Misterio de la Iglesia ( apunte grupales II).docx
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**Misterio de la Iglesia** **Apuntes II** [La relación Espíritu- Iglesia a través de la historia] El Espíritu ha tenido una presencia limitada en la teología católica. En eclesiología ha dominado la impostación cristológica. En el siglo XI se puede hablar de una progresiva cristologización de la...
**Misterio de la Iglesia** **Apuntes II** [La relación Espíritu- Iglesia a través de la historia] El Espíritu ha tenido una presencia limitada en la teología católica. En eclesiología ha dominado la impostación cristológica. En el siglo XI se puede hablar de una progresiva cristologización de la Iglesia en Occidente paralela a una paulatina desneumatización de la cristología. No podía ser de otro modo: el Espíritu no era importante para configurar la identidad de Jesucristo, y éste era en definitiva el fundador de la Iglesia. Las motivaciones apologéticas y las reacciones polémicas, favorecieron el protagonismo de la jerarquía y el relieve concedido a los aspectos visibles e institucionales frente a los mistéricos o carismáticos. El Espíritu era reconocido como alma de la Iglesia, pero su acción parecía limitarse a la santificación personal de los fieles y a garantizar la validez de los actos sacramentales y las intervenciones doctrinales del Magisterio. Se llegaba, así, a denunciar que el Espíritu había sido convertido en un funcionario de la Iglesia, que se le había domesticado de modo ideológico para bloquear la efervescencia espontánea de los carismas. A través de la historia de la Iglesia la acción del Espíritu ha sido reconocida en todos los movimientos de renovación y de revitalización. Los grandes santos y los grandes fundadores han aportado permanentemente sus carismas para la edificación de la Iglesia y para el cumplimiento de su misión. Dese este punto de vista la relación Espíritu -- Iglesias carecía de problemas o de conflictos. Pero esa misma historia de la Iglesia ha estado surcada por movimientos y personas que apelaban al Espíritu para denunciar lo que consideraban control institucional de la libertad del Espíritu. Se han levantado reivindicaciones, de todo tipo, en consideración de una comunidad eclesial libre de toda atadura disciplinar y de toda regulación ministerial, se rebelaban contra todo lo que consideraban el monopolio de los dones salvíficos por parte de la jerarquía. Estas tendencias terminaron defendiendo una Iglesia paralela o alternativa frente a la "Iglesia de los obispos". Pensaban, contra la naturaleza de la Iglesia que expondremos, que la existencia de ministerios ordenados era un atentado contra el Espíritu. Ya San Pablo tuvo que oponerse a los "neumáticos" que, sobre todo en Corinto, creían que el Espíritu los había situado por encima de la moral habitual y los había hecho independientes de la regulación comunitaria. 1 Jn parece denunciar posturas semejantes que apuntan al gnosticismo, que tan violentamente sacudiría la estructura eclesial. En el siglo II montanistas se apoyaban en revelaciones especiales del Espíritu desvinculadas de la tradición representada por los obispos. Tertuliano es testigo de sus posibles derivaciones cismáticas: "La Iglesia... y principalmente es el mismo Espíritu en el que está la Trinidad de una divinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es él que convoca aquella Iglesia que el Señor puso en los tres y desde entonces también el número entero de aquellos que están unidos por una misma fe". En la Edad Media, algo semejante sucedió con movimientos de laicos que se oponían a una Iglesia protagonizada por el clero. Frente a ella oponían una Iglesia animada por el Espíritu, el cual reparte dones y consuelos al margen de la institución. Las nuevas órdenes mendicantes son, por el contrario, exponentes de la acción carismática del Espíritu que contribuye a la revitalización de la Iglesia en el seno de la comunión eclesial. En la Edad Moderna, en los protestantes se denunciaba su "espiritualismo" que negaba las mediaciones y por ello el sentido de la institución eclesial. Éstos acusaban a los católicos de un "clericalismo" que hacía superfluo al Espíritu. Esta alternativa se arrastrará durante siglos. Del amplio espectro protestante surgirán movimientos de renovación apoyados en la experiencia del Espíritu. Pero la lógica de independencia frente a toda autoridad mundana, tan propia de la Reforma, favorecerá con no menor fuerza el desarrollo del principio moderno de emancipación y, en último término, de autonomía: la teología liberal, tan vinculada a la filosofía del momento, exaltará la Iglesia como comunidad ética; apelará al Espíritu como fundamento, pero en el fondo acabará siendo identificado con la Razón. La apelación radical al Espíritu corre con ello el peligro de no encontrar más que al hombre. Los católicos por su parte seguirán reivindicando la mediación eclesial y el vínculo estructural que el Espíritu mantiene con ella. [La situación actual] El Vaticano II, a pesar de sus limitaciones, dejó patente la impostación neumatológica. Pero la dinámica de las cosas provocó que: la eclesiología quedara absorbida en la neumatología y todo ello reducido a antropología en el caso de que no se recogiera el contrapeso cristológico. La recelos antiinstitucionales y la reivindicación de los carismas podían alimentar esa dinámica. Tal actitud constituye un signo de los tiempos, ya que rebasa las barreras confesionales. A modo de ejemplo, mencionamos la siguiente propuesta, procedente de las diversas confesiones cristianas: a. Entre los protestantes es paradigmática por su repercusión la postura de Sohm y su "anarquismo neumático" que excluye toda jerarquía o potestad mundana; menciona como "desviación católica" aquella situación en la que lo secundario (la institución) sustituye a lo esencial ( el carisma); frente a ello propone la Iglesia de la fe, del amor, de la fraternidad, en la que reine la libertad carente de órganos institucionales, es el Espíritu el que otorga a cada uno su propio don, a partir del cual se genera el orden en la comunidad de un modo espontáneo; nadie tiene la legitimidad para ejercer la autoridad en nombre del derecho, es sólo el Espíritu el que actúa a partir del desarrollo de los carismas que otorga. - Quien pretenda una ***Iglesia sin Espíritu*** se quedará sólo con una institución reducida a máquina de poder; - Quien pretenda un ***Espíritu sin Iglesia*** se quedará con una teoría humana esclava del fluir de las circunstancias históricas. En uno y otro caso dejará la Iglesia de ser el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo. El equilibro entre neumatología y cristología debe conjugar la libertad siempre nueva regalada por el Espíritu con la fidelidad a lo recibido de Jesucristo a través de los apóstoles. El Hijo y el Espíritu no pueden ser antagonistas y concurrentes ya que sus misiones proceden de una fuente común y apuntan a un objetivo común. [El Espíritu Santo en la historia de la salvación] Su presencia en la historia muestra su personalidad en una doble dirección: - De un lado es Dios en cuanto se exterioriza, sale de sí mismo, se autotrasciende en la entrega de sí: en la comunicación hacia fuera Dios tiene tiempo para el hombre, y; - De otro lado en cuanto suscita fascinación porque atrae, afecta, provoca admiración y seduce: desde dentro va abriendo la historia, genera lo nuevo e imprevisto para reconducir la vida de los hombres y del cosmos hacia el esplendor de Dios; en esa perspectiva el Espíritu abre lo individual a lo comunitaria, hacia la comunión, hacia el "nosotros", a la totalidad. En el Antiguo Testamento, *ruach* designa originariamente soplo o viento, y se muestra como instrumento en las manos de Dios para la realización de su obra; desempeña una tarea "segunda" o "complementaria" a la acción divina: Dios la inicia, y el Espíritu la hace avanzar en medio de las dificultades y de las debilidades de la historia. Desde Gn 1,2 aparece convirtiendo el caos en cosmos y la indeterminación en historia. A partir de ahí son 4 las dimensiones que especialmente destacan: 1. Al ser la dimensión en virtud de la cual Dios sale de sí mismo, el *ruach* crea el ámbito de la comunión con el hombre. Le entrega el hálito vital y de este modo la capacidad de encuentro y diálogo entre Dios y hombre (Gen 2,7. Sal 104,29-30) 2. Abre posibilidades a la esperanza, al futuro, porque comunica experiencias de liberación y de salvación frente a los contrapoderes que bloquean el avance del designio de Dios ( Ex 10, 13 -- 19; 14,21;15,10) 3. Hace surgir mediadores que garanticen a la comunidad el futuro de su misión, sea encabezando la lucha frente a los enemigos, sea empujando al pueblo hacia la conversión (Ex 3,10) 4. El *ruach* llega a convertirse en el contenido de las promesas mesiánicas, en cuanto recreación de la humanidad, transformación de los corazones, instauración de la alianza definitiva, revitalización de la tierra entera ( Ex 36, 26 ss; 39,29) El Nuevo Testamento profundizará la reflexión sobre el Espíritu en dirección al reconocimiento de su carácter personal. Sorprende la parquedad de Jesús acerca del Espíritu. Pero la presentación en clave neumatológica que hacen los evangelios no puede levantarse sobre un vacío histórico. Jesús no podía ser ajeno a la centralidad del *ruach* en la historia de la salvación. El Espíritu va abriendo, acompañando y animando la misión de Jesús. El Espíritu hace posible la encarnación e ilumina a quienes la interpretan. Guía a los primeros pasos de Jesús, y lleno de Espíritu, está en condiciones de tomar la palabra en público (Lc 4,14) y de realizar obras maravillosas (Mt 12, 28). Sobre todo el bautismo de Jesús es un acontecimiento "neumático" que afecta tanto al Espíritu como a Jesús: Jesús queda capacitado para su misión mesiánica porque queda ungido (Hch 10, 37-38); y el Espíritu pasa a ser algo que no era: el *chrisma, la unción.* Con ello se perfila más precisamente el sentido y el contenido de su misión. [El Espíritu cofundador de la Iglesia] En la presencia del Espíritu había sin embargo un aspecto de incosumación. Como el Señor no había sido glorificado no podía aún ser efundido sin medida (cf- Jn 7,39). A partir de la glorificación de Jesús podrá ser el Espíritu del Padre y *del Hijo* , podrá comunicarse desde la plenitud del acontecimiento trinitario por antonomasia: movido por el Espíritu, el Hijo hará entrega de la propia vida y anticipará en medio de la historia de los hombres los tiempos finales, la nueva creación, lo que la realidad está llamada a ser; por su parte el Espíritu constituirá a Jesús como Hijo de Dios con poder (Rom 1,4) y actualizará su influjo sin limitaciones de tiempo o de espacio. El Señor es Espíritu (2 Cor 3, 17) y por ello la acción de uno y otro confluye en la creación de una situación nueva en la historia dela salvación. Ambas acciones son concordes. No se puede pensar en una iniciativa autónoma por parte del Espíritu respecto a la de Cristo o los apóstoles. De Jesús arranca la doble misión del Espíritu y de los apóstoles. El envío del Espíritu, vinculado al envío apostólico, es un momento estructurante de eclesiogénesis. El Espíritu es cofundador de la Iglesia y ésta recibe desde su principio una dimensión neumatológica esencial. En el origen de la Iglesia se manifiesta la peculiaridad personal del Espíritu. La pascua muestra la actitud del Padre ante la tragedia del viernes santo: con un don mayor que reconcilia el drama de la historia humana con el designio salvífico del que nació. El Espíritu, que posibilita esa comunicación, es la sobreabundancia y la libertad del don hechas persona. Si ahí nace la Iglesia, ésta no puede dejar de celebrarlo, proclamarlo y testificarlo. El Hijo, que ha consumado en el mundo la misión recibida del Padre, recibe a su vez de él en el Espíritu la Iglesia, que por ello queda insertada en el amor recíproco que los constituye como personas. Y el Don --Persona no puede dejar de mostrar su protagonismo en la Iglesia. El Espíritu: - Comunica fuerza y alegría a la predicación del evangelio ( 1 Tes 1, 6-8) - Santifica a los llamados y elegidos ( 2 Tes 2, 13; 1 pe 1,2) - En el corazón de los creyentes les ayuda a sondear las profundidades de Dios ( 1 Cor 2,10) - Otorga vida nueva de la unión con Cristo ( Gal 5,16.18.22.25) - Garantiza la posesión de las herencia prometida ( 2 Cor 1,22). Es Pentecostés el momento en que esta mutua pertenencia de Espíritu e Iglesia se manifiesta de modo más esplendorosa, donde se hace patente que la Iglesia es la continuación, en la historia de la salvación, de la unción de Jesús con el Espíritu. El mismo Espíritu que empujó a Jesús en medio de su pueblo, coloca ahora a la Iglesia en el corazón de una humanidad dividida para recrear desde dentro la unidad por la reconciliación que ofrece el evangelio. Pentecostés se convierte en evento fundador de la Iglesia, que le recuerda permanentemente su vocación y su misión. Se cumple la teofanía de Pentecostés porque Dios entrega el don escatológico. La Iglesia nace del dinamismo que recrea la carne del mundo. Porque Pentecostés es por antonomasia el anti -- Babel. Si Babel recuerda el enfrentamiento y la división entre los pueblos bajo el símbolo de la diversidad de lenguas, Pentecostés representa el reencuentro de la humanidad en una Iglesia que habla muchas lenguas. Ese milagro de la reconciliación es obra del Espíritu, "por el que en el acuerdo de todas las lenguas (los pueblos) cantan un himno a Dios....lleva a la unidad a las colectividades alejadas entre sí ofreciendo al Padre las primicias de todas las naciones". Pentecostés era el inicio de un camino, de una nueva tarea. "Era la Iglesia futura la que se anunciaba en la universalidad de lenguas". Hacia ese futuro entre los pueblos y en favor de los pueblos avanza la Iglesia movida por el Espíritu. Él la hace esencialmente misionera porque la empuja al encuentro de todos los pueblos para que éstos se encuentren entre sí. El Kerygma es predicado bajo la acción del Espíritu, él concede fuerza y energía a la palabra predicada (¡ Tes 1,5; Hch 4, 31-33). [La Iglesia templo y sacramento del Espíritu] [ ] Cristo es piedra angular y los profetas y apóstoles fundamento del "templo santo del Señor", pero los cristianos todos son "edificados para morada de Dios en el Espíritu (Ef. 2, 19-21). Las personas son el "material" de edificación del templo. Son los bautizados en cuanto personas los que constituyen el templo que reemplaza al antiguo templo de Jerusalén. La ofrenda es ahora la propia vida y la existencia cotidiana como componente de la actividad litúrgica ( Rom 12,1; Col 3,16; Ef 5,19). El objeto de tal edificación es igualmente el prójimo o el lejano que ha de ser ganado para Cristo (1 Cor 9,19-23; 10,32), Para que esta edificación logre realmente sus objetivos el Espíritu otorga sus dones y carismas. No lo otorga como privilegio personal sino para integrarlos en la unidad orgánica y viva que es la Iglesia a fin de que pueda lograr su misión de modo más eficaz, el pléroma. Como templo de piedras vivas, por la medio de las cueles el Espíritu se abre entre los pueblos a fin de hacer brillar el don generoso de Dios, la Iglesia puede ser considerada ***sacramento del Espíritu.*** Como criatura predilecta del Espíritu, ha de ser la Iglesia el ámbito en el que el Espíritu aparezca con mayor transparencia. Es esa perspectiva la que sugiere la antigua fórmula del símbolo recogida en la Tradición Apostólica: "Creemos en el Espíritu Santo en la Iglesia", la preposición "*en*" no hace a la Iglesia complemento de "*creemos"* sino que la vincula al Espíritu como lugar en que de modo especial reside, porque en ella deja traslucir el triunfo del don desbordante de Dios y la libertad señorial con que Dios se hace presente en la historia. La Iglesia es sacramento *no sólo del Espíritu*, como pretenden los defensores de una Iglesia unilateralmente neumática. El Espíritu alienta la improvisación y la aventura frente al anquilosamiento de lo rutinario y así la renueva y la rejuvenece sin cesar (AG 4), pero no olvidemos la pericoresis entre el Hijo y el Espíritu. Por ello no se pueden contraponer de modo superficial la institución y el carisma. Una y otro pueden tener un origen divino, también lo institucional en la medida en que refleja la estructura querida por Cristo para la Iglesia, y en ese sentido es animada por el Espíritu. Igualmente una y otro pueden estar expuestos a abusos, por lo que también el carisma necesita el discernimiento y la regulación comunitaria. Son dos dimensiones de la única y misma Iglesia, irreductibles y en tensión, pero integradas en la realidad compleja que es la Iglesia. El Espíritu Santo opera en toda la Iglesia lo que opera el alma en todos los miembros del cuerpo. El Espíritu vivifica la actividad eclesial, no entra en composición con la institución Iglesia, la habita y la anima. Por lo tanto la expresión "El Espíritu alma de la Iglesia" debe entenderse en sentido funcional, sin caer en una comprensión estrictamente ontológica que insinúe su identidad o hipostatización en la Iglesia. Complemento: CIC 797 -- 810.