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Es en los seis, siete primeros años de vida del niño cuando se produce el desarrollo de la inteligencia. Para nosotros los padres, una vez pasado el susto de darnos cuenta de qué poco tiempo tenemos, ¿cuáles serían las claves, los elementos básicos, que debemos tener en cuenta para ayudar al máximo...

Es en los seis, siete primeros años de vida del niño cuando se produce el desarrollo de la inteligencia. Para nosotros los padres, una vez pasado el susto de darnos cuenta de qué poco tiempo tenemos, ¿cuáles serían las claves, los elementos básicos, que debemos tener en cuenta para ayudar al máximo a desarrollar ese potencial? Maria Montessori hace muchos años, Lo que decía era que los seis primeros años son los más importantes en el desarrollo del niño. Pero no hablaba exactamente de inteligencia, sino de un desarrollo más global. Sabemos que el cerebro de los niños, y el de los adultos, tiene distintos componentes, distintas partes, a nivel cerebral, que registran información a distintos niveles de procesamiento. Una parte, que sería el cerebro primitivo, busca la supervivencia del niño y es la parte que dice al niño que tiene hambre, que tiene sueño, que se tiene que defender de un estímulo o protegerse cuando está solo. Es la parte del cerebro que, básicamente, nos ayuda a sobrevivir y con la que funcionan los niños cuando son muy pequeños, de bebés. En ese sentido es muy importante ayudar a los niños a sentirse seguros, a sentir que, cuando tienen miedo, nosotros responderemos atendiéndoles, que van a estar bien nutridos, que les vamos a acomodar para que puedan dormir si están cansados, y no obligarles a seguir despiertos. Eso sería una parte fundamental: darles seguridad. La segunda parte del cerebro, el segundo nivel de información, es el llamado cerebro emocional. Es una parte muy importante y esencial durante los primeros años de vida porque permite comunicar los instintos de supervivencia más básicos del niño con todo su mundo intelectual. Siempre me gusta deciros una cosa y es que el niño que se desarrolla bien, que tiene un desarrollo cerebral pleno, que creo que es lo que preguntas, es aquel que, cuando llega a convertirse en adulto, es capaz de que sus pensamientos, sus emociones y sus acciones vayan en la misma dirección. Por eso es importante educar el mundo emocional durante estos primeros años. El cerebro es un poco como un árbol: crece sobre la parte primitiva, la parte de supervivencia, luego añade esas estructuras que tienen que ver con las emociones y luego el mundo intelectual. Pero si el mundo de la seguridad, del bienestar emocional del niño, no está bien estructurado desde pequeño, no se va a desarrollar plenamente. El niño tendrá tiempo para aprender japonés, chino, para aprender matemáticas cuando vaya siendo más mayor. Pero es importante que crezca en una familia en que se sienta seguro, en la que sienta que sus errores no le van a salir caros con gritos o amenazas y que empecemos a contagiarle nuestro entusiasmo por el mundo intelectual, es decir, por el aprendizaje. Son unas claves sencillas pero muy importantes que todo padre debería tener en cuenta. Y hablando de eso, a mí me pasa que de pequeña me castigaban con una cierta frecuencia. Se utilizaba aquello del palo y la zanahoria. Y ocurre que con mi hija muchas veces me sale instintivamente. Intento controlarlo, pero hay veces que es el último recurso cuando ya necesito que haga lo que tiene que hacer. Pero si bien en el momento consigo que haga lo que tiene que hacer, no veo que realmente haya un aprendizaje. No veo que sea un comportamiento que luego se queda con ella. ¿Qué alternativa tengo? ¿Qué otro recurso tengo al castigo? Es muy importante esto que me preguntas porque venimos de una educación muy basada en los premios y castigos, y la neurociencia ha desterrado este tipo de educación porque sabemos, lo que dices, que no es eficaz. Siempre digo a los padres una cosa: si los castigos fueran eficaces, los niños a los que más se castiga serían los que mejor se portan. Y todos sabemos que es al contrario. Hay muchas alternativas a los castigos que son mucho más pedagógicas y con las que los niños aprenden mucho más. La primera de ellas sería poner límites. Poner límites quiere decir explicar al niño lo que no queremos que haga antes de que ocurra. De esa manera estamos previniendo que el niño desarrolle ciertas conexiones o ciertos patrones neurocerebrales que van a provocar que repita ese comportamiento negativo. Cuando lo frenamos antes de que ocurra estamos previniendo. Por eso es importante que los padres tengan límites. Los límites se pueden traducir en normas. La diferencia entre norma y castigo es que el castigo viene a posteriori, mientras que la norma suele venir de antemano. Y a partir de los tres o cuatro años lo podemos fijar en familia. Es decir, cuando su comportamiento creemos que no es adecuado, podemos hablar con ellos y de alguna manera llegar a un acuerdo para que acepten, sepan o entiendan que no es el comportamiento adecuado. Pero lo importante es que en todas las culturas y familias, las normas se estructuran en la misma parte del cerebro, que es la corteza frontal. Por eso, al poner normas a los niños y hacer que se respeten estamos ayudándoles a desarrollar esa corteza frontal. Y la tercera clave que yo te daría para ayudar a tus hijos, o a tu hija, a portarse de una manera más adecuada o según las normas que queréis que se cumplan en casa es que la ayudéis. Si yo tengo un amigo que va al cardiólogo y le dice que tiene un alto riesgo de infarto, cuando quedo con él, no estoy esperando a que se compre un bollo o hamburguesa, para decirle después: “Te lo advertí. Fíjate lo mal que lo estás haciendo”. Sino que yo, que soy un buen amigo, intentaré ayudarle para que no cometa esos errores que le ha dicho el cardiólogo. ¿Cómo? Yendo a tomar un zumo, saliendo a pasear con él... Y los padres que son capaces de ayudar a sus hijos a comportarse mejor, a saber esperar, ayudándoles a ser pacientes, ayudándoles a que no se enfaden tanto, simplemente avisándoles tres minutos antes de apagar la tele: “Voy a apagar la tele en tres minutos”, consiguen que los niños se adapten mejor a las normas. Son unas claves sencillas, pero ayudan mucho a los padres. Casualmente, tenemos unos amigos nórdicos y que tienen una idea muy diferente de cómo educar a sus hijos. Ellos ponen mínimos límites, no creen apenas en los límites, y lo que sí hacen es dejarles tomar muchísimas decisiones desde muy pequeños. Decisiones como qué comer, qué ponerse, desde que son muy pequeños. ¿Eso les está ayudando a los niños en su autoestima, en su libertad, en su capacidad de tomar decisiones, de adultos? Sí, sin lugar a dudas. Sabemos que dejar que los niños tomen decisiones ayuda a que desarrollen una zona del lóbulo frontal que ayuda a resolver problemas de manera más efectiva porque dejamos que se equivoquen y aprendan de los errores. Pero también sabemos que, cuando sobreprotegemos, estamos coartando esa capacidad que tiene el cerebro, no el niño, sino el cerebro, de ir desarrollándose plenamente. Hay estudios de la Universidad de Gunma en Japón que ven que los padres que sobreprotegen más a los niños, que les ayudan de una manera más o menos dirigida a tomar mejores decisiones, acaban tomando peores decisiones de mayores. Por lo tanto, estoy muy de acuerdo con tus amigos escandinavos. En casa también intentamos ponerles pocos límites pero importantes. Cuando un niño de seis meses empieza a gatear es importante poner el límite de que no coja la botella de lejía, porque él no lo puede entender. Cuando son algo mayores también ciertos límites con las nuevas tecnologías, pero sí que dejamos que decidan cuánto quieren comer. En los países escandinavos es impensable que un padre le diga “Acábate el plato”, porque el cerebro del niño sabe perfectamente cuánto tiene que comer. Dejamos que elijan su propia ropa en la tienda y que se pongan la ropa que ellos elijan cada mañana, siempre y cuando respeten un código que viene marcado por el clima. No pueden llevar una minifalda sin medias en pleno mes de enero ni un jersey de lana en pleno agosto. Pero quitando esos pequeños matices, ellos toman esas decisiones y creemos que les ayuda mucho. Has mencionado la palabra clave: “tecnología”. -Mª Luisa... -Es el caballo de batalla en mi casa. Mi hija, de ocho años, como te digo, tiene verdadera adicción con las pantallas, En casa, son las pantallas en general: televisión, tablet , teléfono... Tiene verdadera adicción. Tengo dos preguntas que hacerte. La primera: ¿hasta qué punto puede afectar al desarrollo de su cerebro cuando pasa muchas horas delante de pantallas? Y segundo: ¿cómo puedo cortar el tiempo de pantalla sin que lo perciba como un castigo? Bueno, tu hija nació en el 2009 o 2010, año en el que los smartphones llegaron a nuestras manos. Hoy en día sabemos por distintos estudios, aunque todavía es pronto para tener conclusiones muy ciertas acerca de cómo influye en el desarrollo, que los niños que pasan más tiempo con las nuevas tecnologías es más probable que tengan trastorno de déficit de atención, y trastornos de comportamiento, depresión infantil o fracaso escolar. Sabemos que este tipo de dispositivos tiene una interacción con el cerebro marcada por que cada vez que el niño consigue un punto en un videojuego, que consigue cambiar de película o de dibujo animado favorito simplemente pasando el dedo, se produce una pequeña descarga de dopamina. Ese mecanismo de las descargas de dopamina del cerebro es el mismo que funciona con todo tipo de adicciones. En este sentido, es importante que los padres sepan que las nuevas tecnologías no son inocuas para los niños, sino que interaccionan de una manera muy rápida y muy intensa con el cerebro de nuestros hijos. No hay más que quitarle a un niño un móvil para ver cómo reacciona. Con mucha ira, con mucho enfado, porque hay un grado de enganche importante. Lo que podemos hacer los padres es, en primer lugar, marcar normas. Los que nos estén escuchando y todavía no hayan traído un primer dispositivo a casa o estén planteándose que sus hijos empiecen a utilizarlos, lo primero, antes de que esté el dispositivo, sea un videojuego, una tablet , un teléfono, es poner normas para que el niño las respete, porque si las introducimos podemos tener una oportunidad para que el niño aprenda autocontrol cuando respete esas normas, ¿no? Y lo segundo que te recomendaría es que hables con tu hija, que le expliques que han salido descubrimientos científicos nuevos, que has leído en sitios especializados o que has hablado con un experto sobre nuevas tecnologías y que no ves bueno que pase tanto tiempo con ellas. Así que, en un momento en que no estéis enfadados, en un momento en el que podáis hablar tranquilamente, decirle que vais a limitar un poco más el uso de las tecnologías. Siempre después de que haga sus tareas del cole, después de que haya sido responsable y se haya hecho su cama, haya puesto o colaborado a poner la mesa para cenar y siempre que haya tenido tiempo durante ese día de correr, de saltar y de jugar a otro tipo de juegos, porque ese otro tipo de juegos es más beneficioso para el cerebro. Y siempre con una norma, que es: el tiempo está limitado y si papá o mamá dicen que hasta aquí, tiene que dejar el dispositivo, porque si no muestra autocontrol para parar cuando decimos posiblemente no tenga un cerebro suficientemente maduro como para manejar o utilizar dispositivos que tienen tanto impacto sobre su cerebro. Hablando de las cosas que hacen los niños, mi hija tiene una amiga que tiene una agenda como si fuera la de un director general. Tiene extraescolares hasta a la hora de comer. Como padre, lo ves desde fuera y te da un poco la impresión de que tu hijo se quedará fuera de mercado si con cinco años no está haciendo chino, esgrima, violín y programando en Java, por lo menos. A mí me preocupa porque las extraescolares es mucho tiempo. Ya están mucho tiempo en el colegio, encima horas extraescolares. No sé muy bien cómo elegirlas, ni siquiera sé si son importantes ni cuánto tiempo tienen que tener. ¿Cuáles son las extraescolares que podría hacer tu hijo? Yo te diría que tantas como quiera y del tipo de extraescolares que quiera. Durante estos primeros años de vida, el cerebro del niño lo que hace es aprender a aprender información. Y se puede aprender a aprender jugando a fútbol, se puede aprender a aprender estudiando un idioma, se puede aprender a aprender jugando a ajedrez. Es decir, hay muchas extraescolares y lo más importante es que le gusten porque si su cerebro emocional conecta con la extraescolar, va a aprender; si su cerebro emocional no conecta con la extraescolar, tal vez se le consiga meter información, pero no va a aprender. Y esto nos lleva a los estudios más interesantes: que los niños que son obligados a ir a extraescolares, los que comienzan con ellas muy pronto o van a extraescolares muy academizadas son niños que desarrollan, a medida que van haciéndose mayores, un rechazo por el mundo académico. Porque todo lo que hacemos a disgusto o a la fuerza acaba provocando rechazo. Por tanto, es importante que los niños jueguen, tengan tiempo para disfrutar. Pueden hacer extraescolares sin problema, pero intentad llegar a un acuerdo entre las que creéis importantes, las que le gustan y puede disfrutar. Si no las disfruta, no hacen falta. Y en relación a las extraescolares hay un tema y es que... cada vez los niños juegan menos en la calle, con lo cual, necesitan ese movimiento físico, necesitan tanto descargar su adrenalina y su energía, como estar moviendo el cuerpo. Una de las extraescolares de mi hija todos los años es una de deporte. O es voleibol o es tenis. A ella no le suele gustar. Pero nosotros la obligamos a hacer esta extraescolar. ¿Deberíamos dejar de obligarla a hacer esta extraescolar? No es que la odie, pero le da una pereza horrible cada vez que tiene que ir. Hay que diferenciar un poco entre el apetecer y el querer. Hay niños que quieren apuntarse en un momento dado a fútbol y disfrutan el fútbol, o el tenis, se lo pasan bien, les gusta y vuelven a casa satisfechos, pero les da pereza arrancar en ese momento, sobre todo si hemos parado en casa, y se sienten tan a gusto y tan arropados que les da pereza salir. Es importante enseñarle a diferenciar entre el “quiero” y el “me apetece”, y que el “me apetece” a veces puede ser la guía por la que tomemos decisiones, como por ejemplo cuando vamos a tomar algo a un bar y el niño quiere decidir si le apetece un mosto o un vasito de agua, ¿no? Pero en otras situaciones es importante enseñarles a cumplir sus compromisos. No cabe duda que el ejercicio físico es muy beneficioso para los niños. Hace aproximadamente unos seis años se descubrió que a nivel cerebral, cuando el niño hace ejercicio físico, se empieza a sintetizar una proteína, que se llama BDNF, que lo hace es facilitar los procesos de aprendizaje. Es decir que, vaya tu hija a tenis o a voleibol o no haga ninguna de esas cosas, sería bueno para ella salir a la calle a pasear, que pasara un buen rato en el parque, porque con 8 años todavía les encanta, correr, saltar... Porque sabemos que si después de clase hacen un poquito de ejercicio físico, de movimiento, reducen sus niveles de cortisol, que es una hormona que dificulta el aprendizaje, y aumentan el BDNF, que es una proteína que favorece las conexiones cerebrales. Y hablando del tema físico, sé que tú dices que es muy bueno que padres e hijos jueguen, o sea, el elemento del juego. Dos cosas al respecto. Uno: ¿qué beneficios se pueden ver en el juego? Y dos: ¿qué hacemos los padres que no somos jugones? Bueno, no solamente los padres y los hijos deberían jugar. Deberían jugar los padres, los hijos y los profesores. Introducir el juego dentro de la educación, hacer que el trabajo en el aula sea un trabajo lúdico, un trabajo de interacción y, sobre todo, que despierte una emoción positiva en el niño. Es fundamental para que los niños aprendan. El juego es muy importante para su desarrollo porque es la manera natural que tiene el cerebro de aprender. A través del juego aprendemos interacciones y reglas sociales, a través del juego aprendemos de manera natural la psicomotricidad, tan importante para desenvolvernos, simplemente para manejar un boli, simplemente para poder tener una conversación y transmitir lo que pensamos a través de los movimientos. Sabemos que ese juego es fundamental, pero también nos permite ponernos en situaciones distintas a las que vivimos cotidianamente y, por lo tanto, nos permite practicar. Una de las cosas más bonitas del juego que decía Vygotsky es que, cuando un niño juega, es capaz de pensar, de razonar y de sentirse en un nivel superior al que su propia edad le permite, porque es capaz de imaginarse que es un niño mayor, es capaz de imaginarse que es un superhéroe, que es un papá, y todos sabemos que los papás actúan con autocontrol, son capaces de organizar, son capaces de no enfadarse cuando el resto de personas no obedecen. Y, por lo tanto, el niño que juega a ser papá está aprendiendo a desarrollar todas esas habilidades de manera simbólica. Los adultos, a base de escuchar muchas veces el “no debes”, a base de escuchar muchas veces el “esto no se hace así”, en cierto sentido perdemos esa conexión entre cerebro racional y emocional. Digamos que vivimos muy reprimidos y por eso nos cuesta a veces jugar con los niños. Pero quiero que todos los padres, empezando por ti, sepáis que conservamos ese cerebro infantil, sigue dentro, porque no se ha cambiado, simplemente se ha hiperconectado con otras estructuras que obligan a tener más autocontrol, pero podemos apagar ese autocontrol y jugar con nuestros hijos y disfrutar, porque cuando nos tiramos al suelo con ellos, jugamos a peleas, a mordernos, él está aprendiendo cómo de fuerte morder, cómo de fuerte puede empujar y eso le viene muy bien para su vida social, porque es el lenguaje que manejan los niños a esas edades. Por lo tanto, es muy importante, y muy bonito, además. Uno de nuestros caballos de batalla es la hora de ir a dormir. Mi hija nunca quiere ir a dormir. -Ningún niño quiere. -Es increíble. Jamás le he oído decir “Mamá, estoy cansada”. El día que diga estas palabras, hago una fiesta. Nunca. Se activa muchísimo... De hecho, desde el momento que empezamos el proceso de ir a la cama hasta que apaga la luz, puede ser una hora fácilmente. ¿Cómo puedo acortar ese plazo? Es la pregunta del millón. Cómo conseguir hacer así con los dedos y que se queden dormidos inmediatamente. Pues es una pregunta que no tiene respuesta. Al final, la educación de los niños implica educarlos todos los días, ser pacientes todos los días, a veces repetir pautas todos los días y es un trabajo muy continuo y de mucha constancia. En nuestra cultura, en que se cena muy tarde, los niños no tienen ganas de dormir. Pero es importante entender que el sueño es fundamental. Cuando un niño tiene ocho años como tiene tu hija, no parece que repercuta de manera tan negativa en su aprendizaje o capacidad de concentración en la escuela. Sin embargo, si los niños con ocho años, con nueve, seis, no aprenden buenos patrones para quedarse dormidos pronto, ocurre lo que veo al dar conferencias, por ejemplo, en institutos: que de una clase de 200, o de un aforo de 200 chicos, que vienen a la charla de cómo preparar su cerebro para la selectividad, son chicos de 17, 18 años, tan solo un 2% levanta la mano cuando yo les pregunto: “¿Quiénes habéis dormido más de 8 horas hoy?”. Los chicos adolescentes están durmiendo siete, seis o incluso cinco horas y es mucho más frecuente que dormir ocho o nueve, cuando sabemos que el cerebro debería dormir mínimo ocho horas todos los días. Y cuando les pregunto qué estaban haciendo, nunca ha salido nadie que me diga: “Mire, señor neuropsicólogo, me he ido a dormir tarde porque estaba leyendo Shakespeare”. Eso no pasa. ¿Qué les roba el sueño a los chicos? Pues la tecnología. Que están mirando el móvil, internet, redes sociales... Y eso hace que el sueño se retrase en un círculo vicioso, porque tanto a los adolescentes como a los niños de seis años que se duermen viendo un cuento en el móvil, sabemos que el tipo de luz que emiten esos dispositivos retrasa la aparición de melatonina en el cerebro, una hormona esencial para dar el paso de estar despierto a estar dormido. Por lo tanto, un consejo fundamental para los padres que quieren que sus hijos se duerman antes es después de la hora de la cena, nada de dispositivos. Y luego otra cosa que me funciona muy bien es que... Claro, los niños siguen un poco los patrones de los padres. Si ellos se van a la cama y nosotros nos quedamos en el salón viendo la tele, con la luz encendida, con todas las luces artificiales, cocina, salón, encendidas, va a ser muy difícil que se duerman. Los niños necesitan que los padres estemos con ellos para dormirse, por el simple hecho de que durante todo el día les estamos diciendo “no te vayas de mi vista", "no te alejes", "no te quedes tú solo, porque es peligroso”, y ellos entienden que en el mundo hay peligros. Cuando llega la noche y está oscuro, los niños sienten ese peligro todavía mucho más presente y, por lo tanto, están un poco asustados. Todos los niños se acaban durmiendo con la presencia de los padres. Por lo menos durante las primeras fases, hasta que ya está casi del todo dormido. Y es importante que les enseñemos o calmemos durante ese tiempo. La mejor estrategia para que un niño se duerma pronto es acompañarlo a su habitación, apagar la luz, poner unas pocas normas, como “no te levantes de la cama, no se puede hablar, yo estaré aquí”. Te puedes quedar en la puerta o sentado en su cama y esperar a que se duerma. Otra cosa que nos ayuda mucho en casa es que, más o menos a la hora que se van a dormir, nosotros ya cerramos el salón, la cocina, y nos vamos a nuestro cuarto a leer, a hablar un poco, porque les ayuda a entender que es hora de dormir, que dormir es importante. ¿Y el fenómeno del vaso de agua? ¿Cómo es posible? Todas las noches, tras toda la rutina, parece todo controlado, luces apagadas, “Mamá, un vaso de agua”. Y el día que te acuerdas del vaso de agua, “Mamá, que me he bebido el vaso de agua”. ¿Eso por qué? Me lo preguntáis mucho: por qué los niños siempre piden un vaso de agua al acostarse. Es curioso: los niños que no han pedido un vaso de agua durante todo el día son los más sedientos cuando se van a la cama. Eso indica que en realidad los niños, cuando están en la cama, no tienen sed. Es una respuesta instintiva, porque se sienten desprotegidos por la noche en la cama, y es una respuesta instintiva que hace que el niño pueda comprobar si su padre, si su mamá, va a acudir cuando el niño le llame. Si llamo a mi mamá y le pido un vaso de agua y me lo trae, sé que por la noche si pasa algo, si viene un león, si viene un peligro, y grito “mamá”, mi mamá va a venir. Por lo tanto, es un mecanismo instintivo que ocurre en todas las culturas por el que todos los niños del mundo piden un vaso de agua al ir a dormir. Entendido. O sea, hay que llevárselo. No hay que negarse y resistirse ni decirle “Vas a buscarlo tú”, sino que hay llevárselo. Los niños se van a dormir más tranquilos y antes, si tienen la seguridad de que sus padres van a atender a su llamada y van a acudir. Y si el proceso de acostarse se alarga muchísimo y una de las rutinas es leer, leer 10 o 15 minutos. Además en nuestra casa, por ejemplo, somos ávidos lectores y nos encanta que nuestra hija lea. Le encanta leer antes de dormir. Pero hay días que son las 22:30 cuando hemos conseguido que se vaya a la cama. ¿Qué hago? ¿Le quito ese rato de lectura? Ahí creo que es importante que entendamos que los dogmas, las normas rígidas, no son muy buenos para el desarrollo del niño. Soy el primero que defiendo que los niños deberían leer todas las noches antes de irse a la cama, en primer lugar, porque facilita el paso al sueño y en segundo lugar, porque enriquece el vocabulario y sabemos que es importantísimo para su desarrollo intelectual y su rendimiento académico. Sin embargo, también es importante que nos comuniquemos con nuestros hijos y seamos congruentes con nuestros sentimientos. Aunque el cuento es una rutina en mi casa, si yo un día estoy muy cansado, sean las 21 o las 22:30 h, yo les diré a mis hijos: “Hoy estoy muy cansado”. “Jo, papá, queremos el cuento”. “Lo sé, pero os tendréis que conformar porque papá está muy cansado”. Al final, una familia es un grupo de personas que nos queremos y entre las que tenemos que convivir y la convivencia implica atender a las necesidades de todos y tenerlas todas en cuenta. Hay veces que la necesidad del niño puede ser preponderante y otras, la necesidad del papá de descansar, porque ese día está cansadísimo o porque ha tenido muy mal día o se siente disgustado, pueden ser más importantes, y es importante que también entiendan que todos tenemos nuestro lugar. Los padres que educan a los niños poniéndoles en el centro de atención, siendo siempre ellos los primeros, están enseñando a renunciar a ellos mismos, porque los padres acaban renunciando a todo por el hijo. Por lo tanto, es importante que haya un equilibrio en la familia. Un tema que me preocupa es la sobreprotección. Al final, tienes tus hijos, son el centro de tus alegrías, les dedicas tu tiempo y todo tu amor y también toda tu obsesión por tenerles protegidos, por tenerles a salvo, seguros, y porque tengan una autoestima alta. ¿En qué momento es protección o pasamos a la sobreprotección? ¿Y en qué momento es autoestima o egocentrismo a lo que les estamos llevando? Cada vez estamos más interesados en neurociencia en el efecto de la sobreprotección, no solamente en la vida familiar, también en los resultados académicos, en la toma de buenas decisiones respecto a la universidad. Por ejemplo, hay un estudio que dice que los niños más sobreprotegidos toman peores decisiones respecto al futuro profesional y de adultos tienen trabajos con los que se sienten insatisfechos, porque los padres metieron demasiada mano en influir, en opinar sobre lo que el niño tenía que decidir. Y suelen ser niños, o adolescentes, que durante su infancia han tenido esa sobreprotección de los padres. Algo que podemos aprender del mundo animal es que los tigres, los monos, no persiguen a sus hijos por la selva, sino que están en su lugar y son los animalitos, los bebés, las crías, los que van haciendo sus trastadas y cuando cae del árbol y se hace daño, es él el que corre a buscar a su mamá. Por lo tanto, un buen indicador de si estamos sobreprotegiendo o no es que dejemos que los niños vengan a nosotros cuando nos necesitan y dejémoslos tranquilos, dejémoslos vivir cuando ellos no nos están pidiendo ayuda. Si vemos que el niño infringe una norma grave, como por ejemplo que está pegando a otro niño como que va a cruzar la calle solo, ahí sí que es importante que intervengamos para protegerles. Pero eso sería protección. La sobreprotección es el asistir al niño en demasiadas cosas que no nos pide. Una de mis palabras favoritas para educar es “no”. No solo porque me permite ponerle los límites que creo imprescindibles, que son pocos pero imprescindibles para que desarrollen tolerancia a la frustración, sino también porque me permite decirles “No te voy a ayudar” siempre que creo que pueden hacerlo solos. Y descubro que en la mayoría de las ocasiones, cuando digo “No te voy a ayudar a abrir este bote de mermelada", "No te voy a ayudar a hacer este ejercicio", "¿Se te han olvidado los deberes? Pues no te ayudar pidiendo los deberes por Whatsapp a otros papás”, acabo encontrando que ellos acaban encontrando la respuesta, acaban siendo capaces de abrir ese bote de mermelada o aprendiendo que, si no quieren que se les olviden los deberes, lo más importante es acordarse en clase, ¿no? Ahora que hablas de la tolerancia a la frustración, uno de los temas que a mí me cuesta mucho es cuando mi hija está con las emociones desbordadas. Además, tiende al drama y al victimismo, entonces, eso mismo hace que mis propias emociones suban. Sé que en ese momento yo debo ayudarla para que ella controle esas emociones y darle esos recursos para que empiece a autocontrolarse ella. ¿Cómo lo puedo hacer? Hay una frase muy bonita, que es que, cuando los niños están desbordados emocionalmente, lo más importante que podemos hacer es darles nuestra calma y no unirnos a su caos. Esto en las escuelas lo hacen muy bien, los profesores saben mantener el orden, estar tranquilos cuando los niños se desbordan, y todos podemos ver que los profesores son capaces de tener a una clase de 28 niños cumpliendo una serie de normas básicas, estando básicamente atentos y participando en la clase, y muchas veces los padres nos desbordamos con uno o dos. Aunque suele ocurrir, y dime si me estoy equivocando, que os desbordéis posiblemente por la tarde más que por la mañana, ¿no? -Seguro. -Esto ocurre porque su cerebro se cansa. Y cuando el cerebro del niño está cansado, le cuesta mucho más trabajo controlar sus emociones. Ahí lo más importante es estar tranquilos, entender qué ocurre, porque su cerebro está cansado, entender que cuando sean mayores podrán controlar esas emociones y también entender que lo que más va a educar a esos niños a ser capaces de regularse emocionalmente es siempre el ejemplo de los padres. Los niños aprenden a regular sus emociones, el enfado, la ira, la frustración, y a expresar esas emociones a través de los modelos que ven en sus padres. Si cuando nuestro hijo está enrabietado nosotros nos enrabietamos con él, aprende que cuando uno se frustra se enrabieta. Si cuando nuestro hijo se equivoca nosotros nos enfadamos, el niño aprende que las equivocaciones son un desastre y, por lo tanto, va a dramatizar más. Por lo tanto, es importante que nosotros sepamos estar calmados y enfadarnos, pero de una manera tranquila y positiva, cuando haga falta, y saber mantener la calma cuando no va con nosotros, cuando es un problema del niño, y desde la calma poder ayudarle. A mí hay una parte que me parece fundamental, que es la empatía. Me doy cuenta de que prácticamente todos los conflictos que tiene con amigos, con primos y tal... -Cómo se sufre con eso, ¿verdad? -...es por falta de empatía. Pero ¿a partir de qué edad empiezan a sentir empatía los niños? ¿Y cómo se les puede ayudar? Bueno, la empatía es una habilidad emocional muy compleja. Es una habilidad muy compleja porque implica ser capaz de salir de nuestro marco de referencia. Utilizamos distintos circuitos de neuronas para poder imaginarnos cómo se siente el otro, es lo que llamamos teoría de la mente, es decir, lo que el otro está pensando, e implica también una buena conexión con nuestras propias emociones. Lo más importante para que un niño sea empático es que sea capaz de entender sus propias emociones primero para luego ser capaz de entender las de los demás. E igual que con otras habilidades que van desarrollando, sobre todo las relacionadas con lo social, implica muchos ejemplos, mucho trabajo, mucha constancia desde casa y siempre con situaciones concretas. Cuando los profesores, por ejemplo, me preguntan que cómo pueden potenciar la empatía desde el aula, siempre digo que las actividades programadas pueden ayudar, pero lo que más ayuda es que cuando un niño en una clase tiene un problema, está sufriendo, está disgustado o está entusiasmado porque sus padres le van a llevar a Disneylandia, el profesor puede parar un momento la clase y preguntar a los demás cómo se sienten, poner palabras a la emoción y, cuando las ponemos, somos más capaces de comprenderlo. Por lo tanto, es un trabajo de constancia, de empezar por las propias emociones del niño, por empezar a decirle al niño a las 22:30 h: “Mira, papá, mamá, está muy cansado. Hoy no te quiero leer el cuento”, porque en la medida que entienda a los padres, será capaz de entender también a sus amiguitos. ¿Cuán importante son los hermanos? Y voy más allá: en el caso de mi hija, que es hija única, ¿va a tener alguna carencia por no tener hermanos? Esta es una pregunta que os preocupa mucho a los padres que tenéis solamente un hijo. Y siempre digo que hay dos realidades. La primera es que aproximadamente el 30% de los niños son niños que crecen en una familia en la que no hay más hermanos y la otra es que todos los hermanos mayores han sido hijos únicos durante unos meses, ¿no? Sabemos por distintos estudios que los niños que son hijos únicos tienden un poquito más al neuroticismo, que es una palabra que puede sonar fea, pero quiere decir que les cuesta un poco más compartir, que les cuesta un poco más de trabajo ser empáticos, que les cuesta un poco más aceptar que hay más personas alrededor y que se van a frustrar a menudo con esas otras personas. Pero dicho esto, esto es un pequeño componente. En el desarrollo de un niño hay muchos factores que influyen: el tiempo que pase con amiguitos del cole, la relación que establezca dentro del aula y lo que sea capaz de compartir, lo que sea capaz de gestionar a nivel de frustración con otros compañeros. Y luego hay una contrapartida positiva: los niños que son hijos únicos tienen más atención de los padres, lo cual es positivo para el desarrollo intelectual, porque son capaces de recibir más inputs intelectuales de los padres, y también son más creativos porque en muchos momentos se tienen que entretener solos. Entonces, cada situación de cada niño es distinta. Siempre digo que los mejores educadores no son los que tienen todo perfecto a su alrededor y hacen niños perfectos, sino son aquellos que son capaces de aprovechar las oportunidades que les ofrece el día a día, los pequeños disgustos, enfados, limitaciones que hay en nuestra propia educación para hacer fortalezas de eso en el niño. El niño necesita muchos referentes para aprender distintos modelos. Va a aprender modelos de su papá, va a tener también uno distinto de su mamá, de su profesor de infantil, de su profesor de primaria y del papá de su mejor amigo. Y será capaz de utilizar todos esos recursos para desarrollarse plenamente. Cuantas más experiencias tenga, cuanto más ricas y variadas sean, más va a poder potenciar esas capacidades que tiene. Y los padres que se enfrentan con... varios suspensos en las notas, ¿cómo tienen que gestionar esto con los niños? Pues al final, cuando un niño suspende, primero, hay que entender que el niño tiene un problema, pero no es que tenga un problema él, sino que se enfrenta a un problema. Y segundo, está tiendo posiblemente una de sus primeras experiencias de fracaso. Si nosotros reaccionamos con enfado, con disgusto, haciendo que sea una situación tremenda en casa, el niño va a aprender a dramatizar, va a aprender que... si no consigue todo lo que quiere, si fracasa en un momento dado, se viene todo por tierra. Y sabemos que es muy importante que los niños aprendan de los padres a gestionar los fracasos. Por lo tanto, cuando aparece con los primeros suspensos, es importante seguir manteniendo una relación cálida con él, intentar preguntarle a él, hablar con los profesores, para ver qué fue mal y qué podíamos haber hecho distinto. Y también intentar ayudarle a que esos errores que llevaron al suspenso no se vuelvan a cometer. Pero es muy importante que mantengamos esa relación positiva con el niño, una relación cercana, de comprensión, para que, la próxima vez que tenga un problema, se pueda acercar a nosotros y le podamos ayudar a resolverlo. Y en general, ¿cómo podemos ayudarles a estudiar mejor? ¿Qué herramientas, o de qué manera les podemos ayudar a mejorar su manera de estudiar? Sabemos mucho a día de hoy acerca de cómo el cerebro aprende. Y esos conocimientos de neurociencia sobre el aprendizaje pueden ayudar mucho a los chicos que se preparan para un examen importante o a los padres que quieren ayudar a sus hijos a estudiar mejor. Una de las cosas más importantes que sabemos es que el aprendizaje más importante que hace nuestro cerebro es visual. Recordamos aproximadamente el 90% de las cosas que vemos pero aprendemos muy poco de lo que leemos. Sin embargo, la forma de aprender en nuestro sistema es una manera de aprender muy basada en leer, en repetir y en escribir. Si introducimos claves visuales como... infográficos, como el subrayado en distintos colores, dibujos que nos permitan entender mejor la materia, todo eso va a ayudar a que el niño recuerde mucho mejor la información el día del examen. En realidad sabemos que a los niños no les cuesta mucho aprender, lo que cuesta es recordar lo aprendido, porque el cerebro aprende gran cantidad de información, a la que está expuesto. La otra cosa que también es muy importante es crear conexiones. Cuando el niño conecta lo visto en clase con la vida real, cuando conecta una asignatura en la que vio algo de matemáticas con un experimento que puede hacer en casa con unas naranjas, ese niño va a recordar esa lección siempre. No solo es importante para los padres, para que intenten trasladar el mundo académico del niño a la vida real, también para los profesores, para que sepan que va a aprender mejor todo lo relacionado con sus intereses. Y los intereses de un niño de nueve años no son cuánto se tarda en ir desde Zaragoza a Madrid, sino que tienen que ver con los Pokémon, con los muñecos que ven en los dibujos animados, y es muy importante tenerlo en cuenta. Luego hay tres efectos que la neurociencia ha puesto de manifiesto que ayudan mucho a que aprendan. El primero es el efecto autegeneración. Cuando un niño escribe, toma sus propias notas, cuando hace sus esquemas, su cerebro recuerda mejor la información porque recordamos mejor lo que hacemos que aquello que escuchamos o que nos han contado. El segundo efecto es el efecto espaciado. Cuando los niños o los adolescentes se ponen a estudiar y después tienen un periodo de descanso, su cerebro hace toda una serie de procesos que le permiten consolidar esa información en la memoria a largo plazo. Por tanto, echarse una pequeña siesta, estudiar un tema y hacer un descanso sin ver el ordenador, sin chatear con los amigos, solo tumbarnos cinco minutos, sabemos que potencia el recuerdo y la consolidación de esa información. Y la tercera clave es lo que se llama efecto generación. Cuando un chico estudia y repite una y otra vez lo mismo, sabemos que su cerebro no está aprendiendo porque se produce una cosa que llamamos habituación. Es decir, que las palabras que repetimos el cerebro las descarta porque están muy vistas y le empiezan a aburrir. Sin embargo, el efecto evaluación consiste en que nos tomemos la lección a nosotros mismos, que repasemos un tema, hagamos nuestro esquema y esos dibujos que nos ayudan tanto y, después de hacer esos dibujos, tapemos el libro e intentemos recordar, que nos tomemos la lección, porque sabemos que así estamos incidiendo no tanto en el aprendizaje, que de por sí en su cerebro es bueno, sino que estamos incidiendo en el recuerdo, que es lo que le va a fallar en el día del examen. Casi todos los estudiantes el día del examen sabían lo que tenían que poner, pero no lograron recordarlo. Muchísimas gracias. Gracias por tu generosidad en todas tus explicaciones. -Gracias. -Nos va a ayudar mucho a los padres. Gracias a ti. El honor ha sido todo mío. Y creo que has expresado muy bien las preocupaciones, las dudas, que tienen miles y miles de padres que nos verán desde casa. Antes de despedirme de ti, te quería decir una última cosa. No te preocupes si no lo estás haciendo perfecto. Los niños no necesitan que los padres seamos perfectos, sino que es bueno que los padres nos equivoquemos, porque cuando nos equivocamos les hacemos dos regalos muy importantes. El primero es que se vean capaces de superarnos como padres, es decir, resolver un problema que tiene, que es que “Mi padre a veces mete la pata, o se enfada más de la cuenta o no me hace caso cuando yo quiero”. Eso les ayudará a ser más resilientes. Y la segunda cosa es que, cuando nos equivocamos, también les enseñamos que está bien si se equivocan, que no pasa nada, que sean indulgentes con ellos, porque de esa manera sabrán perdonarse los errores que cometen en la vida, que, afortunadamente, serán muchos.

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