Tema 7. Fortaleza y Templanza (PDF)
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Universidad Francisco de Vitoria
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Este documento proporciona un resumen del tema 7 de ética y deontología, centrándose en la fortaleza y la templanza. Se explora la idea de la vida como un camino, destacando la importancia de superar las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien. Se abordan los obstáculos y las pasiones.
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Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad TEMA 7. LA VIDA HUMANA COMO CAMINO: FORTALEZA Y TEMPLANZA FRENTE A LA DEBILIDAD Y LA VULNERABILIDA...
Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad TEMA 7. LA VIDA HUMANA COMO CAMINO: FORTALEZA Y TEMPLANZA FRENTE A LA DEBILIDAD Y LA VULNERABILIDAD Sumario 1. La vida personal y profesional es un camino. 2. Superar la debilidad sin voluntarismo 2.1. Las dos formas de la fortaleza Superar las dificultades. Constancia en el bien. 2.2. Obstáculos y dificultades 3. Ni superhombre ni espontáneo: una bella persona 3.1. Las pasiones primarias y la posible vulnerabilidad 3.2. Círculo virtuoso: el deseo del bien Liberar la imaginación Conocerse bien Quererse bien 1. La vida personal y profesional es un camino. La vida humana se ha comparado siempre con un camino, y más en particular, estamos viendo cómo el sentido del viaje va llenado se sentido el aprendizaje de la virtud. Llegamos a un punto en el que comprender que la vida moral no trata solo de tomar decisiones, de discernir soluciones, sino también de hacer frente a situaciones complejas en las que los peligros externos se encuentran también con los enemigos internos, nuestros propios límites. Los seres humanos somos débiles y vulnerables. La realización personal es el logro de una vida vivida de acuerdo con las exigencias de una conciencia recta. No es algo terminado de una vez para siempre, ni un fruto estacional, ni un acontecimiento casual, ni mucho menos, 1 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad un efecto improvisado. Desde los albores de la cultura occidental, como pone de manifiesto Homero en el inicio de la Odisea, ese camino va a requerir que la voluntad de apoye en dos virtudes: fortaleza y templanza. La fortaleza forma parte sustancial del proyecto de una vida, que nunca es una realización fácil: «háblame, ¡oh Musa!, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, mientras procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria». En su camino de regreso a Ítaca, el ingenioso Ulises ha tenido que utilizar su inteligencia para resolver acertijos: deliberar qué hacer, discernir con qué medios y tomar determinaciones. Pero esas decisiones a veces suponían afrontar peligros externos difíciles de superar frente a los que se veía débil. Otras, tenía que sobreponerse a lo que le apetecía hacer más en cada momento. Vamos a ver en este tema esas dos virtudes. Ulises fue a Troya, luchó allí con sus hombres y regresó a Ítaca. ¿Regresó el mismo que se fue? ¿Cumplió solo una misión, algo exterior a él? ¿O el itinerario de su realización personal supuso un crecimiento personal hacia su plenitud? Veamos cómo y en qué ayudan la fortaleza y la templanza. 2. Superar la debilidad sin voluntarismo 2 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad La fortaleza es la virtud que nos ayuda a ser dueños de aquellas pasiones que nos retraen o limitan en la búsqueda y consecución del bien, o en el rechazo del mal, calificados como «arduos», esto es, costosos de alcanzar porque no satisfacen de forma inmediata a los sentidos. Son aquellas pasiones que «nos quitan las ganas» para seguir obrando en una determinada dirección o que, por el contrario, nos alientan y sostienen el ánimo pese a todo. Siempre que hablamos de constancia, perseverancia, fidelidad… nos apoyamos en esta virtud. Ser moralmente fuertes no significa ser rudos, ni insensibles, sino que nos referimos a ese aguante interior de quien se sabe en el camino de su realización personal. Pensemos que la mayoría de los acertados y fantásticos proyectos personales, profesionales, sociales o de pareja fracasan, en no pocas ocasiones, no por mala voluntad explícita, ni por error en las decisiones, sino por falta de constancia en la búsqueda del bien. La fortaleza nos ayuda a que, conscientes de nuestras limitaciones y capacidades, y sobre todo, de que la voluntad libre no es un mecanismo sino una conquista. Pero también una conquista razonable, no un acto voluntarista. Voluntarista es aquella persona que se empeña tercamente en hacer algo contra viento y marea, sin haber tomado la decisión prudencial como hemos explicado. Las cosas no se hacen ni como sea, ni porque sí. Hay que valorar adecuadamente nuestra capacidad, el alcance de los peligros e ir dando los pasos precisos. ¿Cómo? Partiendo de la confianza en que el bien es posible. No nos referimos sólo a la consecución de un bien, sino en la posibilidad de realización personal que esto implica. Hacer el bien nos va haciendo mejores y eso merece la pena. Esa confianza es la que supera la visión pesimista que tenía el mundo clásico griego sobre el destino trágico del héroe ante la imposibilidad del hombre de sobreponerse al destino y hacer el bien. Para ellos, la libertad humana estaba tan limitada por el carácter contingente del ser humano que la apuesta por desempeñar la misión era eso, puro voluntarismo ciego. Al final no ibas a conseguirlo. Podemos ver muy claramente ese contraste entre la esperanza fundada sobre la razón del bien y la desesperanza trágica de una libertad sin sentido en la primera obra de teatro del filósofo ateo Sartre, el auto de Navidad Barioná, el Hijo del Trueno, que el mismo autor subtituló así: O el Juego del Dolor y la Esperanza. En ella encontramos las tres actitudes ante el bien y la vida que se pueden mantener. Analizándolas comprendemos la razón por la que la confianza es el único planteamiento razonable para la virtud de la fortaleza. La primera, realmente, más que esperanza es un optimismo superficial, utilitarista. Es el representado por Lelius: se cierra en los límites de lo humano temporal y está sujeto a fallos que han de calcularse como parte de la actitud 3 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad razonable ante el devenir de las cosas. Resulta incluso simpático ver cómo todo le viene bien en función siempre de la utilidad concreta, que será siempre la que redunde en beneficio del Imperio Romano y por tanto, en el desarrollo de su misión como «funcionario» del mismo, con el objetivo último de poderse retirar a Mantua, disfrutar de su mansión y escribir un tratado de apicultura. La segunda, es encarnada por el rey Baltasar. Representa la verdadera esperanza, la esperanza trascendente, aquella que proyecta al hombre a la realización de un proyecto que por su propia naturaleza no puede defraudar, porque viene avalado por el bien moral, que es ontológicamente superior a lo que de hecho somos o hacemos cada uno de nosotros. Y tenemos por último la desesperanza que encarna Barioná hasta que al final de la obra, gracias a la intervención de Baltasar, cambia de actitud. Es la desesperanza de quien no se fía de nadie, ni de Dios a quien desafía, ni siquiera de sí mismo: «La dignidad del hombre está en su desesperanza», afirma Barioná, cuyo proyecto vital se ha cerrado a la trascendencia, al bien moral, se reduce a la dimensión político-histórica, y rechaza cualquier posibilidad de salvación. La virtud de la fortaleza adopta, así, dos formas mutuamente complementarias: superar las dificultades y ser constantes en el bien. Veamos brevemente cada una de ellas. 2.1. LAS DOS FORMAS DE LA FORTALEZA - Superar las dificultades Frente a la visión pesimista de la tragedia griega (por eso el adjetivo «trágico» tiene para nosotros el significado que tiene, cuando originalmente sólo designaba una obra de teatro), las dificultades se vencen no por la confianza en la propia voluntad, sino en la grandeza del bien. Ser fuertes implica confiar en el bien, no aguantar porque sí o contra nadie. Si atendemos a una experiencia común para todos —que, de nuevo, no es una acción expresamente moral, pero sí un ejemplo de constancia de la voluntad en la consecución de un bien— veremos hasta qué punto somos capaces de luchar por el bien y con qué tipo de fundamento. Pensemos, por ejemplo, en todo lo que somos capaces de hacer, sin ceder ni un ápice en nuestras pretensiones, cuando queremos obtener de nuestros padres el permiso —y parte de los recursos, seguro— para ir al viaje del fin de curso. Está claro que lo que nos mueve es un bien material, pero que es éste lo que hace grande nuestra capacidad de aguante, y no simplemente 4 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad el hecho de que nos apetezca resistir. Además, la confianza en conseguir el resultado nos alienta a pesar de, por ejemplo, una primera negativa, o de unos resultados económicos adversos en la primera actividad dirigida a obtener fondos, o de un inicial desacuerdo entre los compañeros sobre el destino. Si estos obstáculos se mantienen, y si además deja de ilusionarnos ir a ese viaje porque no van a ir mis mejores amigos, o porque un interesante contrato laboral me obliga a optar, entonces no encontraré elementos positivos que me animen a seguir apoyando la consecución del objetivo. Es un bien material inmediato, sí, pero la estructura psicológica descrita es análoga a la que pone en juego la virtud, pues al fin y al cabo hablamos de orientar nuestras pasiones al bien, a nuestra plenitud personal. Esta forma de la fortaleza se expresa a través de actitudes como la paciencia y la perseverancia, que Cicerón consideraba como actitudes internas de la fortaleza. La paciencia y la perseverancia refuerzan esa parte más costosa de la virtud, hacer frente a la adversidad, al temor. La paciencia consiste en no desistir de la obra justa a pesar de las molestias e incomodidades que pueda conllevar. Y la perseverancia, en no desistir del bien a pesar de la duración en el tiempo o de los continuos obstáculos. Por eso decíamos que la fortaleza no se parece a la rudeza. El mismo Cicerón sentenciaba que «la mayoría de las personas piensan que las acciones de la guerra son superiores a las obras de la paz, pero hay que templar esa opinión». - Ser constantes en el bien Hacer frente a la adversidad no significa no sentir miedo. Ni mucho menos. Tener temor al mal es lo lógico y saludable. Ha dejado de tener miedo quien se ha abandonado vitalmente y ha caído en la indiferencia. El sujeto que vive la virtud de la fortaleza no es un temerario que no aprecie la vida y la ponga continuamente en peligro, sino alguien que sabe apreciar justamente la realidad, deliberar prudentemente sobre las acciones que ha de realizar, y por último, actuar conforme con la recta jerarquía de valores que se deriva de la naturaleza de las cosas, sobreponiéndose a los temores para que éstos no le impidan hacer el bien. Aquí entran las actitudes externas: magnanimidad y magnificencia. La etimología nos indica que habla de algo «grande» (ánimo y realizaciones). ¿Qué supone la grandeza? Saber dar a cada cosa el valor que le corresponde, juzgándola prudentemente y no por la afición que pueda despertar en nosotros. Cicerón se fija sobre todo en cuestiones como el dinero, el honor, la gloria, el poder… Será fuerte quien las ponga 5 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad a su servicio y no quien se ponga al servicio de ellas. Porque magnánimo es quien afronta con grandeza de ánimo la realización de la justicia. 2.2. OBSTÁCULOS Y DIFICULTADES Además del voluntarismo del que hemos hablado, que se puede derivar de una visión de la virtud ética como pura resignación (estoicismo). Hay dos obstáculos o dificultades con las que podemos entrarnos a la hora de vivir la fortaleza: un psicologismo o emotivismo exagerado y el vicio conocido como acedia. El auge y la importancia que durante todo el pasado siglo XX tuvo la psicología en general entendida como ciencia empírica, junto con el desarrollo de distintos sistemas y escuelas psicológicas dispares —cuando no, incluso, contradictorios—, ha llevado a muchos a plantear que la explicación y razón última del obrar humano se encuentra en ese nivel operativo, de donde surgen las pasiones. Ya hemos visto que el nivel psicológico forma parte indudable de la acción humana, pero no puede ser considerado fin por sí mismo, porque el fin propio de la persona se dirime desde la racionalidad. El psicologismo o el emotivismo moral, apelan a la psicología, las emociones o los estados de ánimo como criterios de bien, cuando realmente son niveles operativos previos a la racionalidad. Y por tanto, previos al modo específico de la acción humana, aquel por el que el sujeto se hace dueño de los niveles inferiores de actividad y les da sentido. El bien moral no podemos encontrarlo fuera de la razón: el sentido del obrar humano tiene que ser racional y tenemos que descubrirlo racionalmente, no compulsiva o impulsivamente. Por otro lado, en el empeño personal por conseguir el bien que busca nuestra voluntad, también hemos de hacernos cargo de que puede surgir el cansancio. La primera fuente del mismo, de la decepción moral por conseguir el bien puede venir del hecho de que nuestra inteligencia, a la hora de juzgar sobre el fin y los medios, no actúe con prudencia, sino que se deje llevar por atender sólo a las dificultades y no a los bienes implicados. Es lo que —citando a un clásico de estos temas, Tolkien en la saga de El Señor de los Anillos—, exclama Gimli, el Enano, cuando la Tierra Media se ha visto libre de los peligros de Sauron: «si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no habría venido». Y es que, en general, el primer problema moral que pueden provocarnos las pasiones no es tanto que nos lancemos a la comisión de delitos sin número, sino la pérdida de las ganas por seguir buscando el bien, un bien que al ser moral, nunca se consigue del todo y que no es tangible. Como primera dificultad, por 6 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad tanto, provocada por las pasiones del temor y el miedo tenemos que consiguen bloquear en nuestro espíritu la perspectiva del bien. A esa desgana por el bien los clásicos la denominaban acedia. Ese aburrimiento por el bien se pega al espíritu humano de manera que lo mancha como una gota de vino en un mantel de lino blanco. No es mucho, pero ya no está limpio. Y quitarla es difícil. Aunque el diccionario de la RAE define la acedia, en una primera acepción como pereza o flojedad, y en una segunda como tristeza o angustia, realmente su significado más propio sería una mezcla de los cuatro estados del alma aludidos con esas palabras. La acedia no nos impide hacer el bien porque nos resulte costoso o arduo, que es algo, al fin y al cabo, normal y para lo que la fortaleza es el medio más idóneo. Sino que la acedia es una disposición interior, una tristeza permanente que causa pesadumbre y disgusto ante el bien en general. Una cierta forma depresiva, podíamos decir, pero sin confundirla, obviamente, con la enfermedad psiquiátrica, la depresión endógena que no puede ser objeto de un acto de la voluntad. Cuando el sujeto moral adopta la acedia como fin de su acción, lo que hace es entristecerse por el bien, rechazar la grandeza de espíritu de quien hace el bien, reclamar la servidumbre de la conciencia a los dictados de la moda, de la corrección política o de la ausencia de bienes vinculantes por encima del legalismo. Se pasa del conformismo a la indiferencia, y de ésta, a la desesperación. El principal camino de superación de la acedia, como es lógico, pasa por recuperar la esperanza que es la base de la virtud de la fortaleza, esa confianza en el bien como sentido y realización de la plenitud de la naturaleza humana. Como decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco, la persona buena es aquella que también se «alegra con el bien». 3. Ni superhombre ni espontáneo: una bella persona La fortaleza nos permite adueñarnos de las pasiones que hemos visto. Podemos decir que las dificultades para conseguir el bien —o rechazar el mal— arduo, vienen de fuera de nosotros. Sin embargo, todos somos conscientes de que hay otras pasiones vinculadas directamente con nosotros mismos, con nuestras reacciones más inmediatas ante bienes o males que provocan un estímulo directo en nuestra sensibilidad. Por eso hablábamos de que la fortaleza nos ayuda a superar nuestra debilidad. Pero que la templanza nos va a permitir ser más dueños de nosotros mismos frente a nuestra propia vulnerabilidad, ese sentimiento que nos provocan aquellas pasiones ante las que sentimos que podríamos «perder los papeles». Ahora bien, vaya lo primero de todo una advertencia sobre un error demasiado extendido en la manera de considerar la templanza, y que dio sea de paso, tan mala fama ha dado al enfoque de la virtud en ética. Lejos de nuestro 7 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad planteamiento entender la templanza como la supresión de cualquier tipo de deseo, como sucedió a finales del XIX e inicios del XX en ciertos ambientes dando lugar a la denominada «moral victoriana». De ahí vienen esas imágenes que resultan extremadamente cómicas de los movimientos contra el consumo de alcohol que derivaron en la «Ley Seca» de los Estados Unidos. Decía un filósofo que la templanza significa «todo lo que es discreción ordenadora». Esto es, aplicar orden en los fines de las pasiones. Pero no suprimirlas. Como decía Chesterton a propósito del consumo de bebidas alcohólicas: «bebed siempre porque estáis alegres, nunca porque estáis tristes». Se trata de identificar siempre el fin que deben tener, no suprimir las pasiones del concupiscible. Así que importa, lo primero de todo, dejar claro el sentido genuino de esta virtud. La belleza de una persona viene constituida, primera y principalmente, por esa armonía interior que se manifiesta por la presencia de un orden equilibrado entre todas sus dimensiones, facultades y acciones. Hablaremos del amor como la pasión más importante del concupiscible. Pero el amor por un bien (una tableta de chocolate, un paseo por el campo o una fiesta con mis amigos…) requiere ser bueno, esto es, que perfeccione a la persona, le haga mejor. Y en último extremo, el acto pleno de amor (de unos padres para con su hijo, de dos amigos, de matrimonio) supone la implicación plena, la entrega total de la persona al otro. Nadie puede entregarse a otra persona por amor, si primero no es dueño de sí mismo. ¿Qué es lo que uno entregaría, si no? Pero, además, ese acto de amor nos ofrece la posibilidad de articular, desde la inteligencia y la voluntad, sentimientos, pasiones, estados de ánimo… todo el mundo psicológico puede servir y apoyar a la realización de ese proyecto vital, o entorpecerlo y limitarlo, incluso seriamente. Si no guiamos desde la inteligencia, ni conducimos con la voluntad los estímulos externos que provocan el surgir de pasiones, sentimientos o estados de ánimo, no pueden extrañar las serias dificultades para mantener la coherencia de los comportamientos. El equilibrio y la armonía interiores son difíciles, pero imprescindibles. Esa es la belleza de la templanza.: nada de suprimir, todo lo contrario, llevar a plenitud. 8 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad 3.1. LAS PASIONES PRIMARIAS Y LA POSIBLE VULNERABILIDAD En el siguiente cuadro tienes las pasiones propias el apetito concupiscible: Pero como decíamos, son pasiones que surgen, en primer lugar, ante los bienes sensibles. Y vinculadas con los movimientos impulsivos que garantizan la supervivencia del individuo (comida, bebida) y de la especie (sexualidad). De manera que la vulnerabilidad a la que nos hemos estado refiriendo tiene que ver con la corporeidad, que es la vivencia auténticamente humana de la corporalidad. Algunos filósofos durante el siglo XX dedicaron obras a comprender esta dimensión tan propia del ser humano: la vivencia consciente de su dimensión corporal: no tenemos un cuerpo, somos corpóreos. Ahí radica nuestra vulnerabilidad. El sentimiento de finitud, la enfermedad, la debilidad, la pasión erótica, el cultivo del físico, los desórdenes alimenticios… todos son comportamientos en los que se ve la necesaria vivencia de la virtud de la templanza para integrar armónicamente nuestras facultades y dimensiones. Como afirmaba la conocida sentencia de san Agustín, «guarda el orden, y el orden te guardará a ti» (serva ordinem et ordo servabit te): la moderación contribuye a dar siempre nuestra mejor cara a los demás, algo que no es solo cosa de personal branding, que dicen ahora. La cortesía hacia los demás requiere de esta virtud como condición. Dice Pieper que «a las personas no se les nota en la cara si son justas o injustas. Al revés ocurre con la templanza o el desorden. Ambos gritan su presencia desde cualquier manifestación exterior del sujeto; se asoman a su risa, a sus ojos. Se las nota en la manera de andar o de estar sentado y hasta en los rasgos de la escritura». Lo venimos señalando a lo largo de estos temas dedicados a las virtudes o claves del desarrollo personal: cada persona es una unidad, y todo aquello que hagamos o dejemos de hacer contribuye al enriquecimiento o empobrecimiento de toda la persona. 9 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad 3.2. CÍRCULO VIRTUOSO: EL DESEO DEL BIEN Vemos, pues, que aunque hablemos de pasiones que entendemos mejor a partir de los bienes sensibles y que la templanza nos ayuda a darles el sentido que han de tener, esto se va convirtiendo en un círculo virtuoso: del deseo de los bienes que provocan la pasión, a tener pasión por desear el bien. Tal es el proceso de mejora que producen en nosotros los buenos hábitos. Veamos los pasos que lo concretan. Ya vimos que el juicio prudente, primer paso para hacer el bien, implica el pleno conocimiento de uno mismo, de la realidad, del orden ontológico y de los valores. Sólo en la medida en la que integremos el conocimiento adecuado de la realidad del ser humano —sus pasiones, facultades y la recta relación entre ellas—, con el conocimiento de nuestra realidad personal, podremos hacernos dueños de nosotros mismos y querer el bien que nos realiza plenamente. Es propio de cualquier persona responsable preocuparse por el fin que ha de buscar y el modo en que debe esforzarse por conseguirlo en la propia vida. Y es propio de cualquier persona responsable comprobar en qué medida ese fin, ese anhelo de perfección querido y buscado, se ve obstaculizado por un sinfín de elementos no queridos ni buscados. Elementos que, en la mayor parte de los casos, aunque estén motivados por objetos externos, siempre tienen su eco dentro de nosotros mismos. «Es como si en cada uno de nosotros —explicó Juan Pablo II al inicio de su pontificado— existiera un yo superior y un yo inferior. En nuestro yo inferior viene expresado nuestro cuerpo y todo lo que le pertenece: necesidades, deseos y pasiones, sobre todo las de naturaleza sensual. La virtud de la templanza garantiza a cada hombre el dominio del yo superior sobre el yo inferior» (22-XI-1978). El fin bueno hacia el que la inteligencia ha de guiar la voluntad y con ella ser dueña del concupiscible, es aquel que nos hace más plenamente humanos. En la ley natural, que ya estudiamos, encontramos ese orden de los fines que perfeccionan nuestras tendencias conforme al cual la voluntad libre ha de ordenar todas sus acciones. Para lo cual, la templanza articula de manera circular —casi sería mejor decir en un movimiento en espiral— los siguientes tres pasos: libera la imaginación, permite el conocimiento de uno mismo y nos lleva a querernos bien queriendo nuestro verdadero bien. Veamos un breve apunte de cada uno. - Liberar la imaginación Vimos cómo la imaginación es el primer paso desde los sentidos interiores para el juicio prudente. La sensibilidad no es inocente. No da igual las imágenes con las que llenamos nuestra memoria, porque en todas ellas van configurando nuestros deseos. Hay una forma de expresión de la templanza en relación con la inteligencia que es moderar la curiosidad sensible: el exceso de estímulos sensibles impide la concentración y el necesario silencio interior y exterior para la 10 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad contemplación, el discurso y la comprensión racional de la realidad. Es imposible estudiar oyendo música, sobre todo si es música con percusión, o con la televisión puesta, desde luego. Pero es que la constante presencia de imágenes y sonidos en cualquier ámbito de la vida contemporánea —pantallas de televisión en el metro, hilo musical por doquier, cascos conectados por bluetooth con fuentes inagotables de sonidos…— obstaculiza notablemente la posibilidad de la presencia ante sí mismo, característica propia del ser racional. Recientemente se han hecho estudios que incluso han demostrado que el silencio permite la regeneración de neuronas. No es casual. Imaginar bien para pensar y pensarnos mejor. - Conocerse bien Además de esa primera condición para el ejercicio libre de la inteligencia, otra de las formas fundamentales de la templanza es la humildad. No sólo porque tendemos siempre a sobresalir y destacar sobre los demás, y conviene moderar este anhelo por llamar la atención, sino porque nunca será el sujeto más dueño de sí mismo que cuando se conoce tal y como es, con sus capacidades, virtudes, defectos y limitaciones. Por tanto, a través de la humildad, la templanza es la virtud que nos permite confiar razonablemente en nuestras posibilidades, y nos ayuda a integrar todos los deseos de los placeres sensibles al servicio de la verdad que hemos de ir realizando en nuestra vida. Lo contrario de esta humildad, es la ostentación de quien no modera sus ganas de ser apreciado por los demás. Dicha falta de recato, es una forma de obscenidad, esto es, de exponer en público lo que debe quedar en privado, un comportamiento especialmente contrario a esta virtud, en cuanto contrario también al pudor. Si entendemos el valor de esta moderación y lo contrario que es con la verdad de la acción humana dicha ostentación, hemos dado un paso importante para la comprensión de cómo la templanza es la virtud construida sobre el pudor, así como para entender el alcance y valor del mismo. - Quererse bien Si la confianza en el sujeto nos ha ayudado a entender que la propuesta de la sospecha nietzscheana sobre la humildad era una propuesta contraria al proyecto ético de desarrollo personal, hemos de ver ahora hasta qué punto de la sospecha freudiana sobre los modos de integrar la sexualidad en la vida personal moral, se han seguido claros perjuicios para la vivencia ética del impulso sexual. De la división que Freud hacía del sujeto humano en las estructuras del Ello, Yo y Superyo, y del modo en que el Superyo reprimía los movimientos eróticos primarios, se ha 11 Ética y deontología Tema 7. Fortaleza y templanza frente a la debilidad y la vulnerabilidad seguido una cierta visión antropológica en la que se defendía la espontaneidad como la mejor forma de manifestarlos. Dicho planteamiento ha escindido sexo y sexualidad, afecto y amor, sensibilidad y ética, como si el ser humano no fuera una unidad sustancial, y como si todo lo relacionado con la dimensión erótica del ser humano no tuviera relación alguna con la racionalidad, la intimidad y la capacidad de donación y entrega. La templanza tiene un amplísimo campo de acción, aunque siempre se dirige hacia la integración y la coherencia vital. Precisamente porque la pasión sexual es una de las más fuertes e influyentes en la persona humana, es una exigencia vital integrarla en un proyecto armónico y coherente, pleno de sentido. La banalización a la que hoy se somete el amor, la sexualidad, los afectos,… no contribuye, precisamente, a la integración de esos elementos dentro de la personalidad y por tanto, no contribuye a mejorar al individuo. Satisfacer impulsos no es vivir la sexualidad, es responder de forma espontánea a un estímulo biológico. Si no se integra dicha respuesta desde la templanza, antes o después la necesidad ética personal de dar coherencia a toda nuestra vida, hace que afloren angustias, temores o fracasos, no por falta de pasión o de sexo, sino por falta de integración de ambos, por la ausencia de sentido que supone que no formen parte del amor, la decisión voluntaria por antonomasia de la persona. La templanza, por tanto, significa armonía de todos los elementos de la estructura de la acción humana ordenados hacia el bien íntegro de la persona. Hemos llegado así, con unos breves apuntes, al final del desarrollo de la virtud de la templanza. Junto con el sentimiento del pudor y de la vergüenza, hay otra condición integrante de la virtud: la honestidad, que es el gusto por lo bello que hay en el comportamiento moral. La honestidad, en el uso de la palabra, ha ido siempre muy vinculada con el decoro, esto es, con el respeto de las formas externas que se deben con uno mismo y con los demás en atención a su dignidad: vestido, trato, vocabulario… Son todo expresiones externas, obviamente, pero que tienen toda la importancia que lo sensible tiene en la vida humana y que, dada la relación inmediata con la corporeidad, tienen su razón de ser en la vivencia de esta virtud de la templanza. Y es que la ética, siendo plenamente racional e implicando el ejercicio de la inteligencia y de la voluntad, en la medida en la que es vivida por una persona, hace que ésta se convierta en una «bella persona». La honestidad, por tanto, se convierte en la persona que la vive, no sólo en una condición de la templanza, sino en una consecuencia de la misma, al traslucirse como ese «resplandor de lo inteligible en lo sensible», es decir, el orden de la razón sobre el desorden caótico de lo involuntario. La belleza del bien sobre el aparente maquillaje que esconde el deterioro moral. 12