Tema 4: El Funcionalismo - Historia de la Psicología PDF
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2013
Thomas Hardy Leahey
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Este documento resume el tema 4 del libro 'Historia de la Psicología', de Thomas Hardy Leahey. Se centra en el desarrollo del funcionalismo en Estados Unidos, considerando factores como la religión evangélica, la filosofía de la Ilustración y la importancia de la adaptación. El texto describe a las figuras clave en el proceso y sus contribuciones teóricas.
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(Excepto en lo que concierne a los estudios que se presentan en las referencias, estos apuntes están tomados del libro Historia de la Psicología, de Thomas Hardy Leahey, 7ª edición, 2013, Madrid: Editorial Pearson). TEMA 4. EL FUNCIONALISMO 4.1. LAS IDEAS PSICOLÓGICA...
(Excepto en lo que concierne a los estudios que se presentan en las referencias, estos apuntes están tomados del libro Historia de la Psicología, de Thomas Hardy Leahey, 7ª edición, 2013, Madrid: Editorial Pearson). TEMA 4. EL FUNCIONALISMO 4.1. LAS IDEAS PSICOLÓGICAS EN EL NUEVO MUNDO La psicología de la adaptación surgió en Inglaterra, al igual que la moderna teoría de la evolución, pero el terreno más fértil para su desarrollo lo encontró en EEUU, donde se convirtió en la psicología predominante. La esencia de la psicología de la adaptación era la propuesta de que la mente es importante para la evolución porque conduce a la realización de acciones eficaces y, por tanto, resulta adaptativa. EEUU era un país nuevo, en el que no existía una jerarquía feudal, ni un clero establecido, ni universidades antiguas. No obstante, los colonos europeos habían dado lugar a dos tradiciones importantes, la religión evangélica y la filosofía de la Ilustración. En Europa, una parte importante de la reacción al espíritu newtoniano de la Ilustración fue el Romanticismo. Pero este solo influyó brevemente en EEUU a través del Movimiento Trascendentalista de, por ejemplo, Henry David Thoreau1, quien censuró los abusos de la industria sobre la naturaleza. La reacción contra la Edad de la Razón en EEUU fue religiosa (el sentimiento religioso se reavivó durante el periodo colonial y poco después de la Revolución Francesa), a través de la religión evangélica, que rechazaba el escepticismo antirreligioso de la Ilustración. No es casual que muchos de los primeros psicólogos estadounidenses hubieran tenido inicialmente la intención de ser pastores de la Iglesia Evangélica. La especialidad de los predicadores evangélicos es la conversión. El objetivo de muchos psicólogos estadounidenses, tanto del periodo funcionalista como del conductista, era modificar la conducta. Las ideas más radicales del naturalismo francés resultaban ofensivas para el temperamento religioso estadounidense y solo determinados elementos moderados del pensamiento ilustrado llegaron a cobrar importancia en EEUU. Entre ellos destacaron las ideas de la Ilustración escocesa. La filosofía del sentido común de Thomas Reid (1710- 1796) era perfectamente compatible con la religión. En los centros universitarios estadounidenses, la mayoría de ellos confesionales, la filosofía escocesa se convirtió en el programa habitual de estudios, desde la ética a la psicología. La filosofía escocesa se convirtió en la ortodoxia estadounidense. En el modelo creado por Descartes y Locke, la mente no conoce los objetos mismos, sino que solo entra en contacto con sus copias (las ideas) proyectadas en la conciencia, A diferencia de este modelo, Thomas Reid fundó la filosofía del sentido común volviendo a la antigua concepción aristotélica de que la percepción simplemente registra el mundo tal como es. Reid sostenía que son tres y no cuatro los elementos de la percepción: el perceptor, el acto de la percepción y el objeto real. No hay una fase de representación independiente, sino que nuestros actos perceptivos entran en contacto 1 Autor de obras como Civil Disobedience (1849, en Leahey, 2013), que habría de influir en políticos como Mahatma Ghandi (1869-1948) o Martin Luther King (1929-1968); o Walden (1854, en Leahey, 2013), una defensa de la vida sencilla en entornos naturales. directo con los objetos, no solo con las ideas que los representan. Conocemos el mundo de una forma directa y no mediada. Este planteamiento es conocido por los filósofos como realismo directo, a diferencia del realismo representacional de René Descartes (1596- 1650), John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776), y del idealismo del obispo Berkeley (1685-1753) e Immanuel Kant (1724-1804). En este panorama intelectual, a la influencia del cristianismo evangélico y de una Ilustración moderada, hay que añadir, en interacción con los otros dos factores, el interés por los negocios como tercer elemento distintivo. De esta amalgama ideológica surgen ideas como el valor supremo que se atribuyó al conocimiento útil. Una consecuencia negativa de esta actitud fue el anti-intelectualismo, el desprecio de la ciencia abstracta. Lo que realmente importaba eran los logros prácticos, que servirían tanto para enriquecer al hombre de negocios como para revelar los principios divinos o hacer avanzar el sueño estadounidense. La filosofía del sentido común hacía ver a las personas corrientes que sus ideas, al margen de su educación formal, eran correctas, lo cual tendía a aumentar el anti- intelectualismo estadounidense2. Los estadounidenses tendían también al ambientalismo radical y así, preferían creer que la causa determinante de las características y los logros humanos residía en sus circunstancias, no en sus genes. Esta creencia reflejaba el empirismo de la Ilustración y la flexibilidad de opinión del hombre de negocios. En el Nuevo Mundo, el progreso estaba a la orden del día. El auto-perfeccionamiento data de los primeros días de la república estadounidense. Un analista de los primeros tiempos de los EEUU, Alexis de Tocqueville (1805-1859), reconoció estas tendencias cuando los visitó entre 1831 y 1832. En su obra Democracy in America (1859/1969, en Leahey, 2013) señalaba los efectos benéficos que la democracia, la Ilustración y la libertad proporcionaban a los descubrimientos científicos aplicados de forma inmediata en la industria productiva. Pero también observó con preocupación el descuido o desinterés por la teorización. 4.2. LA FILOSOFÍA AUTÓCTONA DE EEUU: EL PRAGMATISMO Una clara excepción a esta tendencia se produjo en 1871 y 1872, cuando un grupo de jóvenes de Massachussets constituyeron el Club Metafísico de Cambridge, donde se reunían para hablar de filosofía3. El grupo lo formaban William James (1842-1910), los hijos de dos profesores de la Universidad de Harvard, Oliver Wendell Holmes Jr. (1841- 1935, quien luego sería juez del Tribunal Supremo) y Charles Sanders Peirce (1839- 1914), y un algo mayor que los anteriores Chauncey Wright (1830-1875), que moriría prematuramente pocos años después4. El fruto inmediato del Club Metafísico fue la única filosofía nacida en EEUU, el pragmatismo, un híbrido de las ideas de Alexander Bain (1818-1903), Charles Darwin e Immanuel Kant. El club se enfrentó a la por entonces dominante filosofía escocesa, dualista y muy vinculada a la religión y al creacionismo, y propuso una nueva teoría naturalista de la mente. 2 La metáfora de Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994). 3 Uno de los debates de moda de la época se centraba en las teorías de la evolución de distintos autores, como Darwin, Wallace, Spencer o Agassiz (Morgade y Alonso, 2008). 4 En septiembre de 1875, Wright sufriría una apoplejía y moriría a los 45 años. Esta muerte prematura explica en buena medida porqué, pese a su relevancia en el desarrollo de la psicología norteamericana, haya sido un desconocido para la mayor parte de los historiadores de psicología (Green, 2009). De Alexander Bain5, un filósofo empirista y utilitarista escocés, que unió la filosofía asociacionista y la fisiología sensoriomotora para lograr una psicología humana unificada, los miembros del Club Metafísico tomaron la propuesta de que las creencias eran disposiciones para la acción. De Darwin aprendieron a considerar la mente como parte de la naturaleza, no como un don divino, y adoptaron la teoría de la supervivencia de los más aptos como modelo para entenderla. Esta fue la contribución específica de Wright, quien leyó On the Origin of Species de Darwin casi tan pronto como fue publicada y se convertiría en el mayor difusor en EEUU de sus tesis. En una extensión de los principios de la selección natural al terreno intelectual, Wright afirmaba que los contenidos estables de nuestro intelecto son producidos por un tipo de competición darwinista entre nuestros pensamientos inmediatos: “Nuestros conocimientos y creencias racionales resultan, verdadera y literalmente, de la supervivencia de las más apropiadas de entre nuestras creencias originales y espontáneas” (Wright, 1870, en Green, 2009). Tras escribir un tercer artículo defendiendo las tesis darwinistas, Wright viajo a Inglaterra en 1872, donde conoció a Darwin a quien causó una favorable impresión, hasta el punto de que pidió a Wright que escribiera un artículo sobre la evolución de la autoconciencia, lo que este publicaría en 1873 (Green, 2009). Wright combinó la definición de Bain con la teoría de la selección natural de Darwin y propuso que las creencias evolucionan de la misma forma que las especies, compitiendo por sobrevivir (en este caso, por ser aceptadas). Esta es la clave del enfoque individual de la psicología de la adaptación, y si se sustituye “creencias” por “conductas”, se estarían anticipando las nociones centrales del conductismo radical de Skinner. Wright también propuso que la conciencia de uno mismo era producto de una evolución a partir de los hábitos (relaciones entre estímulos y respuestas) sensoriomotores. La autoconciencia surgiría cuando las personas, a diferencia de los animales, se diesen cuenta de la conexión entre el estímulo y la respuesta. Los planteamientos de Wright contribuyeron a establecer la concepción de la mente como parte de la naturaleza y señalaron la importancia de la conducta para la psicología estadounidense, donde las creencias solo interesan en la medida en que son causa del comportamiento. Kant intentó sentar las bases filosóficas del conocimiento humano, pero reconocía que las personas debían actuar basándose en unas creencias que no son totalmente seguras, como si realmente lo fuesen. Kant denominaba a estas creencias contingentes “creencias pragmáticas”, la base del uso de determinados medios para alcanzar ciertos fines. La conclusión de las meditaciones escépticas del Club Metafísico fue que no se podía tener la certeza de ninguna creencia. Los seres humanos solo pueden aspirar a tener creencias que los conduzcan a actuar con éxito en el mundo, ya que la selección natural fortalece unas creencias y debilita otras en su lucha por la aceptación. Darwin había demostrado que las especies evolucionan y el Club Metafísico llegó a la conclusión de que la verdad, a diferencia de lo que creía Kant, también evoluciona. De modo que lo único que quedaba para la epistemología era la creencia pragmática de Kant, que Peirce, reflejando las conclusiones del club, redefinió como la “máxima pragmática”: “Considerar qué efectos, que tengan presumiblemente repercusiones prácticas, tiene, a nuestro entender, el objeto que concebimos. Así, nuestra concepción de esos efectos constituye la totalidad de nuestra concepción del objeto”. Peirce delineó el pragmatismo como un método para clarificar el significado lógico de las ideas, al definirlas según sus efectos o consecuencias prácticas (Schwartz, 2012, en Gondra, 2020). 5 Fundador en 1876 de Mind, la primera revista psicológica publicada hasta ese momento (Hothershall, 1997). En 1878, Peirce publicó estas conclusiones en un informe, How to make our ideas clear, en el que señalaba que la función del pensamiento era producir hábitos de acción y que lo que denominamos creencias son normas de acción. La verdad de una creencia, para Peirce, reside exclusivamente en su posible incidencia sobre la dirección de nuestra vida. La máxima pragmática de Peirce era revolucionaria porque renunciaba al viejo objetivo platónico de establecer una filosofía fundacional. Al igual que Heráclito y los escépticos post-socráticos, admitía que nada puede ser absolutamente seguro, y tomaba de Darwin la idea de que las mejores creencias son las que nos ayudan a adaptarnos a un entorno cambiante. La máxima pragmática es también coherente con la práctica científica. Peirce había ejercido como físico y aprendido que los conceptos científicos son inútiles, sin significado, si no pueden traducirse a un fenómeno observable. La máxima pragmática anticipaba así el concepto positivista de definición operacional. Cuando más tarde James permitiría que las consideraciones emocionales y éticas se tuviesen en cuenta a la hora de decidir si una creencia funciona, Peirce no lo secundaría. La máxima pragmática anticipó el giro conductista de la psicología estadounidense, al mantener que las creencias, si tienen significado, se manifiestan siempre en la conducta, por lo que la reflexión de la conciencia por la conciencia es inútil. Peirce, aunque no era un psicólogo, contribuyó al desarrollo de la psicología en EEUU. Por ejemplo, en 1887 publicó el primer trabajo universitario de psicología experimental realizado en ese país (un estudio sobre el color). Pero a pesar de sus logros, su influencia no fue significativa. La gran influencia del pragmatismo en filosofía y psicología se debió a su colega William James6. 4.3. WILLIAM JAMES El considerado como fundador de la psicología experimental en EEUU comenzó a impartir clases de esta disciplina en 1875 y estableció el primer laboratorio en la Universidad de Harvard (Gondra, 2020). James comenzó a elaborar su propia versión del pragmatismo como psicología, y no como filosofía, en las décadas de 1870 y 1880. La publicación de su obra Principles of Psychology en 1890, en la que empleó doce años de trabajo (Gondra, 2020), supuso un hito en la historia de la psicología estadounidense. James compaginaba los intereses habituales en un fundador de la psicología, es decir, la fisiología y la filosofía, pero su método principal de investigación era la introspección, junto a estudios comparados de humanos y animales. En el plano teórico, James rechazaba el atomismo sensista, ya que, anticipándose a la Gestalt, consideraba que tomaba las partes discernibles de los objetos como objetos permanentes de la experiencia, desmenuzando así de manera engañosa el flujo de la conciencia: una corriente de pensamiento o de vida subjetiva. A semejanza de Darwin, James descubrió que el contenido de la conciencia es menos importante que su función, que es elegir los fines del organismo y ponerse al servicio de ellos, el primero de los cuales es la supervivencia mediante la adaptación al entorno. La mente no es para James una tabula rasa, sino que “lucha por alcanzar unos fines” y se implica activamente en el mundo práctico de la 6 Parece que la amistad entre ambos pensadores fue larga y sólida. James, que admiraba intelectualmente a Peirce (aunque, a menudo, reconocía no entenderlo), proporcionó con frecuencia fuentes de ingresos a este, menos afortunado y, en general, despreciado por el mundo académico de su tiempo (Morgade, 2010). Peirce, admirador y crítico de las ideas de James, reconoció el valor de esta amistad. Por ejemplo, después de la dedicatoria que James hizo a su libro de 1897 Will to Believe and Other Essays in Popular Philosophy, Peirce añadió Santiago a su propia firma como segundo nombre, el término en español correspondiente a St. James (Morgade, 2010). experiencia. El desplazamiento hacia una psicología funcional en EEUU comienza con William James (Clark, 2023). Para James, la naturaleza de la conciencia es adaptativa en dos sentidos. El primero radica en que la conciencia dota de intereses a su poseedor. Las máquinas actúan meramente en virtud de hábitos preestablecidos. Si el entorno no es apropiado para esos hábitos, la máquina no se adapta al entorno y muere, porque no le importa vivir o morir. Pero el cambio es la esencia de la evolución, y la conciencia ha surgido porque sin ella no podríamos adaptarnos al entorno. El segundo aspecto adaptativo de la conciencia es la elección y depende del deseo de supervivencia. La conciencia surge cuando los instintos y los hábitos no pueden hacer frente a nuevos retos. Según James, la conciencia es un factor indispensable para la supervivencia, porque sin ella seríamos mecanismos de relojería, ciegos al entorno y despreocupados por nuestro destino. Gran parte de los Principles tiene su origen en la adaptación que hizo James del argumento de Darwin de la selección natural, y en la propuesta de Wright de la evolución de la conciencia en un diseño naturalista para la evolución del libre albedrío (Green, 2009). No obstante, James defendía la vía de la fisiología y afirmaba que la psicología debía ser “cerebralista”, ya que el cerebro era la condición corporal inmediata del funcionamiento mental. Esto parecía llevar a James a una contradicción. Había afirmado que la conciencia desempeña un papel positivo en la vida animal y humana, y había rechazado de forma explícita el mecanicismo o lo que el denominaba “la teoría del autómata”, porque consideraba que el naturalismo evolucionista exigía la existencia de la conciencia ya que desempeñaba una función adaptativa vital. La conciencia transforma la supervivencia, que pasa de ser una “mera hipótesis” a ser un “decreto fundamental”. El conflicto entre la concepción cerebralista de la conciencia que propone James y su creencia en la eficacia conductual de la conciencia se refleja en la teoría de las emociones de James-Lange, propuesta de forma independiente por James en 1884 y por el fisiólogo holandés Carl Lange (1834-1900) en 1885. Al comparar su teoría con la psicología popular, James admitía que, a primera vista, la suya era menos plausible, ya que la manera natural de pensar sobre las emociones consiste en considerar que la percepción de determinado suceso provoca el estado mental denominado emoción, y que este estado mental origina la expresión corporal. James, por el contrario, sostenía que los cambios corporales siguen directamente a la percepción del hecho que los provoca, y que la emoción era el sentimiento de esos cambios en el momento en que ocurrían. De acuerdo con el sentido común, si nos encontramos con un oso, nos asustamos y salimos corriendo. De acuerdo con la hipótesis de James, este orden secuencial es incorrecto, ya que un estado mental no induce inmediatamente al otro, y las manifestaciones corporales deben interponerse antes entre ellos. De este modo, estaríamos asustados porque temblamos o tristes porque lloramos, y no al revés. Sin los estados corporales que suceden a la percepción, decía James, esta tendría una forma puramente cognitiva, pálida y carente de color y calidez emocional. Al formular su teoría de las emociones, James se enfrentó a algunos problemas que siguen sin resolverse en la actualidad, el primero de los cuales es el más básico, ¿qué es una emoción? La respuesta de James estaba dictada por la teoría refleja del cerebro (según la cual, este sería un mero conector de estímulos y respuestas), pero dándole un giro dinámico a esa concepción pasiva al sostener que todo estímulo percibido actúa sobre el sistema nervioso para provocar automáticamente una respuesta corporal adaptativa, aprendida o innata. Debido a que concebía el cerebro como un simple dispositivo conector, James no localizaba las emociones en el cerebro, sino en las vísceras y en los músculos que se ponen en funcionamiento. Las emociones serían estados corporales. Sin embargo, si las emociones consisten en el registro de los estímulos que las producen y en las respuestas corporales desencadenadas por ellos, cabría preguntarse si son en realidad causa de conductas. Si sentimos miedo cuando corremos, entonces el miedo no será la causa de que corramos, sino un estado consciente que acompaña esa acción. La teoría de las emociones de James-Lange parece bastante coherente con la teoría del cerebro como autómata que James rechazaba. La conciencia, incluida la emoción, no tiene relación con la causa de la conducta. Como ciencia de las causas de la conducta, la psicología podría no prestar ninguna atención a la conciencia. James se encontró atrapado en el mismo dilema que otros pensadores reacios a creer en el mecanicismo: por una parte, el libre albedrío, que brota del corazón, y por otra, la declaración científica de determinismo que hace el intelecto. Eso lo llevó a abandonar la psicología. En todo caso, la influencia de los Principles iba a alejar a los psicólogos estadounidenses de la conciencia y a acercarlos a la conducta, distantes pues de la definición de la psicología como ciencia de la vida mental, que había propuesto el propio James. A mediados de la década de 1890, comenzaron a perfilarse los signos distintivos de una nueva psicología de carácter genuinamente estadounidense. Los contenidos mentales estaban perdiendo relevancia frente a las funciones mentales. Esta nueva psicología funcional era el fruto natural del darwinismo y de la nueva experiencia estadounidense. La mente, la conciencia, no existiría si no servía a las necesidades adaptativas de quien la posee, como había mantenido James en sus Principles of Psychology. En un mundo en constante cambio, las viejas verdades (contenidos mentales, doctrinas establecidas, etc.) se iban quedando paulatinamente desfasadas. El universo de Heráclito7 por fin se había hecho realidad y ya nadie creía en las ideas eternas de Platón. En este universo, lo único constante y eterno era el cambio y, por tanto, la única realidad de la experiencia que constituía el objeto de estudio de la psicología era la adaptación al cambio. 4.4. DEL MENTALISMO AL COMPORTAMENTALISMO La transición del mentalismo, que define a la psicología como el estudio científico de la conciencia, al comportamentalismo, que define la psicología como el estudio científico de la conducta, fue consecuencia inevitable de múltiples factores históricos. Hacia 1892, James deseaba abandonar la psicología y dedicarse a la filosofía. Para sustituirle como psicólogo experimental en Harvard, pensó en Hugo Münsterberg (1863- 1916), un antiguo alumno de Wundt (había obtenido su doctorado con él en 1885) que difería de este en ciertos aspectos que lo aproximaban a James. Al igual que este, Münsterberg abordaba el problema de la voluntad en términos de retroalimentación a partir de respuestas motoras automáticas frente a estímulos. Sin embargo, con su “teoría de la acción”, fue más lejos que James al desarrollar una minuciosa teoría motora de la conciencia que la redujo, desde el concepto de fuerza activa dirigida a la consecución de unos fines, a mera espectadora de las acciones de su poseedor. Como Münsterberg escribió, para la conservación de un individuo es irrelevante que un movimiento 7 Heráclito de Éfeso, filósofo griego pre-socrático, célebre por su creencia en que la esencia fundamental del universo es el cambio incesante (πάντα ρεϊ, “todo fluye”). propositivo vaya acompañado o no de contenidos de conciencia. La teoría de la acción explica que nuestra sensación de voluntad surge al darnos cuenta de nuestra conducta y de nuestras tendencias incipientes a comportarnos de una determinada manera. Los contenidos de la conciencia vienen determinados por estímulos que inciden en nosotros, por nuestra conducta manifiesta y por los cambios periféricos de músculos y glándulas producidos por los procesos fisiológicos que vinculan el estímulo con la respuesta. La conciencia es un epifenómeno que no desempeña ninguna función causal en la conducta. Observa el mundo y las acciones producidas por el cuerpo creyendo erróneamente que las conecta, pero es el cerebro quien lo hace. De acuerdo con esta concepción, la psicología debe ser fisiológica en un sentido reduccionista y explicar la conciencia mediante los procesos fisiológicos subyacentes, especialmente los periféricos. La psicología aplicada y práctica, campo en el que Münsterberg fue muy activo, sería radicalmente conductual y explicaría la actividad humana como resultado de las circunstancias humanas. La cuestión sobre cuál es la verdadera función (si alguna tiene) de la conciencia constituyó el tema filosófico y psicológico más importante de esas dos décadas. La teoría motora de la conciencia contribuyó al auge del comportamentalismo, de modo que, para los psicólogos estadounidenses, que estaban creando una profesión social y comercialmente útil, el estudio de la conciencia parecía cada vez menos relevante. La influencia de los Principles of Psychology de James hizo que John Dewey (1859-1952) comenzase a elaborar su propia concepción pragmática de la conciencia: el instrumentalismo. A mediados de la década de 1890 redactó una serie de escritos de gran importancia, que, sobre la base de la obra de James, proporcionaron las nociones centrales de la psicología autóctona de los EEUU, el funcionalismo. Entre estos escritos, el de mayor importancia fue The Reflex Arc Concept in Psychology (1896, en Leahey, 2013), en el que Dewey criticaba el concepto asociacionista tradicional del arco reflejo (E→ Idea → R), porque consideraba que dividía artificialmente la conducta en partes inconexas. No negaba la existencia de estímulos, sensaciones (ideas) y respuestas, pero creía que eran divisiones de trabajo dentro de una coordinación general de la acción en el proceso de adaptación del organismo a su entorno. Mientras que Edward Titchener, antiguo alumno de Wundt y máximo representante del estructuralismo en EEUU, sostenía la doctrina de descomponer los objetos percibidos en sus presumibles sensaciones, imágenes y sentimientos, Dewey observaba prioritariamente sus funciones, concebidas como adaptaciones al entorno del organismo (Green, 2009). Al desarrollar su propia teoría motora de la conciencia, Dewey consideró la sensación no como el registro pasivo de una impresión, sino como una conducta que interactúa de forma dinámica con otras conductas que tienen lugar al mismo tiempo. La teoría motora de Dewey seguía a Hume, al prescindir del yo, y a Münsterberg, al prescindir de la voluntad. Es la conducta en curso, afirmaba, la que otorga a la sensación su significado e incluso la que determina que un estímulo llegue siquiera a convertirse en sensación. Dewey observó que a menudo la conducta se produce espontáneamente, sin que produzca sensaciones ni ideas pertinentes en ningún sentido. Únicamente cuando la conducta tiene que coordinarse con la realidad de alguna forma novedosa, es decir, cuando tiene que adaptarse, aparecen la sensación y la emoción. Las propuestas de Dewey se convirtieron en los temas comunes del funcionalismo. En términos más generales, comenzó a desarrollar en estos escritos la concepción progresista de que el yo no existía en la naturaleza, sino que era una construcción social. 4.5. EL FUNCIONALISMO La psicología funcionalista norteamericana es en parte una respuesta al estancamiento del programa experimental de Wundt, basado en la fisiología alemana, tratando en su lugar de modelar la psicología sobre la base de la teoría evolucionista8 (Green, 2009). El funcionalismo es también un intento de hacer más atractiva la psicología, dentro del contexto pragmático de los EEUU, facilitando su aplicación en dominios ajenos al laboratorio, como la psicología evolutiva e infantil, la psicología clínica, la medición psicológica y la psicología industrial (Green, 2009). El desarrollo de la teoría motora de la conciencia continuó el proceso de depreciación de los contenidos mentales y, en consecuencia, del método empleado para acceder a ellos, la introspección. James, Münsterberg y Dewey, al desviar su atención desde los contenidos a los procesos adaptativos, estaban allanando el camino a la nueva psicología funcional. Al mismo tiempo, los psicólogos experimentales estadounidenses desviaron el objetivo de sus investigaciones desde los estudios introspectivos del contenido de la conciencia a las determinaciones objetivas de la correlación entre estímulos y respuestas. En 1904, el método “objetivo” por el que se correlacionaban las respuestas con los estímulos, era ya tan importante como el análisis introspectivo de la conciencia. La psicología tradicional de la conciencia, el mentalismo, había investigado fundamentalmente la percepción y sus funciones correspondientes, puesto que estas eran las que generaban contenidos mentales susceptibles de introspección. Sin embargo, en la psicología post-darwiniana de James y sus seguidores, la conciencia era importante por lo que hacía, es decir, por adaptar el organismo al medio. La adaptación gradual a lo largo del tiempo es el aprendizaje, que consiste en descubrir lo que ocurre en el entorno y comportarse en consecuencia. Uno de los psicólogos funcionalistas fue Joseph Jastrow (1863-1944), en su día colaborador de Peirce, que afirmaba que la psicología funcional era más universal que la psicología estructural, pues aceptaba temas de estudio anteriormente excluidos, como la psicología comparada, la psicología clínica o los tests mentales. Jastrow predecía que la psicología funcional se demostraría más valiosa para los asuntos prácticos que la psicología estructural. El principal psicólogo funcionalista fue James Rowland Angell (1869-1949), quien había estudiado con Dewey en la universidad, y consideraba que la psicología estructural no tenía valor social ni relevancia biológica alguna. El estructuralismo estudiaba la conciencia separada de las “condiciones vitales” y, por tanto, no podía ofrecer ninguna información útil acerca de cómo funciona la mente en el mundo real. El funcionalismo estudia los procesos mentales tal como se dan en la vida real de un organismo. Los contenidos mentales son evanescentes y fugaces, lo que perdura en el tiempo son las funciones mentales. La clave para los funcionalistas era concebir la conciencia como un órgano que sirve a los intereses adaptativos de quien lo posee. De este modo, hacia 1907 la psicología funcional había desbancado ampliamente a la psicología estructural como tendencia dominante en EEUU. En total, la psicología 8 Inicialmente ambivalente acerca de la teoría de Darwin, parece que, en todo caso, Wundt rechazaba la selección natural y creía que la fisiología alemana, no el evolucionismo inglés, seguía siendo la base científica apropiada para la psicología experimental (Green, 2009). funcionalista dominaría la psicología norteamericana desde la década de 1890 hasta el final de la I G.M. (Green, 2009). Aunque fue en EEUU donde la psicología funcional adquirió mayor peso, hubo también en Europa propuestas psicológicas que se podrían identificar con el funcionalismo. La psicología de Franz Brentano (1838-1917) se asimiló frecuentemente a la perspectiva funcional por denominarse psicología “del acto”. Del mismo modo, la escuela de Würzburgo se puede considerar “funcional” por su interés e investigaciones sobre los procesos mentales. En Gran Bretaña, la psicología funcional encontró a su William James en James Ward (1843-1925), quien también rechazó el análisis atomista del continuo de la conciencia, defendiendo una concepción funcional de esta, del cerebro y de la totalidad del organismo. La influencia de Ward perduró en la psicología inglesa, de modo que Gran Bretaña conservó una psicología funcionalista que sirvió de guía para la psicología cognitiva posterior, y pervivió también el anti-atomismo de Ward, que fue rescatado por los anti-asociacionistas posteriores. El psicólogo de Cambridge Frederic Bartlett rechazó explícitamente el intento de estudiar la memoria como la adquisición de “bits” discretos de información, tal como se hacía en la mayoría de los experimentos (p.ej., con los trigramas sin sentido de Ebbinghaus). Por el contrario, Bartlett estudiaba la memoria a partir de frases tomadas de la vida cotidiana. Argumentaba que la prosa no es un conjunto de ideas simples, sino la representación de un significado más amplio, que denominó esquema. Mostró que las distintas culturas tienen diferentes esquemas para organizar sus experiencias y que, en consecuencia, el modo en que los miembros de una cultura recuerdan los relatos de otra cultura diferente está siempre sujeto a distorsiones sistemáticas. Bartlett presentaba las actividades de recordar e imaginar en términos que las hacían similares, y afirmaba categóricamente: "Recordar parece definitivamente mucho más una cuestión de construcción que de reproducción." (Bartlett, 1932, p. 204, en Winter, 2005). 4.6. EL DEBATE ACERCA DE LA CONCIENCIA Al cambiar la psicología por la filosofía, William James se volvió hacia los problemas de la metafísica y elaboró un sistema que denominó empirismo radical. Inició la tarea en 1904, con un trabajo de título provocador: Does “consciousness” exist?, donde negaba que la palabra “conciencia” se pudiera referir a una entidad, para recalcar que se refería a una función, la de conocer. James afirmaba que la conciencia no existe como algo distinto e independiente de la experiencia. La “experiencia pura” es aquello de lo que está hecho el mundo, consideraba James. La conciencia es un tipo de relación entre fragmentos de experiencia pura. Lo importante para la psicología fue el debate suscitado por James, porque de él surgieron dos nuevas concepciones de la conciencia que apoyaban el comportamentalismo: la teoría relacional de la conciencia y la teoría funcional de la conciencia. De acuerdo con la teoría cartesiana del conocimiento como copia, la conciencia constituye un mundo mental de representaciones independiente del mundo físico de los objetos. Casi al mismo tiempo que en Alemania los psicólogos de la Gestalt revitalizaban el realismo, la crítica de James a la teoría de la copia (exigía un “dualismo radical” entre el objeto conocido y el sujeto cognoscente) inspiró a un grupo de jóvenes filósofos estadounidenses a proponer una nueva forma de realismo perceptivo. Se denominaban a sí mismos neorrealistas y afirmaban que existe un mundo de objetos físicos que conocemos directamente, sin mediación de representaciones internas. De acuerdo con esta concepción realista, la conciencia no constituye un mundo interno especial del que debe informarse mediante la introspección, sino que es una relación entre el yo y el mundo: la relación de conocer. Esta es la idea fundamental de la teoría relacional de la conciencia, que fue desarrollada por Ralph Barton Perry (1876-1957), biógrafo de James y profesor de E. C. Tolman (ver el capítulo sobre conductismo); Edwin Bissel Holt (1873- 1946), procedente de Harvard, al igual que Perry, y sucesor de Münsterberg en esa universidad como psicólogo experimental; y Edgar Singer (1873-1954), antiguo colaborador de James en Harvard (Clark, 2019). Seguidores, pues, del empirismo radical de James, el empeño de Perry y Holt era definir la conciencia en términos de conductas objetivas (Gondra, 2002). La elaboración de la teoría neorrealista de la mente comenzó con el análisis de Perry (1904, en Leahey, 2013) sobre la supuesta naturaleza privilegiada de la introspección. Desde Descartes, los filósofos habían supuesto que la conciencia era un mundo de representaciones privado e interno, conocido únicamente por sí misma. Gran parte del dualismo radical cartesiano del mundo y la mente se basaba sobre esta propuesta. La introspección era una manera especial de observar un ámbito también especial, una observación muy distinta de la manera convencional de observar los objetos externos. La psicología mentalista tradicional aceptaba el dualismo radical de la mente y los objetos, y adoptaba la introspección como la técnica de observación propia del estudio de la conciencia. Frente a ello, Perry afirmaba que la “mente interna” de la introspección no era diferente a la “mente externa” que se muestra en la conducta cotidiana. La conciencia es un conjunto de sensaciones que proceden del mundo exterior o del propio cuerpo, estados o contenidos análogos a los que experimentan otras personas, y que son objetos públicos de observación en forma de conducta o susceptibles de estudio fisiológico. Perry afirmaba que cualquier observador externo, con la formación adecuada, podía conocer la conciencia de los demás. E. B. Holt sacó la conciencia de la cabeza de la persona y la situó en su entorno gracias a su teoría de la respuesta específica. Holt establecía la siguiente analogía (que el cognitivismo aplicaría más tarde a la atención selectiva): la conciencia es como el haz de luz de una linterna en un cuarto oscuro, que ilumina aquello a lo que enfoca y deja el resto en la oscuridad. En cada momento, reaccionamos solo ante algunos de los objetos del universo, que son precisamente aquellos de los que somos conscientes. De modo que la conciencia no está en absoluto dentro de la persona, sino fuera, donde se encuentran los objetos ante los que responde. De acuerdo con Holt, es posible comprender la mente de una persona estudiando su conducta y las circunstancias en que esta tiene lugar. E. A. Singer afirmaba que el concepto de mente es un ejemplo de la falacia de la reificación. Creemos en una entidad llamada conciencia solo porque tendemos a pensar que todo aquello a lo que podemos dar un nombre existe. De acuerdo con Singer, el dualismo cartesiano y el religioso se parecían a la física pre-científica al sostener que la persona es un cuerpo con conducta habitado por un alma. Pero, concluía, la conciencia no es algo que se infiera de la conducta, sino que es la conducta misma. De modo que la psicología debía abandonar el estudio de la mente y estudiar lo que es real, la conducta. El neorrealismo fue un movimiento filosófico que no perduró. Su fracaso fundamental fue epistemológico, al no poder explicar el problema del error. Si conocemos directamente los objetos, sin mediación alguna de las ideas, ¿cómo es que existen percepciones ilusorias? Sin embargo, ha tenido una influencia duradera. Los neorrealistas profesionalizaron la filosofía, elaborándola dentro del molde de la ciencia lo que la convertía en un conocimiento técnico inaccesible para los profanos. En psicología, su teoría relacional de la conciencia contribuyó al desarrollo del comportamentalismo y el conductismo, al redefinir el concepto mentalista de conciencia como algo que se puede conocer a partir de la conducta y que puede ser incluso idéntico a la conducta misma. Dewey prefería denominar a su pragmatismo como instrumentalismo, para distinguir su postura y la de la Escuela de Chicago, de la de James o Peirce, además de por su énfasis sobre la mente como instrumento para comprender inicialmente el mundo y luego cambiarlo. La concepción de la mente en Dewey era más activa que la de los neorrealistas, que seguían adheridos a lo que el propio Dewey denominaba la “teoría de la mente como espectadora”. Dewey (1939, en Leahey, 2013) se deshizo de esa teoría, pero mantuvo una concepción representacional de la mente, a la que describió como una función del organismo biológico, la adaptación activa al entorno, en una propuesta derivada de su trabajo sobre el arco reflejo de 1896. La mente, proponía, es la presencia de significados o ideas y sus operaciones, o más concretamente, la capacidad de anticipar consecuencias futuras y de responder a ellas como a estímulos de la conducta actual. Siguiendo a Brentano, Dewey afirmaba que lo que caracteriza a lo mental frente a lo físico es el hecho de que apunte hacia otra cosa, es decir, que tenga significado. Dewey también recalcó la naturaleza social de la mente, llegando incluso a negar, al contrario que en 1896, que los animales tuviesen mente, lo que derivaba de la impresión que le había causado la reivindicación de John Watson (1878-1958) de que el pensamiento no era más que habla (vocalización) manifiesta o encubierta. Dewey consideraba que los seres humanos no poseen ningún tipo de conciencia a priori, sino que, como consecuencia de que el lenguaje se adquiere a través de la interacción social, el pensamiento, y quizá la mente en su totalidad, es una construcción social y no una propiedad privada. En la actualidad se mantiene el debate acerca de la conciencia y su importancia en la existencia humana. Un estudio que señala la complejidad de la cuestión es el de Danziger et al. (2011), que sugiere la influencia en las sentencias judiciales de variables extrañas al enjuiciamiento, que no parecen estar bajo el control de la conciencia. En su estudio, los autores registraron 1,112 resoluciones judiciales (la mayoría, en respuesta a solicitudes de libertad condicional) de ocho experimentados jueces israelíes, separando sus deliberaciones de cada día en tres sesiones, divididas de acuerdo con las dos comidas diarias de los jueces (el refrigerio de la mañana y el almuerzo). Danziger et al. encontraron que el porcentaje de resoluciones favorables a las solicitudes de los presos descendía gradualmente desde alrededor del 65% a casi cero y regresaba abruptamente a alrededor del 65% después de un receso para comer. A medida que los jueces avanzaban en la secuencia de casos (cuyo orden era ajeno a ellos), se hacía más probable que aceptasen el resultado por defecto (aquel que mantiene el statu quo): negar la solicitud del preso. Parece obvio que los jueces no eran conscientes de este sesgo (Danziger et al.), lo que sugiere que, en este caso, la conciencia no desempeña un papel fundamental en la determinación de la conducta. Los autores señalaban que probablemente este tipo de estrategias de simplificación también estarían presentes en otros campos del desempeño humano, afectando a la toma de decisiones legislativas, médicas o financieras. REFERENCIAS Clark, D. O. (2019). Comparative Psychology and the objectification of mind: Thorndike’s cats in the puzzle-box. Revista de Historia de la Psicología, 40(4), 2- 10. DOI: https://doi.org/10.5093/rhp2019a15 Clark, D. O. (2023). A Science of Adaptation: the transnational origins of the American functional behaviorism of the 20th century. Revista de Historia de la Psicología, 44(3), 11-18. DOI: https://doi.org/10.5093/rhp2023a10 Danziger, S., Levav, J. y Avnaim-Pesso, L. (2011). Extraneous factors in judicial decisions. Proceedings of the National Academy of Sciences. DOI: 10.1073/pnas.1018033108 Gondra, J. M. (2002). Hull frente a Tolman: las discusiones del año 1934 sobre el aprendizaje. Anuario de Psicología, 33(2), 277-289. Doi: Hull frente a Tolman: las discusiones del año 1934 sobre el aprendizaje | Anuario de psicología / The UB Journal of psychology (raco.cat) Gondra, J. M. (2020). Not the Absolute, but the Ultimate: William James before the Mystery of God. Revista de Historia de la Psicología, 41(4), 2-15. Doi: 10.5093/rhp2020a16 Green, C. D. (2009). Darwinian theory, functionalism, and the first American psychological revolution. American Psychologist, 64(2), 75-83. DOI: 10.1037/a0013338 Morgade-Salgado, M. (2010). William James y Charles Sanders Peirce: una relación de ida y vuelta. 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