Mumú (PDF) - Cuento Clásico Ruso - 1852

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Universidad Popular de Gijón/Xixón

2024

Iván S. Turguénev

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cuento ruso literatura clásica siglo XIX novel

Summary

Mumú, una conmovedora novela de Iván Turguénev, explora la vida de los campesinos rusos en el siglo XIX, mostrando las duras condiciones de vida y la falta de libertad que sufrían. El cuento, rico en detalles descriptivos y personajes, se centra en el protagonista Guerásim y su fiel perrita Mumú.

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Mumú Iván Serguéievich Turguénev, «Mymy», 1852. Adaptación y edición: Laboratorio de Lenguaje Accesible (LLAC). Caldelas de Tui (Pontevedra), 2024.. Adaptación colaborativa Lectoras: Lucía Casado, Rosa González, Xandra Gómez, Ana Belén Luis, Alexander Rodríguez y Laura Alvés. Mediadora: Lucía C...

Mumú Iván Serguéievich Turguénev, «Mymy», 1852. Adaptación y edición: Laboratorio de Lenguaje Accesible (LLAC). Caldelas de Tui (Pontevedra), 2024.. Adaptación colaborativa Lectoras: Lucía Casado, Rosa González, Xandra Gómez, Ana Belén Luis, Alexander Rodríguez y Laura Alvés. Mediadora: Lucía Casado. Coordinadora: Cristina Sola. Ilustraciones: Remir Alexandróvich Stoliarov, 1964 (audiolibro en ruso con ilustraciones, https://www.youtube.com/watch?v=QOEILFNTYa0&t=19s). Salomón Samsonóvich Boim (ilustraciones en blanco y negro), Editorial Detgiz, Moscú-Leningrado, 1948. Igor Ivanóvich Pchelko [ilustración pág. 103], Editorial Sovetskaya Rossiya, Moscú, 1976. Cubierta: Isaak Ilich Levitán, Atardecer en el campo , 1883. Esta obra es para todo el mundo: no se puede comerciar con ella. Si usas algún fragmento, debes citar al autor. Iván S. Turguénev Mumú Biblioteca de Cuentos Clásicos Accesibles Caldelas de Tui, 2024 Fotografía: Guía de la casa-museo de Turguénev. Casa-museo de Turguénev, «la casa de Mumú». Está en el número 37 de la calle Ostozhenka, en Moscú. Introducción En esta casa vivió Várvara Petrovna Lutóvinova, una mujer dominante y cruel, madre de Iván Turguénev. Tenía muchas tierras donde trabajaban cientos de campesinos en condiciones terribles. Los dueños de las tierras (terratenientes) tenían un poder absoluto sobre los habitantes de las aldeas: campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, etc., que vivían y trabajaban como esclavos. 7 Durante una visita a sus tierras, Várvara Petrovna descubrió al protagonista de esta historia, Guerásim, y se lo llevó a su casa de Moscú. El nombre real de Guerásim era Andrei. Esta historia pasó de verdad, aunque Turguénev le dio otro final. Cuando murió su madre, Turguénev liberó a los siervos e intentó mejorar las condiciones en las que vivían. «Mumú» es un cuento clásico y durante mucho tiempo ha formado parte de las lecturas escolares de los niños rusos. 8 Pero no es un cuento infantil y creemos que no es adecuado para los niños, aunque hay en él ternura y humor. La historia habla de la vida de los siervos en la Rusia del siglo 19, una vida sin libertad y sin esperanza. «Mumú» es una historia conmovedora que nos lleva a hacernos preguntas para las que no hay respuestas. 9 Capítulo 1 De la aldea a Moscú H ace tiempo había en una calle de Moscú una casa grande y gris con columnas blancas y un balcón un poco torcido. Allí vivía una anciana con muchos criados. Era una mujer viuda, autoritaria y caprichosa, que pasaba encerrada en su casa los últimos años de su triste vida. 10 Entre sus criados estaba el portero Guerásim, un hombre que medía casi dos metros, robusto y muy fuerte, sordo de nacimiento. La vieja señora se lo había llevado de la aldea donde vivía para que trabajara en su casa de Moscú. 11 Guerásim había nacido en la aldea, donde vivía en una pequeña cabaña, solo, aislado de sus vecinos a causa de su sordera. En la aldea decían que era el mejor campesino porque hacía el trabajo de cuatro hombres. Tenía una fuerza impresionante, no necesitaba el caballo para tirar del arado y cuando manejaba la guadaña parecía capaz de segar todo un bosque. Jamás hablaba y tenía un aire serio. Era un buen hombre y, si no hubiera sido por su sordera, cualquier mujer se habría casado con él. 12 Pero un buen día se lo llevaron a Moscú, le dieron unas botas, una chaqueta para el verano y un abrigo para el invierno, le pusieron una escoba en la mano y lo nombraron portero. 13 A Guerásim no le gustó mucho su nueva vida. Había vivido siempre en la aldea, donde creció como un árbol en tierra fértil. Pero cuando lo llevaron a la ciudad no entendía qué pasaba y se sentía extraño y triste. 14 El nuevo trabajo le parecía una broma, pues estaba acostumbrado a las duras faenas del campo. Acababa enseguida las tareas y se quedaba en medio del patio mirando a la gente con la boca abierta. Como si esperara que alguien le explicara por qué estaba allí… 15 Y a veces, de pronto, tiraba la escoba, se iba a un rincón y se tumbaba en el suelo, como un animal atrapado en una jaula. Pero las personas se acostumbran a todo, y Guerásim acabó por acostumbrarse a la vida en la ciudad. 16 Tenía poco que hacer: limpiar el patio, traer un barril de agua dos veces al día, ir a buscar leña y cortarla, no dejar pasar a los desconocidos y vigilar por la noche. 17 Guerásim cumplía muy bien sus tareas: el patio siempre estaba limpio, llevaba el agua a su hora, y cuando llovía y el carro con el barril del agua se atascaba en los charcos, Guerásim empujaba con el hombro y sacaba del barrizal el carro y al caballo. Cuando cortaba leña, saltaban astillas por todas partes. Y también era el mejor vigilante. Una noche sorprendió a dos ladrones, los agarró y los golpeó uno contra otro. Desde entonces se ganó el respeto de todo el barrio. 18 Se llevaba bien con el resto de los criados y entendía los gestos que le hacían. Pero los otros criados le tenían miedo. Lo llamaban «el mudo». En general, Guerásim era un hombre serio y le gustaba que todo estuviera en orden. Al llegar a Moscú le dieron un cuartucho encima de la cocina y Guerásim lo arregló. Construyó una cama con tablas de roble que aguantaba un par de toneladas. En un rincón puso una mesa de madera maciza y un taburete de tres patas, tan fuerte, que parecía de hierro. 19 Como no quería que entraran en su cuarto, lo cerraba con un candado y se guardaba la llave en el cinturón. Pasó un año desde que llegó a Moscú y entonces ocurrió algo… 20 Capítulo 2 Tatiana E n la casa había muchos criados: un mayordomo, cocineros, cocheros, damas de compañía, lavanderas, sastres y costureras, carpinteros, jardineros y un artesano que hacía de veterinario, atendía a los criados enfermos y era el «médico» de la señora. También había un zapatero, Kapitón Klímov, un borracho amargado. 21 Kapitón se consideraba un hombre con cultura y siempre se estaba quejando de que nadie apreciaba su talento. Decía que bebía para olvidar sus penas. Un día encontraron a Kapitón tirado en la calle, borracho, y la señora habló con el mayordomo Gavrila sobre las malas costumbres del zapatero. —¿Y si lo casáramos? —dijo la señora—. Tal vez así dejaría de beber. Pero ¿quién querrá casarse con él? Gavrila no supo qué decir. 22 —Creo que le gusta Tatiana —dijo la señora. Gavrila estuvo a punto de decir algo, pero no se atrevió. —¡Sí, que se case con Tatiana! —ordenó la señora. —A sus órdenes —respondió Gavrila, y se fue a su habitación, preocupado… Pero antes de seguir hay que explicar quién era esta Tatiana y por qué al mayordomo Gavrila le preocupaba que se casara con Kapitón. 23 Tatiana era una de las lavanderas, de 28 años, pequeña, delgada, rubia. Tenía un lunar en la mejilla izquierda, y esto, según creían los rusos, significaba que la persona sería desgraciada. La verdad es que Tatiana no era muy feliz. Desde niña se había matado a trabajar, pero solo recibió malos tratos y ni una caricia. En otro tiempo la consideraban bella, pero su belleza se marchitó muy pronto. Lo aguantaba todo sin rechistar y le tenía miedo a la gente. 24 No se ocupaba de sí misma, solo de terminar el trabajo a tiempo y nunca hablaba con nadie. Cuando Guerásim llegó a la casa, Tatiana por poco se desmaya al ver al gigante. Intentaba no cruzarse con él y bajaba los ojos cuando pasaba por su lado. Al principio, Guerásim no le prestó atención, luego empezó a sonreír cuando se encontraba con ella, más tarde la seguía con la mirada y, al final, no le quitaba los ojos de encima. Se había enamorado de la dulce Tatiana. 25 Una vez, cuando Tatiana cruzaba el patio sujetando una camisa limpia con la punta de los dedos, Guerásim la agarró del brazo y la miró con una sonrisa bobalicona. Hizo un sonido, como un mugido: —Mu… mu… Y le ofreció a Tatiana un dulce típico, un pan de jengibre con forma de gallo. 26 Tatiana lo rechazó, pero él se lo puso en la mano a la fuerza, saludó con la cabeza y se fue, haciendo otro mugido amistoso. Desde ese día no la dejó tranquila. Allí donde iba Tatiana, aparecía Guerásim: mugía, sonreía, le hacía pequeños regalos o se ponía a barrer el suelo por donde ella pasaba. Los criados se enteraron de que Guerásim se había enamorado de Tatiana y empezaron a hacerle a la chica bromas de mal gusto. 27 Pero nadie se atrevía a hacer bromas delante de Guerásim: no le gustaban las bromas y se daba cuenta de las burlas. Un día Guerásim vio que Kapitón (el mismo Kapitón borracho de antes) se fijaba mucho en Tatiana. Entonces lo llamó con el dedo, lo llevó al establo y le hizo un gesto de amenaza. Desde entonces nadie se atrevió a molestar a Tatiana: el mudo la protegía. 28 La señora no riñó a Guerasim por amenazar a los criados, pues decía que era un siervo fiel. Guerásim le tenía mucho miedo a la señora. Tenía miedo de su gran poder. Quería casarse con Tatiana y esperaba que el mayordomo le diera la camisa nueva que le había prometido para presentarse en la casa bien vestido y pedirle permiso a la señora para casarse. ¡Y justo entonces a la señora se le ocurre casar a Tatiana con Kapitón! 29 Gavrila estaba preocupado al pensar lo que haría Guerásim cuando se enterase: «Es capaz de destrozar toda la casa. Quizá la señora se olvide de la boda. Además, podemos controlar a ese gigante y, si paso algo, avisaremos a la policía». Gavrila mandó llamar a Kapitón, que se presentó con aire chulesco. Gavrila le riñó por sus borracheras y por su aspecto sucio y descuidado. 30 Le dijo que la señora quería que se casara porque pensaba que así se reformaría. Pero cuando Kapitón supo quién era la novia, se echó a temblar y dijo que solo tenía una cabeza, no dos ni tres, y que Guerásim se la arrancaría cuando se enterase de su boda con Tatiana. Gavrila habló después con Tatiana, que aceptó las órdenes de la señora sin rechistar, pero se pasó el día llorando en el lavadero. La señora no se olvidó de la boda, como esperaba Gavrila. 31 Incluso se pasó la noche hablando sobre eso con una de sus damas de compañía, que era la encargada de entretenerla cuando la señora no podía dormir. Al día siguiente, Gavrila reunió a los criados en la cocina y les explicó la situación: la señora quería que Kapitón se casara con Tatiana, y la chica aceptaba. Pero Kapitón tenía miedo de Guerásim. ¿Qué podían hacer? Guerásim también estaba allí, pero no sabía de qué hablaban. 32 Miró a los demás como si adivinara que estaban tramando algo contra él y se fue. Los criados decidieron que era mejor no pelearse con el mudo, porque armarían mucho jaleo y la señora se enfadaría. Entonces se les ocurrió una idea. A Guerásim no le gustaban los borrachos, le molestaba cuando veía beber a Kapitón o cuando veía pasar a alguno haciendo eses y con la gorra torcida sobre la oreja. 33 Decidieron engañar a Guerásim haciéndole creer que Tatiana estaba borracha. Así, Guerásim la rechazaría y Kapitón podría casarse con ella sin peligro. La pobre Tatiana estaba muerta de miedo, pero entre todos la convencieron y empezó el teatro. Guerásim estaba en el patio. Los criados espiaban desde los rincones y a través de las cortinas… Todo salió como esperaban. En cuanto Guerásim vio a Tatiana, le dedicó un cariñoso mugido. 34 Pero, al ver que parecía borracha, se acercó a ella… Tatiana cerró los ojos, asustada. Guerásim la cogió del brazo, la arrastró por todo el patio, la llevó a la cocina y la lanzó sobre Kapitón. Luego sonrió con tristeza, se fue a su cuarto y se encerró hasta el día siguiente. Uno de los cocheros espió a Guerásim por una rendija de la pared y luego contó que el mudo estaba sentado con los ojos cerrados, gimiendo y meciéndose. 35 36 Dijo que le recordó a los hombres que remolcan los barcos en el río, cuando cantan sus tristes melodías… Iliá Repin, Los sirgadores del Volga, 1873. 37 Guerásim no volvió a mirar a Tatiana y, el día de la boda, parecía igual que siempre. Pero cuando fue a por agua se le rompió el barril y por la noche se puso a cepillar al caballo con tanta fuerza que al pobre animal se le doblaban las patas. Esto pasó en primavera, y un año después… 38 Capítulo 3 Mumú D urante el primer año de casado Kapitón se dedicó a beber. Entonces, la señora dijo que era un inútil y lo envió a trabajar a una aldea lejana. Y, claro está, Tatiana debía irse con él. Al principio, Kapitón bromeaba, como si aquello no tuviera importancia. Decía que saldría adelante en cualquier lugar. 39 Pero cuando se acercaba el momento de marchar, empezó a lamentarse de que lo obligaran a vivir en una aldea, entre personas ignorantes… Y justo antes del viaje se emborrachó. Entre varios hombres lo subieron al carro, un compañero le encasquetó la gorra en la cabeza y le dio una palmada. En ese momento, Guerásim salió de su cuarto, se acercó a Tatiana, sentada ya en el carro, y le regaló un pañuelo rojo que había comprado para ella un año antes. 40 Y Tatiana, que lo había soportado todo sin decir nada, se echó a llorar desconsolada y besó a Guerásim tres veces, como es costumbre entre los rusos. El carro se puso en marcha y Guerásim caminó junto a él hasta llegar al puente Krimski, sobre el río Moscova. Allí se paró, hizo un gesto triste con la mano y siguió caminando por la orilla del río. Atardecía… 41 Guerásim caminaba con paso lento. De pronto, oyó un chapoteo en la orilla. Se agachó y vio un cachorro de perro. Era muy pequeño y estaba temblando. Guerásim recogió al pobre perrito, se lo metió bajo la camisa y regresó deprisa a la casa. 42 Al llegar a su cuarto, puso al perrito en la cama y lo tapó con su abrigo. Luego fue corriendo al establo a buscar paja y después a la cocina a por una taza de leche. Volvió al cuarto, apartó el abrigo con cuidado, extendió la paja sobre la cama y puso la leche al lado. 43 El perrito era muy pequeño, apenas tenía un mes y hacía poco que había abierto los ojos, no sabía beber de la taza y seguía temblando. Con mucho cuidado, Guerásim le cogió la cabecita con dos dedos y le metió el hocico en la leche. Entonces, el perrito empezó a beber con ansia, temblando, atragantándose. Guerásim miraba al perrito y, de pronto, se echó a reír… 44 45 Secó al perrito, lo acostó y se quedó dormido a su lado con un sueño dulce y tranquilo… 46 El perrito resultó ser una perrita. Estaba muy débil, delgaducha y fea, pero poco a poco se fue recuperando gracias a los cuidados de Guerásim. Al cabo de unos meses se convirtió en una hermosa perrita blanca con manchas marrones, largas orejas, rabo peludo y mirada expresiva. 47 La perrita adoraba a Guerásim y lo seguía a todas partes moviendo la cola. Guerásim sabía que cuando mugía con aquel «mu-mu», todo el mundo se volvía hacia él, y por eso llamaba así a la perrita: «mu-mu». Era muy inteligente y cariñosa, todos los criados la querían y la llamaban también «Mumú». Guerásim la quería con locura y no soportaba que otros la acariciasen, tal vez por temor o por celos. 48 Mumú lo despertaba por las mañanas tirándole del abrigo, cogía con la boca las riendas del caballo y se lo llevaba a Guerásim, lo acompañaba al río, vigilaba su escoba y no permitía que nadie entrara en el cuarto. Guerásim hizo un agujero en la puerta para que la perrita pudiera entrar y salir. Ella sentía que aquel cuartucho era su hogar. 49 Mumú vigilaba muy bien la casa, pero solo ladraba cuando un extraño se acercaba a la valla o cuando oía un ruido sospechoso. Había otro perro en la casa, el viejo «Lobo». Pero siempre estaba encadenado en el patio y ya no tenía fuerzas para ladrar, como si se diera cuenta de que todo era inútil. Pasó otro año. Y entonces sucedió algo… 50 Capítulo 4 Una pequeñez E ra un hermoso día de verano. La señora daba vueltas por el salón con sus damas de compañía. Reía y bromeaba, estaba contenta. Y las damas también reían y bromeaban, aunque sin mucha alegría. Cuando la señora estaba contenta, quería que todos estuvieran contentos. 51 Pero la alegría le duraba muy poco y después volvía a estar de mal humor. En uno de sus paseos por el salón, la señora se acercó a la ventana y vio a Mumú junto a un rosal, royendo un hueso. Y exclamó: —¡Dios mío! ¿Qué perro es ese? —No sé… —contestó una de las damas, dudando. 52 No sabía si la pregunta de la señora era por algo bueno o por algo malo. Y añadió: —Creo que es el perro del mudo… —¡Dios mío! —repitió la señora—, ¡Pero si es un perrito encantador! Que lo traigan aquí enseguida. ¿Hace mucho que lo tiene? ¿Cómo es que no lo he visto antes? ¡Que lo traigan! La dama de compañía abrió la puerta y gritó: 53 —¡Stepán, Stepán! ¡Vete enseguida a buscar a Mumú, está en el jardín! —¡Ah, se llama Mumú! —exclamó la señora—. Es un nombre muy bonito. —¡Ya lo creo! —dijo la criada, contenta de que fuera algo bueno… El criado Stepán, un muchacho fuerte, fue corriendo al jardín y trató de atrapar a Mumú. Pero la perrita escapó y echó a correr hacia la cocina, donde estaba Guerásim. 54 Limpiaba el enorme barril del agua, que movía entre sus brazos como si fuera de juguete, y miraba divertido los intentos de Stepán por atrapar a Mumú. Al final, Stepán le explicó a Guerásim con gestos que la señora había ordenado que le llevaran a Mumú. Guerásim, sorprendido, llamó a la perrita, la cogió y se la entregó a Stepán, que la llevó a la habitación de la señora y la dejó en el suelo. 55 La señora llamó a la perrita con voz cariñosa, pero Mumú estaba asustada y se acurrucó temblando contra la pared. La señora le decía: —Mumú, Mumú, ven conmigo, ven con la señora, acércate, tonta, no tengas miedo… 56 —Mumú, ven con la señora —repetían las damas de compañía—, ven, acércate. Pero Mumú no se movía. —Traedle algo de comer —dijo la señora—. ¡Qué tonta es! No quiere acercarse. ¿De qué tiene miedo? —Aún no está acostumbrada —dijo con timidez una de las damas de compañía. Stepán trajo un plato de leche y lo puso delante de Mumú, pero la perrita no lo miró, estaba asustada. 57 —¡Ah, qué boba eres! —exclamó la señora, y se inclinó para acariciarla. Pero Mumú le gruñó, enseñando los dientes. La señora apartó enseguida la mano y todas las criadas gritaron a la vez. 58 Mumú gimió, como si pidiera perdón… La señora se alejó de la perrita. La reacción del animal la había asustado, aunque Mumú no había mordido a nadie en toda su vida. —¡Lleváosla! —gritó la señora, nerviosa y enfadada—. ¡Maldita perra! ¡Qué mal genio tiene! Y se fue a su cuarto. Las damas de compañía la siguieron, pero la señora se volvió, las miró y exclamó: —¿Qué hacéis? ¡No os he llamado! 59 Y cerró la puerta. Stepán cogió a Mumú y la llevó con Guerásim. La vieja señora se sentó en su habitación. A veces, hasta las cosas más pequeñas pueden alterar mucho a una persona. La señora estuvo de mal humor todo el día. Y, por la noche, no pudo dormir. Le parecía que las sábanas no olían igual que siempre y mandó llamar a la encargada de la ropa blanca para que oliera todas las sábanas… Estaba muy acalorada. 60 A la mañana siguiente llamó a Gavrila antes que de costumbre y le preguntó: —Dime, ¿qué perro ha estado ladrando toda la noche? ¡No me ha dejado dormir! —¿Un perro? No sé… —dijo Gavrila—. Como no sea la perra del mudo… —No sé si es del mudo o de otro, solo sé que no me ha dejado dormir. ¿Qué hacen aquí tantos perros? ¿No tenemos ya un perro guardián? —Sí, el viejo Lobo. 61 —Entonces, ¿para qué necesitamos otro perro? No hace más que ladrar. ¡Nadie pone orden en esta casa! »¿Y para qué quiere el mudo un perro? ¿Quién le ha dado permiso para tener un perro en mi patio? »Ayer vi a su perro en mi jardín royendo no sé qué porquería donde he plantado los rosales… La señora calló un momento y luego añadió: —Quiero que ese perro se vaya hoy mismo de aquí, ¿me oyes? 62 —Así se hará —contestó Gavrila. —¡Hoy mismo! —repitió—. Y, ahora, vete. Gavrila fue a despertar a Stepán, que dormía en una litera junto a la entrada, y le dio una orden en voz baja. 63 Stepán se vistió, se puso las botas, salió de la casa y se quedó en las escaleras. A los pocos minutos apareció Guerásim con Mumú y una enorme carga de leña, pues la señora quería que calentaran sus habitaciones incluso en verano. Guerásim empujó la puerta con el hombro y entró en la casa con la leña. Mumú se quedó fuera esperándolo, como hacía siempre. 64 Entonces, Stepán se lanzó sobre la perra como un halcón sobre su presa. La agarró con fuerza y salió corriendo con ella en brazos. 65 Fue al mercado y vendió a Mumú por unos céntimos, con la condición de que la tuvieran atada al menos una semana. 66 Guerásim salió de la casa después de dejar la leña, pero Mumú no estaba en la entrada esperándolo, como hacía siempre. La buscó por todas partes, la llamó con su mugido… Miró en su cuarto, entró en el establo, salió a la calle… Fue de aquí para allá… ¡Había desaparecido! Les preguntó a los criados por ella con gestos de desesperación. Unos no sabían dónde estaba Mumú y decían que no con la cabeza. 67 Otros le dijeron por señas, riendo, que Mumú le había enseñado los dientes a la señora. Guerásim volvió a marcharse corriendo. Ya oscurecía cuando regresó. Por su aspecto cansado y lleno de polvo parecía que había recorrido medio Moscú. Se paró delante de la entrada, donde se habían reunido seis o siete criados y mugió una vez más: «¡Mu-mú!». Los criados lo miraban, todos sabían lo que había pasado, pero nadie sonrió ni dijo nada. 68 Guerásim no apareció a la mañana siguiente y nadie lo vio en todo el día. El cochero espía contó en la cocina que el mudo estuvo gimiendo toda la noche. La señora le preguntó a Gavrila si había cumplido sus órdenes sobre el perro y Gavrila le dijo que sí. Al día siguiente, Guerásim volvió a su trabajo. Fue a comer a la cocina y después se marchó sin saludar a nadie. Su rostro parecía de piedra. Por la tarde fue al establo y se tumbó en el heno. 69 Allí se quedó mientras llegaba la noche. Guerásim se revolvía inquieto y suspiraba a la luz de la luna. De pronto, sintió que le tiraban del abrigo… Se estremeció, pero no levantó la cabeza y volvió a notar un tirón, más fuerte que el primero… Guerásim se volvió y pegó un salto: ¡Allí estaba Mumú, que arrastraba una cuerda atada al cuello! Un grito de alegría se escapó de su pecho silencioso. 70 Cogió a Mumú y la estrechó entre sus brazos. La perra le lamió la nariz, los ojos, la barba… Luego salió del establo con mucho cuidado, con la perrita escondida bajo el abrigo. Miró alrededor para asegurarse de que no había nadie y se encerró en su cuarto. 71 Sabía que Mumú no se había escapado, y pensó que la señora habría ordenado que se la llevasen porque le había enseñado los dientes. Le dio a Mumú unos trozos de pan, la acarició y se puso a pensar qué hacer. Decidió que era mejor encerrarla en el cuarto y sacarla solo por la noche, cuando todos estuvieran durmiendo. Tapó el agujero de la puerta con su abrigo y por la mañana salió al patio con aspecto triste, para que nadie sospechara que la perra había vuelto. 72 ¡Pobre Guerásim! No se le ocurrió que los demás oirían los ladridos de Mumú… Todos los criados se enteraron enseguida de que la perra del mudo había vuelto y que la tenía encerrada en su cuarto. Pero por compasión hacia la perra y hacia Guerásim, o quizá solo por miedo a Guerásim, hicieron como si no supieran nada. Gavrila se rascó la nuca y pensó: «¡Que Dios lo proteja! ¡Quizá la señora no se entere!». 73 Capítulo 5 Una crisis nerviosa G uerásim trabajó ese día sin descanso. Limpió y barrió todo el patio, arrancó los hierbajos sin dejar ni uno, sacó todos los postes de la valla del jardín para comprobar que estaban bien y luego volvió a clavarlos… Fue un par de veces a ver a Mumú, a escondidas. 74 Por la noche se tumbó con ella en el cuarto y no la sacó hasta la una de la madrugada. Paseó con Mumú por el patio y, de pronto, cuando volvían al cuarto, la perrita oyó un ruido al otro lado de la valla. Era un borracho que se había echado allí a dormir la borrachera. Mumú levantó las orejas, gruñó, se acercó a la valla, olisqueó el suelo y empezó a ladrar con agudos ladridos en medio del silencio de la noche. 75 En ese momento, la señora acababa de quedarse dormida después de una larga «crisis nerviosa»… (La señora tenía esas «crisis nerviosas» cuando cenaba mucho). 76 Los ladridos de Mumú la despertaron y la anciana llamó a sus damas, que entraron corriendo en la habitación. —¡Oh, me muero! —exclamó la señora—. ¡Otra vez ese perro! ¡Que venga el médico! Quieren matarme… ¡El perro, otra vez el perro…! ¡Ay! 77 Y echó la cabeza hacia atrás, como si fuera a desmayarse. Las criadas corrieron a buscar al «doctor», es decir, al artesano convertido en médico. Lo único que sabía hacer era tomar el pulso y preparar un remedio muy popular: igual servía para curar las palpitaciones, que para el insomnio o el dolor de barriga. Cuando la señora abrió los ojos, el «médico» le acercó una bandeja de plata con un vasito de la famosa medicina. 78 La señora tomó la medicina, y luego, con voz llorosa, volvió a quejarse del perro y del mayordomo Gavrila y de que era una pobre anciana abandonada y de que nadie tenía compasión de ella y de que todos deseaban su muerte. Mientras tanto, Mumú seguía ladrando al borracho. La señora gimió: —¡Otra vez! ¿Lo habéis oído? Y puso los ojos en blanco. 79 El «médico» le dijo algo a una de las criadas, que corrió a la entrada y despertó a Stepán, y Stepán corrió a despertar a Gavrila, y Gavrila, enfadado, despertó a toda la casa. Guerásim vio que se encendían luces en las ventanas y supuso que pasaba algo malo. 80 Cogió a Mumú, entró corriendo en su cuarto y cerró la puerta desde dentro. Al cabo de unos minutos, cinco criados intentaron echar abajo la puerta de Guerásim. 81 Pero no lo consiguieron y Gavrila ordenó a los criados que se quedaran junto a la puerta del mudo toda la noche. Luego mandó a una de las criadas (que le ayudaba a robar té, azúcar y otras cosas para venderlas luego) a decirle a la señora que no se enfadara y que estuviera tranquila, porque al día siguiente acabaría con la perra. Pero la señora dormía profundamente porque el «médico», con las prisas, se había pasado con la dosis de la medicina... 82 Mientras tanto, Guerásim, sentado en la cama, apretaba el hocico de Mumú para que no ladrase. Y así pasaron la noche: la señora, durmiendo, los criados junto a la puerta de Guerásim y Guerásim apretando el hocico de Mumú. Al día siguiente la señora despertó muy tarde, llamó a una criada y le dijo, haciéndose la víctima: —Estoy muy mal… Ve a buscar a Gavrila Andréich y habla con él. 83 »¿Es que una perra callejera vale más que la tranquilidad y la vida de su señora? No quiero creerlo… Ve a hablar con él… Y volvió a dormirse. La criada fue a hablar con el mayordomo y al cabo de un rato todos los criados, con Gavrila al frente, cruzaron el patio hacia el cuarto de Guerásim. Con los criados iban también algunos niños, atraídos por la situación. 84 El ejército de criados subió por la escalera que llevaba al cuarto de Guerásim. Gavrila golpeó la puerta y gritó: —¡Abre! Se oyó un ladrido apagado, pero no hubo respuesta. —¡Te digo que abras! —repitió Gavrila. —Gavrila Andréich —dijo Stepán—, es sordo y no puede oírle. Todos se echaron a reír. 85 —¿Qué hacemos? —preguntó Gavrila. Stepán cogió un palo y lo metió por el agujero de la puerta, empujando el abrigo para llamar la atención de Guerásim. Y, de pronto, la puerta del cuarto se abrió de forma tan brusca que todos los criados bajaron rodando las escaleras. —¡Hey, hey, hey! —gritó Gavrila—. ¡Cuidado con lo que haces! 86 Guerásim estaba inmóvil junto a la puerta, con su camisa roja de campesino, y miraba desde arriba a aquellos tipejos vestidos con sus trajecillos de criado… Parecía un gigante en lo alto de las escaleras. 87 Gavrila avanzó un paso y dijo: —Tranquilo, amigo. Y le explicó con gestos que la señora quería que se librase de la perra. Si no lo hacía, tendría graves consecuencias. 88 Guerásim miró a Gavrila fijamente, luego señaló a la perra e hizo un gesto junto al cuello, como si estuviera apretando un nudo, y volvió a mirar al mayordomo. —¡Sí, sí! —contestó Gavrila, asintiendo con la cabeza–. ¡Ahora! 89 Guerásim bajó los ojos. Luego volvió a señalar a Mumú, que no se apartaba de su lado, inocente, moviendo la cola … Guerásim repitió el signo del nudo alrededor del cuello de la perra y se golpeó el pecho con la mano, como dando a entender que él se encargaría de acabar con Mumú. —¡No me engañes! —dijo Gavrila con gestos. Guerásim sonrió con desprecio. 90 Volvió a golpearse el pecho y cerró de un portazo. Los criados se miraron en silencio. —¿Eso significa que…? —dijo Gavrila, dudando. —Si lo ha prometido, lo hará —dijo Stepán—. Siempre cumple lo que promete. No es como nosotros… Hay que decir las cosas como son. —Sí, es cierto, siempre cumple —dijeron los demás, asintiendo con la cabeza. 91 —Bueno, ya veremos —dijo Gavrila, y se volvió hacia uno de los jardineros—: ¡Eh, tú! ¿No tienes nada que hacer? Quédate aquí y avísame si pasa algo. El jardinero se sentó en las escaleras y los demás criados se fueron. Gavrila volvió a la casa y mandó decir a la señora que había cumplido sus órdenes. La señora despertó un momento, escuchó la noticia y siguió durmiendo. Por si acaso, Gavrila le dijo a un cochero que fuera a buscar a un agente de policía. 92 Unos minutos después se abrió la puerta del cuarto y apareció Guerásim. Vestía el traje de los días de fiesta y llevaba a Mumú atada con una cuerda. 93 El jardinero se echó a un lado y lo dejó pasar. Guerásim se puso la gorra y salió a la calle. El jardinero fue tras él con disimulo. Guerásim entró con Mumú en una taberna donde lo conocían y comprendían sus señas. Pidió sopa de col con carne y se sentó, apoyando los codos en la mesa. Mumú miraba a Guerásim. El pelo de la perrita brillaba, recién cepillado. 94 Cuando sirvieron la sopa con carne, Guerásim le echó un poco de pan, partió la carne en trozos pequeños y puso el plato en el suelo. Mumú se puso a comer con delicadeza, como hacía siempre. Guerásim miraba a la perrita y, de pronto, dos gruesas lágrimas resbalaron por sus mejillas: una cayó en la cabeza de la perra y la otra en la sopa. Guerásim se tapó el rostro con la mano. Mumú se comió la mitad del plato y luego se apartó, relamiéndose. 95 Guerásim se puso en pie, pagó y salió. El jardinero vio salir a Guerásim y se ocultó. Luego lo siguió a distancia. Guerásim andaba sin prisa, sin soltar a Mumú. Al llegar a la esquina, se paró, dudando, y luego fue hacia al puente Krimski. Por el camino entró en el patio de una casa que estaban arreglando y cogió dos ladrillos. Al llegar al puente Krimski, siguió la orilla del río hasta un lugar donde había unas barcas amarradas y saltó a una de ellas con la perra. 96 Guerásim remaba a contracorriente con tanta fuerza que enseguida se alejaron de la orilla. Dejaron atrás las casas de Moscú y en la ribera empezaron a verse prados y huertos, bosques y casas de campo. Llegaban olores de aldea… 97 Guerásim dejó los remos y abrazó a Mumú con sus fuertes brazos mientras la corriente arrastraba la barca. Luego, con una expresión de sufrimiento, ató los ladrillos a la cuerda, hizo un lazo y se lo pasó a Mumú por el cuello. 98 Levantó a la perra y la miró por última vez. Mumú lo miraba alegre, meneando el rabo. 99 Guerásim volvió la cabeza para no ver cómo caía, cerró los ojos y abrió las manos… No oyó nada, ni el breve gemido que lanzó Mumú, ni el ruido que hizo al caer al agua. Para Guerásim solo había silencio. 100 Cuando volvió a abrir los ojos, pequeñas olas chocaban contra la barca y formaban círculos que iban hacia la orilla, como si se persiguieran unas a otras. 101 El jardinero regresó a la casa y contó que el mudo se había subido a una barca con la perra. Los criados no volvieron a ver a Guerásim. Pero, mientras cenaban, dijo Stepán: —Guerásim ha estado aquí, se iba a algún sitio. Quise preguntarle por la perra, pero me empujó para que me apartara, no estaba de humor y casi me tira al suelo. ¡Menudas manos tiene! La gente se rio. Acabaron de cenar y se fueron a dormir. 102 Capítulo 6 Regreso a casa M ientras tanto, por la carretera caminaba con pasos rápidos un gigante con un saco al hombro y un palo largo en la mano. Era Guerásim. Andaba deprisa, sin mirar atrás. Volvía a la aldea, a su tierra. 103 104 Tras ahogar a la pobre Mumú, fue corriendo a la casa, envolvió algunas de sus cosas en una vieja manta, le hizo un nudo, se la echó al hombro y se marchó. Se había fijado en el camino cuando lo sacaron de la aldea para llevarlo a Moscú. Y ahora hacía el camino de vuelta. Caminaba con paso firme, casi desesperado, pero también alegre. Su corazón palpitaba con fuerza al pensar que volvía a su casa. 105 Y apretó el paso, como si su anciana madre lo estuviera esperando tras un largo viaje por tierras lejanas… Se había puesto el sol. Era una noche de verano serena y suave. Entre las sombras azules brillaba un último reflejo púrpura y en los campos de alrededor cantaban los pájaros. Guerásim no podía oírlos, tampoco oía el rumor de los árboles. 106 Pero le llegaba el olor del centeno maduro y sentía el viento que lo envolvía y lo acariciaba. Guerásim llegó a su casa al cabo de dos días. Fue a ver al jefe de la aldea, que lo miró con asombro, pues los siervos no son libres de marcharse. Pero como empezaba la siega y Guerásim era un excelente trabajador, le dieron una guadaña y el gigante se puso a segar los campos como en los viejos tiempos, haciendo el trabajo de cuatro hombres. 107 En Moscú, los criados echaron de menos a Guerásim al día siguiente de su fuga. Entraron en su cuarto y lo revolvieron todo. Nadie sabía dónde estaba. Gavrila pensó que el mudo había huido o que se había ahogado con su estúpida perra. Informó a la policía de la huida del siervo y a la señora, que se enfadó, se echó a llorar y ordenó que lo buscaran, costase lo que costase. Dijo que ella nunca había ordenado que mataran a la perra y le echó una gran bronca a Gavrila. 108 Al cabo de unos días la señora recibió la noticia de que Guerásim estaba en la aldea. Su primer impulso fue ordenar que lo trajeran de vuelta a Moscú, pero luego dijo que no necesitaba a un criado tan desagradecido. La anciana murió poco después y sus hijos liberaron a los siervos. Guerásim, pobre y sin tierras, sigue viviendo en su cabaña, solo. Sigue estando fuerte y sano, sigue haciendo el trabajo de cuatro hombres y sigue siendo serio y honrado. 109 Pero desde que volvió de Moscú no se acerca a las mujeres, ni las mira, y no quiere perros en su casa. Los campesinos comentan que es una suerte que no necesite a una mujer. «Y ¿qué falta le hace un perro? —dicen—. ¡Ni por todo el oro del mundo entraría un ladrón a robar en su casa!». Así es la fama del gigante mudo y su inmensa fuerza. 110 111 112

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