Intervención De Los Estados Unidos En El Perú PDF
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Este documento analiza la intervención de Estados Unidos en el Perú, enfocándose en los aspectos económicos y políticos de esta relación. Examina la influencia estadounidense en las élites peruanas y el impacto en la sociedad durante un periodo histórico amplio. Discute la relación entre la intervención y la debilidad social peruana.
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La intervención de los Estados Unidos en el Perú El Perú no sufrió las intervenciones militares estadounidenses que asolaron a otros países de américa Latina (México, Panamá, República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, Haití, Granada, Nicaragua). Si bien hay indicios de “...
La intervención de los Estados Unidos en el Perú El Perú no sufrió las intervenciones militares estadounidenses que asolaron a otros países de américa Latina (México, Panamá, República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, Haití, Granada, Nicaragua). Si bien hay indicios de “operaciones encubiertas” en el Perú, la intervención de los Estados Unidos fue principalmente económica, a través de algunas poderosas empresas, principalmente extractivas, La International Petroleum Company, la Cerro de Pasco Corporation, la Marcona Mining Corporation, la Casa Grace, eran el poder estadounidense en el Perú. Los pensadores de comienzos del siglo pasado como Mariátegui y Haya, así como el movimiento obrero y campesino, tenían muy claro lo que representaba ese poder, que para nada contribuía a traer mayor desarrollo y bienestar al conjunto de la población peruana. Era un poder que se ejercía dictatorialmente con total permisividad y complicidad de los gobernantes de turno. El poder oligárquico durante la mayor parte del siglo pasado, particularmente durante la primera mitad y en la última década del mismo, estuvo totalmente alineado con el poder estadounidense en el Perú. Después de la derrota con Chile, las élites peruanas comienzan a mirar a una nueva potencia imperial al alza, más cercana al Perú que a Chile, país que desarrolla una suerte de relación privilegiada con el poder británico. En la mente de las élites los Estados Unidos son la tabla de salvación para un Perú derrotado, necesitado de un fuerte aliado extra regional. Estados Unidos es Henry Meiggs, el “Pizarro yanqui” visionario, hábil en los negocios y tratos con la oligarquía rentista, evocador de los conquistadores españoles, vencedor de la agreste geografía peruana. Estados Unidos es la modernidad que invierte en las relanzadas minas de cobre para la nueva industria eléctrica y en el petróleo costeño para la naciente industria automotriz. Estados Unidos es el canal de Panamá, que acerca el Perú al mundo, y lo coloca más cerca del hemisferio norte, particularmente que Chile. Pero si los oligarcas miran hacia afuera, los nuevos sectores intelectuales y de trabajadores miran hacia adentro del Perú y comienzan a reflexionar lo nacional desde lo social. La derrota ante Chile hace que una radicalizada intelectualidad peruana orientada por Manuel Gonzales Prada entienda que la debilidad nacional peruana, pagada caramente en una dramática derrota internacional, era producto de la debilidad social peruana. La mayoría población indígena explotada y marginada históricamente, convertida crecientemente en trabajadores asalariados. Nuevos bríos sociales de un emergente Perú. El movimiento obrero, campesino, estudiantil, cuyas luchas logran algunas victorias como la jornada de las ocho horas, es contenido violentamente por la oligarquía. Intelectuales presos, perseguidos y deportados, masacres campesinas y obreras, cárceles llenas de personas que pedían la apertura del cerrado sistema oligárquico. En toda esta criminalización y contención al movimiento social la embajada de los Estados Unidos juega un papel determinante, pidiendo encarcelamientos como el de José Carlos Mariátegui, la represión del movimiento obrero y finalmente la disolución de la CGTP. La embajada de los Estados Unidos sigue también con atención los bombardeos a la ciudad y el campo de Trujillo, realizados con bombas y aviones proporcionados a Sánchez Cerro por los Estados Unidos y abastecidos por pilotos de ese país, según el embajador de los Estados Unidos, la aviación de guerra marca así una nueva forma de reprimir a los “indios” en América Latina. La oligarquía gobierna cómodamente al Perú reprimiendo a apristas y comunistas. El Perú, particularmente en el gobierno de Prado, es el mejor aliado de los Estados Unidos en la región latinoamericana: apoya a ese país en la Segunda Guerra Mundial llegando incluso a enviar a peruanos de origen japonés a campos de concentración en los Estados Unidos (a cambio de 18 millones de dólares concedidos, destinados básicamente a intercambios culturales, contratos de negocios y ayuda médica). Luego de la Segunda Guerra Mundial, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) se transforma en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que opera en el Perú desde muy temprano. Archivos desclasificados muestran como la CIA hacia seguimiento a los grupos apristas disidentes, decepcionados con el viraje derechista de Haya de la Torre. De esos años, particularmente bajo la dictadura de Odría, el Perú se somete a la política antinarcótica prohibicionista impulsada por los Estados Unidos. La cocaína, producto de exportación peruano, en estatus igual que la quinina, deja de ser legal y surge el narcotráfico ilícito. Con la Guerra Fría los Estados Unidos intuyeron que el gobierno de la oligarquía doméstica no era sostenible. La opresión a las mayorías indígenas y campesinas creaba las condiciones para un viraje revolucionario como el ocurrido en Rusia o China. En América Latina misma, el sistema dominante comenzaba a crujir, como lo demostraba la revolución de 1952 y la reforma agraria de 1953 en Bolivia o el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala con su trágico final en 1954, en que un golpe de estado montado por la CIA imponía a un dictador militar. Los Estados Unidos desarrollan entonces una estrategia de “cambio controlado” que evitará el inminente estadillo social. Para ello establecen un “proyecto piloto” en la ancashina comunidad de Vicos y experimentan traspasar la propiedad y la administración de la hacienda a los campesinos. Este tipo de intervención de los años cincuenta luego es generalizado cuando en los años sesenta, bajo el gobierno de Kennedy, los Estados Unidos establecen los “Cuerpos de Paz”, siendo el Perú uno de los principales destinos de esta agencia gubernamental estadounidense. Efectivamente, el supuesto cómodo gobierno oligárquico comienza a presentar fisuras. A nivel internacional el golpe de la CIA en Guatemala y luego la revolución cubana en 1959 crean un clima de rechazo a la evidente intervención de los Estados Unidos en el Perú. Los estudiantes peruanos expresan su repudio a Richard a Nixon en 1959, los campesinos se levantan y exigen el fin del dominio terrateniente en las haciendas, los obreros defienden sus derechos constituyendo sindicatos. El sistema oligárquico se resquebraja y a nivel político se pone a la orden del día hacer reformas, principalmente la reforma agraria y la nacionalización de la International Petroleum Company. Los Estados Unidos apoyan y promueven la primera, pero se oponen tenazmente a la segunda medida. Su gobierno es muy explícito en condicionar la ayuda económica a que no se toque la empresa de los hermanos Rockefeller. En su afán de reformas preventivas los Estados Unidos impulsan en el Perú la reforma agraria, las inversiones públicas y la planificación económica en el Perú. Más aún, identifican al líder político que podía llevar a cabo esas reformas: Haya de la Torre. La embajada de los Estados Unidos apoya abiertamente a Haya en las elecciones de 1962, lo cual genera el rechazo de los militares peruanos que dan un golpe de estado y logran la expulsión del embajador de los Estados Unidos. Los militares ponen a Belaúnde en el poder en una primera señal de rechazo a aceptar la agenda estadounidense en el Perú. Las reformas planeadas nunca ocurren y lo que sí surgen son intentos insurgentes en 1962, 1963 y sobre todo en 1965, en un plan de toma del poder a través de una guerra de guerrillas. El ejemplo de Cuba contagia a muchos jóvenes de la ciudad y del campo peruano que toman las armas contra el régimen oligárquico. La intervención de los Estados Unidos es crucial en derrotar este intento insurgente. La CIA logra infiltrar al MIR, principal grupo insurgente, y estar al tanto en forma muy detallada de su plan de operaciones. Los Estados Unidos establecen bases en Mazamari y Cusco y capacitan a los policías peruanos ya desde 1960, a través de pilotos, “boinas verdes” y asesores militares en general. Las guerrillas son derrotadas fulminantemente. El gobierno de Belaúnde genera una frustración en el conjunto del pueblo peruano: no hay reforma agraria, no hay nacionalización del IPC. El gobierno que prometía cambios no cumple con llevarlos a cabo. A todo esto, se suma el veto de los Estados Unidos a que el Perú tenga aviones supersónicos como los tiene el vecino Chile que irrita a los militares peruanos, que comprenden que la posición geopolítica peruana para nada coincide con la agenda de los Estados Unidos en la región suramericana. En medio de un escándalo de corrupción y entreguismo, los militares peruanos destituyen a Belaúnde y toman Talara, nacionalizando así el IPC. Se abre una nueva etapa en la intervención de los Estados Unidos en el Perú. Los militares emprenden las dos principales reformas históricas planteadas por Haya de la Torre y Mariátegui en los veintes y prometidas por todos los candidatos en las elecciones de 1962: la nacionalización de las grandes empresas extractivas extranjeras y la reforma agraria. Desde luego que tales cambios no estaban en la agenda de los Estados Unidos, que proceden a oponerse al gobierno militar. De esas épocas datan las acciones de su servicial agente Vladimir Montesinos, quien transmitía información secreta sobre asuntos militares a los Estados Unidos. Este agente es patrocinado por diversos intelectuales vinculados a la inteligencia de ese país. Pero no fue el único caso de intervención. Al parecer, los Estados Unidos recurren a diversos mecanismos para lograr la desestabilización del gobierno militar. De hecho, hay indicios de que la infiltración de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos llegó hasta la misma casa de Velasco Alvarado a través de su propio cuñado. Unos militares verticalistas, intimidados por los ataques personales de la bien informada prensa oligárquica, sin un fuerte movimiento social que los apoye (o que los apoyen) y faltos de voluntad para defender un proceso de cambios, muy rápidamente pierden sus iniciales bríos reformistas y dan un viraje derechista. A pesar de tal viraje derechista, los cambios ocurridos se consolidan en la constitución que generaliza el voto y consagra algunas reformas. Históricamente, es un momento político en que la ciudadanía peruana vira hacia la izquierda. Pero los Estados Unidos no iban a dejar que las cosas se queden así. Los ochentas son años de preparación del desmontaje. La década anterior había sido demasiado. Los Estados Unidos gobernados por Ronald Reagan impulsan un cambio de fondo que comienza a nivel ideológico y acaba a nivel político. La agencia estadounidense USAID otorga un millón de dólares a Hernando de Soto quien promueve un discurso anti-estatista e idealiza a los pequeños productores y comerciantes como “empresarios”. Se impulsa una ideología pro- empresarial que sienta, a nivel ideológico y social, las bases para las privatizaciones de las empresas estatales y potabiliza opciones políticas de derecha. En los ochentas la insurgencia vuelve al campo peruano y se expande hacia las ciudades, poniendo en jaque al estado peruano. Los Estados Unidos apoyan la guerra contrainsurgente del estado peruano mediante capacitación militar y adiestramiento de comandos paramilitares, pero tampoco muestran la preocupación por el Perú que si muestran por Centroamérica en esos mismos años. Los Estados Unidos no tienen prisa alguna por acabar con los grupos insurgentes en el Perú. Su prioridad es apoyar la creación de un consenso político favorable a “reformas estructurales” similares a las aplicadas en Chile por Pinochet. En 1989 los Estados Unidos obtienen del Perú, gobernado por Alan García, la autorización para instalar una base militar en la selva peruana, además de apoyar a través de la CIA un comando especializado en golpear la cúpula de los grupos insurgentes. En 1990 los Estados Unidos intervienen en las elecciones apoyando a Fujimori contra Vargas Llosa, candidato con el que simpatizan por su discurso ideológico pero que no ven como un eficiente implementador de sus políticas. Los Estados Unidos apoyan el plan de estabilización y de “reformas estructurales “de Fujimori, particularmente las privatizaciones, de empresas extractivas estatales, de las pensiones y de la educación, así como el recorte de los derechos laborales. En estos años impulsan también activamente a través de USAID las esterilizaciones forzadas a más de un cuarto de millón de mujeres peruanas. Sin embargo, se desmarcan de la política de los derechos humanos de Fujimori. La política estadounidense en la década de los noventas está caracterizada por la doblez: por un lado, apoyan el modelo económico y político de Fujimori, a través de algunas agencias como la CIA, de su agente Vladimir Montesinos y del Comando Sur, pero por el otro, a través de otras agencias, más cercanas al Departamento de Estado, cuestionan las violaciones de derechos humanos de Fujimori y su gobierno autoritario. En cualquier caso, en lo que coinciden ambos sectores en los noventas, es apoyar el retorno al poder absoluto de una oligarquía de nuevo tipo, basada en el poder empresarial, principalmente financiero y extractivo. La caída de Fujimori se produce, en medio de una fuerte crisis económica, por la movilización de la población peruana, pero también por la intervención de los Estados Unidos que apoya a través de su oficina de Iniciativas de Transición (OTI) a los diversos movimientos sociales y que contribuye decisivamente a hacer revelaciones sobre el gobierno de Fujimori que precipitan su caída. La primera década del siglo XXI en el Perú está marcada por la resistencia de la ciudadanía a que se siga con el programa de reformas neoliberales comenzadas por el fujimorismo. Toledo intenta relanzar las privatizaciones, Arequipa reacciona con una masiva protesta popular, reprimida duramente. García intenta relanzar las concesiones en la selva peruana, Amazonas reacciona con una masiva protesta popular reprimida duramente. Humala intenta relanzar las concesiones extractivas, Cajamarca y Espinar reaccionan con masivas protestas populares reprimidas duramente. Igualmente, la ciudadanía peruana vota por opciones políticas que prometen cambios sociales, pero una vez llegadas al gobierno estas opciones siguen aplicando políticas continuistas similares a las del modelo instaurado por el fujimorismo. En este contexto, los Estados Unidos siguen apoyando muy activa y obviamente a través de su embajada a sus empresas extractivas en el Perú a través de diversas agencias gubernamentales como la National Endowment for Democracy (NED) con sus ramas república (IRI) y demócrata (NDI) y de USAID, además de la DEA, y desde luego otras agencias menos publicitadas. La intervención se da particularmente por la erradicación de la coca en el Perú, a través de campañas militares (adiestramiento militar y policial), campañas informativas y de acción política y policial contra los dirigentes de los campesinos cocaleros. El grueso del financiamiento de las diversas agencias estadounidenses en el Perú se da para la campaña antinarcótica. Además, hay dinero para campañas políticas, contra las opciones que desafíen el continuismo económico, político y social. La intervención llega incluso a las propias elecciones peruanas en que la embajadora resulta interviniendo abiertamente en los medios de comunicación con declaraciones que benefician a algunos candidatos en contra de otros. Las recientes revelaciones de documentos internos de las embajadas de los Estados Unidos en el mundo han sido particularmente importantes para el Perú, pues detallan cómo funciona la intervención en nuestro país, incluso en temas muy menudos. Y desde luego, la intervención es también militar a través de “convenios” de cooperación militar y presencia activa de militares estadounidenses en territorio peruano. El presente texto no pretende relatar toda la historia de la intervención de los Estados Unidos en el Perú. Muchos detalles y hechos todavía no son accesibles y requerirían una labor mucho más exhaustiva de recolección de información. Sin embargo, sí espero relatar a grandes rasgos cómo a lo largo de la historia peruana reciente, los Estados Unidos han intervenido decisivamente en los asuntos internos peruanos. Es una intervención que ningún estado soberano debe permitir y que debe ser expuesta al público para que cese de una vez por todas. Mi esperanza es que el Perú sea un país verdaderamente independiente y soberano y tenga un gobierno que realmente represente las aspiraciones de las mayorías del país, una tarea inconclusa que queda como desafío para las nuevas generaciones de peruanas y peruanos que aman a su país. Silvio R. Rendón – Schneir