Discurso sobre el origen de la desigualdad (PDF)
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Universidad de Puerto Rico, RÃo Piedras
1999
Juan Jacobo Rousseau
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Este documento es un discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, escrito por Juan Jacobo Rousseau, y editado por elaleph.com en 1999. El texto explora temas de filosofÃa polÃtica y social sobre la desigualdad entre los hombres.
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DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD JUAN JACOBO ROUSSEAU Editado por elaleph.com 1999 – Copyright www.elaleph.com Todos los Derechos Reservados DISCURSO SOBRE EL SIGUIENTE TEMA PROPUESTO POR...
DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD JUAN JACOBO ROUSSEAU Editado por elaleph.com 1999 – Copyright www.elaleph.com Todos los Derechos Reservados DISCURSO SOBRE EL SIGUIENTE TEMA PROPUESTO POR LA ACADEMIA DE DIJON ¿CUAL ES EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES? ¿ESTA ELLA AUTORIZADA POR LA LEY NATURAL? 1 1 La Academia en esta ocasión no discernió el premio a Rousseau sino a cierto abate llamado Talbert. (EE.). 1 DEDICATORIA 2 A LA REPUBLICA DE GINEBRA 3 Honorables y soberanos señores: 4 Convencido de que sólo al ciudadano virtuoso corresponde rendir a su patria honores que 5 pueda conocer como suyos, hace treinta años que trabajo por merecer poder ofreceros un 6 homenaje público, y en esta feliz ocasión que suple en parte lo que mis esfuerzos no han 7 podido hacer, he creÃdo que me serÃa permitido consultar el celo que me anima más que el 8 derecho que deberÃa autorizarme. Habiendo tenido la felicidad de nacer entre vosotros, 9 ¿cómo podrÃa meditar sobre la igualdad que la naturaleza ha establecido entre los hombres 10 sobre la desigualdad que ellos han instituido, sin pensar en la profunda sabidurÃa con que la 11 una y la otra felizmente combinadas en este Estado, concurren, de la manera más semejante 12 a la ley natural y la más favorable a la sociedad, al mantenimiento del orden público y al 13 bienestar de los particulares? Escudriñando las mejores máximas que el buen sentido pueda 14 sugerir sobre la constitución de un gobierno, he sido de tal manera sorprendido de verlas 15 todas en práctica en el vuestro, que en el caso mismo de no haber nacido dentro de vuestros 16 muros, me habrÃa creÃdo obligado a ofrecer este cuadro de la sociedad humana, a aquel que, 17 de todos los pueblos me parece poseer las más grandes ventajas y haber el mejor prevenido 18 los abusos. 19 Si me hubiese sido dado escoger el lugar de mi nacimiento, habrÃa escogido una sociedad 20 de una magnitud limitada por la extensión de las facultades humanas, es decir, por la 21 posibilidad de ser bien gobernada, y en donde cada cual bastase a su empleo, en donde nadie 22 fuese obligado a confiar a otros las funciones de que estuviese encargado; un Estado en 23 donde todos los particulares, conociéndose entre sÃ, ni las intrigas oscuras del vicio ni la 24 modestia de la virtud, pudiesen sustraerse a las miradas y a la sanción públicas, y en donde, 25 ese agradable hábito de verse y de conocerse, hace del amor de la patria el amor de los 26 ciudadanos con preferencia al de la tierra. 27 Yo habrÃa querido nacer en un paÃs en donde el soberano y el pueblo tuviesen un mismo 28 y solo interés, a fin de que todos los movimientos de la máquina social no tendiesen jamás 29 que hacia el bien común, lo cual no puede hacerse a menos que el pueblo y el soberano sean 30 la misma persona. De esto se deduce que yo habrÃa querido nacer bajo el régimen de un 31 gobierno democrático, sabiamente moderado. 32 Yo habrÃa querido vivir y morir libre, es decir, de tal suerte sumiso a las leyes, que ni yo ni 33 nadie hubiese podido sacudir el honorable yugo; ese yugo saludable y dulce que las cabezas 34 más soberbias soportan con tanta mayor docilidad cuanto menos han sido hechas para 35 soportar ninguno otro. 36 Yo habrÃa querido que nadie en el Estado pudiese considerarse como superior o por 37 encima de la ley, ni que nadie que estuviese fuera de ella, pudiese imponer que el Estado 38 reconociese, porque cualquiera que pueda ser la constitución de un gobierno, si se 39 encuentra en él un solo hombre que no sea sumiso a la ley, todos los demás quedan 40 necesariamente a la discreción de él (a); y si hay un jefe nacional y otro extranjero, cualquiera 41 que sea la división de autoridad que puedan hacer, es imposible que ambos sean bien 42 obedecidos ni que el Estado sea bien gobernado. 43 ,,,,,,,,,,,,,, 44 45 Yo habrÃa querido escoger una patria sustraÃda, por benéfica impotencia, al amor feroz de 46 las conquistas, y garantizada por una posición más dichosa aún, del temor de ser ella misma 47 conquistada por otro Estado; un paÃs libre, colocado entre varios pueblos que no tuviesen 48 ningún interés en invadirlo y en donde cada uno tuviese interés en impedir a los demás 49 hacerlo; una república, en una palabra, que no inspirase la ambición a sus vecinos y que 50 pudiese razonablemente contar con el apoyo de ellos en caso de necesidad. De ello se 51 deduce que, colocada en una posición tan feliz, no tendrÃa nada que temer si no era de ella 52 misma y que si sus ciudadanos se ejercitasen en las atinas, fuese más bien por conservar o 53 sostener entre ellos ese ardor guerrero y esa grandeza de valor que sienta tan bien a la 54 libertad y que sostiene su amor, que por la necesidad de proveer a su propia defensa. 55 Yo habrÃa buscado un paÃs en donde el derecho de legislación fuese común a todos los 56 ciudadanos, porque, ¿quién puede saber mejor que ellos, bajo qué condiciones les conviene 57 vivir reunidos en una misma sociedad? Pero no habrÃa, con todo, aprobado plebiscitos 58 semejantes a los de los romanos, en donde los jefes del Estado y los más interesados en su 59 conservación, eran excluidos de las deliberaciones de las cuales dependÃan a menudo su 60 felicidad y en donde, por una absurda inconsecuencia, los magistrados eran privados de los 61 derechos de que gozaban los simples ciudadanos. 62 Por el contrario, yo habrÃa deseado que, para impedir los proyectos interesados y mal 63 concebidos y las innovaciones peligrosas que perdieron al fin a los atenienses, nadie tuviese 64 el poder de proponer a su fantasÃa nuevas leyes; que ese derecho perteneciese solamente a 65 los magistrados, que usasen de él con tanta circunspección, que el pueblo por su parte fuese 66 tan reservado a dar su consentimiento a dichas leyes y que su promulgación no pudiese 67 hacerse sino con tal solemnidad, que antes que la constitución fuese alterada, hubiese el 68 tiempo de convencerse, que es sobre todo la gran antigüedad de las leyes, lo que las hace 69 santas y venerables; que el pueblo desprecia pronto las que ve cambiar todos los dÃas y que 70 acostumbrándose a desatender o descuidar los antiguos usos, con el pretexto de hacerlos 71 mejor, introducen a menudo grandes males para corregir pequeños. 72 ……………………………….……………….. 73 Pero habrÃa escogido una en donde los particulares, contentándose con sancionar las 74 leyes y con decidir en cuerpo y de acuerdo con los jefes los más importantes negocios 75 públicos, establecieran tribunales respetados, regularizando con esmero los diversos 76 departamentos, eligieran todos los años los más capaces y más Ãntegros de sus 77 conciudadanos para administrar la justicia y gobernar el Estado y en donde la virtud de los 78 magistrados llevando como distintivo la sabidurÃa del pueblo, los unos y los otros se honrasen 79 mutuamente. 80 …………………………………………… 81 Tales son, honorables y soberanos señores, las ventajas que yo habrÃa buscado en la patria 82 en que hubiera escogido, y si la Providencia hubiese además añadido una situación 83 encantadora, un clima templado, un paÃs fértil y el aspecto más delicioso que se pueda 84 concebir bajo el cielo, yo no habrÃa deseado como colmo de mi felicidad, sino gozar de todos 85 esos bienes en el seno de esa dichosa patria, viviendo apaciblemente y en agradable sociedad 86 con mis conciudadanos, ejerciendo con ellos y a su ejemplo, la humanidad, la amistad y todas 87 las virtudes, y dejando tras de mà la honrosa memoria de un hombre de bien y de un honrado 88 y virtuoso patriota. 89 ………………………..…………….. 90 Séame permitido citar un ejemplo del cual deberÃan haber quedado mejores huellas y que 91 perdurará por siempre en mi memoria. Jamás me acuerdo sin que sea con la más dulce 92 emoción, de la memoria del virtuoso ciudadano que me dio el ser y que a menudo alimentó 93 mi infancia del respeto que os era debido. Yo lo veo todavÃa, viviendo del sudor de su frente 94 y nutriendo su alma con las verdades más sublimes. Veo ante él a Tácito, a Plutarco y a 95 Grotius, mezclados con los instrumentos de su oficio. Veo a su lado un hijo querido, 96 recibiendo con muy poco fruto las tiernas instrucciones del mejor de los padres. Pero si los 97 extravÃos de una loca juventud me hicieron olvidar durante algún tiempo tan sabias 98 lecciones, tengo al fin la dicha de experimentar que, por inclinado que sea al vicio, es difÃcil 99 que una educación en la cual el corazón ha tomado parte, permanezca perdida para siempre. 100 Tales son, honorables y soberanos señores, los ciudadanos y aun los simples habitantes 101 nacidos en el Estado que vosotros gobernáis; tales son esos hombres instruidos y sensatos 102 de quienes, bajo el nombre de obreros y de pueblo, tienen en otras naciones tan bajas y tan 103 falsas ideas. Mi padre, lo confieso con gozo, no era un hombre distinguido entre sus 104 conciudadanos, no era más que lo que son todos, y tal cual él era, no hay paÃs donde su 105 sociedad no haya sido solicitada y hasta cultivada con provecho por los hombres más 106 honrados. No me pertenece a mÃ, y gracias al cielo, no es necesario hablaros de los 107 miramientos que pueden esperar de vosotros hombres de ese temple, vuestros iguales tanto 108 por educación como por derecho natural y de nacimiento; vuestros inferiores por su propia 109 voluntad, por la preferencia que le deben a vuestros méritos, que ellos mismos os han 110 acordado, y por la cual vos les debéis a vuestra vez una especie de reconocimiento. 111 …………………………………………… 112 ¿Podré yo olvidar esa preciosa mitad de la república que hace la felicidad de la otra y cuya 113 dulzura y sabidurÃa sostienen la paz y las buenas costumbres? ¡Amables y virtuosas 114 ciudadanas, el destino de vuestro sexo será siempre el de gobernar el nuestro! ¡Feliz, cuando 115 vuestro casto poder, ejercido solamente por medio de la unión conyugal, no se haga sentir 116 más que por la gloria del Estado y en pro del bienestar público! Es asà como las mujeres 117 gobernaban en Esparta y es asà como vosotras merecéis gobernar en Ginebra. ¿Qué hombre 118 bárbaro podrÃa resistir a la voz del honor de la razón salida de la boca de una tierna esposa? 119 ¿Y quién no despreciarÃa un vano lujo viendo vuestra simple y modesta compostura, que por 120 el esplendor que tiene de vosotras semeja ser la más favorable a la belleza? Es a vosotras a 121 quienes corresponde mantener siempre con vuestro amable e inocente imperio y por 122 vuestro espÃritu insinuante, el amor a las leyes en el Estado y la concordia entre los 123 ciudadanos; reunir por medio de felices matrimonios las familias divididas, y sobre todo 124 corregir con la persuasiva dulzura de vuestras lecciones y con las modestas gracias de 125 vuestras pláticas, las extravagancias o caprichos que nuestra juventud va a adquirir en otros 126 paÃses, de donde, en lugar de aprovechar de tantas cosas útiles que existen, no traen sino, 127 revestidos de un tono pueril y aire ridÃculo, aprendidos entre mujeres perdidas, la admiración 128 de yo no sé qué pretendidas grandezas, frÃvolas compensaciones de la servidumbre, que no 129 valdrá jamás lo que vale la augusta libertad. Sed, pues, siempre lo que sois, las castas 130 guardianas de las costumbres y de los dulces lazos de la paz, y continuad haciendo valer en 131 toda ocasión, los derechos del corazón y de la naturaleza en beneficio del deber y de la virtud. 132 ………………………………..…………… 133 Dignaos, honorables y soberanos señores, recibir todos con la misma bondad, los 134 respetuosos testimonios del interés que me tomo por vuestra prosperidad común. Si he sido 135 bastante desdichado para ser culpable de ciertos transportes indiscretos en esta viva efusión 136 de mi corazón, os suplico los perdonéis en honor a la tierna afección de un verdadero patriota 137 y al celo ardiente y legÃtimo de un hombre que no aspira a otra felicidad mayor para sÃ, que 138 la de veros a todos dichosos. 139 Soy con el más profundo respeto, honorables y soberanos señores, vuestro muy humilde, 140 obediente servidor y conciudadano. 141 J. J. ROUSSEAU. 142