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Historias para hablar con los ninos sobre sus derechos Ministerio de Cultura Carmen Inés Vásquez Camacho Ministra de Cultura Claudia Isabel Victoria Niño Izquierdo Secretaria General David Melo Torres Viceministro Guiomar Acevedo Gómez Directora de Artes Sandra Patricia Argel Raciny Asesora Pr...

Historias para hablar con los ninos sobre sus derechos Ministerio de Cultura Carmen Inés Vásquez Camacho Ministra de Cultura Claudia Isabel Victoria Niño Izquierdo Secretaria General David Melo Torres Viceministro Guiomar Acevedo Gómez Directora de Artes Sandra Patricia Argel Raciny Asesora Programa de Primera Infancia Lina Salas Ramírez Marcela Benavides Estévez Idea original Cuentos Derechos Coordinadora Estrategia Digital de Cultura y Primera Infancia Maguare y MaguaRED Sergio Rozo Roa Yuly Velasco Diagramación Universidad Nacional de Colombia Claudia Patricia Bautista Arias Dolly Montoya Castaño Redacción Rectora Juan Sebastián Salazar Fredy Fernando Chaparro Sanabria Mario Cubillos Peña Director Unimedios Corrección de estilo Liseth Paola Sáyago Cortés Edna Katerine Moreno Jefe O icina de producción y realización Nibeth Duarte Duar Camacho audiovisual Unimedios Comité Editorial Primera edición 2018 ©Ministerio de Cultura Material digital de distribución gratuita con ines didácticos y culturales. Queda prohibida su reproducción total o parcial con ines de lucro, por cualquier sistema o medio electrónico sin la autorización expresa para ello. En el marco del convenio 158/18 En noviembre de 1989 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Convención de los Derechos del niño; desde entonces el concepto de infancia, que imperó en el mundo durante siglos, ha cambiado y hoy entendemos que niños y niñas son sujetos de derecho, personas capaces de tomar decisiones e incidir en sus propias vidas de acuerdo con la etapa de desarrollo en que se encuentran. 18 años después, cuando la Convención alcanza su mayoría de edad, la comunidad de educadores, familias y cuidadores de MaguaRED y Maguaré aceptó ser parte de un experimento que concluye con esta publicación: Cuentos Derechos. En las redes sociales de la Estrategia Digital de Cultura y Primera Infancia del Ministerio de Cultura se publicaron 12 cuentos para que los agentes educativos y familias hablaran de una manera sencilla con los niños sobre sus derechos. Los adultos que aceptaron la invitación le leyeron en voz alta a los niños cada uno de los cuentos y ellos, después, dieron vida a esas historias con las imágenes que ilustran esta cartilla. De esta manera, adultos y niños re lexionaron sobre cada uno de los derechos de la Convención sobre los Derechos del niño. Cuentos Derechos está dividido en 12 cuentos –cada uno representa un derecho. Por ejemplo, el cuento Hortensia en el jardín habla sobre el derecho que tienen los niños y las niñas a ser cuidados, defendidos y protegidos. Después de cada cuento compartimos las experiencias que distintos adultos nos enviaron a partir de la narración a los niños y, en éstas, incluimos los dibujos que los niños pintaron a partir del cuento. Esta publicación es una creación colectiva que queda a disposición de otros niños y de los adultos que comparten con ellos sus vidas para que sigan conociendo los derechos de la infancia, aplicándolos en la vida diaria. Porque creemos que es posible aprovechar los bene icios de los entornos digitales para brindarles a los niños de Colombia y el mundo experiencias signi icativas que les permitan disfrutar a plenitud de este período determinante de la vida, agradecemos a todos los que hicieron posible construir juntos este documento. Maguaré y MaguaRED Manolo fue el único sobreviviente de la docena de huevos que su madre puso en esa isla. Era un niño como todos y, aunque lo hacía despacio, disfrutaba de caminar entre los charcos, acelerar el paso en las pendientes, empujar piedras y verlas rodar mientras los demás comían y se acostaban a tomar el sol para calentarse. Un día empezó a vivir su vida en medio de una colonia compuesta por unas 12 tortugas de gran tamaño y costumbres tan antiguas como sus pesados cuerpos. Pertenecía a una especie que es conocida en el mundo entero porque algunos de sus parientes llegaron a vivir más de 150 años y hasta se rumora que uno de sus tatarabuelos creció tanto que medía casi dos metros. Manolo estaba orgulloso de ser una de estas tortugas, de su hermoso caparazón marrón, de sus anchas patas negras cubiertas de escamas y de todo lo que había aprendido a hacer con su largo la cuello, que tanto le había servido para probar todo tipo de plantas. Ser galápago era un orgullo, claro que sí, pero ser el único niño en medio de tantas tortugas ancianas era muy aburrido. Y aunque es verdad que las tortugas se mueven muy poco y lo hacen lentamente, a Manolo no le parecía que eso fuera excusa para tener que pasarse la vida durmiendo y comiendo únicamente. Manolo se inventaba formas para matar su aburrimiento: daba pequeños saltos sobre las hojas secas de la parte baja de la isla y disfrutaba del sonido que hacían al crujir; usaba sus gruesas patas para hundirlas en el fango, dejar huellas en la arena y contemplar los dibujos que su cuerpo dejaba en el suelo después de caminar un rato; a veces también acomodaba palitos y hojas sobre las rocas hasta dar forma a sus propias versiones a escala de las montañas. Le hubiera gustado que alguien más hiciera cosas parecidas, pero todas las tortugas que lo rodeaban habían olvidado hace mucho tiempo que a veces es tortu posible hacer cosas por el puro placer de hacerlas, que no todo en esta vida son asuntos digestivos y que, a veces, hasta se pueden dejar cosas lindas en el mundo después de divertirse un rato. Y lo peor no era tener que jugar solo, lo más grave era que los más viejos del grupo habían empezado a molestarse con tanto movimiento y lo habían regañado un par de veces. Para Manolo jugar era muy importante y por eso empleaba buena parte de su tiempo tratando de meterse en troncos huecos, pequeñas cuevas y hasta había intentado agregarle a un caparazón adornos hechos con fragmentos de la basura de los humanos que visitaban la isla. Pero ninguno de sus parientes quería acompañarlo, estaban demasiado cansados, eran demasiado rígidos, se habían acostumbrado a las normas que se habían establecido hace siglos. Manolo descubrió que podía jugar a ser como las tortugas adultas y, a fuerza de observarlas, se hizo experto en imitar el lentísimo parpadeo del más viejo, la cojera de la más alta, la sonrisa chueca de la más plana, la cara de angustia de la más gorda y lenta de todas y se divertía muchísimo jugando a ser como cada uno de ellos mientras los demás hacían la siesta. Un buen día olvidó que los demás dormían y en su esfuerzo por encontrar la forma de reproducir la voz de la más regañona de todas sus tías despertó al anciano de 85 años, que abrió su ojo muuuuy despaaaciooo, giró su cabeza para ver de dónde venía ese ruido infernal y, cuando encontró la fuente del sonido, no pudo evitar reírse al ver la perfección que había alcanzado Manolo en su imitación de la tía furiosa. Las carcajadas del viejo despertaron a los demás y aunque a su tía no le hizo mucha gracia, sí se divirtió como nunca en su vida cuando Manolo actúo como la tortuga más nerviosa y se escondió en su caparazón mientras temblaba tal como ella lo hacía cuando escuchaba pasos o graznidos. Esas doce tortugas disfrutaron una tarde fabulosa en la que les quedó bien claro cómo las veía Manolo; desde entonces los juegos y ocurrencias de él y todas las crías que le sucedieron fueron muy bienvenidas y llenaron de alegría sus vidas.

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