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XIHI LAODAMÍA A PROTESILAO La hemonia! Laodamía? a su esposo3 hemonio envía salud y desea ardientemente que llegue adonde es enviada. Corre el rumor de que permaneces retenido por el viento 4 en Áulide; al ale...
XIHI LAODAMÍA A PROTESILAO La hemonia! Laodamía? a su esposo3 hemonio envía salud y desea ardientemente que llegue adonde es enviada. Corre el rumor de que permaneces retenido por el viento 4 en Áulide; al alejarte de mí ¿dónde estaba este viento? / En- tonces los mares habían debido oponerse a vuestros remos; ése era el momento adecuado a las tempestades. Hubiese dado a mi esposo muchos besos y muchas recomendaciones, y no es poco lo que quise decirte. Has sido arrebatado de aquí precipi- 10 tadamente y quien reclamaba tus velas / no era yo, sino el viento que ansiaban los marineros. El viento era apto para los navegantes, no apto para quien ama. Soy arrancada de tus bra- zos, Protesilao, y mi lengua dejó imacabados mis consejos. Casi 15 no pude pronunciar aquel triste «adiós». / Se desencadenó Bó- reas e hinchó violentamente las velas. Y ya mi Protesilao estaba lejos. 1 De Hemonia, nombre de Tesalia. 2 Laodamía es hija de Acasto y esposa de Protesilao, que partió a la guerra de Tro- ya casí inmediatamente después de casarse. 3 Protesilao, héroe tesalio, hijo de Íficlo y Astíoque. Figuraba entre los preten- dientes de Helena y por eso participaba en la guerra de Troya. 4 En Ovidio mento retinente parece aludir a que el viento era contrario, como en EsquiLO, Agamenón 192 s. y EURIPIDES, Ifigenia en Ánlide 1323. Sin embargo, en SO- FOCLES, Electra 573, O APOLODORO, Epítome II 21, sólo se habla de imposibilidad de navegar, lo que podría sugerir ausencia de vientos, calma chicha o tempestad. LAODAMÍA A PROTESILAO Mientras pude mirar a mi esposo me agradaba mirarlo y, sin parpadear, seguí con mis ojos los tuyos. Cuando verte no 20 podía, podía ver tus velas; / las velas tuvieron en suspenso mucho tiempo mi mirada. Pero después de que ni a ti ni las fugaces velas vi, y lo que podía contemplar no era sino el mar, también contigo marchó mi luz, y me han dicho que exangúe, sumida en las tinieblas, caí al suelo al doblarse mis rodillas. / 25 Apenas mi suegro Íficlo, apenas mi anciano Acasto, apenas mi entristecida madre pudo reanimarme con agua fría. Cumplieron un deber piadoso pero inútil para mí: me indigno de que no le fuese permitido a una desgraciada morir. Cuando me volvió el 30 sentido, a la vez volvieron mis sufrimientos. / Un amor legítimo ha hincado sus dientes en mi casto pecho. Y no me preocupa el ofrecer a peinar mis cabellos, ni me agrada cubrir mi cuerpo con túnica de oro. Como las que se cree ha tocado con su vara de pámpanos el dios bicorne!, voy 35 de aquí para allá por donde me empuja el furor. / Coinciden las matronas de Fílaca? y me piden a gritos: «Vístete, Laodamía, el manto real». ¿Que lleve yo vestidos saturados de púrpura y que lleve él la guerra al pie de las murallas de Ilio? 1 Baco. 2 Ciudad de Tesalia, patria de Protesilao. Recibe su nombre de Fílaco, padre de Tficlo. LAODAMÍA A PROTESILAO ¿Que peine mi cabellera? ¿Que oprima él su cabeza con un cas- 40 co? // ¿Que lleve yo nuevos vestidos, y mi marido pesadas ar- mas? Todos dirán que con mi desaliño, con lo único que puedo, he imitado tus trabajos, y pasaré sumida en la tristeza lo que dure esta guerra. Desgraciado Priámida!, hermoso para daño de los tuyos, ¡sé 45 enemigo inerte tanto como eras huésped desleal! / Ojalá hu- bieses desaprobado el rostro de tu tenaria esposa?, o a ella hu- biera desagradado el tuyo. Tú, Menelao, que soportas trabajos en demasía por una raptada, ay de mí, serás un vengador que hará llorar a muchas. 50 Dioses, os suplico, apartad de mí este augurio siniestro / y que mi esposo consagre sus armas a Júpiter, protector del regre- so. Pero me lleno de temor cuantas veces viene a mi mente esta miserable guerra; a manera de nieve que se funde por el sol corren mis lágrimas. llio y Ténedos y Simunte y Janto e Ida son nombres que casi hacen temer por su sonido. 55 / Y el huésped no se iba a atrever al rapto si no se pudiese defender; conocía él bien sus fuerzas. Había venido, como es fa- ma, admirable por la abundancia de su oro, como el que lleva en su cuerpo las enormes riquezas de los frigios, poderoso en es- cuadra y hombres, con ayuda de lo que se rigen las guerras te- 60 rribles. / ¿Y cuánta parte de su reino acompaña a cada uno? 3. 1 Paris. 2 Helena. 3 Es mucho más lo que se deja en su reino, LAODAMÍA A PROTESILAO Sospecho que tú, hija de Leda y hermana! de los Gemelos, fuiste vencida por esto, y pienso que esto puede hacer mucho mal a los dánaos. Tengo miedo de un tal Héctor?. Paris dijo que Héctor diri- 65 ge con mano sanguinaria las crueles guerras. / Si me quieres, guárdate de Héctor, quienquiera que sea. Mantén el nombre grabado en tu memorioso pecho. Cuando evites a éste, acuér- date de evitar a los otros. Y piensa que hay muchos Héctores allí. Y procura decir cuantas veces te dispongas a luchar: / 70 «Laodamía ordenó que me preocupase de ella». Si permiten los dioses que Troya caiga bajo el soldado argó- lico, ¡ojalá también caiga, sin sufrir tú ninguna herida! Luche Menelao y enfréntese a los enemigos [para arrebatar a Paris a la que antes Paris para sí robó. Que irrumpa en el campo de ba- talla y que con la razón y las armas venza a quien vence]. Es el marido el que debe reclamar a la esposa de en medio de los enemigos; / tu causa es diferente; lucha tú sólo por vivir y por poder regresar al casto regazo de tu dueña. Dardánidas, os lo ruego, perdonad de entre tantos enemi- gos a uno solo, que mi sangre no se derrame en ese cuerpo?. No es de esos a los que sienta bien atacar con la espada desnu- 80 da, / ni ofrecer su resentido pecho a unos hombres enemigos; ' Helena; aquí consors (v. 61) es equivalente a soror. Con este valor aparece fre- cuentemente en Ovidio v también en Tibulo. Los gemelos son Cástor v Pólux. 2 Fue Héctor quien dio muerte a Protesilao. 3 La sangre del esposo es su propia sangre. LAODAMÍA A PROTESILAO puede amar con mucha más fuerza que lucha. ¡Hagan la guerra otros, Protesilao ame! ! Ahora te lo confieso; quise disuadirte y mi corazón me em- pujaba, pero se detuvo mi lengua por temor de un mal augu- 85 ri02. f/ Al querer partir de los umbrales paternos hacia Troya, tu pie, tropezando en el dintel, suministró un presagio funes- to3, Cuando lo vi, gemí y me dije en lo más íntimo de mi co- razón: «que sea la señal, yo lo ruego, de que mi marido volve- rá». Ahora te lo cuento para que no seas demasiado intrépido en 90 la lucha. / Haz que este temor mío se disipe todo en el aire. También la fortuna señala con hado funesto a ese no sé quién que el primero de los dánaos pise tierra troyana4; infeliz la primera que llore la pérdida de su esposo. Hagan los dioses 905 que tú no quieras ser demasiado diligente. / Entre las mil na- ves sea tu popa la milésima y la última agite las aguas ya fati- gadas. Esto también te advierto, sal de la nave el último. No es adonde presuroso te diriges la tierra de tu padre. Al volver, ac- 100 tiva tu barco con remo y con vela, / y en tu ribera detén la rá- pida marcha. | Idea que procede con seguridad de 1/. V 428, como ha visto LOERS ad Loc, Se consideraba infausto intentar retener a una persona que se marcha. ba 3 Siniestro presagio era tropezar en la puerta, cf. TIBULO, 1 3, 19-20. Este oráculo es casi con toda seguridad una invención ovidiana (no creemos que estuviera en EURÍPIDES, Protestlao, pues aparecería en otros textos anteriores a Ovidio). Sí está recogido en HIGINO, Fab. 103; Luciano, Diálogos de los muertos 19; AUSONIO, Epitafío VI 12: EUSTAcIiO, a Híada 11 698: Taetzes. a Licofrón 530-531. Es casi unáni- me que Protesilao fue el primero en descender de la nave y que fue muerto por Héc- tor, Su matrimonio se apresuró («la casa a medio terminar dejó», dice HOMERO en llíada Y 700-701) y Laodamía entró en casa del esposo sin haberse celebrado los rituales sacrificios de la boda; fue esto lo que causó su muerte, dice CATULO, LXVIII 73-86. El que Protesilao consiguiera volver de los Infiernos para pasar un tiempo con su esposa. gracias a las plegarias de ésta, estaba en Eurípides, al que siguen otros, aunque a esto último es claro que no haya alusión alguna en la Heroida, LAODAMÍA A PROTESILAO Ora se oculte Febo, ora se alce por encima de la tierra, tú por el día y tú por la noche vienes a mí, causa de mi dolor; sin embargo, más de noche que de día; la noche es grata a las 105 muchachas cuyo cuello reposa en un brazo amante. / Acecho en mi lecho de soltera sueños engañosos; mientras carezco de los verdaderos, me agradan placeres imaginados. Pero ¿por qué se me aparece pálida tu imagen? ¿Por qué de tus palabras vienen tantos lamentos? Me despierto sobresaltada 110 y suplico a los simulacros de la noche!; / ningún altar de Tesa- lia carece de humo gracias a mí; ofrezco incienso y encima lágrimas con las que, rociado, reluce, como suele elevarse una llama sobre la que se esparce vino. ¿Cuándo, abrazándote a tu vuelta con mis apasionados bra- 115 zos, sin fuerzas desfalleceré yo por mi alegría? / ¿Cuándo será el que, muy unido a mí en un solo lecho, me refieras las haza- ñas espléndidas de tu guerra? Mientras me refieras esto, aun- que me agradará oírte, recibirás muchos, y muchos besos darás; en éstos justamente siempre se detienen las palabras del relato. 120 / Con tan dulce pausa más pronta está la lengua a seguir narrando. Pero cuando viene a mi mente Troya, y los vientos y el mar, mi dulce esperanza sucumbe vencida por mi angustiado temor, Esto también, el que los vientos impiden la salida a los navíos, me inquieta mucho: os disponéis a enfrentaros a unas aguas 1 Los sémulacra moctis podrían ser los sueños que interpreta la oniromancia, pero aquí son las mismas visiones, que se interpretan como dioses (los lémures o almas de los muertos). Las visiones la hacen despertar asustada y a ellas les suplica con preces pa- ra que no la aterroricen. LAODAMÍA A PROTESILAO 125 hostiles. / ¿Quién querría regresar a su patria cuando el viento lo prohíbe? ¡Y, vedándolo el piélago, desplegáis velas para ale- jaros de la patria! El mismo Neptuno niega el camino a su ciudad !: ¿adónde os precipitáis? ¡Regresad todos a vuestras casas! ¿Adónde os 130 precipitáis, dánaos? Oíd el veto de los vientos. / Esta retención no es obra de un súbito azar, es obra de la divinidad. ¿Qué es lo que se reclama con tamaña guerra sino una desvergonzada adúltera? Mientras está permitido, virad las velas, maves ina- quias?. Pero ¿qué hago? ¿Te disuado? Esté lejos el agúero de mi disuasión y que una brisa favorable secunde el sosiego del mar. 135 / Tengo envidia de las troyanas?, que podrán contemplar así los tristes funerales de los suyos, y no estará lejos el enemi- go; la recién casada colocará ella misma, con sus propias manos, el yelmo a su valiente esposo, y le pondrá la armadura bárbara; le podrá la armadura y, mientras se la pone, recogerá al mismo 140 tiempos sus besos / (esta clase de servicio será dulce para los dos). Acompañará a su esposo hasta la puerta y le encargará que vuelva, y le dirá: «¡Procura ofrecer estas armas a Júpiter!». Él, llevando consigo los encargos recientes de su dueña, luchará 1 Neptuno y Apolo construyeron las murallas de Troya. 2 De Ínaco, primer rey de Argos, equivale a «argivas» y, por extensión, a griegas. 2 La conjetura Troasín (en vez de Troadas) aceptada por la mayoría de los edi- tores, está en función del verbo ¿muideo, que debe llevar dativo. Pero no es éste el único caso en que ¿muideo lleva acusativo. Así construyen Tácito y Plauto, pero sobre todo es importantísimo destacar que Pacuvio y Accio lo usaban. Así AccIo, Menalippe: quisnam florem liberum inuidit meum? CICERÓN, Tusc. Disp. MI 9, ci- tando este verso de Accio, considera que no es correcto latín, pero añade lo que también nosottos podríamos decir: poeta ius suum tenutt et dixit audacius, Quizá no sería aventurado pensar que este verso fuera una imitación directa de un trágico arcaico. LAODAMÍA A PROTESILAO 145 con cautela y se acordará de su casa. / A su regreso, ella le librará del escudo y le quitará el yelmo y acogerá en su seno el cuerpo cansado del esposo. Nosotras estamos en incertidumbre; a nosotras un angus- tiado temor nos obliga a imaginar como ocurrido lo que puede ocurrir. Sin embargo, mientras tú como soldado empuñes las armas 150 en una tierra tan distante, / tengo yo una imagen de cera que me devuelve tu rostro. Á ella digo mis ternezas, a ella las pa- labras a ti debidas; ella recibe mis abrazos. Créeme, esta ima- gen es más de lo que pueda parecer. Añade voz a la cera, será 155 Protesilao. / Yo la miro y la tengo en mi seno en lugar del es- poso de verdad, y le dirijo mis quejas como sí pudiera contes- tarme. Por tu regreso y por tu cuerpo, que son mis dioses, y por las 160 dos antorchas, la del amor y la del matrimonio, / y por tu ca- beza, que para verla encanecer de blancos cabellos ojalá puedas traer contigo tú mismo!, juro que he de seguirte como compa- ñera a dondequiera me llames, ya...? lo que, ¡ay!, temo, ya sobrevivas. Con una pequeña recomendación finaliza mi carta: si te preocupas de mí, ¡preocúpate de ti! 1 Solían «ver llevados por los compañeros a la patria los cadáveres de los hombres que habían muerto en la guerra (cf. BURMANN, LOERS y PALMER, 2d /oc.); por eso pide que él, no otros, traiga su cabeza. 2 Aposiopesis. Silencio para no nombrar la muerte; el hacerlo sería un presagio infausto.