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FEDERICI - El patriarcado del salario- Contraatacando desde la cocina.pdf

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Silvia Federici El patriarcado del salario Críticas feministas al marxismo Federici, Silvia El patriarcado del salario / Silvia Federici - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tinta Limón, 2018. 128 p. ; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-3687-39-6 1. Feminismo. 2. Marxismo. 3. Filosofía....

Silvia Federici El patriarcado del salario Críticas feministas al marxismo Federici, Silvia El patriarcado del salario / Silvia Federici - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tinta Limón, 2018. 128 p. ; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-3687-39-6 1. Feminismo. 2. Marxismo. 3. Filosofía. I. TÌtulo. CDD 305.42 Segunda reimpresión: septiembre de 2020 Traducción: Capítulos 1, 3 y 4: María Aránzazu Catalán Altuna. Capítulo 2: Scriptorium (Carlos Fernández Guervós y Paula Martín Ponz) Diseño de cubierta: Juan Pablo Fernández Imagen de tapa: La extraña forma de contar una historia, Paula Otegui, 2011. Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional © de los textos, Silvia Federici © de la edición Tinta Limón y Traficantes de Sueños. www.tintalimon.com.ar Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 1. Contraatacando desde la cocina Escrito con Nicole Cox* Desde los tiempos de Marx, ha quedado claro que el salario es la herramienta mediante la que gobierna y se desarrolla el capital, es decir, que el cimiento de la sociedad capitalista ha sido la imple- mentación del salario obrero y la explotación directa de las y los obreros. Lo que no ha quedado nunca claro y no ha sido asumido por las organizaciones del movimiento obrero es que ha sido preci- samente a través del salario como se ha orquestado la organización de la explotación de los trabajadores no asalariados. Esta explota- ción ha resultado ser todavía más efectiva puesto que la falta de remuneración la oculta: en lo que a las mujeres se refiere, su trabajo aparece como un servicio personal externo al capital.1 No es casual que durante los últimos meses diversas publica- ciones de izquierda hayan propagado ataques contra la campaña Salario para el Trabajo Doméstico (WfH por sus siglas en inglés). Siempre que el movimiento feminista ha tomado una posición * Este texto se escribió originalmente como respuesta a un artículo que apareció en la revista Liberation bajo el título “Women and Pay for Housework” [“Mujeres y paga para el trabajo doméstico”], firmado por Carol Lopate (Liberation, vol. 18, núm. 8, mayo-junio de 1974, pp. 8-11). Nuestra réplica al artículo fue rechazada por los editores de la revista. Si lo publicamos ahora es porque, en ese momento, Lopate mostraba mayor apertura que la mayoría de la izquierda tanto respecto a sus hipó- tesis fundamentales como en relación con el movimiento internacional de mujeres. Con la publicación de este artículo no queremos dar pie a un debate estéril con la izquierda, sino más bien cerrarlo. [En castellano se publicó por primera vez en Re- volución en punto cero, Madrid, Traficantes de sueños, 2013. N. de. E.] 1. Mariarosa Dalla Costa, “Women and the Subversion of the Community”, en Dalla Costa y Selma James (eds.), The Power of Women and the Subversion of the Communi- ty, Bristol, Falling Wall Press, 1973, pp. 25-26 [ed. cast.: “Las mujeres y la subversión de la comunidad” en El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad, México, Siglo XXI Editores, 1975]. 21 autónoma, la izquierda se ha sentido traicionada. La izquierda se da cuenta de que esta perspectiva conlleva implicaciones que van más allá de la “cuestión de la mujer” y que representa una ruptura con su política pasada y presente, tanto respecto a las mujeres como al resto de la clase obrera. De hecho, el sectarismo que la izquierda ha demostrado tradicionalmente en relación con las luchas feministas es una consecuencia de su interpretación reduccionista del alcance y de los mecanismos necesarios para el funcionamiento del capi- talismo así como de la dirección que la lucha de clases debe tomar para romper este dominio. En el nombre de la “lucha de clases” y del “interés unitario de la clase trabajadora”, la izquierda siempre ha seleccionado a determi- nados sectores de la clase obrera como sujetos revolucionarios y ha condenado a otros a un rol meramente solidario en las luchas que estos sectores llevaban a cabo. Así la izquierda ha reproducido den- tro de sus objetivos organizativos y estratégicos las mismas divisio- nes de clase que caracterizan la división capitalista del trabajo. A este respecto, y pese a la variedad de posicionamientos tácticos, la izquierda se ha mantenido estratégicamente unida. Cuando llega el momento de decidir qué sujetos son revolucionarios, estalinis- tas, trotskistas, anarcolibertarios, vieja y nueva izquierda, todos se unen bajo las mismas afirmaciones y argumentos en pro de la causa común. Nos ofrecen “desarrollo” Desde el mismo momento en el que la izquierda aceptó el sala- rio como línea divisoria entre trabajo y no trabajo, producción y parasitismo, poder potencial e impotencia, la inmensa cantidad de trabajo que las mujeres llevan a cabo en el hogar para el capital escapó a su análisis y estrategias. Desde Lenin hasta Juliet Mitchell pasando por Gramsci, toda la tradición de izquierda ha estado de acuerdo en la marginalidad del trabajo doméstico en la reproduc- 22 ción del capital y la marginalidad del ama de casa en la lucha revo- lucionaria. Según la izquierda, como amas de casa, las mujeres no sufren el capital sino que sufren por la ausencia del mismo. Parece que nuestro problema es que el capital ha fallado en su intento de llegar a nuestras cocinas y dormitorios, con la doble consecuencia de que nosotras presumiblemente nos mantenemos en un estado feudal, precapitalista, y que nada de lo que hagamos en los dormi- torios o en las cocinas puede ser relevante para el cambio social. Obviamente si nuestras cocinas están fuera de la estructura capi- talista nuestra lucha para destruirlas nunca triunfará, provocando así la caída del capital. Pero por qué el capital permite que sobreviva tanto trabajo no rentable, tanto tiempo de trabajo improductivo, es una pregunta que la izquierda nunca encara, siempre segura de la irracionalidad e incapacidad del capital para planificar. Irónicamente ha trasla- dado su ignorancia respecto a la relación específica de las muje- res con el capital a una teoría por la cual el subdesarrollo político de las mujeres solo se superará mediante nuestra entrada en la fábrica. Así, la lógica de un análisis que focaliza la opresión de la mujer como resultado de su exclusión de las relaciones capitalistas resulta inevitablemente en una estrategia diseñada para que forme- mos parte de esas relaciones en lugar de destruirlas. En este sentido, hay una conexión directa entre la estrategia dise- ñada por la izquierda para las mujeres y la diseñada para el “Tercer Mundo”. De la misma manera que desean introducir a las mujeres en las fábricas, quieren llevar las fábricas al “Tercer Mundo”. En ambos casos la izquierda presupone que los “subdesarrollados” –aquellos de nosotros que no recibimos salarios y que trabajamos con un menor nivel tecnológico– estamos retrasados respecto a la “verdadera clase trabajadora” y que tan solo podremos alcanzarla a través de la obtención de un tipo de explotación capitalista más avanzada, un mayor trozo del pastel del trabajo en las fábricas. En ambas situaciones, la lucha que ofrece la izquierda a los no asala- riados, a los “subdesarrollados”, no es la rebelión contra el capital 23 sino la pelea por él, por un tipo de capitalismo más racionalizado, desarrollado y productivo. En lo tocante a nosotras, no nos ofrecen solo el “derecho a trabajar” (esto se lo ofrecen a todos los trabaja- dores) sino que nos ofrecen el derecho a trabajar más, el derecho a estar más explotadas. Un nuevo campo de batalla El cimiento político del movimiento por un salario para el trabajo doméstico lo constituye el rechazo a esta ideología capitalista que equipara la falta de salario y un bajo desarrollo tecnológico con un retraso político y con falta de capacidad y, finalmente, proclama la necesidad del capital como condición previa para que podamos organizarnos. Es una negativa a aceptar el supuesto de que como somos trabajadoras no asalariadas o que trabajamos con un menor desarrollo tecnológico (y ambas condiciones van íntimamente liga- das) nuestras necesidades deben ser diferentes a las del resto de la clase trabajadora. Nos negamos a aceptar que mientras los traba- jadores masculinos de la automoción en Detroit pueden rebelarse contra el trabajo en la cadena de montaje, nosotras, desde las coci- nas en las metrópolis o desde las cocinas y los campos del “Tercer Mundo”, debamos tener como objetivo trabajar en una fábrica, cuando entre los obreros de todo el mundo aumenta cada vez más el rechazo a este tipo de trabajo. Nuestra animadversión a la ideo- logía izquierdista es la misma que mostramos frente a la asunción de que el desarrollo capitalista sea un camino hacia la liberación o, más específicamente, supone nuestro rechazo al capitalismo en cualquiera de las formas que adopte. De forma inherente a este rechazo, surge una redefinición de qué es el capitalismo y quién forma la clase obrera –es decir, una revaluación de las fuerzas y las necesidades de clase–. Por esto, la campaña Salario para el Trabajo Doméstico no es una demanda más entre tantas otras, sino una perspectiva política 24 que abre un nuevo campo de batalla, que comienza con las muje- res pero que es válida para toda la clase obrera.2 Debemos enfatizar esto ya que el reduccionismo que se hace de la campaña Salario para el Trabajo Doméstico a una mera demanda es un elemento común en los ataques que la izquierda lanza sobre la campaña como modo de desacreditarla y que permite a sus críticos evitar la confrontación con los diferentes conflictos políticos que desvela. El artículo de Lopate, “Women and a Pay for Housework”, es un claro ejemplo de esta tendencia. Ya en el mismo título “Pay for Housework” se falsea el problema, reclamar un salario [wage] no es lo mismo que recibir una paga [pay], el salario es la expresión de la relación de poder entre el capital y la clase trabajadora. Un modo más sutil de desacreditar la campaña es el argumento de que esta perspectiva se ha importado desde Italia y que tiene poca relevancia respecto a la situación en EEUU donde las mujeres “sí trabajan”.3 Este es otro claro ejemplo de desinformación. El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad –la única fuente que Lopate nom- bra– reconoce la dimensión internacional del contexto en el cual se origina la campaña Salario para el Trabajo Doméstico. En cualquier caso, trazar el origen geográfico de WfH está fuera de lugar en este estadio de la integración internacional del capital. Lo que importa es la génesis política, y esta es el rechazo a asumir como trabajo la explotación, y el rechazo a que solo sea posible rebelarse contra aquello que conlleve un salario. En nuestro caso, supone el fin de la división entre las “mujeres que trabajan” y las “que no trabajan” (puesto que “tan solo son amas de casa”), división que implica que el trabajo no asalariado no se asuma como trabajo, que el trabajo doméstico no sea trabajo y, paradójicamente, que la causa de que en EEUU la mayoría de las mujeres de facto trabajen y luchen sea 2. Silvia Federici, “Wages against Housework”, 1975 [ed. en cast.: “Salarios contra el trabajo doméstico” en Revolución en punto cero, Madrid, Traficantes de sueños, 2013]. 3. “La demanda de una paga para el trabajo doméstico llega de Italia, donde la in- mensa mayoría de las mujeres de todas las clases todavía permanece en los hogares. En EEUU más de la mitad de las mujeres trabajan”. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 9. 25 que muchas tienen un segundo empleo. No reconocer el trabajo que las mujeres llevan a cabo en casa es estar ciego ante el trabajo y las luchas de una abrumadora mayoría de la población mundial que no está asalariada. Es ignorar que el capital estadounidense se construyó sobre el trabajo de los esclavos tanto como sobre el tra- bajo asalariado y que, hasta el día de hoy, crece gracias al trabajo en negro de millones de mujeres y hombres en los campos, cocinas y prisiones de EEUU y de todo el mundo. El trabajo invisibilizado Partiendo de nuestra situación como mujeres, sabemos que la jornada laboral que efectuamos para el capital no se traduce necesariamente en un cheque, que no empieza y termina en las puertas de la fábrica, y así redescubrimos la naturaleza y la exten- sión del trabajo doméstico en sí mismo. Porque tan pronto como levantamos la mirada de los calcetines que remendamos y de las comidas que preparamos, observamos que, aunque no se traduce en un salario para nosotras, producimos ni más ni menos que el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capita- lista: la fuerza de trabajo. El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza y cuidado de nuestros hijos –los futuros traba- jadores– cuidándolos desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas.4 4. Mariarosa Dalla Costa, “Community, Factory and School from the Woman’s Viewpoint”, L’Offensiva, 1972: “La comunidad es esencialmente el lugar de la mujer 26 Esta es la razón por la que, tanto en los países “desarrollados” como en los “subdesarrollados”, el trabajo doméstico y la familia son los pilares de la producción capitalista. La disponibilidad de una fuerza de trabajo estable, bien disciplinada, es una condición esencial para la producción en cualquiera de los estadios del desa- rrollo capitalista. Las condiciones en las que se lleva a cabo nuestro trabajo varían de un país a otro. En algunos países se nos fuerza a la producción intensiva de hijos, en otros se nos conmina a no reproducirnos, especialmente si somos negras o si vivimos de subsidios sociales o si tendemos a reproducir “alborotadores”. En algunos países producimos mano de obra no cualificada para los campos, en otros trabajadores cualificados y técnicos. Pero en todas partes nuestro trabajo no remunerado y la función que llevamos a cabo para el capital es la misma. Lograr un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero. El doble empleo tan solo ha supuesto para las mujeres tener incluso menos tiempo y energía para luchar contra ambos. Además, una mujer que trabaje a tiempo completo en casa o fuera de ella, tanto si está casada como si está soltera, tiene que dedicar horas de tra- bajo para reproducir su propia fuerza de trabajo, y las mujeres conocen de sobra la tiranía de esta tarea, ya que un vestido bonito o un buen corte de pelo son condiciones indispensables, ya sea en el mercado matrimonial o en el mercado del trabajo asalariado, para obtener ese empleo. Por todo esto dudamos de que en EEUU “las escuelas, jardines de infantes, guarderías y la televisión hayan asumido gran parte de la responsabilidad de las madres en la sociabilidad de sus hijos” y que “la disminución del tamaño de los hogares y la mecanización del trabajo doméstico ha[ya] significado un aumento potencial del en el sentido de que es allí donde directamente efectúa su trabajo. Pero de la misma manera, la fábrica es también el lugar que personifica el trabajo de las mujeres a las que no se verá allí y que han traspasado su trabajo a los hombres que son los únicos que aparecen. De la misma manera, la escuela representa el trabajo de las mujeres a las que tampoco se verá pero que han trasladado su trabajo a los estudiantes que regresan cada mañana alimentados, cuidados y planchados por sus madres”. 27 tiempo libre para el ama de casa” y que ella solo “se mantiene ocu- pada, usando y reparando los aparatos... que teóricamente se han diseñado con la idea de ahorrarle tiempo”.5 Las guarderías y los jardines de infantes nunca nos han pro- porcionado tiempo libre, sino que han liberado parte de nuestro tiempo para dedicarlo a más trabajo adicional. En lo que respecta a la tecnología, es en EEUU donde podemos medir el abismo entre la tecnología socialmente disponible y la tecnología que se cuela en nuestras cocinas. Y en este caso también, es nuestra condición de no asalariadas la que determina la cantidad y calidad de la tec- nología que obtenemos. Ya que “si no te pagan por horas, dentro de ciertos límites, a nadie le importa cuánto tardes en hacer tu tra- bajo”.6 En todo caso, la situación en EEUU demuestra que ni la tecnología ni un segundo empleo liberan a la mujer del trabajo doméstico, y que “producir un trabajador especializado no es una carga menos pesada que producir un trabajador no cualificado, ya que no es entre estos dos destinos donde reside el rechazo de las mujeres a trabajar de manera gratuita, sea cual sea el nivel tecno- lógico en el que se lleve a cabo este trabajo, sino en vivir para pro- ducir, independientemente del tipo particular de hijos que deban ser producidos”.7 Queda por puntualizar que al afirmar que el trabajo que lleva- mos a cabo en casa es producción capitalista no estamos expre- sando un deseo de ser legitimadas como parte de las “fuerzas pro- ductivas”; en otras palabras, no es un recurso al moralismo. Solo desde un punto de vista capitalista ser productivo es una virtud moral, incluso un imperativo moral. Desde el punto de vista de la clase obrera, ser productivo significa simplemente ser explotado. Como Marx reconocía “ser un obrero productivo no es precisa- mente una dicha, sino una desgracia”.8 Por ello obtenemos poca 5. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 9. 6. Dalla Costa, “Women and the Subversion of the Community”, cit., pp. 28-29. 7. Dalla Costa, “Community, Factory and School”, cit. 8. Karl Marx, Capital, vol. 1, Londres, Penguin Books, 1990, p. 644. 28 “autoestima” de esto.9 Pero cuando afirmamos que el trabajo repro- ductivo es un momento de la producción capitalista, estamos cla- rificando nuestra función específica en la división capitalista del trabajo y las formas específicas que nuestra revuelta debe tomar. Finalmente, cuando afirmamos que producimos capital, lo que afirmamos es que podemos y queremos destruirlo y no enredarnos en una batalla perdida de antemano consistente en cambiar de un modo y grado de explotación a otro. También debemos dejar claro que no estamos “tomando pres- tadas categorías del mundo marxista”.10 Admitimos que estamos menos ansiosas que Lopate por desechar el trabajo de Marx, ya que nos ha proporcionado un análisis que a día de hoy sigue siendo indispensable para entender cómo funcionamos en la sociedad capitalista. También sospechamos que la aparente indiferencia de Marx hacia el trabajo reproductivo puede estar basada en factores históricos. No nos referimos únicamente a esa dosis de chovinismo masculino que ciertamente Marx compartía con sus contemporá- neos (y no solo con ellos). En el momento histórico en el que Marx escribió su obra, la familia nuclear y el trabajo doméstico no esta- ban desarrollados todavía.11 Lo que Marx tenía frente a sus ojos era el proletariado femenino, que era empleado junto a sus maridos e hijos en la fábrica, y a la mujer burguesa que tenía una criada y, trabajase o no ella misma, no producía la mercancía fuerza de trabajo. La ausencia de lo que hoy llamamos familia nuclear no sig- nifica que los trabajadores no intimasen y copularan. Significa, sin embargo, que era imposible sacar adelante relaciones familiares y trabajo doméstico cuando cada miembro de la familia pasaba quince horas diarias en la fábrica, y no había ni tiempo ni espacio físico para la vida familiar. 9 Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 9: “Pudiese ser también que las mujeres necesiten ganar un salario en aras de conseguir la autoestima y confianza necesarias para dar los primeros pasos hacia la igualdad”. 10. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 11. 11. Aquí hablamos del nacimiento de la familia nuclear como un estadio de las relaciones capitalistas. 29 Solo después de que las epidemias y el trabajo excesivo diezma- sen la mano de obra disponible y, aún más importante, después de que diferentes oleadas de luchas obreras entre 1830 y 1840 estuvie- sen a punto de llevar a Inglaterra a una revolución, la necesidad de tener una mano de obra más estable y disciplinada forzó al capital a organizar la familia nuclear como base para la reproducción de la fuerza de trabajo. Lejos de ser una estructura precapitalista, la familia, tal y como la conocemos en “Occidente”, es una creación del capital para el capital, una institución organizada para garan- tizar la cantidad y calidad de la fuerza de trabajo y el control de la misma. Es por esto que “como el sindicato, la familia protege al tra- bajador pero también se asegura de que él o ella nunca serán otra cosa que trabajadores. Esta es la razón por la que es crucial la lucha de las mujeres de la clase obrera contra la institución familiar”.12 Nuestra falta de salario como disciplina La familia es esencialmente la institucionalización de nuestro tra- bajo no remunerado, de nuestra dependencia salarial de los hom- bres y, consecuentemente, la institucionalización de la desigual división de poder que ha disciplinado tanto nuestras vidas como las de los hombres. Nuestra falta de salario y dependencia del ingreso económico de los hombres los ha mantenido a ellos atados a sus trabajos, ya que si en algún momento querían dejar el trabajo tenían que enfrentarse al hecho de que su mujer e hijos dependían de sus ingresos. Esta es la base de esos “viejos hábitos, nuestros y de los hombres” que Lopate encuentra tan difíciles de romper. No es casual que sea difícil para un hombre “demandar horarios de trabajo espe- ciales para poder implicarse de una manera equitativa en el cuidado de los hijos”.13 La razón por la cual los hombres no pueden solicitar 12. Dalla Costa, “Women and the Subversion of the Community”, cit., p. 41. 13. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 11: “Muchas de las mujeres que a lo largo de nuestra vida hemos luchado por esta reestructuración hemos caído 30 jornadas a tiempo parcial es que el salario masculino es indispen- sable para la supervivencia de la familia, incluso cuando la mujer provee un segundo sueldo. Y si “nos encontramos que nosotras mismas preferimos o buscamos trabajos menos absorbentes, que nos dejan más tiempo para las tareas del hogar”14 es porque nos resistimos a una explotación intensiva, a consumirnos en la fábrica y a después consumirnos todavía más rápido en casa. El que carezcamos de salario por el trabajo que llevamos a cabo en los hogares ha sido también la causa principal de nuestra debi- lidad en el mercado laboral. Los empresarios saben que estamos acostumbradas a trabajar por nada y que estamos tan desesperadas por lograr un poco de dinero para nosotras mismas que pueden obtener nuestro trabajo a bajo precio. Desde que el término mujer se ha convertido en sinónimo de ama de casa, cargamos, vayamos donde vayamos, con esta identidad y con las “habilidades domésti- cas” que se nos otorgan al nacer mujer. Esta es la razón por la que el tipo de empleo femenino es habitualmente una extensión del trabajo reproductivo y que el camino hacia el trabajo asalariado a menudo nos lleve a desempeñar más trabajo doméstico. El hecho de que el trabajo reproductivo no esté asalariado le ha otorgado a esta condición socialmente impuesta una apariencia de natura- lidad (“feminidad”) que influye en cualquier cosa que hacemos. Por ello no necesitamos que Lopate nos diga que “lo esencial que no podemos olvidar es que somos un ‘sexo’”.15 Durante años el capital nos ha remarcado que solo servíamos para el sexo y para fabricar hijos. Esta es la división sexual del trabajo y nos negamos en una periódica desesperación. Primero, había viejos hábitos –nuestros y de los hombres– que romper. Segundo, había problemas reales de tiempo... ¡Preguntale a cualquier hombre! Es muy difícil para ellos acordar horarios a tiempo parcial y resulta complicado demandar horarios de trabajo especiales para poder implicarse de una manera equitativa en el cuidado de los hijos”. 14. Ibídem. 15. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 11: “Lo que esencialmente no debemos olvidar es que somos un SEXO. Es la única palabra desarrollada hasta ahora para describir nuestros puntos en común”. 31 a eternizarla como inevitablemente sucede si lanzamos preguntas como estas: “¿Qué significa hoy día ser mujer? ¿Qué cualidades específicas, inherentes y atemporales, si las hay, se asocian a ‘ser mujer’?”.16 Preguntar esto es suplicar que te den una respuesta sexista. ¿Quién puede decir quiénes somos? De lo que podemos estar seguras que sabemos hasta ahora es qué no somos, hasta el punto de que es a través de nuestra lucha que obtendremos la fuerza para romper con la identidad que se nos ha impuesto social- mente. Es la clase dirigente, o aquellos que aspiran a gobernar, quienes presuponen que existe una personalidad humana eterna y natural, precisamente para perpetuar su poder sobre nosotras. La glorificación de la familia No es sorprendente que la cruzada de Lopate en busca de la esencia de la feminidad la conduzca a una llamativa glorificación del trabajo reproductivo no remunerado y del trabajo no asalariado en general: El hogar y la familia han proporcionado tradicionalmente el único intersticio dentro del mundo capitalista en el que la gente puede ocuparse de las necesidades de los otros desde el cuidado y el amor, si bien estas necesidades a menudo emergen del miedo y la dominación. Los padres cuidan a sus hijos desde el amor, al menos en parte... E incluso creo que este recuerdo persiste en nosotros mientras crecemos de manera que retenemos, casi como si fuera una utopía, la memoria de un trabajo y un cuidado que provienen del amor, más que de una recompensa económica.17 La literatura producida por el movimiento de las mujeres ha mos- trado los devastadores efectos que este tipo de amor, cuidado y ser- 16. Ibídem. 17. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 10. 32 vilismo ha tenido en las mujeres. Estas son las cadenas que nos han aprisionado en una situación cercana a la esclavitud. ¡Nosotras nos negamos a perpetuarla en nosotras mismas y a elevar al nivel de utopía la miseria de nuestras madres y abuelas y la nuestra pro- pia como niñas! Cuando el Estado o el capital no pagan el salario debido, son aquellos que reciben el amor, el cuidado –igualmente no remunerados e impotentes– los que pagan con sus vidas. De la misma manera rechazamos la sugerencia de Lopate de que la demanda de un salario para el trabajo doméstico “tan solo serviría para ocultar aún más las posibilidades de un trabajo libre y no aliena- do”,18 lo que viene a decir que la única manera de “desalienar” el tra- bajo consiste en hacerlo de manera gratuita. Sin duda el presidente Gerald Ford apreciaría esta sugerencia. El trabajo voluntario sobre el cual descansa cada vez más el Estado moderno se basa precisamente en esta dispensación caritativa de nuestro tiempo. A nosotras nos parece, sin embargo, que si este trabajo, en vez de basarse en el amor y el cuidado, hubiera proporcionado una remuneración económica a nuestras madres, probablemente estas habrían estado menos amar- gadas y habrían sido menos dependientes, se las hubiese chantajeado menos y a su vez ellas hubieran chantajeado menos a sus hijos, a los que se les recriminaba constantemente el sacrificio que ellas debían llevar a cabo. Nuestras madres habrían tenido más tiempo y energías para rebelarse contra ese trabajo y nosotras estaríamos en un estadio más avanzado de esta lucha. Glorificar la familia como “ámbito privado” es la esencia de la ideología capitalista, la última frontera en la que “hombres y muje- res mantienen sus almas con vida” y no es sorprendente que en estos tiempos de “crisis”, “austeridad” y “privaciones”19 esta ideo- logía esté disfrutando de una popularidad renovada en la agenda capitalista. Tal y como Russell Baker expresó recientemente en The 18. Ibídem: “La eliminación de esa amplia área del mundo capitalista donde nin- guna transacción tiene un valor de cambio solo serviría para ocultar aún más las posibilidades de un trabajo libre y no alienado”. 19. Ibídem: “Creo que es en el ámbito privado donde mantenemos con vida nuestras almas”. 33 New York Times el amor nos mantuvo calientes durante los años de la Gran Depresión y haríamos bien en llevarlo con nosotros durante esta excursión a tiempos duros.20 Esta ideología que contrapone la familia (o la comunidad) a la fábrica, lo personal a lo social, lo pri- vado a lo público, el trabajo productivo al improductivo, es útil de cara a nuestra esclavitud en el hogar que, en ausencia de salario, siempre ha aparecido como si se tratase de un acto de amor. Esta ideología está profundamente enraizada en la división capitalista del trabajo que encuentra una de sus expresiones más claras en la organización de la familia nuclear. El modo en el que las relaciones salariales han mistificado la función social de la familia es una extensión de la manera en la que el capital ha mistificado el trabajo asalariado y la subordinación de nuestras relaciones sociales al “nexo del dinero”. Hemos aprendido de Marx que el salario también esconde el trabajo no remunerado incluido en el beneficio. Pero medir el trabajo mediante el salario también esconde el alto grado en el que nuestras familias y relacio- nes sociales han sido subordinadas a las relaciones de producción –han pasado a ser relaciones de producción: cada momento de nues- tras vidas tiene una utilidad para la acumulación de capital–. Tanto el salario como la falta del mismo han permitido al capital ocul- tar la duración real de nuestra jornada laboral. El trabajo aparece simplemente como un compartimento de nuestras vidas, que tiene lugar solo en determinados momentos y espacios. El tiempo que consumimos en la “fábrica social”, preparándonos para el trabajo o yendo a trabajar, restaurando nuestros “músculos, nervios, huesos y cerebro”21 mediante cortos almuerzos, sexo rápido, películas… todo esto es disfrazado de placer, de tiempo libre, aparece como una elección individual. 20. Russel Baker, “Love and Potatoes”, The New York Times, 25 de noviembre de 1974. 21. Marx, Capital, cit., 1990. 34 Diferentes mercados laborales El uso que el capital hace de los salarios también oculta quién forma la clase obrera y mantiene divididos a los trabajadores. Mediante las relaciones salariales, el capital organiza diferentes mercados laborales (un mercado laboral para los negros, para los jóvenes, para las mujeres jóvenes y para los hombres blan- cos) y opone la “clase trabajadora” al proletariado “no trabaja- dor”, supuestamente parasitario del trabajo de los primeros. Así, a los que recibimos ayudas sociales se nos dice que vivimos de los impuestos de la “clase trabajadora”, las amas de casa somos retratadas como sacos rotos en los que desaparecen los sueldos de nuestros maridos. Sin embargo es la debilidad social de los no asalariados lo que finalmente ha sido y es la debilidad de toda la clase obrera res- pecto al capital. Como demuestran los procesos de “deslocaliza- ción de empresas”, la disponibilidad de trabajo no remunerado, tanto en los países “no desarrollados” como en las metrópolis, le ha permitido al capital abandonar aquellas áreas de producción donde la fuerza de trabajo se había convertido en demasiado cara y así socavar el poder que habían conquistado los trabajadores. Cuando el capital no ha podido huir al “Tercer Mundo” ha abierto entonces sus puertas a las mujeres, los negros y la juventud de las metrópolis o a los migrantes del “Tercer Mundo”. Por lo que no es casual que aunque el capitalismo se base presuntamente en el trabajo asalariado, más de la mitad de la población mun- dial no esté remunerada. La falta de salarios y el subdesarrollo son factores esenciales en la planificación capitalista, nacional e internacional. Estos son medios poderosos con los que provocar la competencia de los trabajadores en el mercado nacional e inter- nacional y hacernos creer que nuestros intereses son diferentes y contradictorios.22 22. Selma James, Sex, Race and Class, Bristol, Falling Wall Press and Race Today Publications, 1975. 35 Estas son las raíces del sexismo, del racismo y del “bienesta- rismo”23 (el desdén por los trabajadores que han logrado obtener ayudas sociales por parte del Estado) que suponen un reflejo de los diferentes tipos de mercados laborales y en consecuencia los dife- rentes modos de regular y dividir a la clase trabajadora. Si hacemos caso omiso de este uso de la ideología capitalista y de su enraiza- miento en la relación salarial, no solo acabaremos considerando que el racismo, el sexismo y el “bienestarismo” son enfermedades morales, productos de la “falsa conciencia”, sino que nos confi- naremos a una estrategia “educativa” que nos deja nada más que “imperativos morales con los que reforzar nuestra posición”.24 Finalmente encontramos un punto en común con Lopate cuando afirma que nuestra estrategia nos libera de tener que depender de que “los hombres se porten como “buenas personas”” para lograr la liberación. Tal y como demostraron las luchas de las personas negras durante los años sesenta, no fue mediante buenas palabras sino mediante su organización que consiguieron que sus necesidades se “entendieran”. En el caso de las mujeres, intentar educar a los hombres ha provocado que nuestra revuelta se haya privatizado y se luche en la soledad de nuestras cocinas y habita- ciones. El poder educa. Primero los hombres tendrán miedo, luego aprenderán, porque será el capital el que tenga miedo. Porque no estamos peleando por una redistribución más equitativa del mismo trabajo. Estamos en lucha para ponerle fin a este trabajo y el primer paso es ponerle precio. 23. Véase, por ejemplo, M. de Aranzadi, “Bienestarismo. La ideología de fin de si- glo”, Ekintza Zutzena, núm. 24, 1998: “Los pobres son considerados un lastre para el desarrollo económico, que es condición indispensable para que el bienestarismo, concepción radicalmente materialista, pueda desarrollarse. En lógica consecuencia, los pobres deben ser abandonados a su suerte ya que, después de todo, en este mundo de oportunidades, los únicos culpables de su situación son ellos mismos”. [N. de la T.] 24. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 11. 36 Demandas salariales Nuestra fuerza como mujeres empieza con la lucha social por el salario, no para ser incluidas dentro de las relaciones salariales (puesto que nunca estuvimos fuera de ellas) sino para ser liberadas de ellas, para que todos los sectores de la clase obrera sean libera- dos de ellas. Aquí debemos clarificar cuál es la esencia de la lucha por el salario. Cuando la izquierda sostiene que las demandas por un sueldo son “economicistas”, “demandas parciales”, obvian que tanto el salario como su ausencia son la expresión directa de la relación de poder entre el capital y la clase trabajadora, así como dentro de la clase trabajadora. También ignoran que la lucha sala- rial toma muchas formas y que no se limita a aumentos salariales. La reducción de los horarios de trabajo, lograr mejores servicios sociales así como obtener más dinero –todas estas son victorias salariales que determinan cuánto trabajo se nos arrebata y cuánto poder tenemos sobre nuestras vidas–. Por esto los salarios han sido históricamente el principal campo de batalla entre trabajadores y capital. Y como expresión de la relación de clases, el salario siem- pre ha tenido dos caras: la cara del capital, que lo usa para controlar a los trabajadores, asegurándose de que tras cada aumento salarial se produzca un aumento de la productividad; y la cara de los traba- jadores, que luchan por más dinero, más poder y menos trabajo. Tal y como demuestra la actual crisis capitalista, cada vez menos y menos trabajadores están dispuestos a sacrificar sus vidas al servicio de la producción capitalista y hacer caso a los llamamientos a incre- mentar la productividad.25 Pero cuando el “justo intercambio” entre salario y productividad se tambalea, la lucha por el salario se convierte en un ataque directo a los beneficios del capital y a su capacidad de extraer plusvalía de nuestra labor. Por esto la lucha por el salario es simultáneamente una lucha contra el salario, contra los medios que utiliza y contra la relación capitalista que encarna. En el caso de los no asalariados, en nuestro caso, la lucha por el salario supone aún 25. Fortune, diciembre de 1974. 37 más claramente un ataque contra el capital. El salario para el trabajo doméstico significa que el capital tendría que remunerar la enorme cantidad de trabajadores en los servicios sociales que a día de hoy se ahorra cargando sobre nosotras esas tareas. Más importante toda- vía, la demanda del salario doméstico es un claro rechazo a acep- tar nuestro trabajo como un destino biológico, condición necesaria –este rechazo– para empezar a rebelarnos contra él. Nada ha sido, de hecho, tan poderoso en la institucionalización de nuestro trabajo, de la familia, de nuestra dependencia de los hombres, como el hecho de que nunca fue un salario sino el “amor” lo que se obtenía por este trabajo. Pero para nosotras, como para los trabajadores asalariados, el salario no es el precio de un acuerdo de productividad. A cambio de un salario no trabajaremos más sino menos. Queremos un sala- rio para poder disfrutar de nuestro tiempo y energías, para llevar a cabo una huelga, y no estar confinadas en un segundo empleo por la necesidad de cierta independencia económica. Nuestra lucha por el salario abre, tanto para los asalariados como para los no remunerados, el debate acerca de la duración real de la jornada laboral. Hasta ahora la clase trabajadora, masculina y femenina, veía cómo el capital determinaba la duración de su jornada laboral –en qué momento se fichaba al entrar y se fichaba a la salida–. Esto definía el tiempo que pertenecíamos al capital y el tiempo que nos pertenecíamos a nosotros mismos. Pero este tiempo nunca nos ha pertenecido, siempre, en cada momento de nuestras vidas, hemos pertenecido al capital. Y es hora de que le hagamos pagar por cada uno de esos momentos. En términos de clase esto supone la exigencia de un salario por cada momento de nuestra vida al servicio del capital. Que pague el capital Esta ha sido la perspectiva de clase que le ha dado forma a las luchas, tanto en EEUU como a escala internacional, durante los 38 años sesenta. En EEUU las luchas de los negros y de las madres dependientes de los servicios sociales –el Tercer Mundo de las metrópolis– expresaban la revuelta de los no asalariados y el rechazo a la única alternativa propuesta por el capital: más trabajo. Estas luchas, cuyo núcleo de poder residía en la comunidad, no tuvieron lugar porque se buscase un mayor desarrollo sino por la reapropiación de la riqueza social que el capital ha acumulado gra- cias tanto a los no asalariados como a los asalariados. Cuestionaron la organización social capitalista que impone el trabajo como con- dición básica para nuestra existencia. También desafiaron el dogma de la izquierda que proclama que solo en las fábricas la clase obrera puede organizar su poder. Pero no es necesario entrar en una fábrica para ser parte de la organización de la clase obrera. Cuando Lopate argumenta que “las condiciones previas ideológicas para la solidaridad de clase son las redes y relaciones que surgen del trabajo conjunto” y que “estas condiciones no pueden emerger del trabajo aislado de las mujeres trabajando en casas separadas” olvida y desecha las luchas que estas mujeres “aisladas” llevaron a cabo en los años sesenta (huelgas de alquileres, luchas sociales, etc.).26 Asume que no pode- mos organizarnos nosotras mismas si primeramente no estamos organizadas por el capital; y puesto que niega que el capital ya nos haya organizado, niega la existencia de nuestra lucha. Confundir la estructuración que el capital hace de nuestro trabajo, ya sea en las cocinas o en las fábricas, con la organización de nuestras luchas es un claro camino hacia la derrota. Podemos estar seguras de que cada nueva forma de reestructuración laboral intentará aislarnos cada vez más. Es una ilusión pensar que el capital no nos divide cuando no trabajamos aislados unos de otros. Frente a las divisiones típicas de la organización capitalista del trabajo, debemos organizarnos de acuerdo a nuestras necesida- des. En este sentido la campaña Salario para el Trabajo Doméstico supone un rechazo, tanto a la socialización de las fábricas, como 26. Lopate, “Women and Pay for Housework”, cit., p. 9. 39 a la posible “racionalización” del hogar propuesta por Lopate: “Debemos echar un serio vistazo a las tareas “necesarias” para el correcto funcionamiento de la casa... Necesitamos investigar los utensilios diseñados para ahorrarnos trabajo y tiempo en casa y decidir cuáles son útiles y cuáles simplemente causan una mayor degradación del trabajo doméstico”.27 No es la tecnología per se la que nos degrada sino el uso que el capital hace de ella. Además, la “autogestión” y la “gestión de los trabajadores” siempre han existido en el hogar. Siempre tuvimos la opción de decidir si lavábamos el lunes o el sábado, o la capacidad de elegir entre comprar un lavavajillas o una aspiradora, siempre y cuando puedas pagar alguna de esas cosas. Así que no debemos pedirle al capital que cambie la naturaleza de nuestro trabajo, sino luchar para rechazar reproducirnos y reproducir a otros como tra- bajadores, como fuerza de trabajo, como mercancías. Y para lograr este objetivo es necesario que el trabajo se reconozca como tal mediante el salario. Obviamente mientras siga existiendo la rela- ción salarial capitalista, también lo hará el capitalismo. Por eso no consideramos que conseguir un salario suponga la revolución. Afirmamos que es una estrategia revolucionaria porque socava el rol que se nos ha asignado en la división capitalista del trabajo y en consecuencia altera las relaciones de poder dentro de la clase traba- jadora en términos más favorables para nosotras y para la unidad de la clase. En lo tocante a los aspectos económicos de la campaña Salario para el Trabajo Doméstico, estas facetas son “altamente problemá- ticas” solo si las planteamos desde el punto de vista del capital, desde la perspectiva del Departamento de Hacienda que siempre proclama su falta de recursos cuando se dirige a los trabajadores.28 Como no somos el Departamento de Hacienda y no tenemos inten- ción alguna de serlo, no podemos imaginarnos diseñando para ellos sistemas de pago, diferenciales salariales y acuerdos sobre 27. Ibídem. 28. Ibídem. 40 productividad. Nosotras no vamos a ponerle límites a nuestras capacidades, no vamos a cuantificar nuestro valor. Para nosotras queda organizar la lucha para obtener lo que queremos, para todas nosotras, en nuestros términos. Nuestro objetivo es no tener pre- cio, valorarnos fuera del mercado, que el precio sea inasumible, para que el trabajo reproductivo, el trabajo en la fábrica y el trabajo en la oficina sean “antieconómicos”. De manera similar, rechazamos el argumento que sugiere que entonces será algún otro sector de la clase obrera el que pagará por nuestras eventuales ganancias. Según esta misma lógica habría que decir que a los trabajadores asalariados se les paga con el dinero que el capital no nos da a nosotras. Pero esa es la manera de hablar del Estado. De hecho afirmar que las demandas de progra- mas de asistencia social llevadas a cabo por los negros durante los años sesenta tuvieron un “efecto devastador en cualquier estrategia a largo plazo... en las relaciones entre blancos y negros”, ya que “los trabajadores sabían que serían ellos, y no las corporaciones, los que acabarían pagando esos programas”, es puro racismo.29 Si asumimos que cada lucha que llevamos a cabo debe acabar en una redistribución de la pobreza, estamos asumiendo la inevitabilidad de nuestra derrota. De hecho, el artículo de Lopate está escrito bajo el signo del derrotismo, lo que supone aceptar las instituciones capitalistas como inevitables. Lopate no puede imaginar que si el capital le rebajase a otros trabajadores su salario para dárnoslo a nosotras esos trabajadores serían capaces de defender sus intereses y los nuestros también. También asume que “obviamente los hom- bres recibirían los salarios más altos por su trabajo en la casa” –en resumen, asume que nunca podremos ganar–.30 Por último, Lopate nos previene de que en caso de que obtuvié- semos un salario para el trabajo doméstico, el capital enviaría super- visores para controlar nuestras tareas. Puesto que solo contempla a las amas de casa como víctimas, incapaces de rebelarse, no puede 29. Ibídem, p. 10. 30. Ibídem. 41 plantearse siquiera que pudiésemos organizarnos colectivamente para darles con la puerta en las narices a los supervisores, si estos intentasen imponer su control. Además, presupone que como no tenemos supervisores oficiales nuestro trabajo no está controlado. De todas maneras, incluso si tener un salario significase que el Estado fuera a intentar controlar de una manera más directa nues- tro trabajo, esto sería preferible a nuestra situación actual; ya que este intento sacaría a la luz quién decide y manda sobre nuestro trabajo, y es mejor saber quién es nuestro enemigo que culparnos y seguir odiándonos a nosotras mismas porque estamos obligadas a “amar o cuidar” “sobre la base del miedo y la dominación”.31 31. Ibídem. 42

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