TEMA 2. Sócrates y los Sofistas PDF
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Universidad Popular de Gijón/Xixón
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This document provides an introduction to the historical context of Socrates and the Sophists in ancient Greece, along with details on Athenian democracy, and the different systems of governance in the region. It explores the shift in intellectual focus from the investigation of nature to the human condition.
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TEMA 2. Sócrates y los sofistas 1. Introducción y contexto histórico Tanto los sofistas como Sócrates vivieron en el siglo V a.n.e, entre las guerras Médicas y las guerras del Peloponeso. Este siglo fue una época de gran esplendor en la Grecia clásica, y en él se produjo la ascensión y la caí...
TEMA 2. Sócrates y los sofistas 1. Introducción y contexto histórico Tanto los sofistas como Sócrates vivieron en el siglo V a.n.e, entre las guerras Médicas y las guerras del Peloponeso. Este siglo fue una época de gran esplendor en la Grecia clásica, y en él se produjo la ascensión y la caída de la ciudad de Atenas. Si bien la gran tópica reflexiva del periodo anterior fue la cuestión del arché y la Physis, en esta nueva época asistimos a un cambio de inquietud intelectual conocido como giro antropológico o paso de la Physis al Nomos. El paso de la Physis al Nomos no supone el abandono de la reflexión sobre la naturaleza, pero sí es cierto que la reflexión sobre el ser humano alcanza una importancia que no había tenido hasta entonces (de ahí la expresión "giro antropológico"). La reflexión sobre el ser humano surge en el contexto del Nomos entendiendo por tal término todo aquello que el ser humano ha añadido a la Physis, todo lo que no existiría de no existir el hombre: costumbres, política, lenguaje, leyes, valores, juicios, técnicas, normas, etc. Por tanto, la reflexión sobre el hombre corre en paralelo a la sociedad y el lugar donde esta se construye es la polis. Con anterioridad al siglo V a.n.e. el territorio griego ya estaba organizado en polis. El concepto de polis difiere del concepto de ciudad o nación en que para los griegos la polis no se identifica con un territorio sino con un conjunto de ciudadanos, por eso, si el territorio físico se perdía en alguna contienda pero el cuerpo cívico había sobrevivido, entonces se consideraba que la polis estaba a salvo y podía rehacer su vida en otro lugar. Los sistemas políticos de las polis fueron variando a lo largo de los siglos. Primero hubo polis monárquicas gobernadas por un basileus que ejercía el poder religioso y judicial. A mediados del siglo VIII a.n.e. estos gobiernos fueron sustituidos por oligarquías en los que el poder político pasó a manos de asambleas formadas por representantes de las familias más ricas. Aunque los terratenientes tuvieron que compartir el poder con la cada vez más poderosa clase comercial, la insatisfacción de las clases media y populares llevó al poder a los tiranos. Estos fueron personajes bien capacitados y situados socialmente que, apoyándose en el pueblo, consiguieron hacerse con un poder personal. Aunque a día de hoy el término tiranía tiene connotaciones peyorativas esto no sucedía en la Grecia Antigua donde algunos tiranos hicieron cosas beneficiosas para el pueblo y contribuyeron a una progresiva democratización. En Atenas, tras la tiranía de los hijos de Pisístrato, Clístenes estableció, en la segunda mitad del siglo vi, las bases de la democracia griega alcanzadas bajo el gobierno de Pericles. Es durante el gobierno de Pericles (493-429 a.n.e) cuando Atenas y su democracia disfrutaron del momento de máximo esplendor. Bajo la dirección de Pericles, Atenas vivió la época más brillante de su historia; fu él quien completó la eliminación de los privilegios de la antigua aristocracia e instauró una democracia directa, es decir, un régimen en el que la dirección política de la polis era ejercida no por unos delegados, sino por la totalidad de los ciudadanos. Hay que decir, sin embargo, que éstos constituían una minoría, ya que sólo eran «ciudadanos» los hombres libres, de padre y madre atenienses, inscritos en el censo y cumplidores de los deberes de ciudadanía; estaban excluidos, pues, además de los esclavos, los niños, las mujeres y los metecos (nombre con el que se designaba, en la Grecia clásica, a los extranjeros que residían, de modo estable, en una ciudad). Los dos órganos más importantes de la democracia ateniense eran la Asamblea y el Consejo. La Asamblea era la depositaria del poder supremo de gobierno: controlaba los impuestos y las magistraturas, y tenía funciones legislativas y judiciales; todos los ciudadanos podían participar en las reuniones que se celebraban semanalmente, donde las decisiones se tomaban por mayoría. El Consejo estaba formado por quinientos miembros, con mandato por un año, y constituía una delegación de la Asamblea con la misión de ejecutar las decisiones de ésta; una parte de los miembros del Consejo eran escogidos por elección, y la otra parte por sorteo: así, todos podían participar efectivamente en la dirección política, fuesen nobles o burgueses, comerciantes o artesanos, campesinos o marineros. La época del gobierno de Pericles fue un tiempo de paz para Atenas, en el que se emprendieron algunas de las obras más significativas del mundo clásico, como el Partenón y la Acrópolis. Mediante la Liga de Delos y la Liga Ática, se establecieron lazos de amistad, cooperación y defensa mutua entre Atenas y varias polis. Con el tiempo, sin embargo, esta alianza se fue convirtiendo en prepotencia y dominio de Atenas sobre las demás ciudades, y los fondos de las ligas acabaron sirviendo para financiar proyectos e intereses de los atenienses, en lugar de los comunes. Algunas ciudades se rebelaron por eso contra Atenas. Mientras tanto, Esparta, celosa del predominio ateniense y deseosa de extender su dominio sobre el Peloponeso a toda Grecia, aprovechó la ocasión que brindaban estos recelos para enfrentarse a Atenas. A finales del siglo V a.C., en el año 431 a.n.e. se iniciaron las Guerras del Peloponeso, que duraron hasta el 404 a.C., año en que finalmente Atenas fue saqueada, obligada a destruir las murallas que la habían protegido hasta entonces y le fue impuesto por los vencedores espartanos el gobierno de los Treinta Tiranos. Los veintisiete años de guerra comportaron no sólo el desgaste económico y social de Atenas, sino también el inicio de su decadencia política. 2. Sócrates y los sofistas En la segunda mitad del siglo V a.n.e. surge en Grecia el debate entre Sócrates y los sofistas. Estos últimos eran “maestros itinerantes” que viajan de un lugar a otro reuniendo conocimientos sobre las diferentes culturas que encuentran a su paso. Entre los sofistas más importantes podemos mencionar a Protágoras, Gorgias, Hipias, Trasímaco... todos ellos llegan a Atenas entre los años 450 y 380 a.e. atraídos por el esplendor económico, político y cultural de esta polis. Sócrates nació aproximadamente en el 469/68 a.e. y era hijo de un artesano y una comadrona, no salió de su ciudad salvo cuando formó parte del ejército participando en la guerra del Peloponeso- (donde se cuenta que salvó la vida de Alcibíades). Sócrates recibió una educación tradicional completada con las lecciones de los muchos científicos y pensadores que confluyen en Atenas por aquel entonces. Aquí encontramos la primera diferencia entre Sócrates y los sofistas: Sócrates era un ciudadano ateniense arraigado a su ciudad, mientras que los sofistas, maestros itinerantes, procedían de otras ciudades griegas. Esta diferencia vital implica también una diferente concepción del hombre: mientras que para Sócrates el hombre no nace libre sino ligado a una historia, una ciudad y tradiciones; los sofistas defienden la independencia del hombre como ser que puede trasplantarse a cualquier lugar y afirman la abstracción del individuo. En cuanto al término “sofista” este tenía un carácter pretencioso pues era sinónimo de sabio, renunciando así a la modestia de los filósofos que se consideraban a sí mismos meros “amigos de la sabiduría”. Valoraban hasta tal punto sus conocimientos, que son los primeros que cobran un sueldo por transmitirlos, es decir, fueron los primeros profesionales de la educación. Su programa educativo comprende materias de lo más variadas: geometría, astronomía, música, mnemotecnia, gramática, interpretación e historia. Pero donde realmente destacan los sofistas es en la enseñanza de las artes políticas: sobre todo de la retórica. La retórica es la disciplina que debe dominar todo aquel que quiera llegar a ser un buen político. Es el arte de persuadir por medio del lenguaje. La retórica no se preocupa de si los argumentos expuestos en un discurso son verdaderos o falsos. Lo único que le interesa es que el discurso resulte elocuente y convenza. El objetivo expreso de la educación impartida por los sofistas era alcanzar la elocuencia para influir en la Asamblea y obtener prestigio en el Agora. Frente a la arrogancia de los sofistas Sócrates se denominaba así mismo filósofo (amante de la sabiduría) y reconocía “sólo sé que no sé nada”. Sócrates también coincidía con los sofistas en la importancia de la educación, pero se opondrá a que el fin de ésta sea el alcance de cosas prácticas. En Sócrates la educación no es un medio para conseguir un fin sino un fin en sí misma. Sólo la educación nos conduce a la preocupación moral y al descubrimiento de la verdad. Sócrates se nos muestra como el verdadero filósofo entre los mercaderes del saber, los sofistas. 3. El debate entre physis y nomos Con la sofística se produce el paso de la preocupación por la naturaleza a la preocupación por todo lo humano: ética, política, educación.. Mientras que la filosofía griega había arrancado de la observación de los fenómenos de la naturaleza y del intento de explicarlos, ahora el interés se traslada a la ciudad, lo social y las relaciones humanas. Los sofistas pudieron comprobar a lo largo de sus numerosos viajes que hay tradiciones culturales diferentes y no hay dos pueblos que tengan las mismas costumbres morales ni las mismas leyes. Después de haber pensado y discutido con amplitud en torno a este asunto, las conclusiones a las que van a llegar son las siguientes. Sólo hay dos cosas que se pueden considerar absolutamente buenas y que, como tales, nos ayudan a conseguir la felicidad: cumplir con las leyes de la naturaleza y cumplir con las leyes de los hombres. Las leyes de la naturaleza a las que se alude son concretamente dos. Una es la que defiende que debemos procurarnos todo aquello que nos produce placer en la medida que nos sea posible. La otra prescribe que lo justo es que el fuerte domine al débil. Así pues, lo que se afirma es que cualquier persona, naturalmente, encontrará la felicidad si le gusta comer y come, si le gusta beber y bebe, si le gusta fumar y fuma, si le gusta dormir y duerme... Igualmente, será feliz si ejerce el mando sobre los que son inferiores a él, y se somete a las órdenes de quienes le son superiores. En lo que se refiere a las leyes establecidas por los hombres, los sofistas mantienen que acatarlas siempre será bueno, porque al hacerlo respetamos los acuerdos – eso son las leyes- a los que hemos llegado las personas a través del diálogo para mejorar la vida en comunidad. ¿Y qué ocurre cuando entran en conflicto la ley natural y la ley de los hombres? ¿Qué sucede cuando, por ejemplo, la ley natural me impulsa a toma un baño en una piscina privada, y las leyes de mi comunidad indican que no debemos usar las propiedades de los demás sin su consentimiento? La antítesis entre naturaleza –physis- o ley natural, y ley convencional o de los hombres -nomos-, es el problema que mayor interés suscita entre los sofistas más jóvenes. Su solución consiste en que, cuando estemos en público, lo mejor que podemos hacer es cumplir con las leyes humanas; cuando estemos solos, sin que nadie nos vigile, lo mejor es seguir los mandatos de la naturaleza. Las nomoi poseen un componente convencional evidente y este descubrimiento está vinculado al relativismo moral: lo justo o injusto, lo bueno o malo no es algo universalmente válido, sino que depende de cada pueblo, época e incluso, de cada individuo. Esta actitud relativista lleva a los sofistas al desprecio por las leyes: ya que estas son meras convenciones que varían según el lugar en que nos encontremos, entonces, su cumplimiento no tiene por qué ser obligatorio. La recomendación de Trasímaco y de Antifón será que las leyes deben violarse o infringirse siempre y cuando nuestra acción pase inadvertida. En cuanto a la actitud de Sócrates frente a las leyes, ésta también es bien distinta a la de los sofistas. Sócrates afirma que las leyes, en cuanto convención, pueden ser objeto de crítica, pero en la medida en que son fundamento de la convivencia, deben ser acatadas. La muerte de Sócrates es lo que mejor representa esta postura: por ser un personaje molesto y crítico con los políticos Sócrates será condenado a muerte. No obstante, esto no se plantea como un castigo real sino meramente ejemplar a la espera de la reacción de Sócrates. La cárcel estaba mal vigilada, los amigos de Sócrates podrían haberle ayudado a escapar y todo facilita que Sócrates reniegue del cumplimiento de las leyes. Sin embargo, él decide seguir fiel a sus principios y cumplir la condena hasta el final. 4. Características de la sofística 4.1. Actitud escéptica: se entiende por escepticismo la afirmación de que el conocimiento humano tiene límites y que, por tanto, no podemos estar seguros de nada o casi nada. Por tanto, la única postura racional sería la duda. 4.2. Relativismo: tanto moral como epistemológico. El relativismo moral afirma que no hay normas morales necesarias e inmutables, sino que son puramente convencionales. El relativismo epistemológico afirma que lo verdadero y lo falso son relativos, que dependen de una serie de factores políticos, económicos, personales, etc. Este último está vinculado con su actitud escéptica- 4.3. Humanismo o antropologismo. Se refiere al interés de los sofistas por el problema del ser humano y no por las cuestiones cosmológicas características de los presocráticos. 4.4. Primeros pedagogos (los grandes educadores de Grecia). Eso sí, eran veniales: pedían dinero por enseñar. Esta era la gran acusación y crítica que les dedicaron Sócrates y Platón. 5. Algunos sofistas 5.1. Protágoras Natural de Atenas, Protágoras fue contemporáneo de los pluralistas y, sobre todo, de Demócrito, de quien se dice que fue discípulo. Según Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son”. Esta teoría, conocida como “homo mensura”, es el ejemplo más claro que nos queda del relativismo sofista y apunta a la necesidad de valorar las cosas siempre en su relación con el ser humano. Él defendía, además, que sobre cualquier cosa siempre son posibles dos tesis contrarias entre sí; que sobre cualquier cuestión, una persona lo suficientemente hábil y sabia, podría defender dos tesis opuestas; característica muy valorada por los sofistas. Esta tesis, conocida como “antilógica”, es una consecuencia del relativismo, inaceptable para Sócrates y para Platón. 6. Sócrates y el nacimiento de la filosofía moral La muerte de Sócrates es una muerte ejemplar, que plantea un problema fundamental: el de la relación entre el individuo, la sociedad y las leyes, y también el de la relación del individuo con su existencia y con la justicia. Del Sócrates histórico casi no sabemos nada con certeza. Todo lo que nos ha llegado lo ha hecho a través de la imagen que de él tenían sus críticos, como Antístenes; sus amigos y seguidores, como Platón; y de los testimonios de Jenofonte, más moderados y quizás ajustados a la realidad. Debió de ser un hombre austero y algo estrafalario, tanto en su vestimenta como en su forma de vida, y fue conocido y popular en Atenas. No escribió nada, sino que pasaba las horas conversando con unos y otros sobre temas morales y políticos. A algunos los divertía, a otros les molestaba y, para algunos, especialmente para aquellos jóvenes que le seguían y frecuentaban con cierta asiduidad, les parecía fascinante. En el año 399, Sócrates fue acusado, juzgado y condenado a muerte por la democracia ateniense, Se le acusaba de impiedad y de corromper a los jóvenes. A pesar de haber podido escapar a su destino, Sócrates se negó a huir, ya que para él eran más importantes las leyes de su ciudad que su propia vida. 6.2. Sócrates, la ética y los sofistas Sócrates, al igual que los sofistas, abandona los planteamientos físicos para preocuparse exclusivamente por el ser humano. Todas las teorías de los presocráticos son diferentes y Sócrates va a pensar que esto responde al hecho de que el tema no está al alcance de nuestra inteligencia. Además, preocupándose por los temas físicos, olvidamos lo más importante: conocernos a nosotros mismos. Ahora bien, Sócrates se va a oponer radicalmente a los planteamientos de los sofistas, Los sofistas defendían una doctrina convencionalista y relativista en lo moral, señalando cómo entre los seres humanos no hay acuerdo en relación con lo que es justo e injusto, bueno y malo, loable y reprobable. Sócrates, en cambio, pensaba que si cada uno estima como justo algo distinto, no hay posibilidad de comunicación y entendimiento ¿Cómo podría entonces una asamblea decidir si una ley es justa? Por eso, a su juicio, lo que hacía falta era definir con rigor los conceptos morales. 6.3. El método socrático ¿Qué camino seguía Sócrates para alcanzar ese concepto universal de virtud, de justicia, etc.? La respuesta: lo que desde entonces llamamos el “método socrático” o mayéutico. Sócrates no enseñaba doctrina alguna, simplemente se dedicaba a someter a la gente de Atenas al análisis de su propia ignorancia, considerándose seguidor del lema que aparecía en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos: conócete a ti mismo. Lo que más sobresale de su método es el uso que hacía del diálogo. A su juicio, los discursos largos y elaborados de los sofistas eran engañosos, útiles, quizás, para convencer, pero no para ayudar a descubrir la verdad. Para descubrir la verdad es necesario un diálogo con intervenciones breves, analizando minuciosamente cada afirmación y razonamiento, porque lo que importe no es convencer, sino descubrir la verdad. Aristóteles atribuye al método socrático dos cosas: el argumento inductivo y la definición general. El argumento inductivo consiste en recoger diferentes ejemplos que nos permitan concretar aquello que se está investigando: el valor, la virtud, la justicia, la belleza, etc. A partir del análisis de estos ejemplos habría que buscar una cualidad común a todos ellos, por la cual sean merecedores de tal nombre. Esto será el concepto que nos dé la definición general. Para lograr esto, Sócrates se valía de dos grandes recursos: - La ironía: consiste en adoptar una especie de juego que facilite el diálogo con el oyente. Sócrates va haciendo preguntas a su interlocutor que le llevan a este último a darse cuenta de que aquello que creía saber, en realidad, no lo sabe. Sócrates parte pidiendo una definición, por ejemplo, de la justicia. A medida que somete a su interlocutor a sus preguntas, éste irá matizando su definición original, rechazándola punto por punto hasta que esta se desmorona completamente. Haciendo esto una y otra vez, pensaba Sócrates, el interlocutor se dará cuenta de que, en realidad, nunca supo nada. - La mayéutica: cuando ya ha caído lo que se creía saber, entonces Sócrates utiliza un segundo recurso. La mayéutica significa literalmente “dar a luz”, como en un parto. Sócrates no buscaba enseñar, sino ayudar a sus interlocutores a “parir” sus ideas, unas que ya tendrían dentro, pero de las cuales no se habrían percatado aún. De nuevo, pregunta a pregunta, Sócrates conseguiría asistir al parto de esos conceptos verdaderos y universales presentes en todos nosotros. 6.4. Ética: la virtud y la justicia Las líneas fundamentales de la doctrina socrática sobre la justicia aparecen en los diálogos platónicos; principalmente en el Gorgias y el Critón. En este último, se narra la conversación que Sócrates, pendiente de su condena de muerte, mantiene con su amigo Critón. Este último le propone escapar, pero Sócrates le invita a discutir y examinar si esa salida sería justa o injusta. A su juicio, nunca se debe cometer injusticia y, por si esto fuera poco, Sócrates afirmará que siempre es peor cometer una injusticia que padecerla. Para Sócrates, además, los valores tienen que estar regidos siempre por el conocimiento. En él se da una identificación total entre virtud y razón o conocimiento. Para Sócrates solo podía ser virtud aquello con base racional y no simplemente las convenciones sociales, como creían los sofistas. Nadie, según él, hace el mal voluntariamente, por lo que Sócrates igualará el vicio con la ignorancia. Cuando alguien obra mal, lo que está haciendo es considerar como un bien lo que en realidad es un mal. A esta doctrina se la conoce como intelectualismo moral: no hay personas malvadas, sino solamente ignorantes.