Los orígenenes de la Guerra Fría en Europa (McMahon, 2009) PDF

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Pontificia Universidad Católica del Perú

2009

Robert J. McMahon

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Guerra Fría Historia Relaciones internacionales Política global

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El libro 'Los orígenenes de la Guerra Fría en Europa' de Robert J. McMahon (2009) examina los orígenes de la Guerra Fría en Europa. El texto detalla las tensiones entre la potencia capitalista y la revolución proletaria durante la Segunda Guerra Mundial, y las complejas relaciones internacionales que se gestaron en ese periodo.

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Robert J. McMahon La Guerra Fría Unabreve introducción^ Robert McMahon La Guerra Fría Una breve introducción El libro de bolsillo Historia Alianza Editorial 2. Los orígenes de la Guerra Fría en Europa (1945-1950) Una frágil alianza Matrimonio clásico de convenienc...

Robert J. McMahon La Guerra Fría Unabreve introducción^ Robert McMahon La Guerra Fría Una breve introducción El libro de bolsillo Historia Alianza Editorial 2. Los orígenes de la Guerra Fría en Europa (1945-1950) Una frágil alianza Matrimonio clásico de conveniencia, la alianza que forjaron durante la guerra la principal potencia ca­ pitalista del globo y el principal defensor de la re­ volución proletaria internacional estuvo marcada desde el primer momento por la tensión, la des­ confianza mutua y el recelo. Más allá del objetivo común de derrotar a la Alemania nazi, era poco lo que podía cimentar una asociación nacida de una necesidad incómoda y lastrada por un pasado car­ gado de conflictos. Después de todo, Estados Uni­ dos había manifestado una constante hostilidad hacia el estado soviético desde la revolución bol­ chevique que lo alumbró. Por su parte, los gober­ nantes del Kremlin consideraban a los Estados Uni­ dos el cabecilla de los países capitalistas que habían 35 36 LA GUERRA FRÍA tratado de estrangular su régimen desde su infan­ cia. A ese intento habían seguido la presión econó­ mica y el aislamiento diplomático junto a las per­ sistentes denuncias del gobierno soviético y todo lo que éste representaba. El tardío reconocimiento de la URSS por parte de Washington, que llegó diecisiete años después de su nacimiento, fue insu­ ficiente para agotar toda la reserva de hostilidad acumulada, debida especialmente al hecho de que los esfuerzos de Stalin por organizar un frente co­ mún contra la Alemania de Hitler a mediados y fi­ nales de la década de los treinta habían chocado con la indiferencia de los Estados Unidos y otras potencias occidentales. Abandonado de nuevo por Occidente, al menos desde su punto de vista, y obligado a enfrentarse en solitario con los lobos alemanes, Stalin accedió a firmar el pacto germa­ no-soviético de 1939 en gran medida como medio de autoprotección. Por su parte, Estados Unidos entró en el período posterior a la Primera Guerra Mundial manifes­ tando solamente desdén hacia un régimen intrata­ ble e impredecible que había confiscado propieda­ des, se había negado a reconocer deudas anteriores a la guerra y se había comprometido a ayudar a las revoluciones de la clase trabajadora en todo el mundo. Los estrategas norteamericanos no temían a la fuerza militar convencional de la Unión Sovié­ tica, que era decididamente limitada, Pero sí les preocupaba el atractivo del mensaje que los mar- 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1945-1950) 37 xístas-leninistas dirigían a las masas oprimidas de otros países -y también de Estados Unidos- y a la insurgencia revolucionaria, con la consiguiente inestabilidad que ésta pudiera provocar. En conse­ cuencia, a lo largo de los años veinte y principios de la década siguiente, Washington se esforzó por po­ ner en cuarentena el virus comunista y aislar a los líderes de Moscú. «Era como tener un vecino mal­ vado y denigrante -recuerda el presidente Herbert Hoover en sus memorias-: No le atacamos, pero tampoco le extendimos un certificado de buena conducta invitándole a nuestra casa.» El reconoci­ miento diplomático de la Unión Soviética por par­ te de Roosevelt en 1933, motivado por cálculos geo- políticos y comerciales, vino a cambiar muy poco la situación. Las relaciones entre los dos países si­ guieron siendo gélidas hasta que Hitler traicionó a su aliado soviético en junio de 1941. Hasta ese mo­ mento, el pacto fáustico firmado entre Alemania y Rusia sólo había servido para intensificar la aver­ sión de Estados Unidos con respecto al régimen de Stalin. Cuando el dictador soviético utilizó de for­ ma oportunista la cobertura que le proporcionaba Alemania para lanzar su agresión contra Polonia, los estados bálticos y Finlandia en 1939-1940, el sentimiento antisoviético aumentó rápidamente en la sociedad americana. Tras la invasión alemana de la Unión Soviética, la oposición ideológica cedió a los dictados de la realpolitik. Roosevelt y sus principales estrategas 38 LA GUERRA FRÍA reconocieron rápidamente las grandes ventajas geo- estratégicas que revestía para Estados Unidos una Unión Soviética capaz de resistir el embate ale­ mán; inversamente, le preocupaba el poder que Alemania podía conseguir si lograba sojuzgar a un país tan rico en recursos. En consecuencia, a partir del verano de 1941, Es­ tados Unidos comenzó a enviar material militar a la Unión Soviética con el fin de reforzar las oportu­ nidades del Ejército Rojo. Lo que impulsó esencial­ mente la política de Roosevelt desde junio de 1941 en adelante fue, como ha señalado acertadamente el historiador Waldo Heinrichs, «la convicción de que la supervivencia de la URSS era esencial para la derrota de Alemania, y que la derrota de Alemania era esencial para la seguridad de Norteamérica». Hasta un anticomunista acérrimo como Churchill entendió inmediatamente la importancia decisiva que la supervivencia de la URSS tenía en la lucha contra la agresión alemana. «Sí Hitler invadiera el infierno -d ijo en una ocasión bromeando- yo ha­ ría al menos una referencia favorable al demonio en la Cámara de los Comunes.» Los norteamerica­ nos, los soviéticos y los británicos se encontraron, pues, de pronto luchando contra un enemigo co­ mún, hecho que vino a formalizar la declaración de guerra que hizo Hitler a Estados Unidos dos días después del ataque a Pearl Harbor, Estados Unidos envió a la Unión Soviética du­ rante la contienda ayuda militar por valor de más 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1 9 4 5 -1 9 5 0 ) 39 de 11.000 millones de dólares, la manifestación más concreta de una nueva política en la que un interés mutuo unía ahora a Washington y Moscú. Al mismo tiempo, la maquinaria de propaganda del gobierno estadounidense trató de suavizar la imagen tanto de Stalin como del indeseable régi­ men que encabezaba, un régimen que durante tan­ to tiempo había detestado. Sin embargo, cómo, dónde y cuándo combatir al adversario común fueron cuestiones que casi in­ mediatamente generaron fricción en el seno de la Gran Alianza. Stalin apremió a sus socios anglo­ americanos para que abrieran cuanto antes un se­ gundo frente contra los alemanes que aliviara la intensa presión militar que éstos ejercían sobre su patria. Pero, a, pesar de las promesas de Rodsevelt, Estados ¡Unidos y Gran Bretaña decidieron no abrir ese frente hasta dos años y medio después de Pearl Harbor, optando en cambio por llevar a cabo operaciones periféricas, menos arriesgadas, en África dél Norte y en Italia en 1942 y 1943. Cuan­ do en junio de 1943 Stalin supo que aún tardarían un año más en abrir un segundo frente en el noro­ este de Europa, escribió airado a Roosevelt afir­ mando que «la confianza del gobierno soviético en sus aliados... se está viendo sometida a una gran tensión»i y hacía referencia también a «los enor­ mes sacrificios que está llevando a cabo el ejército soviético, comparados con los cuales los sacrificios de los ejércitos angloamericanos son insignifican­ 40 LA GUERRA FRÍA tes». No es de extrañar que Stalin mostrara una in­ comprensión total con respecto a los problemas de abastecimiento y preparación de las dos potencias. Éstas podían permitirse el lujo de esperar antes de enfrentarse al embate de la fuerza armada alemana, mientras que los rusos no podían hacerlo. Stalin sospechó que sus supuestos aliados simplemente no consideraban prioritario aliviar a los soviéticos, y sin duda no se equivocaba al pensar que norte­ americanos y británicos preferían con mucho que fueran soldados rusos los que murieran luchando contra Hitler, si con eso conseguían salvar las vidas de sus propios soldados. Las fuerzas soviéticas tu­ vieron que contener a más del 80% de las divisio­ nes de la Wehrmacht antes de que en junio de 1944 tuviera lugar la tan esperada invasión aliada de la costa normanda ocupada por los alemanes. Las disputas políticas envenenaron también la alianza durante la guerra. Las más espinosas fue­ ron las relativas a los términos de la paz que debía imponerse a Alemania y al estatus de la Europa del Este en la posguerra. En la Conferencia de Tehe­ rán, celebrada en noviembre de 1943, y durante todo el año siguiente, Stalin trató de transmitir a Roosevelt y a Churchill su convicción de que, aca­ bada la contienda, Alemania recuperaría su poder industrial y militar, y volvería por tanto a suponer un peligro mortal para la URSS. En consecuencia, el dirigente ruso insistió incan­ sablemente en que se debía imponer a ese país una 2. LOS ORÍGENES D E LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1 9 4 5 -1 9 5 0 ) 41 paz muy dura que le despojara de una parte de su territorio y de su infraestructura industrial. Esto satisfaría la doble necesidad que tenía la Unión So­ viética de mantener a Alemania bajo control mien­ tras extraía de ella una considerable aportación para su propia reconstrucción. Roosevelt se mos­ tró poco dispuesto a comprometerse a fondo con las propuestas punitivas de Stalin, aunque sí le co­ municó que él también consideraba ventajoso el desmembramiento permanente de Alemania. De hecho, los expertos estadounidenses no habían to­ mado partido todavía entre dos impulsos opues­ tos; el de aplastar la nación que había provocado una masacre semejante, o el que les conducía a tra­ tarla magnánimamente, utilizando el período de ocupación para contribuir a modelar una nueva Alemania que pudiera jugar un papel constructivo en la Europa de la posguerra, con sus recursos y su industria aplicados a la gigantesca tarea de recons­ truir un continente desgarrado por la contienda. A pesar de la aprobación inicial de Roosevelt con res­ pecto a una actitud punitiva, el asunto no quedó definitivamente resuelto, como vinieron a demos­ trar, lamentablemente, acontecimientos posteriores. Las cuestiones relativas a la Europa del Este, que afectaban directamente a la seguridad vital de la URSS, tampoco tuvieron una fácil solución. Tanto en la teoría como en la práctica, los norteamerica­ nos y los británicos se habían resignado a la exis­ tencia de una esfera de influencia soviética en la 42 l a g u e r r a f r ía Europa Oriental -sobre la cual los rusos ejercían ya una influencia predominante-. En la versión más rudimentaria de la diplomacia de esferas de in­ fluencia que tuvo lugar durante la guerra, Churchill y Stalin aprobaron provisionalmente, en noviem­ bre de 1944, el «acuerdo de los porcentajes», lamen­ tablemente famoso, por el que gran parte de los Balcanes quedaban divididos en zonas de influen­ cia británica o rusa. Roosevelt nunca se adhirió, sin embargo, a ese modus vivendi, que representa­ ba una violación demasiado flagrante de los prin­ cipios de autodeterminación libre y democrática que constituían la piedra angular de los planes de Estados Unidos con respecto al orden político de la posguerra. Pero resolver ese problema resultaba tan imposible como la cuadratura del círculo. Polonia, el país cuya invasión conjunta por parte de Alemania y la Unión Soviética había provocado la guerra europea, resumía la insoluble naturaleza del conflicto. Dos gobiernos polacos competían por el reconocim iento internacional durante la guerra: uno, con sede en Londres, estaba en manos de nacionalistas polacos acérrimamente antisovié­ ticos; el otro, establecido en la ciudad polaca de Lublin, era en esencia un gobierno títere de Mos­ cú. En una situación tan polarizada no cabían tér­ minos medios; había, por lo tanto, poco margen para alcanzar un compromiso, como gustaba de hacer Roosevelt con respecto a los enfrentamientos políticos dentro de su país. 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA U 9 4 5 -1 9 5 0 ) 4 3 1. Churchül, Roosevelt y Stalin posan para los fotógrafos durante la Conferencia de Yalta. Febrero de 1945. Bn la Conferencia de Yalta de febrero de 1945, Roosevelt, Churchill y Stalin trataron de resolver algunas de sus principales diferencias mientras planeaban la partida que había de jugarse acabada la guerra. La conferencia representó el punto álgi­ do de cooperación durante la contienda; los com­ promisos alcanzados reflejaron tanto el equilibrio de poderes como la decisión de los líderes de los «Tres Grandes» de mantener el espíritu de colabora­ ción y compromiso que la supervivencia de su ex­ traña alianza requería. Sobre la cuestión crucial de Polonia, norteamericanos y británicos acordaron 44 IA GUERRA FRÍA reconocer al gobierno de Lublin apoyado por los soviéticos, a condición de que Stalin ampliara su representatividad y permitiera la celebración de elecciones libres. En gran parte para compensar a Roosevelt -que necesitaba una hoja de parra con la que ocultar su abandono de lo que Estados Unidos había proclamado como uno de los objetivos de la guerra-, al tiempo que para apaciguar también a los millones de norteamericanos originarios de Europa del Este (la mayoría de los cuales, detalle no precisamente insignificante, eran votantes del Partido Dem ócrata), Stalin aceptó una Declara- dón sobre la Europa Liberada. Los tres líderes se comprometieron, en ese docu­ mento, a apoyar los procesos democráticos y la creación de gobiernos representativos en cada una de las naciones europeas liberadas. Se aseguró al dirigente soviético que se obligaría a Alemania a pagar unas reparaciones fijadas provisionalmente en 20.000 millones de dólares, 10.000 de los cuales irían a la Unión Soviética. Pero el acuerdo final so­ bre este asunto quedó pospuesto. El compromiso soviético, también negociado en Yalta, de entrar en la guerra contra Japón tres me­ ses después de acabada la contienda en Europa, así como la aceptación formal por parte de la Unión Soviética de formar parte de Naciones Unidas, sig­ nificaron una gran victoria diplomática para Esta­ dos Unidos. 2. LOS ORÍGEN ES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (3 9 4 5 -1 9 5 0 ) 45 De la cooperación al conflicto, 1945-1947 Sin embargo, a las pocas semanas de las últimas sesiones de la Conferencia, la creciente insatisfac­ ción angloamericana con respecto a las actividades de la Unión Soviética en el este de Europa vino a al­ terar el espíritu de Yalta. La brutal represión de los polacos no comunistas por parte de Moscú, unida a sus torpes actuaciones en Bulgaria, Rumania y Hungría, zonas todas ellas recientemente libera­ das por el Ejército Rojo, fueron interpretadas por Churchill y por Roosevelt como violaciones de los acuerdos adoptados en la Conferencia. El primero instó al presidente norteamericano a convertir Po­ lonia en «un caso que siente jurisprudencia entre nosotros y los rusos». Roosevelt, por su parte, aun­ que igualmente preocupado por la conducta de Stalin, se opuso; hasta sus últimos días estuvo con­ vencido de que podía mantenerse una relación ra­ zonable y de concesiones mutuas con los rusos. Cuando el 12 de abril sufrió una hemorragia cere­ bral masiva, esa abrumadora responsabilidad reca­ yó en un Harry S. Truman carente de experiencia. Hasta qué punto el cambio de liderazgo en ese momento crítico supuso una diferencia sustancial en el curso de las relaciones entre Estados Uni­ dos y la Unión Soviética ha sido un tema sujeto a un intenso debate académico. Ciertamente Tru­ man demostró estar más dispuesto que su ante­ cesor a aceptar la recomendación de sus asesores 46 LA GUERRA FRÍA de la línea más dura, para los que mostrarse infle­ xibles con los rusos ayudaría a Estados Unidos a alcanzar sus objetivos* El 20 de abril, en un co­ mentario revelador que se ha citado con frecuen­ cia, Truman manifestó que no veía ninguna razón por la que Estados Unidos no debería conseguir el 85% de lo que solicitaba en relación con los asun­ tos más importantes. Tres días después, exigió ás­ peramente al ministro de Asuntos Exteriores so­ viético, V. M. Molotov, que se asegurase de que su país cumplía sus compromisos con respecto a Polonia. También Churchill se mostraba cada vez más contrariado con lo que describía como acti­ tud intimidatoria de los soviéticos, creando así el marco idóneo para un conflictivo encuentro de los «Tres Grandes» en una Alemania devastada por la guerra. En julio de 1945, dos meses después de la ren­ dición alemana, los líderes soviético, británico y norteamericano se esforzaron una vez más por re­ solver sus diferencias -lo que lograron con desigua­ les resultados- durante la última de las grandes con­ ferencias celebradas en el transcurso de la guerra. En las reuniones, celebradas a las afueras de Berlín, en un Potsdam bombardeado, trataron de una gran variedad de temas, incluidos los ajustes territoriales en Asia y el momento concreto de la entrada en guerra de los soviéticos en el Pacífico. Pero los problemas más espinosos, los que do­ minaron las dos semanas de la conferencia, fueron 2. LO S ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1 9 4 5 -1 9 5 0 ) los que rodearon los acuerdos relativos a la Europa del Este y Alemania en la posguerra. Stalin consi­ guió pronto uno de sus principales objetivos di­ plomáticos: el reconocimiento por parte de Esta­ dos Unidos y Gran Bretaña del nuevo régimen de Varsovia. Sus socios de la Gran Alianza pensaron que no tenían más opción que aceptar como fa it accompli una Polonia dominada por la Unión So­ viética, incluso con unos límites occidentales am­ pliados a expensas del antiguo territorio alemán. Sin embargo, se negaron a reconocer los gobiernos establecidos por los soviéticos en Bulgaria y Ru­ mania. En lugar de eso, los participantes instituye­ ron un Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores que habría de encargarse, en futuras reuniones, de esa y otras cuestiones territoriales surgidas como consecuencia de la guerra, y de redactar tratados de paz con las potencias derrotadas del Eje. Alemania -« la gran cuestión», como tan acer­ tadamente la calificó Churchill- suscitó una vio­ lenta disputa antes de que una solución de com ­ promiso propuesta por Estados Unidos impidiera que las negociaciones llegaran a un punto muer­ to, aunque a costa de una división económica de f a d o del país. De nuevo las reparaciones surgie­ ron como el obstáculo principal. La insistencia de Stalin en recibir de Alemania los 10.000 m i­ llones de dólares, como, a su entender, se había acordado en Yalta, tropezó con la firme resisten­ cia de Truman y sus asesores. Los norteamerica­ 48 LA GUERRA FRÍA nos, convencidos ahora de que la recuperación económica y la futura prosperidad de la Europa Occidental - y de Estados Unidos™ exigían una Alemania económicamente fuerte y se oponían a cualquier plan que dificultara ese objetivo. El secretario de Estado, James F. Byrnes, propu­ so un compromiso que los soviéticos aceptaron finalmente, aunque no sin cierta renuencia, y se­ gún el cual las cuatro potencias ocupantes —Esta­ dos Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión So­ viética- obtendrían básicamente las reparaciones de sus propias zonas de ocupación; se prometió, además, a los soviéticos equipamiento procedente de las zonas occidentales, que incluían las partes más industrializadas y ricas en recursos del país, pero que quedarían aisladas de la influencia rusa. Dado que los participantes en la Gran Alianza no pudieron ponerse de acuerdo con respecto a la cuestión alemana - e l asunto diplomático más conflictivo durante la contienda y el que estaba destinado a ser el problema central a lo largo de toda la Guerra Fría-, optaron esencialmente por la división, aunque tratando de mantener una apariencia de unidad. Las ramificaciones de esa solución fueron tras­ cendentales. Representó un primer paso hacia la integración de las zonas de Alemania ocupadas por la Unión Soviética y por Occidente en siste­ mas políticos y económicos opuestos y auguró la división del continente europeo en Este y Oeste. 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1 9 4 5 -1 9 5 0 } 49 2 , Churchill, Traman y Stalin posan ante la residencia de Churchill durante la Conferencia de Potsdam. Julio de 1945. Truman, a pesar de todo, se mostró satisfecho con las ominosas decisiones alcanzadas en Pots­ dam. «Me gusta Stalin -afirm ó entonces-. Es di­ recto. Sabe lo que quiere y es capaz de llegar a un 50 LA GUERRA FRÍA compromiso cuando no puede conseguirlo.» La confianza del dirigente norteamericano en su ha­ bilidad para lograr la mayor parte de sus objetivos en negociaciones futuras con su homólogo soviéti­ co radicaba esencialmente en las que tanto él como sus principales asesores consideraban las dos me­ jores bazas de Washington: su poder económico y su posesión exclusiva de la bomba atómica. La confianza de Truman aumentó significativamente cuando, durante las conversaciones de Potsdam, recibió la noticia de que las pruebas de la bomba se habían llevado a cabo con éxito en Nuevo Méxi­ co. Esta «escalera real», como la llamó el secretario de la Guerra Henry Stimson, mejoraba indudable­ mente la perspectiva de unos acuerdos diplomáti­ cos favorables a los intereses americanos, o al me­ nos eso creían Truman y su círculo de asesores. El lanzamiento de dos bombas atómicas, sobre Hiroshima el 6 de agosto y sobre Nagasaki el 9 de agosto, que causaron la muerte instantánea de 115.000 personas y dejaron a otras decenas de mi­ les al borde de la muerte a causa de la radiación, forzó la rendición de Japón. La utilización de la bomba cumplió simultáneamente varios objetivos militares y diplomáticos de Estados Unidos: con­ dujo a un rápido final de la guerra evitando la muerte de miles de norteamericanos, hizo innece­ saria la intervención de tropas soviéticas en el Pací­ fico (aunque no evitó su presencia en Manchuria) y cerró a la Unión Soviética la puerta a cualquier 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA ( ¡9 4 5 -1 9 5 0 ) 51 pretensión realista sobre su posible papel en la ocupación de Japón una vez acabada la guerra. Sin embargo, a pesar de las bazas con que con­ taba el gobierno de Truman, las relaciones entre Estados Unidos y la URSS se fueron deteriorando en los meses posteriores a la rendición de Japón. Aunque Europa del Este y Alemania seguían cons­ tituyendo los problemas de más difícil solución, a éstos se añadieron ahora los que suponían las vi­ siones opuestas de los antiguos aliados acerca de cómo lograr el control internacional de las armas atómicas, sus intereses divergentes en Oriente Me­ dio y en el este del Mediterráneo, la cuestión de la ayuda económica de Estados Unidos y el papel de la Unión Soviética en Manchuria. Aunque en las diferentes reuniones del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores se alcanzaron varios compro­ misos, 1946 marcó la desaparición de la Gran Alianza y el comienzo de la auténtica Guerra Fría. Durante ese año, el gobierno de Truman y sus principales aliados occidentales comenzaron a con­ siderar más y más el país de Stalin como un matón oportunista aquejado de un apetito insaciable de territorios, recursos y concesiones. George F. Ken- nan, diplomático de Estados Unidos en Moscú, ar­ ticuló y dio peso a esa valoración en su famoso «largo telegrama» del 22 de febrero de 1946. En él subrayaba Kennan que la hostilidad soviética hacia el mundo capitalista era tan inmutable como inevi­ table, resultado de una combinación de la inseguri­ 52 LA GUERRA FRIA dad tradicional rusa y el dogma marxista-leninista. Argumentaba que los líderes del Kremlin habían impuesto al pueblo soviético un régimen totalitario opresivo y que ahora utilizaban la supuesta amena­ za de los enemigos externos para justificar la conti­ nuación de la tiranía que los mantenía en el poder. El consejo de Kennan era claro: renunciar a una ac­ titud acomodaticia que, en cualquier caso, nunca habría de funcionar, y concentrarse, en cambio, en contener la expansión de la influencia y el poder soviéticos. El Kremlin, insistía, sólo cedería ante una fuerza superior. El día 5 de marzo, Winston Churchill, derrotado ahora en las elecciones, aña­ dió públicamente su voz al creciente coro antiso­ viético. En Fulton, Missouri, mientras compartía podio con un Harry Truman que manifestaba su evidente aprobación, el líder británico clamó: «Un telón de acero ha caído sobre todo el continente, desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriá­ tico». La civilización cristiana, advirtió, peligraba ahora a causa del expansionismo comunista. La conducta soviética no justificaba por sí sola el grado de alarma que reinaba en las capitales de Europa Occidental, ni tampoco las catastróficas perspectivas que se bosquejaban en algunos círcu­ los norteamericanos. Ciertamente, el régimen es- talinista trataba de sacar provecho en todo m o­ mento. Así, impuso gobiernos serviles a Polonia, Rumania y Bulgaria; se hizo con una esfera de in­ fluencia exclusiva en su zona de ocupación de Ale- 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1 9 4 5 -1 9 5 0 ) mania del Este; se negó inicialmente a retirar sus tropas de Irán precipitando la primera gran crisis de la Guerra Fría en marzo de 1946; intimidó a Turquía para lograr concesiones, llegando a con­ centrar tropas a lo largo de la frontera búlgara, y saqueó Manchuria. Sin embargo, también permi­ tió que se celebraran unas elecciones relativamente libres en Hungría y Checoslovaquia, colaboró en la formación de gobiernos representativos en Finlan­ dia y Austria, continuó participando en animadas negociaciones con las potencias occidentales a tra­ vés del Consejo de Ministros de Asuntos Exterio­ res, e incluso frenó a los poderosos partidos comu­ nistas de Italia, Francia y del resto de los países de Europa Occidental. La conducta soviética requería una interpretación más sutil y equilibrada que las que ofrecían Kennan y Churchill. De hecho, lo que más temían Estados Unidos y los analistas británicos no era el comportamiento de los soviéticos ni las intenciones hostiles que al parecer subyacían a su conducta. Tampoco les preo­ cupaba excesivamente la capacidad militar soviética, al menos a corto plazo. Los principales expertos británicos y norteamericanos consideraban a la v Unión Soviética demasiado débil para lanzarse a ; una guerra contra Estados Unidos, y en particular, j creían sumamente improbable que el Ejército Rojo j atacara Europa Occidental. Lo que preocupaba a los dirigentes norteameri- ; canos y británicos era la perspectiva de que la 54 LA GUERRA FRIA Unión Soviética aprovechara en beneficio propio la agitación política y las lamentables condiciones sociológicas que marcaron el mundo de la pos­ guerra, condiciones que habían provocado el as­ censo de la izquierda en el mundo entero, un fe­ nómeno que se reflejaba no sólo en la creciente popularidad de los partidos comunistas de Europa Occidental, sino también en el auge de movimien­ tos nacionalistas, anticolonialistas y revoluciona­ rios en el Tercer Mundo. Las graves conmociones económicas y sociales provocadas por la guerra convirtieron al comunismo en una atractiva alter­ nativa para muchos pueblos del mundo. Los mi­ nisterios de Defensa y Asuntos Exteriores occiden­ tales temieron que los partidos comunistas locales y los movimientos revolucionarios autóctonos se aliaran con la Unión Soviética, un estado cuya le­ gitimidad y cuyo prestigio habían aumentado con­ siderablemente gracias al papel que había jugado en la cruzada antifascista. De este modo, el Krem­ lin podía aumentar su poder y su radio de acción sin tener que arriesgarse siquiera a emprender una acción militar directa. Para los estrategas estadounidenses, la sombra amenazadora del período 1940-1941 seguía cer­ niéndose sobre el mundo. Otra potencia hostil, ar­ mada de nuevo con una ideología amenazadora y ajena, podía llegar a controlar Eurasia inclinando la balanza de poder en contra de Estados Unidos, negando a este país el acceso a importantes merca- 2. LOS ORÍGENES D E LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1 9 4 5 -1 9 5 0 ) S 5 dos y recursos, y poniendo en peligro su libertad económica y política. Fijando límites Para enfrentarse a esas graves, aunque difusas, amenazas, durante la primera mitad de 1947 Esta­ dos Unidos se apresuró a implementar, con una ve­ locidad vertiginosa, una estrategia destinada a con­ tener a la URSS y, al mismo tiempo, a reducir la atracción del comunismo. Una iniciativa británica, debida a la pérdida del poder y los problemas fi- nancieros de Londres, inspiró el primer paso críti- co en la ofensiva diplomática estadounidense. El 21 de febrero, el gobierno británico informó al Departamento de Estado de que no podía seguir proporcionando ayuda militar y económica a Gre­ cia y a Turquía. La Administración norteamericana decidió inmediatamente que Estados Unidos debía asumir el papel que hasta ese momento había juga­ do Gran Bretaña con el fin de bloquear la posible expansión del control soviético sobre el Mediterrá­ neo oriental y también sobre el Oriente Medio y su gran riqueza petrolífera. Para conseguir el apoyo de un Congreso consciente del coste que eso suponía y de una ciudadanía poco dispuesta a aceptar nuevas obligaciones internacionales, Traman pronunció el 12 de marzo un enérgico discurso ante los repre­ sentantes de la nación en el que pidió 400 millones 56 LA GUERRA FRÍA de dólares en ayuda militar y económica para los gobiernos de Grecia y Turquía. Hasta cierto punto, Estados Unidos actuaba en este caso para llenar un vacío de poder creado por el declive de Gran Bretaña. El gobierno griego de derechas libraba una guerra civil contra los comu­ nistas del país, abastecidos por la Yugoslavia comu­ nista. Los turcos, por su parte, se veían sometidos a una presión constante por parte de los rusos, que exigían concesiones en los Dardanelos. Moscú y sus aliados se mostraban dispuestos a beneficiarse de la retirada británica, una inquietante perspectiva que la iniciativa americana trataba de obstaculizar. Sin embargo, lo particularmente significativo de la «Doctrina Traman» no es el hecho básico de la política de poder que representaba, sino la forma en que el presidente norteamericano eligió presentar su propuesta de ayuda. Utilizando un lenguaje hi­ perbólico, unas imágenes maniqueas y una simpli­ ficación deliberada para reforzar su llamamiento, Truman trató de conseguir un consenso entre los ciudadanos y en el Congreso que respaldara no sólo este compromiso concreto, sino una política exterior norteamericana más activa, una política que se mostrara al mismo tiempo antisoviética y anti­ comunista. La «Doctrina Truman», pues, vino a significar la declaración de una Guerra Fría ideológica y de una Guerra Fría geopolítica. Sin embargo, abundaba en ambigüedades que tendrían serios efectos a lo 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1945 -1 9 5 0 ) 57 i’’ ' LA «DOCTRINA TRUMAN» «En el m om ento presente de la historia mundial -d ijo Truman al Congreso al solicitar un paquete de ayuda para Grecia y Turquía-, casi todas las nacio­ nes deben elegir entre distintos modos de vida.».^ a s M de la Unión Soviética, aüiiqué sin: nombrarla directamente, concluyó con ía fam osa exhortación según la. cual «la política de ' Estados Unidos debe consistir en ayudar a los püe- ; blds libres qüe luchan contra las minorías armadas o; las presiones exteriores que pretenden sojuzgar­ los»; Este impresionante compromiso sin plazo de- : finido recibió inmediatamente el nombre de «Doc­ trina Truman». largo de todo el conflicto. ¿De qué tipo exactamen­ te era la amenaza que justificaba un compromiso a tal escala? ¿Se trataba del posible aumento del poder soviético, o de la expansión de unas ideas opuestas a los valores norteamericanos? Estos dos peligros, muy diferentes, se fundieron impercepti­ blemente en el pensamiento norteamericano. Tres meses después del histórico discurso de Truman, Estados Unidos anunció públicamente la j segunda fase de su ofensiva diplomática. En una \ alocución pronunciada en la Universidad de Har­ vard con motivo de la ceremonia de graduación, el secretario de Estado George C. Marshall prometió 58 LA GUERRA FRÍA ayuda norteamericana a todos los países europeos que estuvieran dispuestos a coordinar sus trabajos de reconstrucción. Los enemigos que Estados Uni- dos pretendía combatir con lo que pronto habría de recibir el nombre de «Plan Marshall» eran el hambre, la pobreza y la desmoralización que ali­ mentaban el ascenso de la izquierda en la Europa de posguerra, un conjunto de circunstancias pro­ vocadas por la lentitud de la reconstrucción y exa­ cerbadas por el invierno más crudo de los últimos ochenta años. El ministro británico de Asuntos Exteriores, Ernest Bevin, y su homólogo francés, Georges Bidault, res­ pondieron de forma inmediata y entusiasta a la propuesta de Marshall, organizando un encuentro de estados europeos que pronto sugirió un conjun­ to de principios organizativos para ese programa de ayuda. Gran Bretaña, Francia y otros gobier­ nos de Europa Occidental vieron en el Plan una oportunidad inmejorable para aliviar sus graves problemas económicos, hacer frente a los parti­ dos comunistas locales y frenar la expansión de la Unión Soviética. Todos ellos compartían gran parte de los recelos de la Administración Truman acer­ ca de los peligros inherentes a la posguerra, aunque tenían por lo general una fijación menor que sus homólogos norteamericanos respecto a la ame­ naza que la ideología comunista representaba. Los líderes de Europa Occidental recibieron con alegría - y solicitaron- una política norteamericana más 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA {1 9 4 5 -1 * 5 0 ) / 59 activa en la zona porque esto encajaba con sus ne­ cesidades económicas, políticas y de seguridad. El Plan Marshall significó 13.000 millones de dólares en ayuda para Europa Occidental, contribuyendo así a la recuperación e integración económica de la región y restableciendo un importante mercado para los productos norteamericanos. Stalin, te­ miendo que él Programa de Recuperación Europea viniera a relajar el control que Rusia ejercía sobre sus satélites, prohibió a los países del Este partici­ par en él. Mólotov, ministro soviético de Asuntos Exteriores, abandonó la Conferencia de París con la severa advertencia de que el Plan Marshall «divi­ diría Europa en dos grupos de estados». Otra parte integrante de la ofensiva diplomática de la Administración Truman fue una decisiva reo­ rientación de su política con respecto a Alemania. Los responsables de la política norteamericana consideraban esencial para sus propósitos la parti­ cipación en el Plan Marshall de las zonas de Alema­ nia ocupadas por las potencias occidentales, ya que la industria y los recursos de este país constituían un motor indispensable del crecimiento económico europeo. Aun antes de desvelar el Plan, Estados Unidos había tomado medidas para incrementar la producción de carbón en las zonas de ocupación británica y norteamericana, ya unidas por enton­ ces. Los planificadores de Washington estaban con­ vencidos de que la paz y la prosperidad mundiales, así como la seguridad y el bienestar económico de 60 LA GUERRA FRÍA Estados Unidos, dependían de la recuperación eco­ nómica europea, y que para que esta recuperación se produjera era necesaria una Alemania fuerte y económicamente revitalizada, lo cual se oponía a cualquier compromiso diplomático con la Unión Soviética sobre esa cuestión primordial. La insistencia de Marshall en que Alemania par­ ticipara en el Programa de Recuperación Europea hizo imposible cualquier perspectiva de acuerdo a ese respecto entre las cuatro potencias y condujo directamente al fracaso de las reuniones del Con­ sejo de Ministros de Asuntos Exteriores manteni­ das en noviembre de 1947. «No queremos ni pro­ yectamos aceptar la unificación de Alemania en los términos que Rusia consideraría aceptables», admi­ tió en privado un diplomático norteamericano de alto rango. Al preferir la división del país a correr el riesgo de una Alemania unificada que con el tiempo pudiera alinearse con la Unión Soviética o adoptar una postura neutral -algo tan peligroso como lo anterior-, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia dieron el primer paso, en 1948, hacia la creación de una Alemania Occidental indepen­ diente. El embajador británico, Lord Inverchapel, observó acertadamente que para los norteamerica­ nos «la división de Alemania y la absorción de las dos partes por las esferas rivales, oriental y occi­ dental, es preferible a la creación de una tierra de nadie en el límite de una zona de hegemonía so­ viética en expansión». 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA (1 9 4 5 -1 9 5 0 ) 61 Dada la preocupación de Stalin, tantas veces for­ mulada, acerca de la resurrección del poder ale­ mán, esas iniciativas occidentales aseguraban una fuerte reacción soviética. Los líderes norteamerica­ nos la esperaban y no quedaron decepcionados. En septiembre de 1947, durante una conferencia cele­ brada en Polonia, los soviéticos crearon la Oficina de Inform ación de Países Comunistas (Komin- form) como medio para reforzar su control sobre los estados satélites de Europa del Este y los parti­ dos comunistas de Europa Occidental. Tras denun­ ciar el Plan Marshall como parte de una estrategia organizada para forjar una alianza que pudiera servir de «trampolín para atacar a la Unión Sovié­ tica», el principal delegado ruso, Andrei Zhdanov, afirmó que el mundo estaba dividido ahora en «dos campos». En febrero de 1948, un golpe de estado auspiciado por los rusos en Checoslovaquia provo­ có la dimisión de todos los ministros no comunis­ tas del gobierno y, posteriormente, la muerte del ministro de Asuntos Exteriores, Jan Masarik, una figura muy respetada, en circunstancias sumamen­ te sospechosas. Junto con la dura represión de la oposición no comunista en Hungría, el golpe de estado en Checoslovaquia anunció una actitud mucho más dura en el «campo» soviético y contri­ buyó a que cristalizara la división entre el Este y el Oeste en Europa. Más tarde, el 24 de junio de 1948, Stalin decidió pasar al ataque. En respuesta a la posición de los 62 LA GUERRA FRÍA franceses, británicos y norteamericanos con respec­ to a ia reconstrucción y consolidación de Alemania Occidental, los soviéticos prohibieron el acceso por tierra de los aliados a Berlín Occidental. El propósito de Stalin al aislar el enclave occidental de esa ciudad dividida, situada en zona soviética a 160 kilómetros del punto más próximo de la zona norteamericana, era demostrar la vulnerabilidad de sus adversarios, impidiendo así lo que tanto te­ mía: la creación de un estado alemán integrado en el bloque occidental. En uno de los episodios más tensos y celebrados del comienzo de la Guerra Fría, Traman respondió con un puente aéreo que durante las veinticuatro horas del día abasteció de alimentos y combustible a los residentes de un Berlín Occidental sitiado. En mayo de 1949, Stalin levantó finalmente lo que había llegado a conver­ tirse en un bloqueo totalmente inútil y en una de­ sastrosa operación de imagen. La torpe réplica soviética sólo consiguió profun­ dizar la división entre el Este y el Oeste, excitando en contra suya a la opinión pública de Estados Unidos y Europa Occidental, y acabando con el úl­ timo resto de esperanza con respecto a un acuerdo sobre Alemania que resultara aceptable para los cuatro países ocupantes. En septiembre de 1949, las potencias occidentales crearon la República Fe­ deral Alemana. Un mes después, los soviéticos es­ tablecían en su zona de ocupación la República Democrática Alemana. Las dos zonas de la Guerra 2. LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA EN EUROPA {1 9 4 5 -1 9 5 0 ) 63 Fría en Europa quedaban así claramente demarca­ das; la división de Alemania reflejaba la existencia de una división más amplia en una esfera dominada por Estados Unidos y una esfera dominada por la Unión Soviética. Algunos de los más destacados diplomáticos de Europa Occidental -y más decididamente que nin­ gún otro el ministro de Asuntos Exteriores bri­ tánico Ernest Bevin-, creían que la creciente co­ laboración entre Europa y Estados Unidos debía fundamentarse en un acuerdo de seguridad trans­ atlántico. Con este propósito, el antiguo líder sindi­ calista se convirtió en el primer impulsor del Pacto de Bruselas de abril de 1948, Bevin esperaba que ese acuerdo mutuo de seguridad entre Gran Bre­ taña, Francia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo sir­ viera de base para una alianza occidental de mayor alcance. Deseaba forjar un mecanismo con el que involucrar a los americanos más a fondo en los asuntos europeos, calmar la preocupación de Fran­ cia acerca del resurgimiento de Alemania y conte­ ner a los soviéticos, o, como expresó, tosca pero acertadamente, encontrar el medio para «mantener a los americanos dentro, a los soviéticos fuera y a los alemanes debajo». La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) cumplía los requisitos de Bevin y también los de una Administración Traman decidida a añadir un ancla de seguridad a su nueva estrategia de conten­ ción. Constituida en abril de 1949, la OTAN agrupó 64 LA GUERRA FRÍA a los países firmantes de Bruselas, más Italia, Dina­ marca, Noruega, Portugal, Canadá y Estados Uni­ dos, en un pacto de seguridad mutua. Cada uno de los estados miembros accedía a considerar cualquier ataque a uno de ellos como un ataque a la totalidad. El acuerdo representó para Estados Unidos un cambio histórico con respecto a una de las caracte­ rísticas tradicionales de su política exterior. Desde su alianza con Francia a fines del siglo xvm, Was­ hington no había participado en ningún pacto que exigiera tal grado de compromiso, ni había unido sus necesidades de seguridad tan estrechamente a las de otros estados soberanos. La esfera de influencia, o «imperio», que Estados Unidos forjó en la Europa de posguerra respondía más a sus temores que a sus ambiciones. Fue el pro­ ducto, además, de una coincidencia de intereses en­ tre este país y las élites de Europa Occidental. Estas últimas merecen el reconocimiento de haber sido coautoras de lo que el historiador Geir Lundestad ha definido como el «imperio por invitación», En este sentido, existieron importantes diferencias en­ tre un «imperio» soviético esencialmente impuesto a gran parte de la Europa del Este y un «imperio» norteamericano resultante de una asociación nacida de unos temores comunes respecto a seguridad y unas necesidades económicas coincidentes. Aunque se trató sin duda de un proceso crucial en el comienzo de la Guerra Fría, la división de Euro- 2. LOS ORIGENES D E LA GUERRA FRfA EN EUROPA (1 9 4 S -1 9 5 0 ) 65 pa en dos esferas hostiles de influencia constituye solamente una parte de la historia. Si el conflicto se hubiera limitado a una rivalidad por el poder y la influencia dentro de los límites de Europa, esa historia se habría desarrollado de un modo muy diferente de como finalmente lo hizo. En conse­ cuencia, el siguiente capítulo se centra geográfica­ mente en Asia, el segundo escenario en importan­ cia de la Guerra Fría a comienzos de la posguerra.

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