El Timeo de Platón: Creación y Cosmos

En el Timeo, Platón intenta ofrecer una visión general de diferentes áreas del conocimiento, como la física, la astronomía, la anatomía y las matemáticas. Sin embargo, su principal objetivo es comprender la naturaleza del ser humano.

El Timeo, junto con el Critias (incompleto) y el Hermócrates (no escrito), forma una trilogía que explora diferentes aspectos del conocimiento.

En el Timeo, Platón asume la existencia eterna de tres tipos de entidades: el mundo de las Ideas, la materia mutable y el espacio vacío.

El Demiurgo no crea la materia desde la nada, sino que ordena los elementos ya existentes, creando un Cosmos que se repite en ciclos de diez mil años.

El espacio es la realidad intermedia entre el mundo de las Ideas y el caos material. Es el lugar donde se crean todas las cosas, el contenedor universal que abarca todos los cuerpos.

El espacio platónico no tiene forma ni figura, ya que debe ser capaz de contener cualquier tipo de existencia. Es invisible y no está sujeto a cambios.

El espacio platónico es el lugar donde se hacen las cosas, y algunos autores lo consideran también el material del cual se hacen.

Algunos consideran que el espacio platónico tiene la función de separar y distinguir las realidades que surgen en el mundo.

El Demiurgo es un ser divino, bueno y sin envidia, que crea el universo a partir de las Ideas.

El mundo creado por el Demiurgo imita el mundo de las Ideas y es un gran animal viviente.

El Alma del mundo se crea con la mezcla de Lo Diverso, Lo Idéntico y la Esencia.

El cuerpo del mundo es una esfera formada a partir de la masa amorfa de elementos.

Dos círculos uno dentro de otro con distintos elementos, uno con lo Idéntico y otro con lo Diverso.

Las distancias entre las esferas celestes se rigen por proporciones aritméticas y geométricas.

Los dioses celestes, almas humanas, aves y peces son las cuatro especies de seres vivientes.

Los dioses astrales tienen movimiento y son inmortales gracias al Demiurgo.

Las almas humanas fueron creadas con los restos del Alma cósmica y tienen un astro asignado.

Las almas humanas experimentan diversas encarnaciones en diferentes cuerpos.

Los cuatro elementos -fuego, tierra, aire y agua- preexisten al Demiurgo y son ordenados por él.

El Demiurgo utiliza triángulos ideales para dar forma a los elementos.

El mundo creado por el Demiurgo es la obra más perfecta posible.

El alma humana es una entidad espiritual, inmortal y divina, diferente al cuerpo.

Es la última región de la Tierra, ubicada en sus concavidades, donde fluyen cinco ríos, siendo el Tártaro el más profundo y que llega al centro de la Tierra.

Es un lugar temporal donde las almas que no han sido merecedoras de entrar al reino etéreo son llevadas para purificarse. Después de un tiempo en el purgatorio, son reencarnadas.

Es el camino que sigue el alma después de la muerte, en donde es juzgada y decide su destino.

En este mito, el alma es transportada por un carro conducido por un cochero y tirado por dos caballos, uno blanco y uno negro, y elige un cuerpo para encarnar a partir del nivel de contemplación de las realidades ultramundanas. (Hay nueve grados de reencarnación).

En el Fedro, Platón describe nueve grados de reencarnación, por lo que las almas podían ser reencarnadas en diversos tipos de cuerpos, desde humanos hasta animales.

El castigo que Platón asocia con el descenso del alma a la Tierra para su encierro en un cuerpo material, una experiencia que se considera una expiación por un pecado previo.

Platón describe tres partes del alma: la racional, la irascible y la concupiscible, cada una con funciones distintas.

La parte racional del alma reside en el cerebro, es divina e inmortal, permitiendo al hombre conectar con el mundo ideal.

La parte irascible del alma reside en el tórax; se asocia con pasiones nobles y generosas. Esta parte del alma es mortal.

En el Timeo, Platón suaviza su visión pesimista del cuerpo y su unión con el alma. Aunque sigue manteniendo el cuerpo como un encierro, también considera que es un vehículo.

La parte concupiscible del alma se ubica en el abdomen, y se asocia con apetitos primarios. Es mortal, pereciendo junto al cuerpo.

Según Platón, existe un número fijo de almas, creado en igualdad con los astros errantes y destinado a regresar al mundo celeste.

La inmortalidad del alma es una creencia fundamental para Platón, y explica la existencia de una vida posterior a la muerte.

Platón utiliza el argumento de la sucesión cíclica de contrarios para justificar la inmortalidad del alma: las cosas opuestas se suceden cíclicamente, por lo que tras la muerte hay un retorno a la vida.

Según la teoría de la reminiscencia de Platón, el alma recuerda experiencias vividas antes de su nacimiento, lo que supone que el alma existía antes del cuerpo.

La simplicidad del alma y su afinidad con las Ideas permiten a Platón argumentar por su inmortalidad. Lo simple es inmutable, y el alma es simple, mientras que lo complejo es cambiante.

La participación del alma en la idea de vida le da inmortalidad a la misma, ya que la vida y la muerte son ideas contrarias.

En la República, Platón argumenta que el alma no puede ser destruida por la muerte, porque la muerte afecta solo al cuerpo.

En el Fedro, Platón relaciona la inmortalidad del alma con el movimiento. El alma se mueve por sí misma y de manera eterna, sin principio ni fin.

En el Timeo, Platón modifica su concepto de inmortalidad y establece que las almas son compuestas, no eternas, y no son inmortales por naturaleza. Sin embargo, el Demiurgo les confiere la inmortalidad.