El Príncipe Feliz (PDF) - Oscar Wilde

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Universidad Popular de Gijón/Xixón

2024

Oscar Wilde

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cuento literatura narrativa clasica

Summary

Esta es una colección de cuentos clásicos accesible, incluyendo el cuento de Oscar Wilde, 'El príncipe feliz' publicado en 1888. La historia sigue a un príncipe transformado en estatua a través de los ojos de una pequeña golondrina.

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Biblioteca de Cuentos Clásicos Accesibles Oscar Wilde El príncipe feliz 5 El príncipe feliz Oscar Wilde, «El príncipe feliz», 1888. Adaptación y edición: Laboratorio de Lenguaje Accesible (LLAC), Caldelas de Tui (Pontevedra), 2024. Adaptación colaborativa...

Biblioteca de Cuentos Clásicos Accesibles Oscar Wilde El príncipe feliz 5 El príncipe feliz Oscar Wilde, «El príncipe feliz», 1888. Adaptación y edición: Laboratorio de Lenguaje Accesible (LLAC), Caldelas de Tui (Pontevedra), 2024. Adaptación colaborativa Lectores: Lucía Casado, Rosa González, Xandra Gómez, Ana Belén Luis y Alexander Rodríguez. Mediadora: Lucía Casado. Coordinadora: Cristina Sola Imagen de la portada: Ilustración de Walter Crane. Golondrina en el río, ilustración de la época. Puedes usar esta adaptación sin fines comerciales y citando a su autor. Oscar Wilde El príncipe feliz Biblioteca de Cuentos Clásicos Accesibles Caldelas de Tui, 2024 L a estatua del Príncipe Feliz descansaba sobre una alta columna desde donde se veía toda la ciudad. Estaba cubierta de pequeñas piezas de oro, en los ojos tenía dos bellas piedras azules y en el puño de la espada brillaba un rubí. A los habitantes de la ciudad les encantaba la estatua del príncipe: cuando los niños pequeños lloraban, sus madres les hablaban del Príncipe Feliz; y las personas tristes se consolaban pensando que, al menos, había alguien que no sufría. Los niños del orfanato decían que el príncipe parecía un ángel. 5 Una pequeña golondrina que volaba hacia Egipto llegó una noche a la ciudad y se paró a descansar en la estatua del príncipe. La golondrina había pasado todo el verano junto a un junco del río del que se había enamorado. Pero cuando llegó el otoño, sus compañeras se marcharon a Egipto y la pequeña golondrina se sintió sola. Le preguntó a su amante, el junco, si quería irse con ella a Egipto. Pero el junco movió la cabeza, como si estuviera atado a su hogar. 6 —¡Te has burlado de mí! —dijo la golondrina—. Me marcho a Egipto. ¡Adiós! Y la golondrina se fue. Voló durante todo el día y llegó a la ciudad cuando se hacía de noche. Vio la estatua del príncipe y fue a refugiarse en ella. «Tengo una habitación dorada para pasar la noche», pensó la golondrina mirando la estatua. Se acomodó a los pies del príncipe y cerró los ojos. Entonces le cayó una gran gota de agua en la cabeza. —¡Qué raro! —dijo la golondrina—. No hay nubes en el cielo y las estrellas brillan, pero está lloviendo. 7 Le cayó encima otra gota, y otra, y la golondrina miró hacia arriba. Vio entonces los ojos de la estatua llenos de lágrimas que caían por sus mejillas de oro. Su cara era tan bella a la luz de la luna, que la golondrina se emocionó. —¿Quién eres? —le preguntó la golondrina. —Soy el Príncipe Feliz. —Entonces, ¿por qué lloras? Me has mojado con tus lágrimas. Y el príncipe respondió: 8 —Cuando estaba vivo y tenía un corazón de hombre no lloraba nunca porque vivía en un palacio donde nunca había preocupaciones. «De día disfrutaba en el jardín con mis amigos y de noche bailaba en el salón. Alrededor del palacio había un muro muy alto, pero nunca me interesó lo que había al otro lado, porque lo que tenía cerca me parecía muy hermoso. «Las damas y los caballeros de mi corte me llamaban el Príncipe Feliz. Si el placer es lo mismo que la felicidad, entonces yo era feliz. Así viví siempre. »Pero, después de muerto, me subieron a esta columna y desde aquí puedo ver toda la miseria y fealdad que hay en mi ciudad. 9 »Y aunque ahora mi corazón sea de plomo, siento una enorme tristeza y no puedo dejar de llorar. La golondrina pensó: «Ah, entonces no es de oro macizo, solo es de oro por fuera». El príncipe siguió diciendo: —Allí abajo, en una de las calles más pobres, vive una mujer con su hijo. Por la ventana abierta puedo ver que la mujer está bordando flores en el vestido de una gran señora, que lo llevará al baile de palacio. »En un rincón del cuarto hay un niño acostado, está enfermo, tiene fiebre y le pide naranjas a su madre, pero su madre solo puede darle agua del río. 10 »Mi pequeña golondrina, ¿quieres arrancar el rubí de mi espada y llevárselo a la costurera? Yo no me puedo mover. La golondrina le contestó: —Pero me esperan en Egipto… El príncipe insistió: —Pequeña golondrina, ¿quieres ser mi mensajera? Quédate conmigo esta noche. ¡El niño tiene tanta sed y la madre está tan triste! La golondrina respondió: —No me gustan mucho los niños. Una vez, unos niños maleducados me tiraron piedras. 11 »Tirar piedras es una falta de respeto. Aunque no me alcanzaron, claro, porque las golondrinas volamos muy bien y yo soy muy veloz, como toda mi familia. Pero la mirada del príncipe era tan triste, que la golondrina aceptó quedarse una noche: —Hace mucho frío aquí, pero me quedaré contigo y seré tu mensajera. —¡Gracias, pequeña golondrina! —dijo el príncipe. La golondrina arrancó el rubí de la espada con el pico y se fue volando sobre los tejados de la ciudad. Voló por encima del palacio real, de donde salía una música de baile. 12 Y vio a una hermosa joven que estaba en el balcón con su novio y le decía: —Me gustaría llevar mi vestido nuevo para el gran baile de palacio. He mandado bordar unas flores en el vestido, pero las costureras son tan perezosas… Voló la golondrina sobre los barcos del río y sobre los barrios de la ciudad. Llegó a la casa de la costurera y miró por la ventana. El niño estaba acostado y ardía por la fiebre; la madre se había quedado dormida por el cansancio. La golondrina saltó a la habitación y puso el rubí sobre la mesa de la costurera. Luego revoloteó por encima del niño, abanicándole con sus alas. 13 —¡Qué brisa más agradable! —dijo el niño—. Ya me siento mejor. Y cerró los ojos en un dulce sueño. Entonces la golondrina volvió junto al príncipe y le contó lo que había hecho. —Es curioso, pero siento calor, aunque hace frío —dijo la golondrina. —Eso es porque has hecho algo bueno —contestó el príncipe. La golondrina se durmió entre los pies del príncipe y al amanecer fue al río y se bañó. Un hombre que estudiaba a los pájaros exclamó: 14 —¡Qué extraño! ¡Una golondrina en invierno! Y envió una larga carta al periódico de la ciudad contando que había visto una golondrina en invierno. La golondrina visitó después todos los monumentos de la ciudad mientras pensaba, muy contenta: «Esta noche volaré a Egipto». Estuvo un buen rato en el campanario de la iglesia y oyó que unos gorriones hablaban de ella y decían: —¡Qué extranjera más elegante! Ese comentario agradó mucho a la golondrina. Al anochecer volvió junto al príncipe para decirle que se iba a Egipto. 15 Pero el príncipe le rogó: —Golondrina, mi pequeña golondrina, ¡quédate conmigo otra noche! —Es que tengo que ir a Egipto con mis compañeras… —protestó la golondrina. Y el príncipe dijo entonces: —Golondrina mía, desde aquí veo a un joven en una pobre habitación. En su mesa hay un montón de papeles. Es un joven hermoso, de grandes ojos soñadores. Tiene que acabar una obra, pero ya no tiene fuerzas, porque hace mucho frío y está débil y hambriento. 16 La golondrina, que tenía muy buen corazón, dijo que se quedaría también esa noche y le preguntó al príncipe si tenía que llevarle al joven otro rubí. —Ah, ya no me quedan rubíes —dijo el príncipe—, solo me quedan las piedras de mis ojos. Son dos zafiros de la India muy antiguos y valiosos. Arranca uno y llévaselo al joven para que lo venda, así podrá comprar comida y leña para hacer un fuego y calentarse. Pero la golondrina se echó a llorar: no se atrevía a hacer lo que le pedía el príncipe. —¡Por favor, pequeña golondrina! ¡Haz lo que te pido! —rogó el príncipe. 17 Entonces la golondrina le arrancó un ojo al príncipe y voló hasta la habitación del escritor. Entró como una flecha por un agujero del techo y dejó el zafiro encima de la mesa. El joven estaba con la cabeza apoyada en los brazos y no vio a la golondrina. Pero al levantar la cabeza descubrió el zafiro y creyó que era un regalo de un admirador. «¡Ya puedo acabar mi obra!» exclamó, lleno de alegría. A la mañana siguiente, la golondrina voló sobre el puerto y les gritó a los marineros: —¡Me voy a Egipto! Aunque nadie le hizo caso. 18 Cuando salió la luna, volvió a la estatua del príncipe. —He venido a decirte adiós —le dijo al príncipe. —¡Pequeña golondrina, quédate una noche más! —Aquí hace mucho frío —se quejó la golondrina—. Pronto nevará, pero en Egipto calienta el sol y mis compañeras están construyendo sus nidos. »Amado príncipe, tengo que dejarte, pero volveré en primavera y te traeré dos piedras preciosas como las que diste a los pobres: un rubí más rojo que una rosa y un zafiro tan azul como el mar. Pero el príncipe le dijo a la golondrina: 19 —Allí abajo hay una niña que vende cerillas. Se le han caído al suelo mojado y se han estropeado. Su padre le pegará si no lleva dinero a casa y la niña está llorando. No tiene zapatos ni gorro… Tiene mucho frío. »Golondrina, mi pequeña golondrina, arráncame el otro ojo y llévaselo a la niña para que su padre no le pegue. La golondrina le dijo al príncipe: —Pasaré otra noche contigo, pero no puedo arrancarte el otro ojo porque entonces te quedarías ciego. —¡Golondrina mía, por favor, haz lo que te pido! 20 Entonces la golondrina arrancó el otro ojo de la estatua y lo llevó en el pico hasta donde estaba la niña. Se posó en su hombro y dejó caer el zafiro en la mano de la pequeña. —¡Qué cristal más bonito! —exclamó la niña, y corrió a su casa, muy contenta. La golondrina volvió junto al príncipe y le dijo: —Como ahora estás ciego, me quedaré contigo para siempre. —No, mi pequeña golondrina —dijo el príncipe—, tienes que ir a Egipto. —Me quedaré contigo para siempre —repitió la golondrina, y se durmió a los pies del príncipe. 21 Al día siguiente, la golondrina se subió al hombro del príncipe y le contó las maravillas que había visto en sus viajes por países lejanos. Le habló de animales exóticos, de antiguos reyes y lugares asombrosos. —Querida golondrina —le dijo el príncipe—, lo que cuentas es extraordinario. Pero es más extraordinario aún el sufrimiento que soportan hombres y mujeres. Vuela por la ciudad, pequeña golondrina, y cuéntame lo que veas. Y la golondrina voló sobre la ciudad y vio a los ricos, que comían y bebían y disfrutaban en hermosas mansiones, mientras los pobres estaban sentados a las puertas esperando que les dieran algo. 22 Voló por los barrios pobres y vio las caras pálidas de los niños que se morían de hambre. Vio a dos niños tumbados bajo un puente para refugiarse de la lluvia, abrazándose para darse calor. Un guardia pasó por allí y les gritó: —¡No se puede estar aquí tumbado! Y los niños se fueron caminando bajo la lluvia. La golondrina le contó al príncipe lo que había visto y el príncipe le dijo: 23 —Estoy cubierto de pequeñas piezas de oro, arráncalas una a una y dáselas a los pobres. Las personas creen que el oro puede darles la felicidad. La golondrina fue arrancando pieza por pieza, hasta que la estatua quedó sin brillo, y repartió todas las piezas de oro entre los pobres. Los niños volvieron a sonreír y a jugar por la calle: —¡Ya tenemos pan! —gritaban, felices. Poco después llegó la nieve. Y días más tarde la nieve se congeló. Todo el mundo se cubría con abrigos y gorros y los niños patinaban sobre el hielo. 24 La pobre golondrina sentía cada vez más frío, pero no quería abandonar al príncipe, porque lo amaba mucho. Para alimentarse iba a la panadería cuando no había nadie, a picotear las migas que encontraba. Y aleteaba con fuerza intentando calentarse. Pero un día sintió que ya no aguantaba más y que iba a morir. Con las últimas fuerzas que le quedaban, voló hasta el hombro del príncipe: —¡Adiós, amado príncipe! Quiero besar tu mano. 25 —Estoy muy contento de que por fin vayas a Egipto, mi pequeña golondrina —dijo él—. Pero bésame en los labios, porque te amo. —No voy a Egipto, sino adonde está la muerte. La muerte es hermana del sueño, ¿verdad? Y tras besar al príncipe en los labios, la golondrina cayó muerta a sus pies. En ese instante se oyó un crujido, como si algo se rompiera dentro de la estatua, y el corazón de plomo se partió en dos. A la mañana siguiente, el alcalde y sus concejales pasaron por delante de la estatua y dijeron: 26 —¡Qué abandonado está el Príncipe Feliz! Ya no tiene el rubí de su espada, ni sus ojos de zafiro, ni las piezas de oro que lo cubrían. Parece un mendigo. ¡Y a sus pies hay un pájaro muerto! Tenemos que prohibir que mueran aquí los pájaros. El alcalde mandó derribar la estatua del príncipe. Y un profesor de arte de la universidad dijo: —Como ya no es bello, no sirve para nada. Los concejales se reunieron para decidir qué hacían con la estatua. Uno de ellos dijo: 27 —Podríamos fundir el metal y hacer otra estatua… La mía, por ejemplo. —¡O la mía! —dijo otro. Y empezaron a pelearse todos. Al final, mandaron la estatua al taller del herrero para fundir el metal, pero el herrero vio que el corazón roto de la estatua no se derretía con el fuego. —¡Qué extraño! —dijo el herrero—. Si no se puede fundir, habrá que tirarlo. Y arrojó el corazón de plomo a un basurero donde también estaba la golondrina muerta… 28 Entonces, Dios le dijo a uno de sus ángeles: —Busca las dos cosas más valiosas de la ciudad. Y el ángel le llevó a Dios el corazón de plomo del príncipe y la golondrina muerta. —Has elegido bien —dijo Dios—. Ellos dos vivirán para siempre conmigo en el paraíso. 29 30

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