William Shakespeare's Othello PDF
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Universidad Nacional de San Agustín
William Shakespeare
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This document is a play, "Othello," by William Shakespeare. It is a tragedy focused on the conflict and jealousy.
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Otelo Por William Shakespeare DRAMATIS PERSONAE OTELO, el moro [general al servicio de Venecia] BRABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia] CASIO, honrado teniente [de Otelo] YAGO, un malvado [alférez de Otelo] RODRIGO, un caballero engañado El DUX de...
Otelo Por William Shakespeare DRAMATIS PERSONAE OTELO, el moro [general al servicio de Venecia] BRABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia] CASIO, honrado teniente [de Otelo] YAGO, un malvado [alférez de Otelo] RODRIGO, un caballero engañado El DUX de Venecia SENADORES [de Venecia] MONTANO, gobernador de Chipre CABALLEROS de Chipre LUDOVICO, noble veneciano [pariente de Brabanciol GRACIANO, noble veneciano [hermano de Brabancio] MARINEROS El GRACIOSO, [criado de Otelo] DESDÉMONA, esposa de Otelo [e hija de Brabitncio] EMILIA, esposa de Yago BIANCA, cortesana [amante de Casio] [Mensajeros, guardias, heraldo, caballeros, músicos y acompañamiento] LA TRAGEDIA DE OTELO, EL MORO DE VENECIA Acto Primero Escena I Entran RODRIGO y YAGO. RODRIGO ¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo que tú, Yago, que manejas mi bolsa como si fuera tuya, no me lo hayas dicho. YAGO Voto a Dios, ¡si no me escuchas! Aborréceme si yo he soñado nada semejante. RODRIGO Me decías que le odiabas. YAGO Despréciame si es falso. Tres magnates de Venecia se descubren ante él y le piden que me nombre su teniente; y te juro que menos no merezco, que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado de su propia majestad y de su verbo, los evade con rodeos ampulosos hinchados de términos marciales y acaba denegándoles la súplica. Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial». ¿Y quién es el elegido? Pardiez, todo un matemático un tal Miguel Casio, un florentino (casi condenado a mujercita), que jamás puso una escuadra sobre el campo ni sabe disponer un batallón mejor que una hilandera... si no es con teoría libresca, de la cual también saben hablar los cónsules togados. Mera plática sin práctica es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto, y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas, en Chipre y en tierras cristianas y paganas, me deja a la sombra y a la zaga del debe y el haber. Y este sacacuentas es, en buena hora, su teniente, y yo, vaya por Dios, el alférez de Su Morería RODRIGO ¡El colmo! Yo antes sería su verdugo. YAGO Pues ya lo ves. Son los gajes del soldado: los ascensos se rigen por el libro y el afecto, no según antigüedad, por la cual el segundo siempre sucede al primero. Conque juzga si tengo algún motivo para estar a bien con el moro. RODRIGO Yo no le serviría. YAGO Pierde cuidado. Le sirvo para servirme de él. Ni todos podemos ser amos, ni a todos los amos podemos fielmente servir. Ahí tienes al criado humilde y reverente, prendado de su propio servilismo, que, como el burro de la casa, sólo vive para el pienso; y de viejo, lo licencian. ¡Que lo cuelguen por honrado! Otros, revestidos de aparente sumisión, por dentro sólo cuidan de sí mismos y, dando muestras de servicio a sus señores, medran a su costa; hecha su jugada, se sirven a sí mismos. En éstos sí que hay alma y yo me cuento entre ellos. Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo, si yo fuera el moro, no habría ningún Yago. Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo. Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia sino que aparento por mi propio interés. Pues el día en que mis actos manifiesten la índole y verdad de mi ánimo en exterior correspondencia, ya verás qué pronto llevo el corazón en la mano para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy RODRIGO Si todo le sale bien, ¡vaya suerte la del Morros! YAGO Llama al padre. Al moro despiértalo, acósalo, envenena su placer, denúncialo en las calles, ponlo a mal con los parientes de ella, y, si vive en un mundo delicioso, inféstalo de moscas; si grande es su dicha, inventa ocasiones de amargársela y dejarla deslucida. RODRIGO Aquí vive el padre. Voy a dar voces. YAGO Tú grita en un tono de miedo y horror, como cuando, en el descuido de la noche, estalla un incendio en ciudad populosa. RODRIGO ¡Eh, Brabancio! ¡Signor Brabancio, eh! YAGO ¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones! ¡Cuidad de vuestra casa, vuestra hija y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones! [BRABANCIO se asoma a una ventana] BRABANCIO ¿A qué se deben esos gritos de espanto? ¿Qué os trae aquí? RODRIGO Señor, ¿vuestra familia está en casa? YAGO ¿Y las puertas bien cerradas? BRABANCIO ¿Por qué lo preguntáis? YAGO ¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos! ¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el almal Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro está montando a vuestra blanca ovejita. ¡Arriba! Despertad con las campanas a los que duermen y roncan, si no queréis que el diablo os haga abuelo. ¡Vamos, arriba! BRABANCIO ¡Cómo! ¿Habéis perdido el juicio? RODRIGO Honorable señor, ¿me conocéis por la voz? BRABANCIO No. ¿Quién sois? RODRIGO Me llamo Rodrigo. BRABANCIO ¡Mal hallado seas! Te he prohibido que rondes mi casa; te he dicho con toda claridad que para ti no es mi hija, y ahora, frenético, lleno de comida y bebidas embriagantes, vienes de malévolo alboroto turbando mi reposo. RODRIGO Pero, señor... BRABANCIO No te quepa duda de que mi ánimo y mi puesto tienen fuerza para hacerte pagar esto. RODRIGO Calmaos, señor. BRABANCIO ¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia; yo no vivo en el campo. RODRIGO Muy respetable Brabancio, acudo a vos con lealtad y buena fe. YAGO ¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios porque lo manda el diablo. Venimos a ayudaros y nos tratáis como salvajes. ¿Queréis que a vuestra hija la cubra un caballo bereber y vuestros nietos os relinchen? ¿Queréis tener jacos y rocines en lugar de allegados y parientes? BRABANCIO ¿Y quién eres tú, desvergonzado? YAGO Uno que viene a deciros que vuestra hija y el moro están jugando a la bestia de dos espaldas. BRABANCIO ¡Miserable! YAGO Y vos,senador. BRABANCIO Rodrigo, de esto me responderás. RODRIGO Y de cualquier cosa, señor. Mas atendedme si por vuestro deseo y sabia decisión, como en parte lo parece, vuestra bella hija, a esta hora soñolienta de la noche, no es llevada, sin otra custodia que la de un gondolero de alquiler, a los brazos groseros de un moro sensual... Si todo esto lo sabéis y autorizáis, llamadnos con razón atrevidos e insolentes. Si no, faltáis a las buenas costumbres con vuestra injusta condena. No penséis que, adverso a las normas de cortesanía, he venido a burlarme de Vuestra Excelencia Lo repito: vuestra hija, si no le disteis permiso, se rebela contra vos entregando belleza, obediencia, razón y ventura a un extranjero errátil y sin patria. Comprobadlo vos mismo: si está en su aposento o en la casa, caiga sobre mí toda la justicia por haberos engañado. BRABANCIO ¡Encended luces! ¡Traedme una vela! ¡Despertad a toda mi gente! He soñado una desgracia como ésta y me angustia pensar que es real. ¡Luces! ¡Luces! YAGO Adiós, te dejo. En mi puesto no es prudente ni oportuno ser llamado a declarar contra el moro y, si me quedo, habré de hacerlo. Sé que el Estado, aunque por esto le lea la cartilla, no puede despedirle: le han confiado con muy clara razón la guerra de Chipre, que ya es inminente, pues, si quieren salvarse, de su calibre no tienen a nadie capaz de llevarla. Por todo lo cual, aunque le odio como a las penas del infierno, las necesidades del momento me obligan a mostrar la enseña y bandera del afecto, que no es sino apariencia. Si quieres encontrarle, lleva la cuadrilla al Sagitario , que allí estaré con él. Adiós. [Sale]. [Entran BRABANCIO y criados con antorchas.] BRABANCIO La desgracia era cierta. No está, y el resto de mi vida miserable será una amargura. Dime, Rodrigo, ¿dónde la has visto? ¡Ah, desdichada! ¿Dices que con el moro? ¡Ser padre para esto! ¿Cómo sabes que era ella? ¡Quién lo iba a pensar! ¿Qué te dijo? ¡Más luces! ¡Despertad a toda mi familia! ¿Y crees que se han casado? RODRIGO Yo creo que sí. BRABANCIO ¡Santo Dios! ¿Cómo salió? ¡Ah, sangre traidora! Padres, desde ahora no os fiéis del corazón de vuestras hijas por meras apariencias. ¿No hay encantamientos que puedan corromper a muchachas inocentes? Rodrigo, ¿tú has leído algo de esto? RODRIGO Sí, señor, lo he leído. BRABANCIO ¡Despertad a mi hermano! ¡Ojalá fuera tuya! Unos por un lado, otros por otro. ¿Sabes dónde podemos capturarla con el moro? RODRIGO A él creo que puedo hallarle, si os hacéis con una buena escolta y me seguís. BRABANCIO Pues abre la marcha. Llamaré en todas las casas; me darán ayuda en muchas. ¡Armas! ¡Y traed a la guardia nocturna! Vamos, buen Rodrigo; serás recompensado. [Salen] Escena II Entran OTELO, YAGO y criados con antorchas. YAGO Aunque he matado hombres en la guerra, por principio de conciencia no puedo matar con premeditación. Hay momentos en que me estorban los escrúpulos. No sé cuántas veces me han venido ganas de hincárselo aquí, bajo el costillar. OTELO Más vale que no. YAGO Sí, pero él parloteaba y decía palabras tan groseras e insultantes contra vos que mi propia caridad apenas me servía para sufrirlo. Mas decidme, señor, ¿estáis ya casado? Tened por cierto que el senador es muy estimado, y la fuerza de su voto puede doblar a la del Dux. Si no os descasa, os impondrá cortapisas y castigos con todo el campo libre que la ley pueda dejar a un hombre de su mando. OTELO Que haga lo imposible. Mis servicios a la Serenísima acallarán sus protestas. Se ignora (y pienso proclamarlo cuando sepa que la jactancia es virtud) que soy de regia cuna y que mis méritos están a la par de la espléndida fortuna que he alcanzado. Te aseguro, Yago, que, si yo no quisiera a la noble Desdémona, no expondría mi libre y exenta condición a reclusiones ni límites por todos los tesoros de la mar. ¿Qué luces son ésas? YAGO Es el padre con sus hombres. Más vale que entréis. OTELO No. Que me encuentren. Mis prendas, mi rango y la paz de mi conciencia darán fe de mi persona. ¿Son ellos? YAGO Por Jano, creo que no. [Entran CASIO y guardias con antorchas.] OTELO ¡Servidores del Dux y mi teniente! La noche os sea propicia, amigos. ¿Alguna novedad? CASIO El Dux os saluda, general, y requiere vuestra pronta presencia; inmediata si es posible. OTELO ¿Conocéis el motivo? CASIO Parece ser que noticias de Chipre. Algo apremiante: esta noche las galeras enviaron a doce mensajeros, uno tras otro, todos muy seguidos, y los cónsules ya están levantados y reunidos con el Dux. Os han convocado urgentemente. Al no haberos hallado en vuestra casa, el Senado envió en vuestra busca a tres cuadrillas. OTELO Mejor si me habéis hallado vos. He de hablar con alguien en la casa e iré con vos sin más demora. [Sale.] CASIO Alférez, ¿qué hace él aquí? YAGO Es que tomó al abordaje una nave de tierra; si la presa es legal, ¡menuda fortuna! CASIO No entiendo. YAGO Se ha casado. CASIO ¿Con quién? [Entra OTELO.] YAGO Pues con... ¿Vamos, general? OTELO Vamos. CASIO Aquí viene otro grupo en vuestra busca. [Entran BRABANCIO, RODRIGO y guardias con antorchas y armas.] YAGO Es Brabancio. En guardia, general, que viene con malas intenciones. OTELO ¡Alto! RODRIGO Señor, es el moro. BRABANCIO ¡Ladrón! ¡Abajo con él! YAGO ¿Tú, Rodrigo? Vamos, aquí me tienes. OTELO Envainad las espadas brillantes, que el rocío va a oxidarlas. Señor, dominaréis mucho más con la edad que con las armas. BRABANCIO Infame ladrón, ¿dónde tienes a mi hija? Estabas condenado y tenías que embrujarla. Lo someto al dictamen de los cuerdos: si no la encadena la magia, no se entiende que muchacha tan dulce, gentil y dichosa, tan adversa al matrimonio que rehusó a nuestros favoritos más ricos y galanos, se exponga a la pública irrisión, abandonando su tutela para caer en el pecho tiznado de un ser como tú que asusta y repugna. Que el mundo me juzgue si no es manifiesto que lanzaste contra ella tus viles hechizos, corrompiendo su tierna juventud con pócimas y filtros que embotan los sentidos. Haré que lo examinen: se puede probar, es verosímil. Así que te detengo por ser un corruptor, un oficiante de artes clandestinas y proscritas. ¡Prendedle! Si se resiste, reducidle por la fuerza. OTELO ¡Quietos todos, los de mi bando y los demás! Si mi papel me exigiese pelear, no habría necesitado apuntador. ¿Dónde queréis que responda a vuestros cargos? BRABANCIO En la cárcel, hasta que seas llamado cuando lo disponga la ley y la justicia. OTELO Y, si obedezco, ¿cómo voy a complacer al Dux, que me ha hecho llamar por medio de estos mensajeros para un asunto perentorio del Estado? GUARDIA Es cierto, Excelencia. El Dux convocó al consejo, y me consta que os mandó llamar. BRABANCIO ¡Cómo! ¿Que convocó al consejo? ¿A estas horas de la noche? Llevadle allá. Mi asunto no es vano. El Dux mismo y cualquiera de los otros senadores sentirán este ultraje como suyo. Si actos semejantes tienen paso franco, pronto mandarán los infieles y esclavos. [Salen]. Escena III El Dux y los SENADORES sentados alrededor de una mesa; antorchas y guardias. DUX Las noticias no concuerdan y no podemos darles crédito. SENADOR 1 Son contradictorias. Mi carta dice ciento siete galeras. DUX La mía, ciento cuarenta. SENADOR 2 Y la mía, doscientas. Sin embargo, aunque no haya coincidencia de número (pues en casos de cálculo suele haber diferencias), todas ellas hablan de una escuadra turca con rumbo a Chipre. DUX Sí, bien mirado es muy posible. Las diferencias no me tranquilizan y lo esencial me parece preocupante. MARINERO [desde dentro] ¡Eh eh! ¡Eh eh! ¡Eh eh! [Entra.] GUARDIA Mensajero procedente de las naves. DUX ¿Hay noticias? MARINERO La escuadra turca se dirige a Rodas. Tal es el mensaje que me dio para el Senado el signor Angelo. DUX ¿Qué opináis de este cambio? SENADOR 1 No es posible; carece de sentido. Es un señuelo para burlar ruestra atención. Consideremos la importancia de Chipre para el turco y entendamos que le importa más que Rodas, pues el turco puede conquistarla en fácil combate: ni está en condiciones de luchar, ni tiene las defensas que protegen a Rodas. Reparando en todo esto no vayamos a pensar que el turco sea tan torpe que aplace hasta el final lo que desea al principio, abandonando una conquista realizable y ventajosa por el riesgo de un ataque sin provecho. DUX No, seguro que a Rodas no van. GUARDIA Aquí hay más noticias. [Entra un MENSAJERO]. MENSAJERO Ilustres y honorables señores, la escuadra turca que navegaba hacia Rodas se ha unido a otra escuadra. SENADOR 1 Me lo temía. ¿Cuántas naves hay? MENSAJERO Unas treinta, pero ahora han invertido el rumbo, y abiertamente se dirigen hacia Chipre. El signor Montano, vuestro fiel y valiente servidor, os comunica solícitamente la noticia y os ruega que le deis crédito. DUX A Chipre, no hay duda. ¿Está en la ciudad Marcos Luccicos? SENADOR 1 Está en Florencia. DUX Escribidle de mi parte, y que venga a toda prisa. SENADOR 1 Aquí vienen Brabancio y el valiente moro. [Entran BRABANCIO, OTELO, CASIO, YAGO, RODRIGO y guardias.] DUX Valiente Otelo, debéis disponeros de inmediato a luchar contra nuestro enemigo el otomano. [A BRABANCIO] No os había visto. Bienvenido, señor. Echaba de menos vuestro consejo y apoyo. BRABANCIO Y yo el vuestro. Alteza, perdonadme: no me he levantado por mi cargo ni por ninguna ocupación, y no es el bien común lo que me inquieta, pues mi dolor personal es tan desbordante y tan violento que absorbe y devora otros pesares y, sin embargo, sigue igual. DUX Pues, ¿qué ocurre? BRABANCIO ¡Mi hija! ¡Ay, mi hija! SENADORES ¿Ha muerto? BRABANCIO Para mí, sí. La han seducido, raptado y corrompido con hechizos y pócimas de charlatán, pues sin brujería la naturaleza, que no es torpe, ciega, ni insensata, no podría torcerse de modo tan absurdo. DUX Quienquiera que por medios tan infames haya hecho que se pierda vuestra hija y que vos la hayáis perdido, será reo de la pena más grave que vos mismo leáis en el libro inexorable de la ley, aunque fuera hijo mío el acusado. BRABANCIO Con humildad os lo agradezco. Éste es el culpable, este moro, a quien al parecer, habéis hecho venir expresamente por asuntos de Estado. TODOS [Los SENADORES] Es muy lamentable. Dux [a OTELO] Y, por vuestra parte, ¿qué decís a esto? BRABANCIO Nada que pueda desmentirlo. OTELO Muy graves, poderosas y honorables Señorías, mis nobles y estimados superiores: es verdad que me he llevado a la hija de este anciano, y verdad que ya es mi esposa. Tal es la envergadura de mi ofensa; más no alcanza. Soy tosco de palabra y no me adorna la elocuencia de la paz, pues, desde mi vigor de siete años hasta hace nueve lunas, estos brazos prestaron sus mayores servicios en campaña, y lo poco que sé del ancho mundo concierne a gestas de armas y combates; así que mal podría engalanar mi causa si yo la defendiese. Mas, con vuestra venia, referiré, llanamente y sin ornato, la historia de mi amor: con qué pócimas, hechizos, encantamientos o magia poderosa (pues de tales acciones se me acusa) a su hija he conquistado. BRABANCIO Una muchacha comedida, de espíritu tan plácido y sereno que sus propios impulsos la turbaban, ¿cómo puede negar naturaleza, edad, cuna, honra, todo, y enamorarse de un semblante que temía? Sólo un juicio enfermo e imperfecto admitiría que semejante imperfección obrara así contra las leyes naturales; luego hay que buscar la causa del error en las artes del diablo. Por tanto, afirmo una vez más que él ha actuado sobre ella con brebajes que excitan el deseo o filtros embrujados a propósito. DUX Afirmar nada demuestra, si no aportáis pruebas más sólidas y claras que los débiles indicios y ropajes de las simples apariencias. SENADOR 1 Hablad, Otelo. ¿Habéis subyugado y corrompido el sentimiento de su hija con astucia o por la fuerza? ¿O han sido los ruegos y palabras gentiles, de corazón a corazón? OTELO Os lo suplico, que vaya alguno al Sagitario a recoger a la dama, y que ella hable de mí ante su padre. Si me acusara en su relato, privadme de cargo y confianza, y sentenciad mi propia vida. DUX Traed a Desdémona. OTELO Alférez, guíalos. Tú conoces el lugar. [Salen YAGO y dos o tres.] Mientras tanto, con la misma verdad con que al cielo confieso mis pecados, expondré a vuestros graves oídos la manera como alcancé el amor de esta bella dama y ella el mío. DUX Contadla, Otelo. OTELO Su padre me quería, y me invitaba, curioso por saber la historia de mi vida año por año; las batallas, asedios y accidentes que he pasado. Yo se la conté, desde mi infancia hasta el momento en que quiso conocerla. Le hablé de grandes infortunios, de lances peligrosos en mares y en campaña; de cómo en la brecha amenazante logré salvarme de milagro; de cómo me apresó el orgulloso enemigo y me vendió como esclavo; de mi rescate y el curso de mi vida de viajero: entonces pude hablarle de anchas grutas y áridos desiertos, riscos, peñas y montañas cuyas cimas tocan cielo; de los caníbales que se comen entre sí, los antropófagos, y seres con la cara por debajo de los hombros Desdémona ponía toda su atención, pero la reclamaban los quehaceres de la casa; ella los cumplía presurosa y, con ávidos oídos, volvía para sorber mis palabras. Yo lo advertí, busqué ocasión propicia y hallé el modo de sacarle un ruego muy sentido: que yo le refiriese por extenso mi vida azarosa, que no había podido oír entera y de continuo. Accedí, y a veces le arranqué más de una lágrima hablándole de alguna desventura que sufrió mi juventud. Contada ya la historia, me pagó con un mundo de suspiros: juró que era admirable y portentosa, y que era muy conmovedora; que ojalá no la hubiera oído, mas que ojalá Dios la hubiera hecho un hombre como yo. Me dio las gracias y me dijo que si algún amigo mío la quería, le enseñase a contar mi historia, que con eso podía enamorarla. A esta sugerencia respondí que, si ella me quería por mis peligros, yo a ella la quería por su lástima. Esta ha sido mi sola brujeria. Aquí llega la dama; que ella lo atestigüe. [Entran DESDÉMONA, YAGO y acompañamiento.] DUX Esa historia también conquistaría a mi hija. Buen Brabancio, tomad el lado bueno de lo malo. Más vale tener las armas rotas que las manos vacías. BRABANCIO Escuchadla, os lo suplico. Si confiesa que ella también le cortejó, caiga sobre mí la maldición por acusar a este hombre. Ven, gentil dama. ¿A quién de esta noble asamblea debes mayor obediencia? DESDÉMONA Noble padre, mi obediencia se halla dividida. A vos debo mi vida y mi crianza, y vida y crianza me han enseñado a respetaros. Sois señor de la obediencia que os debía como hija. Mas aquí está mi esposo, y afirmo que debo a Otelo mi señor el mismo acatamiento que mi madre os tributó al preferiros a su padre. BRABANCIO ¡Queda con Dios! He terminado. Y ahora, con la venia, a los asuntos de Estado: mejor adoptar hijos que engendrarlos. Ven aquí, moro: de todo corazón te doy lo que, si no tuvieras ya, de todo corazón te negaría. En cuanto a ti, mi alma, me alegra no tener más hijos, pues tu fuga me enseñaría a ser tirano y sujetarlos con cadenas. He dicho, señor. DUX Dejad que hable por vos y emita un juicio que, cual peldaño, permita a estos amantes ascender en vuestra estima: No habiendo remedio, las penas acaban al vernos ya libres de todas las ansias. Llorar la desdicha que no tiene cura agrava sin falta la mala fortuna. Si quiso el destino que algo perdieses, quedar resignado el golpe devuelve. Si al robo sonríes, robas al ladrón: te robas si lloras un vano dolor. BRABANCIO Dejad que los turcos sin Chipre nos dejen: mientras sonriamos, ya nada se pierde. Acoge ese juicio quien sólo se lleva el grato consejo que se le dispensa; mas lleva ese juicio y también el dolor quien ha de añadirle la resignación. Pues estas sentencias, al ser tantas veces dulces como amargas, son ambivalentes. Sólo son palabras, y nunca se oyó que por el oído sane el corazón. Os lo ruego, tratemos los asuntos de Estado. DUX Los turcos se dirigen a Chipre con una escuadra potente. Otelo, conocéis muy bien la fuerza del lugar; y, aunque tenemos allá un delegado de probada competencia, la opinión, esa gran reguladora de los hechos, estima que sois el más seguro. Habréis de aveniros a empañar vuestra nueva fortuna en empresa tan áspera y violenta. OTELO Ilustres senadores, la tirana costumbre ha cambiado mi cama guerrera de piedra y acero en lecho de finísimo plumón. Declaro una viva y natural prontitud para toda aspereza y asumo esta guerra contra el otomano. Por tanto, solicito, con humilde inclinación ante el Senado, disposiciones adecuadas a mi esposa y asignación de fondos, aposento y servicio y compañía propios de su cuna y condición. DUX Si os parece, la casa de su padre. BRABANCIO No lo permitiré. OTELO Ni yo. DESDÉMONA Tampoco quiero yo vivir con él si mi presencia encona su ánimo. Clementísimo Dux, prestad benigna atención a mis palabras y dad consentimiento a lo que os pide mi ignorancia. DUX ¿Qué deseáis, Desdémona? DESDÉMONA Que quiero a Otelo y con él quiero vivir mi osadía y riesgos de fortuna al mundo lo proclaman. Me rendí a la condición de mi señor. He visto el rostro de Otelo en su alma, y a sus honores y virtudes marciales consagré mi ser y mi suerte. Queridos señores, si me quedo en la holganza de la paz y él se va a la guerra, seré privada de los ritos amorosos y en su ausencia habré de soportar un intervalo de tristeza. Dejadme ir con él. OTELO Dad consentimiento. Pongo al cielo por testigo de que no lo demando por saciar el paladar de mi apetito, ni entregarme a pasiones juveniles a que tengo derecho libremente, sino por complacerla en sus deseos. Y no penséis (no lo quiera el cielo) que voy a descuidar vuestra magna empresa cuando ella esté conmigo. No: si las niñerías del alado Cupido ciegan de placer mis órganos activos y mentales y el deleite corrompe y empaña mi deber, ¡que mi yelmo se vuelva una cazuela y todas las vilezas y ruindades se armen contra mi dignidad! DUX Sea lo que ambos decidáis: puede irse o quedarse. Mas la situación es apremiante y exige urgencia. SENADOR 1 [a OTELO] Saldréis esta noche. DESDÉMONA ¿Esta noche? DUX Esta noche. OTELO Con toda el alma. DUX A las nueve volvemos a reunirnos. Otelo, dejad aquí un encargado: él os llevará nuestras órdenes y todo lo esencial y pertinente que os competa. OTELO Mi alférez, si complace a Vuestra Alteza: es hombre de bien y de plena confianza. La conducción de mi esposa le encomiendo y cuanto Vuestra Alteza estime necesario remitirme. DUX Así sea. Buenas noches a todos. [A BRABANCIO] Mi noble señor, si clara es la virtud, vuestro yerno no puede ser más blanco, siendo negro. SENADOR 1 Adiós, valiente Otelo; portaos bien con ella. BRABANCIO Con ella, moro, siempre vigilante: si a su padre engañó, puede engañarte. [Salen el Dux, BRABANCIO, CASIO SENADORES y acompañamiento]. OTELO ¡Mi vida por su fidelidad! Honrado Yago, he de confiarte a mi Desdémona. Te ruego que tu esposa la acompañe; luego llévalas en la mejor ocasión. Vamos, Desdémona, sólo nos queda una hora para amores, asuntos e instrucciones. El tiempo manda. [Salen OTELO y DESDÉMONA.] RODRIGO ¡Yago! YAGO ¿Qué quieres tú, noble alma? RODRIGO ¿Qué crees que voy a hacer? YAGO Acostarte y dormir. RODRIGO Pues ahora mismo voy a ahogarme. YAGO Como hagas eso, ya no te querré. ¿Por qué, mi bobo caballero? RODRIGO De bobos es vivir si la vida es un suplicio, y morir significa prescripción si la muerte es nuestro médico. YAGO ¡Ah, desdichado! Hace cuatro veces siete años que veo este mundo, y desde que supe distinguir entre daño y beneficio, aún no he conocido a quien sepa amarse a sí mismo. Antes de pensar en ahogarme por el amor de una zorra, preferiría convertirme en mico. RODRIGO ¿Y qué puedo hacer? Me avergüenza enamorarme como un tonto, mas no tengo la virtud de remediarlo. YAGO ¿Virtud? ¡Una higa! Ser de tal o cual manera depende de nosotros. Nuestro cuerpo es un jardín y nuestra voluntad, la jardinera. Ya sea plantando ortigas o sembrando lechugas, plantando hisopo y arrancando tomillo, llenándolo de una especie de hierba o de muchas distintas, dejándolo yermo por desidia o cultivándolo con celo, el poder y autoridad para cambiarlo está en la voluntad. Si en la balanza de la vida la razón no equilibrase nuestra sensualidad, el ardor y la bajeza de nuestros instintos nos llevarían a extremos aberrantes. Mas la razón enfría impulsos violentos, apetitos carnales, pasiones sin freno. Por eso, lo que tú llamas amor, a mí no me parece más que un brote o un vástago. RODRIGO No es posible. YAGO Simplemente ardor de la sangre y concesión de la voluntad. Vamos, sé hombre. ¿Ahogarte? Ahoga gatos y cachorros ciegos. Te he asegurado mi amistad y me declaro ligado a tus méritos con cuerdas de perenne firmeza. Nunca como ahora podría serte útil. Tú mete dinero en tu bolsa, vente a la guerra, cámbiate esa cara con una barba postiza. Repito: mete dinero en tu bolsa. Verás cómo Desdémona no sigue queriendo al moro mucho tiempo mete dinero en tu bolsa , ni él a ella. Tuvo un principio violento y tendrá pareja conclusión mete dinero en tu bolsa. Estos moros son muy veleidosos mete dinero en tu bolsa. La comida que ahora le sabe más deleitosa que la fruta pronto le sabrá más amarga que el acíbar. Ella querrá otro más joven: cuando se haya saciado con su cuerpo, se dará cuenta de su error. Conque mete dinero en tu bolsa. Y si a la fuerza quieres condenarte, no te ahogues: busca una manera más suave. Junta todo el dinero que puedas. Si mi ingenio y toda la caterva del diablo no pueden más que la santidad de un frágil juramento entre un bárbaro errabundo y una veneciana archiexquisita, tú la gozarás; conque junta dinero. Y nada de ahogarte; está fuera de lugar. Antes ahorcado por lograr tu gusto que ahogado sin gozarla. RODRIGO ¿Apoyarás mis deseos si confío en el resultado? YAGO Cuenta conmigo. Tú junta dinero. Te lo he dicho y te lo diré una y mil veces: odio al moro. Lo llevo muy dentro, y a ti razones no te faltan. Unámonos en la venganza. Si le pones los cuernos, tú te das el gusto y a mí me das la fiesta. El vientre del tiempo guarda muchos sucesos que pronto verán la luz. ¡En marcha! Anda, búscate dinero. Mañana seguimos hablando. Adiós. RODRIGO ¿Dónde nos vemos mañana? YAGO En mi casa. RODRIGO Iré temprano. YAGO Bueno, adiós. Oye, Rodrigo. RODRIGO ¿Qué quieres? YAGO Nada de ahogarte, ¿eh? RODRIGO Me has convencido. YAGO Bueno, adiós. Mete mucho dinero en tu bolsa. RODRIGO Venderé todas mis tierras. [Sale]. YAGO Así es como el pagano me sirve de bolsa, pues deshonraría todo mi saber pasando el tiempo con memo semejante sin placer ni provecho. Odio al moro, y dicen que en la cama me ha robado el sitio. No sé si es verdad, mas para mí una sospecha de este orden vale por un hecho. El me aprecia: mejor resultará el plan que le preparo. Casio es gallardo. A ver... Quitarle el puesto y coronar mi voluntad con doble trampa. A ver cómo... A ver... Después de un tiempo, susurrando a Otelo que Casio se toma confianzas con su esposa: presencia no le falta, ni modales; se presta a la sospecha, invita al adulterio. El moro es de carácter noble y franco; cree que es honrado todo aquel que lo parece y buenamente dejará que le lleven del hocico como a un burro. Ya está, lo concebí. La noche y el infierno asistirán al parto de mi engendro. [Sale]. **** Acto Segundo Escena I Entran MONTANO y dos CABALLEROS. MONTANO ¿Qué se divisa en la mar desde el cabo? CABALLERO 1 Nada, con tan fiero oleaje. Entre el cielo y el océano no distingo ningún barco. MONTANO En tierra el viento ha soplado muy recio; galerna tan ruda jamás sacudió las almenas. Si así se ha embravecido mar adentro, ¿qué cuadernas de roble podrán seguir juntas cuando las baten las aguas? ¿Qué puede ocurrir? CABALLERO 2 Que la escuadra otomana se disperse. Mirad desde la orilla espumeante: las olas se rompen y azotan las nubes; la mar encrespada, de gigantes melenas, parece lanzarse contra la Osa brillante y apagar las guardas de la Estrella Polar. Jamás vi tumulto semejante en una borrasca. MONTANO Si la escuadra turca no se halla protegida y resguardada, se hundirá. No pueden resistir. [Entra un tercer CABALLERO.] CABALLERO 3 ¡Noticias, amigos! El fin de la guerra. La fiera tormenta ha alcanzado de tal modo a los turcos que su plan ha fallado. Un regio navío de Venecia presenció el naufragio y la ruina del grueso de la flota. MONTANO ¿Qué? ¿Es verdad? CABALLERO 3 La nave, una veronesa, ya ha atracado. Miguel Casio, teniente del intrépido moro, ya está en tierra. Otelo aún navega y viene hacia Chipre con plenos poderes. MONTANO Me alegro. Es buen gobernador. CABALLERO 3 Pero a Casio, aunque le alivia la derrota de los turcos, le inquieta la suerte de Otelo y reza por él, pues quedaron separados por el fiero temporal. MONTANO Quiera Dios que se salve: estuve a sus órdenes, y en el mando es todo un soldado. Vamos al puerto, no sólo por ver la nave arribada, sino además por buscar en el horizonte al bravo Otelo, hasta que no distingamos entre cielo y océano. CABALLERO 3 Muy bien, vamos, pues cada minuto nos hace esperar una nueva llegada. [Entra CASIO.] CASIO Os agradezco, valientes moradores de esta isla, que honréis a Otelo. El cielo le proteja de los elementos, pues yo le perdí en un mar peligroso. MONTANO ¿Es fuerte su nave? CASIO Muy bien construida, y el piloto, hábil y muy afamado, así que mi esperanza, que no sufre excesos, goza de salud. VOCES [desde dentro] ¡Barco a la vista! [Entra un MENSAJERO.] CASIO ¿Qué voces son ésas? MENSAJERO La ciudad está desierta. La gente se agolpa en las rocas gritando: «¡Barco a la vista!». CASIO Mi esperanza apunta al gobernador. [Cañonazo.] CABALLERO 2 Una salva de cañón. Son amigos. CASIO Os lo ruego, señor. Id allá y averiguad quién ha llegado. CABALLERO 2 Al momento. [Sale.] MONTANO Decidme, teniente, ¿se ha casado el general? CASIO Con inmensa fortuna: logró una muchacha que excede alabanzas y fama hiperbólica, supera el floreo de la pluma elogiosa y, en pura belleza creada, fatiga el ingenio. [Entra el segundo CABALLERO.] ¿Qué hay? ¿Quién llega? CABALLERO 2 Un tal Yago, alférez del general. CASIO Ha tenido pronta y feliz travesía. Tormentas, altas olas y vientos rugientes, rocas hendidas y bancos de arena, pérfidos escollos que atrapan la quilla inocente, cual dotados de un sentido de belleza, abandonan su fatal cometido y dejan indemne a la divina Desdémona. MONTANO ¿Quién es ella? CASIO La dama de que hablé, la capitana de nuestro gran capitán, encomendada al audaz Yago, cuya venida se adelanta una semana a nuestro cálculo. Gran Júpiter, guarda a Otelo e hincha sus velas con tu soplo potente, que alegre la bahía con su espléndida nave, palpite de amor en los brazos de Desdémona, renueve nuestro ánimo abatido y traiga regocijo a todo Chipre. [Entran DESDÉMONA, YAGO, EMILIA y RODRIGO.] ¡Mirad! El tesoro de la nave ya está en tierra. ¡Hombres de Chipre, hincad las rodillas! ¡Salud, señora! ¡Que la gracia del cielo os siga, os preceda, os envuelva por entero! DESDÉMONA Gracias, valiente Casio. ¿Qué noticias tenéis de mi señor? CASIO Aún no ha llegado, aunque sé que está bien y que pronto le veremos. DESDÉMONA Sí, pero temo... ¿Cómo os separasteis? CASIO La gran lucha del cielo y el mar distanció nuestras naves. VOCES [desde dentro] ¡Barco a la vista! CASIO ¡Escuchad! ¡Un barco! [Cañonazo.] CABALLERO 2 Una salva a la ciudadela. Éste también es amigo. CASIO Traedme noticias. [Sale el CABALLERO.] Bienvenido, alférez. [A EMILIA] Bienvenida, señora.... No te enojes, mi buen Yago, porque extienda mi saludo: mi crianza me ha enseñado esta muestra de cortesía. [Besa a EMILIA.] YAGO Señor, si os dieran sus labios lo que a mí me regala su lengua, quedaríais harto. DESDÉMONA Pero si no habla nada. YAGO Habla demasiado. Lo noto cuando tengo ganas de dormir. Aunque admito que, en vuestra presencia, se guarda la lengua muy bien y critica pensando. EMILIA Y tú hablas sin motivo. YAGO Vamos, vamos. Sois estatuas en la calle, cotorras en la casa, fieras en la cocina, santas al ofender, demonios si os ofenden, farsantes en las labores y laboriosas en la cama. DESDÉMONA ¡Calla tú, calumniador! YAGO Turco soy si no es verdad: jugáis levantadas, y en la cama, a trabajar. EMILIA A mí no me celebres con tus versos. YAGO Más vale que no. DESDÉMONA ¿Qué dirías de mí si me celebrases? YAGO Mi noble señora, no me obliguéis, que soy criticón o no soy nada. DESDÉMONA Vamos, inténtalo. ¿Han ido al puerto? YAGO Sí, señora. DESDÉMONA [aparte] Alegre no estoy, mas el fingimiento distrae mi estado. Vamos, ¿cómo me celebrarías? YAGO Lo estoy pensando, pero mi creación saldrá de mi testa como el visco de la lana, arrancando los sesos y todo. Mas de parto está mi musa, y aquí está el retoño: «La mujer que a la par es rubia y sabia maneja sabiamente su ventaja». DESDÉMONA ¡Vaya elogio! ¿Y la que es morena y lista? YAGO «La morena que es lista ve muy claro que si da con un rubio da en el blanco». DESDÉMONA De mal en peor. EMILIA ¿Y la que es guapa y tonta? YAGO «Nunca hubo guapa que fuera una tonta, que aun tonteando se ganan la boda». DESDÉMONA Ésos son despropósitos trillados que sólo hacen reír al necio en la taberna. ¿Qué triste alabanza le reservas a la que es fea y tonta? YAGO «La fea y tonta hace sus jugadas, como las hace la más bella y sabia». DESDÉMONA ¡Qué desatinos! A la peor, el mejor elogio. Mas, ¿cómo elogiarías a la que de veras lo merece, a la mujer de méritos tan claros que la propia maldad habría de admitirlos? YAGO «Quien siempre fue bella, mas nunca orgullosa, con lengua a su antojo, mas nunca chillona; que, siendo pudiente, no iba recompuesta, ni hacía su gusto, aun cuando pudiera; que, llena de enojo y presta la venganza, contuvo su ira y dejó que pasara; cuya sensatez nunca prefirió el basto conejo al tierno pichón cuyo pensamiento jamás revelaba y a los pretendientes negó su mirada; ésta era capaz, si es que hubo tal hembra... » DESDÉMONA Capaz, ¿de qué? YAGO «... de criar idiotas y llevar las cuentas». DESDÉMONA ¡Qué final más pobre y endeble! No sigas su ejemplo, Emilia, aunque sea tu marido. Casio, ¿qué os parece? ¿A que sus dichos son deshonestos y profanos? CASIO Señora, él habla claro. Os gustará más como hombre de armas que de letras. YAGO [aparte] La coge de la mano. Muy bien, musitad. Con tan poca tela atraparé a esa gran mosca de Casio. Anda, sonríele, vamos. Te encadenaré en tu cortesanía. Gran verdad, estáis en lo cierto. Si esas pamplinas te cuestan el puesto, teniente, más te habría valido no echarle tanto beso, como ahora vuelves a hacer, jugando al cortesano. Muy bien, buen beso, exquisita cortesía. Vaya que sí. ¿Otra vez besándote los dedos? ¡Ojalá se te volvieran lavativas! [Trompetas dentro.] ¡Es Otelo! Conozco su señal. CASIO Sí, es él. DESDÉMONA Vamos a recibirle. CASIO ¡Mirad, ahí viene! [Entran OTELO y acompañamiento.] OTELO ¡Mi bella guerrera! DESDÉMONA ¡Mi querido Otelo! OTELO Mi asombro es tan grande como mi alegría al verte aquí ya. Bien de mi alma, si a la tempestad sigue esta bonanza, ¡que soplen los vientos y despierten la muerte, y la nave agitada escale montañas de mar como el alto Olimpo y baje tan hondo como el infierno desde el cielo! Si ahora muriese, sería muy feliz, pues temo que mi gozo sea tan perfecto que no pueda alcanzar dicha semejante en lo por venir. DESDÉMONA Quiera el cielo que aumente nuestro amor y nuestro gozo con el paso de los días. OTELO ¡Así sea, benignos poderes! No puedo expresar mi contento; me corta la voz, es tanta alegría... [Se besan.] Otro, y otro; sea ésta la mayor disonancia de nuestros corazones. YAGO [aparte] ¡Qué bien entonados! Mas yo seré quien destemple esa música, honrado que es uno. OTELO Vamos al castillo. Noticias, amigos: terminó la guerra; los turcos se ahogaron. ¿Cómo están los viejos amigos de la isla? Amor, verás lo bien que te acogen; yo siempre vi en Chipre cariño. Vida mía, hablo sin orden y desvarío de felicidad. Anda, buen Yago, ve al puerto y que descarguen mis cofres. Trae al capitán a la ciudadela; es un buen marino y digno de toda atención. Vamos, Desdémona. ¡Qué dicha encontrarte aquí en Chipre! Salen [todos menos YAGO y RODRIGO]. YAGO [a un criado que sale] Nos vemos luego en el puerto. [A RODRIGO] Ven acá. Si eres hombre, pues dicen que el plebeyo tiene más nobleza cuando está enamorado, escúchame. Esta noche el teniente vigila en el puesto de guardia. Primero oye bien: Desdémona está enamorada de él. RODRIGO ¿De él? Imposible. YAGO Tú punto en boca y deja que te explique. Fíjate con qué ímpetu se prendó del moro, sólo porque se gloriaba y le contaba patrañas. ¿Va a estar siempre enamorada de su cháchara? No lo crea tu alma sensata. Su vista se alimenta. ¿Qué gusto va a darle mirar al diablo? Cuando el trato carnal embota el deseo, para volver a inflamarlo y renovar apetitos saciados hace falta una estampa gentil, concierto de edades, modales, belleza, de todo lo cual el moro anda escaso. Así que, por falta de tan esenciales condiciones, su exquisita finura se verá engañada, empezará a sentir náuseas, odiará y detestará al moro. Sus propias reacciones la guiarán y llevarán a elegir a otro. Pues bien, sentado todo esto, que es proposicion natural y razonable, ¿quién sino Casio es el más inmediato en la escala de esta suerte, un granuja con labia, cuya conciencia no es más que una máscara de cortesía y respeto para satisfacer sus más ocultos instintos carnales? Nadie, nadie. Un granuja retorcido y astuto, buscador de ocasiones, capaz de acuñar y forjar coyunturas, aunque luego no se presente ninguna. Un granuja diabólico. Además, es apuesto, joven, y reúne todas las condiciones que busca el deseo y la inexperiencia. Un granuja irritante, y la moza ya le ha echado el ojo. RODRIGO No puedo creer eso de ella, de un alma tan pura. YAGO ¡Puro rábano! El vino que bebe es de uva. Si es tan pura no se casa con el moro. ¡Pura morcilla! ¿No viste cómo le sobaba la mano a Casio? ¿No te fijaste? RODRIGO Sí, pero era por cortesía. YAGO ¡Por lascivia, te lo juro! índice y oscuro prefacio de una historia de lujuria y turbios pensamientos. Se acercaron tanto con los labios que el aliento se abrazó. Malos pensamientos, Rodrigo. Cuando estas confianzas abren un camino, muy pronto les sigue el acto y acción principal, el fin corporal. ¡Uf! Mas tú hazme caso: te he traído de Venecia. Esta noche estarás de guardia; las órdenes yo te las daré: Casio no te conoce. Yo estaré cerca. Tú busca ocasión de provocar a Casio, ya sea hablando muy alto, desairando su disciplina o por el medio que te plazca y que el tiempo proveerá. RODRIGO Bueno. YAGO Además, es fogoso e impulsivo, y capaz de pegarte. Tú oblígale a hacerlo: a mí eso me basta para provocar un alboroto entre la gente, que sólo se apaciguará con la destitución de Casio. Será más corta la vía de tus fines por los medios que tendré de promoverlos y nos veremos libres de un obstáculo sin cuya supresión no habría esperanzas de éxito. RODRIGO Lo haré si tú me das la ocasión. YAGO Cuenta con ella. Búscame luego en la ciudadela. Tengo que desembarcarle el equipaje. Adiós. RODRIGO Adiós. [Sale.] YAGO Que Casio la quiere lo creo muy bien; que ella le quiere es digno de crédito. El moro, aunque no le soporto, es afectuoso, noble y fiel, y creo que será un buen marido con Desdémona. Yo también la quiero; no sólo por lujuria, aunque tal vez puedan acusarme de tan grave pecado, sino en parte por saciar mi venganza, pues sospecho que este moro sensual se ha montado en mi yegua. La sola idea es como un veneno que me roe las entrañas, y ya nada podrá serenarme hasta que estemos en paz, mujer por mujer, o, si no, hasta provocarle unos celos tan fuertes que no pueda curar la razón. Para lo cual, si este pobre chucho veneciano al que sigo en la caza se deja azuzar, tendré bien pillado a nuestro Casio, le pintaré de faldero a los ojos del moro, pues me temo que Casio también se mete en mi cama, y el moro, agradecido, me querrá y premiará por dejarle insignemente como un burro y maquinar contra su paz y sosiego hasta la locura. Aquí está, mas borroso: hasta el acto, el mal no revela su rostro. [Sale.] Escena II Entra un HERALDO de Otelo con una proclama. HERALDO Es deseo de Otelo, nuestro noble y valiente general, que, siendo ciertas las noticias llegadas del total hundimiento de la escuadra turca, todo el mundo lo festeje: unos, bailando; otros, encendiendo hogueras, y cada uno con la fiesta y regocijo a que le lleve su afición, pues, además de tan buena noticia, está la celebración de su boda. Es su deseo que se proclame todo esto. Se han abierto las despensas del castillo y hay plena libertad para el convite desde esta hora de las cinco hasta que den las once. ¡Dios bendiga a la isla de Chipre y a Otelo, nuestro noble general! [Sale.] Escena III Entran OTELO, DESDÉMONA y acompañamiento OTELO Querido Miguel, ocupaos esta noche de la guardia. Impongámonos un límite digno y no festejemos sin mesura. CASIO Yago ya tiene instrucciones. Sin embargo, mis propios ojos estarán de vigilancia. OTELO Yago es muy leal. Buenas noches, Miguel. Mañana temprano quiero hablaros. Vamos, amor: el bien adquirido es para gozarlo, y el goce del nuestro estaba esperando. Buenas noches. Salen OTELO, DESDÉMONA [y acompañamiento]. Entra YAGO. CASIO Bienvenido, Yago. Vamos a la guardia. YAGO Falta una hora, teniente; aún no son las diez. El general nos ha despedido tan pronto por amor a su Desdémona, y no se lo reprochemos. Aún no han pasado una noche caliente y ella es bocado de Júpiter. CASIO Es una dama exquisita. YAGO Y seguro que con ganas. CASIO Es una criatura galana y gentil. YAGO ¡Y vaya ojos! Son de los que llaman al deleite. CASIO Son atrayentes y, sin embargo, castos. YAGO Y cuando habla, ¿no toca a batalla de amor? CASIO Es la suma perfección. YAGO Pues, ¡suerte en la cama! Vamos, teniente, que tengo una jarra de vino y ahí fuera hay dos caballeros de Chipre dispuestos a echar un trago a la salud del negro Otelo. CASIO Esta noche no, buen Yago. Tengo una cabeza muy floja para el vino. ¡Ojalá inventara la cortesía otra forma de pasar el tiempo! YAGO Pero si son amigos. Sólo un trago. Yo beberé por vos. CASIO Sólo un trago es lo que he bebido esta noche, y muy bien aguado, y mira qué revolución llevo aquí. Tengo mala suerte con mi debilidad y no me atrevo a exponerla a mayor riesgo. YAGO ¡Vamos! Es noche de fiesta y los caballeros están deseándolo. CASIO ¿Dónde están? YAGO Aquí, a la puerta. Servíos llamarlos. CASIO Está bien, pero no me gusta. [Sale.] YAGO Si consigo meterle un trago más, con lo que lleva bebido esta noche, se pondrá más agresivo y peleón que un perro consentido. Y Rodrigo, mi pagano, a quien el amor casi ha vuelto del revés, se ha servido a la salud de su Desdémona libaciones de a litro, y está de guardia. A tres mozos de Chipre, briosos y altivos, y en punto de honor muy arrebatados, ejemplo palpable del ánimo isleño, los he alegrado con copas bien llenas, y también están de guardia. Y, en medio de este hatajo de borrachos, haré que Casio trastorne la isla. Aquí llegan. [Entran CASIO, MONTANO y caballeros.] Si la suerte realiza mi sueño, mis barcos marcharán con viento espléndido. CASIO Vive Dios que me han dado un buen trago. MONTANO ¡Si era poco! No más de un cuartillo, palabra de soldado. YAGO ¡Eh, traed vino! [Canta] «Choquemos la copa, tintín, tin; choquemos la copa, tintín. El soldado es mortal y su vida fugaz. ¡Que beba el soldado, tintín, tin!» ¡Vino, muchachos! CASIO ¡Vive Dios, qué gran canción! YAGO La aprendí en Inglaterra, donde son formidables bebiendo. El danés, el alemán y el panzudo holandés ¡a beber! no son nada al lado del inglés. CASIO ¿Tan experto bebedor es el inglés? YAGO ¡Cómo! No le cuesta emborrachar al danés, se tumba sin esfuerzo al alemán y hace vomitar al holandés antes que le llenen otra jarra. CASIO ¡A la salud del general! MONTANO ¡Bravo, teniente! Me uno a ese brindis. YAGO ¡Querida Inglaterra! [Canta] «Esteban fue rey ejemplar y quiso ahorrar con su calzón. Y por seis céntimos de más al sastre puso de ladrón. Su fama nunca tuvo igual, mas tú eres de otra condición. No tires tu viejo gabán, que el lujo arruina la nación». ¡Eh, más vino! CASIO ¡Vive Dios! Esta canción es más perfecta que la otra. YAGO ¿La canto otra vez? CASIO No, pues me parece indigno de su puesto quien hace esas cosas. En fin, Dios lo ve todo, y unos se salvarán y otros no se salvarán. YAGO Cierto, teniente. CASIO Ahora, que yo, sin ofender al general ni a persona principal, yo espero salvarme. YAGO Y yo también, teniente. CASIO Sí, mas con permiso, después que yo. El teniente se salva antes que el alférez. No se hable más; a nuestros puestos. ¡Dios perdone nuestros pecados! Caballeros, a nuestra oblilación. No creáis, caballeros, que estoy borracho. Este es mi alférez, ésta mi mano derecha y ésta mi izquierda. No estoy borracho, me tengo en pie y estoy hablando bien. TODOS Perfectamente. CASIO Muy bien. Entonces no digáis que estoy borracho. [Sale.] MONTANO A la explanada, señores, a montar la guardia. YAGO Ved a este hombre que acaba de salir: es un soldado capaz de dar órdenes al lado de César. Mas ved también su mal: con su virtud forma un equinoccio perfecto; ambos se extienden igual. ¡Qué pena! Temo que la confianza que en él pone Otelo en un mal momento de su vicio trastorne la isla. MONTANO ¿Suele estar así? YAGO Es el prólogo invariable de su sueño: si la bebida no le mece la cuna, está despierto la doble vuelta del reloj. MONTANO Convendría informar al general. Tal vez no se dé cuenta, o su bondad valore las virtudes de Casio y no vea sus faltas. ¿No os parece? [Entra RODRIGO.] YAGO [aparte a RODRIGO] ¿Qué hay, Rodrigo? Anda, sigue al teniente, vamos. [Sale RODRIGO.] MONTANO Es lástima que el noble moro confíe un puesto semejante a quien tiene un mal tan arraigado. Sería un acto de lealtad informar a Otelo. YAGO Yo nunca, por esta bella isla. Quiero bien a Casio, y haré lo que pueda por curarle su vicio. VOCES [desde dentro] ¡Socorro, socorro! YAGO ¡Escuchad! ¿Qué ruido es ése? [Entra CASIO persiguiendo a RODRIGO.] CASIO ¡Voto a... ! ¡Granuja, infame! MONTANO ¿Qué pasa, teniente! CASIO ¡Un granuja enseñarme mi deber! ¡Le voy a dejar como una criba! RODRIGO ¿A mí? CASIO ¿Qué dices, infame? MONTANO Vamos, teniente, os lo ruego. Basta. CASIO Si no me soltáis, os hundo el cráneo. MONTANO Vamos, vamos, estáis borracho. CASIO ¿Borracho yo? [Pelean.] YAGO [aparte a RODRIGO] Vamos, corre a anunciar el disturbio. [Sale RODRIGO.] Quieto, teniente. ¡Por Dios, señores! ¡Socorro! ¡Basta, teniente! ¡Basta, Montano! ¡Socorro, señores! ¡Buena guardia tenemos! Suena una campana. ¿Quién toca la campana? ¡Diablo!. La ciudad va a alborotarse. ¡Por Dios, teniente! ¡Basta! ¡Quedaréis deshonrado para siempre! [Entra OTELO con acompaiamiento.] OTELO ¿Qué pasa aquí? MONTANO ¡Voto a... ! Estoy sangrando. Me han herido de muerte. OTELO ¡Por vuestra vida, basta! YAGO Basta, teniente. Montano, señores, ¿habéis perdido la noción del puesto y el deber? Basta, os habla el general. Basta, por decencia. OTELO ¿Qué es esto? ¿Cómo ha sido? ¿Nos hemos vuelto turcos, haciéndonos nosotros lo que el cielo impidió a los otomanos?. Por decencia cristiana, ¡basta de barbarie! El que ceda a la furia con su acero desprecia su alma: cae muerto si se mueve ¡Que calle esa horrible campana! Espanta el decoro de la isla. ¿Qué ocurre, señores? Honrado Yago, que pareces muerto de pena, habla. ¿Quién ha sido? Por tu lealtad te lo ordeno. YAGO No sé. Estaban tan amigos, ahora mismo; por su trato parecían recién casados antes de acostarse. Y en un momento, cual si un astro los hubiese enloquecido sacan las espadas y se atacan uno a otro en cruel enfrentamiento. No puedo explicar cómo empezó esta riña tan absurda. ¡Así hubiera perdido en glorioso combate las piernas que a verla me trajeron! OTELO Casio, ¿cómo habéis podido desquiciaros? CASIO Excusadme, os lo suplico. No puedo hablar. OTELO Noble Montano, siempre fuisteis respetado. El decoro y dignidad de vuestra juventud son bien notorios y grande es vuestro nombre en boca del sabio. ¿Qué os ha hecho malgastar de este modo vuestra fama y cambiar el regio nombre de la honra por el de pendenciero? Contestadme. MONTANO Noble Otelo, estoy muy malherido. Yago, vuestro alférez, puede informaros de todo lo que sé, ahorrándome palabras que me cuestan. Y no sé que esta noche yo haya dicho o hecho nada malo, a no ser que sea pecado la caridad con uno mismo o la defensa propia cuando nos asalta la violencia. OTELO ¡Dios del cielo! La sangre empieza a dominarme la razón y la pasión, que me ha ofuscado el juicio, va a imponerse. ¡Voto a... ! Con que me mueva o levante este brazo, el mejor de vosotros cae bajo mi furia. Hacedme saber cómo empezó tan vil tumulto y quién lo provocó, y el culpable de esta ofensa, aunque sea mi hermano gemelo, para mí está perdido. En una ciudad de guarnición, aún inquieta, con la gente rebosando de pavor, ¿emprender una pelea particular en plena noche y en el puesto de guardia? Es demasiado. Yago, ¿quién ha sido? MONTANO Si por parcialidad o lealtad de compañero no te ajustas al rigor de la verdad, no eres soldado. YAGO No toquéis esa fibra. Que me arranquen esta lengua antes que ofender a Miguel Casio. Aunque creo que decir la verdad no puede dañarle. Oídla, general. Conversando Montano y yo, viene uno clamando socorro y Casio detrás con espada amenazante, dispuesto a arremeter. Este caballero se interpone y pide a Casio que se calme. Yo salí tras el tipo que gritaba, temiendo que sus voces, como luego sucedió, espantaran a las gentes. Mas fue veloz, logró escapar, y yo volví al instante, porque oí un chocar y golpear de espadas y a Casio maldiciendo, lo que no había oído hasta esta noche. Cuando volví, que fue en seguida, los vi enzarzados a golpes y estocadas, igual que cuando vos después los separasteis. De este asunto no puedo decir más. Los hombres son hombres, y hasta el mejor se desquicia. Aunque Casio le ha hecho algo, pues la furia no perdona al más amigo, me parece que Casio también recibió del fugitivo algún insulto grave que no tenía perdón. OTELO Ya veo, Yago, que tu afecto y lealtad suavizan la cuestión en beneficio de Casio. Casio, aunque os aprecio, nunca más seréis mi oficial. [Entra DESDÉMONA con acompañamiento.] ¡Mirad! ¡Hasta mi amor se ha levantado! Serviréis de ejemplo. DESDÉMONA ¿Qué ha ocurrido? OTELO Ya nada, mi bien. Vuelve a acostarte. Señor, de vuestra cura yo mismo me hago cargo. Lleváoslo. [Sacan a MONTANO.] Yago, mira por toda la ciudad y calma a los que se han alborotado con la riña. Vamos, Desdémona. Al guerrero la contienda perturba el dulce sueño. [Salen OTELO, DESDÉMONA y acompañamiento.] YAGO ¿Estáis herido, teniente? CASIO Sí, y no tengo cura. YAGO No lo quiera Dios. CASIO ¡Honra, honra, honra! ¡He perdido la honra! He perdido la parte inmortal de mi ser y sólo me queda la parte animal. ¡Mi honra, Yago, mi honra! YAGO A fe de hombre honrado, creí que os habían hecho alguna herida: se siente mucho más que la honra. La honra no es más que una atribución vana y falsa que suele ganarse sin mérito y perderse sin motivo. No habéis perdido ninguna honra, a no ser que os tengáis por deshonrado. ¡Vamos! Hay maneras de ganarse otra vez al general. Os ha despedido en un impulso, castigando por principio, no por aversión, como otro habría pegado a su perro inofensivo por asustar a un león imponente. Suplicadie otra vez y es vuestro. CASIO Le suplicaré que me desprecie antes que a un jefe tan bueno le engañe un oficial tan alocado, borracho e imprudente. ¡Borracho! ¡Y soltando tonterías! ¡Peleando, galleando, maldiciendo! ¡Y hablando altisonante con mi sombra! ¡Ah, invisible espíritu del vino! Si no tienes otro nombre, deja que te llame demonio. YAGO ¿Quién era el que perseguíais con la espada? ¿Qué os había hecho? CASIO No sé. YAGO ¡Será posible! CASIO Recuerdo un sinfín de cosas; con claridad, nada. Una riña, mas no sé por qué. ¡Dios mío! ¡Que los hombres se metan en la boca un enemigo que les roba la cordura! ¡Que nos volvamos como bestias con placer y regocijo, con festejo y aplauso! YAGO Pues ahora estáis bien. ¿Cómo es que os habéis recuperado? CASIO El diablo de la embriaguez se ha dignado ceder el puesto al diablo de la ira. Una imperfección me muestra otra y me hace despreciarme sin reservas. YAGO ¡Vamos! Sois un moralista muy severo. Ojalá no hubiese ocurrido, teniendo en cuenta el momento, el lugar y el estado del país. Mas ahora aprovechad lo que no tiene remedio. CASIO Sí, voy a pedirle el puesto y él me dirá que soy un borracho. Si tuviera tantas bocas como la hidra, tal respuesta las cerraría todas. ¡Ser primero racional, muy pronto un imbécil y en seguida una bestia! ¡Qué portento! Todo vaso de más es una maldición y dentro va el diablo. YAGO Vamos, vamos. Sabiéndolo beber, el vino es un espíritu benigno; no lo execréis. Bueno, teniente, creo que creéis en mi afecto. CASIO Lo he visto muy claro, borracho y todo. YAGO Vos o cualquier otro puede emborracharse alguna vez. Voy a deciros lo que debéis hacer. El general es ahora la mujer del general. Lo digo en el sentido de que él se ha entregado y consagrado a la contemplación, observación y admiración de sus prendas y virtudes. Acudid a ella con franqueza, suplicadie que os ayude a recobrar vuestro puesto. Es tan generosa, buena, sensible y celestial que en su bondad tiene por defecto no hacer más de lo que le piden. Rogadle que junte el ligamento que os unía con su esposo, y apuesto mi peculio contra cualquier cosa a que esa amistad, ahora rota, llegará a ser más fuerte que nunca. CASIO Es un buen consejo. YAGO No dudéis de mi sincera amistad y honrado propósito. CASIO Creo en ellos firmemente. Por la mañana le pediré a la dulce Desdémona que interceda por mí. Si me expulsan, es mi ruina. YAGO Estáis en lo cierto. Buenas noches, teniente; me espera la guardia. CASIO Buenas noches, honrado Yago. [Sale.] YAGO ¿Y quién va a decir que hago de malo, cuando mi consejo es sincero y honrado, muy puesto en razón y modo seguro de ganarse al moro? Pues es lo más fácil mover la complacencia de Desdémona por una causa honrada: es más generosa que los elementos de la naturaleza y, en cuanto a ganarse al moro, él renunciaría a su bautismo y a los signos de la redención por un amor que le tiene encadenado, pues ella puede hacer y deshacer lo que le plazca, al punto que el deseo al moro le domine sus pobres facultades. ¿Cómo voy a ser malvado si, en vía paralela, indico a Casio la línea recta de su bien? ¡Teología del diablo! Cuando el Maligno induce al pecado más negro, primero nos tienta con divino semblante, como ahora yo. Mientras este honrado bobo implora a Desdémona que remedie su suerte y ella intercede por él, yo al moro le vierto en el oído este veneno: que aboga por Casio porque le desea; y, cuanto más se afane por su bien, tanto más minará la fe del moro. Yo haré que su virtud se vuelva vicio y con su propia bondad haré la red que atrape a todos. [Entra RODRIGO.] ¿Qué hay, Rodrigo? RODRIGO Sigo la caza, mas no como perro de presa, sino haciendo bulto. Apenas me queda dinero, esta noche me sacuden bien el polvo y el final de mis afanes será que tendré más experiencia. Así que sin dinero y con más juicio me vuelvo a Venecia. YAGO ¡Qué pobres son los impacientes! ¿Qué herida no ha sanado paso a paso? Obramos con la mente, no con brujería, y la mente necesita lentitud. ¿Acaso va mal? Casio te ha pegado y un golpe tan chico ha expulsado a Casio. Otras plantas van creciendo al sol, mas lo que antes florece, antes da fruto. Mientras tanto, calma. ¡Dios santo, amanece! El placer y la acción acortan las horas. Retírate, vete a tu aposento. Vamos, ya te contaré. Anda, vete ya. [Sale RODRIGO.] Hay que hacer dos cosas. Mi mujer ha de mediar por Casio con su ama. Yo la incitaré. Mientras, llamando aparte al moro en su momento, haré que vea a Casio suplicante con su esposa. Sí, es la manera. El plan ya no admite desidia ni espera. [Sale.] **** Acto Tercero Escena I Entra CASIO con MÚSICOS y el GRACIOSO. CASIO Tocad aquí, señores. Premiaré vuestra labor. Algo que sea corto, y dad los buenos días al general. [Tocan.] GRACIOSO ¡Señores! ¿Es que esos instrumentos han estado en Nápoles, que hablan así por la nariz MÚSICO 1 ¿Qué queréis decir? GRACIOSO Veamos. ¿Son instrumentos de viento? MÚSICO 1 Claro que sí, señor. GRACIOSO Pues les cuelga un rabo. MÚSICO 1 ¿Qué rabo les cuelga? GRACIOSO El que va con el instrumento de ventosidad. Señores, aquí tenéis dinero: al general le gusta tanto vuestra música que por caridad os pide que no hagáis más ruido. MÚSICO 1 No lo haremos. GRACIOSO Si tenéis música que no se oiga, adelante. Mas ya sabéis que el general no quiere música. MÚSICO 1 De esa música no tenemos, señor. GRACIOSO Pues entonces, el pito en la bolsa y se acabó. ¡Vamos, esfumaos, humo! [Salen los Músicos.] CASIO Oye, amigo. GRACIOSO Yo no oigo a Migo: os oigo a vos. CASIO Anda, déjate de chanzas. Toma esta pequeña moneda de oro. Si está levantada la dama que acompaña a la esposa del general, dile que Casio le suplica el favor de su presencia. ¿Lo harás? GRACIOSO Está levantada. Me dispongo a preguntarle si se sirve presenciarse aquí. CASIO Gracias, amigo. [Sale el GRACIOSO. Entra YAGO.] Me alegro de verte, Yago. YAGO ¿No os habéis acostado? CASIO Pues no. Ya era de día cuando nos despedimos. Yago, me he permitido llamar a tu esposa. Mi súplica es que me proporcione una ocasion para hablar con la dulce Desdémona. YAGO Ahora mismo os la mando. Y veré la manera de alejar al moro para que converséis con mayor libertad. CASIO Os lo agradezco de veras. [Sale YAGO.] En Florencia no vi a nadie tan leal. [Entra EMILIA.] EMILIA Buenos días, teniente. Me apena que cayerais en desgracia. Mas todo irá bien. El general y su esposa lo están comentando, y ella os defiende. Otelo responde que el hombre al que heristeis es muy renombrado y tiene amistades, y que, en justa prudencia, se imponía el despido. Mas afirma que os aprecia y que no necesita más defensa que su afecto para aprovechar el momento oportuno y admitiros de nuevo. CASIO No obstante, os suplico que, si lo creéis posible y conveniente, me procuréis ocasión para conversar a solas con Desdémona. EMILIA Venid, os lo ruego. Os llevaré donde podáis hablar con libertad. CASIO Os estoy muy agradecido. [Salen.] Escena II Entran OTELO, YAGO y CABALLEROS. OTELO Yago, dale esta carta al piloto de la nave y que presente mis respetos al Senado. Después, ve a las obras a buscarme; allá estaré. YAGO Muy bien, señor. OTELO Señores, ¿vamos a ver la fortificación? CABALLEROS A vuestras órdenes, señor. [Salen.] Escena III Entran DESDÉMONA, CASIO y EMILIA. DESDÉMONA Tened por cierto, buen Casio, que haré cuanto pueda en vuestro apoyo. EMILIA Hacedlo, señora. Os juro que mi esposo está sufriendo como si fuera cosa propia. DESDÉMONA Es un buen hombre. Casio, haré que Otelo y vos volváis a ser tan amigos como antes. CASIO Generosa señora, pase lo que pase a Miguel Casio, será siempre vuestro fiel servidor. DESDÉMONA Lo sé. Gracias. Apreciáis a mi señor, le conocéis hace tiempo y podéis estar seguro de que no se alejará en su despego más de lo prudente. CASIO Sí, señora, mas tal vez la prudencia dure demasiado, o viva de alimento tan ligero, o crezca tanto por las propias circunstancias que, en mi ausencia y ocupado ya mi puesto, el general olvide mi amistad y mis servicios. DESDÉMONA No temáis. Ante Emilia, aquí presente, os garantizo vuestro puesto. Estad seguro de que si hago una promesa de amistad, la cumplo a la letra. A mi señor no dejaré hasta que se amanse, le hablaré hasta exasperarle. Su cama será escuela, su mesa, confesonario. En todo lo que haga mezclaré la súplica de Casio. Conque alegraos, Casio. Vuestra valedora morirá antes que abandonar vuestra causa. [Entran OTELO y YAGO.] EMILIA Señora, aquí viene mi señor. CASIO Señora, me retiro. DESDÉMONA ¡Cómo! Quedaos a oír lo que le digo. CASIO No, señora. Me siento muy inquieto y dañaría mis propios fines. DESDÉMONA Como os plazca. [Sale CASIO.] YAGO ¡Ah! Eso no me gusta. OTELO ¿Qué dices? YAGO Nada, señor. Bueno, no sé. OTELO ¿No era Casio el que hablaba con mi esposa? YAGO ¿Casio, señor? No. No le creo capaz de escabullirse con aire de culpable al veros venir. OTELO Pues yo creo que era él. DESDÉMONA ¿Qué hay, mi señor? He estado hablando con un suplicante, alguien que padece tu disfavor. OTELO ¿A quién te refieres? DESDÉMONA Pues a Casio, tu teniente. Mi buen señor, si tengo la virtud o el poder de persuadirte accede a una inmediata reconciliación. Pues si él de veras no te aprecia y pecó a sabiendas y no inconscientemente yo no sé juzgar la cara del honrado. Te lo ruego, pídele que vuelva. OTELO ¿Estaba aquí ahora? DESDÉMONA Sí, y se fue tan abatido que me ha dejado parte de su pena para que la comparta. Mi amor, pídele que vuelva. OTELO Ahora no, mi Desdémona. Otra vez. DESDÉMONA ¿Será pronto? OTELO Por ser tú, mi bien, cuanto antes. DESDÉMONA ¿Esta noche, en la cena? OTELO No, esta noche no. DESDÉMONA ¿Mañana a mediodía? OTELO No como en casa. Los capitanes me esperan en la ciudadela. DESDÉMONA Pues mañana por la noche o el martes por la mañana, a mediodía o por la noche; o en la mañana del miércoles. Dime cuándo, mas que no pase de tres días. Te juro que le pesa. Salvo en la guerra, donde dicen que hasta el jefe sirve de escarmiento, su infracción no parece que merezca ni reprimenda privada. ¿Cuándo puede venir? Dímelo, Otelo. Bien quisiera yo saber qué ruego podría negarte o resistir indecisa. Y siendo Miguel Casio, que te ayudó a cortejarme, que tantas veces se puso de tu parte cuando yo te censuré, ¿me haces que te acose para rehabilitarle? Pues aún podría... OTELO Basta, te lo ruego. Que venga cuando quiera. No pienso negarte nada. DESDÉMONA ¡Vaya! Eso no es un favor. Es como si te rogara que te pusieras los guantes, te alimentases bien o te abrigases, o quisiera que te hicieses a ti mismo un bien especial. No: si algo te pido que de veras ponga a prueba tu amor, será de peso, arduo de resolver y arriesgado de dar. OTELO No pienso negarte nada. A cambio sólo te pido una cosa: que me dejes por ahora. DESDÉMONA ¿Cómo voy a negártelo? Adiós, mi señor. OTELO Adiós, mi Desdémona. En seguida voy contigo. DESDÉMONA Ven, Emilia. [A OTELO] Haz lo que te dicte el corazón. Yo siempre te obedeceré. [Salen DESDÉMONA y EMILIA.] OTELO ¡Divina criatura! Que se pierda mi alma si no te quisiera y, cuando ya no te quiera, habrá vuelto el caos. YAGO Mi noble señor... OTELO ¿Qué quieres, Yago? YAGO Cuando hacíais la corte a la señora, ¿conocía Miguel Casio vuestro amor? OTELO Sí, desde el principio. ¿Por qué lo dices? YAGO Por satisfacer mi curiosidad, por nada más. OTELO ¿Y por qué esa curiosidad? YAGO No sabía que la conociese. OTELO Pues sí, y fue muchas veces nuestro mediador. YAGO ¿De veras? OTELO ¿De veras? Sí, de veras. ¿Qué ves en ello? ¿Acaso él no es honrado? YAGO ¿Honrado, señor? OTELO ¿Honrado? Sí, honrado. YAGO Señor, que yo sepa... OTELO ¿Qué quieres decir? YAGO ¿Decir, señor? OTELO ¡Decir, señor! ¡Por Dios, eres mi eco! Como si en tu mente hubiera un monstruo tan horrendo que no debe revelarse. Tú ocultas algo. Cuando Casio dejó a mi esposa, dijiste que no te gustaba. ¿A qué te referías? Y al decirte que tenía mi confianza mientras yo la cortejé, exclamas «¿De veras?», frunciendo y apretando el ceño, como si hubieras encerrado en tu cerebro alguna idea horrible. Si me aprecias de verdad, dime lo que piensas. YAGO Señor, sabéis que os aprecio. OTELO Así lo creo. Y, como sé que te mueve la amistad y la honradez y que mides las palabras antes de decirlas, esos titubeos me asustan mucho más. Pues en boca de un granuja desleal son hábitos corrientes, mas en un hombre fiel son oscuras dilaciones que nacen en el alma y no se dejan gobernar. YAGO En cuanto a Miguel Casio, juraría que es hombre honrado. OTELO Así lo creo yo. YAGO Los hombres deben ser lo que parecen; los que no lo son, ojalá no lo parezcan. OTELO Cierto, los hombres deben ser lo que parecen. YAGO Pues yo creo que Casio es honrado. OTELO En todo esto hay algo más. Te lo ruego, háblame en la lengua de tus propios pensamientos y dale al peor de todos la peor de las palabras. YAGO Disculpadme, señor. Aunque estoy obligado a la lealtad, no haré lo que no se exige al esclavo. ¡Revelar el pensamiento! ¿Y si fuera falso y vil? ¿En qué palacio no se ha insinuado la ruindad? ¿Hay alma tan pura en la que el turbio pensamiento no se haya reunido en tribunal con la justa reflexión? OTELO Yago, contra tu amigo maquinas si, creyendo que le agravian, le ocultas lo que piensas. YAGO Os lo suplico: tal vez me haya equivocado en mi sospecha, pues es la cruz de mi carácter rastrear las falsedades, y a veces mi celo crea faltas de la nada. No preste atención vuestra cordura al que suele idear tan burdamente, ni le turben observaciones adventicias y dudosas. Por vuestra paz y vuestro bien, por mi hombría, prudencia y honradez, no conviene que os diga lo que pienso. OTELO ¿Qué insinúas? YAGO Señor, la honra en el hombre o la mujer es la joya más preciada de su alma. Quien me roba la bolsa, me roba metal; es algo y no es nada; fue mío y es suyo, y ha sido esclavo de miles. Mas, quien me quita la honra, me roba lo que no le hace rico y a mí me empobrece. OTELO ¡Vive Dios, dime lo que piensas! YAGO No podría, ni con mi alma en vuestra mano, ni querré, mientras yo la gobierne. OTELO ¿Qué? YAGO Señor, cuidado con los celos. Son un monstruo de ojos verdes que se burla del pan que le alimenta. Feliz el cornudo que, sabiéndose engañado, no quiere a su ofensora mas, ¡qué horas de angustia le aguardan al que duda y adora, idolatra y recela! OTELO ¡Qué tortura! YAGO El pobre contento es rico y bien rico; quien nada en riquezas y teme perderlas es más pobre que el invierno. ¡Dios bendito, a todos los míos guarda de los celos! OTELO ¿Por qué, por qué dices eso? ¿Tú crees que viviría una vida de celos, cediendo cada vez a la sospecha con las fases de la luna?. No. Estar en la duda es tomar la decisión. Que me vuelva macho cabrío si mi espíritu se entrega a conjeturas tan extrañas y abultadas como tus alegaciones. Para darme celos no basta con decir que mi esposa es bella, sociable, sabe comer y conversar, canta, tañe y baila: estas prendas le añaden virtud. Y mi propia indignidad no me causa la menor duda o recelo de su fidelidad, pues tenía ojos y me eligió. No, Yago; quiero ver antes de dudar. Si dudo, pruebas; y con pruebas no hay más que una solución: ¡Adiós al amor o a los celos! YAGO Me alegro, pues ahora ya puedo mostraros mi afecto y lealtad con más franqueza. Así que, como es mi deber, os diré algo. Pruebas aún no tengo. Vigilad a vuestra esposa; observadia con Casio. Los ojos así: ni celosos, ni crédulos. Que no engañen a vuestro noble y generoso corazón en su propia bondad; conque, atento. Conozco muy bien el carácter de mi tierra las mujeres de Venecia enseñan a Dios los vicios que ocultarían a sus maridos. Su conciencia no las lleva a reprimirse, sino a encubrirlos. OTELO ¿Lo dices en serio? YAGO Engañó a su padre al casarse con vos; y, cuando parecía temblar y temer vuestro semblante, es cuando más os quería. OTELO Es verdad. YAGO Pues, eso. Si tan joven ya sabía sacar esa apariencia, dejando a su padre tan ciego que creía que era magia... He hecho muy mal. Os pido humildemente perdón por apreciaros tanto. OTELO Siempre te estaré agradecido. YAGO Veo que esto os ha desconcertado. OTELO Nada de eso, nada de eso. YAGO Pues yo temo que sí. Espero que entendáis que lo dicho lo ha dictado mi amistad. Mas os veo alterado. Permitidme suplicaros que no arrastréis mis palabras a un terreno más crudo o extenso que el de la sospecha. OTELO Descuida. YAGO Si lo hicierais, señor, mis palabras tendrían consecuencias que jamás soñó mi pensamiento. Casio es mi gran amigo. Señor, os veo alterado. OTELO No, no mucho. Estoy seguro de que Desdémona es honesta. YAGO Que lo sea por muchos años y vos que lo creáis. OTELO Y, sin embargo, apartarse de las leyes naturales... YAGO ¡Ah, ahí está! Pues, si me lo permitís, rechazar todos esos matrimonios con gente de su tierra, color y condición, lo que siempre parece natural... ¡Mmm... ! Ahí se adivina un deseo viciado, grave incongruencia, propósito aberrante. Perdonadme: en mis presunciones no pensaba en ella. Aunque temo que quiera volver sobre sus pasos y, al compararos con sus compatriotas, pueda arrepentirse. OTELO Muy bien, adiós. Si observas algo, dímelo. Que vigile tu mujer. Déjame, Yago. YAGO [saliendo] Señor, me retiro. OTELO ¿Por qué me casé? Seguro que el buen Yago ve y sabe más, mucho más de lo que dice. YAGO [volviendo] Señor, me permito suplicaros que no os dejéis obsesionar. Que el tiempo decida. Es justo que Casio recobre su puesto, pues lo ejerce con gran capacidad, mas, teniéndole apartado un poco más, podréis observar al hombre y sus métodos. Ved si vuestra esposa insiste en que vuelva y encarece su ruego con ardor: eso dirá mucho. Mientras tanto, que mi temor justifique mi injerencia, pues temo de verdad que ha sido grande, y, os lo ruego, no culpéis a vuestra esposa. OTELO No temas por mi aplomo. YAGO Nuevamente me retiro. [Sale.] OTELO Este hombre es de gran honradez, y su experiencia le permite discernir los móviles humanos. Corno ella resulte un halcón indomable, aunque la haya atado con las fibras de mi corazón, la suelto al hilo del viento y la dejo a la suerte. Quizá por ser negro y faltarme las prendas gentiles del galanteador, o haber descendido por el valle de los años (aunque poco importa) me quedo sin ella y burlado, y mi consuelo ha de ser detestarla. ¡Maldicíón de matrimonio ¡Llamar nuestras a tan gratas criaturas y no a sus apetencias! Prefiero ser sapo y vivir de los miasmas de un calabozo que dejar un rincón de mi ser más querido para uso de otros. Mas es la cruz del grande, pues el humilde es más privilegiado. Como la muerte, es destino inevitable: la suerte del cornudo ya está echada desde el momento en que nace. Aquí viene ella [Entran DESDÉMONA y EMILIA.] Si me engaña, el cielo se ríe de sí mismo. No pienso creerlo. DESDÉMONA ¿Qué ocurre, querido Otelo? La cena y los nobles isleños que has invitado aguardan tu presencia. OTELO La culpa es mía. DESDÉMONA ¿Por qué hablas tan bajo? ¿No estás bien? OTELO Me duele la cabeza, aquí, en la frente. DESDÉMONA Eso es de tanto velar. Se te quitará. Deja que te ate un pañuelo. Antes de una hora ya estará bien. OTELO Tu pañuelo es muy pequeño. Déjalo. [A DESDÉMONA se le cae el pañuelo.] Vamos, voy contigo. DESDÉMONA Me apena que no estés bien. [Salen OTELO y DESDÉMONA.] EMILIA Me alegra encontrar este pañuelo. Fue el primer regalo que le hizo el moro. Mi caprichoso marido cien veces me ha tentado para que se lo quite; mas ella lo adora, pues Otelo le hizo jurar que lo conservaría, y siempre lo lleva consigo, y lo besa y le habla. Pediré una copia para dársela a Yago. ¡Sabe Dios qué piensa hacer con el pañuelo! Yo sólo sé complacer su capricho. [Entra YAGO.] YAGO ¿Qué hay? ¿Qué haces aquí sola? EMILIA Sin reprender: tengo algo que enseñarte. YAGO ¿Algo que enseñarme? Algo que muchos han visto... EMILIA ¿Eh? YAGO...es una esposa sin juicio. EMILIA Ah, ¿era eso? ¿Qué me darás si te doy aquel pañuelo? YAGO ¿Qué pañuelo? EMILIA ¿Qué pañuelo? Pues el que Otelo regaló a Desdémona, el que tú tantas veces me pedías que le quitase. YAGO ¿Se lo has quitado? EMILIA No, se le cayó por descuido. Por suerte yo estaba allí y lo cogí. Mira, aquí está. YAGO ¡Qué gran mujer! Dámelo. EMILIA ¿Qué vas a hacer con él, que con ahínco me pedías que lo robase? YAGO Y a ti, ¿qué más te da? [Se lo quita.] EMILIA Si no es para nada de importancia, devuélvemelo. ¡Pobre señora! Se va a volver loca cuando no lo encuentre. YAGO Tú no sabes nada. A mí me hace falta. Anda, vete ya. [Sale EMILIA.] Dejaré el pañuelo donde vive Casio; él lo encontrará. Simples menudencias son para el celoso pruebas más tajantes que las Santas Escrituras. Me puede servir. El moro está cediendo a mi veneno: la idea peligrosa es veneno de por sí y, aunque empiece por no desagradar, tan pronto como actúa sobre la sangre, arde como mina de azufre. ¿No lo decía? [Entra OTELO.] Aquí llega. Ni adormidera o mandrágora, ni todos los narcóticos del mundo podrán devolverte el dulce sueño de que gozabas ayer. OTELO ¿Así que me engaña? YAGO ¡Vamos, general! Dejad ya eso. OTELO ¡Fuera, vete! Me has puesto en el suplicio. Te juro que es mejor ser engañado que sospecharlo una pizca. YAGO ¡Vamos, señor! OTELO ¿Tenía yo noción de su furtivo deleite? Ni lo veía, ni me dolía, ni lo pensaba. Dormía cada noche, vivía feliz y confiado; en sus labios no veía los besos de Casio. Aquél a quien roban, si no advierte el robo, mejor que lo ignore, y así nada pierde. YAGO Vuestras palabras me apenan. OTELO Feliz habría sido pudiendo ignorarlo, aunque toda la tropa, hasta el último peon, gozase con su cuerpo. Ahora, ¡adiós para siempre al alma serena! ¡Adiós al sosiego! ¡Adiós a penachos marciales y a guerras grandiosas que enaltecen la ambición! ¡Adiós! ¡Adiós al relincho del corcel y a trompetas vibrantes, a tambores que enardecen y a pífanos que asordan, a regios estandartes y a todo el esplendor, gloria, pompa y ceremonia de la guerra! Y tú, mortífero bronce, cuya ruda garganta imita el fragor espantoso de Júpiter, ¡adiós! Otelo ya no tiene ocupación. YAGO Señor, ¿es posible? OTELO Infame, demuestra que mi amada es una puta; demuéstralo. Quiero la prueba visible o, por la vida perdurable de mi alma, más te habría valido nacer perro que hacer frente a mi furia desatada. YAGO ¿A esto hemos llegado? OTELO Házmelo ver o, por lo menos, demuéstramelo de modo que en la prueba no haya gancho ni aro en que colgar una duda o, ¡ay de ti! YAGO Mi noble señor... OTELO Como tú la calumnies y a mí me atormentes, no reces más; abandona tu conciencia, cubre de horrores la cima del horror, haz que llore el cielo y se espante la tierra, pues nada peor podrás añadir a tu condenación. YAGO ¡Misericordia! ¡Que el cielo me asista! ¿Sois hombre? ¿Tenéis alma? ¿O raciocinio? Adiós. Quedaos con mi puesto. ¡Ah, desgraciado, que por afecto vuelves vicio la honradez! ¡Ah, mundo atroz! ¡Fíjate, fíjate, mundo! Ser honrado y sincero trae peligro. Os agradezco la lección, y desde ahora no quiero amigos, pues la amistad es dolor. OTELO No, espera. Tú debes ser honrado. YAGO Debiera ser listo, que la honradez es muy tonta y se arruina en sus afanes. OTELO ¡Por Dios! Creo que mi esposa es honesta y no lo creo; creo que tú eres leal y no lo creo. Quiero una prueba. Su nombre era tan claro como el rostro de Diana, y ahora está más sucio y más negro que mi faz. No voy a soportarlo cuando hay sogas, cuchillos, veneno, fuego o aguas que ahogan. ¡Querría estar seguro! YAGO Señor, veo que os devora la pasión. Me arrepiento de haberla provocado. ¿Querríais estar seguro? OTELO Querría, no: quiero. YAGO Y podéis. Mas, señor, ¿cómo estar seguro? ¿Queréis ser un zafio espectador? ¿Ver como la montan? OTELO ¡Ah, muerte y condenación! YAGO Sería difícil y engorroso, creo yo, llevarlos a esa escena. Que se condenen los ojos que los vean acostados. Entonces, ¿qué? Entonces, ¿cómo? ¿Qué queréis que diga? ¿Cómo estar seguro? No podréis verlo, aunque sean más ardientes que las cabras, más sensuales que los monos, más calientes que una loba salida y más brutos que la ignorancia borracha. Mas, si buscáis seguridad en indicios vehementes que lo apoyen y lleven al umbral de la verdad, podréis tenerla. OTELO Dame una prueba real de que me engaña. YAGO No me gusta la encomienda, mas, habiéndome adentrado en este pleito, movido del afecto y la necia lealtad, no me detendré. Descansaba yo con Casio y me vino tal dolor de muelas que no podía dormir. Los hay tan ligeros de lengua que durmiendo musitan sus asuntos. Casio es uno de éstos. Le oí decir en sueños: «Querida Desdémona, seamos prudentes, ocultemos nuestro amor». Y entonces me agarra y me tuerce la mano, gritando «¡Divina criatura!», y me besa con ganas, como arrancando de cuajo los besos que crecieran en mis labios; y me echa la pierna sobre el muslo, suspira, me besa y grita «¡Maldita la suerte que te dio al moro!» OTELO ¡Asombroso, asombroso! YAGO Bueno, no fue más que un sueño. OTELO Pero indica una acción consumada. YAGO Aunque sueno, es indicio grave. Podría sustanciar otras pruebas más débiles. OTELO ¡La haré mil pedazos! YAGO Sed prudente. Aún no es seguro; quizá sea honesta. Mas, decidme, ¿no la habéis visto con un pañuelo en la mano, bordado de fresas? OTELO Uno así tiene ella: fue mi primer regalo. YAGO No lo sabía. Mas hoy he visto a Casio limpiarse la barba con un pañuelo así, y seguro que era el de ella. OTELO Como sea ése... YAGO Como sea ése u otro que sea suyo, la incrimina con las otras pruebas. OTELO ¡Tuviera el infame diez mil vidas! Una es poco, una no es nada para mi venganza, Ahora ya veo que es cierto. Mira, Yago, cómo echo al aire mi estúpido amor; adiós. ¡Negra venganza, sal de tu cóncava celda! ¡Amor, entrega corona y trono querido al odio salvaje! ¡Estalla, corazón, y suelta esa carga de lenguas de áspid! [Se arrodilla.] YAGO Sosegaos. OTELO ¡Ah, sangre, sangre, sangre! YAGO Tened calma. Acaso cambiéis de idea. OTELO Jamás, Yago. Como el Ponto Euxino, cuya fría corriente e indómito curso no siente la baja marea y sigue adelante hacia la Propóntide y el Helesponto, así mis designios, que corren violentos, jamás refluirán, y no cederán al tierno cariño hasta vaciarse en un mar de profunda e inmensa venganza. Por ese cielo esmaltado, con todo el fervor de un sagrado juramento, empeño mi palabra. YAGO No os levantéis. [Se arrodilla.] Estrellas que ardéis en lo alto, sed testigos, elementos que nos ciñen y rodean, sed testigos de que Yago desde ahora consagra la actividad de su cerebro, su corazón y sus manos al servicio del agraviado Otelo. Que dicte sus órdenes, y mi obediencia será compasión, por cruel que sea la empresa. [Se levanta.] OTELO Acojo tu afecto con franca aceptación, no con vana gratitud, y sin más demora te pongo a prueba. De aquí a tres días quiero que me digas que Casio no vive. YAGO Mi amigo está muerto. Lo mandáis y está hecho. Mas a ella dejadla que viva. OTELO ¡Así se condene la zorra! ¡Maldita, maldita! Vamos, ven conmigo. Voy a proveerme de algún medio rápido para acabar con el bello demonio. Desde ahora eres mi teniente. YAGO Vuestro para siempre. [Salen.] Escena IV Entran DESDÉMONA, EMILIA y el GRACIOSO. DESDÉMONA ¡Tú! ¿Sabes en dónde para el teniente Casio? GRACIOSO No puedo decir que pare. DESDÉMONA ¿Y por qué? GRACIOSO Porque un soldado no para y, si le llevas la contra, no hay quien lo pare. DESDÉMONA ¡Vamos! ¿Dónde se hospeda? GRACIOSO Deciros dónde se hospeda es deciros que me paro. DESDÉMONA Y todo eso, ¿adónde lleva? GRACIOSO No sé dónde se hospeda y si me invento una posada y digo que para en ésta o aquélla, el invento se me para en la garganta. DESDÉMONA ¿Puedes inquirir por él y ser instruido en la respuesta? GRACIOSO Haré catequesis por el mundo: digo que haré preguntas y tendré contestación. DESDÉMONA Búscale. Pídele que venga. Dile que he intercedido con mi esposo en su favor y que confío en que todo irá bien. GRACIOSO Hacer eso no rebasa los límites del entendimiento, conque voy a intentarlo. [Sale] DESDÉMONA ¿Dónde habré perdido ese pañuelo, Emilia? EMILIA No lo sé, señora. DESDÉMONA Mejor habría sido perder mi bolsa llena de cruzados. Si mi noble Otelo no fuese magnánimo, ni estuviese limpio de la ruindad del celoso, bastaría para darle que pensar. EMILIA ¿No es celoso? DESDÉMONA ¿Quién, él? Yo creo que el sol de su tierra le quitó esos humores. EMILIA Mirad. Aquí viene. [Entra OTELO.] DESDÉMONA Ahora no voy a dejarle hasta que llame a Casio. ¿Cómo está mi señor? OTELO Bien, mi señora. [Aparte] ¡Qué duro disimular! ¿Y cómo está mi Desdémona? DESDÉMONA Muy bien, mi señor. OTELO Dame la mano. Esta mano está húmeda. DESDÉMONA No conoce los años ni las penas. OTELO Es señal de largueza y entrega. Caliente, caliente y húmeda. Esta mano es muy libre; necesita ayuno y oración, mucha penitencia, prácticas piadosas, pues encierra a un ardiente diablillo que suele rebelarse. Una mano buena, una mano abierta. DESDÉMONA Bien puedes decirlo, pues con esta mano te di mi corazón. OTELO Noble mano. Antaño la mano se daba con el corazón; en los nuevos blasones hay manos, mas no corazón. DESDÉMONA No te entiendo. Vamos, tu promesa. OTELO ¿Qué promesa, mi bien? DESDÉMONA He hecho llamar a Casio para que te vea. OTELO Me aqueja un penoso catarro. Déjame el pañuelo. DESDÉMONA Toma. OTELO El que te regalé. DESDÉMONA No lo llevo. OTELO ¿No? DESDÉMONA No, de verdad. OTELO Mal hecho. Ese pañuelo se lo dio a mi madre una egipcia: una maga que casi leía el pensamiento. Le dijo que, mientras lo tuviera, sería muy querida y a mi padre rendiría enteramente a su amor; mas que, si lo perdía o regalaba, sería odiosa a los ojos de mi padre, cuyo ánimo iría en pos de otros amores. Al morir me lo dio, y me pidió que lo entregara a quien la suerte me diera por esposa. Así lo hice. Tenlo en cuenta y quiérelo como a tus ojos. Perderlo o regalarlo acarrearía una ruina incomparable. DESDÉMONA ¿Es posible? OTELO No miento. Es la magia del tejido. Una sibila, que en el mundo había contado el giro del sol doscientas veces, cosió su bordado en profético furor; hicieron la seda gusanos sagrados y se tiñó en caromornia, que los sabios prepararon con corazones de vírgenes. DESDÉMONA Pero, ¿es cierto? OTELO Cierto y verdadero, conque cuídalo bien. DESDÉMONA Entonces, ¡ojalá no lo hubiera visto nunca! OTELO ¿Eh? ¿Por qué? DESDÉMONA ¿Cómo es que hablas tan violento y excitado? OTELO ¿Se ha perdido? ¿No está? ¡Habla! ¿Se ha extraviado? DESDÉMONA ¡Dios nos bendiga! OTELO ¿Qué respondes? DESDÉMONA Que no. Pero, ¿y si se hubiera perdido? OTELO ¿Cómo? DESDÉMONA Digo que no se ha perdido. OTELO Tráelo, que lo vea. DESDÉMONA Podría traerlo, pero ahora no. Todo esto es una excusa para que olvide mi ruego. Vamos, haz que Casio sea rehabilitado. OTELO Tráeme el pañuelo. Tengo dudas. DESDÉMONA Vamos, vamos. Nunca verás a hombre más apto. OTELO ¡El pañuelo! DESDÉMONA Te lo ruego, habla de Casio. OTELO ¡El pañuelo! DESDÉMONA Es un hombre cuya suerte siempre consagró a la amistad que te profesa, que compartió tus peligros... OTELO ¡El pañuelo! DESDÉMONA La verdad, eres injusto. OTELO ¡Dios! [Sale.] EMILIA ¿Conque no es celoso? DESDÉMONA Jamás le vi así. Seguro que es la magia del pañuelo, Me apena mucho haberlo perdido. EMILIA Un año o dos no revelan a un hombre. Todos son estómagos y nosotras, comida. Nos comen con hambre y, una vez llenos, nos eructan. [Entran YAGO y CASIO.] Mirad: Casio y mi marido. YAGO No hay otro remedio: debe hacerlo ella. ¡Mirad qué suerte! Id a rogarle. DESDÉMONA ¿Qué hay, buen Casio? ¿Alguna noticia? CASIO Mi ruego, señora. Os suplico que, por vuestra favorable mediación, yo pueda volver a existir y gozar del afecto de aquél a quien, con toda la entrega de mi alma, honro sin reservas. No lo aplacéis. Si tan grave es mi delito que ni acciones pasadas, penas presentes o intención de servicios futuros son rescate suficiente de su afecto, el beneficio de saberlo solicito. Así me envolveré en fingida complacencia, resignado a seguir otro camino al albur de la fortuna. DESDÉMONA ¡Ah, noble Casio! Mi defensa no encuentra consonancia: mi esposo no es mi esposo, ni podría conocerle si tuviera el semblante tan cambiado como el ánimo. Os juro por todos los santos que por vos he hecho lo imposible, poniéndome al alcance de su enojo por hablarle con franqueza. Debéis esperar. Lo que pueda, lo haré: más de lo que me atrevo a hacer por mí misma. Que eso os baste. YAGO ¿Enojado mi señor? EMILIA Salió hace un momento y, desde luego, con gran excitación. YAGO ¿Cómo puede enojarse? Yo he visto cómo el cañón hacía saltar sus batallones por el aire y, como un diablo, arrebataba a su propio hermano de su lado. ¿Enojado? Será algo grave. Voy a buscarle. Algo ha de pasar si está enojado. DESDÉMONA Ve con él, te lo ruego. [Sale YAGO.] Le habrá enturbiado su espíritu limpio algún asunto de Estado, quizá de Venecia, o alguna conjura malograda, recién descubierta aquí, en Chipre. En esos casos, cuando les preocupan cosas de importancia, los hombres discuten por una minucia. Ocurre así. Cuando el dedo nos duele, parece que transmite dolor a los miembros sanos. No; no pensemos que los hombres son dioses, ni de ellos esperemos miramientos como el día de la boda. ¡Regáñame, Emilia! Soy una torpe guerrera y con el alma acusaba de rigor a mi marido; mas veo que he inducido a falso testimonio y que le he acusado injustamente. EMILIA Dios quiera que sean asuntos de Estado, como creéis, y no algún antojo o celos caprichosos que os afecten. DESDÉMONA ¡Cielo santo! Jamás le di motivo. EMILIA Sí, mas eso al celoso no le sirve. El celoso no lo es por un motivo: lo es porque lo es. Son los celos un monstruo engendrado y nacido de sí mismo. DESDÉMONA Dios guarde de ese monstruo el alma de Otelo. EMILIA Así sea, señora. DESDÉMONA Voy a buscarle. Casio, quedad por aquí. Si le veo bien dispuesto, le presentaré vuestra súplica y haré lo imposible por que acceda. CASIO Señora, con humildad os lo agradezco. [Salen DESDÉMONA y EMILIA. Entra BIANCA.] BIANCA Dios te guarde, amigo Casio. CASIO ¿Qué haces que no estás en casa? ¿Cómo está mi bellísima Bianca? Te juro, mi amor, que iba a visitarte. BIANCA Y yo iba a tu aposento. ¿Conque una semana sin verme? ¿Siete días con sus noches? ¿Trece veces trece horas? ¡Y horas de ausencia del amado, cien veces más largas que las del reloj! ¡Qué agobio de cuenta! CASIO Perdóname, Bianca: estos días me abrumaban muy graves pensamientos. Te pagaré mi cuenta de ausencia de manera más continua. Querida Bianca, cópiame este bordado. [Le da el pañuelo.] BIANCA Casio, ¿esto de dónde ha salido? Seguro que es prenda de una nueva amiga. Ahora veo el motivo de la ausencia. ¿A esto hemos llegado? Vaya, vaya. CASIO ¡Quita, mujer! Devuelve tus viles recelos a la boca del diablo, que es quien te los dio. Tú sospechas que esto es de una amante, algún recuerdo. Te juro que no, Bianca. BIANCA Pues, ¿de quién es? CASIO Ni yo lo sé. Lo encontré en mi aposento. Me gusta el bordado. Antes que lo busquen, como harán seguramente, quisiera una copia. Toma y hazla, y ahora, déjame. BIANCA ¿Qué te deje? ¿Por qué? CASIO Estoy esperando al general, y no sería propio, ni es mi deseo, que me vea con una mujer. BIANCA ¿Y por qué? CASIO No es que no te quiera. BIANCA Es que no me quieres. Te lo ruego, acompáñame un poco y dime si he de verte al atardecer. CASIO Apenas si puedo acompañarte, pues he de seguir esperando; mas te veré luego. BIANCA Muy bien. Tendré que conformarme. [Salen.] **** Acto Cuarto Escena I Entran OTELO Y YAGO. YAGO ¿Vais a creerlo? OTELO ¿Creerlo, Yago? YAGO ¿Un beso a solas? OTELO ¡Un beso ilícito! YAGO ¿O estar desnuda en la cama con su amigo una hora o más sin mala intención? OTELO ¿Desnuda en la cama sin mala intención, Yago? Eso es hipocresía con el diablo. A quienes obran con virtud y hacen esas cosas, el diablo les tienta la virtud y ellos tientan al cielo. YAGO Si no hacen nada es pecado venial; mas si yo le doy un pañuelo a mi mujer... OTELO ¿Qué? YAGO Pues que es suyo, señor, y, siendo suyo, creo que puede regalárselo a otro hombre. OTELO Mas ella es protectora de su honra. ¿Puede entregarla? YAGO Su honra es una esencia invisible. La siguen teniendo quienes ya no la tienen. Pero el pañuelo... OTELO ¡Por Dios, ojalá que lo hubiera olvidado! Me decías (ah, se cierne sobre mi memoria como cuervo sobre casa apestada, augurando desgracia) que él tenía mi pañuelo. YAGO ¿Y qué? OTELO Pues que no está bien. YAGO ¿Y si hubiera dicho que le vi ofenderos? ¿O le hubiera oído decir, como esos granujas que, haciendo la corte con porfía o por la débil voluntad de alguna dama, las convencen y complacen, y no saben callarse... ? OTELO ¿Ha dicho algo? YAGO Sí, señor. Pero seguro que no más de lo que niegue bajo juramento. OTELO ¿Qué ha dicho? YAGO Pues que... No sé qué. OTELO ¿Qué, qué? YAGO Durmió... OTELO ¿Con ella? YAGO Con ella, sobre ella, como queráis. OTELO ¿Durmió con ella? ¿Sobre ella? Entonces decimos que dormir es infamarla. ¡Con ella! ¡Dios, qué asco! ¡Pañuelo, confesión, pañuelo! Confesión y horca por hacerlo. Primero la horca y después la confesión. Me hace temblar. Mi naturaleza no caería sin fundamento en pasión tan cegadora. No son palabras lo que me agita. ¡Uf! Nariz, orejas, labios. ¿Es posible? ¿Confesión? ¿Pañuelo? ¡Vil demonio!. [Cae inconsciente.] YAGO Actúa, veneno, actúa. Así es como caen los crédulos bobos, y así es como pierden la honra muchas dignas damas, siendo inocentes y puras. ¡Eh, señor! ¡Vamos, señor! ¡Otelo! [Entra CASIO.] ¿Qué hay, Casio? CASIO ¿Qué pasa? YAGO Mi señor ha tenido un ataque de epilepsia. Ya es el segundo: ayer tuvo uno. CASIO Frótale las sienes. YAGO No, dejadle. Que la inconsciencia siga su curso. Si no, echará espumarajos por la boca y se pondrá hecho una furia. Mirad, se mueve. Retiraos un momento. Se repondrá en seguida. Cuando se haya ido, quiero hablaros de un asunto importante. [Sale CASIO.] ¿Qué hay, general? ¿Os habéis lastimado la cabeza? OTELO ¿Te burlas de mí?. YAGO ¿Burlarme de vos? No, por Dios. Así llevarais vuestra suerte como un hombre. OTELO Un cornudo es un monstruo y una bestia. YAGO Entonces en una ciudad populosa hay muchas bestias y monstruos civiles. OTELO ¿Lo ha confesado? YAGO Mi buen señor, sed hombre. Pensad que quien lleva barba y va en coyunda, tal vez arrastre esa carga. Son millones los que duermen en camas deshonradas que ellos tienen por honrosas. Vuestro caso es mejor. ¡Ah, qué ruindad del diablo, qué burla del Maligno es besar a una indecente, creyéndola pura, en el lecho conyugal! No, yo quiero saberlo y, sabiendo lo que soy, sabré cómo acabará ella. OTELO ¡Ah, qué sagaz! Es cierto. YAGO Alejaos un momento; no crucéis la frontera de la calma. Cuando estabais abrumado por la angustia, flaqueza que no cuadra a un hombre como vos, llegó Casio. Logré librarme de él; vuestro desmayo me dio buena excusa. Le dije que volviese pronto y hablaríamos, lo cual prometió. Ahora escondeos, y fijaos en las burlas, muecas y visajes que aloja cada zona de su cara, pues haré que vuelva a contarme dónde, cómo, cuándo, desde cuándo y cada cuánto se entiende y entenderá con vuestra esposa. Fijaos bien en su actitud. Vamos, calma, o diré que sois todo bilis y nada ser humano. OTELO ¿Me oyes bien, Yago? Seré muy cauteloso con mi calma, pero, ¿me oyes bien?, muy violento. YAGO Eso está bien. Mas todo a su tiempo. ¿Queréis retiraros? [Se esconde OTELO.] Ahora le hablaré a Casio de Bianca, una mujerzuela que, vendiendo sus favores, se paga la ropa y el pan. Se muere por Casio, pues es la maldición de las perdidas engañar a muchos y que uno solo las engañe. Cuando la oiga nombrar, no podrá contenerse de la risa. Aquí llega. [Entra CASIO.] Cuando se ría, Otelo se pondrá furioso, y sus celos ignorantes torcerán el desparpajo, las sonrisas y ademanes del pobre Casio. ¿Qué tal, teniente? CASIO Nunca peor, pues me nombras por el puesto cuya carencia me mata. YAGO Porfiad con Desdémona y será vuestro. Si de Bianca dependiese vuestra súplica, ¡qué pronto seríais favorecido! CASIO ¡Ah, pobre criatura! OTELO Ya se está riendo. YAGO Jamás conocí mujer tan enamorada. CASIO ¡Ah, la pobrecilla! Sí, creo que me quiere. OTELO Lo niega a medias y lo toma a risa. YAGO Escuchad, Casio. OTELO Ahora le fuerza a que lo cuente. Muy bien, vamos, adelante. YAGO Ella va diciendo que la haréis vuestra esposa. ¿Es vuestra intención? CASIO ¡Ja, ja, ja! OTELO ¿Triunfante, romano, triunfante? CASIO ¿Hacerla mi esposa? ¿A una buscona? Anda, ten caridad con mi uso de razón. No lo juzgues tan enfermo. ¡Ja, ja, ja! OTELO Vaya, vaya. Ríe quien vence. YAGO Pues corre la voz de que os casaréis. CASIO Vamos, habla en serio. YAGO Si miento, soy un canalla. OTELO ¿Conque me has marcado? Bien. CASIO Eso es un cuento de esa mona. Es su amor y vanidad, no mi promesa, lo que le hace creer que nos casaremos. OTELO Yago me hace señas. Ya empieza la historia. CASIO Ha estado aquí hace poco. Me asedia por todos la dos. El otro día hablaba yo con unos venecianos a la orilla del mar, y viene la mozuela y, te lo juro se me agarra al cuello así. OTELO Gritando «¡Ah, querido Casio!», como aquel que dice. Sus ademanes lo explican. CASIO Se me apoya, se me cuelga y me llora, y venga a tirar de mí. ¡Ja, ja, ja! OTELO Ahora contará que se lo llevó a mi cuarto. ¡Ah, te veo la nariz, pero no el perro al que se la echaré! CASIO Pues tendré que dejármela. YAGO ¡Vive Dios! Ahí viene. [Entra BIANCA.] CASIO Una de esas zorras. Sí, y bien perfumada. ¿Qué pretendes asediándome así? BIANCA ¡Que te asedien a ti el diablo y su madre! ¿Y tú qué pretendías con el pañuelo que me has dado? ¡Valiente tonta fui al llevármelo! ¿Que copie el bordado? ¡Tú sí lo bordas todo encontrando en tu cuarto un pañuelo que no sabes quién dejó! ¿La prenda de una lagarta y quieres que yo te la copie? Ten, dásela a tu moza. Me da igual la procedencia: yo no te copio el bordado. CASIO Pero, ¿qué pasa, mi querida Bianca? ¿Qué pasa? OTELO ¡Por Dios, seguro que es mi pañuelo! BIANCA Si quieres, ven a cenar esta no