Summary

This document discusses attitudes, beliefs, and values in social psychology. It explores the differences between these concepts and provides examples of how values impact attitudes. The text also analyzes the structure of attitudes, including cognitive, affective, and behavioral components.

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ACTITUDES una experiencia directa están más relacionadas con el comportamiento real. Por último, resulta necesario destacar que la fuerza de la actitud determina su estabilidad en el tiempo, su capacidad para resistir apelaciones persuasivas, su capacidad para influir en cómo procesamos la infor­ m...

ACTITUDES una experiencia directa están más relacionadas con el comportamiento real. Por último, resulta necesario destacar que la fuerza de la actitud determina su estabilidad en el tiempo, su capacidad para resistir apelaciones persuasivas, su capacidad para influir en cómo procesamos la infor­ mación y su capacidad para guiar el comportamiento (Holland et al., 2002). 1.3. Diferencias entre actitudes, creencias y valores Las actitudes, en Psicología Social, pueden distin­ guirse de otros conceptos relacionados como son las creencias y los valores (Sutton y Douglas, 2019). Las creencias son afirmaciones que indican la probabili­ dad subjetiva de una persona de que un objeto ten­ ga una característica determinada (Fishbein y Ajzen, 1975). Otra forma de decirlo es que constatan la vera­ cidad o la falsedad de proposiciones sobre el objeto o que señalan una relación entre el objeto y alguna ca­ racterística, por ejemplo: «Este libro es muy interesan­ te», «El gato de Schrodinger es la paradoja más popu- lar de la física cuántica» o «Mi jefe es muy exigente». Por lo que, las creencias son piezas de información (hechos o afirmaciones) sobre algo. Sin embargo, las actitudes son evaluaciones globales hacia algún obje­ to. Por lo tanto, se considera que la actitud de una per­ sona hacia un objeto resume sus creencias evaluativas sobre el mismo. Por ejemplo, las principales creencias favorables que los adolescentes mantienen sobre el consumo de cannabis son las siguientes (Morell et al., 2019): «Hace que te diviertas (colocarte)», «te ayuda a relajarte», «te hace más sociable» o «te permite supe­ rar tus inseguridades». La actitud resultante sería que te guste consumir cannabis o no. Lógicamente, las ac­ titudes sirven para elegir, mientras que las creencias sirven para explicar. Así, los programas de prevención del consumo de cannabis en adolescentes deberían destacar tanto las creencias negativas (ej. el consumo de cannabis es adictivo o conlleva problemas de me­ moria y aprendizaje) como atacar las positivas (ej. «te permite superar tus inseguridades» o «te hace más so­ ciable»). Por su parte, los valores son metas deseables y transituacionales, que varían en importancia y que sir­ ven como principios guía en la vida de las personas Clasificación de los diez tipos de valores de Schwartz (1990) Dimensión Individualismo Tipos de valor Valores específicos Poder Poder social, riqueza, autoridad, conservar imagen pública, reconocimiento social. Logro Ambición, lograr éxitos, capacidad. Hedonismo Placer, disfrutar de la vida. Estimulación Vida variada, vida excitante, atrevimiento. Autodirección Creatividad, libertad, elegir las propias metas, curiosidad, independencia, auto-respeto. Universalismo Justicia social, igualdad, un mundo en paz, un mundo de belleza, unidad con la naturaleza, tolerancia, sabiduría, protección del medio ambiente. Seguridad Seguridad familiar, seguridad nacional, orden social, limpieza, reciprocidad de favores, sentimiento de pertenencia. Benevolencia Ayudar, perdonar, lealtad, responsabilidad, honestidad, amistad verdadera, amor maduro. Tradición Aceptando mi parte en la vida, respetando a la tradición, devoción, humildad, moderación. Conformidad Obediencia, autodisciplina, buenos modales, honra a padres y ancianos. Mixto Colectivismo m.111 PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) (Rokeach, 1973). Por ejemplo, el «hedonismo» y la «li­ bertad» son ejemplos de valores personales que, por lo general, trascienden los acontecimientos o situaciones concretas. Schwartz (1990) propone que los valores humanos reflejan las necesidades (organismo), los mo­ tivos sociales y las demandas institucionales sociales. A nivel individual, sugiere un conjunto de diez tipos de valores (véase Tabla 4.1 ), que son originalmente re­ presentados por 50 elementos. Teóricamente, los cin­ co primeros son individualistas, los dos siguientes son mixtos y los tres últimos son colectivistas. Los valores difieren de las actitudes en que trans­ cienden a los objetos y situaciones, mientras que las actitudes se centran en objetos y situaciones concretas (Rokeach, 1973). Si hay docenas de valores, entonces hay miles de actitudes. De esta forma, los valores son conceptos de orden superior que afectan a las actitu­ des. Por ejemplo, si una persona valora mucho la salud y la forma física, es probable que esto influya en las actitudes hacia diversos objetos actitudinales como el ejercicio físico, la dieta y el consumo de drogas. Así, los valores de una persona pueden influir indirecta­ mente en el comportamiento a través de su influencia en las actitudes (Sutton y Douglas, 2019). Además de ser más generales, los valores ocupan una posición central más importante que las actitudes dentro del autoconcepto. Así, una de las funciones principales de las actitudes, como se describirá más adelante, es la expresión de los valores. Incluso cuando no tene­ mos actitudes claras hacia una cuestión específica, los valores relacionados pueden influir en las actitu­ des que nos formamos. Consideremos, por ejemplo, las actitudes del público hacia el uso de los coches autónomos o el metaverso. Las actitudes negativas de muchas personas hacia estas cuestiones novedosas es­ tán determinadas por valores como la tradición y la conformidad, más que por el grado de conocimiento tecnológico que tengan sobre el tema (Branscombe y Baron, 2023). Por lo tanto, consideramos que las actitudes son básicas y omnipresentes en la vida humana. Sin ac­ titudes, las personas tendrían dificultades para inter­ pretar y reaccionar ante los acontecimientos, para tomar decisiones y para dar sentido a sus relaciones con otras personas. Veamos ahora la anatomía de las actitudes. 2. ESTRUCTURA DE LAS ACTITUDES Una pregunta esencial a nivel psicológico que hay que hacerse sobre las actitudes es si son un constructo unitario o si tienen varios componentes diferentes. Los primeros modelos teóricos definían la actitud de una forma global como el afecto positivo o negativo hacia un objeto psicológico (Thurstone, 1931). Esta concep­ tualización unidimensional de la actitud es eficaz y sencilla, pero no puede discernir su naturaleza com­ pleja y multifacética. Por lo que, a continuación, se analizarán diferentes puntos de vista teóricos sobre la estructura multidimensional de las actitudes. 2.1. El modelo tripartito de las actitudes En los años sesenta apareció el modelo tripartito de las actitudes (Rosenberg et al., 1960), que sostiene que una actitud es una entidad única que contiene tres dimensiones o componentes: cognitivo, afectivo y conductual. El componente cognitivo hace refe­ rencia a las creencias que la persona tiene sobre el objeto actitudinal, el componente afectivo representa los sentimientos positivos y negativos hacia el objeto actitudinal, y el componente conductual describe las acciones y respuestas pasadas al objeto actitudinal. Así, la actitud de una persona hacia un objeto acti­ tudinal (p. ej., el Real Madrid) puede manifestarse de tres formas genéricas: cuando la persona afirma ver­ balmente que el Real Madrid es el «mejor» equipo y que, por tanto, ganará el campeonato (dimensión cognitiva), cuando asiste a partidos del Real Madrid (dimensión conductual) y cuando su cara estalla en expresiones de alegría cuando el Real Madrid marca un gol (dimensión afectiva). En la investigación, este modelo multidimensio­ nal de la actitud ha ayudado a discernir su naturaleza compleja, ya que podemos lograr conocer la actitud (variable latente) a partir de los tres tipos de manifes­ taciones (cognitivas, afectivas y conductuales) que se pueden observar tanto de forma directa como indirec­ ta (p. ej., a través de las puntuaciones en un cuestio­ nario). Más concretamente, el modelo tripartito puede aplicarse para explicar la aparición de estas manifesta­ ciones según el nivel de la actitud latente que encarna una persona (Kaiser y Wilson, 2019). Por lo que se tra­ ta de un modelo de tipo reflexivo, ya que un cambio en la variable latente (no observable) será reflejado en un cambio en todos sus indicadores (véase Figura 4.2). Siguiendo con el ejemplo anterior, si a una persona le deja de gustar el Real Madrid, entonces podrían cam­ biar sus creencias sobre la calidad de su juego, deja­ ría de asistir a los partidos y de sentir alegría cuando marca un gol. Ahora bien, por muy clara que parezca esta visión tripartita de la actitud desde el punto de vista concep­ tual, se ha cuestionado su validez y utilidad empíri­ ca. La concepción de las actitudes como si tuvieran ACTITUDES Componente cognitivo Componente afectivo Componente conductual Modelo tripartito de la actitud. componentes cogn1tIvos, afectivos y conductuales separados plantea la cuestión de la coherencia entre estos factores. Esta concepción requiere un grado re­ lativamente alto (pero no perfecto) de consistencia. Si hay poca o ninguna consistencia entre ellos, no hay razón para considerar los tres factores como aspectos del mismo concepto (actitud); en su lugar, tendrían que verse como factores totalmente independientes. Por otro lado, si están perfectamente correlacionados, no pueden ser componentes separados; en este caso serían simplemente nombres diferentes para designar lo mismo (Oskamp y Schultz, 2005). Otra cuestión importante es la de si toda actitud debe tener los tres componentes que postula el mode­ lo tripartito. Los resultados de la investigación sugieren que algunas actitudes no tienen estos tres aspectos dis­ tinguibles. Por ejemplo, algunas reacciones emociona­ les hacia un objeto actitudinal, como las arañas, pue­ den no tener ninguna base de conocimiento cognitivo, mientras que las actitudes hacia una cuestión científica como la física cuántica pueden ser totalmente cogniti­ vas. Del mismo modo, existen diferencias individuales en la estructura de las actitudes, ya que algunas per­ sonas pueden dar más peso a los elementos cognitivos hacia un objeto actitudinal, mientras que otras pueden dárselo a los afectivos. Por otra parte, lo que queremos realmente estudiar en Psicología Social es cómo la conducta de las per­ sonas está relacionada con la forma en que piensan y sienten sobre los objetos actitudinales. Por lo que hoy en día se rechaza simplemente definir la conducta como una parte inherente a la actitud. Asimismo, esto supone prejuzgar el vínculo entre la actitud y la con­ ducta, cuestión en sí misma espinosa y compleja como se detalla más adelante en este capítulo. Basta con de­ cir que la mayoría de las definiciones modernas de ac­ titud implican una disposición evaluativa global basada en información cognitiva, afectiva y conductual que, al mismo tiempo, puede influenciar a las cogniciones, las respuestas afectivas, la intención conductual y la con­ ducta en sí misma (Zanna y Rempel, 2008). 2.2. El punto de vista del proceso latente El punto de vista contemporáneo sostiene que una actitud es una entidad distinguible de sus manifestacio­ nes cognitivas, afectivas y conductuales. Es decir, una actitud es un constructo psicológico no observable que consiste en la evaluación general de un objeto que se forma a partir de estos tres tipos de factores, pero que no se reduce a ellos. Desde el punto de vista del pro­ ceso latente (DeFleur y Westie, 1963; Eagly y Chaiken, 1993), se postula un proceso oculto que ocurre a nivel psicológico, al que llamamos actitud, y explica la rela­ ción entre los estímulos y las respuestas de la persona. Por lo tanto, se aboga por un modelo de tipo formativo (no reflexivo como el anterior) donde son los procesos cognitivos, afectivos y conductuales los que causan la actitud, así que un cambio en ella no es acompaña­ do por un cambio en todos los procesos. En la Figura 4.3 se representa que los estímulos pueden despertar los procesos cognitivos, afectivos y/o conductuales en una persona, muchos de los cuales no son observables. Juntos o por separado, estos procesos pueden producir una actitud (un constructo psicológico no observable o latente) hacia los objetos involucrados en la situación de estímulo. Asimismo, la presencia de una actitud dará lugar a respuestas observables, que pueden ser reacciones cognitivas, afectivas y/o conductuales ante el objeto de la actitud (Oskamp y Schultz, 2005). Con este cambio en la consideración de la actitud como conceptualmente separable de sus dimensiones o factores, la investigación ha abordado las posibles diferencias entre las actitudes basadas principalmente en el afecto, la cognición o el comportamiento (Fabri­ gar et al., 2005). Asimismo, diferentes personas pue­ den tener actitudes hacia el mismo objeto de actitud por diferentes razones. Por ejemplo, algunas personas votan a un partido político porque están a favor de sus propuestas políticas, mientras que otras votan a (o en contra de) ese mismo partido porque simplemente les gusta (o no) su imagen pública. Aunque se podría pensar que los procesos cognitivos serían más impor­ tantes en este sentido, los estudios en Politología han mostrado que muchas decisiones de voto se toman principalmente sobre la base del afecto (Abelson et al., 1982). De hecho, es justo decir que el factor afectivo es generalmente el predictor más fuerte e importante de las actitudes, especialmente en el caso del prejuicio (Stangor et al., 1991). PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) Observable Latente Observable Procesos cognitivos Respuestas cognitivas Estímulos Procesos conductuales _J - I �'---� 1 Respuestas conductuales El punto de vista del proceso latente. 3. FUNCIÓN DE LAS ACTITUDES La sociedad humana es cada vez más compleja y las personas necesitan tener un amplio abanico de actitudes (Baumeister y Bushman, 2020). Durante las elecciones se pide a los ciudadanos que voten sobre muchos partidos y candidatos. Cuando compran, se les presentan literalmente cientos de opciones diferen­ tes. Incluso si saben que quieren un producto concre­ to, como un teléfono móvil, se enfrentan a una gran variedad de alternativas potenciales y tener algunas actitudes puede ayudar (p. ej., un determinado mode­ lo me gusta porque tiene una gran pantalla, pero otro modelo me gusta más porque lo tienen mis mejores amigos). Por lo que las actitudes son tremendamente útiles a la hora de elegir, ya que poseer una actitud aumenta la facilidad, la rapidez y la calidad de la toma de decisiones (Fazio et al., 1992). La comprensión de las funciones de las actitudes significa entender la ma­ nera en que sirven a la persona. En general, las fun­ ciones de las actitudes se pueden sintetizar en cinco (Katz, 1960; Smith et al., 1956; Ubillos et al., 2003; Watt et al., 2009): 1) Conocimiento, 2) lnstrumentali­ dad, 3) Defensa del ego, 4) Expresión de los valores, y 5) Ajuste social. A continuación, se describen cada una de estas funciones detalladamente. 3.1. La función de conocimiento En el transcurso de la vida cotidiana, las personas se encuentran con una multitud de objetos. De hecho, se ven bombardeadas por una gran variedad de estí­ mulos y se ven obligadas a tomar innumerables deci- siones sobre a cuáles acercarse y cuáles evitar. Estos estímulos no solo incluyen objetos físicos como ali­ mentos, ropa y juguetes, sino también otras personas, acontecimientos y actividades. Además, los asuntos sociales, así como las conversaciones con otras per­ sonas, a menudo exigen que las personas adopten una posición respecto a diversas cuestiones sociales y po­ líticas. Las actitudes permiten categorizar las cosas en «buenas» y «malas» (Baumeister y Bushman, 2020). En este sentido, el bien y el mal se encuentran entre las categorías más básicas del pensamiento. Aunque estas categorías son abstractas, los niños las entienden muy pronto, especialmente la categoría «malo» (véase Cuadro 4.1 ). Lo malo es más fuerte que lo bueno La comprensión del concepto verbal malo parece entrar en el foco cognitivo alrededor de los 2 años, o posiblemente antes, mientras que el concepto bueno se comprende entre los 3 y 4 años (Rhine et al., 1967). Esto refleja probablemente uno de los principios psicológicos más básicos: Lo malo es más fuerte que lo bueno. Las ma­ las emociones y los malos comentarios tienen más impac­ to que los buenos, y la mala información se procesa más a fondo que la buena (Baumeister et al., 2001 ). Desde luego, tendría sentido evolutivo que un organismo estu­ viera más atento a evitar el daño que a buscar el placer, que estuviera más atento a las señales de peligro que a las oportunidades. Los alimentos o las oportunidades de apa­ reamiento que no se persiguen hoy podrían aprovecharse mañana; si no se evita un riesgo hoy, puede que no haya mañana. Por lo tanto, un sesgo de negatividad pronun­ ciado podría aumentar las posibilidades de supervivencia (Gilovich et al., 2018).

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