Corazón de Cereza PDF by Valeria Pinedo Vilar

Document Details

ProminentRegionalism8622

Uploaded by ProminentRegionalism8622

Universidad Franz Tamayo

Valeria Pinedo Vilar

Tags

fantasy story princess literature

Summary

This is a captivating story about Princesa Corazón de Cereza and her encounter with the Devil. The story, filled with vibrant imagery, explores themes of temptation, deception, and the complexities of love. It’s a captivating tale of adventure and hidden truths.

Full Transcript

Corazón de Cereza A la flaca que cada día se levanta por mí y a quien me enseñó a Borges. Se cuenta en los antiguos libros prohibidos, aquellos que los sabios esconden en las bóvedas del olvido, la historia de la Princesa Corazón de Cereza y su encuentro con el...

Corazón de Cereza A la flaca que cada día se levanta por mí y a quien me enseñó a Borges. Se cuenta en los antiguos libros prohibidos, aquellos que los sabios esconden en las bóvedas del olvido, la historia de la Princesa Corazón de Cereza y su encuentro con el mismísimo Diablo. Una historia tejida con hilos de seda y hierro, donde la belleza y la pureza se cruzan con la sombra más oscura y atroz. La Princesa, dulce como el almíbar, tierna como tomatito recién cortado, virtuosa en el arte del amor y la bondad; poseía un alma ligera, transparente como el agua que corre por los ríos secretos del Edén. Su corazón, latía al compás de la empatía y la dulzura de una cereza, ignorante aún del sabor amargo de las traiciones que la vida y el Diablo reservan para los desprevenidos. El Diablo, aquel que ha recorrido todos los senderos del alma humana y conoce los recovecos oscuros de la mente sin cura, se presentó ante la Princesa; no como un monstruo con cuernos y cola, sino como un hombre encantador, cuyos afilados colmillos se escondían tras sus perplejas historias, y la mirada cínica era disimulada tras las palabras de amabilidad, ese disfraz tan cálido como engañoso, no tenía prisa; la paciencia era su arma más letal. —Princesa, déjame enseñarte todos los puntos del universo desde distintos ángulos, déjame revelarte la verdadera naturaleza de la realidad, déjame confesarte los secretos que los demás ocultan, a cambio de tu corazón de cereza— susurró con una voz suave, envolvente. Ella, aún inocente y muy curiosa, se dejó seducir por la promesa de verdades nunca antes pronunciadas, sin advertir el abismo que se cernía a sus pies. Tan pronto como tomó las manos del Diablo, fue cegada por un esplendor apabullante. Él la hizo danzar a través de un cosmos fantástico, desplegando las estrellas más hermosas y el algodón de azúcar más suave, evocando los sueños etéreos de su infancia. Sin embargo, en la penumbra de ese esplendor, acechaba la sombra de lo efímero: cada estrella era un faro del engaño, y cada rayo de dulzura, un eco de manipulación. El Diablo había construido un laberinto de espejos, donde la imagen de la Princesa se multiplicaba en miles de retratos, revelando la belleza y la tristeza de su esencia. Así, en el centro de un ciclo interminable de ilusiones, la Princesa, ciega ante su destino, se convirtió en la protagonista atrapada del deseo de conocer y el ímpetu de vanidad. En el pináculo del éxtasis, cuando la pequeña había sucumbido ante la inmensurable sabiduría, de su imagen y la del Encantador de Princesas, este último, se despojó de su máscara, revelando unos colmillos afilados y ojos que reflejaban puro desdén. En ese instante, la cruel realidad se alzó, desnudando el velo del placer que ocultaba la maldad intrínseca… ¿de la verdad? Una danza macabra de injusticia, desgracia, horror y violencia que se entrelazaban en un abrazo mortal. Entonces, arrancándole su buen corazón de cereza la forzó a danzar en la penumbra de humillación que la envolvía, despojándola de su inocencia y envenenando su alma con la sombra de lo irreparable. No fue un ataque frontal, sino una guerra de desgaste, un asedio meticuloso sobre las murallas de la confianza. La danza cada vez más frenética y desesperada, era un ritual grotesco en el que la pequeña se debatía entre la resistencia y la rendición. En el aire, una atmósfera de desasosiego impregnada de un poder oscuro que parecía vibrar hundirla. Las prendas que una vez la adornaban yacían deshechas a su alrededor, formando un manto de ignominia. Las lágrimas brotaban iracundamente, creando charcos foscos que absorbían la esperanza a su alrededor. El Diablo acercándose con una sonrisa torcida, preguntó “¿Por qué llora la Princesa?” Su voz resonó con un eco ominoso que reverberaba como tambor en su mente, golpeando su alma, "Si, el dolor es solo un juego, una ilusión, pequeña Ana. Tu sufrimiento es un paso hacia la verdadera libertad, un lenguaje del universo que revela las demasías de tu ser” Continuaba, “¿Por qué temer a lo inevitable?” con su voz de certera proclamaba “Todo lo que has conocido es una farsa, un espejismo de luz en un mar de sombras. Permíteme mostrarte el verdadero significado: tus ilusiones en estado corpóreo, dentro del abismo de la inmoralidad. ¿No deseas liberarte de la carga de la bondad? El verdadero poder reside en el desdén hacia los débiles. ¿No anhelas un mundo donde tus deseos más profundos puedan ser sin restricciones en la penumbra?". Con cada palabra, el horror la sumía más y más, la pequeña sintió que las murallas de su cordura comenzaban a desmoronarse, atrapada entre la seducción de la locura y el miedo a la realidad. El Diable en su astucia voraz, comprendía que la verdadera maestría de la manipulación no reside en quebrantar el espíritu de una sola vez, sino en desgastarlo; en un proceso lento, metódico; como un río que, tras siglos de paciencia esculpe la roca más dura. Su arte consistía en erosionar el alma, limarla, arrancar de ella cada vestigio de resistencia, hasta que la identidad propia haya sido despojada de la incauta, convirtiéndola así, en una sombra irreconocible. Cuando la Princesa pensó que no había más que perder, con la fragilidad de un susurro de viento primaveral o la firmeza de un lirio en media tormenta, murmuró, “Jamás, no seré parte de ti, jamás". Su voz trémula, apenas dijo. "La verdad, como un jardín oculto en las sombras, florece en las manos de quienes la cultivan con amor y esmero". Con todo el miedo pesando sobre sus hombros, desafió la oscuridad que intentaba consumirla. Él furioso por la respuesta, se inclinó a su oído y, con la crueldad de quien disfruta su victoria final, le farfulló: "Entonces, enfrenta tu final, mereces este castigo por tu candidez, por tu ingenuidad, por creer, por sentir, por entregarte tan fácilmente, por ser tan fácil de dominar mi niña". El sórdido Diablo, sin realizar ni un solo gesto, dentro de la indiferencia absoluta, soltó las manos de la Princesa y la dejó caer en el abismo, no fue una caída rápida, no fue un descenso abrupto, fue un desplome lento, silencioso, casi eterno, sin ningún aviso previo la dejó caer en el infinito, y mientras caía, le arrojó, como un último insulto, su corazón de cereza todo sucio y quebrado, como insignia cruel de todo lo que alguna vez fue tierno y vivo. La Princesa, paralizada entre el terror de su desmoronamiento y el dolor de contemplar su corazón quebrantado, no pudo protegerse, solo lo miró absorta perderse en la intensa inanidad. No hubo grito que se alzara como testimonio del infortunio de su virtud; ni la más leve señal que señalara la prosperidad del crimen. Solo el silencio, denso e impenetrable, como un juicio final que nadie osó pronunciar en el implacable vacío, en el cual todo se pierde, sin rastro, sin memoria. La Princesa sin Corazón de Cereza, que antes encontraba seguridad en la inmutable claridad de su interior, empezó a ver una distorsión que le era ajena. Se preguntó si realmente era ella quien vivía aquella historia o si había sido reducida a un mero peón en el pérfido tablero del Diablo. Ese pensamiento la atormentó como un laberinto sin salida, cuyas paredes estaban revestidas de espejos infinitos que replicaban la misma imagen: su rostro erosionado por el tiempo, sus ojos fatigados que ya no albergaban luz, su cuerpo raquítico por la pena, su piel marchita como una rosa muerta y su corazón deshecho, rota. En esa prisión de reflejos perpetuos, la ilusión de su propia identidad se desvanecía, atrapada entre la realidad tangible y las sombras insidiosas de su existencia. Cada espejo reflejaba una versión fragmentada de sí misma, las secuelas de una larga danza tétrica donde la virtud del amor se encontraba con la sed violadora de la crueldad en un acerbo combate, reminiscente de las intrigas sádicas que desnudaban su alma. En ese estado de obnubilación, la Princesa, se dirigió al jardín hundió sus manos en la tierra, cada vez más profundo, hasta que sentido una pequeña semilla enraizada, una pequeña cereza naciente y en un destello de lucidez, tan breve como eterno, comprendió la travesía de su cuento, el sufrimiento vivido en busca de conocer ese punto donde converge la absoluta verdad, todo el conocimiento y todas las miradas, todas las emociones y todas las cosas, todo el bien y todo el mal, todos los tiempos y todos los puntos del universo. Abrió su mente, y como quien, en el núcleo del laberinto, comprende que el Minotauro nunca existió, la Princesa vio, con una claridad absoluta, el cosmos real desplegarse ante ella. Recuerda Princesa, incluso en la desesperación más perpleja, hay un resquicio de luz, en esa revelación no hubo más terror, ni derrota. Fue, al contrario, una epifanía luminosa que rompió las cadenas invisibles de su confinamiento. Comprendió entonces que aquello que había considerado su ruina no era más que un artificio, una ilusión fraguada en la oscuridad. Su corazón naciente, se llenó de una fortaleza nueva, desconocida, como si el mismo universo le susurrara que su esencia, intacta, siempre había estado allí, aguardando. Entonces, la Princesa corazón de cereza supo que su renacer apenas comenzaba y se le habían concedido, como regalo de los Dioses, la verdad eterna, el BigBang de todas las posibilidades: no había solo una versión de sí misma, había infinitas. En esa multiplicidad de futuros posibles, ella descubrió el poder inagotable del perdón, no como una rendición, sino como un acto de suprema creación, pues la violencia se cura aceptando el amor. Con la serenidad de quien ha visto la totalidad del tiempo y el espacio en un solo destello, la Princesa soltó el sufrimiento, no como quien huye de aquello, sino como quien entiende su verdadera naturaleza caótica y efímera. El Diablo, como tantas cosas en el universo, se desdibujaba en la vasta red de realidades que ella comenzaba a habitar, él no era más que una nota disonante en la cacofonía de su ser, que no pudo comprender; una pieza transitoria en el mosaico inabarcable de la existencia. El corazón de cereza ya no era un símbolo de fragilidad, sino de transformación, la representación más fresca del cambio, la vida misma naciendo y muriendo infinitas veces. En esa fruta herida latía la esencia de lo eterno, y en cada raíz que la alimentaba residía la posibilidad de nuevos comienzos. Y en ese momento, con el sol brillando en el horizonte, supo que, más allá del dolor y del miedo, estaba la totalidad del universo, y que ella era, y siempre había sido, parte del mismo y su equilibrio.

Use Quizgecko on...
Browser
Browser