Las Guerras del Peloponeso (Adaptado) - PDF

Summary

Este documento resume el contexto de las Guerras del Peloponeso, analizando las tensiones entre Atenas y Esparta. Explora los diferentes sistemas políticos y económicos, y la formación de las ligas, como la Liga del Peloponeso y la Liga de Delos.

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LAS GUERRAS DEL PELOPONESO Dos bloques enfrentados. Como resultado de la fuerte rivalidad existente entre Atenas y Esparta, la Hélade se dividió en dos grandes bloques contrapuestos por sus diferentes sistemas políticos e intereses económicos. Los espartanos contaban con la Liga del Peloponeso, una...

LAS GUERRAS DEL PELOPONESO Dos bloques enfrentados. Como resultado de la fuerte rivalidad existente entre Atenas y Esparta, la Hélade se dividió en dos grandes bloques contrapuestos por sus diferentes sistemas políticos e intereses económicos. Los espartanos contaban con la Liga del Peloponeso, una federación de póleis que, en caso de guerra, habían aceptado ponerse a disposición de Esparta para defender con mayor fuerza su integridad e intereses. La integraban casi todas las ciudades del Peloponeso, a excepción de Argos, así como Tebas, Megara y algunos pocos aliados más. Por otro lado, la Liga de Delos, creada más recientemente (477 a.C.), permitió a los atenienses reunir una potente flota con la que controlaban la navegación en el Egeo. La integraban, además de Atenas, la isla de Eubea, Tesalia y la mayoría de las islas del Egeo y de las ciudades griegas del Asia Menor. La guerra alcanzaría tales dimensiones, que toda la península griega y la mayor parte de los territorios de las colonias se involucraron en este conflicto durante cerca de treinta años. Los regímenes aristocráticos veían en Esparta un fuerte baluarte contra los peligros de la nueva ideología democrática, a la vez que muchos recelaban de la creciente injerencia ateniense en los asuntos de otras póleis, tanto aliadas como rivales. La paz de Calias y la tregua de treinta años. A mediados del siglo V Atenas afrontó de forma simultánea dos conflictos, uno contra Persia y el otro contra Esparta. Pero sus planes resultaron demasiado ambiciosos y tuvieron que firmar con el rey persa Artajerjes un tratado conocido como la paz de Calias, en honor del aristócrata ateniense que lo negoció. En virtud de este acuerdo, Los persas se comprometían a evitar surcar el Egeo con sus barcos en tanto que los atenienses reconocían el dominio de Persia sobre el Mediterráneo oriental. Resuelto el conflicto con Persia, Atenas instaló guarniciones en algunas zonas costeras del Peloponeso, prestó ayuda a Argos, rival ancestral de Esparta, y ocupó la isla de Egina, que fue obligada a ingresar en la Liga de Delos como Estado tributario. Tras diversos enfrentamientos entre Corinto, Esparta y Atenas, que se prolongaron durante cerca de diez años con suerte cambiante -y que han sido considerados como la primera Guerra del Peloponeso-, se alcanzó en el 446 a.C. una tregua que recibió el nombre de “Paz de los treinta años”, por el tiempo que, se esperaba, debía durar. Atenas prometió abandonar todas sus guarniciones del Peloponeso a cambio del expreso reconocimiento espartano de su dominio sobre el Egeo. Una política errónea. La supresión de las oligarquías en las ciudades aliadas de Atenas y su reemplazo por un sistema democrático no aseguraron el apoyo incondicional de estas ciudades, puesto que, como se comprobó rápidamente, muchas de ellas ciudades valoraban más su autonomía que la democracia. Por otro lado, las ventajas que aportaba el Imperio ateniense no compensaban el trato despótico al que Atenas sometía a sus supuestos aliados. Finalmente, los atenienses sobrevaloraron sus propias fuerzas al suponer de forma equivocada que, llegado el caso, podrían resistir un ataque sistemático de la Liga del Peloponeso. El paréntesis en las hostilidades entre las potencias fue más breve de lo previsto. A la insalvable diferencia ideológica que separaba a Atenas de Esparta se unía el agresivo expansionismo comercial ateniense, que apoyaba siempre a las facciones democráticas surgidas en las ciudades rivales. Esta política de la provocación fue especialmente clara en ciudades marítimas como Corinto y Mégara, viejas aliadas de Esparta. Corinto era un centro comercial floreciente que mantenía fructíferas rutas marítimas en los mares Jónico y Adriático (es decir, hacia el oeste de la península del Peloponeso) y veía con recelo la expansión de las operaciones comerciales atenienses en este territorio. Cuando, por motivos internos, surgieron ciertas tensiones entre Corinto y su colonia de Corcira, Atenas ofreció a esta última su incorporación a la Liga de Delos con la clara intención de extender su dominio al Mediterráneo occidental. En el marco de esa misma política agresiva, Pericles impidió a los habitantes de Megara acceder a los puertos áticos, obstaculizando así gravemente sus actividades comerciales. Al final, los espartanos cedieron a las peticiones de sus aliados para que declarase la guerra y pusiese fin a los continuos abusos de los atenienses. Se inició la llamada Segunda Guerra del Peloponeso. Estrategias contrapuestas. Desde un punto de vista militar, los espartanos confiaban en su infantería hoplita y en la superioridad numérica de sus fuerzas. Los atenienses, por su parte, estaban convencidos de que su armada era invencible y, por ello, trataron de hacer valer su su dominio del mar, al mismo tiempo que evitaban al máximo cualquier encuentro frontal en tierra firme. Las hostilidades comenzaron en el año 431 a.C. y ambas estrategias cumplieron inicialmente sus objetivos: mientras que los atenienses obtuvieron fáciles victorias en sus incursiones desde el mar, los espartanos lograron controlar todos sus territorios con un fuerte despliegue de sus tropas hoplitas. Las hostilidades se abrieron con el ataque tebano sobre Platea y la invasión del Ática por el ejército del rey espartano Arquidamo, que destruyó a placer las cosechas y plantaciones de vid y olivo, base de la economía agrícola ateniense. Atenas, siguiendo su plan estratégico, emprendió operaciones navales sobre territorio enemigo. Al año siguiente, un acontecimiento inesperado golpeó duramente a Atenas: la aparición de la peste ( 430 a.C.), que causó auténticos estragos entre la población. El propio Pericles murió al poco tiempo víctima de esta enfermedad. Con su desaparición, la vida política en Atenas volvió a polarizarse de forma muy acusada entre Cleón, dirigente de la facción democrática, y Nicias, hombre prudente, acusado por sus adversarios de débil y conservador, que abogaba por la negociación y la paz. Cleón, al frente de los sectores más empobrecidos, era partidario de continuar la guerra y mantener el imperialismo marítimo ateniense. La paz de Nicias. Las tropas al mando de Cleón y las del espartano Brasidas se enfrentaron en Anfípolis y ambos generales murieron en la batalla. Sucesivos reveses atenienses en Beocia y Tracia acallaron en la asamblea la agresiva política de la facción democrática, al mismo tiempo que empezaron a tenerse en cuenta las iniciativas pacificadoras de Nicias. También en Esparta, que veía comprometida su posición en el Peloponeso, había deseos de alcanzar una tregua. Así pues, en el año 421 a.C. se celebró un acuerdo de cese de hostilidades, conocido como la paz de Nicias, con el que Atenas lograba conservar sus posesiones y Esparta mantener su predominio en el Peloponeso. El ascenso de Alcibíades. El acuerdo de paz alcanzado por Atenas y Esparta dejó insatisfechas a las póleis menores, obligadas a aceptar el predominio de ambas potencias hegemónicas. Pero tampoco en Atenas la paz había tranquilizado los ánimos.La epidemia había diezmado la población de la ciudad y era necesario reparar los daños causados por la devastación del ejército espartano en el Ática. El ascenso político de Alcibíades (ca. 450-ca. 404 a.e.c.), nieto de Pericles, incidió profundamente en la estrategia final acordada por la asamblea ateniense. Aristócrata de nacimiento, Alcibíades se convirtió en el principal defensor de los principios que inspiraban a la facción democrática, no por convicción ideológica, sino por oportunismo político, pues estaba plenamente convencido de que resultaba más fácil alcanzar sus ambiciones con el apoyo del démos. La expedición a Sicilia. En el año 415 a.e.c. tuvo lugar uno de los episodios más singulares del conflicto, la expedición ateniense a Sicilia, narrada en gran detalle por el historiador ático Tucídides, y en la que Atenas, posiblemente, cavó su tumba. La expedición respondió a una petición de la ciudad aliada Segesta, que se encontraba amenazada por Siracusa, aliada con Esparta.Los conservadores expresaron su oposición a la expedición pero Alcibíades, que contaba con gran ascendencia entre los sectores populares, sedujo al démos conla perspectiva de apoderarse de las ingentes cantidades de grano y de oro que poseía esa isla. El pueblo rechazó todas las objeciones de los moderados y aprobó el plan presentado por Alcibíades, que sin embargo fue privado del mando de la flota. La expedición ateniense a Sicilia acabó en una completa derrota: el cuerpo expedicionario fue casi aniquilado (incluido el propio Nicias) y los supervivientes fueron reducidos a la esclavitud. Este aplastante fracaso asestó un terrible golpe al prestigio y a las fuerzas de Atenas y señaló el inicio de una nueva fase de la guerra marcada por las oportunas iniciativas de Esparta y del Imperio persa. Ayuda persa a Esparta. La ya de por sí difícil situación en la que se encontraba Atenas se agravó todavía más con la colaboración económica que los persas ofrecieron a Esparta. Envuelta en luchas internas, Atenas no sólo se vio aislada en el plano internacional, sino también privada de una personalidad políticamente fuerte que fuese capaz de guiar a la pólis hacia un destino seguro. Para el año 406 a.C., los recursos de Atenas estaban prácticamente agotados. En un último intento por resistir a la superioridad de sus enemigos, los atenienses repararon su maltrecha armada y prometieron la libertad a los esclavos que actuasen como remeros. Ciertamente, obtuvieron una importante victoria en las islas Arginusas. Pero en el 405 a.C. la flota ateniense fue definitivamente aniquilada por Lisandro en la batalla de Egospótamos, lo que significó para el Estado ático la pérdida del acceso al Helesponto y, en consecuencia, a las principales zonas de suministro de trigo. Una vez que los espartanos lograron bloquear el puerto, los atenienses se vieron obligados a capitular (404 a.e.c.), aceptando las humillantes condiciones impuestas por los vencedores: la completa destrucción de los «muros largos» y de las fortificaciones del Pireo; la renuncia total a la armada (solamente se les permitió conservar doce barcos); y, finalmente, la incorporación de Atenas a la Liga del Peloponeso, reconociendo así formalmente la superioridad de Esparta y aceptando humildemente su protección. La comisión de los Treinta Tiranos. Lisandro designó una comisión, conocida con el nombre de los Treinta Tiranos, con potestades absolutas de gobierno. Esta comisión abolió la democracia radical y, con apoyo espartano, inició una brutal represión contra sus partidarios que se tradujo en asesinatos, exilios y confiscaciones. Muchos atenienses se refugiaron en el Pireo o en las vecinas ciudades de Megara o Tebas, donde se había reconstituido el grupo democrático bajo la dirección de Trasíbulo. Resurgimiento de una democracia muy debilitada. El rey espartano Pausanias promovió un acuerdo entre los dos bandos atenienses y retiró las tropas espartanas, lo que permitió la vuelta de los exiliados y la reconstrucción de la democracia ateniense. Sin embargo, el clima de tensiones tardó tiempo en disiparse del todo, de lo que da testimonio el proceso y condena a muerte del filósofo Sócrates, acusado de corromper a la juventud (399 a.e.c.). La decadencia de las póleis. A comienzos del nuevo siglo el mundo político griego cayó en una profunda fase de crisis. Las Guerras del Peloponeso, que habían durado casi treinta años, habían puesto cruelmente de relieve la fractura existente entre dos bloques de póleis ideológicamente antagónicos. El excesivo poder conseguido por Atenas bajo el agresivo gobierno de Pericles y la consolidación de sus tendencias imperialistas habían trastocado el antiguo equilibrio en el Egeo en detrimento de la rígida oligarquía espartana y de sus ciudades aliadas. Pero la victoria de la Liga del Peloponeso dio lugar en la Hélade a una geopolítica aún más intrincada y peligrosa. Esparta tuvo la oportunidad de mostrar la verdadera cara de su régimen: siguiendo los principios despóticos en los que se asentaba su poder, la relación con las nuevas ciudades sometidas se basó en la férrea imposición de su autoridad. Esparta y Persia. La economía espartana, sustancialmente agropecuaria, no proporcionaba suficientes recursos monetarios para costear grandes empresas militares. De ahí la fatídica tendencia a aceptar la financiación ofrecida por los sátrapas persas, que disponían de grandes riquezas, creando así las condiciones que conducían a una pérdida de autonomía. De hecho, los persas fomentaron el conflicto entre póleis con el fin de que se debilitasen y poder así llegar a una situación que favoreciese un nuevo intento de invasión del territorio griego. La paz del Rey. El continuo proceso de formación y disgregación de alianzas evidencia la confusión reinante en el mundo griego durante los primeros decenios del siglo IV. Aprovechando una expedición espartana a Asia Menor, Atenas, Tebas, Corinto y Argos (incitadas por el soberano persa Artajerjes II) iniciaron una nueva guerra contra Esparta. Para poder preservar su hegemonía, esta última aceptó firmar con el Imperio persa la llamada paz del Rey (386 a.e.c.), por la cual las ciudades griegas de la costa de Asia Menor quedarían bajo dominio persa. Se impedía a las póleis formar nuevas alianzas y se otorgaba a Esparta el papel de árbitro de la paz y de supervisión de la autonomía de los griegos. La derrota espartana. Con este acuerdo de paz general, Artajerjes se aseguraba de facto la fragmentación política de Grecia. Esparta creyó haber asegurado el control sobre el resto de las ciudades griegas, pero pronto quedó claro que no existía ninguna polis capaz de concitar grandes consensos en el mundo helénico. Se abrió así un largo período de desconcierto en el que, primero, se aliaron Tebas y Atenas contra Esparta y, después, atenienses y espartanos aproximaron posiciones contra los tebanos. Después de una serie de enfrentamientos bélicos, se produjo un hecho totalmente inesperado: los espartanos fueron derrotados por los tebanos en Leuctra (371 a.C.) gracias a la implementación de la falange oblicua, una táctica innovadora que consistía en la utilización de un cuerpo selecto de trescientos soldados especialmente adiestrados para actuar en determinados momentos y lugares durante la batalla. Tras vencer a los espartanos, los tebanos liberaron a los hilotas mesenios, que establecieron su propia pólis con capital en el Monte Itome. Efímera hegemonía tebana. La hegemonía de Tebas apenas duró nueve años y se debió fundamentalmente a la maestría militar de dos personalidades de excepción, Pelópidas y Epaminondas. Pero Tebas no disponía ni de suficientes recursos económicos ni de una prestigiosa tradición cultural como para convertirse en una nueva potencia capaz de someter al resto de los griegos. Tras la muerte de Epaminondas en la batalla de Mantinea (donde los tebanos obtuvieron una victoria frente a las fuerzas combinadas de Atenas y Esparta) los tebanos buscaron la paz. Empezaba a quedar claro, para muchos griegos, que la inestabilidad de su cambiante sistema de alianzas no hacía más que debilitarlos.

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