El Poder del Pensamiento Flexible - Walter Riso PDF

Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...

Summary

Este libro explora el concepto del pensamiento flexible, contraponiéndolo a la mente rígida y líquida. Se describe la importancia de la flexibilidad mental para la adaptación y el bienestar personal y social. El autor plantea diferentes características de cada tipo de mente, enfatizando la necesidad de la flexibilidad y el desarrollo personal.

Full Transcript

2 3 4 A la memoria de mi tío Tonino, que supo luchar la vida y hacerse querer. 5 6 Introducción La flexibilidad mental es mucho más que una habilidad o una competencia: es una virtud que define un estilo de vida y permite a las pers...

2 3 4 A la memoria de mi tío Tonino, que supo luchar la vida y hacerse querer. 5 6 Introducción La flexibilidad mental es mucho más que una habilidad o una competencia: es una virtud que define un estilo de vida y permite a las personas adaptarse mejor a las presiones del medio. Una mente abierta tiene más probabilidades de generar cambios constructivos que redunden en una mejor calidad de vida; una mente rígida no sólo está más propensa a sufrir todo tipo de trastornos psicológicos, sino que, además, afectará negativamente al entorno en el que se mueve. ¿Quién no ha sido víctima alguna vez de la estupidez recalcitrante de alguien que, por su rigidez mental, no es capaz de cambiar de opinión o intenta imponer sus puntos de vista? No hay que ir muy lejos: en cada familia, en el lugar de trabajo, en la universidad, el colegio, el barrio o en el edificio donde habitas, siempre habrá alguien intolerante y dogmático, tratando de sentar cátedra e influir sobre lo que piensas o haces. Insisto: las mentes cerradas son un problema para ellas mismas, y para la sociedad donde viven, en tanto impiden el progreso y permanecen ancladas a una tradición que quieren perpetuar a cualquier costo. Por el contrario, el pensamiento flexible rompe este molde retardatario y se abre a las nuevas experiencias de manera optimista. Las mentes flexibles muestran, al menos, las siguientes características: a) no le temen a la controversia constructiva y son capaces de dudar de ellas mismas sin entrar en crisis (aceptan con naturalidad la crítica y el error y evitan caer en posiciones dogmáticas); b) no necesitan de solemnidades y formalismos acartonados para ponderar sus puntos de vista (les gusta la risa y el humor y los ponen en práctica); c) no se inclinan ante las normas irracionales ni la obediencia debida (son inconformistas por naturaleza y ejercen el derecho a la desobediencia si fuera necesario); d) se oponen a toda forma de prejuicio y discriminación (tienden a fijar posiciones ecuánimes y justas que respeten a los demás y eviten la exclusión en cualquier sentido); e) no son superficiales y simplistas en sus análisis y apreciaciones (su manera de pensar es profunda y compleja, sin ser complicada), y f) rechazan toda forma de autoritarismo y/o totalitarismo individual o social (defienden el pluralismo y la democracia como modo de vida). Las personas flexibles no son un dechado de virtudes ni nada por el estilo; simplemente buscan liberarse de los mandatos y los “deberías” irracionales para acceder a su verdadero ser. ¿Cómo llegar a un funcionamiento óptimo si se nos prohíbe explorar el mundo? ¿Cómo avanzar en el crecimiento interior si pensamos que el pasado nos condena? De ninguna manera estoy defendiendo a los “rebeldes sin causa” y a los alborotadores de oficio; lo que sugiero es que una mente abierta y libre querrá actualizarse de manera continua y sólo podrá hacerlo si levanta las barreras que le imponen los precursores de la dureza mental y la tradición compulsiva. Si pensamos que “todo cambio es sospechoso”, molesto o peligroso, habremos entrado al sombrío terreno del oscurantismo. 7 La fuerza del pensamiento flexible radica en que, a pesar de la resistencia y los obstáculos, nos permite inventarnos a nosotros mismos y fluir con los eventos de la vida sin lastimar ni lastimarse. Su carta de presentación es la creatividad en aumento. La flexibilidad mental nada tiene que ver con la razón petrificada que se determina a sí misma, sino con aquella razón que “siendo razonable” se refrenda en la buena vida. No es una veleta sometida a los embates del viento que se mueve sin un norte, sino una embarcación con motor propio, así resolvamos luego cambiar de ruta cuando la tormenta acecha o si tomamos el rumbo equivocado. Como podrá verse a lo largo del texto, la rigidez psicológica enferma, genera sufrimiento (estrés, depresión, ansiedad, hostilidad) y promueve una violencia individual y social significativa. Por eso, es incomprensible que muchas culturas avalen y promuevan el dogmatismo y el fundamentalismo en cualquiera de sus manifestaciones principales como un estandarte a seguir. Si decides aferrarte a tus dogmas de manera irracional tendrás una vida empobrecida y dolorosa. Por el contrario, la mente flexible fortalece el “yo”, actúa como un factor de protección contra las enfermedades psicológicas, genera más bienestar y mejores relaciones interpersonales y nos acerca a una vida más tranquila y feliz. Si decides ser flexible, te quitarás un enorme peso de encima al ver que nada está predeterminado y que puedes ser el último juez de tu propia conducta. La vida siempre está en un eterno devenir, un movimiento permanente que nunca se detiene. Frente a ella, tienes dos opciones: te estancas o te montas a la ola que recorre el universo. Reconozco que algunas personas prefieren la comodidad y el regazo de lo conocido (así sea malo) a la incertidumbre de lo desconocido o lo nuevo. Sin embargo, una existencia sin riesgos, anclada en la rutina y en lo predecible, es una manera de aquietar el cosmos, un reduccionismo existencial cuya premisa es arriesgar poco y vivir menos. La triste quietud de la resignación que niega cualquier posibilidad de cambio. Entonces, tú decides: rigidez mental (por lo tanto: estrés, angustia, amargura e inmovilidad) o flexibilidad mental (por lo tanto: alegría, tranquilidad y desarrollo del potencial humano). El libro tiene siete capítulos, dos apéndices y unas conclusiones finales. En el capítulo 1 planteo la esencia del problema y hago una comparación entre las mentes rígidas, las mentes líquidas y las mentes flexibles. Luego, en los seis capítulos siguientes, confronto las características más sobresalientes de una mente flexible con las que presentan las mentes rígidas, hasta conformar el conjunto que define un pensamiento flexible: dogmatismo vs. pensamiento crítico, solemnidad vs. pensamiento lúdico, normatividad vs. pensamiento inconformista, prejuicio vs. pensamiento imparcial, simplicidad vs. pensamiento complejo y autoritarismo vs. pensamiento pluralista. En cada apartado señalo el búnker defensivo en el cual se escuda la mente rígida y cómo derrumbarlo. Finalmente, en las conclusiones, resumo las zonas por las cuales transita y se siente cómoda una mente flexible. Los apéndices A y B muestran los perfiles de la rigidez y la flexibilidad mental, respectivamente, desde el punto de vista cognitivo. He retomado los datos psicológicos más recientes sobre el tema y los he cruzado 8 con eventos de la vida diaria, casos clínicos y aportes de la filosofía. Espero que el resultado sea agradable y útil para los lectores. También guardo la esperanza de que, después la lectura, cada quien pueda abrir un espacio de reflexión sobre su propia resistencia al cambio. 9 CAPÍTULO 1 TRES TIPOS DE MENTES: RÍGIDA, LÍQUIDA Y FLEXIBLE La función del hombre sabio consiste, sobre todo, en deliberar rectamente… Y delibera rectamente, en el sentido más estricto de la palabra, quien apunta en sus cálculos hacia las más altas actividades abiertas del hombre. ARISTÓTELES, Ética de Nicómaco, VI, 7 10 11 Las personas tienen formas distintas de relacionarse con la información disponible en sus cerebros. Algunos se apegan a ella y otros son más arriesgados a la hora de modificarla. Hay quienes insisten de manera testaruda en que poseen la razón cuando objetivamente no es así y hay quienes reconocen sus errores y simplemente tratan de sacarle provecho a las situaciones nuevas o desconocidas. Existen mentes que parecen de piedra: inmóviles, monolíticas, duras, impenetrables y rígidas, donde la experiencia y el conocimiento se han solidificado de manera sustancial e irrevocable con el paso de los años. Estas mentes ya están determinadas de una vez por todas, ya no aprenden nada distinto a lo que saben, porque su procesamiento obra por acumulación y no por selección. Creen haber visto la luz, cuando en realidad andan a ciegas, vagando por un oscurantismo cada vez más alejado de la realidad. Un golpe certero las hace trizas o las resquebraja, porque no están preparadas para enfrentar los dilemas y las contradicciones con su fuero interno. La mente de piedra no se permite dudar y aborrece la autocrítica. Sus fundamentos son inmodificables e indiscutibles. Por otro lado, y parafraseando al sociólogo Zygmunt Bauman,1 hay mentes que podríamos llamar líquidas, que no se interesan por nada y se acomodan a las demandas de la vida sin fijar posiciones de ningún tipo. Mentes sin cuerpo propio, informes, incoloras, sin constancia ni sustancia, indolentes y lejanas a cualquier compromiso: cerebros sin memoria. Pero ojo, no es el fluir del sabio que ha comprendido el constante devenir y se monta en él, sino la negación de la propia existencia. Indolencia esencial, donde las luces se han apagado para dar paso a un relativismo de mala cepa: nada es verdadero o todo da igual. La mente líquida no tiene de qué dudar y desconoce la autocrítica, porque no tiene puntos de referencia ni fundamentos claros. Y también existen las mentes flexibles, que funcionan como la arcilla. Poseen un material básico a partir del cual se pueden obtener distintas formas: no son insustanciales como las mentes líquidas, pero tampoco están definidas de una vez para siempre como las mentes de piedra. Pueden avanzar, modificarse, reinventarse, crecer, actualizarse, revisarse, dudar y escudriñar en ellas mismas sin sufrir traumas. Asimilan las contradicciones e intentan resolverlas, no se aferran al pasado ni lo niegan, más bien lo asumen sin perder la capacidad crítica. La mente de arcilla muestra una fortaleza similar a la que el taoísmo le atribuye al bambú: es elegante, erguido y fuerte, es hueco por dentro y además receptivo y humilde, se inclina con el viento pero no se quiebra. Para los seguidores de Lao-Tse, la suavidad y la flexibilidad están íntimamente relacionadas con la vida, mientras que la dureza y la rigidez están asociadas a la muerte.2 La mente de arcilla posee fundamentos y principios pero no son inmutables. La mente de piedra (rígida) choca con la realidad objetiva una y otra vez; la mente líquida pasa por la vida y no hace contacto; la mente de arcilla (flexible) abraza la existencia de manera equilibrada. Las personas se podrían ubicar en un continuo de tal manera que podríamos hallar gente más o menos rígida, flexible o líquida, o con el predominio de un tipo de mente y pequeñas pinceladas de las otras. Más aún, la analogía nos permite la opción de que un tipo de mente se transforme en otro: las piedras pueden derretirse o ablandarse bajo temperaturas extremas, la arcilla puede endurecerse o 12 volverse polvo y lo líquido puede solidificarse. No obstante, e independientemente de las variaciones posibles, lo que define un tipo específico de mente es el estilo cognitivo o el modo/tendencia relativamente estable de procesar la información de una manera específica. Profundicemos cada estilo mental en detalle. 13 14 La mente rígida El padre de una novia que tuve en mi juventud, un español exiliado por el régimen franquista, juraba que el hombre nunca había llegado a la Luna y que todo era un montaje, porque según la religión que profesaba, “el mundo ya se habría acabado si hubieran llegado allá”. El señor no sufría de ninguna alteración psiquiátrica; era un buen hombre, amable con la gente y emprendedor. Pero en lo profundo de su aparato mental existía una marcada distorsión de la realidad: la negación a ver las cosas como son. Me pasé algunos años tratando de probarle que la banderita estadunidense realmente estaba clavada en la Luna. Sin embargo, cada vez que lo intentaba, me decía con cierta conmiseración: “¡Vamos, hombre, Walter, no te dejes engañar de esta manera… Tú eres un joven muy inteligente para que te creas esas patrañas!”. Creo que ni siquiera subiéndolo a una nave espacial hubiera logrado que modificara su punto de vista. El mecanismo básico de las personas rígidas es la resistencia a cambiar cualquiera de sus comportamientos, creencias u opiniones, aunque la evidencia y los hechos les demuestren que están equivocadas. Al tener tan poca variabilidad de respuesta, su capacidad de adaptación es supremamente pobre. La mente rígida vive en un limbo facilista, distorsionado y altamente peligroso, donde la verdad ha sido secuestrada en nombre de alguien o algo. Facilista, porque tapa el Sol con el dedo y se atrinchera en la lógica del dogmatismo, tratando de defender lo indefendible con argumentos simplistas: “Si siempre fue así, por algo es”. Distorsionado, porque los procesos de toma de decisión que producen los sujetos inflexibles están saturados de sesgos y errores cognitivos, de los cuales no suelen estar conscientes. Y peligroso, porque cuando las personas rígidas son confrontadas o “acorraladas” con argumentos sólidos, se vuelven profundamente irascibles, autoritarias e impositivas. Los datos disponibles muestran que cuanto más cerrada es la mente, mayor será la probabilidad de enfermedad mental.3 Sólo a manera de ejemplo, la rigidez psicológica se ha asociado con problemas interpersonales (por ejemplo, agresividad, deficiencias para la comunicación y colaboración),4 con trastornos en la infancia (por ejemplo, los padres y madres rígidos tienden a generar trastornos de diversa índole en sus hijos),5 alcoholismo,6 esquizofrenia,7 desorden de la personalidad obsesivo-compulsivo,8 anorexia nerviosa,9 depresión,10 rumiaciones cognitivas11 e ideaciones suicidas,12 entre muchas otras alteraciones mentales. La tradición y las normas establecidas atrapan las mentes rígidas y las llevan a un proceso de achicamiento del mundo hasta deformarlo. El pasado se convierte en un fundamentalismo personalizado y hecho a medida, tan inconcebible como irracional. La adherencia compulsiva a determinadas creencias, emociones y conductas (esquemas), la incapacidad de cuestionarlas o someterlas a escrutinio y la “inercia en el procesamiento de la información”, que se repite una y otra vez, les impiden acceder a un pensamiento crítico útil y eficiente. La gente inflexible suele ser paquidérmica a la hora de actuar, debido a que su movilidad depende de un ideal de perfección inalcanzable. Para ellos, la 15 incertidumbre, la contradicción y la ambigüedad son demonios que deben exorcizarse a como dé lugar. Cuando se ven obligados a enfrentar información discordante con su base de datos, entran en cortocircuito o simplemente se paralizan, porque su repertorio no está preparado para la espontaneidad y la improvisación. En el apéndice A puede verse el perfil básico de las mentes rígidas, sus creencias centrales, sus pensamientos, sus miedos y sus estrategias de supervivencia. Algunas desventajas de la mente rígida Para la gente inflexible es muy difícil alcanzar un estado de paz interior. Más aún, es prácticamente imposible estar cerca de una persona rígida, llámese pareja, compañera o compañero de trabajo o de universidad, y no verse afectado negativamente por ella o él. Podría pensarse que las mentes obstinadas deberían llevarse bien entre sí, pero no es verdad. Cuando dos individuos pétreos hacen contacto casi siempre hay un roce implícito o explícito, así estén del mismo lado. Tarde o temprano, una escaramuza por el poder hace su aparición, y ambos tratan de mostrar quién es el más “duro de matar” o quién es el más fiel a sus creencias. En versión cinematográfica: Alien vs. Depredador. Algunos de los inconvenientes que arrastran la rigidez y la inflexibilidad son: Niveles altos de estrés y depresión. Baja tolerancia a la frustración: no hay mente rígida que no haga pataleta. Angustia por no tener el control total de las cosas. Malas relaciones interpersonales: el autoritarismo y el prejuicio que acompañan la rigidez generan malestar, rechazo y agresión. Dificultades en la toma de decisiones: la persona rígida suele inmovilizarse cuando los imponderables aparecen. Déficit en la resolución de problemas: debido a que ven el mundo en una sola dimensión, les cuesta generar alternativas de solución. Alteraciones laborales, sexuales, afectivas y demás, porque toda persona rígida busca un perfeccionismo inalcanzable. Miedo a cometer errores y miedo al cambio. Dificultades en su crecimiento personal, porque viven ancladas al pasado y a los “deberías”. 16 17 La mente líquida ¿Quién no ha estado alguna vez con alguien que lo único que hace es no tomar partido por nada o adopta alternativamente posiciones contradictorias sin intentar resolverlas o siquiera comprenderlas? Recuerdo que en cierta ocasión asistí a un seminario con el sociólogo Gilles Lipovetsky, y cuando le preguntaron si era de derecha o izquierda, respondió tranquilamente: “Depende del día; a veces soy de izquierda y a veces soy de derecha”. Esa actitud sorprendió a gran parte del auditorio y a mí también. Asumir una actitud flexible no implica ser una veleta en la mitad del océano. Andar a la deriva en cuestiones ideológicas o éticas, sin un camino claro por donde transitar, puede resultar altamente contraproducente para el sujeto e incluso para la sociedad que habita. Imaginemos que un ministro de Economía dijera: “Según mi estado de ánimo, a veces soy conservador y a veces liberal”. ¿Su ministerio tendría éxito? Muy probablemente no; la economía sería un fenómeno indescifrable y vaporoso, y las protestas irían en aumento. No digo que haya que resolver siempre y a cualquier costo todas las dudas y los conflictos en los cuales estamos enfrascados, pero tampoco debemos necesariamente quedar atrapados en ellos y eliminar mágicamente cualquier proceso de toma de decisión en aras de una comodidad intelectual o emocional. Ciertas contradicciones son insostenibles per se; por ejemplo: un ateo creyente, un psicópata defensor de los derechos humanos o un verdugo tierno. ¿Cuál podría haber sido una posición menos líquida frente a la disyuntiva planteada sobre ser de derecha o izquierda? Quizás algo menos blando y despreocupado. Por ejemplo: “No sé, no estoy seguro, estoy en la búsqueda y revisando ciertas cuestiones: hay cosas de la derecha que me parecen acertadas y otras de la izquierda que me parece que podrían funcionar. No estoy inscrito de una manera categórica en ninguna de las dos, pero estoy revisando el tema”. Una de las cuestiones básicas que definen la flexibilidad es precisamente el proceso de búsqueda abierta de información sin temor al cambio. La gente flexible no carece de opiniones; las tiene, pero no son intocables. Es decir, la flexibilidad psicológica se mueve entre el dogmatismo tenebroso de las mentes oscuras y la indolencia haragana de las mentes etéreas. El punto medio son las convicciones racionales y razonadas: “Tengo ideas, puedo sustentarlas racionalmente y estoy dispuesto a oír seriamente el otro punto de vista”. Una mente indefinida y apática es una mente voluble y despersonalizada, que no es capaz de reconocerse a sí misma. Es líquida: se escapa, se derrama, toma la forma del recipiente que la contiene o permanece indefinida e inconsistente. Vaciada de toda idea, la mente líquida le coquetea al nihilismo, no fija posición ni se compromete. Comte-Sponville13 dice sobre el nihilismo: El nihilista es aquel que no cree en nada (nihil), ni siquiera en lo que es. El nihilismo es como una religión negativa: Dios ha muerto, arrastrando con él todo lo que pretendía fundar: el ser y el valor, la verdad y el bien, el mundo y el hombre. Ya no queda otra cosa que la nada, en todo caso nada que tenga valor, nada que 18 merezca la pena ser amado o defendido: todo vale lo mismo y no vale nada [p. 371]. Una cosa es apegarse irracionalmente a las propias creencias como si fueran una verdad absoluta y otra es fluctuar entre los extremos de una indefinición que jamás toma forma. La mente líquida piensa que si todo es relativo, nada vale, nada es cierto. Repito: una cosa es tener posturas flexibles y otra muy distinta no saber dónde está parado uno. En palabras del filósofo Fernando Onetto:14 En resumen, si aceptamos como igualmente legítimas todas las posiciones, su validez, su verdad, podemos ir perdiendo la capacidad de denuncia, de compromiso, de lucha por una convicción [p. 109]. De una mentalidad vacía y fofa, nada significativo puede surgir. Tal como afirmaba Lucrecio:15 “De la nada, nada proviene” (Ex nihilo, nihil fit). Si no hay un núcleo central, no hay producción psicológica, hay muy poco que dar y muy poco que crear. El problema no es el pensamiento, sino cómo pensamos. Veamos tres respuestas líquidas a preguntas sólidas. A un hombre mayor: –¿Qué opinas de lo de Irak? –No sé… Irak… Eso queda muy lejos de aquí… No me complique la vida. A una estudiante, próxima a graduarse: –¿Qué opinas del calentamiento global y las implicaciones para las generaciones venideras? –Algo leí alguna vez… Pero eso qué tiene que ver conmigo… No entiendo. A un joven conductor de taxi: –¿Cuál es tu opinión acerca del matrimonio entre homosexuales? –¡Yo que sé! ¿Acaso me vio cara de homosexual? La mente líquida pone todo el control afuera, se deja llevar por la marejada y, por eso, es mediocre y trivial. Es mejor mimetizarse, diluirse en el conjunto indiferenciado de la población, pasar desapercibido y eludir cualquier responsabilidad. La motivación se convierte en algo tan instantáneo y volátil, que la sola idea de profundizar produce molestia, pero no por miedo a que las ideas tambaleen como haría el dogmático, sino por simple y llana pereza. La mente líquida circula, pasa, atraviesa y tristemente no deja huellas. Su negligencia está en la omisión, en permanecer oculta, en no brillar con luz propia. De manera similar a lo que ocurre con algunas personalidades,16 la mentalidad líquida no posee una identidad definida que permita establecer un perfil. 19 20 La mente flexible Mientras la mente rígida está petrificada y cerrada al cambio y la mente líquida es gaseosa, la mente flexible posee un cuerpo modificable. No está fija en un punto ni se desliza por cualquier parte sin rumbo, sino que posee una dirección renovable. A la mente flexible le gusta el movimiento, la curiosidad, la exploración, el humor, la creatividad, la irreverencia y, por sobre todo, ponerse a prueba. Si la mente obstinada cierra la puerta al mundo para no poner en duda sus estructuras internas y la mente líquida la abre de par en par (aunque sin discernimiento), la mente flexible deja la puerta entreabierta. Lo positivo de la mente rígida es que posee ideas, lo negativo es que se enreda en ellas al pensar que son inmutables y eternas. Lo positivo de la mente líquida es que no pone barreras, lo negativo es la carencia de puntos de vista. La mente flexible mantiene opiniones, tiene creencias y principios, pero está dispuesta al cambio y en pleno contacto con la realidad. La mentalidad amplia o abierta utiliza el pensamiento crítico como guía de sus decisiones. Se opone al dogmatismo en tanto es capaz de dudar de lo que cree cuando hay por qué dudar, es decir, cuando la lógica (buenos argumentos) y la evidencia (el peso significativo de los hechos) la cuestionan y, por lo tanto, la obligan a examinar en serio los propios esquemas. Tal como afirman los psicólogos Christopher Peterson y Martin E. P. Seligman,17 podríamos decir que la mente abierta o flexible responde a una virtud correctiva que está incluida prácticamente en todos los catálogos de valores, recientes y antiguos, exaltando la cualidad del buen juicio, la racionalidad y la apertura a otras opiniones. ¿Y la fe? ¿Existe una fe flexible? Para mí, existe una “buena fe” en la cual el sujeto sabe por dónde transita, conoce sus fortalezas y debilidades, es capaz de escuchar y convivir con otras filosofías y religiones. La “buena fe” no es obsesiva sino que busca el punto medio de la “razón razonable” y la “creencia creíble”, como afirma el teólogo Hans Küng.18 La “buena fe” siempre evita los extremos. En uno de sus famosos pensamientos, Pascal nos recuerda que la credibilidad no puede presuponerse:19 El haber oído una cosa no debe nunca constituirse en regla de vuestra fe; al contrario, no debéis creer nada sin colocaros previamente en una situación como si no la hubierais oído nunca. Lo que os debe hacer creer es el consentimiento de vosotros con vosotros mismos y la voz permanente de vuestra propia razón [Pensamiento 260]. Ya sea que la fe sea un “salto sobre la razón” (Kierkegaard) o una “apuesta” (Pascal), no es inmune a la duda, porque la certeza no existe en ningún ámbito de la vida, al menos de los que no somos místicos. Es conocida la posición asumida por el Dalái Lama cuando afirma: “Si la ciencia demuestra fehacientemente la falsedad de alguna doctrina budista, ésta debe ser modificada en consecuencia”. ¿Habrá mayor apertura que poner a prueba la trascendencia? Siempre he visto a los budistas como “científicos espirituales”. ¿Es respetable la fe? Desde luego, si en su nombre no se violan los derechos humanos, si no 21 es autoritaria, si no quiere imponerse a la fuerza, si no se asume a sí misma como poseedora de la verdad absoluta. En la “buena fe”, la razón no muere, se mezcla con el corazón, generando una decisión que implica el ser total. Volviendo a Hans Küng, la fe podría considerarse como una “decisión que no está probada por la razón, pero sí puede justificarse ante ella”. Vale la pena aclarar que la capacidad de dudar no significa convertirse en un ratón de biblioteca que busca desesperadamente la excepción a la regla. Para hacer el amor y disfrutarlo plenamente no necesitamos el último artículo científico sobre los indicadores bioquímicos del orgasmo. Existe una duda retardataria: compulsiva, generalizada y relacionada con profundos sentimientos de inseguridad. Y existe una duda progresista, asumida por la mente flexible: inspiradora, motivadora y poderosa, que bien calibrada hace a las personas más fuertes y seguras de sí mismas. Tres principios de la mente flexible Ser flexible es un arte, una excelencia o una virtud compuesta de, al menos, tres principios: la excepción a la regla, el camino del medio y el pluralismo. 1| La excepción a la regla Recuerdo que cierta vez, en pleno vuelo, mi compañera de asiento le pidió a la azafata utilizar el baño de clase ejecutiva porque el de clase turista estaba ocupado y había bastante gente en espera. La razón que esgrimió fue poderosa: estaba embarazada y no se sentía muy bien. Como si fuera un robot, la respuesta de la aeromoza se ciñó estrictamente al manual de funciones: “Lo siento, señora, pero ese baño sólo lo pueden utilizar las personas de la clase ejecutiva”. La mujer insistió con angustia: “¡Por favor, es que estoy muy mal!”. La azafata repitió su mensaje mecánicamente: “Usted no pertenece a esa clase”. Yo intervine, tratando de convencerla: “¿Por qué no hace una excepción? Además, el baño de la clase ejecutiva está desocupado”. Su respuesta, una vez más, fue tajante: “No estoy autorizada para hacer excepciones”. En fin, no hubo poder humano que la hiciera cambiar de opinión y considerar que el bienestar de una persona es más importante que la obediencia a un reglamento. En realidad, no procesó ninguna opinión distinta a la que estaba ya asentada en su pétrea mente. ¿Cómo podría haber actuado una persona flexible en esa situación? Habría sopesado lo que estaba en juego y ponderado ventajas y desventajas, además de los valores implicados (por ejemplo, “¿El bienestar humano es más importante que el 22 reglamento?”). Podría pensarse que el miedo a los superiores pudo ser una variable que haya afectado las decisiones de la azafata en cuestión; sin embargo, es claro que uno puede y debe tener un margen para improvisar y enfrentar lo inesperado, ya que un manual no puede contener el saber total (a no ser que se considere “sagrado”). Y también es evidente, al menos para mí, que si la empresa en la cual estoy trabajando privilegia las reglas sobre las personas, la renuncia sería la mejor opción o la salida más digna. Buscar la excepción, la irregularidad de ciertas pautas establecidas sugiere aterrizar las ideas, someterlas a contrastación y humanizarlas. Implica poner la certeza en remojo. La mente flexible confronta los principios, criterios o mandatos, tratando de definir las fronteras a partir de las cuales dejan de funcionar. Por ejemplo, el valor de la perseverancia requiere un límite para que no se convierta en fanatismo: “aprender a perder”. El valor de la modestia/humildad necesita de la autoestima para no caer en la negación del “yo”. El valor del autodominio requiere el derecho al placer o a la felicidad si no queremos terminar en una apología del autocastigo y los cilicios. La mansedumbre sin dignidad es bajeza o humillación. En otras palabras, la mente flexible tiene en cuenta la norma, pero también aquellos factores complementarios y equilibrantes que la apaciguan. El siguiente caso hipotético, citado con frecuencia en bioética, muestra con claridad las consecuencias que pueden surgir de un dilema ético. Un farmacéutico está cerrando la farmacia y, en ese preciso instante, llega un padre angustiado a solicitarle un medicamento porque su hijo tiene un ataque de asma y podría morirse si no se lo administra. El dueño del local mira con parsimonia el reloj que está expuesto en la pared y dice: “Lo siento, cierro a las ocho de la noche y son las ocho y un minuto”. El padre alega que no hay otra farmacia abierta a esa hora y que si no le vende el medicamento, su hijo morirá. La respuesta del hombre es terminante: “¿No me entendió, señor? Ya cerré”. El papá, al borde de un ataque de nervios, le suplica, le pide que se ponga en su lugar, que piense en su hijo… Pero el otro se atrinchera detrás de la puerta, le pone llaves, apaga las luces y se retira al interior del local. Independientemente de la irracionalidad del farmacéutico, lo que me interesa señalar es su incapacidad para crear alternativas de solución cuando las pautas prefijadas no funcionan. La pregunta es obvia: ¿no podría cerrar el local cinco minutos después? La historia termina en que el papá del niño rompe el vidrio, penetra con furia a la farmacia y se lleva el medicamento a la fuerza. ¿Qué tipo de falta es más censurable? ¿Penetrar en una propiedad privada sin autorización y robarse un remedio (sancionada por la ley) o dejar morir a un enfermo porque su padre llegó un minuto tarde (sancionada por la moral)? ¿Hasta dónde queda justificada la acción de robar para salvar una vida? En definitiva: la ley vs. la moral. No todo lo legal es ético, ni todo lo ético es legal. Obviamente, no estoy sugiriendo que se deba violar la ley cada vez que queramos; simplemente intento mostrar las consecuencias de no tener en cuenta las excepciones. Vale la pena acotar que en las encuestas realizadas sobre este caso en particular, la mayoría de los encuestados suele estar de acuerdo con la actitud del padre. No me cabe duda de que la rigidez puede llegar hasta este extremo o 23 más. ¿Podría haber creado Hitler una excepción a su demencial idea del antisemitismo y aceptar, así fuera a regañadientes, que algunos judíos podían ser tan brillantes o más que los alemanes? Obviamente no, porque hubiera puesto a tambalear su doctrina de la supremacía racial. Las ideas dogmáticas se mantienen a sí mismas eliminado toda posibilidad de duda, y cualquier caso particular que se salga del esquema que les sirve de sustento. 2| El camino del medio Cuando estaba en el bachillerato, el profesor de geometría descriptiva era el ogro del colegio. Cada examen era una tortura porque noventa y cinco por ciento de los alumnos reprobaba. Uno de mis compañeros de curso decidió un día hacerle frente al hombre y decirle que su evaluación no era confiable, ya que, si fallaban tantos, podía estar pasando una de las siguientes cosas: a) el nivel de exigencia era extremado, o b) las explicaciones que daba el profesor eran insuficientes. De hecho, creo que cualquier persona que haya ejercido la docencia con un criterio razonable sabe que, si nadie aprueba un examen, hay que revisar los procedimientos de aprendizaje utilizados. Pero el profesor en cuestión tenía otra teoría: “Lo único que demuestran los malos resultados obtenidos es que éste es un curso de imbéciles”. El señor vivía en el limbo de los autoritarios y jamás aceptó revisar su estilo pedagógico. En realidad, si alguien opinaba algo en contra, inmediatamente se sentía ofendido y comenzaba a sancionar indiscriminadamente a los disidentes. Nunca comprendí por qué el colegio dejaba ejercer la docencia a semejante personaje. ¿Cómo podría haber actuado una persona flexible en su lugar? Pues la solución hubiese sido muy sencilla: calibrar el nivel de exigencia y revisar el sistema de evaluación (después de todo, la tenebrosa idea de que la “la letra con sangre entra” no es otra cosa que la manifestación de un sadismo pedagógico que sólo conduce al odio y a la deserción escolar). Entre la demanda irracional (metas educativas inalcanzables) y la complacencia irresponsable (metas educativas pobres), existe un punto medio donde el requerimiento se hace moderado y congruente con las capacidades reales de los estudiantes. Entre la filosofía nerd y la dejadez hay una forma comprometida de estudio donde la salud mental sale bien librada. Una mente flexible hubiera sido humilde y habría pensado más en el bienestar de los estudiantes que en adjudicarse la razón de manera arrogante. Vale la pena señalar, una vez más, que la flexibilidad no es un “estado de la mente” sino un proceso dinámico de observación y autoevaluación permanente. Lo que intenta la mente flexible es establecer una carretera por donde transitar con moderación, sin asfixiarse ni darse contra las paredes. La búsqueda del camino del medio aparece en 24 prácticamente todas las tradiciones filosóficas y espirituales con distintas denominaciones: “camino del medio” (Buda),20 “armonía” (Confucio),21 “equilibrio dinámico” (Lao- Tse),22 “prudentia” (Tomás de Aquino),23 o “phronesis” (Aristóteles).24 ¡Pero incluso el camino del medio tiene excepciones! Aristóteles enseñaba que algunas actuaciones son en sí mismas malas o dañinas y no admiten puntos intermedios.25 ¿Cuál sería el punto medio de un violador? ¿Violar sólo un poco? Hay “vicios” que no permiten sino la exclusión, ya que no es posible establecer virtud alguna en su ponderación. ¿Cómo ser menos asesino, menos torturador, menos esclavo? 3| El pluralismo Cuentan que un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un anciano chino colocando un plato de arroz en otra tumba. El hombre se dirigió al chino y le preguntó: “Disculpe, señor, ¿de verdad cree usted que el difunto vendrá a comer arroz?”. “Claro”, respondió el chino, “cuando el suyo venga a oler las flores.” Una mente flexible quizás habría sentido cierta curiosidad y hubiera realizado una pregunta menos irónica. Por ejemplo: “Discúlpeme, señor, ¿por qué pone un plato con arroz? No conozco esa costumbre y me gustaría saber más al respecto, si no le molesta”. No es fácil ponerse en otro punto de vista, sobre todo en una cultura que promueve el egocentrismo en todas sus formas. Creemos a cabalidad que nuestras costumbres están más justificadas que las de los demás, no vemos la viga en el propio ojo. La mente flexible es responsiva y sensible a otros puntos de vista sin verse necesariamente en la obligación de aceptarlos. Incluye a los demás, viaja hacia ellos, intenta averiguar sus respectivos fundamentos y su parecer. Pero este viaje sólo es posible si se hace con humildad, sin la vanidad del que se las sabe todas. En el apéndice B puede verse el perfil básico de las mentes flexibles, sus creencias centrales, sus pensamientos, sus miedos y sus estrategias de supervivencia. Algunas ventajas de la mente flexible El buen juicio que caracteriza a las personas de mente abierta genera buenas decisiones y permite establecer relaciones amables y empáticas con la gente que nos rodea. Veamos los beneficios que otorga la flexibilidad: Las relaciones interpersonales son amables y constructivas porque la gente no se siente amenazada y, además, uno no pretende ganar o tener razón a cualquier 25 precio. Se consigue vivir en paz con uno mismo, es decir, no sentirse violentado al tener que imponerle al mundo una estructura determinada de pensamiento. Las cosas fluyen sin tantos requisitos: la solución de problemas y las decisiones se dan con facilidad porque uno está abierto al cambio. Los niveles de estrés y depresión bajan porque la mente flexible sabe perder y no se aferra a los imposibles. Dicho de otra forma, la mente flexible funciona con los pies en la tierra. Las mentes flexibles crecen y desarrollan su potencial humano porque no están interesadas en verdades consumadas. La vida buena es algo que surge de la exploración y el autodescubrimiento libre. La risa y el humor forman parte de la vida cotidiana de las personas flexibles; la amargura y la formalidad recalcitrantes son eliminadas de cuajo. ¿Habrá mayor síntoma de salud mental que no tomarse uno mismo muy en serio? Los niveles de prevención y desconfianza bajan ostensiblemente cuando existe flexibilidad mental: hay más amigos que enemigos, más compasión que indiferencia, más amor que guerra. Ser flexible mejora el sueño y todas las actividades somáticas, porque uno deja de pelear con el mundo y se concentra en lo que vale la pena. Tal como lo demuestran todas las tradiciones espirituales y la psicología cognitiva y positiva contemporánea, la mentalidad flexible hace que las personas se sientan más felices y se aproximen más a la sabiduría. 26 27 Mentes rígidas vs. mentes flexibles Una buena manera de comprender las diferencias entre las mentalidades cerradas y abiertas es analizar sus respectivas polaridades. En los siguientes capítulos haré una confrontación entre las características de las mentes rígidas y las mentes flexibles y sus implicaciones para la vida cotidiana. Se retomarán los aportes de la literatura científica más reciente sobre el tema26 y sus implicaciones en áreas afines, como es el caso de la resistencia al cambio.27 Cuando estudiamos la estructura interna de una mente rígida, encontramos una serie de esquemas o rasgos relativamente estables que la definen. Señalaré los más significativos: En consecuencia, el pensamiento rígido que se desprende de ellas será: dogmático (llevado de su parecer), solemne (amargado y circunspecto), normativo (conformista y apegado a las reglas), prejuicioso (odioso y discriminador), simplista (superficial) y autoritario (abusador del poder). Por el contrario, la estructura interna de una mente flexible estará definida por esquemas o rasgos opuestos a los señalados para una mente rígida: En consecuencia, el pensamiento flexible que se desprende de ellas será: crítico, lúdico, 28 inconformista, imparcial, complejo (holístico) y pluralista. Como veremos en los capítulos siguientes, es posible construir un pensamiento flexible y contribuir a que nuestras mentes sean menos rígidas y llevadas de su parecer. 29 CAPÍTULO 2 “SOY EL DUEÑO DE LA VERDAD” De un pensamiento dogmático a un pensamiento crítico Sapere aude! (¡Atrévete a servirte de tu propia razón!) KANT 30 31 Podemos definir el dogmatismo como la incapacidad de dudar de lo que se cree, es decir, una clara manifestación de arrogancia intelectual o moral. Los dogmáticos son personas que aseguran estar en la posesión de la verdad y haber alcanzado la certeza. ¿Quién no conoce alguno? Cierta vez leí que cuando le preguntaron a Carl Jung si tenía fe en Dios, respondió: “No tengo fe, sino certeza”. No me imagino teniendo una discusión abierta y flexible sobre la existencia de Dios con Jung o con personas con tal nivel de convencimiento, ya que para ellos la cuestión está definitivamente resuelta. Una mente dogmática es aquella que vive anclada de manera radical a sus creencias, las cuales considera inamovibles y más allá del bien y del mal. Y no sólo me refiero a los preceptos religiosos, sino a todo conjunto de ideas que, atrincherado en procesos defensivos, pretenda sobrevivir a cualquier costo, incluso a través de la ignorancia. 32 33 El coctel retardatario: dogmatismo, fundamentalismo y oscurantismo Existen mentes fundamentalistas (que piensan que las bases de sus creencias no son discutibles) y hay mentes oscurantistas (que se oponen al progreso y a la difusión de la cultura propia y ajena). Generalmente, ambos factores van juntos, especialmente en la conformación de sectas, sean éstas religiosas, esotéricas, políticas, empresariales, mágicas o pseudocientíficas. Una mente sectaria es la que compagina el dogmatismo, el fundamentalismo y el oscurantismo en un estilo de vida destinado a estancar el desarrollo humano y personal: “Soy dueño de la verdad” (dogmatismo). “Los cimientos de mi verdad no son discutibles” (fundamentalismo). “La difusión de información actualizada es peligrosa para los intereses personales o grupales” (oscurantismo). Un ama de casa adinerada se sentía profundamente alterada y ansiosa debido a los constantes enfrentamientos que mantenía con las dos empleadas domésticas que trabajaban en su casa. La mujer sufría si conversaban entre ellas, si se acostaban más temprano de la cuenta, si comían demasiado, si utilizaban el teléfono o si cantaban mientras hacían las tareas. Cuando ellas salían los domingos, faltando media hora para el regreso, la señora ya estaba mirando el reloj y anticipando que llegarían tarde. Mi paciente era víctima de tres creencias entremezcladas: a) una creencia dogmática: “La función de la empleada doméstica es servirme cada vez que yo quiera y de la manera que me dé la gana”; b) un principio no discutible, claramente fundamentalista: “Por eso les pago”, y c) una posición oscurantista: “No quiero que estudien, porque si lo hacen, les van a llenar la cabeza de cucarachas y van a terminar rebelándose”. Además de un perfil claramente obsesivo, sus pensamientos constituían un esquema rígido clasista que no la dejaba vivir en paz y que, de paso, atentaba contra los derechos de sus trabajadoras. El pensamiento dogmático, por definición, es retrógrado, vive aferrado al pasado y no prospera, o si avanza, lo hace a los tumbos y lentamente. La mayoría de los seres humanos guardamos en nuestra mente algunos rasgos representativos de una “Edad Media” individual, lugares oscuros y absolutistas que se oponen tozudamente a la razón y que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida. Las supersticiones, fanatismos, irracionalidades o arbitrariedades van echando raíces y creando una tradición absolutista, difícil de erradicar. Para ser flexible 34 ¿No crees que haya alguna diferencia entre una alucinación y una demostración científica, entre la superstición y un conocimiento sistemático? ¿Tendrán la misma validez y credibilidad las explicaciones de un delirante que las de una persona racional? Si te atrae el relativismo radical y el “todo vale” terminarás por meter en el mismo saco cualquier afirmación. Siento desilusionarte, pues la flexibilidad no asume que existen tantas verdades como gente hay, sencillamente porque “LA VERDAD” es una abstracción, un horizonte al cual apuntamos, quizá como una quimera o una preferencia. En cambio, lo que sí puedes considerar como verdadero o falso son las proposiciones y los enunciados que las personas esgriman sobre las cosas. Puedes afirmar con seguridad que el cenicero está sobre la mesa o que la lámpara está apagada Sin embargo, tu afirmación podría ser falsa, podrías estar afiebrado o haber visto mal. Bastaría con que otros también observen si el cenicero está allí donde dijiste: ésa sería la verdad consensuada sobre la posición del cenicero. En la película Una mente brillante, el protagonista utiliza un método práctico/científico para saber si está alucinando o no: preguntarle a otros: “¿Tú lo ves?”. Entonces, la mente flexible se opone a un relativismo fanático donde cualquier cosa es verdad y nada es mentira. Un paciente con un prejuicio sexista defendía sus distorsiones con la trillada frase: “¡Ésta es mi verdad!”, como si se tratara de un bien ganancial y la hubiera adquirido en cualquier tienda. Respuesta: “Puede que sea tu verdad, pero estás equivocado; la verdad es que las mujeres no son inferiores”. La mente flexible se resiste al fundamentalismo, porque piensa que cualquier principio o código puede discutirse. No acepta el dogmatismo porque el absolutismo se opone a la realidad y a las leyes de la probabilidad (puedes estar equivocado). Y repudia el oscurantismo debido a que la falta de información te sumerge en la más crasa ignorancia. 35 36 La esencia del pensamiento dogmático Pero ¿cómo identificarlo entonces? ¿Cómo detectar hasta dónde el pensamiento se ha vuelto arcaico y fuera de contexto? Comprender la esencia del pensamiento dogmático, su estructura y su procesamiento de la información de base es esencial para darle una apertura inteligente a la mente. Haré referencia a tres aspectos clave que conforman la manera de pensar dogmática: egocentrismo (“El mundo gira a mi alrededor”), arrogancia/soberbia (“Lo sé todo”) y ausencia de autocrítica e intolerancia a la crítica (“Nunca me equivoco”). Egocentrismo: “El mundo gira a mi alrededor” Las personas egocéntricas ven el mundo desde su propia perspectiva y desconocen que los demás puedan tener puntos de vista diferentes, confiables y racionales.28 No es lo mismo ser egoísta que ser egocéntrico. El egoísmo tiene que ver con la incapacidad de amar a otros, el egocentrismo es ser prisionero de su propio punto de vista. La incapacidad de reconocer que los otros pueden pensar distinto a uno destruye cualquier relación u opción de diálogo. Estar centralizado en uno mismo implica ruptura, aislamiento, mutismo e incomprensión. El niño pequeño se asombra cuando descubre que las demás personas de su entorno no piensan igual que él, y los adultos dogmáticos se ofenden cuando alguien no coincide con su manera de pensar y rápidamente resaltan la diferencia: “No eres de los nuestros” o “No estás en mi equipo”. Hace poco, tuve la oportunidad de pasar unas horas con una amiga extremadamente egocéntrica. A cada comentario mío, ella hacía referencia a algún aspecto de su vida. Por ejemplo, cuando comencé a relatarle un viaje que había hecho, me interrumpió y habló quince minutos seguidos sobre sus aventuras viajeras. En otro momento, mencioné que había comprado una escultura en una subasta y su respuesta fue una descripción minuciosa sobre todos los santos, esfinges y grabados que reposaban en su casa, pero nunca se interesó por mi escultura. A lo largo de todo el tiempo que estuvimos hablando, nunca me preguntó: “Tú, ¿qué piensas? Tú, ¿qué sientes?”. Sólo había un “yo” central y ningún “tú” con quien intercambiar información. Viendo esto, decidí ponerla a prueba: “Creo que puedo tener un cáncer, ayer me hice unos exámenes”. Y la actitud fue la misma; atropelladamente, comenzó a contarme la historia de una tía a la que habían operado y que finalmente había muerto. Después de un tiempo de “exclusión”, le hice saber cómo me estaba sintiendo: “Espero que no lo tomes a mal… No sé si te hayas dado cuenta, pero en el rato que llevamos has centralizado toda la conversación en tu persona y no has mostrado el mínimo interés por lo que pienso… Quería decírtelo porque realmente es incómodo no sentirse escuchado seriamente”. Para mi sorpresa, soltó una carcajada y dijo: “Tienes razón; siempre he sido así… Creo que esto tiene su 37 historia. No sé si te conté que mis padres eran poco comunicativos, por eso”. Y siguió hablando de sí misma. Hasta hace unos años se pensaba que solamente los niños pequeños eran egocéntricos, pero un sinnúmero de investigaciones demostraron que la mayoría de los sujetos humanos mayores también lo son.29 Las personas dogmáticas cuentan con un “yo totalitario” que rechaza tajantemente cualquier información distinta a la que ya tienen. Si solamente creo en mí y pienso que los demás están equivocados, la intransigencia se multiplica de manera exponencial. En mi época de estudiante universitario, allá a finales de los sesenta, quien no estaba a favor del eslogan “Prohibido prohibir”, estandarte del Mayo francés, era poco menos que un hereje contrarrevolucionario. Los dogmáticos de turno solían ofuscarse si alguien no estaba de acuerdo con Marx, Lenin o Mao: “¿No estás de acuerdo con la dictadura del proletariado?”, y luego agregaban como para darte la oportunidad de enmendar: “¿Será que no entendiste bien de qué se trata?”. Si la respuesta era: “Lo entiendo pero no lo comparto”, ya no te saludaban igual porque ya no eras apetecible para el partido: habías entrado al mundo de los idiotas que vivían en la periferia del saber iluminado. Lo mismo ocurría con los grupos de derecha. El egocentrista no está preparado para la discrepancia porque simplemente no la concibe como válida. Esta operación mental, por medio de la cual uno se convierte en el epicentro del cosmos y niega la oposición por decreto, también se conoce como personalización. Algunos investigadores hallaron que en la adolescencia este fenómeno de personalización adquiere dos manifestaciones: la audiencia imaginaria (creerse que uno vive en un escenario donde todos lo miran, evalúan y critican) y la fábula personal (en la cual el individuo piensa que él y sus pensamientos y sentimientos son especiales y únicos).30 Vaya a saber cuántas “fábulas” y “audiencias imaginarias” revolotean en las mentes dogmáticas. ¿Qué es lo que se opone al egocentrismo? El descentramiento. La capacidad de ponerse en los zapatos del otro, hacer un giro mental y abrirse a todo tipo de información. Significa democratizar la mente y permitir que ésta interactúe directamente con el mundo y sin tanto autoengaño. No puede haber pensamiento flexible sin descentramiento. Arrogancia/soberbia: “Lo sé todo” Las personas humildes son conscientes de que no se las saben todas. No obstante, es bueno aclarar que la humildad nada tiene que ver con los sentimientos de minusvalía o la baja autoestima: el humilde se estima a sí mismo en justa medida. No exagera sus dones ni se vanagloria de ellos, no los publica, no los enrostra: los vive y los goza sin importarle demasiado la vox populi. “El sabio ama el anonimato”, decía Heráclito.31 38 No sobrestimarse y reconocer las propias limitaciones implica aceptar la posibilidad del error. Modestia balanceada, bien sustentada, lejos de la vanidad. Spinoza, en la Ética,32 afirmaba que la soberbia es estimarse a uno mismo en más de lo justo: La sobrestimación hace soberbio con facilidad al hombre que es sobrestimado [Proposición 49]. La persona dogmática sufre de una curiosa forma de “infalibilidad aprendida”: prefiere las certezas a las opiniones. La palabra opinión fue utilizada por Platón para designar un tipo de saber “aproximado”, que se encuentra entre el conocimiento propiamente dicho y la ignorancia. Repito: la humildad es ser consciente de la propia insuficiencia. En psicología cognitiva, la actitud dogmática se define como un esquema maladaptativo cuyo contenido gira alrededor de una idea fija: soy dueño de la verdad, la cual se manifiesta en una doble conclusión: “Yo tengo la razón” y “Tú estás equivocado”.33 Conozco una persona que se cita a sí misma como prueba de validez de sus afirmaciones: “Como dije en el simposio de 1995”. Y cuando un día alguien le hizo caer en cuenta de lo que estaba haciendo, replicó: “¡Pero es verdad, yo lo dije!”. Maestro de sí mismo, dándose cátedra a partir de su propio saber: quien diga que la masturbación intelectual no existe no sabe de qué está hablando. Cuentan que en cierta ocasión un maestro puso en evidencia a sus discípulos, utilizando la siguiente estratagema. Entregó a cada asistente una hoja de papel y les pidió que anotaran en ella la longitud exacta de la sala en la que se encontraban. La mayoría escribió cifras cercanas a los cinco metros y algunos agregaron entre paréntesis la palabra “aproximadamente”. Luego de observar cuidadosamente las respuestas, el maestro dijo: “Nadie ha dado la respuesta correcta”. “¿Cuál es?”, preguntaron los alumnos. Y el maestro dijo: “La respuesta correcta es: No lo sé”.34 He repetido este ejercicio infinidad de veces en terapia de grupo y no me deja de sorprender el impacto que produce en las personas algo tan sencillo. En realidad, no hemos sido educados para aceptar la propia ignorancia sin avergonzarnos por ello. Obviamente, no estoy haciendo una apología de la barbarie; más bien, intento mostrar que el “no sé” es liberador, porque nos aleja de la competencia narcisista. Desde hace siglos, la sociedad occidental ha premiado y alabado a los que exhiben sus conocimientos y se pavonean por medio de ellos. Pero un verdadero sabio (un Sócrates cualquiera, si es que hay otro) insistirá una y otra vez en que su sabiduría no es otra cosa que la conciencia de sus propios límites. La duda progresista (no retardataria) y bien manejada induce un sentido de modestia y es un buen remedio, si no el mejor, para la testarudez. No ser presuntuoso de las propias creencias, valores o ideología nos exime de la vanidad intelectual y el desgaste que implica querer siempre tener razón. ¿Habrá mayor paz que saber perder o no estar interesado en sobresalir? Schopenhauer,35 con relación a la obsesión de ganar por ganar, afirmaba: La vanidad innata, especialmente susceptible en lo tocante a las capacidades intelectuales, se niega a admitir que lo que hemos afirmado resulte ser falso y cierto lo expuesto por el adversario. En este caso, todo lo que 39 uno tendría que hacer es esforzarse por juzgar correctamente, para lo cual tendría que pensar primero y hablar después [p. 15]. Pensar primero y hablar después… Cuando alguien está contradiciéndonos en algún foro o mesa redonda, lo que solemos hacer es anotar compulsivamente qué vamos a contestarle a nuestro interlocutor de turno, sin esperar siquiera a que el otro termine de explicar sus ideas. La mente dogmática no escucha, no es receptiva, sino defensiva. Sus energías se orientan más a preparar el contraataque que a modificar los desaciertos. Es imposible que la información entre libremente a un sistema hinchado por la pedantería. Debo confesar que cuando me invitan a dar una conferencia y leen mi curriculum vitae me siento un tanto incómodo. Lo que en realidad me preocupa es que los asistentes se queden pegados al currículo (aunque el mío no tiene nada de apabullante) y no a los contenidos que van a exponerse. Algunos conferencistas me han expresado la misma inquietud. Es evidente que para muchos es más importante quién habla y no qué se dice. Siempre he querido hacer un experimento sobre este tema, y lo sugiero por si alguien se anima a llevarlo a cabo. Se trata de invitar a un grupo de expositores a un ciclo de “conferencias anónimas”. Ubicarlos entre bambalinas y que empiecen a hablar sin haber leído su currículo antes. De esta manera, el auditorio no estaría predispuesto a magnificar o menospreciar las ideas expuestas. Si no podemos ver la “pinta” del expositor, ni sabemos quién es en ningún sentido, quizás apreciemos mejor el mensaje. Entonces, me asalta una pregunta de investigación: ¿qué pasaría si lo que escuchamos nos parece genial y después nos damos cuenta de que el invitado es alguien sin mayor instrucción? O al revés: ¿cómo nos sentiríamos si luego de mostrarnos indignados por las “ridículas opiniones” del invitado, nos diéramos cuenta de que es una eminencia en el tema? Recuerdo el caso de un colega que era criticado por sus compañeros profesionales debido a que sus escritos eran considerados “muy superficiales”. En cierta ocasión, hubo una fiesta en su casa y muchos quedaron impresionados por la cantidad de libros que poseía. Además, estaba suscrito a varias revistas internacionales, algunas de la cuales ni siquiera se hallaban en la universidad. Lo sorprendente fue el cambio de opinión de algunos luego de la reunión. De un día para el otro, el hombre había dejado de ser superficial y empezaron a ver cosas interesantes en sus artículos y a recalcar lo bien informado que estaba. Independientemente de la profundidad o no de mi colega, lo que quiero señalar es el impacto insospechado que produjo el “número de libros” y “lo reciente de las publicaciones”. Eso no me cabe en la cabeza. Los libros de consulta son una ayuda, pero creer que el saber es directamente proporcional al número de textos almacenados o a la cantidad de bases de datos utilizadas es confundir referencias con conocimiento e información con sabiduría. Atribuir un valor a alguien implica asignar una excelencia o una virtud, que no hace referencia al tener sino al ser. El dogmático cree que vale por lo que tiene, por su patrimonio moral, religioso, político, científico o ideológico, y que esa posesión lo asciende por encima de los demás mortales. Un profesor me dijo una vez: “No sé qué pasa, no encuentro discípulos”. Los dos nos quedamos en silencio por un rato mientras tomábamos un café. Al rato le pregunté: “¿Y no será que necesitas un maestro?”. Todavía me esquiva cuando me ve 40 por los pasillos de la universidad. ¿Qué se opone a la arrogancia/soberbia? La virtud de la humildad, la cual consiste en reconocerse a sí mismo tal como uno es, sin sobrevalorase ni despreciarse. Si el descentramiento nos permite viajar hacia otra persona y conocerla, la humildad nos permite aprender de ella. La humildad libera la mente de la agotadora y casi siempre innecesaria competencia de querer ser más, de pavonearse, de recordarle al mundo lo que somos. La modestia, decía Jankélévitch, “nos retiene en el camino recto de la inocencia”. Yo diría que, además, nos acerca al asombro. No puede haber pensamiento flexible sin humildad. Ausencia de autocrítica e intolerancia a la crítica: “Nunca me equivoco” Un pensamiento sin conciencia de sus limitaciones es un pensamiento incompleto. Mantener una actitud crítica saludable significa no aceptar ideas o doctrinas sin haberlas sometido antes a un análisis cuidadoso donde se pueda evaluar su verdad, su falsedad o las dudas que de ellas surgen. Las personas que no le temen a la crítica son inconformistas y poseen la dosis de incredulidad necesaria para acceder a todo tipo de información sin escandalizarse ni ofenderse. “Dudar de todo, dudar frente a la afirmación y la negación”, afirmaban los escépticos, quienes sostenían que todo pensamiento es incierto y que no tenemos acceso a la verdad definitiva. En el siglo II d. C., Sexto Empírico36 (quizás el mayor divulgador del escepticismo antiguo) sostenía que la duda y cierto relativismo no sólo eran el mejor antídoto contra los dogmáticos, sino que permitían alcanzar la “tranquilidad del alma”, que para ellos no era otra cosa que la indiferencia. ¿Qué es la autocrítica? Examinar las propias creencias, valores y comportamientos y descubrir lo inútil, lo absurdo o lo peligroso de nuestra manera de pensar. Sospechar razonablemente de uno mismo permite rasgar el velo de las apariencias y ampliar el autoconocimiento. La autocrítica no debe ser necesariamente destructiva, no se trata de castigarse despiadadamente como lo haría una persona obsesiva buscando el rendimiento perfecto. Abrir la mente a la autoobservación y a la autoevaluación inteligente significa dejar entrar la duda razonable y someterse al fuero de la razón. Para los griegos, la suspensión o la interrupción del juicio (epojé) era una condición imprescindible para describir lo nuevo o comprender la realidad en la cual se está inmerso. El procedimiento consistía en poner las creencias o los valores entre paréntesis por un instante para poder deliberar libremente: nada de prejuicios, nada de esquemas preventivos: sólo escucha activa. No significaba renunciar a las propias convicciones, porque ellas seguían latentes; se trataba más bien de darle oportunidad a las posiciones contrarias. La suspensión del juicio, como método, facilita la posibilidad de situarse en el terreno del supuesto adversario y aceptar momentáneamente los principios del otro para 41 conocer la doctrina rival desde dentro.37 Cuando era estudiante de psicología, posiblemente debido a que venía de estudiar ingeniería electrónica, asumí desde los primeros semestres una posición antipsicoanalítica, la cual expresaba cada vez que podía. No me gustaba mucho Freud porque sus postulados me parecían poco científicos. Un día, el profesor de filosofía de la ciencia, también crítico del psicoanálisis, me hizo la siguiente recomendación: “Tú puedes pensar como quieras; sin embargo, me parece importante que antes de criticar un modelo lo conozcas bien. Te invito a que estudies más la teoría psicoanalítica, que te acerques a ella y la palpes desde dentro… Y después, sí, toma tu decisión”. Seguí su consejo al pie de la letra: revisé mis opiniones y profundicé el tema durante bastante tiempo. Finalmente, me mantuve en la decisión de no adscribir al psicoanálisis, pero mi postura esta vez tenía otras connotaciones: estaba más fundamentada y había sido producto de una deliberación seria y racional. No sólo había respetado al psicoanálisis, sino a mí mismo. ¿Qué se opone a la autoindulgencia de un “yo” que es incapaz de revisarse a sí mismo? La autocrítica: autoobservación y autoevaluación. Una mente asustadiza nunca se pone a prueba, así el costo sea el error o la ignorancia. Pensar sobre lo que pensamos, analizar lo que analizamos, examinar lo que examinamos, ver nuestra mente en acción, de manera completa y sin tanta benevolencia cómplice. ¿Qué se opone a la complacencia del dogmatismo para consigo mismo? La duda, el sano escepticismo. Ésa es la vacuna o el antídoto para las falsas certezas. No puede haber pensamiento flexible sin autocrítica. Para ser flexible Practica el descentramiento cada vez que puedas. Intenta hacer un giro y ponte en el lugar del otro. Conviértelo en una costumbre: ¿qué sentirá, qué pensará, cómo habrá llegado a esas conclusiones, cómo se sentirá el otro? Aceptar que uno no es el centro del universo es romper el ordenamiento mental de la rigidez. Flexibilidad es integración; rigidez es exclusión. ¿Estás consciente de tu propia insuficiencia o te has creído el cuento de que te las sabes todas? Tienes que desinflar el ego para ser flexible, porque la humildad nace de la necesidad de saber y explorar el mundo. El “no sé” te impulsa; el “lo sé todo” paraliza tu pensamiento. Es mejor no sentirse Dios; eso es demasiada carga. Si eres capaz y si la valentía te aguanta, trata de observar lo bueno y lo malo en ti. No esperes a que otros te digan que torciste el camino. Cae en cuenta tú mismo, autoobsérvate sencillamente porque “se te dio la gana”. No hay flexibilidad sin revisión a fondo, sin pasar el antivirus 42 para mentes retrógradas. ¿Ejecutar el análisis de todo el sistema? No lo dudes, aprieta la tecla que diga OK. Echa a rodar el programa de autocrítica. Al principio te sentirás incómodo, pero al cabo de un tiempo habrás creado la maravillosa costumbre de no dejar entrar el dogmatismo a tu vida. 43 44 El búnker defensivo del dogmatismo: “Si no gano, empato” Como ya dije antes, cuando una mente rígida establece un juicio acerca de alguien o algo permanece anclada o apegada a él de manera obstinada, sin realizar ajustes sustanciales, aunque la experiencia le demuestre lo contrario. En cierto sentido nos “enamoramos” de nuestras creencias. No sólo creemos ciegamente en nuestros esquemas, sino que, como todo animal de costumbre, creamos lazos afectivos y nos encariñamos con lo viejo.38 Recuerdo que en cierta ocasión me llamaron del colegio donde estudiaba una de mis hijas porque se había estado presentando un robo continuo de lápices en el salón de clases al cual asistía y ella era considerada una de las “sospechosas”. Lo primero que pensé cuando me explicaron el asunto fue que mi hija no era una ladrona y que ese colegio era una porquería. Por aquel entonces, mi hija tenía ocho años y yo era bastante sobreprotector. Me presenté ante el rector y demás profesores con una marcada indignación de padre maltratado, sin siquiera haber hablado con mi hija. Al ver mi exaltación y mi actitud defensiva, una psicóloga me preguntó: “¿Usted está totalmente seguro de que su hija no robó los lápices? ¿Pondría las manos sobre el fuego? ¿Diría que es absolutamente imposible?”. Mi respuesta fue categórica y dogmática: “Sí, estoy totalmente seguro, pondría las manos sobre el fuego y es absolutamente imposible”. A los pocos días, descubrieron que el niño responsable era de otro salón y mi “orgullo” fue resarcido. Lo que quiero señalar con esta anécdota es que en el momento del interrogatorio, aun sabiendo que la cleptomanía es común en ciertos niños y que de ninguna manera puede censurarse éticamente a un menor por tener esta conducta, yo sentía que me estaban atacando “moralmente”, a mí y a mi familia. Hubiera apostado la vida sin dudarlo, cuando en realidad, las tres preguntas que me hizo la psicóloga deberían haberme aterrizado. Mi racionalidad se vino a pique, mi afecto me llevó a descartar de plano todo aquello que estuviera en contra de mi encolerizado pensamiento. No fui flexible, no le di cabida a la reflexión; en otras palabras: el que tomó la “decisión” fue el corazón herido. ¿Cómo defienden las mentes rígidas sus dogmas, si los hechos objetivos las contradicen? ¿Cómo logran seguir aferradas a sus ideas, pese a la irracionalidad de las mismas? ¿Por qué la vida cotidiana no las lleva a cambiar y abandonar la obstinación? El procedimiento de automantenimiento es la estafa cognitiva: simplemente, de manera consciente o inconsciente, manipulan la información a su favor. Señalaré algunas de estas operaciones psicológicas defensivas por las cuales la mente dogmática mantiene a raya la información discrepante, para no desprenderse de sus esquemas y mantenerlos activos: a) apelación a la autoridad; b) “Ya lo he decidido”; c) razonamiento emocional; d) “Todo es posible”, y e) “La cosa podría ser peor”. Apelación a la autoridad 45 La siguiente frase la he escuchado infinidad de veces: “¡Pero cómo se te ocurre dudar, si lo dijo el maestro!”. Llámese jefe, dueño, líder, accionista mayoritario o gobernante, una de las claves defensivas de las mentes dogmáticas es recurrir al poder de la autoridad moral, política o religiosa, para defender sus ideas. En cierta ocasión, asistí por curiosidad a una sesión de un grupo que hacía “regresiones” por medio de hipnosis, cuyo fin era acceder a la sabiduría de un maestro ya fallecido. La médium, por decirlo de alguna manera, era la secretaria del líder que, a su vez, era hipnotizada por él. Luego de presenciar varios intentos de contacto con el supuesto médico del plano astral, una señora no muy convencida de lo que estaba observando preguntó: “¿Cómo saben que el supuesto ‘maestro ancestral’ no es un farsante o que la secretaria, de manera no consciente, está diciendo lo que el jefe espera que diga?”. De inmediato, el ambiente adquirió un clima de profanación. La mujer que había hecho la pregunta insistió: “¿No hay posibilidad de que estén equivocados?”. La respuesta de los organizadores no se dejó esperar: “¡Pero lo dijo el maestro desde la otra vida! ¿No alcanza usted a ver la importancia de esto?”. La señora contestó tranquilamente que “no veía la importancia”. Entonces, la esposa del líder se paró y dijo en tono ceremonial: “No es posible que se trate de un farsante, porque nos hubiéramos dado cuenta… Además, si fuera una estafa, nuestra vida dejaría de tener sentido, porque el maestro nos ha enseñado la misión”. ¿Qué más se podía decir? De haber seguido la confrontación, la reunión hubiera terminado en una guerra santa. Cuando se apela a la autoridad como criterio de verdad de una manera tajante, cualquier conversación o intercambio de opiniones es imposible. La filósofa Adela Cortina39 señala que en la Edad Media, los criterios para determinar la verdad de un pensamiento o un mandato eran principalmente tres: a) la evidencia percibida de manera inmediata (“Lo veo o lo siento así”); b) pertenecer a una tradición debidamente acreditada y respetada, y c) cuando dicha proposición era formulada por una autoridad competente. Tradición y autoridad: dos muros de contención para detener la fuerza del cambio. Sin embargo, la apelación a una fuente venerable (un autor consagrado, un poder) muestra una debilidad implícita, porque si hubiera argumentos suficientes no habría que recurrir a ninguna magnificencia ni a ningún dogma. No digo que haya que desconocer caprichosamente al hombre sabio, sino que la verdad no se proclama ni se decreta, más bien se descubre, se busca, se suda o se sueña. Cabe preguntarse: ¿qué queda de la humanidad creadora cuando la mente se limita a obedecer? “Ya lo he decidido” Es una variación del anclaje que cierra las puertas a cualquier posibilidad de cambio. La frase es lapidaria porque define un punto cero a partir del cual ya nada hará que el otro cambie de opinión. No hay marcha atrás ni adelante, es el estancamiento de la mente que 46 se resigna. Dos disertaciones de Epícteto pueden ayudarnos a comprender mejor el punto anterior:40 1. Contra los académicos (libro I, V): Si alguien se resiste no es fácil hallar un razonamiento por medio del cual se le haga cambiar de opinión. Y esto no se debe ni a la incapacidad de aquél ni a la debilidad del maestro, sino a que si sigue obstinado pese a la evidencia, ¿cómo se puede razonar con alguien así? 2. A los que se mantienen inflexibles en lo que decidieron (libro II, XV): En este apartado, Epícteto cuenta cómo un amigo suyo, “sin causa alguna”, había decidido dejarse morir de hambre. Cuando fue averlo, ya llevaba tres días de abstinencia. –He tomado una decisión —dijo el amigo. –Pero, de todas maneras, ¿qué fue lo que te llevó a esto? Si decidiste de un modo correcto, estamos a tu lado y te ayudaremos a morir; pero si decidiste de un modo irracional, cambia de opinión. –Hay que mantenerse en las decisiones. –¿Qué dices, hombre? No en todas, solamente en las correctas… ¿No quieres revisar los fundamentos de tu decisión y ver si es saludable o no, y así construir sobre ella? “Ya lo he decidido”: ya no hay con quién hablar. La mente hace pataleta y se despacha con un: “Porque sí”, fuera de toda lógica. Insensatez y testarudez conducidas al límite: mantenerse en lo mismo, pase lo que pase. ¿Cuántas veces en la vida, por no dar el brazo a torcer, se nos complican las cosas al extremo? Recuerdo el caso de un amigo que había tomado la decisión de renunciar a su empleo porque sentía que sus superiores no lo querían. Por esos días, por pura casualidad, lo ascendieron y le entregaron una carta de felicitación firmada por el jefe (que supuestamente lo odiaba). Llegó a mi casa a altas horas de la noche, agitado y muy angustiado. Cuando me contó la historia, sólo atiné a felicitarlo, lo cual aumentó su angustia. “¿Pero cómo, no entiendes? ¡Yo ya había decidido irme! No sé qué hacer”, murmuró para sí. “¿Ya tienes un trabajo nuevo?”, pregunté. “No, no, pero pensaba tenerlo”, respondió. Entonces, le propuse un acto heroico, considerando la preocupación en la que se hallaba: “¿Qué te parece si cambias de opinión?”. Se quedó pensando unos segundos y luego dijo: “Te entiendo… Pero es que yo ya lo había decidido”. Afortunadamente, la obstrucción mental sólo le duró un día y finalmente aceptó el ofrecimiento. Cuando la mente entra en el atolladero de la psicorrigidez, destrabarla no es tarea fácil. Para las personas inflexibles, modificar las opiniones es un verdadero problema porque su procesamiento de la información no está adaptado para el cambio. De ahí su angustia y preocupación. Séneca, en La tranquilidad del alma (o Sobre la serenidad),41 hace el siguiente apunte a su interlocutor: Debemos también mostrarnos flexibles para no insistir demasiado en nuestras decisiones y actuar sin temor de cambiar de actitud… Pues la obstinación por fuerza es angustiosa y miserable… El no poder cambiar nada y el no poder soportar nada son enemigos de la tranquilidad [p. 79]. No hay tranquilidad del alma si la mente es rígida, porque cada opinión será una carga 47 pesada, imposible de movilizar. Ejemplo de un diálogo liberador: –Ya no te quiero, me cansé de tus infidelidades —dice ella. –Pero me conociste así, me amaste así, me aceptase así… Y ahora, después de quince años, ¿me sales con ésta? —dice él con indignación. –Sí, pero cambié de opinión: ahora quiero un hombre fiel. Sencillo y directo a la cabeza. Sabiduría del que sabe lo que “no quiere”. Razonamiento emocional Como vimos en el ejemplo de los lápices robados, las personas suelen confundir el sentimiento con la razón. Establecen un nexo directo entre la emoción y los hechos, de tal manera que el sentimiento termina convirtiéndose en criterio de verdad. Por ejemplo: “Si me siento un fracasado, entonces, lo soy. Me siento estúpido, así que debo serlo. Siento que no me quieres, por lo tanto no me quieres”. La pregunta que surge de esta manera de pensar es evidente: ¿cómo someter a prueba una creencia o un valor (cómo discutirlo), si su criterio de verdad se basa exclusivamente en el sentimiento? El pensamiento flexible trata de buscar un equilibrio razón/emoción: sentir lo que pienso y pensar lo que siento. Cuando el dogmático se siente acorralado, apela al razonamiento emocional: “Para mí es cierto, porque lo siento así”. Y allí ya no hay nada que hacer. La puerta de la comunicación se cierra y el diálogo pasa a ser una herejía. No es que el sentimiento sea malo en sí, pero endiosar el afecto y hacer de la intuición visceral un criterio de verdad no deja de ser peligroso. ¿Acaso te harías operar por un cirujano que en vez de utilizar los procedimientos técnicos modernos se dejara llevar exclusivamente por su intuición? ¿Te subirías a un avión en el que el piloto empleara su “presentimiento” en vez de los radares? No conozco ningún hombre de negocios que decida “intuitivamente” cómo invertir unos cuantos millones de dólares en la bolsa. Pese a lo obvio de esta argumentación, llevamos a cabo infinidad de actividades basadas en nuestra capacidad de adivinación afectiva y luego nos sorprendemos de los resultados. Veamos esta lúcida referencia del filósofo Pierre Blackburn,42 quien afirma que el juicio moral es mucho más que sentimiento y emotividad: Decir que una acción es “correcta” o que “debiera” seguirse un plan determinado no es sólo expresar un gusto o una preferencia, sino también sostener cierto punto de vista. Es dar a entender que ese juicio se apoya en razones […] Cuando se hace un juicio moral en principio, no sólo se limita uno a expresar sentimientos […] se toma uno la molestia de examinar la situación [p. 69; las cursivas son mías]. 48 “Todo es posible” Es una variación del punto anterior, una forma de esperanza ilimitada. No obstante, las buenas intenciones y, para desgracia de los fanáticos del optimismo, desear algo con todas las fuerzas no es suficiente para que la realidad cambie, los mares se abran o las manzanas se conviertan en sandías. Podríamos pararnos frente a un camión que se acerca velozmente y “desear de todo corazón” que no nos atropelle o subirnos a un piso treinta y con “todo nuestro ser” desear volar antes de lanzarnos, pero es mejor dejarle un lugarcito al escepticismo. Es mejor no intentarlo. El deseo es un motor importante, no cabe duda, y es el impulso vital que nos mueve hacia nuestros fines más preciados, pero es evidente que no posee el poder sobrenatural que le atribuimos. El deseo puede obrar como profecía autorrealizada, que consiste en actuar sobre el medio, casi siempre de manera no consciente, para hacer que nuestras expectativas, positivas o negativas, se cumplan. Pero eso nada tiene que ver con hacer milagros o contrariar las leyes de la naturaleza. Una de las respuestas típicas del dogmático ante una evidencia abrumadora en contra es sacar de la manga el pensamiento mágico: “Todo es posible”. Pero no; no todo es posible. Al menos para esta vida y en este planeta. Y no es pesimismo, sino realismo crudo y saludable. Es verdad que hay gente que se cura inexplicablemente de un cáncer, pero hay otras que no. Algunos salen adelante luchando y confiando en que un ser superior les ayudará en su recuperación, pero otros muestran mejorías sustanciales cuando “aceptan lo peor que pueda ocurrir”. La entrega total y realista al universo, a la divina providencia o como queramos llamarlo, también puede sacarnos del problema. Creer que “todo es posible” puede resultar muy peligroso, porque, a veces, la esperanza irracional nos deja pegados a situaciones negativas. Dos ejemplos sencillos: El hombre pregunta con ansias: “¿Me amarás algún día?”. Ella responde: “Todo es posible”. Y él no es capaz de iniciar otra relación, esperando el día en que ella lo ame. El comerciante le dice a su contador: “¿Cree que podré salvarme de la quiebra?”. Y el otro responde: “Todo es posible”. El comerciante se anima, crea esperanza y le invierte más al negocio. Su quiebra se acelera. Sea como sea, la frase “Todo es posible” lleva implícita su propia contradicción y, por lo tanto, se anula a sí misma: “Si todo es posible, lo imposible también puede existir”. “La cosa podría ser peor” 49 Esta distorsión se basa en una mala resignación. Por ejemplo, cuando criticamos determinado sistema político o económico, y alguien dice: “No te quejes, podría ser aún peor” o “Éste es el único que tenemos” o “Es el menos malo”. Si nos atenemos a las leyes de Murphy (“Las cosas pueden siempre empeorar un poco más”) o a Séneca (“Todo tiempo pasado fue mejor”), deberíamos concluir que siempre puede ocurrir algo más grave, más peligroso o más complicado. Siempre habrá alguien que esté peor y que sirva de consuelo para tontos o descarados. Veamos dos ejemplos: Hambruna: –¿No cree usted que la hambruna en África debería avergonzarnos a todos? –Cada quien ayuda como puede. –Pero los niños se mueren, el hambre y la miseria siguen. –Podría ser peor. –¿En qué sentido? –¡Es obvio! ¡No todo mundo pasa hambre! Salud: –¿No cree usted que el sistema de salud deja fuera a mucha gente pobre? –Es lo que tenemos. –Sí, ya sé que es lo que tenemos, pero la gente necesita más cobertura. –Hacemos lo que se puede. –¿No cree que habría que cambiar las políticas actuales? –Lo que tenemos no es tan malo. –¿Podría decirme entonces qué es lo malo del actual régimen de salud? –Prefiero no entrar en esos detalles. –Pero reconoce su insuficiencia, ¿o no? –Podría ser más difícil… Hay países que están mucho peor. Terrorismo psicológico: “¡Podría irte peor, mucho peor!”. Es la indolencia del que teme y el argumento de los incapaces. El enunciado “La cosa podría ser peor” inmoviliza, deprime, lentifica el organismo y embrutece la mente. Una de mis queridas abuelas napolitanas tenía un eslogan que se podría traducir como “déjalo estar” (Lascia star) y recurría a él cada vez que alguien insistía en meter el dedo en la llaga o destapar una verdad incómoda. En algunos países de habla española se utiliza la proposición: “Déjalo así”, lo que equivale a decir: no remuevas el avispero, no levantes la perdiz, no compliques las cosas. En fin: “Quédate quieto, no cuestiones, no pienses estupideces, cálmate, ya, ya”. Entre “Todo es posible” y “Podría ser peor” existe el punto medio del realismo, que consiste en intentar un cambio cuando verdaderamente se justifique hacerlo. A esto debemos apuntar si queremos ser flexibles. 50 51 El poder del pensamiento crítico El dogmatismo es una alteración del pensamiento que consta de tres elementos: a) un esquema disfuncional: “Soy poseedor de la verdad absoluta”; b) el rechazo a cualquier hecho o dato que contradiga sus creencias de fondo, y c) la negación de la duda y la autocrítica como procesos básicos para flexibilizar la mente. El dogmatismo es una incapacidad de la razón que se cierra sobre sí misma y se declara en estado de autosuficiencia permanente. La natural incertidumbre es reemplazada por una certeza imposible de alcanzar. ¿Cómo mantienen semejante actitud las mentes rígidas? Por medio del autoengaño. Aquello que no esté de acuerdo con sus ideas es erróneo, incompleto o producto de la ignorancia. La flexibilidad, obviamente, les produce temor y recelo, porque es atrevida. La diferencia es clara: la mente flexible está dispuesta al cambio, el dogmático ve en el cambio una forma de derrota. Presentaré algunos de los factores más importantes que definen el poder del pensamiento flexible y la actitud crítica como una forma de neutralizar el dogmatismo. El pensamiento crítico te permite: Actualizar tus creencias, opiniones e ideas. Acercarte al nuevo conocimiento sin miedo. Manejar una dosis saludable de relativismo. Descentrarte y reconocer otros puntos de vista de manera relajada, porque lo que te interesa no es “ganar”, sino saber qué tanto estás en lo cierto. Practicar la humildad, porque “no te las sabes todas”. Aprender a recibir las críticas constructivas y a ejercitar la autocrítica. Discrepar de los modelos de autoridad, sin culpa ni arrepentimiento. Estar con los pies en la tierra y aceptar que “no todo es posible”. Dejar entrar a tu mente toda la información posible y no solamente lo que le conviene a tus necesidades/creencias/valores. 52 CAPÍTULO 3 “LA RISA ES PELIGROSA” De un pensamiento solemne y amargado a un pensamiento lúdico La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar. NIETZSCHE 53 54 ¿Quién no ha tenido que aguantarse alguna vez a un “experto” que se toma muy en serio a sí mismo y piensa que sus conocimientos son la sapiencia encarnada? Una de las características de la inflexibilidad mental es la solemnidad, que se manifiesta, abierta o soterradamente, como una fobia a la alegría. Para estos individuos, la carcajada es una manifestación de mal gusto, la broma o el chiste un síntoma de superficialidad y el humor en general un escapismo cobarde de los que no son capaces de ver lo horripilante del mundo. El psicólogo Martin E. P. Seligman ubica el sentido del humor (picardía) como una fortaleza perteneciente a una virtud mayor: la trascendencia.43 Y lo define como “el gusto por reír y hacer reír, y ver el lado cómico de la vida fácilmente”, incluso en la adversidad. Recuerdo que en cierta ocasión un amigo se resbaló al bajar de un autobús. La caída fue bastante aparatosa porque fue deslizándose sentado sobre su trasero hasta aterrizar en la acera. Una mujer que pasaba por allí se acercó rápidamente a prestarle ayuda, y le preguntó: “¡Dios mío! ¿Se cayó?”. Mi amigo, a quien no le falta sentido del humor, respondió en tono parco: “No, señora, es una vieja costumbre de familia”. Este comentario dio pie para que todos aquellos que tenían la risa contenida sacaran a relucir libremente la carcajada y la algarabía fue total. Buen humor: disposición a reírse de sí mismo, pero además, provocar la risotada e involucrar a los demás en la ocurrencia. Por eso, el arte de bromear sanamente es una virtud social. Puede haber humor sin sabiduría, pero no lo contrario. Las tradiciones espirituales más conocidas de Oriente y la filosofía antigua atestiguan lo anterior. Por ejemplo, el guía espiritual Bhagwan Shree Rajneesh44 cita el curioso caso de un místico japonés llamado Hotei, apodado el “Buda que ríe”: En Japón, un gran místico, Hotei, fue llamado el Buda que ríe. Fue uno de los místicos más amados en Japón y nunca pronunció una sola palabra. Cuando se iluminó, comenzó a reírse y siempre que alguien le preguntaba: “¿De qué te ríes?”, él reía más. Iba de pueblo en pueblo, riéndose [p. 106]. Y en otra parte agrega: En toda su vida, después de su iluminación, por alrededor de cuarenta y cinco años, sólo hizo una cosa: y fue reírse. Ése era su mensaje, su evangelio, su sagrada escritura [p. 107]. Las personas que conocían a Hotei no podían parar de reír y no tenían idea de por qué lo hacían. En realidad, se reían sin razón, algo que no entra en la cabeza de una persona rígida. Ésa es una de las cualidades más significativas de la risa: se riega como pólvora, se expande como una ola de júbilo que envuelve y revuelca a quien la escucha. El maestro Chögyam Trungpa,45 en El mito de la libertad, sostiene de manera jocosa que la creencia de que el “yo” es un ente sólido no es otra cosa que un “chiste cósmico”. Un swami me dijo en cierta ocasión: “Lo que me resulta realmente divertido, y espero que no lo vaya a tomar a mal, es que usted cree que existe”. Recuerdo que su frase, aunque no me produjo una crisis de identidad, me dejó pensando varios días. No saber quién soy, vaya y pase, pero ¿dudar de mi existencia? En todo caso, por ahora, 55 todavía sigo creyendo que soy un ser real, así produzca sonrisas compasivas en mis amigos budistas. El hombre sabio mantiene un constante espíritu festivo frente la vida. Y no me refiero a un optimismo relamido, sino a poder dar el salto y ver más allá de los sistemas de clasificación y la lógica de línea dura. El pensamiento crítico no es incompatible con el ingenio, la agudeza y la hilaridad. El sabio se revisa a sí mismo y se enriquece con otras perspectivas; sin embargo, también es capaz de sacarle provecho al absurdo. Más aún, la faceta chispeante del buen humor posee la curiosa capacidad de juntar los polos opuestos en una dimensión paradójica inesperada y producir una sensación de soltura y relajamiento. Tres ejemplos: 1. Montaigne: Mi vida ha estado repleta de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron. Catástrofe y bienestar en el mismo saco. Humor concentrado que puede llegar a trastornar a más de un sesudo analista. 2. Óscar Wilde, en el acto tercero de la obra de teatro Un marido ideal, nos muestra el siguiente diálogo: –Cosa extraordinaria la que sucede con las clases bajas en Inglaterra. A cada rato se les muere algún pariente. –¡Sí, mi lord! A ese respecto son extremadamente afortunados. Humor negro y sarcástico, y aun así, refrescante, cuando nos sorprende un pensamiento lateral inesperado. 3. Dos anotaciones de Groucho Marx, donde el “sinsentido” y la semántica adquieren un significado inesperado: Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria. Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre. Y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer. Alguien decía que la vida es muy importante para tomársela en serio. Y lo mismo ocurre con la propia autopercepción. Si no sufres de endiosamiento ni tienes aires de grandeza, deberías aprender a tomarte el pelo a ti mismo de tanto en tanto, como un ejercicio de sincera modestia y libertad mental. Mucha gente teme dar la impresión de ser un payaso si se vuelve demasiado alegre y prefiere adoptar la actitud del sepulturero. Para ellos va este relato de Anthony de 56 Mello, en el libro Un minuto para el absurdo: El maestro era cualquier cosa, menos ampuloso. Siempre que hablaba, provocaba enormes y alegres carcajadas, para consternación de quienes se tomaban demasiado en serio la espiritualidad… y a sí mismos. Al observarlo, un visitante comentó decepcionado: “¡Este hombre es un payaso!”. “Nada de eso”, le replicó un discípulo: “No ha comprendido usted ni palabra: un payaso hace que te rías de él, un maestro hace que te rías de ti mismo”. Una persona mentalmente sana crea humor, lo inventa y lo incorpora a su vida de manera desprevenida. Reconoce y busca activamente el sentido lúdico de las cosas y es capaz de suavizar la percepción de las situaciones adversas, tratando de mantener un mejor estado de ánimo. El ingenio nos ayuda a fluir; el mal genio genera estancamiento mental. 57 58 Humor y salud El Diccionario ideológico de la lengua española define humorismo como: “Manera de enjuiciar, afrontar y comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso, burlón y, aunque sea en apariencia, ligero”. Aclaremos: Ingenio: sutileza, perspicacia, chispa, inspiración, mente despejada y libre, no atada a condiciones previas asfixiantes. Distanciamiento: alejarse de uno mismo, alejarse del “yo” y sus inseguridades, del ego y su vanidad, poner la lógica entre paréntesis y tomar lo paradójico y lo incomprensible como punto de partida para crear humor en cantidades. Ingenio + capacidad de distanciamiento cognitivo = salud mental El sentido del humor no es una emoción o un estado; es un rasgo o, si se quiere, una variable de personalidad que influye directamente sobre nuestro comportamiento, emociones y pensamientos.46 Los efectos del buen humor y la risa sobre la salud física y mental están bastante documentados en la literatura científica y cada vez son más investigados.47 Sólo a manera de ejemplo: la risa y el sentido del humor reducen el estrés y la ansiedad, mejoran la calidad de vida, ayudan a eliminar la depresión y permiten sobrellevar mejor una enfermedad y el dolor relacionado.48 También activan el sistema inmunológico, mejoran el sistema cardiovascular y las relaciones sociales (especialmente la conquista y la seducción).49 Algunos han comparado el goce que produce la risa con el orgasmo sexual, debido a las sustancias que libera y a que el tiempo psicológico deja de existir, porque la risa nos sitúa de manera categórica en el aquí y el ahora. Sexo y carcajada: juntos son dinamita. Por otra parte, muchos terapeutas cognitivos utilizan fábulas, cuentos, parábolas e información alegre en sus consultas, buscando que el paciente logre cierto “distanciamiento” del problema y se sienta mejor.50 Repito: en casi todos los protocolos de intervención y evaluación clínica psicológicos, el buen humor es considerado un indicador de salud mental, porque no sólo contribuye al disfrute de la vida personal y a la de nuestros semejantes, sino que nos purifica el cuerpo y la mente.51 No digo que tengamos que ir por la vida riéndonos todo el tiempo como lo hacía el maestro Hotei, porque la mayoría de nosotros no somos iluminados, pero tampoco se trata de asumir la actitud amargada y solemne de las mentes rígidas, quienes encumbradas en un engreimiento irracional se sienten tan especiales que el humor no les hace ni cosquillas. Para ser flexible 59 Hay que tomar consciencia de que sin humor no hay salud completa y que un estilo de vida amargado enferma y disminuye la calidad de vida. Una mente flexible es más sana, porque aunque transita por los puntos medios no desconoce los extremos y es capaz de jugar conceptualmente con ellos sin lastimarse ni lastimar a otros. La gente flexible no se toma en serio a sí misma, porque sabe que esa solemnidad es prima hermana de la soberbia y el orgullo. Y allí se gesta la salud mental, en ese reducto donde, pese a estar mal, poseemos la capacidad de aproximarnos a la adversidad con la mirada refrescante del buen humor (no importa su color) y con esa pizca de alegría mezclada con optimismo que nos permite volver a empezar. 60 61 ¿Reír o llorar?: Heráclito vs. Demócrito La vida puede ser vista como un teatro donde interpretamos distintos papeles. Podemos actuar una tragedia o una comedia. La forma de afrontar la existencia te ubica en un género o en el otro: risa o llanto, optimismo o pesimismo, satisfacción o melancolía, ilusión o desesperanza, alegría o solemnidad, informalidad o gravedad. La mayoría de nosotros fluctuamos entre un polo y otro, aunque es posible establecer una preferencia. Consideremos un ejemplo que nos llega de la historia de la filosofía, para aclarar este punto. Un número considerable de pensadores han señalado a dos filósofos de la Antigüedad como representantes fidedignos de los extremos que señalé: Heráclito (desgarrado y llorón) y Demócrito (risueño y burlón).52 Montaigne,53 en sus Ensayos, se refiere a ellos de la siguiente manera: Demócrito y Heráclito fueron dos filósofos, el primero de los cuales, estimando vana y ridícula la condición humana, no salía en público sino con semblante burlón y sonriente. Heráclito, sintiendo piedad y compasión de esa misma condición nuestra, tenía el semblante apenado continuamente y los ojos llenos de lágrimas [p. 371]. Heráclito representaba el lado trágico y melancólico de la vida. Demócrito era optimista y animado (algunos dicen que juerguista), dispuesto a reír y a bromear. Heráclito era ermitaño y se aislaba lo más posible de la gente, a quien criticaba y subestimaba. Le decían el “oscuro” porque sus escritos a veces eran ininteligibles y parecían inspirados por un oráculo. Demócrito se destacaba por su hablar festivo y amigable, y una estruendosa carcajada que era famosa y también criticada entre los filósofos “serios” de la época.54 Ambos nacieron en familias acaudaladas y crecieron en la abundancia; ambos renunciaron a la riqueza que les correspondía para buscar un destino personal; sin embargo, diferían en su modo de ser. Uno vivía en el desconsuelo y el otro en el goce. En uno se destacaban los ojos acuosos de la desesperación existencial y en el otro, el gesto agradable de la sonrisa. No pretendo quitarle méritos al genio de Heráclito, ni m?

Use Quizgecko on...
Browser
Browser