Clase 08: Primer Mandamiento (PDF)
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Esta es una clase sobre el primer mandamiento. La clase describe el relativismo moral y la importancia de los mandamientos. También menciona la necesidad de amar a Dios sobre todas las cosas.
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Todas las clases montadas por el Centro de Formación no pretenden coartar el Espíritu, sino que son una ayuda para que el Formador tenga los lineamientos para desarrollar el tema, pero este debe ser nutrido por el predicador. El formador debe orar y preparar la clase. Sugerimos que los primeros 5 m...
Todas las clases montadas por el Centro de Formación no pretenden coartar el Espíritu, sino que son una ayuda para que el Formador tenga los lineamientos para desarrollar el tema, pero este debe ser nutrido por el predicador. El formador debe orar y preparar la clase. Sugerimos que los primeros 5 minutos de clase se destinen para pedir a algún misionero que realice un resumen de lo visto en la clase anterior (un misionero diferente cada semana), esto con el fin de estar constantemente evaluando la claridad que los misioneros tienen de los temas vistos. Hoy en día cuando el relativismo moral reina en lo social y se disfraza en el lenguaje para camuflar el pecado del hombre, no sólo es necesario, sino oportuno hablar de los mandamientos, aquel hermoso decálogo que nos dejó el Señor para no perdernos en el camino de la vida, para que lleguemos a nuestra realización completa, a la plenitud, a la felicidad eterna, en fin, para alcanzarlo a Él. Dios que es mucho más sabio que nosotros – pues es la sabiduría misma –, en su infinita bondad nos dejó claro a través de la Sagrada Escritura que debemos amarle y servirle con todo el corazón y con toda el alma (cf. Dt 10, 12-13), observando sus mandamientos y sus preceptos, prescritos para nuestro bien; es decir, Dios que se basta así mismo, no necesita de nosotros ni de nuestro comportamiento para seguir siendo Dios, pero en su infinito amor nos ha dado 10 reglas de oro, no para molestarnos, limitarnos o mofarse de nosotros, sino para nuestro bien; pues los diez mandamientos contienen principios que, al ser obedecidos, producen vida (tanto para los hombres como para las naciones) pero si son ignorados el producto es la muerte (cf. Dt 28). Así: Nos los dejó bien claros y definidos indicándonos, como en un semáforo, cuando nos es lícito pasar y cuando definitivamente ocasionaremos grandes accidentes por abusar de nuestra libertad. Veamos pues como nos dice: «No matarás»; no dice: «no matarás pero en algunos casos podrás interrumpir el embarazo o realizar selección sexual prenatal»; «No mentirás», no dice: «no mentirás en algunas ocasiones». «No cometerás adulterio», no dice: «no cometerás adulterio siempre y cuando te vaya bien con tu esposa». «No robarás», no dice: «no robarás al que no te roba o al que tiene menos que tú» (Rivero, 2006, pág. 6) Lejos de una realidad en donde el amor de los hombres a Dios se dé mediante su alianza, hemos creado una sociedad permisiva, libre de compromisos y mandamientos, teniendo como consecuencia alienación, violencia, desconfianza, caos y muerte, a semejanza del pueblo de Israel previo al decálogo; si fuera al contrario, estaríamos cerca de Dios y predominaría la paz y la tranquilidad social. Daniela Montoya Jessica Barrera 17/01/2013 5/01/2015 Entonces es relevante dar a entender que este decálogo dado por Dios como parte de su Revelación es norma clara a la cual nos acogemos por amor a Él, sabiendo que como Padre amoroso que es, sabe y conoce lo que es mejor y provechoso para sus hijos. “Las palabras del Decálogo persisten, y lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida del Señor en la carne” (Catecismo, 2063). Los mandamientos, escritos en el corazón del hombre antes que en las tablas de la ley (cf. San Agustín, Enarratio in Psalmo 57, n. 1) se alimentan de esa nostalgia de infinito de la que nos habla Luis Fernando Figari (2002, p.6), que es la necesidad interior que toda persona experimenta de aspirar hacia algo que esta fuera de sí, algo infinito: la persona se encaminará a su realización en la medida que descubra en sí mismo la imagen de Dios y despliegue el amor de Dios en la vivencia de los mandamientos. Es clave entonces recuperar el anhelo de vida eterna en la humanidad para que como el joven rico del evangelio preguntemos al Señor: "¿Qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna? (...) Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19, 16- 17). Los mandamientos, pues, recordados por Jesús a su joven interlocutor (el joven rico), están destinados a tutelar el bien de la persona humana, imagen de Dios, a través de la tutela de sus bienes particulares. El «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio», son normas morales formuladas en términos de prohibición. Los preceptos negativos expresan con singular fuerza la exigencia indeclinable de proteger la vida humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama (Rivero, 2006, pág. 264). Vemos pues como los mandamientos, al estar formulados en términos de prohibición (“NO”), no pretenden reprimir al hombre ni coartar su libertad, como muchos lo creen sino, por el contrario expresan la necesidad radical de proteger lo más valioso que hay en él y que le rodea. Es por eso, que los mandamientos, son ante todo una afirmación de aquellos valores fundamentales con que se construye el bien y la felicidad del hombre, como lo ha dicho el Papa Benedicto XVI, en la homilía del 8 de Septiembre de 2007 en Mariazell: Si con Cristo y su Iglesia releemos de nuevo el Decálogo del Sinaí (...) nos damos cuenta que son (...) ante todo un sí a un Dios que nos ama y nos guía (...) y sin embargo nos deja nuestra libertad entera (los tres primeros mandamientos). Son un sí a la familia (cuarto mandamiento), a la vida (quinto mandamiento), a un amor responsable (sexto mandamiento), a la responsabilidad social y a la justicia (séptimo mandamiento), a la verdad (octavo mandamiento), al respeto de los otros y de lo que les pertenece (noveno y décimo mandamientos).En virtud de la fuerza de nuestra amistad con el Dios vivo, vivimos este múltiple sí y al mismo tiempo lo llevamos como indicador de nuestro recorrido en el mundo (Benedicto XVI, 2007). Daniela Montoya Jessica Barrera 17/01/2013 5/01/2015 En el cumplimiento de los mandamientos se ponen de relieve los deberes y derechos inherentes de la naturaleza humana y es allí donde el hombre encuentra la plenitud de la libertad, como nos lo dijo el papa Juan Pablo II, en su encíclica El Esplendor de la Verdad: Los mandamientos constituyen, pues, la condición básica para el amor al prójimo y, al mismo tiempo, son su verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio. La primera libertad -dice san Agustín- consiste en estar exentos de crímenes..., como serían el homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad” (n. 13). Los mandamientos son para todos: creyentes o no, niños, adolescentes y adultos, casados y solteros. Pues si Dios los manda, Dios mismo da la gracia para cumplirlos; por esto de su mano y de la mano de la Santísima Virgen María nos adentraremos en aquellos 10 tesoros, a la luz del Espíritu Santo y con la claridad de la Santa Iglesia Católica, sacudiendo aquellas conciencias adormiladas y desacomodando su relativismo moral, para la Gloria de Dios, la honra de Su Madre y la salvación de las almas. Amén. El hombre necesita creer en algo o en alguien superior que responda a sus interrogantes. A lo largo de la historia de la humanidad podemos constatarlo. De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.) A pesar de la ambigüedades que puedan entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se pueden llamar al hombre un ser religioso (Catecismo, 28). Así pues, Dios da este mandato al hombre, no porque necesite ser amado, sino porque el hombre necesita amar a Dios, pues “sin el creador la creatura se diluye” (Gaudium et spes, 36). Dios puso esta necesidad en el hombre al crearlo a su imagen y semejanza: El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar (Catecismo, 27). Este mandamiento ordena nuestro deseo religioso y la necesidad que tenemos de creer, esperar y amar, creyendo sólo en Dios, teniéndolo como único Señor; aparta de nosotros los falsos ídolos y encauza la incertidumbre ante el futuro. Daniela Montoya Jessica Barrera 17/01/2013 5/01/2015 Este primer mandamiento supone adorar a Dios como Señor de todo cuanto existe; rendirle el culto debido individual y comunitariamente; rezarle con expresiones de alabanza, de acción de gracias y de súplica; ofrecerle sacrificios, sobre todo el espiritual de nuestra vida, unido al sacrificio perfecto de Cristo; mantener las promesas y votos que se le hacen (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 443). Cualquier trasgresión a la ley de Dios viene precedida por la carencia de amor a Él, es por ello que el mandato de amar a Dios sobre todas las cosas conlleva la necesidad de vivir las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad y la virtud de la religión. La fe, porque para amar a Dios antes hay que creer en Él. La esperanza, porque el amor exige la confianza en sus bondades. La caridad, por ser el objeto propio del mandamiento. La religión, en cuanto que es la virtud que regula las relaciones del hombre con Dios. a) La Fe Definición: Es una virtud sobrenatural por la que creemos como verdadero todo lo que Dios ha revelado; gracia particular que infunde Dios desde el bautismo, y por la cual el hombre le responde a Dios. La fe es requisito fundamental para alcanzar la salvación: “el que creyere y fuere bautizado se salvará y el que no creyere se condenará” (Mc 16, 16); “Cómo el cuerpo sin el espíritu es muerto, así también es muerta la fe sin obras” (St 2, 26). La virtud de la fe que Dios nos ha dado, impone al hombre fundamentalmente tres deberes: a. Conocerla: Este deber implica el conocimiento de: Los dogmas fundamentales contenidos en el credo. Lo que es necesario para salvarse: los mandamientos de Dios y de La Iglesia. Lo que el hombre debe pedir a Dios: el Padrenuestro. Los medios necesarios para recibir la gracia: los sacramentos. Dicho conocimiento se da a través de: La lectura asidua, amorosa y ferviente de la Biblia. La lectura del Catecismo de la Iglesia Católica. Daniela Montoya Jessica Barrera 17/01/2013 5/01/2015 A través de la recepción de los sacramentos donde el Señor nos inunda con su Gracia, especialmente en la Confesión y la Santa Eucaristía, la cual debe ser el centro de nuestro culto. El apóstol San Juan nos dice expresamente que es voluntad de Dios “que creamos en el nombre de su hijo Jesucristo” (Jn 2, 23) y la Iglesia declara este deber como algo urgente (cf. Catecismo, 2087).Es necesario aclarar que el hecho de no querer conocerla, para no vivirla, no quita ninguna responsabilidad; es decir, tanto peca quien conoce y no vive coherentemente con su fe, como quien no quiere conocerla para no ser responsable de no vivir de acuerdo con ella. b. Confesarla: Ha de haber una coherencia entre lo que creemos (la doctrina) y la vida (lo que hacemos). La virtud de la fe implica su confesión de una triple manera: Manifestarla con palabras y/o gestos Demostrarla a través de las obras de la vida cristiana Darla a conocer por la práctica del apostolado Lo ordinario será que el cristiano manifieste su fe en la vida diaria, cotidiana; sin embargo, podrá afrontar momentos en que sea necesaria una confesión más clara y explícita, aún a costa de su propia vida, pues nunca es lícito, bajo ninguna circunstancia, negar la fe. c. Preservarla: Siendo la fe un don tan grande, es obligatorio evitar todo lo que pueda ponerla en peligro, lecturas, amistades, práctica de otras religiones, descuido del conocimiento de su verdad, entre otros.Por tanto, el deber de preservarla implica fortalecerla, pues la fe puede y debe crecer en nosotros hasta llegar a ser intensísima como la que tuvieron los santos que vivían de ella: “el justo vive de la fe” (Rm 1,17). Pecados contra la fe: Estos pecados atentan contra los tres deberes que tenemos los cristianos respecto a la fe: Infidelidad: Carencia culpable de la fe, ya sea total (ateísmo) o parcial (falta de fe). A esta carencia culpable se llega por negligencia en la propia instrucción religiosa o por rechazar o despreciar positivamente la fe después de haber recibido suficientemente la instrucción. No caen en este pecado los no cristianos que inculpablemente no han tenido noticias de la verdadera religión (Dz., 1068). Apostasía: es el abandono total de la fe cristiana recibida en el bautismo. Por ej.: los católicos que cambian de religión o los que, sin cambiar formalmente, se han apartado completamente de la fe católica cayendo en el racionalismo, el panteísmo, el marxismo, la masonería, entre otros. Es un pecado gravísimo que conlleva a la pena de excomunión (cfr. Código de Derecho Canónico, c. 1364). Herejía: Negación consciente y persistente de una verdad de fe (dogma de fe). Daniela Montoya Jessica Barrera 17/01/2013 5/01/2015 Dudas contra la fe: Admitir positivamente una duda de fe, sin rechazarla con firmeza y sin buscar resolver la manera de salir de ella. Por ej.: no creer que Dios está en la Eucaristía, creer que el sacerdote no tiene poder de perdonar en nombre de Dios en la confesión. Pecados por no manifestar exteriormente la fe: “Al que me confiese delante de los hombres le confesaré también yo delante de mi Padre Celestial; pero al que me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre Celestial” (Mt 10,32-33). Los respetos humanos, es decir, la vergüenza de manifestar exteriormente la fe por miedo a la burla de los demás, supone cobardía y una fe débil, que hace más caso a los hombres que a Dios. También se peca contra este mandamiento cuando se trata de ocultar la fe disimuladamente, no necesariamente negándola. Amistades peligrosas: Trato sin la debida cautela con quienes propaguen ideas o doctrinas contrarias a la fe católica poniendo en peligro la fe (Por ej.: activista del marxismo, ministros de otros credos, propagandistas del protestantismo, etc.). Lectura de libros contrarios a la fe: A no ser que se lean para la defensa de la fe católica, con la formación y el acompañamiento debido. Asistir a escuelas anticatólicas o acatólicas: Ir a otro culto religioso por curiosidad, u otros motivos, exponiéndose a ser confundido en la fe. Negligencia en la formación religiosa: la ignorancia en materia de fe hace que ésta sea cada vez más débil e ineficaz. Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él, (cf. Catecismo, 2087). Pretender a los 30 años meterse en el vestido de la primera comunión y vivir cómodo con él, es absurdo, este vestido se queda corto; de la misma manera la fe se queda corta con la formación recibida en la catequesis de la infancia, es necesario a la par que se crece ir creciendo en el conocimiento de nuestra fe, este debe de ir a la par con el desarrollo integral de la persona. Leer los numerales del 1 al 8 (incluído) de la Encíclica Veritatis Splendor y realizar un corto resumen. Daniela Montoya Jessica Barrera 17/01/2013 5/01/2015