislada del mundo.

Mona se integra rápidamente en la vida social del orfanato, relacionándose con los demás, especialmente con los mayores. Su seguridad y confianza en sí misma aumentan con la atención que recibe de los otros.

Mona tiene la costumbre de fumarse unos cigarrillos en secreto y pide a Loella que no diga nada a los demás, lo que refleja su rebeldía e independencia. Loella, sin embargo, se muestra reservada y poco dispuesta a chismear.

La relación entre Mona y Loella no es necesariamente amistosa, pero ha mejorado a medida que se han acostumbrado a vivir juntas. Han decidido dejar de luchar y se respetan.

Mona se distancia de Loella, pero con una actitud superior y desprecio, haciendo que Loella aún enfadada, responda con insultos de significado misterioso para Mona.

Lisbeth intenta promover la idea de que todos en el orfanato son una familia, pero Mona rechaza esa idea con firmeza, argumentando que los hermanos no se pueden elegir o cambiar como se cambia de camisa.

Loella siente curiosidad por los hermanos de Mona, pero no se atreve a preguntarle. Ella escucha las oraciones nocturnas de Mona, las cuales incluyen oraciones por su familia.

Loella experimenta un fuerte deseo de escapar del orfanato y busca formas de regresar a su hogar. Los sueños se convierten en su escape, especialmente los que incluyen su padre.

Loella está abrumada por lo que ha aprendido sobre la vida en la ciudad. No puede comprender cómo las personas pueden disfrutar de la ciudad, y su opinión del estilo de vida urbano permanece negativa.

Loella está indecisa sobre su futuro y siente una creciente nostalgia por su hogar y su padre. Ella decide quedarse en el orfanato, convencida de que su destino la llevó allí para reunirse con su padre, quien está a punto de llegar.

Loella está envuelta en la ilusión de que su padre está a punto de llegar. Ella se aferra a la idea, esperando que su padre la busque y le brinde una vida mejor. Este deseo la ciega e impulsa a crear una ilusión en torno a su relación con él, incluso inventando cartas y sellos

La ilusión de Loella de reunirse con su padre se intensifica al inventar cartas y sellos de él, aunque ella misma sabe que no son reales. Ella se aferra a la esperanza de que su padre llegará pronto y la reunirá con su familia.

Loella se aferra a la ilusión de su padre, manteniendo una fachada y soñando con un reencuentro. Su deseo de volver a casa se fusiona con la esperanza de estar con su padre y formar una familia con él, a su lado.

Loella se encuentra con un anciano en una tienda de sellos y este le regala sellos extranjeros por la ayuda que le prestó para elegir el color correcto de un sello.

Loella le dice a sus compañeras que su padre le escribe con tinta invisible, haciendo creer que recibe cartas de él, aunque en realidad no es así. Ella se inventa cartas para alimentar su ilusión, y Eva se cree sus mentiras, aumentando la fascinación por su padre.

Loella, al ser descubierta, inventa que las cartas de su padre están escritas con tinta invisible para justificar las hojas en blanco. Sus compañeros, al no poder comprender su secreto, se quedan perplejos y la admiración por Loella aumenta.

Loella recibe una carta de su tía Adina invitándola a regresar al bosque con ella. Adina le explica que ha llegado a un entendimiento con su conciencia y se siente tranquila.

Loella se encuentra atrapada en su ilusión y se rehúsa a regresar a casa porque está convencida de que su padre llegará pronto. Su anhelo de reencuentro se vuelve una obsesión que la ciega a otras posibilidades.

Loella se enferma de gripe y experimenta una visión extraña. Ella ve a Mona escaparse por la ventana en la noche y se cuestiona si Mona realmente escapó o si se trató de un delirio causado por la fiebre.

Mona se escapa del orfanato en la noche para reunirse con su amiga Maggie. Loella descubre que, aunque no se relacionan mucho, la amistad secreta de Mona es significativa y refleja la conexión que no había encontrado con ella misma.

Mona usa un vaso mágico con Maggie para hablar con los espíritus. Las respuestas del vaso sobre la vida romántica de Maggie y Mona las entretienen, aunque no siempre se toman en serio.

Loella descubre que los espíritus que se comunican con Mona y Maggie son seres que han muerto hace mucho tiempo, y puede ser difícil entender sus respuestas y sus formas de hablar.

Loella pregunta al vaso el momento de la llegada de su padre, y los espíritus responden con la palabra 'abril'. Loella interpreta eso como una confirmación de sus sueños y aumenta su esperanza.

Loella permanece atrapada en la ilusión, anhelando la llegada de su padre. Ella es incapaz de seguir adelante con su vida actual, esperando que su padre la saque de esa situación.

Loella escucha una transmisión de radio que le recuerda la poesía y los juegos con palabras que disfrutaba en su hogar en el bosque. Se da cuenta del poder de las palabras para conectar con ella misma y con el mundo que la rodea.

La llegada de la Noche de Walpurgis, una celebración con hogueras y cantos, se describe como un ritual lleno de alegría y emoción, al mismo tiempo que parece servir como un preludio a una nueva etapa o un cambio en la vida de Loella.