Helena a Paris PDF
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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM)
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This is a literary text, possibly a historical work, with a focus on romantic/erotic themes, which discusses a specific encounter in a city or region, or the author's reflection on it. The style suggests potential historical/literary context.
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XVI HELENA A PARIS [Si me estuviese permitido no haber leído, Paris, lo que he leído, conservaría como antes mi condición de honrada.] Ahora, después de haber violado tu carta mis ojos, la gloria de no contestar me parece insignificant...
XVI HELENA A PARIS [Si me estuviese permitido no haber leído, Paris, lo que he leído, conservaría como antes mi condición de honrada.] Ahora, después de haber violado tu carta mis ojos, la gloria de no contestar me parece insignificante. / Has osado, extran- jero, profanando la sacrosanta hospitalidad, poner a prueba la legítima fidelidad de una esposa. ¿Sin duda para esto a t1, arrastrado por mares expuestos a todos los vientos, te acogió en su puerto el litoral temario1, y 10 aunque vinieras de un pueblo remoto nuestro palacio / no te cerró sus puertas, para que la injuria fuese la respuesta a tama- ño servicio? El que así entrabas, ¿eras huésped o enemigo? Y estoy segura de que este reproche mío, a tu juicio, puede 15 ser considerado mojigato, aun siendo tan justo. / Sea yo, sí, mojigata con tal de no olvidarme del pudor, y de que el curso de mi vida siga sin mancha. Sí no tengo un gesto triste en un li Esparta. HELENA A PARIS rostro que finge y mo tomo asiento, huraña, con el entrecejo fruncido, sin embargo mi fama es resplandeciente, y hasta aho- 20 ra he vivido sin delito / y ningún adúltero se ha gloriado por mi causa. Lo que no entiendo es cuál sea tu seguridad en lo que pre- tendes, y qué cosa te ha dado la esperanza de mi lecho. ¿O es que porque el héroe hijo de Neptuno! me hizo violencia, rap- tada una vez, parezco digna de ser raptada dos veces? /f/ El cri- men sería mío si hubiese sido seducida. Pero siendo raptada, ¿qué era lo mío sino el no querer? Sin embargo, no consiguió la recompensa buscada por su hazaña. Exceptuado el miedo, volví sin haber sufrido nada. El adúltero sólo me robó, pese a 30 mi lucha, unos pocos besos; / mada más consiguió de mí. Tu desenfrenada pasión no se hubiese contentado con esto; lo quieran los dioses mejor?; él no fue parecido a ti. Me devolvió intacta y su moderación aminoró su falta, y es evidente que se 35 arrepiente de lo que hizo en su juventud. / ¿Se arrepintió Te- seo para que Paris le sucediese, para que jamás mi nombre deje de estar en todas las bocas? Y, sin embargo, no me enfado (pues ¿quién se enojará con quien le ama?) si no es simulado el amor que proclamas. Pues 40 también dudo de esto, no porque me falte confianza, / o mi belleza no me sea notoria, sino porque la credulidad suele ha- 1 Teseo. 2 di melins, fórmula elíptica por di melius uelint (cf. Met. VI 37). HELENA A PARIS cer daño a las muchachas, y se dice que vuestras palabras! care- cen de lealtad. Pero «pecan otras y rara es la matrona púdica»; ¿quién im- 45 pide que mi nombre se cuente entre las excepciones? / En efecto, porque mi madre te ha parecido apropiada?, quizá pue- das pensar que con su ejemplo yo puedo ser seducida; en el de- lito de mi madre, engañada por una falsa imagen, hay un error; el adúltero estaba oculto bajo un plumaje. Si yo pecase 50 nada puedo haber ignorado y no habrá / error alguno que pueda velar la culpabilidad de mi acción. Ella erró con suerte y compensó su pecado gracias al autor; ¿gracias a qué Júpiter seré yo considerada dichosa en medio de mi culpa? Tú presumes de tu linaje, de tus antepasados y de tus títu- 55 los reales. Ilustre de más es esta casa mía por su nobleza; / por no mencionar a Júpiter, bisabuelo de mi suegro, y a la raza to- da del tantálida Pélope y de Tindáreo, a Júpiter me da por pa- dre, engañada por un cisne, Leda, la que confiada acurrucó y dio calor en su regazo a una falsa ave. Ve ahora y presume del 60 origen remoto del pueblo frigio / y de Príamo con su Laome- donte. Á éstos yo los respeto; pero el que, el quinto3, supone para ti una gran gloria, éste será el primero a partir de mi nombre4. Las palabras de los hombres en general, como en Her. 11 26 o la de los troyanos en particular, porque Laomedonte engañó a Apolo y Neptuno, que le habían construi- do las murallas, no pagándoles lo convenido. 2 Paris le había puesto como ejemplo a Leda, seducida por Júpiter bajo la figura de cisne. 3 El orden de sucesión de Paris era el siguiente: Júpiter, de Electra, engendró «a Dárdano, Dárdano a Tros (según 1 XX 215, Dárdano a Erictonio v éste a Tros); Tros a llo; lo a Laomedonte; Laomedonte a Príamo; Príamo a Paris. Por tanto, no es exat- tamente el quinto. Y Es su hija; memen equivale aquí a «persona». HELENA A PARIS Aunque admita que son pujantes los reinos de tu tierra, pienso, sin embargo, que estos míos no son menores que aqué- 65 llos. / Si esta tierra ya es superada por las riquezas y el número de habitantes, en cambio tu país es ciertamente bárbaro. Tan grandes regalos, en verdad, promete tu rica carta, que ellos podrían convencer a las mismas diosas. Pero sí yo quisiera 70 traspasar los límites del pudor, / tú serías el motivo mejor de mi culpa. O yo conservaré eternamente sin mancha mi fama, o te seguiré a ti más que a tus dones; e igual que no los des- precio, de la misma manera los dones que su autor hace precio- 75 sos son siempre muy aceptables. / Mucho más vale el que me amas, el que soy yo la causa de tus fatigas, el que tu esperanza ha venido a través de las dilatadas aguas. También lo que ahora haces, atrevido, una vez puesta la mesa, aunque intente disimular, lo noto; cuando me miras, lascivo, con 80 esos ojos insinuantes, / cuya fija y apasionada mirada apenas so- portan los míos, y ora suspiras, ora tomas la copa que tengo cerca, y en el lugar en que bebí bebes también ¡Ah! Cuántas veces he notado que me hacían señas furtivas los dedos, cuántas veces tus HELENA A PARIS 85 casi parlantes cejas; // a menudo temí que mi marido las viese, y me ruboricé por estos signos no bastante ocultos. A menudo con un exiguo o sin murmullo alguno he dicho: «De nada tiene vergúenza éste», y las palabras mías no estaban equivocadas. En 90 el borde de la mesa, también leí debajo de mi nombre / un «amo» que hizo una letra trazada con vino. Que no me lo creía, dije, expresando mis ojos el no. ¡Ay de mí! Ya he aprendido a poder hablar así. Si hubiese de pecar, sucumbiría a estos halagos; por ellos podía ser cautivado mi pecho. 05 / Hay también, lo confieso, en ti una belleza singular, y una mujer puede desear entregarse a tus abrazos. ¡Pero que otra llegue a ser feliz sin crimen prefiero a que mi pudor su- cumba por el amor de un extraño! Aprende por mi ejemplo a 100 poder carecer de lo hermoso; / es virtud abstenerse de bienes agradables. ¿Cuántos jóvenes crees que desean lo que deseas? ¿O es que tú, Paris, eres el único que tienes ojos que sepan ver? No es que tú veas más que otros, sino que, temerario, te atreves más, y no tienes más amor, sino más insolencia!. 105 / Querría yo que tú hubieses venido en veloz carina cuando mi virginidad era solicitada por mil pretendientes. Si te hubiese visto, el primero de los mil hubieses sido. Mi esposo mismo dará la 1 os en el sentide de «desvergienza». HELENA A PARIS venía a mi juicio. Llegas tarde a unos gozos disfrutados y ya ob- 110 tenidos. / Lenta fue tu esperanza; lo que buscas otro lo tiene. Sin embargo, igual que desearía ser tu troyana esposa, así Me- nelao me posee no contra mi voluntad. Deja, te lo ruego, de perturbar mi tierno corazón con tus palabras, y a mí, a la que dices amar, mo me hagas daño. / 115 Permite, pues, que salvaguarde el destino que la fortuna me deparó, y no tengas el vergonzoso despojo de mi pudor. Que Venus te lo prometió y que en los valles del elevado Ida se exhibieron a ti desnudas tres diosas, y dándote una el 120 reino, la otra la gloria militar, / la tercera te dijo: «Serás esposo de la Tindáride». Apenas puedo creer que los cuerpos celestiales sometieran su belleza a tu arbitrio. Y aunque esto sea verdad, la otra parte, en la que se menciona como recompensa del 125 juicio mi entrega a ti, es ciertamente una ficción. / No tengo tan grande seguridad en mi cuerpo como para creer que he si- do, a juicio de una diosa, el máximo don. Mi belleza se con- tenta con que la aprueben los ojos humanos; Venus, como apo- logista, me suscita envidias. Pero no refuto nada; y me alegro también de esas alaban- 130 zas; en efecto, / ¿por qué mis palabras dirían que no existe lo que desean? Y no te i1rrites por no haberte dado demasiado cré- dito; tardía suele ser la fe que se presta a lo importante. HELENA A PARIS Haber agradado a Venus es, pues, mi primera alegría; la se- gunda, el haberte parecido la mejor recompensa y que tú no hayas puesto por delante de Helena, una vez oídos sus presen- 135 tes, // mi los premios de Palas mi los de Juno. Así, ¿yo soy para ti el valor, soy para ti un noble reino? De hierro sería si no amase un tal corazón. De hierro, créeme, mo soy, pero me 140 opongo a amar / a quien ser mío no creo posible. ¿Por qué me empeñaré en arar con curvo arado la arenosa ribera y en seguir esperando lo que el lugar mismo me niega? Soy ruda a los hurtos de Venus y —los dioses me son testi- 145 gos— con ardid ninguno engañé a mi fiel esposo. / Ahora incluso, al enviar mis palabras en silenciosa carta, mi escritura cumple novísimo oficio. ¡Felices aquellas a quienes la costumbre asiste! Yo, que no sé de estas cosas, sospecho que no es fácil el camino de la culpa. Y el mismo temor lo es para mi mal; ya 150 ahora estoy confusa // e imagino que todas las miradas están fi- jas en mi rostro; y no lo imagino sin fundamento; me he dado cuenta de las murmuraciones malignas del vulgo y me ha trans- mitido Etra! algunas habladurías. Pero tú disimula, si es que no prefieres desistir. Pero, ¿por 155 qué vas a desistir? Puedes disimular. / Prosigue tu juego, pero en secreto. Disfruto de una mayor, aunque no total, libertad porque Menelao está ausente. El en verdad marchó lejos, obli- gándole así las circunstancias. Importante y justo fue el motivo Madre de Teseo, una de sus esclavas. HELENA A PARIS de su repentino viaje, o al menos así me lo pareció. Yo, al du- 160 dar él si debía ir, / le dije: «Vete y procura volver cuanto an- tes». Feliz con el presagio, me besó y dijo: «Preocúpate de nuestros asuntos, del palacio y del huésped troyano». Apenas pude contener una sonrisa; mientras me esfuerzo en reprimirla, nada pude decirle, excepto: «Será como dices». 165 / En fin, con vientos favorables, él dio velas hacia Creta. Pero no pienses tú que por eso todo está permitido. Mi esposo está lejos de aquí de tal modo que, aun ausente, me vigila. ¿Acaso ignoras que los reyes tienen largos brazos? Hasta mi fama me sirve de carga; en efecto, cuanto con más 170 empeño / me alaban vuestras bocas, con tanta más razón él te- me. Esta gloria, que me agrada, como ahora ocurre, me perju- dica; y siempre fue mejor engañar a la fama. Y no te asombre que al alejarse me haya dejado contigo. 175 Confía él en mis costumbres y en mi vida; / tiene miedo por mi belleza, pero está seguro de mi vida: le hace estar tranquilo mi honestidad, mi belleza temer. Me aconsejas que no desaproveche una ocasión que espontá- neamente se presenta y que nos sirvamos de la complacencia de un marido ingenuo. Me agrada, y temo, y mi voluntad no está 180 todavía / decidida lo bastante; mi corazón se debate en la duda. Mi esposo está lejos de mí, y tú sin esposa duermes y tu belleza me cautiva, y a ti la mía; y las noches son largas, y ya nos hemos unido! por las palabras; y tú, ¡ay de mí!, eres atractivo y una so- l cotmauis, término que tiene ciertas connotaciones por su significado de unión sexual, HELENA A PARIS 185 la es la casa. / ¡Y muérame si no invita todo al pecado! Pero, sin embargo, soy retenida por no sé qué temor. ¡Ya que no logras convencerme, ojalá pudieses forzarme! Con violencia deberías arrancar mis prejuicios. Util es a veces el 190 ultraje para los mismos que lo sufren. / Así ciertamente forza- da me sentiría dichosa. Opongámonos, mejor, mientras es nuevo, a un amor en sus inicios. La llama reciente se extingue al rociarla con un poco de agua. Seguro no es el amor en los huéspedes; va y viene, como ellos mismos, y, cuando piensas que nada hay más firme, huye. 195 // Testigo es Hipsípila!, testigo la doncella Minoide?, burladas una y otra en matrimonios no realizados. También se dice de ti que has abandonado, desleal, a tu Eno- ne, amada durante muchos años; y tú mismo no lo niegas (ha sido 200 mi mayor preocupación, por si no lo sabes, / preguntar todo acer- ca de t1). Añade el que, aunque desees permanecer constante en el amor, no puedes; ya despliegan tus velas los frigios; mientras hablas conmigo, mientras se prepara la ansiada noche, soplará pa- 205 ra ti un viento que te llevará a tu patria. / A mitad de su curso de- jarás plenos de novedades unos gozos; con los vientos se marchará Cf. Her, Vl. 2 Ariadna, cf. Her. X. HELENA A PARIS mi amor. ¿O te seguiré, como me aconsejas, y visitaré Pérgamo tan alabada y seré esposa del nieto del gran Laomedonte? No desdeño de tal modo los pregones de la alada fama / 210 como para que ella colme la tierra de mi oprobio. ¿Qué podrá decir de mí Esparta, qué la Acaya toda, qué los pueblos de Asia, qué tu Troya? ¿Qué pensará de mí Príamo, qué la esposa de Príamo y tantos hermanos tuyos y sus esposas dardánides? / 215 Tú también, ¿podrás confiar en que te sea fiel y no te angustia- rás por tu propio ejemplo? Cualquier extranjero que entre en los puertos ilíacos, éste será para ti causa de inquietante temor. 220 Tú mismo, ¿cuántas veces, irritado, me dirás «adúltera», / olvi- dado de que en mi crimen está implícito el tuyo? Llegarás a ser reprensor y autor del delito. ¡La tierra, suplico, cubra antes mi rostro! Pero gozaré de las riquezas troyanas y de espléndido boato; 225 y tendré dones más ricos que los que has prometido. / La púr- pura, sí, y preciosos tejidos se me ofrecerán; seré rica por el abundante peso del oro. Perdona mi confesión; no valen tus regalos tanto; no sé de qué modo la tierra misma! me retiene. ¿Quién, si soy ultrajada, me 230 socorrerá en las riberas frigias? / ¿Dónde buscaré a mis hermanos, l Su Esparta. HELENA A PARIS dónde la ayuda de mi padre? Todo a Medea se lo prometió el falaz Jasón. ¿Acaso no fue expulsada del palacio de Esón? No había un Eetes! al que, despreciada, pudiese volver, ni Idía, su 2535 - madre, mi Calíope su hermana. / No temo nada tal, pero tam- poco Medea lo temía: se engaña la buena esperanza por un augurio a menudo propicio. Reconocerás que todas las naves que ahora son sacudidas en alta mar tuvieron al salir del puerto un mar bonancible. 240 También me aterroriza aquella antorcha, / que un día an- tes del parto tu madre pareció parir ensangrentada, y tengo miedo de las predicciones de los vates, que se cuenta que au- guraron que llio ardería por un fuego pelasgo. E igual que te favorece Citerea porque venció y posee gana- 245 do gracias a tu juicio un doble trofeo, / así temo a las dos que, si te glorías con verdad, al ser tú juez, perdieron su causa. Y estoy segura de que, sí te sigo, se levantarán los ejércitos; pasa- rá por las espadas, ¡ay de mí!, nuestro amor. 250 // ¿Pero es que la atraciana Hipodamía? obligó a los varones hemonios a declarar una guerra feroz a los Centauros? ¿Piensas tú que en tan justificada ira se demoraría Menelao, y mis her- manos los Gemelos y Tindáreo? l- Padre de Medea. Idía es una Oceánide. 2 Se refiere a la esposa de Pirítoo, quizá natural de Átrax, ciudad de Tesalia mus cercana a Larisa. HELENA A PARIS Aunque presumas tanto y hables de tus valerosas hazañas, 255 esa belleza tuya contradice tus palabras. / Tu cuerpo es más apto a Venus que a Marte. Que los valientes hagan la guerra; tú, Paris, ama siempre. Ordena a Héctor, a quien alabas, que luche por ti. Digna de tus afanes es la otra milicia. 260 / Yo me aprovecharía de ellos, sí supiera lo que hago y un poco más audaz fuese; se aprovechará cualquier muchacha que sepa lo que se hace. O tal vez me aprovecharé yo dejando el pudor a un lado, y vencida por la ocasión entregaré y uniré a ti mis manos. En cuanto a lo que pides, que a escondidas hablemos de es- 265 to cara a cara, sé lo que deseas y a lo que llamas «hablar». / Pe- ro corres demasiado de prisa, y tu mies todavía está en hierba. Quizá esta tardanza sea favorable a tus deseos. Ya acabo: que mi carta, cómplice de mis furtivos pensa- mientos, detenga, fatigados ya los dedos, su secreto trabajo. Digamos lo demás por medio de mis compañeras, Clímene y 270 Etra, / que son para mí amigas y consejeras las dos.