Formación de los Reinos Cristianos

A finales del siglo XIII, solo el reino de Granada permaneció bajo control musulmán en la Península Ibérica.

En 1230, Fernando III unificó los reinos de Castilla y León, formando la Corona de Castilla.

Portugal se independizó del reino de León en 1128.

La administración de los núcleos de resistencia cristiana evolucionó de jefes tribales a reyes hereditarios, y en Cataluña, a condes.

La repoblación libre consistió en otorgar la propiedad de la tierra (presura) a campesinos libres que se asentaban en zonas inseguras, entre los siglos X y XI.

Entre los siglos XI y XII, se repartieron tierras al sur del Duero y el Ebro entre concejos o municipios, otorgándoles libertades y privilegios.

A partir del siglo XIII, se dividió el territorio entre los participantes de la conquista. Nobles y órdenes militares recibieron grandes extensiones de tierra, trabajadas por campesinos.

La sociedad cristiana en las zonas conquistadas y repobladas estaba formada por campesinos libres, que eran propietarios de la tierra y se organizaban en aldeas y concejos.

Aragón y Cataluña se unificaron bajo un solo rey, Alfonso II el Casto, en el año 1165, formando la Corona de Aragón.

La expansión aragonesa se vio impulsada por la debilidad de los musulmanes y la ruptura del matrimonio entre Urraca de León y Alfonso I el Batallador.

Alfonso I el Batallador, conocido por su habilidad militar, conquistó Zaragoza en 1118, un importante territorio que fortaleció Aragón.

Aragón, durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII, se unió con los condados catalanes, formando la Corona de Aragón.

Tras la victoria en las Navas de Tolosa (1212), Aragón se expandió aún más, conquistando Valencia y las Islas Baleares bajo Jaime I el Conquistador.

El Tratado de Almizra (1244) marcó el fin de la expansión aragonesa, reconociendo la autoridad de Castilla sobre Murcia.

La desintegración del califato permitió a los reinos cristianos avanzar hacia el sur, aprovechando la debilidad de las taifas.

La victoria cristiana en las Navas de Tolosa (1212) permitió la conquista del valle del Guadalquivir y Murcia, acelerando la Reconquista.

La formación de los reinos cristianos en la Península Ibérica comenzó con la resistencia a la ocupación musulmana. Dos áreas clave fueron la Cordillera Cantábrica y los Pirineos, donde se formaron los primeros núcleos de resistencia cristiana.

El rey visigodo Don Pelayo lideró la resistencia contra los musulmanes en la Cordillera Cantábrica, logrando una victoria crucial en la Batalla de Covadonga en el año 722.

El reino de Pamplona surgió en los Pirineos como resultado de la resistencia de los vascones a los francos. La zona oriental de los Pirineos quedó bajo el dominio franco como la Marca Hispánica.

El Reino de Asturias expandió su territorio bajo el liderazgo de Alfonso I, quien conquistó el valle del Duero. Posteriormente, la capital se trasladó de Cangas de Onís a Oviedo bajo el reinado de Alfonso II.

En el siglo IX, Alfonso III aprovechó la debilidad del califato musulmán para conquistar Galicia y avanzar por la Meseta. El río Duero se convirtió en la nueva frontera, y la capital se trasladó a León, dando origen al Reino de León.

El Condado de Castilla surgió como un territorio fronterizo con importantes fortalezas defensivas. Fernán González, un conde destacado, logró autonomía para el condado durante el siglo X y convirtió el título en hereditario.

El Reino de Pamplona expandió su territorio hacia el río Ebro, incluyendo las actuales comunidades de Navarra y La Rioja. Bajo el reinado de Sancho II, su poder se expandió a los condados aragoneses y Castilla.

A la muerte de Sancho II en 1035, sus posesiones se dividieron entre sus hijos: García Sánchez heredó el Reino de Pamplona (que luego se llamó Reino de Navarra), Ramiro recibió los condados aragoneses y Fernando heredó el Condado de Castilla, convirtiéndose también en rey leonés por su matrimonio.

La agricultura durante la Reconquista en la Península Ibérica se centró en producir alimentos para el consumo propio. Se cultivaban principalmente cereales, vid y olivo, especialmente en Castilla y León. En zonas como Navarra y Aragón se practicaba la agricultura de regadío, produciendo hortalizas.

En las regiones del Tajo y Guadiana, la ganadería se desarrolló debido a la baja densidad de población, lo que permitió la creación de grandes zonas de pastoreo. Se criaban ovejas y cabras, aprovechadas para su carne, leche y lana.

Los excedentes escasos, resultantes de la agricultura y ganadería, se intercambiaban en mercados locales, situados en villas o pequeñas ciudades. En estos lugares también surgieron actividades artesanales y comerciales, aunque menos desarrolladas que en al-Ándalus.

Santiago de Compostela se convirtió en un importante centro religioso, atrayendo a miles de peregrinos, lo que impulsó su crecimiento. León era sede episcopal y en ocasiones de la corte real, mientras que Barcelona era la sede del palacio condal.

El latín vulgar, hablado por los soldados romanos, se convirtió en la base de las lenguas romances en la península Ibérica. La decadencia de las ciudades y el aislamiento rural, junto al fraccionamiento político, propiciaron la evolución del latín vulgar en diferentes dialectos.

La fragmentación política y el aislamiento de las comunidades rurales contribuyeron a la diversificación del lenguaje, dando origen a distintos dialectos. Estos dialectos evolucionaron posteriormente a las lenguas romances, como el castellano.

Las glosas silenses y emilianenses son ejemplos de textos antiguos en castellano que fueron añadidos como anotaciones a documentos escritos en latín durante la época medieval. Estas glosas son evidencia de la evolución del castellano desde el latín.

Santiago de Compostela se consolidó como uno de los centros religiosos más relevantes del mundo cristiano durante el siglo IX, recibiendo un importante flujo de peregrinos.