MEDEA A JASÓN PDF
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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM)
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This document appears to be a selection from the play Medea by Euripides, an ancient Greek tragedy. The excerpt contains dialogue and detailed descriptions from the play. The keywords reflect the broad themes and topics of the document.
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XII MEDEA A JASÓN [Desterrada, indigente, despreciada, habla Medea al casado de nuevo: o ¿no tienes tiempo alguno libre por los asuntos de tu reino?] Pero yo, reina de los Colcos, recuerdo, tuve tiempo para ti cuando pedías que mis...
XII MEDEA A JASÓN [Desterrada, indigente, despreciada, habla Medea al casado de nuevo: o ¿no tienes tiempo alguno libre por los asuntos de tu reino?] Pero yo, reina de los Colcos, recuerdo, tuve tiempo para ti cuando pedías que mis artes te socorrieran. Entonces las herma- nas! que dispensan los destinos mortales habían debido vaciar mis husos. / Entonces pude, Medea, morir sin culpa. Todo lo que he vivido desde ese momento ha sido un suplicio. ¡Ay de mí!, ¿por qué una vez el árbol del Pelio?, empujado por juveniles brazos, buscó el carnero de Frixo? ¿Por qué una 10 vez vimos los Colcos la Argo de Magnesia / y bebisteis, turba de griegos, el agua del Fasis 3? ¿Por qué a mí me agradaron más de lo justo tus cabellos ru- bios y tu armoniosa belleza y la gracia afectada de tu lengua? O, una vez que una popa desconocidaí había llegado a 15 nuestras arenas y había traído a audaces varones, / ojalá se hu- biese enfrentado sin la protección de mis hierbas el desmemo- riado Esónida al hálito de fuego y al encorvado rostro de los 1 Las Parcas. 2 La nave Argo. 3 Río de la Cólquide. % En la poesía latina se repite con frecuencia que Argo fue el primer navío que surcó el mar. Anteriores fueron otras navegaciones (Dánao, Dárdano y quizá Minos), pero de todas formas para los pueblos casi salvajes de la Cólquide ésta fue la primera nave que vieron. MEDEA A JASÓN bueyes y ojalá hubiera arrojado las semillas y hubiera recogido! igual número de enemigos para caer el mismo sembrador víctima de su cosecha. ¡Cuánta perfidia contigo, criminal, hu- 20 biera perecido! / ¡Qué cantidad de males se habrían apartado de mi cabeza! Algún placer hay en echar en cara a un ingrato los favores. Lo saborearé. Sólo este gozo conseguiré de ti. Obligado a dirigir tu inexperta mave hacia los Colcos, pe- 25 netraste en los felices reinos de mi patria. / Allí fui yo, Medea, lo que aquí es tu nueva esposa?. Tan rico como es su padre, lo era el mío. Éste posee Éfira?, bañada por dos mares, el mío es señor de todo lo que se extiende desde la margen izquierda del Ponto4 hasta la nivosa Escitia5, 30 Recibe como huéspedes Eetesó a los jóvenes Pelasgos /f/ y os recostáis, cuerpos de griegos, en asientos? bellamente decora- dos. Entonces te vi yo; entonces empecé a saber quién eras. Aquello era el principio de las desgracias de mi corazón. Te vi y perecí, y me inflamé con un fuego desconocido, como arde una 35 antorcha de pino junto a las aras de los grandes dioses. // Eras hermoso y mi destino me empujaba. Habían arrastrado consigo tus ojos mi mirada. Pérfido, te diste cuenta. ¿Quién puede ocultar bien el amor? Se hace evidente la llama delatada por su indicio. Ll sumere, «sacat», «recoger»; término militar y solemne apropiado aquí al contex- to. Cf. Met, VII 121. 2 Creúsa, hija de Creonte, rey de Corinto. Antuguo nombre de Corinto, Mar Negro. O Quersoneso Táurica (actual Crimea). 6 Padre de Medea. toros (v. 30) se entiende como triclinios; estaban sentados a la mesa. MEDEA A JASÓN 40 Entre tanto la ley te había ordenado, / que uncieras con in- sólito yugo los salvajes cuellos de los fieros bueyes. Los toros de Marte eran más que temibles por sus cuernos, terrible era su aliento de fuego, sus pies enteramente de bronce, y bronce guarnecía sus narices, ennegrecido también éste por los reso- plidos. / Se te manda, además, esparcir con mano maldita a lo ancho de los campos las semillas que harían brotar un pueblo, que atacaría tu cuerpo con las armas nacidas con ellos. Es ésa 50 una cosecha injusta para su agricultor. / Burlar con algún ardid los ojos del guardián que no sabe sucumbir al sueño! es tu úl- timo trabajo. Había dicho Eetes; todos os levantáis consternados y la alta mesa se retira de los lechos de púrpura. ¡Qué lejos de ti estaba entonces el reino, dote de Creúsa, y tu suegro y la hija del gran Creonte! 55 // Te marchas afligido; sigo tu marcha con húmedos ojos y dijo mi lengua con suave murmullo: «Adiós». Cuando profundamente herida caí en el lecho puesto en mi alcoba, la noche, cuan larga fue, la pasé anegada en llanto. 60 Ante mis ojos estaban los toros y la nefanda cosecha, / ante mis ojos estaba la serpiente siempre en vela; aquí está el amor, aquí el temor; el temor acrecienta el mismo amor. Era de mañana y mi querida hermana? es recibida en mi al- coba y me encuentra con la cabellera en desorden y tendida con | El dragón que custodiaba, siempre en vela, el vellocino de oro en el templo de Marte. 2 Calcíope, que se había desposado con Frixo, pide ayuda porque Jasón había re- cogido a sus hijos. Cf. APOLLON., HI 717; V. FLaco, VI 477; HiGiNO, Fab. 21. MEDEA A JASÓN 65 el rostro oculto en la cama y lleno todo de mis lágrimas. / Pide ayuda para los Minias! (una la pide, la otra la tendrá). Al jo- ven hijo de Esón concedo lo que pide ella. Hay un bosque que recibe su sombra de pinos y de fronda de encinas; apenas les está permitido a los rayos del sol imtro- ducirse en él; hay en éste —allí estaba, sí— un templo de 70 - Diana; / se alza una diosa de oro esculpida por ruda mano: ¿la reconoces o conmigo esos lugares desaparecieron de tu me- moria? Llegamos allí. Empezaste el primero a hablar así con pérfida boca: «El azar te confió el derecho y el arbitrio de mi salvación y en 75 tu mano está mi vida y mi muerte. / No es poco poder ser causa de perdición, si a alguien agrada ese poder; pero salvado seré pa- ra ti una gloria mayor. Por mis desgracias suplico, de las que puedes ser alivio, por tu linaje, y por el numen de tu abuelo que 80 todo lo ve?, por los tres rostros de Diana y sus arcanos ritos, / y por los demás dioses, si por ventura este pueblo los tiene, oh vir- gen, ten compasión de mí, ten compasión de los míos; hazme por estos favores tuyo para toda la vida. Porque si por suerte no desdeñas a un Pelasgo como esposo (¿pero de dónde a mí unos 85 dioses tan propicios y tan favorables?), / ¡que mi espíritu se des- vanezca en las ligeras brisas antes de que haya alguna esposa, a 1 Argonautas, descendientes de Minias. Cf. n. 1, p. 42 a Her. VI. 2 El Sol, padre de Eetes. MEDEA A JASÓN no ser tú, en mi tálamo! Sea testigo Juno, que preside en las sagradas mupcias, y la diosa en cuyo templo de mármol esta- mos». 90 Esto (¿y qué valor tiene esto?) / y tu diestra unida a mi diestra conmovieron el alma de una muchacha sencilla. Vi tam- bién tus lágrimas (¿o hay también parte de engaño en ellas?). Así, en seguida, fui una muchacha cautivada por tus palabras. Y unces los toros de pezuñas de bronce, sin que tu cuerpo 95 se queme. / Y hiendes la dura tierra con el arado que se te había ordenado; llenas los campos de los dientes envenenados!, a guisa de semilla; nace, y el soldado lleva espadas y escudos. Yo misma, que te había dado los brebajes, me quedé sentada, pálida, cuando vi que los hombres repentinamente surgidos portaban armas, hasta que estos hermanos terrígenas —hecho 100 admirable— / enfrentaron entre sí sus manos desenvainadas. He aquí que el vigilante insomne, aterrorizando con el crepitar de sus escamas, emite un silbido, y con su cuerpo retorcido barre en pos de sí la tierra. ¿Dónde estaban las riquezas de la dote? ¿Dónde estaba tu regía esposa y el Istmo que separa las aguas de un mar gemelo? 105 / Yo, la que ahora consideras después de tanto tiempo bár- bara, ahora para ti soy pobre, ahora te parezco culpable; sometí a un sueño provocado por mis hierbas unos llameantes ojos y, para que lo robaras, te ofrecí sin peligro el vellón. 1 No los dientes del dragón que vigilaba el vellocino, sino los del consagrado a Marte que Cadmo matara. El propio Cadmo sembró una parte y de ellos salieron los Espartos («Sembrados») que lucharon y se mataron entre sí hasta que Cadmo logró po- ner paz. El resto de los dientes se los regaló Minerva a Eetes; como los primeros, estos nuevos Espartos serán tremendamente belicosos. MEDEA A JASÓN Fue traicionado mi padre, mi reino y mi patria abandoné. 110 / He soportado como un obsequio estar en un destierro que se me permite. Mi virginidad llegó a ser botín de un ladrón extranjero. A mi inmejorable hermana abandoné junto con mi querida madre. Pero al huir no te abandoné, hermano?, sin mí. Mi carta 115 calla en este lugar solamente; / 0só hacer mi diestra lo que no osa escribir. Así yo, pero contigo, debí ser despedazada. Sin embargo, no tuve miedo —¿qué podía temer después de eso?— de confiarme al piélago, mujer y ya culpable. ¿Dónde está la majestad divina? ¿Dónde los dioses? Sufri- 120 ríamos en el mar el castigo merecido, f tú el de la perfidia, el de mi credulidad yo. Ojalá las Simplégades? nos hubieran deshecho abrazados y se pegasen mis huesos a los tuyos; ojalá la voraz Escila nos hubiera arrojado a sus perros para que nos de- vorasen. (Debió castigar Escila la ingratitud de los hombres?). 125 / Y la que vomita tantas aguas como absorbe“ ojalá nos hu- biera sepultado también bajo el agua de Trinacria ?. Salvo y vencedor regresas a las ciudades hemoniasSó, y la la- na de oro se ofrenda ante los dioses patrios. ¿Por qué voy a hablar de las hijas de Pelias”, criminales por 130 su amor filial, / y de los miembros del padre, descuartizados l Apsirto, a quien Medea llevó consigo al huir con Jasón y, como su padre los si- guiera, lo mató y esparció sus miembros para que Eetes se retrasara, ocupado en reco- gerlos, y así poder huir. 2 Dos islas o escollos del Ponto Euxino, junto a la entrada del Bósforo. 3 Obsérvese la anticipación del castigo; aún no era ingrato Jasón cuando volvía a casa con Medea. 4 Caribdis. 5 Antiguo nombre griego de Sicilia. 6 Tesalias. ?. Cf. Mer. VI 297-3409. MEDEA A JASÓN por mano virginal? Que me culpen otros; alabarme debes tú por quien tantas veces me he visto forzada a ser criminal. Tuviíste la osadía (¡oh!, faltan las palabras apropiadas a un justo dolor), tuviste la osadía de decir: «Vete del palacio de 135 Esón». / Obligada he salido del palacio, acompañada de mis dos hijos! y de mi amor a tí que siempre me acompaña. Tan pronto como el canto del Himeneo ha llegado a mis oídos y resplandecen las antorchas, encendida la llama, y en 140 vuestro honor emite cantos de boda la flauta, / pero para mí más lúgubre que la fúnebre trompeta, he tenido mucho miedo, y no imaginaba que existiera todavía una maldad tan grande; sin embargo, el frío invadía todo mi pecho. Corre apresuradamente la multitud y grita sin cesar: «Hi- men, Himeneo». Cuanto más cerca estaba esta voz, tanto más 145 daño me hacía. / Alejados de mí y cada uno por su lado llora- ban los siervos y ocultaban las lágrimas (¿quién querría ser mensajero de tan gran desgracia?). A mí también me agradaba no saber muy bien qué ocurría, pero, como si lo supiera, mi alma estaba triste. Cuando el menor 150 de mis hijos, mandado y por el deseo de ver, / se detuvo junto al primer umbral de la doble puerta, me dijo: «Sal de ahí, madre; el cortejo lo preside mi padre Jasón y resplandeciente de oro hostiga 1 Como Eurípides en su Medea, Ovidio indica que fueron dos, pero sín dar sus nombres, los hijos de Medea y Jasón. Según Apolodoro se llamaban Mérmero y Feres. Hay otras versiones. MEDEA A JASÓN el tronco de caballos»; inmediatamente, desgarrada mi túnica, golpeé mi pecho y mis mejillas mo estuvieron seguras de mis 155 dedos. / Mi ánimo me empujaba a introducirme en medio de la muchedumbre y a arrancar las guirnaldas arrebatándolas de su compuesta cabellera. Apenas me contuve, mesando así mis cabellos, de gritar «es mío» y de poner sobre ti mis manos. Padre ofendido, alégrate; alegraos, Colcos abandonados; / 160 sombras de mi hermano, recibid las funerales ofrendas. Perdi- dos reino, patria y casa, me ha desamparado el esposo, que era él solo todo para mí. Así, he sido capaz de someter a serpientes y toros salvajes; a 165 uno solo no he sido capaz, a mi esposo. / Yo, que hice retro- ceder con mis sabios filtros los terribles fuegos, no puedo evitar yo misma mis llamas. Los mismos conjuros, hierbas y hechizos me abandonan; nada me ayudan ni la diosa, ni los misterios de la poderosa Hécate. No me es grato el día; mis noches pasan en vela amargas / y el sueño no acoge a esta desgraciada en su suave pecho. Yo, que a mí no puedo, pude adormecer al dragón. Más útil es mi ciencia a cualquiera que a mí. Los miembros que yo salvé los abraza ahora mi rival y ella goza del fruto de mis fatigas. 175 / Y, mientras buscas vanagloriarte a los ojos de tu estúpida compañera y decir algo apropiado a sus imjustos oídos, quizá inventas muevas acusaciones contra mi persona y mis costum- MEDEA A JASÓN bres. Que se ría y se divierta ella con mis vicios; que se ría y 180 que se recueste soberbia en la púrpura tiria. / Llorará y, abra- sada!, superará mis ardores. Mientras haya hierro, llamas y ju- gos venenosos, ningún enemigo de Medea quedará sin vengar. Y si acaso las súplicas conmueven unas férreas entrañas, es- cucha ahora palabras más humildes que mis sentimientos. / 185 Tan suplicante soy para ti como tú lo fuiste muchas veces para mí, y no dudo en caer a tus pies. Si no valgo nada para ti, mira a nuestros hijos comunes: una madrastra cruel se ensañará con mis niños. Y son demasta- 190 do semejantes a ti y me conmuevo por el parecido, / y cuantas veces los miro mis ojos se humedecen. Te suplico por los dioses, por los rayos de la llama ancestral, por mis merecimientos y por los dos hijos, prendas de nuestro amor, devuélveme el lecho por el que, insensata de mí, aban- doné tantas cosas. Cumple tu promesa y devuélveme la ayuda. 195 // No te imploro contra toros y hombres, ni para que la ser- piente duerma vencida por tu ardid. Te reclamo a t1, al que he merecido, al que tú mismo me entregaste, con quien he sido madre a la vez que tú padre. ¿Que dónde está mi dote, preguntas? La pagué en aquel campo /que tú debías haber arado para robar el vellocino: aquel carnero de oro, admirable por su apreciada piel, es mi V adusta (vw. 180) es ambiguo; lo mismo puede ser abrasada de amor o abrasada por la túnica hechizada que Medea enviará a Creúsa, quien. al ponérsela, arderá. MEDEA A JASÓN dote, la que si te dijera «devuélvemela» dirías que no. Dote mía eres tú salvo, dote mía la juventud griega que salvé. Ve ahora, malvado, compara las riquezas del hijo de Sísi- 205 fo!. / El que tú vives, el que tienes una esposa y un suegro poderosos y esto mismo, el que puedes ser ingrato, me lo debes a mí. A éstos muy pronto...?. Pero ¿qué importa predecir el casti- go? Mi ira lleva en su seno enormes amenazas. lré a donde me 210 lleve la ira. Me arrepentiré quizá de esta acción; / también me arrepiento de haber protegido a un marido infiel. Verá esto el dios que ahora atormenta mi pecho. Cierta- mente mi alma urde un no sé qué muy terrible. 1 Creonte, padre de Creúsa. era hijo de Sísifo. 2 Aposiopesis muy eficaz. Calla lo que está tramando contra Creúsa y Creonte. que morirán abrasados, y contra Jasón, que llorará la muerte de sus hijos.