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V ENONE A PARIS [La ninfa a su Paris, aunque rechace ser suyo, desde las cumbres del Ida envía unas palabras que debe leer.] ¿Las lees? ¿O lo prohíbe la nueva esposa?!. Léelas; no es una carta escrita por mano micenea....

V ENONE A PARIS [La ninfa a su Paris, aunque rechace ser suyo, desde las cumbres del Ida envía unas palabras que debe leer.] ¿Las lees? ¿O lo prohíbe la nueva esposa?!. Léelas; no es una carta escrita por mano micenea. Enone, ninfa de una fuente, famosísima- en los bosques de Frigia, traicionada, me quejo de ti, mío, si te puedo llamar así. / ¿Qué dios ha puesto sus designios en contra de mis deseos? ¿Qué delito me impide seguir siendo tuya? Con resignación de- be soportarse lo que se sufre justamente. El castigo que viene sin merecerse, doliendo viene. No eras tú tan importante cuando satisfecha estuve de que 10 fueses mi marido, / ninfa yo macida de un ilustre río. El que ahora un Priámida (dicha sea la verdad sin respeto), siervo eras?; a casarme con un siervo, ninfa yo, me resigné. A menudo en medio de los rebaños descansamos a la som- bra de un árbol, y mezclada con las hojas nos ofreció la hierba 15 un lecho. / A menudo acostados sobre lecho de paja y encima del heno descubrimos 3 blanca escarcha en nuestra humilde cho- 1 Helena. 2 Paris desconocía ser hijo de Príamo cuando vivía en el Ida y amaba a Enone. 3 He preferido la lectura depremsa a la conjetura defersa porque el texto se en- tiende: al despertar «observarían» la escarcha aunque ellos estuvieran protegidos dentro de la choza. (30) ENONE A PARIS za. ¿Quién te mostraba los bosques idóneos para cazar, y en qué gruta podía ocultar la fiera a sus cachorros? Convertida en tu compañera, a menudo tendí las movibles redes de mallas y a 20 menudo conduje por los espaciosos montes los veloces perros. Incisas por ti conservan mi mombre las hayas y Enone soy leída grabada por tu cuchillo. Y cuanto los troncos, tanto crece 25 mi nombre. Creced y alzaos apropiados a mis títulos. / Hay un álamo, me acuerdo, plantado a la orilla del río, en el que hay escritas unas letras que me recuerdan. Vive, te lo ruego, álamo que, plantado en el margen de la ribera, conservas inscripción tal! en tu rugosa corteza: Cuando Paris pueda respirar, abandonada Enone, 30 tornará el agua del Janto? hacia su fuente. Janto, corre hacia atrás y, dando la vuelta, retroceded, aguas: se atreve Paris a abandonar a Enone. Aquel día sentenció mi destino, ¡ay de mí!; desde entonces 35 comenzó el detestable invierno de un mudado amor, / cuando Venus y Juno y Minerva, más hermosa revestida de armadura, se sometieron desnudas a tu dictamen3, Atónito palpitó mi pe- cho y un temblor frío se introdujo cuando me lo dijiste en lo más impenetrable de mis huesos. Consulté (pues tenía mucho l Costumbre atestiguada en Teócrito, cf. 14. XVII 48. 2 O Escamandro, tío de la Tróade que nace en el monte Ida. Actualmente Men- deres. 3 Cf. Her. XVI 57-72. ENONE A PARIS 40 miedo) a ancianas / y ancianos cargados de años. Coincidieron en que era funesto. El abeto se tala, se seccionan las maderas y, una vez dispuesta la flota, la cerúlea onda acoge las naves im- pregnadas de cera. Lloraste al marchar: esto al menos no lo niegues. El amor 45 de ahora es más vergonzoso que el pasado!. / Lloraste y viste llorosos mis ojos. Y, profundamente abatidos, uno y otro mez- clamos nuestras lágrimas. No es abrazado tan estrechamente el olmo por las vides plantadas junto a él como tus brazos se anu- daron a mi cuello. ¡Ah, cuántas veces cuando te quejabas de 50 que eras retenido por el viento, / rieron tus compañeros!; el viento era favorable. ¡Cuántas veces, reclamada de nuevo, me diste reiterados besos! ¡Con qué dificultad tu lengua fue capaz de decir «adiós»! Una suave brisa hincha las velas que penden del rígido mástil y, removida por los remos, blanquea de espu- ma el agua. 3) Mientras puedo / sigo a lo lejos, infeliz, las velas que se alejan de mi vista, y la arena se humedece con mis lágrimas, y que vuelvas pronto pido a las verdes Nereidas: precisamente que vuelvas pronto para mi mal. Para otra ibas a volver y vol. 60 viste por mis súplicas. / ¡Ay de mí! En favor de una cruel rival he suplicado. Una mole que aquí hay contempla el inmenso abismo; era un monte; resiste el embate de las olas: desde aquí he reconoci- do la primera las velas de tu navío; sentí el impulso de lanzar- ! El amor que ahora siente hacia Helena le debería causar vergiienza; no su amor pasado hacia Enone. ENONE A PARIS 65 me a las olas. / Miestras me detengo, me deslumbró la púrpu- ra en lo alto de la proa. Me llené de temor; aquel atuendo no era el tuyo. Se va aproximando y toca tierra la mave gracias a la ligera brisa. Temblándome el corazón veo un rostro de mujer. No era esto 70 todo (¿por qué, si no, me detenía, fuera de mí?). / No se des- pegaba de tu seno tu desvergonzada amante. Entonces desgarré mi túnica y golpeé mi pecho y arañé con uña inflexible mis hú- medas mejillas, y henchí el sagrado Ida de melancólicos gemi- 75 dos. Allí, a mis queridas piedras! dediqué estas lágrimas. / Así Helena sufra y llore, abandonada por su esposo, y lo que me ha hecho padecer a mí antes lo soporte ella misma. Ahora te convienen las que pueden seguirte a través de los mares abiertos y abandonar a sus legítimos esposos. Pero cuando 380 eras pobre y conducías, pastor, los rebaños / ninguna sino Eno- ne era la esposa del pobre. No admiro yo las riquezas ni me impresiona tu reino, ni que me digan una de las muchas nueras de Príamo; con todo, Príamo no rechazaría ser el suegro de una 85 ninfa ni habría de menospreciarme Hécuba como nuera. / Dig- na soy y deseo llegar a ser esposa de un poderoso. Tengo unas | Para Enone quizá sólo queden piedras en el monte en que, cuando Paris la amaba, crecían los árboles, parte de los cuales fueron luego talados para construir la flota. El paisaje, paralelamente a los sentimientos, cambia a lo largo de la carta. Cf, ED- WARD M. BRADLEY, «Ovid Heroides V: Reality and Illusion», Tbe Classical Journal LXIV 1, pp. 158-162. ENONE A PARIS manos a las que puede convenir el cetro. Y no me desprecies porque yacía contigo a la sombra de un haya: más digna soy de un lecho de púrpura. Finalmente mi amor te ofrece seguridad: ninguna guerra 90 contra ti se prepara, // ni conduce la onda naves vengadoras. La fugitiva Tindáride! es reclamada por amenazadoras armas. En- soberbecida con esta clase de dote se dirige a tu tálamo. Pre- gunta a tu hermano Héctor o a Polidamante junto con Deífobo 95 si debes devolverla a los dánaos; / mira a ver qué te aconseja el prestigiado Anténor o el mismo Príamo, de quienes fue maes- tra una dilatada vida. Torpe principio poner por delante de la patria a una raptada. Tu causa es vergonzosa; el marido se alza en legítimas armas. Y no te prometas, si eres razonable, la fidelidad de la laco- 100 nia, / que se ha vuelto tan rápidamente a tu abrazo. Como el menor de los Atridas lamenta a gritos la alianza de un lecho deshonrado y se duele traicionado por un amor extranjero, tú también te lamentarás: con ningún artificio se puede reparar el 105 pudor lesionado; él muere de una vez. / Se inflama por tu amor. Así también amó a Menelao: y ahora yace en viudo le- cho, crédulo él. ¡Feliz Andrómaca, felizmente casada con un esposo fiel! Debiste tomarme como esposa a ejemplo de tu hermano. Tú eres más voluble que las hojas, cuando, ya secas sin el peso de 110 la savia, / vuelan movidas por el ligero viento. Y hay menos ' Helena. ENONE A PARIS peso en ti que en la punta de la espiga que, leve, quemada por los asiduos soles se endurece. Esto tu hermana! (sí, lo recuerdo) ya lo auguraba, profeti- 115 zando para mí, la cabellera suelta, de esta manera: / «¿Qué haces, Enone? ¿Por qué a la arena confías la semilla? Aras las riberas con unos bueyes que no te ayudarán. Viene una novilla griega que va a perderte a ti, a tu patria y a tu casa; ¡prohíbelo! Una novilla griega viene. Mientras sea posible, hun- 120 did en el ponto esa obscena nave. / ¡Ay, cuánta sangre frigia transporta!». Había dicho. En medio del éxtasis las criadas se la llevaron delirante. Pero mi rubia cabellera se me erizó. ¡Ay! Fuiste para mi desgracia una adivina verídica en demasía. ¡He aquí que la griega novilla es dueña de mis bosques! 125 / Aunque sea célebre por su belleza, es ciertamente una adúltera: cautivada por su huésped, traicionó a los dioses del matrimonio. A ella de su patria Teseo, sí no me equivoco de nombre, un tal Teseo la raptó antes. ¿Se puede creer que pot 130 un joven y apasionado fue devuelta virgen? / ¿Que de dónde he averiguado esto tan bien, preguntas? Amo. Es posible que lo llames «violencia» y encubras bajo ese nombre su falta, pero la que tantas veces fue raptada se ofreció ella misma a ser rap- tada. En cambio Enone permanece casta para un marido que la en- 135 gaña; y podía haberte egañado siguiendo tu ejemplo. / A mí los 1 Casandra. ENONE A PARIS ligeros Sátiros (en las selvas, escondida, me ocultaba) me persi- guieron, turba lasciva, en veloz carrera; y coronada su cabeza cornígera de agujas de pino, Fauno en los inmensos bosques por donde se eleva el Ida. El que fortificó Troya *, famoso por su lira, 140 me amó: / él tiene el trofeo de mi virginidad y esto también no sin lucha; pues arranqué con mis uñas sus cabellos y se puso ás- pero su rostro por mis dedos. No reclamé como pago del estupro perlas ni oro: vergonzosamente compran los regalos la castidad 145 de un cuerpo. // Él mismo, juzgándome digna, me enseñó el ar- te de la medicina, y confió sus dones a mis manos. Cualquier hierba capaz de curar y cualquier raíz que pueda sanar, en cual- quier parte del mundo en que nazcan, son mías. Desgraciada de mí, pues amor no se cura con hierbas. / 150 Conocedora de este arte, mí arte me abandona. El mismo in- ventor de la medicina se dice que apacentó las novillas féreas?, y ha sido herido por mi amor. Puedes tú ofrecerme el auxilio que no pueden la tierra, fecunda en producir hierbas, ni la di- 155 vinidad. / Tú puedes y yo lo he merecido: ten piedad de una muchacha digna. No aporto yo con los dánaos sangrientas armas; sino que soy tuya y contigo pasé mis jóvenes años. Y ser tuya lo que me queda de vida suplico. Apolo. 2 Igual que en Ars Azz. 11 239 ss., Ovidio sigue la versión calimaquea, Himno q Apolo 47-49, elaborada en TIBULO 11.3, según la cual fue por amor al rey Admeto, hijo de Feres, por lo que Apolo le sirvió como pastor en Feras (Tesalia). No se ajusta, pues, a la más general, según la cual Júpiter se lo impuso como castigo por haber matado a los Cíclopes, encolerizado Apolo porque el padre de los dioses había fulminado a Escu- lapio, su hijo. En esta segunda versión se alude, sin embargo, a las buenas relaciones entre Ádmeto, que trataba como un dios a Apolo, y a la ayuda que el dios prestó a Admeto para conseguir el matrimonio de Alcestis. Quizá de esta amistad se dedujo más tarde el amor.