Romeo y Julieta, PDF - William Shakespeare
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This is a scanned PDF copy of \"Romeo y Julieta\" by William Shakespeare. It includes the characters, an introduction, and the first parts of the play. It's an excerpt from a book publication.
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Colección CARRASCALEJO DE LA JARA Romeo y Julieta 3 William Shakespeare Romeo y Julieta 4 Colección: Carrascalejo de la Jara © El Cid Editor S.A. Juan de Garay 2922 3000-Santa Fe Argentina TeleFax: 54 342 458-4643 ISBN 1-4135-2193-2...
Colección CARRASCALEJO DE LA JARA Romeo y Julieta 3 William Shakespeare Romeo y Julieta 4 Colección: Carrascalejo de la Jara © El Cid Editor S.A. Juan de Garay 2922 3000-Santa Fe Argentina TeleFax: 54 342 458-4643 ISBN 1-4135-2193-2 5 ÍNDICE PERSONAJES...............................................8 PRÓLOGO...................................................10 I.i.....................................................................11 I.ii....................................................................26 I.iii...................................................................32 I.iv...................................................................38 I.v....................................................................44 II. PRÓLOGO.............................................53 II.i...................................................................54 II.ii..................................................................67 II.iii.................................................................71 II.iv.................................................................83 II.v..................................................................88 III.i..................................................................90 III.ii...............................................................101 III.iii..............................................................108 III.iv..............................................................118 III.v...............................................................120 6 IV.i................................................................133 IV.ii...............................................................140 IV.iii..............................................................143 IV.iv..............................................................146 V.i..................................................................157 V.ii................................................................162 V.iii...............................................................164 7 PERSONAJES El CORO ROMEO MONTESCO, su padre SEÑORA MONTESCO BENVOLIO, sobrino de Montesco ABRAHAM, criado de Montesco BALTASAR, criado de Romeo JULIETA CAPULETO, Su padre SEÑORA CAPULETO TEBALDO, su sobrino PARIENTE DE CAPULETO El AMA de Julieta PEDRO criado de Capuleto SANSÓN criado de Capuleto GREGORIO criado de Capuleto Della Scala, PRINCIPE de Verona MERCUCIO pariente del Príncipe El Conde PARIS pariente del Príncipe PAJE de Paris FRAY LORENZO FRAY JUAN 8 Un BOTICARIO Criados, músicos, guardias, ciudadanos, más- caras, etc. 9 LA TRAGEDIA DE ROMEO Y JULIETA PRÓLOGO [Entra] el CORO. CORO En Verona, escena de la acción, dos familias de rango y calidad renuevan viejos odios con pasión y manchan con su sangre la ciudad. De la entraña fatal de estos rivales nacieron dos amantes malhadados, cuyas desgracias y funestos males enterrarán conflictos heredados. El curso de un amor de muerte herido y una ira paterna tan extrema 10 que hasta el fin de sus hijos no ha cedido será en estas dos horas.nuestro tema. Si escucháis la obra con paciencia, nuestro afán salvará toda carencia. [Sale.] I.I Entran SANSÓN y GREGORIO, de la casa de los Capuletos, armados con espada y escudo. SANSÓN Gregorio, te juro que no vamos a tragar saliva. GREGORIO No, que tan tragones no somos. SANSÓN Digo que si no los tragamos, se les corta el cuello. GREGORIO Sí, pero no acabemos con la soga al cuello. SANSÓN Si me provocan, yo pego rápido. GREGORIO Sí, pero a pegar no te provocan tan rápido. 11 SANSÓN A mí me provocan los perros de los Montes- cos. GREGORIO Provocar es mover y ser valiente, plantarse, así que si te provocan, tú sales corriendo. SANSÓN Los perros de los Montescos me mueven a plantarme. Con un hombre o mujer de los Mon- tescos me agarro a las paredes. GREGORIO Entonces es que te pueden, porque al débil lo empujan contra la pared. SANSÓN Cierto, y por eso a las mujeres, seres débiles, las empujan contra la pared. Así que yo echaré de la pared a los hombres de Montesco y empujaré contra ella a las mujeres. GREGORIO Pero la disputa es entre nuestros amos y no- sotros, sus criados. SANSÓN Es igual; me portaré como un déspota. Cuan- do haya peleado con los hombres, seré cortés con las doncellas: las desvergaré. GREGORIO ¿Desvergar doncellas? 12 SANSÓN Sí, desvergar o desvirgar. Tómalo por donde quieras. GREGORIO Por dónde lo sabrán las que lo prueben. SANSÓN Pues me van a probar mientras este no se en- coja, y ya se sabe que soy más carne que pescado. GREGORIO Menos mal, que, si no, serías un merluzo. Saca el hierro, que vienen de la casa de Montesco. Entran otros dos criados [uno llamado ABRAHAM] SANSÓN Aquí está mi arma. Tú pelea; yo te guardo las espaldas. GREGORIO ¿Para volver las tuyas y huir? SANSÓN Descuida, que no. GREGORIO No, contigo no me descuido. SANSÓN Tengamos la ley de nuestra parte: que empie- cen ellos. 13 GREGORIO Me pondré ceñudo cuando pase por su lado, y que se lo tomen como quieran. SANSÓN Si se atreven. Yo les haré burla, a ver si se de- jan insultar. ABRAHAM ¿Nos hacéis burla, señor? SANSÓN Hago burla. ABRAHAM ¿Nos hacéis burla a nosotros, señor? SANSÓN [aparte a GREGORIO] ¿Tenemos la ley de nuestra parte si digo que sí? GREGORIO [aparte a SANSÓN] No. SANSÓN No, señor, no os hago burla. Pero hago burla, señor. GREGORIO ¿Buscáis pelea? ABRAHAM ¿Pelea? No, señor. SANSÓN Mas si la buscáis, aquí estoy yo: criado de tan buen amo como el vuestro. 14 ABRAHAM Mas no mejor. SANSÓN Pues... Entra BENVOLIO. GREGORIO [aparte a SANSÓN] Di que mejor: ahí viene un pariente del amo. SANSÓN Sí, señor: mejor. ABRAHAM ¡Mentira! SANSÓN Desenvainad si sois hombres. Gregorio, re- cuerda tu mandoble. Pelean. BENVOLIO [desenvaina] ¡Alto, bobos! Envainad; no sabéis lo que ha- céis. Entra TEBALDO. TEBALDO ¿Conque desenvainas contra míseros esclavos? Vuélvete, Benvolio, y afronta tu muerte. 15 BENVOLIO Estoy poniendo paz. Envaina tu espada o ven con ella a intenta detenerlos. TEBALDO ¿Y armado hablas de paz? Odio esa palabra como odio el infierno, a ti y a los Montescos. ¡Vamos, cobarde! [Luchan.] Entran tres o cuatro CIUDADANOS con palos. CIUDADANOS ¡Palos, picas, partesanas! ¡Pegadles! ¡Tumba- dlos! ¡Abajo con los Capuletos! ¡Abajo con los Montescos! Entran CAPULETO, en bata, y su esposa [la SEÑORA CAPULETO]. CAPULETO ¿Qué ruido es ese? ¡Dadme mi espada de gue- rra! SEÑORA CAPULETO ¡Dadle una muleta! — ¿Por qué pides la espa- da? 16 Entran MONTESCO y su esposa [la SEÑORA MONTESCO]. CAPULETO ¡Quiero mi espada! ¡Ahí está Montesco, blan- diendo su arma en desafío! MONTESCO ¡Infame Capuleto! — ¡Suéltame, vamos! SEÑORA MONTESCO Contra tu enemigo no darás un paso. Entra el PRINCIPE DELLA SCALA, con su séquito. PRÍNCIPE ¡Súbditos rebeldes, enemigos de la paz, que profanáis el acero con sangre ciudadana! ¡No escuchan! — ¡Vosotros, hombres, bestias, que apagáis el ardor de vuestra cólera con chorros de púrpura que os salen de las venas! ¡Bajo pena de tormento, arrojad de las manos sangrientas esas mal templadas armas y oíd la decisión de vuestro Príncipe! Tres refriegas, que, por una palabra de nada, vos causasteis, Capuleto, y vos, Montesco, tres veces perturbaron la quietud de nuestras calles 17 e hicieron que los viejos de Verona prescindiesen de su grave indumentaria y con viejas manos empuñasen viejas armas, corroídas en la paz, por apartaros del odio que os corroe. Si causáis otro disturbio, vuestra vida será el precio. Por esta vez, que todos se dispersen. Vos, Capuleto, habréis de acompañarme. Montesco, venid esta tarde a Villa Franca, mi Palacio de Justicia, a conocer mis restantes decisiones sobre el caso. ¡Una vez más, bajo pena de muerte, dispersa- os! Salen [todos, menos MONTESCO, la SEÑORA MONTESCO y BENVOLIO]. MONTESCO ¿Quién ha renovado el viejo pleito? Dime, sobrino, ¿estabas aquí cuando empezó? BENVOLIO Cuando llegué, los criados de vuestro adversa- rio estaban enzarzados con los vuestros. Desenvainé por separarlos. En esto apareció el fogoso Tebaldo, espada en mano, y la blandía alrededor de la cabeza, cubriéndome de insultos y cortando el aire, 18 que, indemne, le silbaba en menosprecio. Mientras cruzábamos tajos y estocadas, llegaron más, y lucharon de uno y otro lado hasta que el Príncipe vino y pudo separarlos. SEÑORA MONTESCO ¿Y Romeo? ¿Le has visto hoy? Me alegra el ver que no ha estado en esta pelea. BENVOLIO Señora, una hora antes de que el astro rey asomase por las áureas ventanas del oriente, la inquietud me empujó a pasear. Entonces, bajo unos sicamores que crecen al oeste de Verona, caminando tan temprano vi a vuestro hijo. Fui hacia él, que, advirtiendo mi presencia, se escondió en el boscaje. Medí sus sentimientos por los míos, que ansiaban un espacio retirado (mi propio ser entristecido me sobraba), seguí mi humor al no seguir el suyo y gustoso evité a quien por gusto me evitaba. MONTESCO Le han visto allí muchas mañanas, aumentan- do con su llanto el rocío de la mañana, añadiendo a las nubes sus nubes de suspiros. Mas, en cuanto el sol, que todo alegra, comienza a descorrer por el remoto oriente 19 las oscuras cortinas del lecho de Aurora, mi melancólico hijo huye de la luz y se encierra solitario en su aposento, cerrando las ventanas, expulsando toda luz y creándose una noche artificial. Este humor será muy sombrío y funesto si la causa no la quita el buen consejo. BENVOLIO Mi noble tío, ¿conocéis vos la causa? MONTESCO Ni la conozco, ni por él puedo saberla. BENVOLIO ¿Le habéis apremiado de uno a otro modo? MONTESCO Sí, y también otros amigos, mas él sólo confía sus sentimientos a sí mismo, no sé si con acierto, y se muestra tan callado y reservado, tan insondable y tan hermético como flor comida por gusano antes de abrir sus tiernos pétalos al aire o al sol ofrecerle su hermosura. Si supiéramos la causa de su pena, le daríamos remedio sin espera. Entra ROMEO. 20 BENVOLIO Ahí viene. Os lo ruego, poneos a un lado: me dirá su dolor, si no se ha obstinado. MONTESCO Espero que, al quedarte, por fin oigas su sincera confesión. Vamos, señora. Salen [MONTESCO y la SEÑORA MONTESCO]. BENVOLIO Buenos días, primo. ROMEO ¿Ya es tan de mañana? BENVOLIO Las nueve ya han dado. ROMEO ¡Ah! Las horas tristes se alargan. ¿Era mi padre quien se fue tan deprisa? BENVOLIO Sí. ¿Qué tristeza alarga las horas de Romeo? ROMEO No tener lo que, al tenerlo, las abrevia. BENVOLIO ¿Enamorado? ROMEO Cansado. 21 BENVOLIO ¿De amar? ROMEO De no ser correspondido por mi amada. BENVOLIO ¡Ah! ¿Por qué el amor, de presencia gentil, es tan duro y tiránico en sus obras? ROMEO ¡Ah! ¿Por qué el amor, con la venda en los ojos, puede, siendo ciego imponer sus antojos? ¿Dónde comemos? ¡Ah! ¿Qué pelea ha habi- do? No me lo digas, que ya lo sé todo. Tumulto de odio, pero más de amor. ¡Ah, amor combativo! ¡Ah, odio amoroso! ¡Ah, todo, creado de la nada! ¡Ah, grave levedad, seria vanidad, caos defor- me de formas hermosas, pluma de plomo, humo radiante, fuego glacial, salud enfermiza, sueño desvelado, que no es lo que es! Yo siento este amor sin sentir nada en él. ¿No te ríes? BENVOLIO No, primo; más bien lloro. ROMEO ¿Por qué, noble alma? 22 BENVOLIO Porque en tu alma hay dolor. ROMEO Así es el pecado del amor: mi propio pesar, que tanto me angustia, tú ahora lo agrandas, puesto que lo turbas con el tuyo propio. Ese amor que muestras añade congoja a la que me supera. El amor es humo, soplo de suspiros: se esfuma, y es fuego en ojos que aman; refrénalo, y crece como un mar de lágrimas. ¿Qué cosa es, si no? Locura juiciosa, amargor que asfixia, dulzor que conforta. Adiós, primo mío. BENVOLIO Voy contigo, espera; injusto serás si ahora me dejas. ROMEO ¡Bah! Yo no estoy aquí, y me hallo perdido. Romeo no es este: está en otro sitio. BENVOLIO Habla en serio y dime quién es la que amas. ROMEO ¡Ah! ¿Quieres oírme gemir? BENVOLIO ¿Gemir? No: quiero que digas en serio quién es. 23 ROMEO Pídele al enfermo que haga testamento; para quien tanto lo está, es un mal momento. En serio, primo, amo a una mujer. BENVOLIO Por ahí apuntaba yo cuando supe que amabas. ROMEO ¡Buen tirador! Y la que amo es hermosa. BENVOLIO Si el blanco es hermoso, antes se acierta. ROMEO Ahí has fallado: Cupido no la alcanza con sus flechas; es prudente cual Diana: su casta coraza la protege tanto que del niño Amor no la hechiza el arco. No puede asediarla el discurso amoroso, ni cede al ataque de ojos que asaltan, ni recoge el oro que tienta hasta a un santo. En belleza es rica y su sola pobreza está en que, a su muerte, muere su riqueza. BENVOLIO ¿Así que ha jurado vivir siempre casta? ROMEO Sí, y con ese ahorro todo lo malgasta: matando lo bello por severidad priva de hermosura a la posteridad. Al ser tan prudente con esa belleza no merece el cielo, pues me desespera. 24 No amar ha jurado, y su juramento a quien te lo cuenta le hace vivir muerto. BENVOLIO Hazme caso y no pienses más en ella. ROMEO Enséñame a olvidar. BENVOLIO Deja en libertad a tus ojos: contempla otras bellezas. ROMEO Así estimaré la suya en mucho más. Esas máscaras negras que acarician el rostro de las bellas nos traen al recuerdo la belleza que ocultan. Quien ciego ha queda- do no olvida el tesoro que sus ojos perdieron. Muéstrame una dama que sea muy bella. ¿Qué hace su hermosura sino recordarme a la que supera su belleza? Enseñarme a olvidar no puedes. Adiós. BENVOLIO Pues pienso enseñarte o morir tu deudor. Salen. 25 I.II Entran CAPULETO, el Conde PARIS y el gracioso [CRIADO de Capuleto]. CAPULETO Montesco está tan obligado como yo, bajo la misma pena. A nuestros años no será difícil, creo yo, vivir en paz. PARIS Ambos gozáis de gran reputación y es lástima que llevéis enfrentados tanto tiempo. En fin, señor, ¿qué decís a este pretendiente? CAPULETO Lo que ya he dicho antes: mi hija nada sabe de la vida; aún no ha llegado a los catorce. Dejad que muera el esplendor de dos veranos y habrá madurado para desposarse. PARIS Otras más jóvenes ya son madres felices. CAPULETO Quien pronto se casa, pronto se amarga. Mis otras esperanzas las cubrió la tierra; ella es la única que me queda en la vida. Mas cortejadla, Paris, enamoradla, que en sus sentimientos ella es la que manda. 26 Una vez que acepte, daré sin reservas mi consentimiento al que ella prefiera. Esta noche doy mi fiesta de siempre, a la que vendrá multitud de gente, y todos amigos. Uníos a ellos y con toda el alma os acogeremos. En mi humilde casa esta noche ved estrellas terrenas el cielo encender. La dicha que siente el joven lozano cuando abril vistoso muda el débil paso del caduco invierno, ese mismo goce tendréis en mi casa estando esta noche entre mozas bellas. Ved y oíd a todas, y entre ellas amad a la más meritoria; con todas bien vistas, tal vez al final queráis a la mía, aunque es una más. Venid vos conmigo. [Al CRIADO.] Tú ve por Verona, recorre sus calles, busca a las personas que he apuntado aquí; diles que mi casa, si bien les parece, su presencia aguarda. Sale [con el Conde PARIS]. CRIADO ¡Que busque a las personas que ha apuntado aquí! Ya lo dicen: el zapatero, a su regla; el sastre, a su horma; el pescador, a su brocha, y el pintor, a 27 su red. Pero a mí me mandan que busque a las personas que ha apuntado, cuando no sé leer los nombres que ha escrito el escribiente. Preguntaré al instruido. Entran BENVOLIO y ROMEO. ¡Buena ocasión! BENVOLIO Vamos, calla: un fuego apaga otro fuego; el pesar de otro tu dolor amengua; si estás mareado, gira a contrapelo; la angustia insufrible la cura otra pena. Aqueja tu vista con un nuevo mal y el viejo veneno pronto morirá. ROMEO Las cataplasmas son grandes remedios. BENVOLIO Remedios, ¿contra qué! ROMEO Golpe en la espinilla. BENVOLIO Pero, Romeo, ¿tú estás loco? ROMEO Loco, no; más atado que un loco: encarcelado, sin mi alimento, azotado y torturado, y... Buenas tardes, amigo. 28 CRIADO Buenas os dé Dios. Señor, ¿sabéis leer? ROMEO Sí, mi mala fortuna en mi adversidad. CRIADO Eso lo habréis aprendido de memoria. Pero, os lo ruego, ¿sabéis leer lo que veáis? ROMEO Si conozco el alfabeto y el idioma, sí. CRIADO Está claro. Quedad con Dios. ROMEO Espera, que sí sé leer. Lee el papel. «El signor Martino, esposa e hijas. El conde Anselmo y sus bellas hermanas. La viuda del signor Vitruvio. El signor Piacencio y sus lindas sobrinas. Mercucio y su hermano Valentino. Mi tío Capuleto, esposa a hijas. Mi bella sobrina Rosalina y Livia. El signor Valentio y su primo Tebaldo. Lucio y la alegre Elena». Bella compañía. ¿Adónde han de ir? 29 CRIADO Arriba. ROMEO ¿Adónde? ¿A una cena? CRIADO A nuestra casa. ROMEO ¿A casa de quién? CRIADO De mi amo. ROMEO Tenía que habértelo preguntado antes. CRIADO Os lo diré sin que preguntéis. Mi amo es el grande y rico Capuleto, y si vos no sois de los Montescos, venid a echar un trago de vino. Que- dad con Dios. Sale. BENEVOLIO En el festín tradicional de Capuleto estará tu amada, la bella Rosalina, con las más admiradas bellezas de Verona. Tú ve a la fiesta: con ojo imparcial compárala con otras que te mostraré, y, en lugar de un cisne, un cuervo has de ver. 30 ROMEO Si fuera tan falso el fervor de mis ojos, que mis lágrimas se conviertan en llamas, y si se anegaron, siendo mentirosos, y nunca murieron, cual herejes ardan. ¡Otra más hermosa! Si todo ve el sol, su igual nunca ha visto desde la creación. BENVOLIO Te parece bella si no ves a otras: tus ojos con ella misma la confrontan. Pero si tus ojos hacen de balanza, sopesa a tu amada con cualquier muchacha que pienso mostrarte brillando en la fiesta, y lucirá menos la que ahora te ciega. ROMEO Iré, no por admirar a las que elogias, sino sólo el esplendor de mi señora. [Salen.] 31 I.III Entran la SEÑORA CAPULETO y el AMA. SEÑORA CAPULETO Ama, ¿y mi hija? Dile que venga. AMA Ah, por mi virginidad a mis doce años, ¡si la mandé venir! ¡Eh, paloma! ¡Eh, reina! ¡Santo cielo! ¿Dónde está la niña? ¡Julieta! Entra JULIETA. JULIETA Hola, ¿quién me llama? AMA Tu madre. JULIETA Aquí estoy, señora. ¿Qué deseáis? SEÑORA CAPULETO Pues se trata... Ama, déjanos un rato; hemos de hablar a solas... Ama, vuelve. Pensándolo bien, más vale que to oigas. Sabes que mi hija está en edad de merecer. AMA Me sé su edad hasta en las horas. 32 SEÑORA CAPULETO Aún no tiene los catorce. AMA Apuesto catorce de mis dientes (aunque, ¡válgame!, no me quedan más que cuatro) a que no ha cumplido los catorce. ¿Cuánto falta para que acabe julio? SEÑORA CAPULETO Dos semanas y pico. AMA Pues con o sin pico, entre todos los días del año la última noche de julio cumple los catorce. Susana y ella (¡Señor, da paz a las ánimas!) tenían la misma edad. Bueno, Susana está en el cielo, yo no la merecía. Como digo, la última noche de julio cumple los catorce, vaya que sí; me acuerdo muy bien. Del terromoto hace ahora once años y, de todos los días del año (nunca se me olvidará) ese mismo día la desteté: me había puesto ajenjo en el pecho, ahí sentada al sol, bajo el palomar. El señor y vos estabais en Mantua (¡qué memoria tengo!). Pero, como digo, en cuanto probó el ajenjo en mi pezón y le supo tan amargo... Angelito, 33 ¡hay que ver qué rabia le dio la teta! De pronto el palomar dice que tiembla; desde luego, no hacía falta avisarme que corriese. Y de eso ya van once años, pues entonces se tenía en pie ella solita. ¡Qué digo! ¡Pero si podía andar y correr! El día antes se dio un golpe en la frente, y mi marido (que en paz descanse, siempre alegre) levantó a la niña. «Ajá», le dijo, «¿te caes boca abajo? Cuando tengas más seso te caerás boca arriba, ¿a que sí, Juli?». Y, Virgen santa, la mocosilla paró de llorar y dijo que sí. ¡Pensar que la broma iba a cumplirse! Aunque viva mil años, juro que nunca se me olvidara. «¿A que sí, Juli?», dice. Y la pobrecilla se calla y le dice que sí. SEÑORA CAPULETO Ya basta. No sigas, te lo ruego. AMA Sí, señora. Pero es que me viene la risa de pensar que se calla y le dice que sí. Y eso que llevaba en la frente un chichón de grande como un huevo de pollo; un golpe muy feo, y lloraba amargamente. «Ajá», dice mi marido, «¿te caes boca abajo? Cuando seas mayor te caerás boca arriba, 34 ¿a que sí, Juli?» Y se calla y le dice que sí. JULIETA Calla tú también, ama, te lo ruego. AMA ¡Chsss...! He dicho. Dios te dé su gracia; fuiste la criatura más bonita que crié. Ahora mi único deseo es vivir para verte casa- da. SEÑORA CAPULETO Pues de casamiento venía yo a hablar. Dime, Julieta, hija mía, ¿qué te parece la idea de casarte? JULIETA Es un honor que no he soñado. AMA ¡Un honor! Si yo no fuera tu nodriza, diría que mamaste listeza de mis pechos. SEÑORA CAPULETO Pues piensa ya en el matrimonio. Aquí, en Ve- rona, hay damas principales, más jóvenes que tú, que ya son madres. Según mis cuentas, yo te tuve a ti más o menos a la edad que tú tienes ahora. Abreviando: el gallardo Paris te pretende. AMA ¡Qué hombre, jovencita! Un hombre que el mundo entero... ¡Es la perfección! 35 SEÑORA CAPULETO El estío de Verona no da tal flor. AMA ¡Eso, es una flor, toda una flor! SEÑORA CAPULETO ¿Qué dices? ¿Podrás amar al caballero? Esta noche le verás en nuestra fiesta. Si lees el semblante de Paris como un libro, verás que la belleza ha escrito en él la dicha. Examina sus facciones y hallarás que congenian en armónica unidad, y, si algo de este libro no es muy claro, en el margen de sus ojos va glosado. A este libro de amor, que ahora es tan bello, le falta cubierta para ser perfecto. Si en el mar vive el pez, también hay excelen- cia en todo lo bello que encierra belleza: hay libros con gloria, pues su hermoso fondo queda bien cerrado con broche de oro. Todas sus virtudes, uniéndote a él, también serán tuyas, sin nada perder. AMA Perder, no; ganar: el hombre engorda a la mu- jer. SEÑORA CAPULETO En suma, ¿crees que a Paris amarás? 36 JULIETA Creo que sí, si la vista lleva a amar. Mas no dejaré que mis ojos le miren más de lo que vuestro deseo autorice. Entra un CRIADO. CRIADO Señora, los convidados ya están; la cena, en la mesa; preguntan por vos y la señorita; en la des- pensa maldicen al ama, y todo está por hacer. Yo voy a servir. Os lo ruego, venid en seguida. Sale. SEÑORA CAPULETO Ahora mismo vamos. Julieta, te espera el con- de. AMA ¡Vamos! ¡A gozar los días gozando las noches! Salen. 37 I.IV Entran ROMEO, MERCUCIO, BENVO- LIO, con cinco o seis máscaras, portadores de antorchas. ROMEO ¿Decimos el discurso de rigor o entramos sin dar explicaciones? BENVOLIO Hoy ya no se gasta tanta ceremonia: nada de Cupido con los ojos vendados llevando por arco una regla pintada y asustando a las damas como un espantajo, ni tímido prólogo que anuncia una entrada dicho de memoria con apuntador. Que nos tomen como quieran. Nosotros les tomamos algún baile y nos vamos. ROMEO Dadme una antorcha, que no estoy para bailes. Si estoy tan sombrío, llevaré la luz. MERCUCIO No, gentil Romeo: tienes que bailar. ROMEO No, de veras. Vosotros lleváis calzado de ingrávida suela, pero yo del suelo no puedo moverme, de tanto que me pesa el alma. 38 MERCUCIO Tú, enamorado, pídele las alas a Cupido y toma vuelo más allá de todo salto. ROMEO El vuelo de su flecha me ha alcanzado y ya no puedo elevarme con sus alas, ni alzarme por encima de mi pena, y así me hundo bajo el peso del amor. MERCUCIO Para hundirte en amor has de hacer peso: demasiada carga para cosa tan tierna. ROMEO ¿Tierno el amor? Es harto duro, harto áspero y violento, y se clava como espi- na. MERCUCIO Si el amor te maltrata, maltrátalo tú: si se clava, lo clavas y lo hundes. Dadme una máscara, que me tape el semblan- te: para mi cara, careta. ¿Qué me importa ahora que un ojo curioso note imperfecciones? Que se ruborice este mascarón. BENVOLIO Vamos, llamad y entrad. Una vez dentro, todos a mover las piernas. ROMEO Dadme una antorcha. Que la alegre compañía 39 haga cosquillas con sus pies a las esteras, que a mí bien me cuadra el viejo proverbio: bien juega quien mira, y así podré ver mejor la partida; pero sin jugar. MERCUCIO Te la juegas, dijo el guardia. Si no juegas, habrá que sacarte; sacarte, con perdón, del fango amoroso en que te hundes. Ven, que se apaga la luz. ROMEO No es verdad. MERCUCIO Digo que si nos entretenemos, malgastamos la antorcha, cual si fuese de día. Toma el buen sentido y verás que aciertas cinco veces más que con la listeza. ROMEO Nosotros al baile venimos por bien, mas no veo el acierto. MERCUCIO Pues dime por qué. ROMEO Anoche tuve un sueño. MERCUCIO Y también yo. ROMEO ¿Qué soñaste? 40 MERCUCIO Que los sueños son ficción. ROMEO No, porque durmiendo sueñas la verdad. MERCUCIO Ya veo que te ha visitado la reina Mab, la partera de las hadas. Su cuerpo es tan menudo cual piedra de ágata en el anillo de un regidor. Sobre la nariz de los durmientes seres diminutos tiran de su carro, que es una cáscara vacía de avellana y está hecho por la ardilla carpintera o la oruga (de antiguo carroceras de las hadas). Patas de araña zanquilarga son los radios, alas de saltamontes la capota; los tirantes, de la más fina telaraña; la collera, de reflejos lunares sobre el agua; la fusta, de hueso de grillo; la tralla, de hebra; el cochero, un mosquito vestido de gris, menos de la mitad que un gusanito sacado del dedo holgazán de una muchacha. Y con tal pompa recorre en la noche cerebros de amantes, y les hace soñar el amor; rodillas de cortesanos, y les hace soñar reve- rencias; dedos de abogados, y les hace soñar honora- rios; 41 labios de damas, y les hace soñar besos, labios que suele ulcerar la colérica Mab, pues su aliento está mancillado por los dulces. A veces galopa sobre la nariz de un cortesano y le hace soñar que huele alguna recompensa; y a veces acude con un rabo de cerdo por diezmo y cosquillea en la nariz al cura dormido, que entonces sueña con otra parroquia. A veces marcha sobre el cuello de un soldado y le hace soñar con degüellos de extranjeros, brechas, emboscadas, espadas españolas, tragos de a litro; y entonces le tamborilea en el oído, lo que le asusta y despierta; y él, sobresaltado, entona oraciones y vuelve a dormirse. Esta es la misma Mab que de noche les trenza la crin a los caballos, y a las desgreñadas les emplasta mechones de pelo, que, desenredados, traen desgracias. Es la bruja que, cuando las mozas yacen boca arriba, las oprime y les enseña a concebir y a ser mujeres de peso. Es la que... ROMEO ¡Calla, Mercucio, calla! No hablas de nada. 42 MERCUCIO Es verdad: hablo de sueños, que son hijos de un cerebro ocioso y nacen de la vana fantasía, tan pobre de sustancia como el aire y más variable que el viento, que tan pronto galantea al pecho helado del norte como, lleno de ira, se aleja resoplando y se vuelve hacia el sur, que gotea de rocío. BENVOLIO El viento de que hablas nos desvía. La cena terminó y llegaremos tarde. ROMEO Muy temprano, temo yo, pues presiento que algún accidente aún oculto en las estrellas iniciará su curso aciago con la fiesta de esta noche y pondrá fin a esta vida que guardo en mi pecho con el ultraje de una muerte adelantada. Mas que Aquél que gobierna mi rumbo guíe mi nave. ¡Vamos, alegres señores! BENVOLIO ¡Que suene el tambor! Desfilan por el escenario [y salen]. 43 I.V Entran CRIADOS con servilletas. CRIADO 1.° ¿Dónde está Perola, que no ayuda a quitar la mesa? ¿Cuándo coge un plato? ¿Cuándo friega un plato? CRIADO 2.° Si la finura sólo está en las manos de uno, y encima no se las lava, vamos listos. CRIADO 1.° Llevaos las banquetas, quitad el aparador, cui- dado con la plata. Oye, tú, sé bueno y guárdame un poco de mazapán; y hazme un favor: dile al portero que deje entrar a Susi Muelas y a Lena. [Sale el CRIADO 2.°] ¡Antonio! ¡Perola! [Entran otros dos CRIADOS.] CRIADO 3.° Aquí estamos, joven. CRIADO 1. ° Te buscan y rebuscan, lo llaman y reclaman allá, en el salón. 44 CRIADO 4.° No se puede estar aquí y allí. ¡Ánimo, mucha- chos! Venga alegría, que quien resiste, gana el premio. Salen. Entran [CAPULETO, la SEÑORA CA- PULETO, JULIETA, TEBALDO, el AMA], todos los convidados y las máscaras [ROMEO, BENVOLIO y MERCUCIO]. CAPULETO ¡Bienvenidos, señores! Las damas sin callos querrán echar un baile con vosotros.— ¡Vamos, señoras! ¿Quién de vosotras se niega a bailar? La que haga remilgos juraré que tiene callos. ¿A que he acertado?— ¡Bienvenidos, señores! Hubo un tiempo en que yo me ponía el antifaz y musitaba palabras deleitosas al oído de una bella. Pero pasó, pasó. Bienvenidos, señores.—¡ Músicos, a tocar! ¡Haced sitio, despejad! ¡Muchachas, a bailar! Suena la música y bailan. ¡Más luz, bribones! Desmontad las mesas y apagad la lumbre, que da mucho calor. 45 Oye, ¡qué suerte la visita inesperada! Vamos, siéntate, pariente Capuleto, que nuestra época de bailes ya pasó. ¿Cuánto tiempo hace que estuvimos en una mascarada? PARIENTE DE CAPULETO ¡Virgen santa! Treinta años. CAPULETO ¡Qué va! No tanto, no tanto. Fue cuando la boda de Lucencio: en Pentecostés hará unos veinticinco años. Esa fue la última vez. PARIENTE DE CAPULETO Hace más, hace más: su hijo es mayor; tiene treinta años. CAPULETO ¿Me lo vas a decir tú? Hace dos años era aún menor de edad. ROMEO [a un CRIADO] ¿Quién es la dama cuya mano enaltece a ese caballero? CRIADO No lo sé, señor. ROMEO ¡Ah, cómo enseña a brillar a las antorchas! En el rostro de la noche es cual la joya que en la oreja de una etíope destella... No se hizo para el mundo tal belleza. 46 Esa dama se distingue de las otras como de los cuervos la blanca paloma. Buscaré su sitio cuando hayan bailado y seré feliz si le toco la mano. ¿Supe qué es amor? Ojos, desmentidlo, pues nunca hasta ahora la belleza he visto. TEBALDO Por su voz, este es un Montesco.— Muchacho, tráeme el estoque.— ¿Cómo se atreve a venir aquí el infame con esa careta, burlándose de fiesta tan solemne? Por mi cuna y la honra de mi estirpe, que matarle no puede ser un crimen. CAPULETO ¿Qué pasa, sobrino? ¿Por qué te sulfuras? TEBALDO Tío, ese es un Montesco, nuestro enemigo: un canalla que viene ex profeso a burlarse de la celebración. CAPULETO ¿No es el joven Romeo? TEBALDO El mismo: el canalla de Romeo. CAPULETO Cálmate, sobrino; déjale en paz: se porta como un digno caballero y, a decir verdad, Verona habla con orgullo 47 de su nobleza y cortesía. Ni por todo el oro de nuestra ciudad le haría ningún desaire aquí, en mi casa. Así que calma, y no le hagas caso. Es mi voluntad, y si la respetas, muéstrate amable y deja ese ceño, pues casa muy mal con una fiesta. TEBALDO Casa bien si el convidado es un infame. ¡No pienso tolerarlo! CAPULETO Vas a tolerarlo. óyeme, joven don nadie: vas a tolerarlo, ¡pues sí! ¿Quién manda aquí, tú o yo? ¡Pues sí! ¿Tú no tolerarlo? Dios me bendiga, ¿tú armar alboroto aquí, en mi fiesta? ¿Tú andar desbocado? ¿Tú hacerte el héroe? TEBALDO Pero, tío, ¡es una vergüenza! CAPULETO ¡Conque sí! ¡Serás descarado! ¡Conque una vergüenza! Este juego tuyo te puede costar caro, te lo digo yo. ¡Tú contrariarme! Ya está bien.— ¡Magnífico, amigos! — ¡Insolente! Vete, cállate o... —¡Más luz, más luz!— Te juro que te haré callar — ¡Alegría, amigos! 48 TEBALDO Calmarme a la fuerza y estar indignado me ha descompuesto, al ser tan contrarios. Ahora me retiro, mas esta intrusión, ahora tan grata, causará dolor. Sale. ROMEO Si con mi mano indigna he profanado tu santa efigie, sólo peco en eso: mi boca, peregrino avergonzado, suavizará el contacto con un beso. JULIETA Buen peregrino, no reproches tanto a tu mano un fervor tan verdadero: si juntan manos peregrino y santo, palma con palma es beso de palmero. ROMEO ¿Ni santos ni palmeros tienen boca? JULIETA Sí, peregrino: para la oración. ROMEO Entonces, santa, mi oración te invoca: suplico un beso por mi salvación. JULIETA Los santos están quietos cuando acceden. 49 ROMEO Pues, quieta, y tomaré lo que conceden. [La besa.] Mi pecado en tu boca se ha purgado. JULIETA Pecado que en mi boca quedaría. ROMEO Repruebas con dulzura. ¿Mi pecado? ¡Devuélvemelo! JULIETA Besas con maestría. AMA Julieta, tu madre quiere hablarte. ROMEO ¿Quién es su madre? AMA Pero, ¡joven! Su madre es la señora de la casa, y es muy buena, prudente y virtuosa. Yo crié a su hija, con la que ahora hablabais. Os digo que quien la gane, conocerá el beneficio. ROMEO ¿Es una Capuleto? ¡Triste cuenta! Con mi enemigo quedo en deuda. 50 BENVOLIO Vámonos, que lo bueno poco dura. ROMEO Sí, es lo que me temo, y me preocupa. CAPULETO Pero, señores, no queráis iros ya. Nos espera un humilde postrecito. Le hablan al oído. ¿Ah, sí? Entonces, gracias a todos. Gracias, buenos caballeros, buenas noches.— ¡Más antorchas aquí, vamos! Después, a acos- tarse.— Oye, ¡qué tarde se está haciendo! Me voy a descansar. Salen todos [menos JULIETA y el AMA]. JULIETA Ven aquí, ama. ¿Quién es ese caballero? AMA El hijo mayor del viejo Tiberio. JULIETA ¿Y quién es el que está saliendo ahora? AMA Pues creo que es el joven Petrucio. 51 JULIETA ¿Y el que le sigue, el que no bailaba? AMA No sé. JULIETA Pregunta quién es.—Si ya tiene esposa, la tumba sería mi lecho de bodas. AMA Se llama Romeo y es un Montesco: el único hijo de tu gran enemigo. JULIETA ¡Mi amor ha nacido de mi único odio! Muy pronto le he visto y tarde le conozco. Fatal nacimiento de amor habrá sido si tengo que amar al peor enemigo. AMA ¿Qué dices? ¿Qué dices? JULIETA Unos versos que he aprendido de uno con quien bailé. Llaman a JULIETA desde dentro. AMA ¡Ya va! ¡Ya va!— Vamos, los convidados ya no están. Salen. 52 II. PRÓLOGO [Entra] el CORO CORO Ahora yace muerto el viejo amor y el joven heredero ya aparece. La bella que causaba tal dolor al lado de Julieta desmerece. Romeo ya es amado y es amante: los ha unido un hechizo en la mirada. Él es de su enemiga suplicante y ella roba a ese anzuelo la carnada. Él no puede jurarle su pasión, pues en la otra casa es rechazado, y su amada no tiene la ocasión de verse en un lugar con su adorado. Mas el amor encuentros les procura, templando ese rigor con la dulzura. [Sale.] 53 II.I Entra ROMEO solo. ROMEO ¿Cómo sigo adelante, si mi amor está aquí? Vuelve, triste barro, y busca tu centro. [Se esconde.] Entran BENVOLIO y MERCUCIO. BENVOLIO ¡Romeo! ¡Primo Romeo! ¡Romeo! MERCUCIO Este es muy listo, y seguro que se ha ido a dormir. BENVOLIO Vino corriendo por aquí y saltó la tapia de este huerto. Llámale, Mercucio. MERCUCIO Haré una invocación. ¡Antojos! ¡Locuelo! ¡Delirios! ¡Prendado! Aparece en forma de suspiro. Di un verso y me quedo satisfecho. Exclama «¡Ay de mí!», rima «amor» con «flor», di una bella palabra a la comadre Venus y ponle un mote al ciego de su hijo, Cupido el golfillo, cuyo dardo certero 54 hizo al rey Cofetua amar a la mendiga. Ni oye, ni bulle, ni se mueve: el mono se ha muerto; haré un conjuro. Conjúrote por los ojos claros de tu Rosalina, por su alta frente y su labio carmesí, su lindo pie, firme pierna, trémulo muslo y todas las comarcas adyacentes, que ante nosotros aparezcas en persona. BENVOLIO Como te oiga, se enfadará. MERCUCIO Imposible. Se enfadaría si yo hiciese penetrar un espíritu extraño en el cerco de su amada, dejándolo erecto hasta que se escurriese y esfumase. Eso sí le irritaría. Mi invocación es noble y decente: en nombre de su amada yo sólo le conjuro que aparezca. BENVOLIO Ven, que se ha escondido entre estos árboles, en alianza con la noche melancólica. Ciego es su amor, y lo oscuro, su lugar. MERCUCIO Si el amor es ciego, no puede atinar. Romeo está sentado al pie de una higuera deseando que su amada fuese el fruto que las mozas, entre risas, llaman higo. ¡Ah, Romeo, si ella fuese, ah, si fuese 55 un higo abierto y tú una pera! Romeo, buenas noches. Me voy a mi camita, que dormir al raso me da frío. Ven, ¿nos vamos? BENVOLIO Sí, pues es inútil buscar a quien no quiere ser hallado. Salen. ROMEO [adelantándose] Se ríe de las heridas quien no las ha sufrido. Pero, alto. ¿Qué luz alumbra esa ventana? Es el oriente, y Julieta, el sol. Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa, que está enferma y pálida de pena porque tú, que la sirves, eres más hermoso. Si es tan envidiosa, no seas su sirviente. Su ropa de vestal es de un verde apagado que sólo llevan los bobos. ¡Tírala! (Entra JULIETA arriba, en el balcón) ¡Ah, es mi dama, es mi amor! ¡Ojalá lo supiera! Mueve los labios, mas no habla. No importa: hablan sus ojos; voy a responderles. ¡Qué presuntuoso! No me habla a mí. 56 Dos de las estrellas más hermosas del cielo tenían que ausentarse y han rogado a sus ojos que brillen en su puesto hasta que vuelvan. ¿Y si ojos se cambiasen con estrellas? El fulgor de su mejilla les haría avergonzarse, como la luz del día a una lámpara; y sus ojos lucirían en el cielo tan brillantes que, al no haber noche, cantarían las aves. ¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano! ¡Ah, quién fuera el guante de esa mano por tocarle la mejilla! JULIETA ¡Ay de mí! ROMEO Ha hablado. ¡Ah, sigue hablando, ángel radiante, pues, en tu altura, a la noche le das tanto esplendor como el alado mensajero de los cielos ante los ojos en blanco y extasiados de mortales que alzan la mirada cuando cabalga sobre nube perezosa y surca el seno de los aires! JULIETA ¡Ah, Romeo, Romeo! ¿Por qué eres Romeo? Niega a tu padre y rechaza tu nombre, o, si no, júrame tu amor y ya nunca seré una Capuleto. 57 ROMEO ¿La sigo escuchando o le hablo ya? JULIETA Mi único enemigo es tu nombre. Tú eres tú, aunque seas un Montesco. ¿Qué es «Montesco» ? Ni mano, ni pie, ni brazo, ni cara, ni parte del cuerpo. ¡Ah, ponte otro nombre! ¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa sería tan fragante con cualquier otro nombre. Si Romeo no se llamase Romeo, conservaría su propia perfección sin ese nombre. Romeo, quítate el nombre y, a cambio de él, que es parte de ti, ¡tómame entera! ROMEO Te tomo la palabra. Llámame «amor» y volveré a bautizarme: desde hoy nunca más seré Romeo. JULIETA ¿Quién eres tú, que te ocultas en la noche e irrumpes en mis pensamientos? ROMEO Con un nombre no sé decirte quién soy. Mi nombre, santa mía, me es odioso porque es tu enemigo. Si estuviera escrito, rompería el papel. 58 JULIETA Mis oídos apenas han sorbido cien palabras de tu boca y ya te conozco por la voz. ¿No eres Romeo, y además Montesco? ROMEO No, bella mía, si uno a otro te disgusta. JULIETA Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y por qué? Las tapias de este huerto son muy altas y, siendo quien eres, el lugar será tu muerte si alguno de los míos te descubre. ROMEO Con las alas del amor salté la tapia, pues para el amor no hay barrera de piedra, y, como el amor lo que puede siempre intenta, los tuyos nada pueden contra mí. JULIETA Si te ven, te matarán. ROMEO ¡Ah! Más peligro hay en tus ojos que en veinte espadas suyas. Mírame con dul- zura y quedo a salvo de su hostilidad. JULIETA Por nada del mundo quisiera que te viesen. ROMEO Me oculta el manto de la noche y, si no me quieres, que me encuentren: 59 mejor que mi vida acabe por su odio que ver cómo se arrastra sin tu amor. JULIETA ¿Quién te dijo dónde podías encontrarme? ROMEO El amor, que me indujo a preguntar. Él me dio consejo; yo mis ojos le presté. No soy piloto, pero, aunque tú estuvieras le- jos, en la orilla más distante de los mares más re- motos, zarparía tras un tesoro como tú. JULIETA La noche me oculta con su velo; si no, el rubor teñiría mis mejillas por lo que antes me has oído decir. ¡Cuánto me gustaría seguir las reglas, negar lo dicho! Pero, ¡adiós al fingimiento! ¿Me quieres? Sé que dirás que sí y te creeré. Si jurases, podrías ser perjuro: dicen que Júpiter se ríe de los perjurios de amantes. ¡Ah, gentil Ro- meo! Si me quieres, dímelo de buena fe. O, si crees que soy tan fácil, me pondré áspera y rara, y diré « no » con tal que me enamores, y no más que por ti. Mas confía en mí: demostraré ser más fiel 60 que las que saben fingirse distantes. Reconozco que habría sido más cauta si tú, a escondidas, no hubieras oído mi confesión de amor. Así que, perdóname y no juzgues liviandad esta entrega que la oscuridad de la noche ha descubierto. ROMEO Juro por esa luna santa que platea las copas de estos árboles... JULIETA Ah, no jures por la luna, esa inconstante que cada mes cambia en su esfera, no sea que tu amor resulte tan variable. ROMEO ¿Por quién voy a jurar? JULIETA No jures; o, si lo haces, jura por tu ser adorable, que es el dios de mi idolatría, y te creeré. ROMEO Si el amor de mi pecho... JULIETA No jures. Aunque seas mi alegría, no me alegra nuestro acuerdo de esta noche: demasiado brusco, imprudente, repentino, igual que el relámpago, que cesa 61 antes de poder nombrarlo. Amor, buenas no- ches. Con el aliento del verano, este brote amoroso puede dar bella flor cuando volvamos a ver- nos. Adiós, buenas noches. Que el dulce descanso se aloje en tu pecho igual que en mi ánimo. ROMEO ¿Y me dejas tan insatisfecho? JULIETA ¿Qué satisfacción esperas esta noche? ROMEO La de jurarnos nuestro amor. JULIETA El mío te lo di sin que to pidieras; ojalá se pudiese dar otra vez. ROMEO ¿Te lo llevarías? ¿Para qué, mi amor? JULIETA Para ser generosa y dártelo otra vez. Y, sin embargo, quiero lo que tengo. Mi generosidad es inmensa como el mar, mi amor, tan hondo; cuanto más te doy, más tengo, pues los dos son infinitos. [Llama el AMA dentro.] Oigo voces dentro. Adiós, mi bien.— 62 ¡Ya voy, ama!—Buen Montesco, sé fiel. Espera un momento, vuelvo en seguida. [Sale.] ROMEO ¡Ah, santa, santa noche! Temo que, siendo de noche, todo sea un sueño, harto halagador y sin realidad. [Entra JULIETA arriba.] JULIETA Unas palabras, Romeo, y ya buenas noches. Si tu ánimo amoroso es honrado y tu fin, el matrimonio, hazme saber mañana (yo te enviaré un mensajero) dónde y cuándo será la ceremonia y pondré a tus pies toda mi suerte y te seguiré, mi señor, por todo el mundo. AMA [dentro] ¡Julieta! JULIETA ¡Ya voy!—Mas, si no es buena tu intención, te lo suplico... AMA [dentro] ¡Julieta! 63 JULIETA ¡Voy ahora mismo!—...abandona tu empeño y déjame con mi pena. Mañana lo dirás. ROMEO ¡Así se salve mi alma...! JULIETA ¡Mil veces buenas noches! Sale. ROMEO Mil veces peor, pues falta tu luz. El amor corre al amor como el niño huye del libro y, cual niño que va a clase, se retira entristeci- do. Vuelve a entrar JULIETA [arriba]. JULIETA ¡Chss, Romeo, chss! ¡Ah, quién fuera cetrero por llamar a este halcón peregrino! Mas el cautivo habla bajo, no puede gritar; si no, yo haría estallar la cueva de Eco y dejaría su voz más ronca que la mía repitiendo el nombre de Romeo. ROMEO Mi alma me llama por mi nombre. 64 ¡Qué dulces suenan las voces de amantes en la noche, igual que la música suave al oído! JULIETA ¡Romeo! ROMEO ¿Mi neblí?. JULIETA Mañana, ¿a qué hora te mando el mensajero? ROMEO A las nueve. JULIETA Allá estará. ¡Aún faltan veinte años! No me acuerdo por qué te llamé. ROMEO Deja que me quede hasta que te acuerdes. JULIETA Lo olvidaré para tenerte ahí delante, recordando tu amada compañía. ROMEO Y yo me quedaré para que siempre lo olvides, olvidándome de cualquier otro hogar. JULIETA Es casi de día. Dejaría que te fueses, pero no más allá que el pajarillo que, cual preso sujeto con cadenas, la niña mimada deja saltar de su mano para recobrarlo con hilo de seda, 65 amante celosa de su libertad. ROMEO ¡Ojalá fuera yo el pajarillo! JULIETA Ojalá lo fueras, mi amor, pero te mataría de cariño. ¡Ah, buenas noches! Partir es tan dulce pena que diré « buenas noches » hasta que amanez- ca. [Sale.] ROMEO ¡Quede el sueño en tus ojos, la paz en tu áni- mo! ¡Quién fuera sueño y paz, para tal descanso! A mi buen confesor en su celda he de verle por pedirle su ayuda y contarle mi suerte. [Sale.] 66 II.II Entra FRAY LORENZO solo, con una ces- ta. FRAY LORENZO Sonríe a la noche la clara mañana rayando las nubes con luces rosáceas. Las sombras se alejan como el que va ebrio, cediendo al día y al carro de Helio. Antes que el sol abra su ojo de llamas, que alegra el día y ablanda la escarcha, tengo que llenar esta cesta de mimbre de hierbas dañosas y flores que auxilien. La tierra es madre y tumba de natura, pues siempre da vida en donde sepulta: nacen de su vientre muy diversos hijos que toman sustento del seno nutricio. Por muchas virtudes muchos sobresalen; ninguno sin una y todos dispares. Grande es el poder curativo que guardan las hierbas y piedras y todas las plantas. Pues no hay nada tan vil en la tierra que algún beneficio nunca le devuelva, ni nada tan bueno que, al verse forzado, no vicie su ser y se aplique al daño. La virtud es vicio cuando sufre abuso y a veces el vicio puede dar buen fruto. 67 Entra ROMEO. Bajo la envoltura de esta tierna flor convive el veneno con la curación, porque, si la olemos, al cuerpo da alivio, mas, si la probamos, suspende el sentido. En el hombre acampan, igual que en las hier- bas, virtud y pasión, dos reyes en guerra; y, siempre que el malo sea el que aventaja, muy pronto el gusano devora esa planta. ROMEO Buenos días, padre. FRAY LORENZO ¡Benedicite! ¿Qué voz tan suave saluda tan pronto? Hijo, despedirse del lecho a estas horas dice que a tu mente algo la trastorna. La preocupación desvela a los viejos y donde se aloja, no reside el sueño; mas donde la mocedad franca y exenta extiende sus miembros, el sueño gobierna. Si hoy madrugas, me inclino a pensar que te ha levantado alguna ansiedad. O, si no, y entonces seguro que acierto, esta noche no se ha acostado Romeo. ROMEO Habéis acertado, pero fue una dicha. 68 FRAY LORENZO ¡Dios borre el pecado! ¿Viste a Rosalina? ROMEO ¿Cómo Rosalina? No, buen padre, no. Ya olvidé ese nombre y el pesar que dio. FRAY LORENZO Bien hecho, hijo mío. Mas, ¿dónde has estado? ROMEO Dejad que os lo diga sin gastar preámbulos. He ido a la fiesta del que es mi enemigo, donde alguien de pronto me ha dejado herido, y yo he herido a alguien. Nuestra curación está en vuestra mano y santa labor. No me mueve el odio, padre, pues mi ruego para mi enemigo también es benéfico. FRAY LORENZO Habla claro, hijo: confesión de enigmas solamente trae absolución ambigua. ROMEO Pues oíd: la amada que llena mi pecho es la bella hija del gran Capuleto. Le he dado mi alma, y ella a mí la suya; ya estamos unidos, salvo lo que una vuestro sacramento. Dónde, cómo y cuándo la vi, cortejé, y juramos amarnos, os lo diré de camino; lo que os pido es que accedáis a casarnos hoy mismo. 69 FRAY LORENZO ¡Por San Francisco bendito, cómo cambias! ¿Así a Rosalina, amor de tu alma, ya has abandonado? El joven amor sólo está en los ojos, no en el corazón. ¡Jesús y María! Por tu Rosalina bañó un océano tus mustias mejillas. ¡Cuánta agua salada has tirado en vano, sazonando amor, para no gustarlo! Aún no ha deshecho el sol tus suspiros, y aún tus lamentos suenan en mi oído. Aquí, en la mejilla, te queda la mancha de una antigua lágrima aún no enjugada. Si eras tú mismo, y tanto sufrías, tú y tus penas fueron para Rosalina. ¿Y ahora has cambiado? Pues di la sentencia: «Que engañe mujer si el hombre flaquea». ROMEO Me reñíais por amar a Rosalina. FRAY LORENZO Mas no por tu amor: por tu idolatría. ROMEO Queríais que enterrase el amor. FRAY LORENZO No quieras meterlo en la tumba y tener otro fuera. ROMEO No me censuréis. La que amo ahora 70 con amor me paga y su favor me otorga. La otra lo negaba. FRAY LORENZO Te oía muy bien declamar amores sin saber leer. Mas ven, veleidoso, ven ahora conmigo; para darte ayuda hay un buen motivo: en vuestras familias servirá la unión para que ese odio se cambie en amor. ROMEO Hay que darse prisa. Vámonos ya, venga. FRAY LORENZO Prudente y despacio. Quien corre, tropieza. Salen. II.III Entran BENVOLIO y MERCUCIO. MERCUCIO ¿Dónde demonios puede estar Romeo? Anoche, ¿no volvió a casa? BENVOLIO No a la de su padre, según un criado. 71 MERCUCIO Esa moza pálida y cruel, esa Rosalina, le va a volver loco de tanto tormento. BENVOLIO Tebaldo, sobrino del viejo Capuleto, ha enviado una carta a casa de su padre. MERCUCIO ¡Un reto, seguro! BENVOLIO Romeo responderá. MERCUCIO Quien sabe escribir puede responder una car- ta. BENVOLIO No, responderá al que la escribe: el retado re- tará. MERCUCIO ¡Ah, pobre Romeo! Él, que ya está muerto, traspasado por los ojos negros de una moza blan- ca, el oído atravesado por canción de amor, el centro del corazón partido por la flecha del niño ciego. ¿Y él va a enfrentarse a Tebaldo? BENVOLIO Pues, ¿qué tiene Tebaldo? MERCUCIO Es el rey de los gatos, pero más. Es todo un artista del ceremonial: combate como quien canta las notas, respetando tiempo, distancia y medida; 72 observando las pausas, una, dos y la tercera en el pecho; perforándote el botón de la camisa; un duelista, un duelista. Caballero de óptima escuela, de la causa primera y segunda. Ah, la fatal «passa- ta» , el «punto reverso», el «hai» BENVOLIO ¿El qué? MERCUCIO ¡Mala peste a estos afectados, a estos relami- dos y a su nuevo acento! «¡Jesús, qué buena espa- da! ¡Qué hombre más apuesto! ¡Qué buena puta!» ¿No es triste, abuelo, tener que sufrir a estas mos- cas foráneas, estos novedosos, estos «excusadme» , tan metidos en su nuevo ropaje que ya no se acuerdan de los viejos hábitos? ¡Ah, su cuerpo, su cuerpo! Entra ROMEO. BENVOLIO Aquí está Romeo, aquí está Romeo. MERCUCIO Sin su Romea y como un arenque ahumado. ¡Ah, carne, carne, te has vuelto pescado! Ahora está para los versos en los que fluía Petrarca. Al lado de su amada, Laura fue una fregona (y eso que su amado sí sabía celebrarla); Dido, un guiña- po; Cleopatra, una gitana; Helena y Hero, pencos 73 y pendones; Tisbe, con sus ojos claros, no tenía nada que hacer. Signor Romeo, bon jour: saludo francés a tu calzón francés. Anoche nos lo diste bien. ROMEO Buenos días a los dos. ¿Qué os di yo anoche? MERCUCIO El esquinazo. ¿Es que no entiendes? ROMEO Perdona, buen Mercucio. Mi asunto era im- portante, y en un caso así se puede plegar la corte- sía. MERCUCIO Eso es como decir que en un caso como el tu- yo se deben doblar las corvas. ROMEO ¿Hacer una reverencia? MERCUCIO La has clavado en el blanco. ROMEO ¡Qué exposición tan cortés! MERCUCIO Es que soy el culmen. ROMEO ¿De la cortesía? MERCUCIO Exacto. 74 ROMEO No, eres el colmo, y sin la cortesía. MERCUCIO ¡Qué ingenio! Sígueme la broma hasta gastar el zapato, que, cuando suelen gastarse las suelas, te quedas desolado por el pie. ROMEO ¡Ah, broma descalza, que ya no consuela! MERCUCIO Sepáranos, Benvolio: me flaquea el sentido. ROMEO Mete espuelas, mete espuelas o te gano. MERCUCIO Si hacemos carrera de gansos, pierdo yo, que tú eres más ganso con un solo sentido que yo con mis cinco. ¿Estamos empatados en lo de «ganso» ? ROMEO Empatados, no. En lo de «ganso» estamos en- gansados. MERCUCIO Te voy a morder la oreja por esa. ROMEO Ganso que grazna no muerde. MERCUCIO Tu ingenio es una manzana amarga, una salsa picante. ROMEO ¿Y no da sabor a un buen ganso? 75 MERCUCIO ¡Vaya ingenio de cabritilla, que de una pulgada se estira a una vara! ROMEO Yo lo estiro para demostrar que a lo ancho y a lo largo eres un inmenso ganso. MERCUCIO ¿A que más vale esto que gemir de amor? Ahora eres sociable, ahora eres Romeo, ahora eres quien eres, por arte y por naturaleza, pues ese amor babeante es como un tonto que va de un lado a otro con la lengua fuera para meter su bas- tón en un hoyo. BENVOLIO ¡Para, para! MERCUCIO Tú quieres que pare mi asunto a contrapelo. BENVOLIO Si no, tu asunto se habría alargado. MERCUCIO Te equivocas: se habría acortado, porque ya había llegado al fondo del asunto y no pensaba seguir con la cuestión. ROMEO ¡Vaya aparato! Entran el AMA y su criado [PEDRO]. 76 ¡Velero a la vista! MERCUCIO Dos, dos: camisa y camisón. AMA ¡Pedro! PEDRO Voy. AMA Mi abanico, Pedro. MERCUCIO Para taparle la cara, Pedro: el abanico es más bonito. AMA Buenos días, señores. MERCUCIO Buenas tardes, hermosa señora. AMA ¿Buenas tardes ya? MERCUCIO Sí, de veras, pues el obsceno reloj está clavado en la raya de las doce. AMA ¡Fuera! ¿Qué hombre sois? ROMEO Señora, uno creado por Dios para que se vicie solo. 77 AMA Muy bien dicho, vaya que sí. «Para que se vicie solo», bien.—Señores, ¿puede decirme alguno dónde encontrar al joven Romeo? ROMEO Yo puedo, pero, cuando le halléis, el joven Romeo será menos joven de lo que era cuando le buscabais: yo soy el más joven con ese nombre a falta de otro peor. AMA Muy bien. MERCUCIO ¡Ah! ¿Está bien ser el peor? ¡Qué agudeza! Muy lista, muy lista. AMA Si sois vos, señor, deseo hablaros conferencial- mente. BENVOLIO Le intimará a cenar. MERCUCIO ¡Alcahueta, alcahueta! ¡Eh-oh! ROMEO ¿Has visto una liebre? MERCUCIO Una liebre, no: tal vez un conejo viejo y pellejo para un pastel de Cuaresma. Anda alrededor de ellos cantando. 78 Conejo viejo y pellejo, conejo pellejo y viejo es buena carne en Cuaresma. Pero conejo pasado ya no puede ser gozado si se acartona y reseca. Romeo, ¿vienes a casa de tu padre? Comemos allí. ROMEO Ahora os sigo. MERCUCIO Adiós, vieja señora. Adiós, señora, señora, se- ñora. Salen MERCUCIO y BENVOLIO. AMA Decidme, señor. ¿Quién es ese grosero tan lle- no de golferías? ROMEO Un caballero, ama, al que le encanta escuchar- se y que habla más en un minuto de lo que oye en un mes. AMA Como diga algo contra mí, le doy en la cresta, por muy robusto que sea, él o veinte como él. Y, si yo no puedo, ya encontraré quien lo haga. ¡Mi- 79 serable! Yo no soy una de sus ninfas, una de sus golfas. Se vuelve a su criado PEDRO. ¡Y tú delante, permitiendo que un granuja me trate a su gusto! PEDRO Yo no vi que nadie os tratara a su gusto. Si no, habría sacado el arma al instante. De verdad: soy tan rápido en sacar como el primero si veo una buena razón para luchar y tengo la ley de mi parte. AMA Dios santo, estoy tan disgustada que me tiem- bla todo el cuerpo. ¡Miserable! — Deseo hablaros, señor. Como os decía, mi señorita me manda bus- caros. El mensaje me lo guardo. Primero, permitid que os diga que si, como suele decirse, pensáis tenderle un lazo, sería juego sucio. Pues ella es muy joven y, si la engañáis, sería una mala pasada con cualquier mujer, una acción muy turbia. ROMEO Ama, encomiéndame a tu dama y señora. De- claro solemnemente... AMA ¡Dios os bendiga! Voy a decírselo. Señor, Se- ñor, ¡no cabrá de gozo! 80 ROMEO ¿Qué vas a decirle, ama? No has entendido. AMA Le diré, señor, que os declaráis, y que eso es proposición de caballero. ROMEO Dile que vea la manera de acudir esta tarde a confesarse, y allí, en la celda de Fray Lorenzo, se confesará y casará. Toma, por la molestia. AMA No, de veras, señor. Ni un centavo. ROMEO Vamos, toma. AMA ¿Esta tarde, señor? Pues allí estará. ROMEO Ama, espera tras la tapia del convento. A esa hora estará contigo mi criado y te dará la escalera de cuerda que en la noche secreta ha de llevarme a la cumbre suprema de mi dicha. Adiós, guarda silencio y serás recompensada. Adiós, encomiéndame a tu dama. AMA ¡Que el Dios del cielo os bendiga! Esperad, señor. ROMEO ¿Qué quieres, mi buena ama? 81 AMA ¿Vuestro criado es discreto? Lo habréis oído: «Dos guardan secreto si uno lo ignora». ROMEO Descuida: mi criado es más fiel que el acero. AMA Pues mi señorita es la dama más dulce... ¡Se- ñor, Señor! ¡Tan parlanchina de niña! Ah, hay un noble en la ciudad, un tal Paris, que le tiene echa- do el ojo, pero ella, Dios la bendiga, antes que verle a él prefiere ver un sapo, un sapo de verdad. Yo a veces la irrito diciéndole que Paris es el más apuesto, pero, de veras, cuando se lo digo, se pone más blanca que una sábana. ¿A que «romero» y «Romeo» empiezan con la misma letra? ROMEO Sí, ama, con una erre. ¿Qué pasa? AMA ¡Ah, guasón! «Erre» es lo que hace el perro. Con erre empieza la... No, que empieza con otra letra. Ella ha hecho una frase preciosa sobre vos y el romero; os daría gusto oírla. ROMEO Encomiéndame a tu dama. AMA Sí, mil veces. Sale [ROMEO]. 82 ¡Pedro! PEDRO ¡Voy! AMA Delante y deprisa. Salen. II.IV Entra JULIETA. JULIETA El reloj daba las nueve cuando mandé al ama; prometió volver en media hora. Tal vez no lo encuentra; no, imposible. Es que anda despacio. El amor debiera anun- ciarlo el pensamiento, diez veces más rápido que un rayo de sol disipando las sombras de los lúgubres montes. Por eso llevan a Ve- nus veloces palomas y Cupido tiene alas. El sol está ahora en la cumbre más alta del día; de las nueve a las doce van tres largas horas, y aún no ha vuelto. 83 Si tuviera sentimientos y sangre de joven, sería más veloz que una pelota: mis palabras la enviarían a mi amado, y las suyas me la devolverían. Pero estos viejos... Muchos se hacen el muer- to; torpes, lentos, pesados y más pálidos que el plomo. Entra el AMA [con PEDRO]. ¡Dios santo, es ella! Ama, mi vida, ¿qué hay? ¿Le has visto? Despide al criado. AMA Pedro, espera a la puerta. [Sale PEDRO.] JULIETA Mi querida ama... Dios santo, ¿tan seria? Si las noticias son malas, dilas alegre; si son buenas, no estropees su música viniéndome con tan mala cara. AMA Estoy muy cansada. Espera un momento. ¡Qué dolor de huesos! ¡Qué carreras! JULIETA Por tus noticias te daría mis huesos. 84 Venga, vamos, habla, buena ama, habla. AMA ¡Jesús, qué prisa! ¿No puedes esperar? ¿No ves que estoy sin aliento? JULIETA ¿Cómo puedes estar sin aliento, si lo tienes para decirme que estás sin aliento? Tu excusa para este retraso es más larga que el propio mensaje. ¿Traes buenas o malas noticias? Contesta. Di una cosa a otra, y ya vendrán los detalles. Que sepa a qué atenerme: ¿Son buenas o ma- las? AMA Eres muy simple eligiendo, no sabes elegir hombre. ¿Romeo? No, él no. Y eso que es más guapo que nadie, que tiene mejores piernas, y que las ma- nos, los pies y el cuerpo, aunque no merecen co- mentarse no tienen comparación. Sin ser la flor de la cortesía es más dulce que un cordero. Anda ya, mujer, sirve a Dios. ¿Has comido en casa? 85 JULIETA ¡No, no! Todo eso lo sabía. ¿Qué dice de matrimonio, eh? AMA ¡Señor, qué dolor de cabeza! ¡Ay, mi cabeza! Palpita como si fuera a saltar en veinte trozos. Mi espalda al otro lado... ¡Ay, mi espalda! ¡Que Dios te perdone por mandarme por ahí para matarme con tanta carrera! JULIETA Me da mucha pena verte así. Querida, mi querida ama, ¿qué dice mi amor? AMA Tu amor dice, como caballero honorable, cortés, afable y apuesto, y sin duda virtuoso... ¿Dónde está tu madre? JULIETA ¿Que dónde está mi madre? Pues, dentro. ¿Dónde iba a estar? ¡Qué contestación más ra- ra! «Tu amor dice, como caballero... ¿Dónde está tu madre?» AMA ¡Virgen santa! ¡Serás impaciente! Repórtate. ¿Es esta la cura para mi dolor de huesos? Desde ahora, haz tú misma los recados. 86 JULIETA ¡Cuánto embrollo! Vamos, ¿qué dice Romeo? AMA ¿Tienes permiso para ir hoy a confesarte? JULIETA Sí. AMA Pues corre a la celda de Fray Lorenzo: te espera un marido para hacerte esposa. Ya se te rebela la sangre en la cara: por cualquier noticia se te pone roja. Corre a la iglesia. Yo voy a otro sitio por una escalera, con la que tu amado, cuando sea de noche, subirá a tu nido. Soy la esclava y me afano por tu dicha, pero esta noche tú serás quien lleve la carga. Yo me voy a comer. Tú vete a la celda. JULIETA ¡Con mi buena suerte! Adiós, ama buena. Salen. 87 II.V Entran FRAY LORENZO y ROMEO. FRAY LORENZO Sonría el cielo ante el santo rito y no nos castigue después con pesares. ROMEO Amén. Mas por grande que sea el sufrimiento, no podrá superar la alegría que me invade al verla un breve minuto. Unid nuestras manos con las santas palabras y que la muerte, devoradora del amor, haga su voluntad: llamarla mía me basta. FRAY LORENZO El gozo violento tiene un fin violento y muere en su éxtasis como fuego y pólvora, que, al unirse, estallan. La más dulce miel empalaga de pura delicia y, al probarla, mata el apetito. Modera tu amor y durará largo tiempo: el muy rápido llega tarde como el lento. Entra JULIETA apresurada y abraza a ROMEO. Aquí está la dama. Ah, pies tan ligeros no pueden desgastar la dura piedra. 88 Los enamorados pueden andar sin caerse por los hilos de araña que flotan en el aire travieso del verano; así de leve es la ilusión. JULIETA Buenas tardes tenga mi padre confesor. FRAY LORENZO Romeo te dará las gracias por los dos, hija. JULIETA Y un saludo a él, o las suyas estarían de más. ROMEO Ah, Julieta, si la cima de tu gozo se eleva como la mía y tienes más arte que yo para ensalzarlo, que tus palabras endul- cen el aire que nos envuelve, y la armonía de tu voz revele la dicha íntima que ambos sentimos en este encuentro. JULIETA El sentimiento, si no lo abruma el adorno, se precia de su verdad, no del ornato. Sólo los pobres cuentan su dinero, mas mi amor se ha enriquecido de tal modo que no puedo sumar la mitad de mi fortuna. FRAY LORENZO Vamos, venid conmigo y pronto acabaremos, pues, con permiso, no vais a quedar solos hasta que la Iglesia os una en matrimonio. 89 Salen. III.I Entran MERCUCIO, BENVOLIO y sus criados. BENVOLIO Te lo ruego buen Mercucio, vámonos. Hace calor, los Capuletos han salido y, si los encontramos, tendremos pelea, pues este calor inflama la sangre. MERCUCIO Tú eres uno de esos que, cuando entran en la taberna, golpean la mesa con la espada diciendo «Quiera Dios que no te necesite» y, bajo el efecto del segundo vaso, desenvainan contra el taberne- ro, cuando no hay necesidad. BENVOLIO ¿Yo soy así? MERCUCIO Vamos, vamos. Cuando te da el ramalazo, eres tan vehemente como el que más en Italia: te inci- tan a ofenderte y te ofendes porque te incitan. BENVOLIO ¿Ah, sí? 90 MERCUCIO Si hubiera dos así, muy pronto no habría nin- guno, pues se matarían. ¿Tú? ¡Pero si tú te peleas con uno porque su barba tiene un pelo más o me- nos que la tuya! Te peleas con quien parte avella- nas porque tienes ojos de avellana. ¿Qué otro ojo sino el tuyo vería en ello motivo? En tu cabeza hay más broncas que sustancia en un huevo, sólo que, con tanta bronca, a tu cabeza le han zurrado más que a un huevo huero. Te peleaste con uno que tosió en la calle porque despertó a tu perro, que estaba durmiendo al sol. ¿No la armaste con un sastre porque estrenó jubón antes de Pascua? ¿Y con otro porque les puso cordoneras viejas a los zapatos nuevos? ¿Y ahora tú me sermoneas sobre las broncas?. BENVOLIO Si yo fuese tan peleón como tú, podría vender mi renta vitalicia por simplemente una hora y cuarto. MERCUCIO ¿Simplemente? ¡Ah, simple! Entran TEBALDO y otros. BENVOLIO Por mi cabeza, ahí vienen los Capuletos. 91 MERCUCIO Por mis pies, que me da igual. TEBALDO Quedad a mi lado, que voy a hablarles.— Buenas tardes, señores. Sólo dos palabras. MERCUCIO ¿Una para cada uno? Ponedle pareja: que sea palabra y golpe. TEBALDO Señor, si me dais motivo, no voy a quedarme quieto. MERCUCIO ¿No podríais tomar motivo sin que se os dé? TEBALDO Mercucio, sois del grupo de Romeo. MERCUCIO ¿Grupo? ¿Es que nos tomáis por músicos? Pues si somos músicos, vais a oír discordancias. Aquí está el arco de violín que os va a hacer bailar. ¡Voto a...! ¡Grupo! BENVOLIO Estamos hablando en la vía pública. Dirigíos a un lugar privado, tratad con más calma vuestras diferencias o, si no, marchaos. Aquí nos ven muchos ojos. MERCUCIO Los ojos se hicieron para ver: que vean. No pienso moverme por gusto de nadie. 92 Entra ROMEO. TEBALDO Quedad en paz, señor. Aquí está mi hombre. MERCUCIO Que me cuelguen si sirve en vuestra casa. Os servirá en el campo del honor: en eso vuestra merced sí puede llamarle hom- bre. TEBALDO Romeo, es tanto lo que te estimo que puedo decirte esto: eres un ruin. ROMEO Tebaldo, razones para estimarte tengo yo y excusan el furor que corresponde a tu saludo. No soy ningún ruin, así que adiós. Veo que no me conoces. TEBALDO Niño, eso no excusa las ofensas que me has hecho, conque vuelve y desenvai- na. ROMEO Te aseguro que no te he ofendido y que te aprecio más de lo que puedas figurarte mientras no sepas por qué. Así que, buen Capuleto, cuyo nombre estimo en tanto como el mío, queda en paz. 93 MERCUCIO ¡Qué rendición tan vil y deshonrosa! Y el Stocatta sale airoso. [Desenvaina.] Tebaldo, cazarratas, ¿luchamos? TEBALDO ¿Tú qué quieres de mí? MERCUCIO Gran rey de los gatos, tan sólo perderle el res- peto a una de tus siete vidas y, según como me trates desde ahora, zurrar a las otras seis. ¿Quieres sacar ya de cuajo tu espada? Deprisa, o la mía te hará echar el cuajo. TEBALDO [desenvaina] Dispuesto. ROMEO Noble Mercucio, envaina esa espada. MERCUCIO Venga, a ver tu «passata». [Luchan.] ROMEO Benvolio, desenvaina y abate esas espadas.— ¡Señores, por Dios, evitad este oprobio! Tebaldo, Mercucio, el Príncipe ha prohibido expresamente pelear en las calles de Verona. 94 ¡Basta, Tebaldo, Mercucio! TEBALDO hiere a MERCUCIO bajo el brazo de ROMEO y huye [con los suyos]. MERCUCIO Estoy herido. ¡Malditas vuestras familias! Se acabó. ¿Se fue sin llevarse nada? BENVOLIO ¿Estás herido? MERCUCIO Sí, sí: es un arañazo, un arañazo. Eso basta. ¿Y mi paje? — Vamos, tú, corre por un médi- co. [Sale el paje.] ROMEO Ánimo, hombre. La herida no será nada. MERCUCIO No, no es tan honda como un pozo, ni tan an- cha como un pórtico, pero es buena, servirá. Pre- gunta por mí mañana y me verás mortuorio. Te juro que en este mundo ya no soy más que un fiambre. ¡Malditas vuestras familias! ¡Voto a...! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato me arañe de muerte! ¡Un bravucón, un granuja, un canalla, que lucha según reglas matemáticas! ¿Por 95 qué demonios te metiste en medio? Me hirió bajo tu brazo. ROMEO Fue con la mejor intención. MERCUCIO Llévame a alguna casa, Benvolio, o me desmayo. ¡Malditas vuestras familias! Me han convertido en pasto de gusanos. Estoy herido, y bien. ¡Malditas! Sale [con BENVOLIO]. ROMEO Este caballero, pariente del Príncipe, amigo entrañable, está herido de muerte por mi causa; y mi honra, mancillada con la ofensa de Tebaldo. Él, que era primo mío desde hace poco. ¡Querida Julieta, tu belleza me ha vuelto pusilánime y ha ablandado el temple de mi acero! Entra BENVOLIO. BENVOLIO ¡Romeo, Romeo, Mercucio ha muerto! Su alma gallarda que, siendo tan joven, desdeñaba la tierra, ha subido al cielo. ROMEO Un día tan triste augura otros males: 96 empieza un dolor que ha de prolongarse. Entra TEBALDO. BENVOLIO Aquí retorna el furioso Tebaldo. ROMEO Vivo, victorioso, y Mercucio, asesinado. ¡Vuélvete al cielo, benigna dulzura, y sea mi guía la cólera ardiente! Tebaldo, te devuelvo lo de «ruin» con que me ofendiste, pues el alma de Mercu- cio está sobre nuestras cabezas esperando a que la tuya sea su compañera. Tú, yo, o los dos le seguiremos. TEBALDO Desgraciado, tú, que andabas con él, serás quien le siga. ROMEO Esto lo decidirá. Luchan. Cae TEBALDO. BENVOLIO ¡Romeo, huye, corre! La gente está alertada y Tebaldo ha muerto. 97 ¡No te quedes pasmado! Si te apresan, el Prín- cipe te condenará a muerte. ¡Vete, huye! ROMEO ¡Ah, soy juguete del destino! BENVOLIO ¡Muévete! Sale ROMEO. Entran CIUDADANOS. CIUDADANO ¿Por dónde ha huido el que mató a Mercucio? Tebaldo, ese criminal, ¿por dónde ha huido? BENVOLIO Ahí yace Tebaldo. CIUDADANO Vamos, arriba, ven conmigo. En nombre del Príncipe, obedece. Entran el PRÍNCIPE, MONTESCO, CA- PULETO, sus esposas y todos. PRÍNCIPE ¿Dónde están los viles causantes de la riña? BENVOLIO Ah, noble Príncipe, yo puedo explicaros lo que provocó el triste altercado. Al hombre que ahí yace Romeo dio muerte; 98 él mató a Mercucio, a vuestro pariente. SEÑORA CAPULETO ¡Tebaldo, sobrino! ¡Hijo de mi hermano! ¡Príncipe, marido! Se ha derramado sangre de mi gente. Príncipe, sois recto: esta sangre exige sangre de un Montesco. ¡Ah, Tebaldo, sobrino! PRÍNCIPE Benvolio, ¿quién provocó este acto sangrien- to? BENVOLIO Tebaldo, aquí muerto a manos de Romeo. Siempre con respeto, Romeo le hizo ver lo infundado de la lucha y le recordó vuestro disgusto; todo ello, expresado cortésmente, con calma y doblando la rodilla, no logró aplacar la ira indomable de Tebaldo, quien, sordo a la amistad, con su acero arremetió contra el pecho de Mercucio, que, igual de furioso, respondió desenvainan- do y, con marcial desdén, apartaba la fría muerte con la izquierda, y con la otra devolvía la estocada a Tebaldo, cuyo arte la paraba. Romeo les gritó «¡Alto, amigos, separaos!» , y su ágil brazo, más presto que su lengua, abatió sus armas 99 y entre ambos se interpuso. Por debajo de su brazo, un golpe ruin de Tebaldo acabó con la vida de Mercucio. Huyó Tebaldo, mas pronto volvió por Romeo, que entonces pensó en tomar venganza. Ambos se enzarza- ron como el rayo, pues antes de que yo pudiera separarlos, Tebaldo fue muerto; y antes que cayera, Romeo ya huía. Que muera Benvolio si dice mentira. SEÑORA CAPULETO Este es un pariente del joven Montesco; no dice verdad, miente por afecto. De ellos lucharon unos veinte o más y sólo una vida pudieron quitar. Que hagáis justicia os debo pedir: quien mató a Tebaldo, no debe vivir. PRÍNCIPE Le mató Romeo, él mató a Mercucio. ¿Quién paga su muerte, que llena de luto? MONTESCO No sea Romeo, pues era su amigo. Matando a Tebaldo, él tan sólo hizo lo que hace la ley. PRÍNCIPE Pues por ese exceso inmediatamente de aquí le destierro. Vuestra gran discordia ahora me atañe: 100 con vuestras refriegas ya corre mi sangre. Mas voy a imponeros sanción tan severa que habrá de pesaros el mal de mi pérdida. Haré oídos sordos a excusas y ruegos, y no va a libraros ni el llanto ni el rezo, así que evitadlos. Que Romeo huya, pues, como le encuentren, su muerte es segu- ra. Llevad este cuerpo y cumplid mi sentencia: si a quien mata absuelve, mata la clemencia. Salen. III.II Entra JULIETA sola. JULIETA Galopad raudos, corceles fogosos, a la morada de Febo; la fusta de Faetonte os llevaría al poniente, trayendo la noche tenebrosa. Corre tu velo tupido, noche de amores; apáguese la luz fugitiva y que Romeo, en silencio y oculto, se arroje en mis brazos. Para el rito amoroso basta a los amantes 101 la luz de su belleza; o, si ciego es el amor, congenia con la noche. Ven, noche discreta, matrona vestida de negro solemne, y enséñame a perder el juego que gano, en el que los dos arriesgamos la virginidad. Con tu negro manto cubre la sangre inexperta que arde en mi cara, hasta que el pudor se torne audacia, y simple pudor un acto de amantes. Ven, noche; ven, Romeo; ven, luz de mi no- che, pues yaces en las alas de la noche más blanco que la nieve sobre el cuervo. Ven, noche gentil, noche tierna y sombría, dame a mi Romeo y, cuando yo muera, córtalo en mil estrellas menudas: lucirá tan hermoso el firmamento que el mundo, enamorado de la noche, dejará de adorar al sol hiriente. Ah, compré la morada del amor y aún no la habito; estoy vendida y no me han gozado. El día se me hace eterno, igual que la víspera de fiesta para la niña que quiere estrenar un vestido y no puede. Aquí viene el ama. Entra el AMA retorciéndose las manos, con la escalera de cuerda en el regazo. 102 Ah, me trae noticias, y todas las bocas que hablan de Romeo rebosan divina elocuen- cia. ¿Qué hay de nuevo, ama? ¿Qué llevas ahí? ¿La escalera que Romeo te pidió que trajeses? AMA Sí, sí, la escalera. [La deja en el suelo.] JULIETA Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué te retuerces las ma- nos? AMA ¡Ay de mí! ¡Ha muerto, ha muerto! Estamos perdidas, Julieta, perdidas. ¡Ay de mí! ¡Nos ha dejado, está muerto! JULIETA ¿Tan malvado es el cielo? AMA El cielo, no: Romeo. ¡Ah, Romeo, Romeo! ¿Quién iba a pensarlo? ¡Romeo! JULIETA ¿Qué demonio eres tú para así atormentarme? Es una tortura digna del infierno. ¿Se ha matado Romeo? Di que sí, y tu sílaba será más venenosa que la mirada mortal del basilisco. 103 Yo no seré yo si dices que sí, o si están cerrados los ojos que te lo hacen decir. Si ha muerto di «sí»; si vive, di «no». Decirlo resuelve mi dicha o dolor. AMA Vi la herida, la vi con mis propios ojos (¡Dios me perdone!) en su pecho gallardo. El pobre cadáver, triste y sangriento, demacrado y manchado de sangre, de sangre cuajada. Me desmayé al verlo. JULIETA ¡Estalla, corazón, mi pobre arruinado! ¡Ojos, a prisión, no veáis la libertad! ¡Barro vil, retorna a la tierra, perece y únete a Romeo en lecho de muerte! AMA ¡Ay, Tebaldo, Tebaldo! ¡Mi mejor amigo! ¡Tebaldo gentil, caballero honrado, vivir para verte muerto! JULIETA ¿Puede haber tormenta más hostil? ¿Romeo sin vida y Tebaldo muerto? ¿Mi querido primo, mi amado señor? Anuncia, trompeta, el Día del Juicio, pues, si ellos han muerto, ¿quién queda ya vi- vo? AMA Tebaldo está muerto y Romeo, desterrado. 104 Romeo le mató y fue desterrado. JULIETA ¡Dios mío! ¿Romeo derramó sangre de Tebal- do? AMA Sí, sí, válgame el cielo, sí. JULIETA ¡Qué alma de serpiente en su cara florida! ¿Cuándo un dragón guardó tan bella cueva? ¡Hermoso tirano, angélico demonio! ¡Cuervo con plumas de paloma, cordero lobu- no! ¡Ser despreciable de divina presencia! Todo lo contrario de lo que parecías, un santo maldito, un ruin honorable. Ah, naturaleza, ¿qué no harías en el infierno si alojaste un espíritu diabólico en el cielo mortal de tan grato cuerpo? ¿Hubo libro con tal vil contenido y tan bien encuadernado? ¡Ah, que el engaño resida en palacio tan regio! AMA En los hombres no hay lealtad, fidelidad, ni honradez. Todos son perjuros, embusteros, perversos y falsos. ¿Dónde está mi criado? Dame un aguardiente: las penas y angustias me envejecen. ¡Caiga el deshonor sobre Ro- meo! 105 JULIETA ¡Que tu lengua se llague por ese deseo! Él no nació para el deshonor. El deshonor se avergüenza de posarse en su frente, que es el trono en que el honor puede reinar como único monarca de la tierra. ¡Ah, qué monstruo he sido al insultarle! AMA ¿Vas a hablar bien del que mató a tu primo? JULIETA ¿Quieres que hable mal del que es mi esposo? ¡Mi pobre señor! ¿Quién repara el daño que ha hecho a tu nombre tu reciente esposa? Mas, ¿por qué, infame, mataste a mi primo? Porque el infame de mi primo te habría mata- do. Atrás, necias lágrimas, volved a la fuente; sed el tributo debido al dolor y no, por error, una ofrenda a la dicha. Mi esposo está vivo y Tebaldo iba a matarle; Tebaldo ha muerto y habría matado a Romeo. Si esto me consuela, ¿por qué estoy llorando? Había otra palabra, peor que esa muerte, que a mí me ha matado. Quisiera olvidarla, mas, ay, la tengo grabada en la memoria como el crimen en el alma del culpable. «Tebaldo está muerto y Romeo, desterrado». Ese «desterrado», esa palabra 106 ha matado a diez mil Tebaldos. Su muerte ya sería un gran dolor si ahí terminase. Mas si este dolor quiere compañía y ha de medirse con otros pesares, ¿por qué, cuando dijo «Tebaldo ha muerto», no añadió «tu padre», «tu madre», o los dos? Mi luto hubiera sido natural. Pero a esa muerte añadir por sorpresa «Romeo, desterrado», pronunciar tal palabra es matar a todos, padre, madre, Tebaldo, Romeo, Julieta, todos. «¡Romeo, desterrado!» No hay fin, ni límite, linde o medida para la muerte que da esa palabra, ni palabras que la expresen. Ama, ¿dónde están mis pa- dres? AMA Llorando y penando sobre el cuerpo de Te- baldo. ¿Vas con ellos? Yo te llevo. JULIETA Cesará su llanto y seguirán fluyendo mis lágrimas por la ausencia de Romeo. Como yo, las pobres cuerdas se engañaron; recógelas: Romeo está desterrado. Para subir a mi lecho erais la ruta, mas yo, virgen, he de morir virgen viuda. Venid, pues. Ven, ama. Voy al lecho nupcial, llévese la muerte mi virginidad. 107 AMA Tú corre a tu cuarto. Te traeré a Romeo para que te consuele. Sé bien dónde está. Óyeme, esta noche tendrás a Romeo: se esconde en la celda de su confesor. JULIETA ¡Ah, búscale! Dale este anillo a mi dueño y dile que quiero su último adiós. Salen. III.III Entra FRAY LORENZO. FRAY LORENZO Sal, Romeo, sal ya, temeroso. La aflicción se ha prendado de ti y tú te has casado con la desventura. Entra ROMEO. ROMEO Padre, ¿qué noticias hay? ¿Qué decidió el Príncipe? ¿Qué nuevo infortunio me aguarda 108 que aún no conozca? FRAY LORENZO Hijo, harto bien conoces tales compañeros. Te traigo la sentencia del Príncipe. ROMEO La sentencia, ¿dista mucho de la muerte? FRAY LORENZO La que ha pronunciado es más benigna: no muerte del cuerpo, sino su destierro. ROMEO ¿Cómo, destierro? Sed clemente, decid «muerte», que en la faz del destierro hay más terror, mucho más que en la muerte. ¡No digáis «des- tierro»! FRAY LORENZO Estás desterrado de Verona. Ten paciencia: el mundo es ancho. ROMEO No hay mundo tras los muros de Verona, sino purgatorio, tormento, el mismo infierno: destierro es para mí destierro del mundo, y eso es muerte; luego « destierro» es un falso nombre de la muerte. Llamarla «destierro» es decapitarme con un hacha de oro y sonreír ante el hachazo que me mata. FRAY LORENZO ¡Ah, pecado mortal, cruel ingratitud! 109 La ley te condena a muerte, mas, en su cle- mencia, el Príncipe se ha apartado de la norma, cambiando en «destierro» la negra palabra «muerte». Eso es gran clemencia, y tú no lo ves. ROMEO Es tormento y no clemencia. El cielo está donde esté Julieta, y el gato, el perro, el ratoncillo y el más mísero animal aquí están en el cielo y pueden verla. Romeo, no. Hay más valor, más distinción y más cortesanía en las moscas carroñeras que en Romeo: ellas pueden posarse en la mano milagrosa de Julieta y robar bendiciones de sus labios, que por pudor virginal siempre están rojos pensando que pecan al juntarse. Romeo, no: le han desterrado. Las moscas pueden, mas yo debo alejarme. Ellas son libres; yo estoy desterrado. ¿Y decís que el destierro no es la muerte? ¿No tenéis veneno, ni navaja, ni medio de morir rápido, por vil que sea? ¿Sólo ese «destierro» que me mata? ¿Destie- rro? Ah, padre, los réprobos dicen la palabra entre alaridos. Y, siendo sacerdote, 110 confesor que perdona los pecados y dice ser mi amigo, ¿tenéis corazón para destrozarme hablando de destierro? FRAY LORENZO ¡Ah, pobre loco! Deja que te explique. ROMEO Volveréis a hablarme de destierro. FRAY LORENZO Te daré una armadura contra él, la filosofía, néctar de la adversidad, que te consolará en tu destierro. ROMEO ¿Aún con el «destierro»? ¡Que cuelguen la filo- sofía! Si no puede crear una Julieta, mover una ciudad o revocar una sentencia, la filosofía es inútil, así que no habléis más. FRAY LORENZO Ya veo que los locos están sordos. ROMEO No puede ser menos si los sabios están ciegos. FRAY LORENZO Deja que te hable de tu situación. ROMEO No podéis hablar de lo que no sentís. Si fuerais de mi edad, y Julieta vuestro amor, recién casado, asesino de Tebaldo, enamorado y desterrado como yo, 111 podríais hablar, mesaros los cabellos y tiraros al suelo como yo a tomar la medida de mi tumba. Llama a la puerta el AMA. FRAY LORENZO ¡Levántate, llaman! ¡Romeo, escóndete! ROMEO No, a no ser que el aliento de mis míseros gemidos me oculte cual la niebla. Llaman. FRAY LORENZO ¡Oye cómo llaman! —¿Quién es?— ¡Levánta- te, Romeo, que te llevarán! —¡Un momento!— ¡Arriba! Llaman. ¡Corre a mi estudio! —¡Ya voy!— Santo Dios, ¿qué estupidez es esta?— ¡Ya voy, ya voy! Llaman. ¿Quién llama así? ¿De dónde venís? ¿Qué que- réis? 112 AMA [dentro] Dejadme pasar, que traigo un recado. Vengo de parte de Julieta. FRAY LORENZO Entonces, bienvenida. Entra el AMA. AMA Ah, padre venerable, decidme dónde está el esposo de Julieta. ¿Dónde está Romeo? FRAY LORENZO Ahí, en el suelo, embriagado de lágrimas. AMA Ah, está en el mismo estado que Julieta, el mismísimo. ¡Ah, concordia en el dolor! ¡Angustioso trance! Así yace ella, llorando y gimiendo, gimiendo y llorando. Levantaos, levantaos y sed hombre; en pie, levantaos, por Julieta. ¿A qué vienen tantos ayes y gemidos? ROMEO ¡Ama! [Se pone en pie.] AMA ¡Ah, señor! La muerte es el fin de todo. 113 ROMEO ¿Hablábas de Julieta? ¿Cómo está? ¿No me cree un frío asesino que ha manchado la niñez de nuestra dicha con una sangre que es casi la suya? ¿Dónde está? ¿Y cómo está? ¿Y qué dice mi secreta esposa de este amor invalidado? AMA No dice nada, señor: llora y llora, se arroja a la cama, se levanta, exclama «¡Tebaldo!», reprueba a Romeo y vuelve a caer. ROMEO Como si mi nombre, por disparo certero de cañón, la hubiese matado, como ya mató a su primo el infame que lleva ese nombre. Ah, padre, decidme, ¿qué parte vil de esta anatomía alberga mi nombre? Decídmelo, que voy a saquear morada tan odiosa. Se dispone a apuñalarse, y el AMA le arre- bata el puñal. FRAY LORENZO ¡Detén esa mano imprudente! ¿Eres hombre? Tu aspecto lo proclama, mas tu llanto es mujeril y tus locuras recuerdan 114 la furia de una bestia irracional. Impropia mujer bajo forma de hombre, impropio animal bajo forma de ambos. Me asombras. Por mi santa orden, te creía de temple equilibrado. ¿Mataste a Tebaldo y quieres matarte y matar a tu esposa, cuya vida es la tuya, causándote la eterna perdición? ¿Por qué vituperas tu cuna, el cielo y la tierra si de un golpe podrías perder cuna, cielo y tierra, en ti concertados? Deshonras tu cuerpo, tu amor y tu juicio y, como el usurero, abundas en todo y no haces buen uso de nada que adorne tu cuerpo, tu amor y tu juicio. Tu noble figura es efigie de cera y carece de hombría; el amor que has jurado es pura falacia y mata a la amada que dijiste adorar; tu juicio, adorno de cuerpo y amor, yerra en la conducta que les marcas y, como pólvora en soldado bisoño, se inflama por tu propia ignorancia y tu despedaza, cuando debe defenderte. Vamos, ten valor. Tu Julieta vive y por ella ibas a matarte: ahí tienes suerte. Tebaldo te habría matado, mas tú le mataste: ahí tienes suerte. 115 La ley que ordena la muerte se vuelve tu amiga y decide el destierro: ahí tienes suerte. Sobre ti desciende un sinfín de bendiciones, te ronda la dicha con sus mejores galas, y tú, igual que una moza tosca y desabrida, pones mala cara a tu amor y tu suerte. Cuidado, que esa gente muere desdichada. Vete con tu amada, como está acordado. Sube a su aposento y confórtala. Pero antes que monten la guardia, márchate, pues, si no, no podrás salir para Mantua, donde vivirás hasta el momento propicio para proclamar tu enlace, unir a vuestras fami- lias, pedir el indulto del Príncipe y regresar con cien mil veces más alegría que cuando partiste desolado. Adelántate, ama, encomiéndame a Julieta, y que anime a la gente a acostarse temprano; el dolor les habrá predispuesto. Ahora va Romeo. AMA ¡Dios bendito! Me quedaría toda la noche oyéndoos hablar. ¡Lo que hace el saber!— Señor, le diré a Julieta que venís. ROMEO Díselo, y dile que se apreste a reprenderme. 116 El AMA se dispone a salir, pero vuelve. AMA Tomad este anillo que me dio para vos. Vamos, deprisa, que se hace tarde. ROMEO Esto reaviva mi dicha. Sale el AMA. FRAY LORENZO Vete, buenas noches, y ten presente esto: o te vas antes que monten la guardia o sales disfrazado al amanecer. Permanece en Mantua. Buscaré a tu criado y de cuando en cuando él te informará de las buenas noticias de Verona. Dame la mano, es tarde. Adiós, buenas no- ches. ROMEO Me espera una dicha mayor que la dicha, que, si no, alejarme de vos sentiría. Adiós. Salen. 117 III.IV Entran CAPULETO, la SEÑORA CAPU- LETO y PARIS. CAPULETO Todo ha sucedido tan adversamente que no ha habido tiempo de hablarlo con Ju- lieta. Sabéis cuánto quería a su primo Tebaldo; yo también. En fin, nacimos para morir. Ahora es tarde; ella esta noche ya no bajará. Os aseguro que, si no fuese por vos, me habría acostado hace una hora. PARIS Tiempo de dolor no es tiempo de amor. Señora, buenas noches. Encomendadme a Ju- lieta. SEÑORA CAPULETO Así lo haré, y por la mañana veré cómo res- ponde. Esta noche se ha enclaustrado en su tristeza. PARIS se dispone a salir, y CAPULETO le llama. CAPULETO Conde Paris, me atrevo a aseguraros 118 el amor de mi hija: creo que me hará caso sin reservas; vamos, no lo dudo. Esposa, vete a verla antes de acostarte; cuéntale el amor de nuestro yerno Paris y dile, atiende bien, que este miércoles... Espera, ¿qué día es hoy? PARIS Lunes, señor. CAPULETO Lunes... ¡Mmmm...! Eso es muy precipitado. Que sea el jueves.—Dile que este jueves se casará con este noble conde.— ¿Estaréis preparados? ¿Os complace la preste- za? No lo celebraremos: uno o dos amigos, porque, claro, con Tebaldo recién muerto, que era pariente, si lo festejamos dirán que le teníamos poca estima. Así que invitaremos a unos seis amigos y ya está. ¿Qué os parece el jueves? PARIS Señor, ojalá que mañana fuese el jueves. CAPULETO Muy bien; ahora marchad. Será el jueves.— Tú habla con Julieta antes de acostarte y prepárala para el día de la boda.— Adiós, señor.—¡Eh, alumbrad mi cuarto!— 119 Por Dios, que se ha hecho tan tarde que pronto diremos que es temprano. Buenas noches. Salen. III.V Entran ROMEO y JULIETA arriba, en el balcón. JULIETA ¿Te vas ya? Aún no es de día. Ha sido el ruiseñor y no la alondra el que ha traspasado tu oído medroso. Canta por la noche en aquel granado. Créeme, amor mío; ha sido el ruiseñor. ROMEO Ha sido la alondra, que anuncia la mañana, y no el ruiseñor. Mira, amor, esas rayas hosti- les que apartan las nubes allá, hacia el oriente. Se apagaron las luces de la noche y el alegre día despunta en las cimas brumosas. He de irme y vivir, o quedarme y morir. JULIETA Esa luz no es luz del día, lo sé bien; 120 es algún meteoro que el sol ha creado para ser esta noche tu antorcha y alumbrarte el camino de Mantua. Quédate un poco, aún no tienes que irte. ROMEO Que me apresen, que me den muerte; lo consentiré si así lo deseas. Diré que aquella luz gris no es el alba, sino el pálido reflejo del rostro de Cintia, y que no es el canto de la alondra lo que llega hasta la bóveda del cielo. En lugar de irme, quedarme quisiera. ¡Que venga la muerte! Lo quiere Julieta. ¿Hablamos, mi alma? Aún no amanece. JULIETA ¡Si está amaneciendo! ¡Huye, corre, vete! Es la alondra la que tanto desentona con su canto tan chillón y disonante. Dicen que la alondra liga notas con dulzura: a nosotros, en cambio, nos divide; y que la alondra cambió los ojos con el sapo: ojalá que también se cambiasen las voces, puesto que es su voz lo que nos separa y de aquí te expulsa con esa alborada. Vamos, márchate, que la luz ya se acerca. ROMEO Luz en nuestra luz y sombra en nuestras pe- nas. 121 Entra el AMA a toda prisa. AMA ¡Julieta! JULIETA ¿Ama