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INTRODUCCIÓN Aunque pueda parecer obvio, creemos que es importante reconocer que este libro de Historia de la Psicología es un texto de circunstancias que responde con cierta conciencia de precariedad y provisionalidad a la tarea que nos planteamos, entendiendo esto en, al menos, dos sentidos. El pr...
INTRODUCCIÓN Aunque pueda parecer obvio, creemos que es importante reconocer que este libro de Historia de la Psicología es un texto de circunstancias que responde con cierta conciencia de precariedad y provisionalidad a la tarea que nos planteamos, entendiendo esto en, al menos, dos sentidos. El primero tiene que ver con el propio lugar que ocupa la historia de la disciplina en la configuración oficial de la identidad profesional del psicólogo actual. Es un hecho que, sobre todo desde la reforma europea de la educación —el así llamado «Plan Bolonia» que impulsó en 2009 la modificación de los estudios superiores en España—, la historia de la psicología ha perdido peso en los planes de estudio de psicología en favor de materias más orientadas a la aplicación de técnicas para la resolución de cualquier demanda individual y social que pueda llegar a surgir. Sin embargo, algunos docentes y profesionales consideramos que, dada la pluralidad teórica y metodológica que caracteriza a la psicología desde sus inicios, así como la complejidad conceptual que encierra todo intento de teorizar el comportamiento o la vida mental, conviene tener un mapa de las diferentes escuelas y teorías que han ido desarrollándose en el tiempo. Muchas de ellas conviven de una u otra forma en el presente de la disciplina, y conocer su historia nos permite manejarnos con más herramientas en esa complejidad y posicionarnos ante ella con cierta conciencia crítica. Su función, por tanto, no es puramente ornamental o erudita, sino sustantiva. El segundo sentido de la conciencia de precariedad obedece a la necesidad de haber tenido que tomar decisiones como elegir entre una irrenunciable función didáctica y una deseable actitud crítica, o entre lo que se cuenta y lo que se deja fuera en una obra de extensión ajustada como tiene que ser ésta. Ello ha provocado que hayamos tenido que dejar fuera —no sin controversias— temas tan relevantes como, por ejemplo, la psicología humanista o la psicología aplicada. El resultado final es el texto que el lector tiene ante sí, pero podía haber sido otro distinto. Historia de la Psicología Sin renunciar a su compromiso eminentemente didáctico, esta obra está concebida para reflexionar, para estimular la capacidad crítica o para poner en suspenso lo que se da por evidente en otras áreas, orientaciones y ramas de la psicología. No narramos una historia de superación disciplinar y victorias científicas apoteósicas, sino de permanentes tensiones teóricas y prácticas, pactos de no agresión entre corrientes y, como mucho, alguna que otra victoria pírrica. No es este un texto, en definitiva, de autoayuda para psicólogos emprendedores, sino de autorreflexión y autocrítica disciplinar para psicólogos curiosos e inquietos. Podría decirse que algunas de las estrategias adoptadas para la redacción de este texto, sobre todo ante las cuestiones más formales, se poseen de oficio, máxime con el respaldo de algunas buenas propuestas de protocolización (por ejemplo, Rosa, Huertas y Blanco, 1996). Así, es un lugar común en los manuales contemporáneos de historia de la psicología señalar una diferencia metodológica —incluso moral— entre la vieja historia y la nueva historia: la primera supuestamente construida a través de datos vagos y no comprobados, reproducidos miméticamente de relato en relato; y la segunda rigurosamente asentada en el trabajo directo con las fuentes originales —conocidas como «fuentes primarias» —, esto es, las obras de los autores tratados, e incluso sus documentos personales y privados conservados en archivos (una breve y excelente revisión del devenir de la «nueva historia» puede encontrarse en Vera, 2006). En realidad, la cuestión es un poco más compleja: incluso la investigación de alto nivel de temas nuevos y originales —o de revisión crítica de antiguos— recurre a estudios previos, si bien rigurosos —las así llamadas «fuentes secundarias»—, para ilustrar y dar por sabidos ciertos aspectos secundarios de su argumento. Esta estrategia compositiva es mucho más habitual en los trabajos con una orientación eminentemente didáctica como éste. Con todo, en nuestro proceso de redacción hemos recurrido constantemente a obras originales de los autores tratados, sobre todo siempre que en las fuentes secundarias detectábamos aspectos importantes que habían sido obviados, malentendidos o resultaban contradictorios. Como señalábamos antes, más importante para nosotros ha sido la forma de delimitar los contenidos a tratar, y particularmente una cuestión tan básica como definir los límites temporales en los que encuadrar nuestro relato. ¿Por dónde empezar? ¿Cuándo nace la Psicología? Con frecuencia se insiste en que la psicología es aún una ciencia joven, naci- Introducción da apenas en los últimos años del siglo xix con la fundación del primer laboratorio de psicología experimental. A la vez, sin embargo, suele ser un lugar común referirse a obras como el Tratado del alma de Aristóteles, del siglo iv a. C., para hablar de las primeras obras de psicología. Entre lo uno y lo otro transcurre prácticamente toda la historia del pensamiento occidental. Situar los inicios de la psicología en uno u otro momento dependerá de los criterios que utilicemos para definir qué entendemos por psicología, pero también qué entendemos por ciencia. Todo ello, además, dependerá de cuáles sean nuestros propósitos a la hora de contar esta historia, que pueden ir desde la legitimación de su estado actual hasta la apertura de un espacio para la crítica y la reflexión. ¿Cuándo y dónde nace la psicología? La historiografía convencional sitúa el origen de la psicología como disciplina científica a finales del siglo xix, en Alemania, con el establecimiento del primer laboratorio de psicología en Leipzig, en 1879, por parte de Wilhelm Wundt. Se trata de un mito fundacional que deposita en el empleo del método experimental —en el que Wundt se había formado durante sus investigaciones precedentes en el campo de la fisiología, con científicos como Johannes Müller y Hermann von Helmholtz— el rasgo definitorio de una psicología científica. Es sobre todo esa impronta «experimental», junto al papel institucional desempeñado por el laboratorio como centro ineludible de formación (también a nivel internacional), lo que ha hecho que el nombre de Wundt haya pasado muy por delante de otros contemporáneos suyos que planteaban proyectos bastante diferentes1. Por ejemplo, en 1874, el mismo año en que aparecía un famoso 1 Que los psicólogos de hoy en día tendamos a subrayar nuestra independencia disciplinar y nuestra condición «científica» a partir de la gran importancia atribuida a un hito fundacional eminentemente institucional como un laboratorio —y no a un hallazgo científico, teórico o epistemológico— no es algo anecdótico. Revela algo incómodo, quizá cierto «complejo de inferioridad», en nuestra identidad colectiva como profesionales de la investigación o la práctica científica; sobre todo cuando aspiramos a equipararnos, siendo más papistas que el Papa, al referente epistemológico inevitable representado por las así llamadas «ciencias duras» (la física, la química, la fisiología, etc.). La pregunta por el origen histórico de estas últimas —bien en sentido teórico, bien en sentido institucional—suele resultar anecdótico o irrelevante, entre otros motivos porque nadie suele cuestionarse que sean «verdaderas ciencias» (sobre estas cuestiones puede verse Blanco y Castro, 1999; Castro, 2007; y Castro, Jiménez, Morgade y Blanco, 2001). Historia de la Psicología tratado de Wundt titulado Fundamentos de psicología fisiológica, Franz Brentano publicaba su Psicología desde el punto de vista empírico. Unos años más tarde, Wilhelm Dilthey, que a partir de sus trabajos sobre las ciencias históricas se había interesado por una psicología real, concreta y total, desarrollaría su propuesta en una obra de 1894, Ideas sobre una psicología analítica y descriptiva. Todos estos nombres y proyectos, en todo caso, nos siguen situando en un momento y un lugar muy concretos: la Alemania de finales del siglo xix. Ciertamente, el modelo de universidad por el que se apostó en Alemania a partir de 1810 permitió una proliferación excepcional no solo de la psicología, que en realidad empezó a contar con cátedras propias de forma comparativamente tardía, sino de otras muchas disciplinas, como la fisiología, la filología o las ciencias históricas. Ahora bien, la investigación historiográfica de los últimos años ha defendido la existencia de una psicología empírica e incluso experimental mucho antes de esta institucionalización. A este respecto, el siglo xviii, según el historiador de la psicología Fernando Vidal (2006), parece haber sido el escenario de un desarrollo sin igual de trabajos de carácter psicológico, visible especialmente en la explosión de publicaciones tanto académicas como populares (revistas y novelas). Vidal plantea la existencia ya entonces de todo un debate metodológico en torno a las posibilidades de una psicología empírica (matemática y experimental), en el que habría venido a intervenir Kant a la hora de juzgar la posibilidad de que ésta fuera una ciencia. Ese escenario era fundamentalmente germano, pero en él venían a confluir importantes intercambios con otras tradiciones nacionales, especialmente la británica y la francesa (o francófona, más bien), que seguirán teniendo su importancia mucho después, a la hora por ejemplo de interpretar la formación recibida en el laboratorio de Wundt, convertido en el punto de encuentro y formación internacional de las primeras generaciones de psicólogos. Así, a muy grandes rasgos, en Gran Bretaña, a partir del análisis de la «mente» que planteó John Locke a finales del xvii y su desarrollo posterior por David Hume, durante el siglo xix dominaría una tradición psicológica basada en el asociacionismo y el empirismo. En Francia, donde Locke tuvo una gran influencia, se desarrolló también durante el siglo xviii una filosofía marcadamente empirista y materialista, de la mano Introducción de los llamados «ideólogos». Estos filósofos se planteaban precisamente desarrollar una «ciencia de las ideas», aunque preferían llamarla «ideología» en lugar de «psicología» —un término que ya había introducido y sistematizado en Alemania el filósofo racionalista Christian Wolff— por ser éste un término que asociaban a la metafísica del Antiguo Régimen. Wolff había incorporado en su sistema la psicología como parte de la metafísica, distinguiendo entre una psicología racional (estudio del alma a priori) y una psicología empírica (a partir de la observación de los fenómenos mentales). A partir de ahí se sucedieron toda una serie de intentos de medición de los procesos mentales, con los consiguientes debates en torno a la posibilidad de una investigación psicológica empírico-experimental (Vidal, 2006). En todo caso, otros investigadores se remontan mucho más atrás en el tiempo y defienden la existencia de una psicología empírica, natural, ligada a las primeras apariciones del término «psicología», en el contexto de la reforma protestante, en un momento de inquietud religiosa, de crisis de la espiritualidad, que conlleva nuevas reflexiones sobre la naturaleza humana. El término, en efecto, había empezado a utilizarse con cierta sistematicidad a finales del siglo xvi, en pleno auge del Humanismo, de reforma de las universidades y de nuevas lecturas del tratado De Anima de Aristóteles. A juicio de Paul Mengal (2005), la presencia del término en estos textos, que se enmarcan en un contexto de crisis de la filosofía natural medieval y de renovación del conocimiento anatómico, implicaría la emergencia de un nuevo campo disciplinar: una psicología como ciencia natural, en estrecha relación con los desarrollos antropológicos y anatómicos de la época, que habría contribuido a instaurar el dualismo mente-cuerpo que encontraremos poco después en Descartes2. Otros autores defenderán, sin embargo, que la aparición del vocablo «psicología» en esos textos no es más que una traducción erudita (helenizante) de la expresión latina De Anima (Sobre el alma), uno de 2 Como veremos en el primer capítulo, el dualismo mente-cuerpo cartesiano plantea que el ser humano está compuesto de dos sustancias radicalmente distintas: el cuerpo (res extensa), por un lado, entendido como una máquina (cuyas operaciones se pueden explicar como procesos físicos, sin necesidad de recurrir a fuerzas vitales) y el alma o mente (res cogitans), por otro, que Descartes identifica con el «yo pensante». Esta alma cartesiana se distingue por la capacidad de pensar y por ser lo contrario de la materia, es decir: inextensa, indivisible e incuantificable (no requiere de ningún lugar ni depende de nada material para existir). Historia de la Psicología los libros más comentados de Aristóteles desde el final de la Edad Media, sin que dicha terminología haya tenido por sí misma mayores repercusiones conceptuales y prácticas (Gantet, 2008). Es decir, la irrupción y difusión del vocablo «psicología» a finales del siglo xvi no parece haber ido acompañada de una reorganización del conocimiento sobre el alma o la mente en torno a una ciencia unitaria, que pudiera considerarse antecedente más o menos directo de la psicología moderna. Para Gantet, en línea con Vidal (2006), no será hasta el siglo xviii cuando algo así empiece a dibujarse, como parte de un proceso de psicologización del ser humano que se desarrollaría sobre todo a partir de la influencia del Ensayo sobre el entendimiento humano de John Locke (1690) y que conllevaría un nuevo lenguaje para referirse a la mente y a la conciencia. Multiplicidad de saberes y prácticas: ¿unidad disciplinar? Ciertamente, las reflexiones que hoy calificaríamos como «psicológicas» que se hacían en los siglos xvi y xvii, como por otro lado venía ocurriendo desde la propia filosofía clásica y los inicios del pensamiento cristiano, se podían encontrar tanto en el ámbito de la filosofía natural (física y medicina) como en el de la filosofía moral, y estaban ligadas a cuestiones teológicas (especialmente a la cuestión de la inmortalidad del alma). El auge de este tipo de discusiones desde finales del xvi y durante todo el siglo xvii no tiene que ver sólo con una dimensión teórica del conocimiento; antes bien, se encuentra ligado a una serie de cuestiones prácticas, que tienen que ver con el gobierno (especialmente con el control social) y con el autogobierno, en un momento en que el hombre empieza a dejar de ser un súbdito para tantear la senda del individualismo moderno. Todas estas prácticas, que se apoyan en un conocimiento del funcionamiento de nuestra psique, contribuirán precisamente al acervo de las llamadas «tecnologías del yo», es decir, procedimientos técnicos utilizados para regular el propio comportamiento o los propios pensamientos y emociones (como la confesión o la oración, por ejemplo; Foucault, 1990). La importancia de toda esta historia «pre-institucional» o «pre-disciplinar», por así llamarla, radica entre otras cosas en el hecho de que la psicología contemporánea encuentra ahí, probablemente a su pesar, el Introducción desarrollo de sistemas conceptuales que, con más o menos variaciones y discontinuidades, siguen permeando hoy nuestro vocabulario y pensamiento. Pero también, y sobre todo, encontramos ahí la historia de las aplicaciones o dimensiones prácticas de la psicología, especialmente relacionadas con el gobierno de los otros y de sí mismo. La carcasa disciplinar o institucional (en el sentido de entramado de puestos en la universidad, academias, sociedades científicas, etc.) intentará aunar la pluralidad de saberes y prácticas al servicio de un discurso «psicológico» y «científico» típico de la modernidad occidental. Pero antes de ese momento, como decimos, existían teorías, prácticas y técnicas sobre la mente y el comportamiento directamente relacionadas con lo que hoy, en sentido amplio, podemos entender por «psicológico». Esa historia pre-disciplinar debe contemplarse como una polifonía de historias, ideas y prácticas, que tienen que ver tanto con la medicina como con el derecho, la filosofía (natural y moral) y la teología, que dominará sobre todas las demás hasta el siglo xviii. Aunque ofrecer una síntesis del panorama pre-disciplinar de la psicología sería una tarea tan titánica como quimérica, sí creemos pertinente ofrecer algunas pinceladas al respecto. Eso nos permitirá 1) reconocer la historicidad de nuestros conceptos y muy particularmente de la propia idea de sujeto que constituye nuestro objeto de estudio; 2) vislumbrar la genealogía —es decir, los procesos a través de los cuales han ido tomando forma— de una parte de las discusiones teóricas y metodológicas en las que se mantiene enredada la psicología (como la cuestión del dualismo mente-cuerpo); y 3) constatar que esa pluralidad de saberes y prácticas sigue muy presente hoy en nuestra disciplina, cuya unidad responde, más que a un realidad teórica y metodológica, a «un pacto de coexistencia pacífica» (Canguilhem, 2002). Así pues, antes de iniciar nuestra andadura por la historia de la psicología como disciplina científica e institucionalizada (con sus revistas, cátedras y laboratorios) a partir del siglo xix, dedicaremos un primer capítulo a señalar algunos de los hitos de esa historia pre-disciplinar, desde la filosofía clásica, donde ya coexiste una noción platónica de alma (inmortal, transcendente) con otra aristotélica (más naturalista, como principio de vida inseparable de los cuerpos) hasta la revolución científica del xvii, donde se impondrá la noción de mente como espacio Historia de la Psicología subjetivo, pasando por la Edad Media y el humanismo renacentista. En ese largo periodo, donde los clásicos se olvidan, se recuperan, se combinan con otras filosofías y se reinterpretan a la luz de diferentes contextos hasta hacerlos más o menos irreconocibles, encontraremos claves para entender muchos de los rasgos que marcan su desarrollo posterior. Podremos así aproximarnos con más elementos de análisis a algunos de los nudos conceptuales sobre los que se asienta la disciplina. Más allá de Occidente y la ciencia moderna Conviene en todo caso no olvidar que restringir nuestro punto de partida al contexto alemán de los siglos xviii y xix supone ya una elección que deja fuera otras muchas posibilidades, y no sólo otras tradiciones nacionales europeas. Del mismo modo que en el contexto occidental asistimos a una larga historia filosófico-religiosa, de la Antigüedad a la Edad Media, el Renacimiento y la época de la ciencia moderna, de la que se va nutriendo la cultura psicológica que eclosionará con su institucionalización disciplinar en el siglo xix, existen otras tradiciones no occidentales, cuyos respectivos acervos de saberes y prácticas acerca del funcionamiento del alma siguen su propio curso, marcadas por sus propios contextos sociales, religiosos y técnicos. Una historia más ambiciosa de la psicología que la que nos proponemos trazar aquí bien podría aspirar a cubrir este tipo de cuestiones, no sólo por la distancia que un mínimo ejercicio comparativo nos permitiría tomar respecto de la supuesta universalidad de nuestras propias categorías, teorías y prácticas3, sino por la actualidad de que gozan estas «otras psicologías» en sus respectivos lugares de origen. Allí, como ha estudiado por ejemplo la historiadora de la psicología Irmingaard Staeuble (2004), se ha de convivir en un mundo post-colonial con una psicología occidental de importación. Pero entrar en eso nos llevaría demasiado lejos. 3 Este fue, por ejemplo, el punto de partida de la tarea historiográfica de Kurt Danziger en su clásico Naming the mind (Danziger, 1997), en el que «desnaturaliza» las categorías de la psicología occidental ante su contacto con la psicología local en Indonesia. Por lo demás, téngase en cuenta que, tal y como nos muestran la etnopsicología y la etnopsiquiatría, no en todas las culturas se tiene la idea de que existe lo psicológico como un ámbito específico de la realidad, ni tampoco en todas las culturas se experimentan los problemas psicológicos que nosotros experimentamos (Leenhardt, 1997; Nathan, 2013; Pazos, 2008). Introducción Con todo, y por lejanas que nos parezcan, no estará de más recordar que la propia filosofía griega, sobre la que se asientan los pilares del pensamiento occidental, bebe también de algunas de las tradiciones orientales que han alimentado a esas «otras psicologías». Así ocurre por ejemplo tanto con ideas sobre la inmortalidad y reencarnación del alma como con prácticas asociadas a su purificación a través de la meditación, el ayuno y otras técnicas propias del ascetismo —tan de moda, en versiones más o menos adulteradas, en el mundo globalizado de nuestros días—. Curiosamente, algunos aspectos relacionados con estas prácticas disfrutan hoy, con todos los matices que impone su importación, de un renovado interés por parte de la psicología «científica» occidental. A este respecto, cabe mencionar por ejemplo el creciente protagonismo de prácticas como el llamado mindfulness, que recoge técnicas de la práctica budista de la meditación, si bien con la pretensión de desligarlo del sistema filosófico y religioso en el que se basa y someterlo a criterios científicos mediante el análisis cuantitativo del bienestar que produce en quienes lo practican. ¿Para qué sirve la historia de la psicología (y este libro)? ¿Para qué sirve mirar al pasado y conocer la historia de la psicología? Hasta hace relativamente poco tiempo, la historia de la psicología —como la de otras disciplinas— se venía construyendo sobre el supuesto de un desarrollo acumulativo y de progreso. Este tipo de reconstrucciones históricas, cuya base solía ser una perspectiva internalista —denominada así por remitir el cambio histórico a una lógica interna de las teorías— se acompañaba habitualmente de un punto de vista según el cual el mérito personal de los grandes genios científicos, sus anhelos y motivos, era lo que impulsaba los logros y desarrollos alcanzados. Era ésta una historia testimonial, poco integrada en el cuerpo teórico-epistemológico de los saberes y prácticas de la disciplina, aunque cumplía un papel muy importante a la hora de reforzar la memoria colectiva y, con ella, la identidad profesional del psicólogo. El psicólogo, en efecto, quedaba así inscrito en una historia de progreso y superación científica donde cada investigador, terapeuta, orientador, etc., se convertía en un eslabón más, en un actor relevante de la trama, aunque sólo fuera como un actor secundario o un extra. Se trata de una historia no exenta, además, de importantes efectos paradójicos —y que se reflejan bien en el arrinconamiento que, tal y Historia de la Psicología como comentábamos al principio, los contenidos de historia de la psicología están sufriendo en los planes académicos desde el Plan Bolonia—. Toda vez que la identidad científica del psicólogo está supuestamente garantizada, que su conciencia profesional no está atormentada por el malestar epistémico, una historia estrictamente legitimadora pierde su función, se vuelve innecesaria (sobre estas cuestiones pueden verse Blanco y Castro, 2007 y Castro, 2007). Sin embargo, desde aproximadamente la década de los años setenta del pasado siglo, la historiografía empezó a atender a los aspectos más contextuales o externos de la empresa psicológica, poniendo en entredicho el modelo «internalista» de progreso o, al menos, matizándolo en gran medida. Cuestiones culturales, socio-institucionales, técnicas, políticas o morales de todo tipo empezaron a verse como decisivas en los derroteros que seguían las teorías y las prácticas de la disciplina (Caparrós, 1985; Furumoto, 1989; Hilgard, Leary y McGuire, 1991; Woodward, 1980). Las consecuencias de esta nueva perspectiva, sus causas, efectos y alianzas con nuevas formas de mirar hacia el pasado, han sido múltiples y complejas (véase Vezzetti, 2007). Aquí sólo vamos a señalar muy brevemente algunos de los derroteros que consideramos más interesantes, aunque en puridad ninguno de ellos deba englobarse dentro la «nueva historia de la psicología». Más bien comparten con ella cierta sensibilidad o aire de familia. Uno de esos derroteros es la historia compensatoria, como la que procede de la crítica feminista y su reivindicación de la contribución realizada por las mujeres a la historia de la ciencia y la cultura (véase García, 2005). Junto a esta mirada crítica se ha promovido la necesidad de dar visibilidad a otro tipo de cuestiones, de tal manera que actualmente su denominador común sería la sospecha ante las narraciones históricas tradicionales y asentadas. En lo que toca a nuestra disciplina, la historia compensatoria se fundiría con la sensibilidad que reclama la atención sobre opciones psicológicas abandonadas y eclipsadas por otras. Esto incluiría, claro está, el caso particular de las mujeres. Una segunda aproximación que consideramos relevante señalar es la genealógica. Según esta, el campo psicológico sólo sería un dominio de prácticas y teorías más entre los dispuestos históricamente por la cultura occidental para construir tipos de sujetos (o subjetividades) bien Introducción ajustados sus fines sociales (democracia, totalitarismo, felicidad, independencia, autogobierno, etc.). De esta perspectiva se derivan algunas posiciones especialmente críticas que señalan el carácter de la psicología científica como instrumento de control y sometimiento del sujeto moderno. Otras posiciones genealógicas, sin embargo, asumen la inevitable utilización de herramientas culturales y artefactos con los que el sujeto iría construyéndose históricamente, definiéndose así lo que en cada momento asumiría como «naturaleza humana». Podríamos considerar este último planteamiento como una tercera perspectiva. En ella la psicología se reconoce a sí misma como una tecnología de construcción de subjetividades, lo cual convierte la mirada al pasado de la disciplina en algo imprescindible o sustantivo de la misma. El análisis del pasado se reintegraría plenamente en el cuerpo teórico-epistemológico de los saberes y prácticas psicológicos. No hablaríamos ya, por tanto, de una historia legitimadora de la identidad del psicólogo —una historia periférica o testimonial—, sino de mirar al pasado como algo necesario para entender en toda su complejidad lo que denominamos «sujeto psicológico» (diversas aproximaciones a esta cuestión pueden encontrarse en Fuentes, 2007; Loredo, Sánchez y Fernández, 2007; Smith, 2007). Conviene en todo caso advertir que, como siempre que hablamos de la identidad disciplinar de la psicología, las cosas no son tan simples y claras: no es tan fácil distinguir entre una vieja historia triunfalista y obsoleta y una nueva historia crítica y suspicaz. En puridad, apenas se han hecho historias «internalistas» y de «grandes genios» sin atender en absoluto a los aspectos socio-institucionales y culturales que condicionaron el supuesto progreso de la disciplina (Lovett, 2006). Igualmente, resulta difícil hacer una historia contextual, compensatoria, crítica o genealógica de la psicología sin tratar de reconstruir algo de lo que sucedió en el pasado, identificar agentes relevantes y suponer una proyección, sea la que sea, hacia el futuro. El propio relato que el lector encontrará en las páginas que siguen se ajusta bien a esta lógica híbrida. Su imperativo didáctico exige una narración concatenada de hechos históricos a través de teorías y figuras consideradas como relevantes por la disciplina tal y como la entendemos hoy, pero nos gustaría no haber renunciado a preservar un espíritu crítico alimentado de compensaciones y aperturas genealógicas del campo cuando corresponda. Historia de la Psicología Teniendo todas estas cuestiones presentes, podríamos considerar que el propósito básico de este libro es ofrecer unos contenidos que permitan al lector, en primer lugar, entender las condiciones históricas, filosóficas y científicas que posibilitan la constitución de la disciplina en el siglo xix; y, en segundo lugar, conocer las diferentes vías de desarrollo que sigue, tanto en el sentido de las diferentes corrientes y escuelas que se proponen desde un primer momento, con sus respectivas bases teóricas, como sus sucesivas derivas y las diferentes aplicaciones con las que se irá engranando en la sociedad. De esta forma, esperamos ofrecer un panorama más o menos global que ayude a dar sentido a la fragmentación de contenidos y propuestas teóricas a las que solemos enfrentarnos cuando oteamos el paisaje de lo psicológico. Esperamos así dotar al estudiante de unas herramientas con las que poder posicionarse críticamente en el complejo paisaje de la psicología, afectado por lo que se ha dado en llamar un pluralismo epistemológico crónico o crítico y, en último término, constitutivo de la disciplina (diferentes perspectivas al respecto pueden consultarse en Blanco, 2002; Ferreira, 2010; Gergen, 2010; Parker, 2010; Pinillos, 1962; y Richards, 2002). También, esperamos abrir una reflexión acerca del ambivalente lugar ocupado por la psicología en el conjunto de las ciencias, desde las primeras disquisiciones de Kant sobre el lugar de la psicología empírica y el doble programa de Wundt, hasta la progresiva deriva neurocientífica de la investigación en psicología. A este respecto, y retomando algunas de las inquietudes con las que iniciábamos esta introducción, cabe señalar por ejemplo que la adscripción, cada vez más generalizada, de la psicología al área de las Ciencias de la Salud otorga a la vertiente clínica un lugar preponderante entre las diferentes áreas de investigación. Ciertamente, se recoge con ello una supuesta demanda social, al tratarse de la práctica más popular y solicitada en nuestros días, en parte probablemente por el gran impacto mediático y cultural de las terapias psicoanalíticas (marginadas sin embargo desde el ámbito académico por su presunta falta de cientificidad). Pero la centralidad de la cuestión sanitaria impone sobre el conjunto de la investigación una mirada que, por más laxa que sea la definición de salud que ofrece la Organización Mundial de la Salud, que se refiere a un bienestar físico, psicológico y social, no deja de distorsionar muchas líneas de investigación, no directamente ligadas a esa dimensión clínica. Introducción Adicionalmente, cabe señalar que esta adscripción sanitaria de la psicología no repercute sólo sobre el predominio de la práctica clínica o terapéutica, sino que apuntala también una mayor apertura a una investigación básica de carácter biológico, especialmente ligada a la genética y las neurociencias —ciencias naturales de las que una buena parte de la psicología no deja de sentirse algo así como la acomplejada «hermana menor»—. Se dan aquí nuevamente una serie de paradojas importantes, especialmente en la medida en que las modernas neurociencias, que empiezan su despegue a partir de los años sesenta reuniendo a científicos de múltiples ámbitos (matemática, física, química, cibernética, farmacología, etc.), estudian los procesos cerebrales en un plano molecular, en términos biofísicos, químicos y eléctricos no traducibles al plano psicológico (Rose y Abi-Rached, 2013). Como venimos señalando, este tipo de cuestiones configura buena parte del horizonte de sentido actual de lo que se relatará a partir de aquí, y de hecho volveremos sobre ellas en el epílogo. En todo caso, el relato histórico que ofrecemos también está trufado de claves para poder observar la psicología actual desde otros muchos puntos de vista, algunos, esperamos, especialmente críticos, reveladores y enriquecedores a la hora de pensar en alternativas teóricas y prácticas. 1 1 2 Sería injusto cerrar esta introducción sin reconocer la ayuda y apoyo que nos han ofrecido muchos amigos y compañeros. La redacción de este libro ha sido una labor larga y ardua que ha ocupado buena parte del tiempo de los autores estos últimos años. A estas alturas, nuestra memoria histórica alcanza a recordar los consejos, correcciones y opiniones de Elena Battaner Moro, Florentino Blanco Trejo, Saulo de Freitas Araujo, Rubén Gómez Soriano, Fania Herrero González, Álvaro Pazos Garciandía, Alberto Rosa Rivero y José Carlos Sánchez González. También habría que incluir en esta lista a los numerosos alumnos y tutores del Grado de Psicología de la UNED que con sus preguntas y apreciaciones nos ayudaron a aquilatar la primera versión divulgada de este texto. Muchas de las mejores cosas que siguen a continuación se deberán a ellos. Los errores son, naturalmente, exclusiva responsabilidad de los autores.