Ética y Virtudes: Tema 7

La capacidad de tomar decisiones y actuar con determinación a pesar de los desafíos y dificultades que enfrentamos.

La fortaleza no es un acto impulsivo, sino una conquista razonada. Implica analizar nuestras capacidades, evaluar los riesgos y actuar con prudencia.

Creer que el bien es alcanzable y que podemos mejorar como personas al esforzarnos por él.

Se da cuando la confianza en el bien es la fuerza que nos impulsa a actuar a pesar de las dificultades.

El optimismo superficial que se centra en resultados prácticos y no en el bien en sí mismo.

La filosofía clásica griega veía a los seres humanos con una libertad limitada por el destino, lo cual hacía que la lucha por el bien se viera como un acto ciego e inútil.

El planteamiento de la libertad como un juego que puede ser tanto de dolor como de esperanza. Reconoce los desafíos pero también la posibilidad de encontrar el bien.

No solo una actitud frente a los desafíos, sino una virtud que nos capacita para enfrentar la vida con decisión y valentía.

La incapacidad de encontrar el bien moral fuera de la razón, buscando un sentido racional del obrar humano

La sensación de desánimo o fatiga que surge al perseguir el bien moral, provocado por la falta de prudencia en la toma de decisiones.

La desgana por el bien moral, un estado de aburrimiento hacia el bien

La acedia como una mancha sutil en el espíritu humano, difícil de eliminar.

Definir la acedia como una mezcla de pereza, flojedad, tristeza y angustia.

La acedia no nos impide hacer el bien por su dificultad, sino que nos indiferencia hacia el mismo.

La fortaleza es el medio más adecuado para superar las dificultades en la persecución del bien.

La acedia no nos hace sentir el bien como excesivamente costoso, sino como algo aburrido y monótono.

Conformismo, indiferencia y desesperación son etapas en la acedia.

Recuperar la esperanza, la base de la fortaleza, para superar la acedia.

Las pasiones que nos acompañan en nuestra lucha por el bien son parte de nosotros mismos.

Dominar nuestras propias reacciones a las pasiones para tener control sobre nosotros mismos.

Ser dueños de nuestras reacciones ante los bienes y males para evitar perder el control.

La templanza permite dominar las pasiones, convirtiéndonos en seres más dueños de sí mismos.

Evitar confundir la templanza con la simple falta de emociones.

La capacidad de controlar y mantener la armonía entre nuestros deseos y acciones, sin suprimirlos.

El amor por un bien debe ser bueno, es decir, debe mejorar a la persona.

Un acto de amor pleno implica la entrega total de la persona al otro, lo que requiere tener dominio sobre sí mismo.

La inteligencia y la voluntad deben guiar nuestras pasiones y emociones para vivir una vida coherente.

La templanza es el equilibrio interno que logra la armonía entre todas las facultades de la persona.

La templanza no es una supresión, sino una plenitud: llevar nuestras pasiones y deseos a su punto óptimo.

La templanza nos ayuda a articular nuestras emociones y pasiones para que sirvan a nuestro proyecto de vida.

La coherencia entre nuestra interioridad y nuestras acciones es esencial para vivir una vida plena.

La capacidad de controlar nuestra imaginación y nuestros sentidos para evitar que nos distraigan de la verdad y la reflexión.

La modestia y el conocimiento de nuestras capacidades y limitaciones, sin pretender ser más de lo que somos.

La búsqueda de la verdad a través de la razón y la integración de los deseos sentidos al servicio de la verdad.

Satisfacer los impulsos sexuales de forma automática sin reflexionar o integrarlos en una perspectiva más amplia.

Integración de los deseos sexuales en una visión coherente con el amor, la decisión voluntaria de la persona.

La falta de integración de la sexualidad en una vida con sentido puede conducir a la angustia, el temor o el fracaso.

El gusto por lo bello que hay en el comportamiento moral, el respeto por las formas externas.

La honestidad como condición para vivir la templanza.

La ética vivida por una persona la convierte en una 'bella persona', donde la honestidad es una consecuencia de la templanza.

La honestidad refleja el orden de la razón sobre el desorden caótico del comportamiento involuntario.