Scorpio City PDF (Mario Mendoza, 2021)
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2021
Mario Mendoza
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Scorpio City is a collection of short stories by Mario Mendoza, published in 2021. The book is part of a series published by Planeta and explores themes of urban life, violence, and the human condition. The writing style is literary and descriptive.
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ScorpioCity_2021_Final.indd 1 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 2 25/01/21 12:25 p. m. SCORPIO CITY p ScorpioCity_2021_Final.indd 3 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 4 25/01/21 1...
ScorpioCity_2021_Final.indd 1 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 2 25/01/21 12:25 p. m. SCORPIO CITY p ScorpioCity_2021_Final.indd 3 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 4 25/01/21 12:25 p. m. MARIO MENDOZA Scorpio City p ScorpioCity_2021_Final.indd 5 25/01/21 12:25 p. m. © Mario Mendoza, 2021 © Por imagen de cubierta: Garavato (@tavogaravato), 2021 © Editorial Planeta Colombiana S. A., 2021 Calle 73 n.º 7-60, Bogotá www.planetadelibros.com.co Diseño de colección: Juanfelipe Sanmiguel Diseño de interior: Departamento de Diseño Planeta Primera edición: septiembre de 1998 Primera edición de esta colección (Colombia): mayo de 2021 isbn 13: 978-958-42-9337-4 isbn 10: 958-42-9337-0 Impreso en España – Printed in Spain Este proyecto ha sido posible gracias al apoyo de: – Programa Distrito Grafiti de la Alcaldía Mayor de Bogotá (Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte e Instituto Distrital de las Artes – idartes). – Cuerpo oficial Bomberos de Bogotá (Estación de Chapinero, Estación del Restrepo) – Árbol Naranja No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. ScorpioCity_2021_Final.indd 6 25/01/21 12:25 p. m. [...] ciudad reflexión de la furia, ciudad del fracaso ansiado, ciudad en tempestad de cúpulas, ciudad abrevadero de las fauces rígidas del hermano empapado de sed y costras, ciudad tejida en la amnesia, resurrección de infancias, encarnación de pluma, ciudad perra, ciudad famélica, suntuosa villa, ciudad lepra y cólera hundida, ciudad. Tuna incandescente. Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire. Carlos Fuentes Aquí podemos reinar... Y mejor reinar en el infierno que servir en los cielos. John Milton Quizás sólo sea posible escribir sobre ciertas cosas cuando ya apenas pueden herirnos y hemos dejado de soñar con ellas, cuando estamos tan lejos, en el espacio y en el tiempo, que casi daría igual que no hubieran sucedido. Antonio Muñoz Molina El Daimón de Scorpio le conduce a encontrarse con algo terrorífico, oscuro y destructor. Liz Green ScorpioCity_2021_Final.indd 7 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 8 25/01/21 12:25 p. m. ÍNDICE Prólogo 11 Capítulo primero Pielroja blues 13 1. Los crímenes 15 2. Viajes de un elegido 35 Capítulo segundo La secta 47 Capítulo tercero El manicomio 87 Capítulo cuarto La zona 101 Capítulo quinto La tribu 115 Epílogo Diario de Simón Tebcheranny en la ciudad apocalíptica 139 Nota 155 ScorpioCity_2021_Final.indd 9 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 10 25/01/21 12:25 p. m. Prólogo Durante los años 1993 y 1994 me vinculé a los grupos de reciclado- res de basura de la calle del Cartucho, donde vivían muchos de los indigentes de Bogotá. Corregía los textos de una revista de poesía que publicaban cada veintiocho días (cada noche de luna llena). Los grupos mal llamados de limpieza social habían asesinado a cien- tos de ellos por esos años. Esa calle era una cicatriz vergonzosa que cruzaba nuestra ciudad. Poco a poco se me fue haciendo muy claro que a mí me interesa- ban narrativamente las fuerzas centrífugas de una sociedad, es decir, las fuerzas que van hacia el borde, hacia la frontera, hacia los límites. Las fuerzas que van hacia el centro, las centrípetas, las del éxito, el dinero, la belleza y el poder, entre otras, no me atraían para nada. Así que, después de escuchar una noche una conversación en un bar de mala muerte, tomé notas sobre un personaje que descendía a los infier- nos de la ciudad para purificarla. Ese personaje es Leonardo Sinisterra. Recuerdo con enorme gratitud esas tardes conversando con Comanche o El Loco Calderón, intercambiando experiencias, hablando de libros, riéndonos en algún rincón mientras al fondo se escuchaba música de despecho, rancheras o baladas románticas. Por esos años yo era también un profesor universitario, es decir, una especie de Doctor Jekyll y Mister Hyde. Esas primeras inmersiones en las profundidades de la ciudad definieron para siempre la paleta de colores que utilizaría para retratar mi ciudad. Nunca olvidaré esos grises, esos sepias, esos claroscuros que serían la impronta inconfundible de mi escritura. 11 ScorpioCity_2021_Final.indd 11 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 12 25/01/21 12:25 p. m. Capítulo primero Pielroja blues 13 ScorpioCity_2021_Final.indd 13 25/01/21 12:25 p. m. ScorpioCity_2021_Final.indd 14 25/01/21 12:25 p. m. 1. Los crímenes El inspector Leonardo Sinisterra descendió de la patrulla con movi- mientos lentos, cautelosos, y su mirada felina recorrió con agilidad la calle y las casas vecinas. Prendió un Pielroja y, atravesando el grupo de curiosos, se internó en el callejón. La tarde soleada y transparente contrastaba con la escena de la mujer en ropa interior asesinada al fondo, frente a un sauce marchito. Sinisterra llegó hasta el cadáver y notó las formas perfectas y torneadas de la víctima. Le calculó vein- tiséis o veintisiete años. Cuando los muchachos de la patrulla le dieron la vuelta, Sinisterra quedó ensimismado viendo los ojos almendrados, los labios protuberantes, el cabello ensortijado y revuelto en una maraña salvaje. La cuchillada le había abierto la gar- ganta prácticamente de lado a lado. El inspector tuvo la sensación de estar contemplando una muñeca rota, una bailarina quebrada en una vitrina de juguetes. —Mierda —dijo en voz baja—, otra puta asesinada. Con el pie izquierdo aplastó la colilla contra el piso y revisó alre- dedor del cadáver en busca de alguna pista. Nada. El quinto crimen en un mes y el asesino no dejaba rastro. Preguntó con voz seca, distante: —¿Cómo se llamaba, cabo? —María Ortega. Caía la tarde. Sinisterra ordenó a los muchachos regresar a la comisaría después del levantamiento de cadáver. Se despidió y 15 ScorpioCity_2021_Final.indd 15 25/01/21 12:25 p. m. decidió volver a su departamento solo, a pie. Caminó por la carrera séptima hasta la avenida Jiménez, atravesando la Bogotá tradicio- nal ahora inundada de comercios y almacenes, y luego bajó al sec- tor de San Victorino. El olor del mercado, las telas, los corredores internos llenos de baratijas y comerciantes al acecho, todo ese maremágnum de cuerpos y objetos lo reconfortó. Siempre había sido así. Bastaba que entrara allí y se perdiera en el laberinto de pasillos y largas galerías para que cualquier sentimiento depresivo desapareciera. No sabía por qué, pero el viejo mercado informal y popular de San Victorino producía en su interior un efecto recon- fortante. Tal vez fuera la sensación de perderse en la multitud, el placer del anonimato en el centro de la muchedumbre. Tal vez. Antes de llegar a su departamento se dirigió a la guarida de Zelia, una vieja exprostituta negra, un tanto aindiada, que se había retirado del oficio para crear una secta cristiana donde iban a parar los delin- cuentes del sector a pedir alimento espiritual. En efecto, la Iglesia de los Pobres era una cueva de ladronzuelos, drogadictos y prostitutas nece- sitados de una mano amiga, de un consejo en un momento de dificul- tad. Zelia, en su papel de elegida por las fuerzas del más allá, intentaba, con sus ademanes y gestos de vieja ramera curtida en las artes de la seducción, reorientar al rebaño del hampa del centro de la ciudad. Sinisterra entró a la destartalada edificación, cruzó el viejo salón que hacía de capilla y golpeó en la puerta donde sabía que atendía la sacerdotisa. —Siga. Al verlo, Zelia sonrió y se levantó de un sillón descolorido a salu- darlo con su coquetería habitual. —Dime, amor, para qué soy buena. ¿Vienes por fin a arrepentirte de tus pecados? Siéntate. La besó en la mejilla y se sentó. —Acabo de ver la quinta víctima. Ella se santiguó y dejó de sonreír. —¿Puta también? 16 ScorpioCity_2021_Final.indd 16 25/01/21 12:25 p. m. Asintió. —¿Tienes su nombre? —María Ortega. —Sí, la conozco. Una mulata voluminosa, bella. —Sí, muy bella. Zelia abrió una pequeña gaveta y sacó una botella. —Necesitas un trago, amor. Yo sólo bebo aguardiente. Nunca me refiné, acuérdate. Sinisterra bebió. El licor le quemó la garganta y el estómago. Un ardor agradable, plácido. La miró cara a cara antes de preguntar. —¿Qué sabes de ella? —Casi nada. Yo prefiero saber poco, así no me enredo. Uno aquí se puede enterar de muchas cosas, pero es mejor quedarse así, igno- rante. Ayudar sin ahondar en los pecados, ese es mi lema, amor. —Tenemos a la ciudadanía enardecida, Zelia. Los periódicos no nos quitan los ojos de encima, los noticieros de televisión no cesan de hablar de la ineficacia de la policía. Pronto rodará mi cabeza y la de mi jefe. Este es un caso especial. Se ha armado mucho alboroto. —Sí, ya me lo explicaste. —Tengo que dar con el asesino. No es un caso cualquiera. La ins- titución está exigiendo resultados. —María Ortega compartía un apartamento con una muchacha que le dicen La Bambina. Trabaja en Casa Show haciendo turnos de striptease en la noche. Es lo único que te puedo decir. —¿Lo único que sabes? O lo único que puedes decir. No es lo mismo. —No me jodas, Leo. Sinisterra se levantó, la abrazó y le estampó un beso en la meji- lla en señal de despedida. Ella movió la cara imperceptiblemente para que el beso quedara más cerca de la boca. —La próxima vez deja tanta preguntadera y ven a orar, a arrepen- tirte de tus pecados. Varios tendrás. —Lo haré. Te lo prometo. 17 ScorpioCity_2021_Final.indd 17 25/01/21 12:25 p. m. Regresó a su departamento con paso lento, sintiendo las piernas torpes y pesadas. Entró al viejo edificio, subió los tres pisos, abrió la puerta y se tumbó tal y como estaba, vestido y con los zapatos pues- tos, en un sofá viejo que aumentaba la impresión de negligencia y deja- dez del lugar: un salón atiborrado de mugre, vasos plásticos y colillas aplastadas contra el piso de madera. Ya entrada la noche Leonardo Sinisterra ingresó a Casa Show Internacional, una casa non sancta que colindaba con la plaza de las Nieves, en el centro de Bogotá, entre tiendas de ropa y de calzado, pes- caderías, restaurantes y vendedores ambulantes. Ordenó media bote- lla de brandy y se sentó cerca de la pista a contemplar el striptease. Antes de desnudarse las chicas salían al escenario e imitaban a alguna cantante de música romántica. Bailaban, se contoneaban, sonreían, provocaban a su público masculino. Cuando el presentador anunció a La Bambina el inspector se irguió en el asiento y estuvo atento. La chica, casi una niña, salió a la pista con un vestido blanco y una cinta de colores en el cabello, como si acabara de concluir su primera comunión. La imitación de su cantante era suave, cadenciosa. Entre la lluvia y el viento tuve el primer pensamiento, entre la lluvia y el viento llegó el primer desaliento… En esa ingenuidad fingida Sinisterra descubrió una muchacha inteligente, que conocía a fondo el tipo de hombre que asistía al lugar. Y claro, vivía de ese conocimiento, lo usufructuaba. En el momento de desnudarse se portó como una gatita dulce y pudorosa, como una pequeña de un cuento infantil que se ha extraviado en un bosque donde la acecha una jauría de lobos. Terminó, los espectadores se pusieron de pie y aplaudieron y gritaron hasta que el presentador anunció a la siguiente chica. El inspector se levantó y fue a los camerinos. La Bambina estaba aún en el pasillo. Sinisterra se identificó. 18 ScorpioCity_2021_Final.indd 18 25/01/21 12:25 p. m. —Discúlpeme, debo hacerle un par de preguntas. —Sí, dígame. —Vivía usted con María Ortega, ¿verdad? —Sí, compartíamos el apartamento. Unas mujeres con trajes de colores y otras con ropa interior insi- nuante invadieron el pasillo. Gritaban, se empujaban unas a otras, hacían bromas. Sinisterra pidió, casi suplicó: —¿Podemos hablar en privado? —No creo… Voy a intentarlo. Espéreme en una de las mesas. Notó que lo estaba tratando no como a un inspector, sino como a un cliente. No le molestó y regresó a su media botella de brandy. La chica llegó cinco minutos después. Sinisterra decidió enfrentar la situación con rapidez y salir de allí cuanto antes. Comenzaba a sen- tirse incómodo, deprimido. Esos lugares no lo alegraban, no lo excita- ban. Lo contrario. Sentía el peso de una depresión superior a sí mismo, una carga inexplicable que lo lanzaba hacia abajo, hacia su propia sor- didez interior. Era mejor hacer las preguntas de rigor y largarse de allí. —¿Tiene idea de la razón por la cual mataron a su amiga? —No. —¿Tenía enemigos, gente que la odiara o se beneficiara con su muerte? —No que yo sepa. —¿Trabajaba para un hombre en particular? —No, nosotras somos independientes. —¿Recibió amenazas, peleó o discutió con las compañeras de trabajo? —No, María era pacífica, tranquila. No le gustaba la violencia. Las que trabajan en la calle siempre llevan un arma para defenderse, una navaja, un gas protector, lo que sea. María no llevaba nada. —Escuche, yo vi el cadáver. Le abrieron la garganta de lado a lado. Debió ahogarse con su propia sangre. Seguramente sintió que se le iba la vida entre una nube roja que la inundaba por todas par- tes. Como los corderos cuando son degollados. 19 ScorpioCity_2021_Final.indd 19 25/01/21 12:25 p. m. Las palabras de Sinisterra produjeron efecto. La Bambina bajó el rostro y se quedó mirando el piso ensimismada, destruida por la ima- gen de su amiga como un animal sacrificado. El inspector remató: —La siguiente puede ser cualquiera. Usted misma. La Bambina habló con una voz que era un hilo delgado. —María era rara, una mujer demasiado buena. Solidaria con las demás, caritativa, muy religiosa. Le juro que no sé cómo pudo morir así. No tenía tampoco líos amorosos, enredos sentimentales o cosas así. Decía que con los problemas del trabajo ya era suficiente. —¿Solía visitar a un amigo o amiga en particular? ¿Familiares tal vez? —No, los domingos iba a rezar a la Iglesia de los Pobres, abajo de San Victorino. Cada semana ahorraba plata para esa iglesia. Sinisterra visualizó la imagen de Zelia. Era obvio que esa vieja zorra ocultaba información. Lo había enviado sobre una pista falsa. Bien. Respondería el golpe con prontitud. No estaba de genio para evasivas ni trucos de mal gusto. Le enseñaría a esa bruja a burlarse de su madre. —Bien, gracias. Hasta luego. —Adiós. Salió a la calle y disfrutó de la primera bocanada de aire fresco. Prendió un Pielroja y aspiró el humo con los ojos entrecerrados. «El último del día», se dijo en voz alta. Estaba intentando dejar de fumar pero había descubierto que nunca iba a lograrlo. Era una parte de sí, un elemento constitutivo de su carácter, de su forma de ser. Ahora se conformaba con disminuir el número de cigarrillos diarios. «Ya con eso es bastante», se dijo de nuevo en voz alta. Caminó por la carrera séptima hacia el sur. El aire de la noche estaba limpio. Vagos, pordioseros, recicladores con sus carretas de madera y sus perros, locos, proxenetas, maricones en cacería, putas, solitarios, insomnes, alcohólicos, drogadictos: la fauna nocturna del centro de la ciudad en plena acción. Recordó las palabras que había escuchado una noche en un bar: «Ser bogotano es pertenecer a las 20 ScorpioCity_2021_Final.indd 20 25/01/21 12:25 p. m. cloacas del infierno. Por eso aquí ciudadano es sinónimo de roedor». Al llegar a su departamento se desnudó y se tapó con la única manta que encontró a mano. Una manta gruesa especial para climas invernales. No bien se recostó, sintió una pesadez general en el cuerpo y se hundió en un sueño profundo. Las primeras luces de la mañana lo descubrieron en una posición simiesca y enredado y semiahogado en la manta militar. Se levantó y acudió a la comisaría a rendir los informes de los últimos aconteci- mientos. Tuvo que asistir también a dos reuniones especiales sobre el caso y soportar las amenazas acostumbradas del jefe. En el fondo tenía razón, pensó Sinisterra. Cinco mujeres acuchilladas y no había una sola pista. En un comienzo habían investigado sobre cuchilleros y puñales, modos, técnicas: la passata sotto, la stoccata, la inquartata. La realidad era que aparte de una mediocre erudición sobre el arte del puñal no habían hallado un solo camino seguro para llegar al asesino. En Bogotá cualquier ladronzuelo, cualquier vendedor de droga car- gaba un cuchillo o una navaja. A mediodía visitó el restaurante de Pepillo, un viejo andaluz exi- liado después de la Guerra Civil. Eligió una mesa al fondo, apartada en el último rincón. Pepillo pidió dos cervezas y se sentó a la mesa de Sinisterra. —Invitación de la casa. —Gracias, Pepe. Qué bueno es tener amigos. —Tienes una cara de jodido, que ni te digo… —Sí, las cosas no van bien. —Ya me enteré. Las noticias vuelan por acá. —Me imagino. La cerveza le refrescó la garganta. —¿Hablaste con Zelia? —Fue lo primero que se me ocurrió. Ayer le hice una visita. —¿Y? —Nada. Me mandó sobre una pista falsa. Pepe asintió mientras bebía de su jarro de cerveza. 21 ScorpioCity_2021_Final.indd 21 25/01/21 12:25 p. m. —He pensado presionarla. Sé que sabe algo. —Haces bien. —Dime, Pepe, ¿qué piensas de esa mujer? —Sobrevivir en el centro de la ciudad no es cosa fácil en este momento. Se necesita astucia, sagacidad, y a veces no es suficiente. Necesitas además suerte. Mucha suerte. Esa mujer no sólo sobrevive, sino que encima le da una mano a esa gente que llega a pedirle ayuda. Y claro, para actuar así, en medio del huracán, tienes que callarte más de una, hacerte el de la vista gorda, jugar el papel de sordo. No es fácil. —Estoy seguro de que sabe algo. —Sí, tal vez. Pepillo se levantó despacio y alzó los dos jarros de cerveza. —¿Te traigo el plato del día? —Sí, por favor. Qué mierda, se dijo Sinisterra. En esta ciudad, a diferencia de las películas gringas, no había buenos y malos. Sólo animales que inten- taban defender su madriguera, el hueco donde gastaban sus noches y sus días. En Bogotá no había una realidad maniquea con dos polos encontrados, sino una cultura del rebusque y la supervivencia. Almorzó sin apetito, pagó, se despidió de Pepe con un fuerte apretón de manos y se dirigió en seguida a la Iglesia de los Pobres. No había tiempo que perder. Zelia parecía estar esperándolo. No se sorprendió con su llegada. —No te demoraste en regresar. —Tú sabes la razón. —¿No te fue bien con La Bambina? —Te burlaste de mí. Y comienzo a sospechar de ti. —¿Yo la criminal? No me hagas reír, amorcito. Te estás enloque- ciendo. —Tú sabes algo. —¿Y si así fuera? No estoy en la obligación de hablar contigo, ni con nadie, amor. 22 ScorpioCity_2021_Final.indd 22 25/01/21 12:25 p. m. —O hablas o mañana estoy aquí con una patrulla, te cierro el negocio, embargo los dos o tres muebles y te mando a la cárcel del Buen Pastor con una lista de cargos que te dejen enterrada dos o tres años. —¿Me estás amenazando? —Estoy hablando de hechos que sucederán mañana a las ocho de la mañana. —Eres un hijueputa. La tenía. Zelia había sido tocada en una de sus fibras internas. La dejó pensar. Después de unos segundos de rumiar una salida, ella se le acercó y le habló en voz baja. Parecía un radio roto al que se le había bajado el volumen al mínimo. —Vete. Yo te hago llegar la información. Tengo que consultar. No quiero apresurarme. —No te demores. —Mañana te la hago llegar a tu departamento. El inspector asintió y salió. Al día siguiente Sinisterra no sacó nada en claro de los interro- gatorios hechos a las amigas de María. Ninguna de ellas arrojaba una luz sobre el crimen. Prefirió quedarse quieto y esperar el comuni- cado de Zelia. Compró una botella de aguardiente, unos filetes de merluza, pimentón, cebolla, coliflor y mayonesa, y se encerró en su departamento a revisar las carpetas de las víctimas. El portero del edificio le entregó un sobre cerrado. Sinisterra lo abrió y leyó: «Calle Veintiuna, Carrera Cuarta. Ocho de la noche. Solo». —¿Quién entregó esta nota? —preguntó al portero. —Un niño, señor. —Gracias. Miró el reloj. Las cinco y quince minutos. Tenía casi tres horas. Subió a su departamento, preparó la merluza y comió en silencio mien- tras desaparecían a lo lejos las últimas tonalidades del atardecer. Bebió unos tragos hasta dejar media botella. La ebriedad, pensó, esa forma de lucidez que permite en Bogotá aceptar la pesadumbre sin destruirse. 23 ScorpioCity_2021_Final.indd 23 25/01/21 12:25 p. m. Como un espejo, reflejar el caos y la amargura sin apropiárselos, sin hacerlos personales. En Bogotá el que no sabía ausentarse de sí, el que no tenía estrategia de fuga se hundía en su propia conmiseración. Cualquier destino era bienvenido, pensó, excepto el del hombre que termina ahogado en sus quejas y lamentos. Miró el reloj. Las siete y media. La esquina de la calle veintiuna estaba llena de prostitutas gordas pintadas con maquillaje barato. No alcanzó a detenerse al finalizar el andén cuando una mujerota inmensa enfundada en una minifalda negra lo abordó de inmediato. La voz gruesa que develaba al hombre detrás de la peluca y los afeites era cálida, amigable, temerosa y dubi- tativa. El travesti habló rápido, mirando a los costados. —Busque las Residencias Tokio, abajo de la Estación de Policía del barrio Las Cruces. Pregunte por Pablo, El Apóstol. Es el único tes- tigo del crimen de María. Se sobreentiende que no debe nombrarme. —¿Por qué me ayuda? —Estamos hechas una mierda para que encima vengan a matar- nos. No me interesa ayudarlo, me interesa sobrevivir. —Gracias por… —Hable con El Apóstol antes de que sea tarde. Y se fue así como vino. Sinisterra bajó a la carrera séptima y deam- buló hacia el sur con la mirada extraviada en las vitrinas. Palpó la pis- tola debajo del saco y apresuró el paso para no llegar a Las Cruces avanzada la noche. Sabía de memoria que era uno de los barrios más peligrosos del centro de la ciudad. Lo condujeron a un cuarto maloliente al fondo de un patio donde un hilo de carne con una semana de barba fumaba gruesos e intermi- nables cigarrillos de marihuana. Sinisterra se sentó en un butaco y con- templó a través del humo el cuerpo enjuto, casi un cadáver, de El Apóstol. Enfiló baterías. —Usted es el único testigo que tengo del crimen de María Ortega. Silencio. La carne amarilla de El Apóstol seguía allí, arrojada en un rincón de la habitación. Lo curioso era que los ojos estaban abier- 24 ScorpioCity_2021_Final.indd 24 25/01/21 12:25 p. m. tos, desmesuradamente atentos. Parecía existir una disociación entre el cuerpo y esa mirada de bestia excesivamente lúcida. —Usted estuvo en la escena del crimen. ¿Quién fue? ¿Quién mató a María Ortega? La respuesta lo dejó atónito: —María Ortega es un símbolo. La voz de El Apóstol parecía venir de un más allá líquido, acuoso. Sinisterra se levantó del asiento y caminó hacia la ventana. —No entiendo lo que me dice. —Si fuera más inteligente estaría trabajando en otra cosa… —Cuidado con sus palabras. Se las puedo hacer tragar. —Un policía sensible… —Puedo interrogarlo con métodos más eficaces. —Míreme: estoy en el último círculo infernal… Usted y el mundo me importan una mierda. Sinisterra abrió la ventana. Necesitaba aire. Volvió a la carga. —Van cinco mujeres asesinadas. La cosa no tiene gracia. —Según… —Hablo en serio. Dígame lo que sabe. —Usted no escucha. María no es una persona, es un símbolo, un objeto de sacrificio. —Explíquese. —¿No ha revisado los datos de las muchachas asesi-nadas? —No encuentro nada. —Porque no sabe ver. Revise las fechas de nacimiento. Inés nació en enero, Rosario en febrero, Carmen a comienzos de marzo, Alba a finales del mismo mes y María a comienzos de mayo. ¿No lo ve? Sinisterra no salía de su asombro. El Apóstol no sólo era capaz de razonar de una forma implacable bajo el efecto de tantos cigarri- llos de marihuana, sino que además hacía alarde de una memoria milimétrica con respecto al caso. Conocía las carpetas mejor que él. —Recuerdo esas fechas… No me dicen nada… —Capricornio, Acuario, Piscis, Aries y Tauro. Creyó que se tra- 25 ScorpioCity_2021_Final.indd 25 25/01/21 12:25 p. m. taba de prostitutas. No. Se trataba de símbolos. Ésa es la ventaja que le llevan. —¿Significa que se acerca un sexto crimen, un sexto sacrificio? El Apóstol calló. —Se acerca… —Géminis. Los Gemelos, la dualidad, el otro que nos habita. —¿Quién es? ¿Quién? —No hay un quién, policía. —¿Sabe usted quién es? —Déjeme en paz. Sinisterra intentó dos o tres preguntas más. El Apóstol parecía haberse ido de viaje. No lo oía, estaba fuera de la inmediatez, inatra- pable. Sus ideas no estaban al alcance. Salió a la calle y tomó un taxi. Se bajó en el Capitolio, en la plaza de Bolívar, la plaza principal de la ciudad, y caminó pensativo, sin saber dónde estaba. El amanecer lo descubrió tomando café en una caseta callejera. Llegó a su departamento a las siete de la mañana y buscó el sueño como única posibilidad de recuperar la realidad. En las horas de la tarde prefirió llamar a la comisaría. No se sen- tía capaz de presentarse y rendir un informe de su entrevista con El Apóstol. Algo había sucedido, un giro inesperado, una contorsión de la reali- dad que lo obligaba a cambiar su percepción con respecto al caso. A esto era preciso sumarle el hecho de que había dejado a El Apóstol tran- quilo, sin un interrogatorio más a fondo, sin vigilancia. ¿Cómo iba a explicarlo? Llamó a González, su inmediato subalterno en el caso, y le puso una cita en el restaurante de Pepillo. Tomó una ducha de agua fría, se afeitó, se vistió deportivamente y salió directo hacia el viejo restau- rante español. Saludó a Pepillo y preguntó por el plato del día. Sopa de cebo- lla, pollo frito con pimientos, papas al vapor y arroz. Almorzó des- pacio, saboreando el pollo y reconociendo al fondo de ese sabor el aceite de oliva, el ajo, la albahaca, la pimienta negra. El restaurante 26 ScorpioCity_2021_Final.indd 26 25/01/21 12:25 p. m. de Pepillo se mantenía como en sus mejores tiempos, sin signos de decadencia. «La ventaja de estar atendido por su propietario», decía el viejo andaluz con sorna y mordacidad. González llegó puntual. Sinisterra pidió un par de cervezas. —¿Trajiste lo que te pedí? —Sí. —¿Alguien se enteró? —¿Me cree idiota, jefe? —Bueno, ¿y? González abrió una carpeta y varias hojas cayeron sobre la mesa. —Aquí están las fechas de las que trabajan en el centro. —¿Todas? —Al menos las que están fichadas en la comisaría. Descarté las que trabajan en negocios privados, cabarets o clubes nocturnos, como me ordenó. —¿Y lo de los signos? —Ahí está el nombre de cada una, la fecha de nacimiento y enseguida el signo zodiacal. Tuve que comprar el periódico para mirar los días exactos en los que comienza y termina cada signo. —Bien, perfecto… No me mires así. —Qué quiere, jefe, no es para menos. —Pues sí, hombre, es un poco raro, pero tampoco exageres. —Me hubiera visto en la comisaría con el horóscopo en la mano, anotando signos zodiacales. Parecía una solterona desocupada en un salón de belleza. —Es un presentimiento, nada más. —¿Qué presentimiento? —Los signos zodiacales de las víctimas están en serie, eso es todo. —La última es… —Tauro. —La próxima víctima debe ser Géminis. —Eso creo… No es más que una hipótesis. —Déjeme ver. 27 ScorpioCity_2021_Final.indd 27 25/01/21 12:25 p. m. González revisó las hojas. —Hay tres Géminis. Están anotadas en la sección cuatro. Significa que no están en servicio activo. Pueden estar presas, enfermas o pre- ñadas. También pueden estar de viaje. De vez en cuando van a Panamá o a Venezuela por unos meses. —¿Sólo tres Géminis? —Sí. Lo que hay por cantidades es escorpiones. —Déjame la carpeta, ya veremos. Sinisterra pidió la cuenta y se despidió recordándole a González que tuviera prudencia. Descendió por la avenida Jiménez con paso lento y tranquilo. La carpeta bajo el brazo le daba un aire de hombre de oficina, de negociante independiente. Al llegar a San Victorino se internó por el corredor de los zapatos. Los vendedores de calzado repetían precios, materiales y ventajas de los productos, como si fueran letanías interminables en homenaje a un dios omnipotente. Dobló a la izquierda y tomó el callejón de las telas. Era uno de sus preferidos. Las vendedoras sacaban las manos por entre las telas expuestas e intentaban detener a los clientes con sua- vidad. El inspector disfrutaba el roce de los paños, los linos y el algo- dón en el rostro y en los brazos. Por otro lado su piel gozaba con los pequeños apretones de esas delicadas manos femeninas que emergían como organismos vivos provenientes de un más allá desconocido. Era un viaje visual, táctil y auditivo, pues el viento, atrapado en el laberinto que formaban las casetas de los comerciantes, silbaba y producía voces, lamentos ininteligibles, sonidos acuosos y marítimos. Volvió a doblar a la izquierda. Era el callejón de las hierbas, los granos y las frutas. El olor vegetal podía casi palparse en el aire. Cerró los ojos y se dejó invadir por esa atmósfera de plantación en un día de verano, de cose- cha, de granja en la plenitud del mediodía. Era un olor verde oscuro, fuerte, potente. Comenzó a salivar y reconoció que había llegado a los estantes donde se ofrecían las naranjas y los limones. Abrió los ojos y en efecto las frutas amarillas y verdosas insinuaban al transeúnte su frescura y su jugosidad. Salió de las casetas y los escaparates en busca 28 ScorpioCity_2021_Final.indd 28 25/01/21 12:25 p. m. de una de las calles que cruzaba tangencialmente el mercado. Su humor era excelente. Una curiosa alegría, una felicidad ingenua e infantil lo invadía de pronto dejándole en el cuerpo la certeza de una compleji- dad. Sí, eso era, el mercado le recordaba las distintas tonalidades de su cuerpo, sus matices, sus zonas más recónditas y escondidas. El cami- nante que se internaba en el mercado de San Victorino atento y des- pierto al entorno se veía de un momento a otro en el centro de un viaje sensorial: claroscuros fugaces que aparecían y desaparecían, rugosi- dades y sensaciones térmicas, sonidos fugitivos y acariciadores, olo- res insospechados que prometían lejanos parajes paradisíacos. Todo el cuerpo se veía bombardeado y atravesado por ingeniosas y azaro- sas combinaciones. Sí, la alegría venía de tener la magnífica certeza de haber sido preñado por la exuberancia del mundo. Sinisterra aguardó cinco días sin buscar a El Apóstol. Investigó, se entrevistó con parientes de las víctimas, volvió a interrogar a los comerciantes que tenían negocios cercanos a los lugares de los crí- menes, hizo redadas, capturó sospechosos e insistió en averiguar el problema de los signos zodiacales de las neófitas. Nada. No surgían indicios o pruebas que permitieran hallar al asesino. Finalmente, y en contra de su voluntad, se vio obligado a regresar donde El Apóstol. Llegó a Las Cruces en las horas de la tarde. El administrador de las residencias, un hombre obeso, de ademanes tranquilos y mirada doméstica, lo hizo seguir y le advirtió que El Apóstol regresaría en breve. El inspector encontró abierta la puerta de la habitación. Se sentó en el butaco y contempló a su alrededor. Libros viejos y pol- vorientos regados por el piso, pedazos de frutas en descomposición, mendrugos de pan, rastros de tabaco y marihuana diseminados por el suelo, un catre humilde. Sus ojos se detuvieron en unas palabras anotadas en una de las paredes del recinto. Leyó: El Apóstol profetiza una muerte en la mitad del círculo. El caracol está próximo a partir. 29 ScorpioCity_2021_Final.indd 29 25/01/21 12:25 p. m. El hombre apareció en el umbral. Sinisterra se sorprendió de su fla- cura y de su altura descomunal, gigantesca. —¿Qué desea? —Necesito de su ayuda. —No me gustan los policías. —Usted sabe dónde y cuándo va a ocurrir el sexto crimen. —No, no lo sé. —He leído su inscripción —dijo señalando la pared. —Seis es la mitad de doce, la mitad de un círculo de doce signos. —¿Y lo del caracol? —Me gustan los caracoles, sus caparazones son como disfraces. Además son andróginos. Es un bello animal. —No tengo tiempo… Me veré obligado a encerrarlo por compli- cidad. —La cárcel es el lugar ideal para predicar la palabra de Dios. —¿No va a decirme nada? El Apóstol no pronunció palabra. Sinisterra se levantó del butaco donde había estado sentado y buscó la salida. Cuando estaba próximo a abrir la puerta que daba a la calle escuchó la voz de El Apóstol que le llegaba a través del corredor. —Inspector, ¿qué signo es usted? —Capricornio. —Lástima. Demasiado peso a la tierra. Un poco de ligereza no le vendría mal. Salió a la plaza central de Las Cruces y vagabundeó por las calles, entre lisiados, atracadores y mendigos de oficio, dejando que las ideas y las intuiciones fluyeran dentro de sí, como lo hacía él mismo a través de la ciudad. Era de noche. Entró a Casa Show y pidió una cerveza como cual- quier cliente anónimo. Necesitaba ver a las muchachas, sus trajes, sus gestos. Tal vez del fondo de ellas brotara una imagen que lo ayudara, que le indicara el camino. Intentó concentrarse en el striptease pero no pudo. El Apóstol lo tenía obsesionado. Sin duda lo más complicado 30 ScorpioCity_2021_Final.indd 30 25/01/21 12:25 p. m. era tratar con él. No sabía por qué pero el hombre lo desestabilizaba, le impedía manejar la situación y apropiarse del caso. Además se sen- tía inferior, incapaz de alcanzar sus ideas. Por primera vez tenía la impresión de que la ciudad se encargaba de marginarlo de un caso. ¿Cómo era posible que en los años de trabajo no hubiera imaginado que la ciudad era un laberinto de múltiples dimensiones superpues- tas? Hasta el momento su realidad había sido diversa, sí, pero plana, en una sola dimensión. Y ahora tenía que lanzarse a bucear en las aguas profundas que desconocía. Bogotá mística, Bogotá astrológica, Bogotá sacrificial… Pidió otra cerveza, sacó la libreta y anotó: «Mitad del círculo-Caracol andrógino». Levantó la mirada y vio el rostro de la chica que se desnudaba: excesivamente maquillada, con peluca, el traje exótico llamativo y los zapatos altos y brillantes. De repente su memo- ria le trajo las palabras de El Apóstol certeras, únicas, inamovibles: «… sus caparazones son como disfraces. Además son andróginos». Se levantó de un salto y pidió en el bar un teléfono. Marcó el número de la comisaría. La voz de González le llegó clara y diáfana. —Sí, ¿diga? —Habla Sinisterra. En la encuesta que hiciste no está el travesti, ¿verdad? —Jefe, un maricón no es una puta. —Él está fichado en la comisaría. Busca rápido la carpeta y dime la fecha de nacimiento. Dos minutos después, González estaba de nuevo en el auricular. —Aló, ¿jefe? —Sí, dime. —Nueve de junio. —Eso es… —Géminis. Colgó y salió de inmediato a la calle. Por fortuna se encontraba a pocas cuadras de la calle ventiuna. Corrió ágil, veloz, dando saltos en las esquinas. Llegó a la carrera cuarta y buscó con su mirada ham- brienta; no vio la peluca rubia. Preguntó dónde estaba. Las mujeres, 31 ScorpioCity_2021_Final.indd 31 25/01/21 12:25 p. m. recelosas, evadían la pregunta. Al fin, a cambio de un billete de cinco mil pesos, una mujer entrada en carnes le indicó una de las casas del fondo. «Está con un cliente. Mejor espérelo». Sinisterra atropelló al portero que le abrió la puerta. Mostró su tarjeta y le preguntó el número del cuarto donde se encontraban el travesti y su cliente. El hombre, asustado, temiendo lo peor, balbu- ceó un número con timidez. Sinisterra, con la pistola en la mano, se ubicó frente al cuarto señalado. Abrió la puerta de una patada y enca- ñonó la oscuridad, las tinieblas que brotaron acompañadas de un olor antiguo, salvaje, inconfundible para el inspector: el olor de la sangre, de la carne tajada a cuchilladas, un olor animal que olido una vez queda en el recuerdo para siempre. De esas tinieblas brotó una voz tranquila, dueña de sí: —No prenda la luz, inspector. Apuntó al rincón de donde venía la voz. —¿Apóstol? —Tranquilícese. Todo está terminado. Acostúmbrese a la oscuri- dad y entre. No le haré daño. Sinisterra obedeció y unos segundos después, sin bajar el arma, entró en la habitación. El Apóstol estaba recostado en el marco de una de las dos ventanas que daban a la calle. En el suelo yacían dos cuerpos. La voz de El Apóstol inundó el lugar. —No alcancé a llegar a tiempo, como en el caso de María. Pero esta vez no se me escapó. —¿Este es el criminal? —Le dicen El Astrólogo. Un cuchillero callejero que duerme donde lo coge la noche. Impulsivo, impredecible, de decisiones rápidas, muy peligroso. Un Aries típico. —¿Usted lo mató? —Él intuía que iba a morir. Debió verlo en su propia carta astral: un tránsito de Marte por la casa doce en cuadratura con el sol. La casa doce es la de los enemigos ocultos. Yo era ese enemigo oculto que debía eliminarlo. 32 ScorpioCity_2021_Final.indd 32 25/01/21 12:25 p. m. —¿Por qué usted? —Dios me ha elegido para impedir que el mal se propague por la tierra. ¿No aniquiló Dios a los hombres de Sodoma y Gomorra? ¿No envió plagas sobre Egipto? ¿No asesinó Dios a la humanidad, excepto a Noé y su familia? —Debo arrestarlo. Dese vuelta y coloque las manos en la nuca. El inspector esposó a El Apóstol y llamó a la comisaría. González llegó con cuatro agentes fuertemente armados. Antes de que se lo llevaran El Apóstol murmuró: —Presto el cautivo será puesto en libertad, no descenderá a la fosa de la muerte ni le faltará su pan. —¿Qué es eso? —preguntó González. —Isaías, cincuenta y uno, catorce. Sinisterra se volteó y recordando súbitamente algo importante, preguntó con amabilidad, casi con amistad: —Apóstol, ¿qué signo es usted? El Apóstol sonrió. —Escorpión. El signo del descenso, de los mundos subterráneos, de los viajeros que atraviesan caminos prohibidos. El signo de los elegidos. Dos agentes lo empujaron y se lo llevaron. Cumplidas las diligencias de rigor, Sinisterra se fue a caminar. Pensaba en su cansancio, en esa fatiga que se apoderaba de él al cerrar un caso. Era una sensación similar a la que lo visitaba luego de acos- tarse con una mujer. Una mezcla de agotamiento físico, paz, soledad y melancolía. Pero, ¿estaba cerrado el caso? Una voz interna le decía que no, que los seis crímenes cometidos por El Astrólogo no eran el final, sino el comienzo de una historia que él, por ahora, no podía siquiera imaginar. No obstante, intuía un misterio por venir, lo sen- tía acercarse a su vida, extenderse a su alrededor como una masa dúctil y gelatinosa. Se detuvo en los puentes de la calle veintiséis y se recostó a ver pasar los automóviles allá abajo. Prendió el último Pielroja de la 33 ScorpioCity_2021_Final.indd 33 25/01/21 12:25 p. m. noche y lo fumó en calma, con placidez, disfrutando la caricia del humo, dejando pasar los minutos. Cerró los ojos, sonrió y se dijo en voz baja: —Lástima, Sinisterra. Demasiado peso a la tierra. Un poco de ligereza no te vendría mal. 34 ScorpioCity_2021_Final.indd 34 25/01/21 12:25 p. m.