334: Una estremecedora reflexión sobre nuestro presente (PDF)

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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM)

Thomas M. Disch

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novel literature society philosophy

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This is a novel that reflects on our present based on the future of our society. It explores the lives of people in an apartment block in New York, symbolizing a society that does not care or understand its members. The novel is a deep analysis of our society.

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334. Una estremecedora reflexión sobre nuestro presente basada en un examen del futuro de nuestra sociedad y del modo de vida occidental. De la misma forma que clásicos como Un mundo feliz, 1984 o Limbo, de Bernard Wolfe, consiguieron profundizar como pocos textos en el alma de una sociedad sacudid...

334. Una estremecedora reflexión sobre nuestro presente basada en un examen del futuro de nuestra sociedad y del modo de vida occidental. De la misma forma que clásicos como Un mundo feliz, 1984 o Limbo, de Bernard Wolfe, consiguieron profundizar como pocos textos en el alma de una sociedad sacudida por la violencia de las guerras mundiales, 334 contiene el análisis más certero que se ha hecho de la sociedad actual. Para conseguirlo, el autor nos proyecta al siglo XXI y nos enseña… Nueva York. Bloque de apartamentos 334. En él viven personas muy diferentes, cada una con sus propios problemas y esperanzas, pero todas prisioneras de una cárcel de hormigón que simboliza una sociedad que no se preocupa de ellos ni intenta comprender su humanidad. 334 narra la historia de aquellos de quienes no suele contarse ninguna historia: personas que no parecen importar a nadie y que no son dueñas de sus propias vidas. www.lectulandia.com - Página 2 Thomas M. Disch 334 ePub r1.0 mnemosine 04.06.15 www.lectulandia.com - Página 3 Título original: 334 Thomas M. Disch, 1974 Diseño de cubierta: Gueest / Høverstad Ilustración de cubierta: Luis Royo Editor digital: mnemosine ePub base r1.2 www.lectulandia.com - Página 4 Para Jerry Mundis, que vivió allí www.lectulandia.com - Página 5 LA MUERTE DE SÓCRATES www.lectulandia.com - Página 6 1 Sentía un dolor sordo, una especie de vacío localizado más o menos allí donde estaba su hígado —la sede de la inteligencia según la Psicología de Aristóteles—, la vaga sensación de que había alguien dentro de su pecho y de que estaba hinchando un globo, o de que su cuerpo era ese globo. Estaba atrapado en aquel pupitre, y el globo le mantenía unido a él como si fuera un ancla. Era una encía hinchada que debía tocar una y otra vez con su lengua o con un dedo y, sin embargo, la sensación era distinta a la de estar enfermo. No había ningún nombre para ella. El profesor Ohrengold les estaba hablando de Dante. Bla, bla, bla, nació en 1265. 1265, escribió en su cuaderno. Las piernas le dolían porque llevaba una eternidad sentado en aquel banco, eso sí estaba claro. Y Milly… Milly marcaba el límite máximo de la claridad y la precisión. «Puede que me muera —pensó (aunque no era exactamente pensar)—. Tengo el corazón destrozado, y quizá acabe muriendo de eso.» El profesor Ohrengold se convirtió en una imagen borrosa. Birdie estiró las piernas sacándolas al pasillo, juntó las rodillas y tensó los músculos. Bostezó. Pocahontas le fulminó con la mirada. Birdie sonrió. Y el profesor Ohrengold seguía con lo suyo. —Parloteo y más parloteo Rauschenberg y bla, bla, el infierno que Dante describe es intemporal. Es el infierno que cada uno de nosotros esconde en la parte más secreta de su alma. «Mierda», pensó Birdie con gran precisión. Mierda y nada más que mierda, un gigantesco montón de mierda. Escribió la palabra «Mierda» en su cuaderno, resiguió las letras hasta conseguir que parecieran tener tres dimensiones y les fue añadiendo sombras con mucho cuidado. Después de todo llamar educación a eso sería exagerar un poco, ¿no? Ningún estudiante de Barnard se tomaba muy en serio al Anexo de Estudios Generales, o eso había dicho Milly. Azúcar recubriendo la píldora amarga de esto o lo de más allá, mierda envuelta en una capa de chocolate. Ohrengold les estaba hablando de Florencia, de los papas y de todas esas cosas. Birdie alzó la cabeza justo a tiempo de verle desaparecer. —De acuerdo, ¿qué es la simonía? —preguntó el encargado de clase. Nadie alzó la mano para responder. El encargado se encogió de hombros y volvió a activar el aparato. Un par de pies envueltos en llamas se materializaron en el aire. Estaba escuchando, pero nada de lo que oía parecía tener el más mínimo sentido. No, la verdad es que no estaba escuchando. Estaba intentando dibujar el rostro de Milly en su cuaderno, pero nunca había sido muy buen dibujante. Salvo las calaveras, claro. Era capaz de dibujar calaveras muy convincentes, serpientes, águilas, aviones nazis… Quizá tendría que haberse matriculado en la escuela de bellas artes. Convirtió www.lectulandia.com - Página 7 el rostro de Milly en una calavera adornada con una larga cabellera rubia. No se encontraba muy bien. Le dolía el estómago. Quizá fuera por culpa de la barra de chocolate en que había consistido su almuerzo. Su dieta no podía ser más desequilibrada, y eso era un error. Había pasado la mitad de su vida comiendo en las cafeterías y durmiendo en los dormitorios comunales. Qué asco de vida… Necesitaba una vida hogareña y un poco de regularidad. Necesitaba un buen polvo de vez en cuando. Cuando se casara con Milly tendrían camas gemelas, un apartamento de dos habitaciones para ellos solos y en una de las dos habitaciones no habría nada, sólo las dos camas. Intentó imaginarse a Milly con su elegante uniforme de azafata. Después cerró los ojos y empezó a desnudarla, primero la chaquetita azul con el monograma de la PanAm encima del seno derecho. Después le abrió el cierre de la cintura y le bajó la cremallera. La falda se deslizó sobre la lisura satinada de las bragas de antrón. Milly llevaba unas bragas de color rosa…, no, llevaba bragas negras con un ribete de encajes. Vestía una blusa de las que ya no se veían mucho, de esas que tenían tantos botones. Intentó imaginarse desabotonándolos uno por uno, pero Ohrengold escogió ese preciso instante para soltar uno de sus estúpidos chistes. Ja, ja. Alzó la cabeza y vio a Liz Taylor tal y como la recordaba del curso de Historia del Cine al que había asistido el año pasado, unas enormes tetas rosadas y una cabellera hecha de cordeles azulados. —Cleopatra —dijo Ohrengold—, y Francesca da Rímini se encuentran aquí porque cometieron pecados veniales. Rímini era una ciudad que estaba en algún lugar de Italia y, naturalmente, el mapa de Italia volvió a flotar delante de sus ojos. Italia, Mierdalia. ¿Cómo podían esperar que se interesara por todas aquellas gilipolleces? ¿A quién le importa dónde nació Dante? Quizá ni tan siquiera había nacido. ¿En qué cambia eso la vida de Birdie Ludd? En nada. Debería ponerse en pie ahora mismo, encararse con Ohrengold y hacerle esa pregunta, soltársela a bocajarro para averiguar cómo reaccionaba; pero no puedes hablar con una pantalla de televisión, y Ohrengold no era más que un montón de puntitos parpadeantes. El encargado de la clase les había explicado que ya ni tan siquiera estaba vivo. Otro maldito experto muerto grabado en otra maldita cinta. Era ridículo. Dante, Florencia, «castigos simbólicos» (eso era lo que la siempre obediente Pocahontas estaba escribiendo ahora mismo en su fiel cuaderno)… No estaban en la jodida Edad Media, estaban en el jodido siglo XXI y él era Birdie Ludd y estaba enamorado y se sentía muy solo y no tenía empleo (y había muchas probabilidades de que nunca consiguiera uno, claro), y no podía hacer nada para remediarlo, no podía hacer absolutamente nada, y en todo el jodido y apestoso país no había ni un solo sitio en el que las cosas pudieran ser distintas. ¿Y si Milly ya no le necesitaba? www.lectulandia.com - Página 8 El vacío que había dentro de su pecho pareció hacerse más grande. Intentó eliminarlo pensando en los botones de aquella blusa imaginaria y en el calor del cuerpo que había debajo de ella. Su Milly… Cada vez se encontraba peor. Arrancó la hoja en que había dibujado la calavera. La dobló por la mitad y la fue rasgando lentamente a lo largo del pliegue. Repitió el proceso hasta que los trozos fueron tan pequeños que ya no pudo seguir rompiéndolos, y acabó guardándoselos en el bolsillo de la camisa. Pocahontas le estaba observando con una sonrisita malévola que decía lo mismo que el cartel de la pared. «El papel es valioso. ¡No lo desperdicies!» Pocahontas era una auténtica fanática de la ecología, y Birdie acababa de cometer un grave pecado ecológico. Contaba con sus apuntes para pasar los exámenes finales, por lo que no le quedó más remedio que pedirle disculpas con una sonrisa. La gente no paraba de decirle que tenía una sonrisa muy agradable y sincera. Su único problema era la nariz, que resultaba un poco demasiado corta. Ohrengold fue sustituido por el logotipo del curso —un hombre desnudo atrapado dentro de un cuadrado y un círculo—, y el encargado les preguntó si querían hacer alguna pregunta, aunque en el fondo le daba absolutamente igual que hablaran o que se quedaran callados. Todos se llevaron la sorpresa de ver cómo Pocahontas se ponía en pie y farfullaba unas cuantas palabras. ¿Qué había dicho? Birdie creyó entender que era algo sobre los judíos. Birdie no aguantaba a los judíos. —¿Podrías repetir tu pregunta? —dijo el encargado—. Creo que los que están en la parte de atrás de la clase no te han oído muy bien. —Bueno, si he comprendido al doctor Ohrengold, el primer círculo estaba reservado a las personas que no habían sido bautizadas. Esas personas no habían hecho nada malo…, sencillamente, nacieron demasiado pronto, ¿verdad? —Exacto. —Bueno, pues eso no me parece justo. —¿Sí? —Quiero decir que… Yo no he sido bautizada. —Ni yo —dijo el encargado. —Entonces según Dante los dos iremos al infierno, ¿no? —Sí, así es. —No me parece justo. Pocahontas había ido alzando poco a poco la voz hasta que su zumbido monótono habitual acabó convirtiéndose en un graznido estridente. Algunos alumnos se estaban riendo, otros habían empezado a ponerse en pie. El encargado alzó la mano. —Habrá una prueba. Birdie consiguió sacar un instante de ventaja al gemido colectivo. —Lo que quiero decir —insistió Pocahontas—, es que el único que puede tener la culpa de que unas personas hayan nacido de una forma y no de otra es Dios, ¿verdad? www.lectulandia.com - Página 9 —Buena pregunta —dijo el encargado—. No estoy muy seguro de que tenga respuesta. Haced el favor de sentaros. Vamos a hacer una breve prueba de comprensión. Dos bedeles muy viejos empezaron a repartir rotuladores y las hojas donde anotarían las respuestas. La difusa sensación de malestar de Birdie no tardó en concretarse, quizá porque ahora tenía una razón que podía compartir con todos los demás. La intensidad de las luces fue disminuyendo y la pantalla mostró el primer conjunto de respuestas entre las que debían escoger: 1. Dante Alighieri nació en: a) 1300; b) 1265; c) 1625; d) fecha desconocida. Pocahontas estaba tapando sus respuestas con la mano. La muy zorra… Bueno, ¿cuándo nació el jodido Dante? Birdie recordaba haber escrito la fecha en su cuaderno, pero no recordaba qué fecha había escrito. Volvió a alzar la cabeza para echar otro vistazo a las cuatro respuestas posibles, pero la segunda pregunta ya había aparecido en la pantalla. Birdie hizo un aspa en el espacio (c), la borró impulsado por una vaga sensación de que se había equivocado, se lo pensó durante unos momentos y acabó optando por el mismo casillero. La pantalla iba por la cuarta pregunta. Las respuestas de entre las que tenía que escoger eran nombres que no había visto nunca y la pregunta no tenía el más mínimo sentido. Birdie torció el gesto, hizo un aspa en el casillero (c) de cada pregunta y entregó su hoja de respuestas al bedel que estaba montando guardia delante de la puerta aun sabiendo que no le dejaría salir hasta que la prueba hubiese terminado. Birdie se quedó inmóvil junto a la puerta con el ceño fruncido y contempló a los gilipollas que ponían sus aspas en los casilleros equivocados de las hojas. Cuando sonó el timbre todos dejaron escapar un suspiro de alivio. 334 Este Calle Undécima era una de las veinte unidades —ninguna exactamente igual a las otras, todas vagamente parecidas—, construidas bajo los auspicios del programa federal MODICUM durante la opulencia de los años ochenta que precedió al Apretón. Un poste de aluminio para izar la bandera y un bajorrelieve de cemento en el que se leía la dirección del bloque adornaban la entrada principal que daba a la Primera Avenida. El edificio no tenía ninguna otra clase de adorno o decoración. Una noche de hacía ya muchos años la Comunidad de Inquilinos consiguió arrancar un trocito de aquel «4» casi monolítico en un vago gesto de protesta, pero las fotos y dibujos publicados en el Times cuando se anunció la construcción del bloque seguían siendo bastante parecidos a la realidad (si dabas por sentado que los árboles y todas esas tiendas de aspecto próspero y escaparates elegantes no habían sido más que ficciones dictadas por la cortesía periodística, claro está). Arquitectónicamente hablando el 334 no tenía nada que envidiar a las pirámides: se había quedado muy poco anticuado, y no había envejecido en lo más mínimo. www.lectulandia.com - Página 10 Dentro de su piel de cristal y ladrillo amarillo había una población de unas tres mil personas (excluyendo a los residentes temporales) que ocupaba los 812 apartamentos (40 por piso, más los 12 al nivel de la calle situados detrás de las tiendas). Ese número de habitantes sólo superaba en un 30 por ciento a la población óptima de 2250 personas fijada por los cálculos originales de la Agencia, por lo que no era preciso pecar de poco realista para considerar que el 334 también había funcionado bastante bien en ese aspecto. No cabía duda de que había sitios peores y de que la gente estaba dispuesta a vivir en ellos, especialmente si eras un residente temporal…, y Birdie Ludd lo era. Eran las siete y media de un anochecer de martes, y Birdie estaba en el rellano del piso dieciséis, dos pisos por debajo del apartamento de los Holt. El padre de Milly no estaba en casa, pero de todas formas tampoco le habían invitado a entrar, y Birdie se estaba helando el culo mientras escuchaba cómo alguien discutía a gritos con otro alguien por un asunto de dinero o de sexo. («Dinero o sexo» era una de las frases teóricamente graciosas de una telecomedia que tenía mucho éxito, y Milly aprovechaba cualquier ocasión para soltársela. «Dinero o sexo…, en el fondo todo se reduce a una de esas dos cosas.» Jua, jua.) Alguien más empezó a gritarles que se callaran, una voz lejana que hablaba lo bastante deprisa para que las palabras se confundieran las unas con las otras, como un aeroplano dando vueltas por encima del parque, y alguien estaba torturando a un bebé. AQUÍ TIENES MI AMOR, cantaba una radio. AQUÍ TIENES MI AMOR. SI TE LO LLEVAS ME MORIRÉ. MORIRÉ CON EL CORAZÓN DESTROZADO. Número Tres en la lista de éxitos nacional. Las notas de la canción llevaban todo el día —no, toda la semana— dando vueltas y más vueltas dentro de la cabeza de Birdie. Antes de conocer a Milly nunca había creído que el amor fuera más complicado o más doloroso que conseguir un polvo, e incluso durante los dos primeros meses de su relación con ella todo se había reducido a un polvo más agradable que de costumbre. Pero ahora… Cualquier cancioncilla estúpida que sonara en la radio parecía capaz de desgarrarle por dentro, y a veces hasta los anuncios le deprimían. La canción se interrumpió de repente, la gente dejó de chillar y Birdie oyó un lento eco de pisadas que iba subiendo hacia él. Tenía que ser Milly —los pies entraban en contacto con cada peldaño produciendo ese chasquido secamente femenino típico de los zapatos de tacones bajos—, y Birdie sintió que se le empezaba a formar un nudo en la garganta. El nudo estaba compuesto de amor, miedo, dolor…, de todo excepto felicidad. Si era Milly… ¿Qué podía decirle? Pero, oh, si no era Milly… Abrió su libro de texto y fingió leerlo. Se dio cuenta de que había manchado la página con la mugre que se le había pegado a la mano cuando intentó abrir la ventana del pozo central, y se la limpió en los pantalones. No era Milly. No era más que una vieja que subía lentamente cargada con una bolsa de la compra. La vieja se detuvo medio tramo de escalones por debajo de www.lectulandia.com - Página 11 Birdie, se apoyó en la barandilla y depositó su bolsa en el suelo con un «oof» ahogado. Una barrita de Oralina asomaba por la comisura de sus labios, y el botón de regalo incrustado en la punta parecía un mandala de tres al cuarto que giraba locamente con cada movimiento de su cabeza. Era como ver un reloj averiado. La vieja le miró, y Birdie frunció el ceño y clavó la mirada en la pésima reproducción de la Muerte de Sócrates de David de su libro. Los fláccidos labios de la vieja se movieron lentamente hasta acabar formando una sonrisa. —¿Estudiando? —le preguntó. —Sí, eso es justamente lo que estoy haciendo. Estoy estudiando. —Así me gusta. La vieja se quitó la barrita color verde pálido de la boca, y la sostuvo delante de sus ojos como si fuera un termómetro para averiguar cuánta había consumido y qué fracción de los diez minutos de leve euforia cronometrada le quedaba por disfrutar. Su sonrisa se hizo un poco más tensa, y Birdie pensó que parecía estar dando los últimos retoques a un chiste, puliéndolo y elaborándolo para que resultara lo más gracioso posible. —Un joven tiene que estudiar, ¿eh? —dijo por fin la vieja, y añadió un sonido inarticulado al que le faltaba muy poco para ser una risita. La radio volvió a hacer oír su voz, ahora con el último anuncio de la Ford. Era uno de los favoritos de Birdie, jovial y alegre pero al mismo tiempo bien pensado y lleno de sustancia. Lo único que deseaba en aquellos momentos era que la vieja bruja se callara para poder escucharlo a gusto. —Hoy en día no se puede llegar a ninguna parte sin haber estudiado. Birdie no replicó. La vieja decidió cambiar de táctica. —Esta dichosa escalera… —dijo. Birdie alzó los ojos de su libro y le lanzó una mirada de irritación. —¿Qué pasa con la escalera? —¡Que qué pasa con la escalera! Los ascensores llevan semanas sin funcionar. Eso es lo que pasa. ¡Semanas! —¿Y? —¿Y? ¿Por qué no los arreglan? Ah, pero prueba a hablar con la oficina del distrito e intenta que te respondan a una pregunta tan sencilla. Ya verás lo que pasa. Nada, eso es lo que pasa. Birdie sintió un deseo repentino y casi incontenible de decirle que se lavara el pelo. La vieja hablaba como si se hubiera pasado la vida en un apartamento de lujo, y no en el mugriento suburbio financiado por los subsidios gubernamentales que llevaba tatuado en cada rasgo de la cara. Según Milly los ascensores de todos aquellos edificios llevaban años sin funcionar, no semanas. Birdie le lanzó una última mirada de disgusto y se pegó a la pared para que la vieja pudiera pasar junto a él. Su cuerpo arrugado olía a cerveza, a chicles de menta y www.lectulandia.com - Página 12 a vejez. Birdie odiaba a los viejos. Odiaba sus caras arrugadas y el contacto de su carne seca y fría. Había demasiados viejos, ése era el problema. Si no hubiera tantos Birdie Ludd ya se habría podido casar con la chica a la que amaba para formar su propia familia. Era una maldita injusticia. —¿Qué estás estudiando? Birdie clavó los ojos en la reproducción del cuadro y leyó el pie de foto que no había leído antes. —Ése de ahí es Sócrates —dijo, recordando vagamente algo sobre Sócrates que había dicho su profesor de Civilización el año pasado—. Es un cuadro —explicó—. Un cuadro griego. —¿Vas a ser artista o algo parecido? —Algo parecido —replicó secamente Birdie. —Eres el chico que sale con Milly Holt, ¿verdad? —Birdie no dijo nada—. ¿Estás esperando que venga a casa? —¿Hay alguna ley que lo prohíba? La vieja se le rio en la cara. Fue como si Birdie hubiera metido la nariz en el coño de una muerta. Después reanudó su lento ascenso escalón por escalón hasta llegar al rellano siguiente. Birdie intentó no seguirla con la mirada, pero no lo pudo evitar. Sus ojos se encontraron con los de la vieja y ésta soltó otra carcajada. Birdie acabó hartándose y le preguntó qué demonios le hacía tanta gracia. —¿Hay alguna ley que prohíba reírse? —replicó la vieja. Un instante después su risa se fue desintegrando hasta convertirse en una tos que parecía sacada de uno de esos viejos documentales de Educación Sanitaria que te advertían de los horribles peligros del fumar. Birdie se preguntó si sería una adicta. Parecía lo bastante mayor para serlo. El padre de Birdie tenía por lo menos diez años menos que ella, y fumaba tabaco siempre que se le presentaba la ocasión. Birdie pensaba que era una forma realmente estúpida de tirar el dinero, pero la aversión que le inspiraba aquel vicio no iba más allá de una vaga repugnancia. En cambio, Milly no podía soportar a los que fumaban, especialmente a las mujeres. Un cristal se rompió en alguna parte haciendo mucho ruido y unos niños empezaron a gritarse en alguna parte —«¡Aka! ¡Atrita! ¡Akiak!»—, y cayeron al suelo lanzando alaridos y enzarzados en un entusiástico combate de guerra —gorila. Birdie inclinó la cabeza y contempló el abismo de la escalera. Una mano se posó sobre la barandilla muy por debajo de él, se quedó inmóvil, se alzó, volvió a tocar la barandilla y fue acercándose a él. Los dedos eran muy delgados (como los de Milly), y las uñas parecían estar pintadas de color dorado. La poca luz y la distancia hacían que no pudiese estar seguro de si era Milly. Una oleada de esperanza teñida de incredulidad inundó todo su ser e hizo que se olvidara de la risa de la vieja, los malos olores y los gritos. La escalera se convirtió en el escenario de una gran historia romántica, una neblina de movimientos a cámara lenta. La mano se alzó, se quedó inmóvil durante una fracción de segundo y volvió a posarse sobre la barandilla. www.lectulandia.com - Página 13 Birdie recordaba la primera vez que fue al apartamento de Milly. Había subido por aquellos peldaños caminando detrás de ella mientras observaba cómo su esbelto y firme traserito oscilaba primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda, hacia la derecha, hacia la izquierda, y las borlitas que adornaban sus pantalones cortos temblaban y centelleaban emitiendo destellos multicolores como si fuesen los neones de una licorería. Milly había hecho todo el trayecto sin mirar ni una sola vez hacia atrás. La mano se apartó de la barandilla en el piso once o doce y no volvió a aparecer. Bien, así que no era Milly… Le había bastado con acordarse de aquella subida para que se le pusiera tiesa. Birdie se bajó la cremallera y metió la mano dentro para administrarse un par de apretones no demasiado entusiastas, pero la erección se esfumó antes de que pudiera empezar a trabajarla en serio. Echó un vistazo a su reloj Timex garantizado. Eran las ocho en punto. Podía permitirse esperar a Milly durante un par de horas más. Después tendría que caminar cuarenta minutos para volver a su dormitorio comunal, a menos que quisiera pagar la tarifa máxima del metro. Si sus notas fueran lo bastante buenas para poder saltarse el toque de queda se habría pasado toda la noche esperando en la escalera. Se sentó sobre un peldaño para seguir estudiando el texto de Historia del Arte y clavó los ojos en el cuadro de Sócrates intentando distinguir los detalles en la penumbra. Sócrates sostenía una copa enorme con una mano y le estaba haciendo una higa a alguien con la otra. No tenía el aspecto de una persona que se va a morir, eso estaba claro. El maldito parcial de mañana empezaría a las dos. Tenía que estudiar. Birdie concentró su atención en el cuadro y se preguntó qué razón podía impulsarte a perder el tiempo pintando un cuadro. Siguió observándolo hasta que empezaron a dolerle los ojos. El bebé reanudó su llantina, un gemido tan estridente e insoportable como el de un avión lanzándose en picado sobre Central Park. Un grupo de guerrilleros birmanos bajó saltando por la escalera lanzando chillidos ininteligibles, y fue seguido un minuto después por otro grupo de chicos con máscaras negras —gorilas del Ejército de los Estados Unidos—, que gritaban obscenidades. Birdie se echó a llorar. Estaba seguro de que Milly le engañaba, aunque aún no estaba dispuesto a admitirlo ante sí mismo. La quería tanto y era tan hermosa… La última vez que se vieron Milly le había llamado estúpido. «Eres tan increíblemente estúpido, Birdie Ludd… —había dicho—.» Me pones enferma, ¿sabes? Pero Milly era tan hermosa… Y él la amaba. Una lágrima cayó sobre la copa de Sócrates y fue absorbida por el papel barato. Birdie se dio cuenta de que estaba llorando. No había llorado desde que era niño. Tenía el corazón destrozado. www.lectulandia.com - Página 14 2 Birdie no siempre había sido la nube de melancolía ambulante que era ahora. Oh, no, todo lo contrario… Hubo un tiempo en el que era alegre y encantador, en el que nunca se quejaba por nada y resultaba la compañía más divertida del mundo. No era de los que empezaban a competir con el prójimo apenas lo conocían, y si no había más remedio que competir sabía arreglárselas para perder con elegancia y sin enfadarse. La escuela comunal 141 nunca había puesto mucho énfasis en el factor competitivo, y el centro al que fue trasladado después de que sus padres se divorciaran aún le daba menos importancia. Un chico simpático y agradable que se llevaba bien con todos, ése era Birdie. Pero el verano siguiente a su graduación en la secundaria —justo cuando su relación con Milly empezaba a moverse hacia el estadio de seriedad total que acabaría alcanzando—, el señor Mack le dijo que fuera a verle a su despacho y la vida de Birdie se desmoronó. Norman Mack era un hombrecillo delgado de mediana edad que estaba empezando a quedarse calvo. Tenía barriga y una nariz aparatosamente judía, aunque Birdie nunca había logrado resolver el enigma de si era realmente judío o no y seguía teniendo que limitarse a hacer conjeturas al respecto. Su razón básica para pensar que fuese judío —aparte de la nariz, claro— era que Birdie siempre salía de sus entrevistas de orientación con la vaga impresión de que el señor Mack había estado jugando con él —algo que le ocurría siempre que trataba con un judío—, de que su apacible y no muy entusiástica afabilidad profesional era una fachada detrás de la que se ocultaba un desprecio ilimitado y de que todos esos consejos tan sólidos y razonables no eran más que una trampa. Lo realmente lamentable era que la naturaleza de Birdie no le dejaba más remedio que caer en ella. El juego había sido creado por el señor Mack, y las partidas debían jugarse según sus reglas. —Siéntate, Birdie. La primera regla. Birdie se había sentado, y el señor Mack le había explicado que acababa de recibir una carta del Departamento de Pruebas Genéticas. Después le entregó un inmenso sobre de color gris del que Birdie extrajo un montón de documentos e impresos oficiales, y le explicó —Birdie volvió a meter las hojas de papel dentro del sobre— que todo aquel papeleo se reducía a algo muy sencillo. Birdie había sido reclasificado. —¡Pero yo pasé los exámenes, señor Mack! Ya hace cuatro años de eso. Y aprobé. —He telefoneado a Albany para asegurarme de que tu reclasificación no era el resultado de que a alguien se le hubieran cruzado los cables, y puedo asegurarte que no hay ningún error. La carta… —¡Mire! —Birdie cogió su cartera y sacó la tarjeta—. Mire, aquí lo dice bien www.lectulandia.com - Página 15 claro en blanco sobre negro… Veintisiete. El señor Mack cogió la maltrecha tarjeta que le ofrecía y se chupó las mejillas en una vaga expresión de simpatía y condolencia. —Bueno, Birdie, pues siento decirte que en tu nueva tarjeta pone veinticuatro. —¿Un punto? Me falta un solo punto, y por eso van a… —Birdie ni tan siquiera se sentía capaz de pensar en lo que iban a hacerle—. ¡Oh, señor Mack! —Lo sé, Birdie. Créeme, yo lo siento tanto como tú. —Me sometieron a sus malditos exámenes y los pasé. —Birdie, ya sabes que hay otros factores que tomar en consideración aparte de las puntuaciones obtenidas en los exámenes, y uno de esos factores ha cambiado. Parece ser que tu padre tiene diabetes. —Es la primera noticia que tengo de eso. —Es posible que tu padre todavía no lo sepa. Los hospitales tienen una conexión de datos automática con los ordenadores del departamento de puntuaciones, y el sistema te envió esa carta de una forma igualmente automática. —Pero… ¿Qué tiene que ver mi padre con todo esto? El paso de los años había ido desgastando la relación existente entre Birdie y su padre hasta que ésta acabó quedando reducida a una voz que brotaba del auricular del teléfono los domingos y un promedio anual de cuatro visitas al Hogar Federal de la Calle Dieciséis en el que vivía el señor Ludd, visitas que la administración conmemoraba entregándole un abono para que dos personas pudieran comer en algún restaurante de la ciudad. La vida familiar era la fuerza de cohesión más importante que existe en cualquier sociedad, y los funcionarios del programa MODICUM intentaban mantener unida a la familia, incluso cuando se trataba de una familia tan poco sólida como la formada por un padre y un hijo que comen lasaña juntos cada doce semanas en el restaurante Las Vísperas Sicilianas. ¿Su padre? Era tan ridículo que Birdie casi sintió deseos de echarse a reír. El señor Mack empezó explicándole que no había nada de qué avergonzarse. Un 2,5 por ciento de la población tenía una puntuación inferior al 25, lo que equivalía a más de 12 millones de personas. Que Birdie tuviera una puntuación baja no le convertía en un fenómeno circense, no le despojaba de ninguno de sus derechos civiles y sólo significaba —cosa que Birdie ya sabía, naturalmente—, que no se le permitiría tener descendencia ya fuese directamente a través del matrimonio o indirectamente mediante la inseminación artificial. El señor Mack quería asegurarse de que Birdie entendía todo aquello. ¿Lo había entendido? Sí. Lo había entendido. El señor Mack pareció sentirse bastante aliviado y añadió la observación de que seguía siendo perfectamente posible —incluso probable, considerando que Birdie estaba justo en el límite— que se le volviera a reclasificar…, hacia arriba, claro. Después repasó pacientemente punto por punto los componentes de la puntuación que Birdie había obtenido en sus exámenes y le explicó cuáles eran los factores que www.lectulandia.com - Página 16 podían permitirle albergar la esperanza de aumentar su puntuación así como los que no podían alterarla. La diabetes era una enfermedad hereditaria. El tratamiento resultaba muy costoso, y podía prolongarse durante años. Los legisladores que habían redactado el Acta decidieron incluir la diabetes en el mismo apartado que la hemofilia y el gene XYY. Eso quizá pareciera bastante draconiano, pero el señor Mack estaba seguro de que Birdie podía comprender las razones de que fuera preciso frenar la extensión de cualquier tendencia genética a la diabetes, ¿no? Naturalmente. Birdie podía comprenderlas. Después estaba aquel otro desafortunado problema concerniente a su padre, el de que durante la última década su porcentaje de tiempo transcurrido en situación de empleo activo hubiera sido inferior al 50 por ciento. A primera vista podría parecer injusto penalizar a Birdie por algo que estaba tan fuera de su control como el que su padre fuese partidario de tomarse la vida de forma un tanto alegre, pero las estadísticas demostraban que ese rasgo de carácter tendía a ser tan hereditario como…, bueno, como la inteligencia, por ejemplo. ¡La vieja antítesis de la herencia contra el ambiente! Pero antes de que Birdie decidiera protestar de una forma demasiado enérgica quizá convendría que echara un vistazo al siguiente apartado de su expediente. El señor Mack cogió un lápiz y dio unos cuantos golpecitos sobre la hoja de papel. No se podía negar que era una curiosa ilustración práctica de cómo funcionaban los mecanismos históricos, ¿verdad? El Acta de Comprobación Genética Revisada había sido aprobada por el Senado el año 2011 después de que los senadores hubieran alcanzado el acuerdo que pasaría a la historia como «Compromiso Jim Crow», y aquí teníamos nada menos que a ese compromiso jadeando sobre el cuello de Birdie, pues los cinco puntos que había perdido debido al desempleo casi crónico de su padre, ¡le habían sido devueltos gracias a que era negro! Birdie había obtenido 9 puntos en la escala física, lo cual le colocaba en el punto nodal o ápice de la curva normal. El señor Mack hizo un chiste a sus propias expensas basado en la puntuación que habría obtenido si le hubiesen hecho el examen físico a él en vez de a Birdie. Birdie podía solicitar un nuevo examen físico, pero lo habitual era que la puntuación física bajara, no que subiera. Por ejemplo y dada la diabetes que se le había detectado a su padre, en el caso de Birdie la más mínima tendencia a la hipoglucemia podía hacer que su puntuación cayera de tal forma que su situación sería mucho peor que la actual. Así pues y teniendo en cuenta todo aquello, quizá sería mejor olvidarse del examen físico, ¿no? Sí, parecía lo mejor. El señor Mack era más optimista respecto a las otras dos pruebas, el test Stanford- Binet (Formato Abreviado) y la Escala Skinner-Waxman. Birdie había obtenido resultados aceptables en ambos (7 y 6 respectivamente), pero las puntuaciones tampoco eran nada del otro mundo. La gente solía mejorar su puntuación de forma www.lectulandia.com - Página 17 espectacular a la segunda intentona. Un dolor de cabeza, nerviosismo, incluso algo tan sencillo como la indiferencia…, hay muchísimas cosas que pueden impedir que una mente dé el máximo de sí misma, ¿no? Cuatro años era mucho tiempo, desde luego, pero lo importante era averiguar si Birdie tenía alguna razón para creer que no había obtenido la puntuación máxima de la que era capaz. ¡Sí! Birdie recordaba que incluso pensó en protestar, pero había pasado las pruebas y acabó decidiendo que no valía la pena. El día de la prueba un gorrión se metió en el auditorio y estuvo revoloteando incansablemente en todas direcciones yendo de una ventana cerrada a otra. ¿Quién podía concentrarse adecuadamente con todo aquel jaleo? Decidieron que Birdie solicitaría que se le volviese a someter al Stanford-Binet y al Skinner-Waxman; y suponiendo que por la razón que fuera no se sintiese lo suficientemente seguro de sí mismo cuando llegara el día del examen siempre le quedaba la posibilidad de solicitar un aplazamiento. El señor Mack estaba convencido de que Birdie descubriría que todo el mundo quería prestarle el máximo de ayuda posible. El problema parecía haber quedado resuelto y Birdie ya se disponía a marcharse, pero las normas eran las normas y el señor Mack aún tenía que ocuparse de un par de detalles más. Dejando aparte los factores hereditarios y los test, ambos centrados en la potencialidad, había otro apartado que podía ayudarle a mejorar su puntuación. Cualquier servicio excepcional al país o a la economía significaba la concesión automática de veinticinco puntos, pero el señor Mack opinaba que era una probabilidad bastante remota y que Birdie no podía confiar mucho en ella, ¿verdad? Tampoco había que olvidar que una demostración de capacidades físicas, intelectuales o creativas que se encontraran lo bastante por encima de los niveles promedio, etcétera, etcétera. Birdie le dijo que creía que también podían saltarse ese apartado. Pero aquí había algo que sí debía ser tomado en consideración —sí, aquí mismo, justo debajo de la goma—, y era nada menos que el componente educativo. Birdie ya había conseguido cinco puntos por el mero hecho de haber terminado los estudios secundarios. Si iba a la universidad… Ni soñarlo. Birdie no había nacido para ir a la universidad. No es que fuera imbécil, claro, pero tampoco era ningún Isaac Einstein. En principio y si aquella conversación fuese un mero hablar por hablar el señor Mack habría aplaudido el realismo de que daba muestra Birdie tomando una decisión semejante, pero dadas las circunstancias actuales opinaba que era mejor no quemar las naves. Cualquier persona que residiera en la ciudad de Nueva York tenía derecho a asistir a las clases de cualquiera de las universidades de la ciudad ya fuese en calidad de estudiante regular o, si le faltaban ciertos requisitos previos, inscribiéndose en un Anexo de Estudios Generales. El señor Mack opinaba que Birdie no debía olvidar esa posibilidad. www.lectulandia.com - Página 18 El señor Mack lamentaba mucho todo aquello, y albergaba la esperanza de que Birdie aprendería a vivir con el convencimiento de que su reclasificación era un mero revés temporal y no una derrota permanente. El fracaso era un punto de vista, nada más. Birdie dijo que estaba totalmente de acuerdo con él, pero ni tan siquiera esa admisión sirvió para devolverle la libertad. El señor Mack le apremió a que pensara en el tema de la anticoncepción y la genética de la forma más amplia posible. Actualmente ya había demasiadas personas entre las que distribuir los recursos disponibles, y de no existir algún sistema de limitación voluntaria habría cada vez más y más, y su número se iría incrementando de forma catastrófica. El señor Mack albergaba la esperanza de que Birdie acabaría comprendiendo que pese a sus obvios defectos el sistema era tan deseable como necesario. Birdie le prometió que intentaría verlo de esa forma y obtuvo por fin el anhelado permiso para abandonar el despacho. Entre los papeles que contenía el sobre gris había un folleto editado por el Consejo de Educación Nacional, «Tu prueba de aptitud genética», el cual afirmaba que la única forma de prepararse para su nuevo examen que le permitiría obtener un buen resultado era desarrollar un marco mental de calma y seguridad en uno mismo. Un mes después Birdie acudió a su cita en la calle Centro con un sólido marco mental de calma y seguridad en sí mismo a buen recaudo dentro de su cabeza. No se percató de que el día era nada menos que el martes 13 de julio hasta después de haber salido del edificio, cuando ya llevaba un buen rato sentado junto a la fuente de la plaza comentando las pruebas con sus compañeros de martirio. ¡Qué catástrofe! No necesitó esperar la llegada del sobre certificado para estar seguro de que la máquina tragaperras del gobierno le había obsequiado con una combinación de cereza, manzana y plátano, la única que no tenía premio. Aun así después de leer la carta se tambaleó como si acabaran de darle un puñetazo. Había bajado un punto en el test de coeficiente intelectual, y en cuanto a la Escala de Creatividad Skinner-Waxman se había hundido hasta el 4, lo cual le dejaba en el nivel de los retrasados mentales. ¿Su nuevo y espantoso total? Veintiún puntos. El 4 del Skinner-Waxman le puso especialmente furioso. La primera parte del test consistía en escoger el chiste que te pareciera más gracioso de entre los cuatro ofrecidos, y luego había que seleccionar aquel de los cuatro finales que el sujeto considerase como el más adecuado a la historia previamente propuesta. Birdie recordaba aquella parte del test de la prueba anterior, pero cuando hubo terminado le llevaron a una habitación vacía que le pareció bastante extraña en la que había dos cuerdas colgando del techo. Después le dieron unas tenazas y le dijeron que anudara las cuerdas, advirtiéndole de que no podía quitarlas de los ganchos que las sostenían. Era imposible. Si cogías el extremo de una cuerda con una mano no podías www.lectulandia.com - Página 19 agarrar la otra ni aunque te contorsionaras alargando el pie hacia ella. Los centímetros extra que te proporcionaban las tenazas no servían de nada. Cuando los diez minutos que le habían concedido para realizar la prueba llegaron a su fin, Birdie estaba a punto de gritar de pura frustración. Después le plantearon tres problemas imposibles más, y Birdie se limitó a fingir que intentaba resolverlos. Mientras estaban junto a la fuente un jodido genio les explicó a todos los demás lo que podían haber hecho. Bastaba con atar las tenazas al extremo de una cuerda y hacer que se balanceara como si fuese un péndulo; luego ibas corriendo hasta la otra cuerda y… —¿Sabes lo que realmente me gustaría ver atado de una cuerda y balanceándose? —dijo Birdie interrumpiendo al genio—. Venga, capullo, ¿lo sabes? ¡A ti! Todos sus compañeros de martirio estuvieron de acuerdo en que su chiste era mucho mejor que cualquiera de los propuestos en el test. No le contó a Milly que había sido reclasificado hasta después de recibir la carta comunicándole su fracaso en las pruebas. Su relación estaba pasando por una fase de enfriamiento que Birdie esperaba fuese tan pasajera como el deslizarse de una nube delante del sol, pero aun así temía la posible reacción de Milly y los insultos que podían llover sobre su cabeza. Milly le sorprendió comportándose de una forma realmente heroica; y fue toda ternura, preocupación y valerosa decisión de seguir adelante ocurriera lo que ocurriese. Milly incluso se echó a llorar, y le dijo que hasta entonces nunca había sido consciente de lo mucho que le quería y le necesitaba. Ahora le quería más que antes, porque… Pero no hacía falta que se lo explicara. Todo era visible en sus rostros y en sus ojos, en las humedecidas pupilas castañas de Birdie y en las color avellana con manchitas doradas de Milly. Le prometió que estaría a su lado durante todo el tiempo que durase la ordalía. ¡Diabetes! ¡Y ni tan siquiera era él quien padecía de esa enfermedad! Cuanto más pensaba en ello más se enfadaba, y más se reforzaba su decisión de no permitir que el Moloch (¿Moloch?) de la burocracia jugara a ser Dios con ella y con Birdie. Si Birdie estaba dispuesto a ir al Anexo General de Estudios de Barnard, Milly estaba dispuesta a esperarle durante todo el tiempo que hiciera falta. El período de tiempo durante el que debería esperarle acabó resultando ser nada menos que cuatro años. El sistema de puntos había sido concebido de una forma muy ingeniosa, y cada año sólo te proporcionaba medio punto hasta que llegaba la graduación y te tocaban cuatro puntos de golpe. Si Birdie se hubiese conformado con la puntuación que había obtenido en las primeras pruebas podría haber llegado a los 25 puntos en sólo dos años, pero ahora no le quedaba más remedio que conseguir una licenciatura. Pero amaba a Milly, y quería casarse con Milly y, dijeran lo que dijesen, un matrimonio no es un matrimonio de verdad a menos que puedas tener hijos. www.lectulandia.com - Página 20 Birdie fue a la universidad de Barnard y se matriculó. ¿Qué otra elección le quedaba? www.lectulandia.com - Página 21 3 La mañana del día en que iba a tener su examen de Historia del Arte Birdie estaba acostado en su cama del ahora vacío dormitorio del Anexo dormitando y pensando en el amor. No podía volver a conciliar el sueño, pero tampoco quería levantarse. Su cuerpo estaba tan saturado de energía que apenas podía contenerla y ésta amenazaba con desbordarse, pero no era la clase de energía que necesitaba para lavarse los dientes o bajar a desayunar; y de todas formas ya era demasiado tarde para desayunar y Birdie se encontraba a gusto donde estaba. La luz del sol entraba a chorros por la ventana del sur. Una leve brisa hizo crujir los avisos y anuncios viejos clavados en el tablero de corcho, agitó una camisa colgada del riel de una cortina y acarició el vello que cubría el dorso de la mano de Birdie allí donde el nombre de Milly apenas era un manchón borroso dentro de un corazón dibujado con bolígrafo. Birdie se echó a reír, y se fue dejando invadir por la sensación de estar tan lleno de vida y la promesa de que iba a hacer buen tiempo. Rodó sobre sí mismo hasta quedar acostado encima del flanco izquierdo y dejó que la manta resbalara hasta caer al suelo. La ventana enmarcaba un rectángulo de cielo que no podía estar más azul. ¡Precioso! Estaban en el mes de marzo, pero podía haber sido un día de abril o de mayo. Iba a hacer un día maravilloso, y la primavera sería soberbia. Birdie podía sentirlo en los músculos de su pecho y en los de su estómago cada vez que tragaba una bocanada de aire. ¡La primavera! Y luego el verano, la brisa, el poder quitarse la camisa para ir con el torso desnudo. El verano pasado en Great Kifis Harbor, la arena caliente, el viento marino enredándose en la cabellera de Milly y su mano que se alzaba una y otra vez para echarlo hacia atrás como si fuese un velo. ¿De qué habían hablado a lo largo de ese día? De todo. Sobre el futuro. Sobre lo insoportable que era el padre de Milly y lo mucho que deseaba alejarse del 334 y vivir su propia vida. El empleo en la compañía aérea le había proporcionado la opción de pasar las noches en un dormitorio, pero no estaba tan acostumbrada a la vida comunal como Birdie y le resultaba bastante difícil. Pero pronto, pronto… El verano. Caminar junto a Milly, una danza de serpientes a través de los cuerpos tumbados encima de la arena, praderas de carne que cruzar. Extender la loción solar sobre su piel. La Magia del Verano. El lento deslizarse de su mano. No había nada claro o preciso, y de repente todo se volvía tan innegable como la luz del día, como si el mundo entero estuviera haciendo el amor. El mar, el cielo, todos los que estaban allí… Serían cachorritos y serían cerdos. La atmósfera vibraría con el resonar de las canciones, cien canciones distintas entonadas al mismo tiempo. En momentos como aquél Birdie comprendía lo que debía de sentir un compositor o un gran músico y se convertía en un gigante henchido de grandeza, una bomba de relojería que no tardaría en estallar. www.lectulandia.com - Página 22 El reloj de la pared decía que eran las once y siete minutos. «Hoy es mi día de suerte…» Birdie se repitió mentalmente la frase una y otra vez convirtiéndola en una promesa. Se levantó de un salto e hizo diez flexiones sobre el suelo de baldosas que aún estaban un poco húmedas a causa de la fregona que se había deslizado por ellas aquella mañana. Después hizo diez flexiones más. Cuando hubo terminado la segunda tanda de flexiones se acostó en el suelo y descansó con los labios pegados al frescor húmedo de una baldosa. Tenía una erección. Deslizó una mano alrededor de su miembro y cerró los ojos. ¡Milly! Tus ojos… Oh, Milly, te amo. Milly, oh, Milly, oh, Milly. ¡Te quiero tanto! Los brazos de Milly. El final de su espalda. Milly echándose hacia atrás. ¡Milly, no me dejes! ¿Milly? ¿Me quieres? ¡Sí, a mí! Se corrió dejando escapar un chorro de semen que se fue abriendo en una pequeña marea hasta que sus dedos quedaron cubiertos de fluido blanco, y el semen se esparció sobre el dorso de su mano, y sobre el corazón azul, y sobre su nombre. Las once y treinta y cinco minutos. El examen de Historia del Arte era a las dos. Ya se había perdido la salida del grupo de Consumología de las diez. Mala suerte. Envolvió su cepillo de dientes, su tubo de Crest, su navaja de afeitar y la espuma en una toalla y fue a lo que había sido el lavabo para ejecutivos del departamento de actuarios que trabajaban en la compañía de seguros New York Life cuando el Anexo era un edificio de oficinas. La música empezó a sonar en cuanto abrió la puerta. ¡Bum, bang! ¿Por qué soy tan feliz? ¡Bum, bang! ¿Por qué soy tan feliz? Maldición, la verdad es que no lo sé. Decidió que se pondría el suéter blanco, los Levis blancos y las playeras blancas. Esparció un agente blanqueador sobre su cabellera, que volvía a tener su color natural. Se puso delante del espejo y se contempló. Sonrió. El sistema de sonido empezó a difundir su anuncio favorito, el de la Ford. Birdie bailó consigo mismo y cantó el texto del anuncio mientras se movía grácilmente por el espacio vacío que había delante de los urinarios. El Anexo estaba a quince minutos de la parada del Transbordador Sur. En el edificio del transbordador había un restaurante de la PanAm donde las camareras llevaban uniformes idénticos al de Milly. Birdie no podía permitirse aquellos lujos, pero decidió almorzar allí. El almuerzo que le trajeron era el mismo que Milly podía estar sirviendo a cuatro mil metros de altura en aquel mismo instante. Birdie dio www.lectulandia.com - Página 23 veinticinco centavos de propina, lo que le dejó con sólo la ficha que le llevaría de vuelta al dormitorio. Estaba arruinado. Libertad Ahora. Caminó junto a las hileras de bancos en que los viejos venían a sentarse cada día para contemplar el mar mientras esperaban que llegara el momento de morirse. Aquella mañana, Birdie no les odiaba tanto como les había odiado anoche. Los viejos inmóviles que formaban hileras impotentes bañadas por los rayos del sol de primera hora de la tarde parecían extrañamente lejanos, no planteaban ninguna amenaza, no importaban. La brisa que llegaba del Hudson olía a sal, petróleo y podredumbre. No era un olor desagradable. Resultaba tonificante. Si hubiera vivido unos cuantos siglos antes, Birdie quizá habría sido marino. Momentos de películas sobre barcos desfilaron velozmente por su memoria. Le dio tal patada a una lata de Diversión vacía que la hizo pasar volando por encima de la barandilla. Birdie se detuvo unos instantes a contemplar cómo bailoteaba sobre la superficie verde y negra de las aguas. El cielo era un rugir de reactores. Los aviones iban en todas direcciones, y Milly podía estar en cualquiera de ellos. ¿Qué le había dicho hacía una semana? «Siempre te querré.» ¿Hacía una semana de eso? «Siempre te querré.» Si hubiera llevado encima un cuchillo habría podido grabar esas palabras en algún sitio. Se sentía estupendamente. Sí, no podía sentirse mejor. Un viejo vestido con un traje viejo iba por la acera caminando muy despacio con una mano sobre la barandilla. Su rostro estaba cubierto por una frondosa y rizada barba blanca, aunque su cabeza estaba tan desnuda y lisa como un casco de policía. Birdie se apartó de la barandilla para dejarle pasar. El viejo alzó una mano y la puso delante de la cara de Birdie. —Bueno, amigo, ¿qué me dices? Birdie arrugó la nariz. —Lo siento. —Necesito veinticinco centavos. Un acento extranjero. ¿Español? No. Birdie pensó que le recordaba a algo o a alguien. —Yo también. El hombre barbudo le hizo una higa y Birdie comprendió a quién se parecía. ¡Sócrates! Bajó la mirada hacia su muñeca, pero se había dejado el reloj en la garita porque no encajaba con su atuendo blanco-total de hoy. Giró sobre sí mismo. El gigantesco reloj publicitario de la fachada del First National Citibank afirmaba que eran las dos y cuarto. No, imposible. Birdie fue hacia los bancos y les preguntó a dos viejos si realmente era esa hora. Sus relojes estaban de acuerdo con el del banco. Presentarse en el examen ahora no serviría de nada. Birdie sonrió sin saber muy bien por qué. Dejó escapar un suspiro de alivio y se sentó en un banco para www.lectulandia.com - Página 24 contemplar el océano. En junio hubo la tradicional reunión de familia en Las Vísperas Sicilianas. Birdie vació su bandeja sin prestar mucha atención a la comida o a la historia que su padre le estaba contando, algo sobre alguien de la calle Dieciséis que había pedido que le asignaran la Habitación 7, después de lo cual se descubrió que había sido sacerdote católico. El señor Ludd parecía nervioso o preocupado por algo, Birdie no sabía si por la Habitación 7 o porque temía que la diabetes le obligaría a reducir su consumo de alcohol. Birdie acabó decidiendo que debía darle una oportunidad de engullir sus spaghetti y le contó que el señor Mack se las había arreglado para que le permitieran presentar un trabajo, a pesar de que (tal y como había observado el mismo señor Mack) los problemas y los documentos de Birdie pertenecían al AEG de Barnard, y no a la Escuela Comunal 141. En otras palabras, el trabajo iba a ser la última oportunidad de Birdie, pero si Birdie quería eso también podía convertirse en una fuente de motivación, ¿no? Y Birdie había querido, naturalmente. —¿Y vas a escribir un libro? —Maldita sea, papá, ¿quieres hacer el favor de escucharme? El señor Ludd se encogió de hombros, enrolló unos cuantos spaghetti en su tenedor y le escuchó. Lo que Birdie debía hacer si quería conseguir sus 25 puntos era demostrar que su capacidad personal se encontraba claramente por encima de lo que parecía dar a entender su penosa exhibición de aquel fatídico martes 13. El señor Mack había repasado minuciosamente todos los componentes de su perfil. Su puntuación en Habilidades Verbales era la mayor de todas las que había obtenido hasta la fecha, y tanto Birdie como el señor Mack acabaron llegando a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era escribir algo. Cuando Birdie le preguntó sobre qué podía escribir ese algo el señor Mack le regaló un ejemplar de Sin ayuda de nadie. Birdie metió la mano debajo del banco sobre el que se había sentado en cuanto entraron y alzó el libro para que su padre pudiera verlo. Sin ayuda de nadie, editado por y con una introducción (estimulante, desde luego, pero no muy clara) de Lucille Mortimer Randolph-Clapp. Lucille Mortimer Randolph-Clapp era la creadora del sistema de exámenes genéticos. Los últimos spaghetti fueron enrollados y engullidos. El señor Ludd acercó su cuchara a los spumoni y los acarició con una reverencia casi religiosa. —¿Así que te dan dinero sólo por…? —preguntó mientras retrasaba unos momentos el inmenso placer de saborearlos para hacer que fuera un poco más intenso. —Quinientos dólares. Increíble, ¿no? Lo llaman «estipendio». Se supone que ese dinero debe durarme tres meses, aunque quizá se me acabe antes. Ese edificio de la calle Mott es viejo y no pago mucho de alquiler, pero hay otras cosas. www.lectulandia.com - Página 25 —Están locos. —Es el sistema que han montado. Necesito tiempo para desarrollar mis ideas, ¿entiendes? —Todo ese sistema suyo es una locura. ¡Escribir! No puedes escribir un libro. —No he de escribir un libro. No es más que una historia, un ensayo…, algo así. No hace falta que tenga más de un par de páginas. El libro dice que lo mejor siempre es… He olvidado la palabra que usa, pero quiere decir que lo mejor siempre es corto. Tendrías que leer algunas de las basuras que se han tragado. Poesías y ese tipo de cosas en las que una de cada dos palabras es un taco, y cuando digo taco quiero decir que son palabras realmente feas, ¿entiendes? Pero hay algunas cosas que no están nada mal. Un tipo que no terminó el octavo curso escribió una historia sobre sus experiencias cuando trabajaba en una reserva de caimanes. En Florida, ¿sabes? Y también hay filosofía. Recuerdo que había un trabajo sobre una chica que estaba lisiada y que además era ciega… Te lo enseñaré. Birdie encontró la página donde había interrumpido la lectura de «Mi filosofía», de Delia Hunt, y leyó el primer párrafo en voz alta. —«Hay momentos en que me gustaría ser una filosofía muy muy grande, y hay momentos en que me gustaría coger un hacha enorme y cortarme en trocitos a mí misma. Si oyera que alguien grita “¡Socorro, socorro!” creo que sería capaz de seguir sentada sobre mi tronco de árbol y pensar “Me parece que alguien tiene problemas, pero no soy yo porque yo estoy aquí viendo cómo los conejos y todos los bichos saltan y corren de un lado a otro. Supongo que intentan alejarse del humo, ¿no?». Pero yo seguiría sentada encima de mi filosofía y pensaría «Bueno, parece que esta vez va en serio y que el bosque realmente se ha incendiado…”» El señor Ludd estaba absorto en sus spumoni y se limitó a asentir afablemente con la cabeza. Se negaba a dejarse asombrar por nada de cuanto pudiera oír, y estaba decidido a no protestar o tratar de entender cuál podía ser la razón de que las cosas no hubieran salido tal y como él había planeado. Si la gente quería que hiciera una cosa la haría. Si querían que hiciera otra cosa distinta también la haría. Sin preguntas. La vida es un sueño, como también había observado Delia Hunt. —Ya sabes lo que tendrías que hacer, ¿verdad? —le dijo su padre mientras caminaban por la calle Dieciséis. —¿Qué tendría que hacer? —Deberías utilizar un poco de ese dinero que te han dado para conseguir que alguien realmente listo escribiera el trabajo en tu lugar. —No puedo. Tienen ordenadores que son capaces de detectar si has hecho trampa. —¿De veras? El señor Ludd dejó escapar un suspiro. www.lectulandia.com - Página 26 Un par de manzanas más adelante le pidió que le prestara unos cuantos dólares para comprar un poco de Olvido. La solicitud de un préstamo monetario era una parte tradicional de sus reuniones y la tradición exigía que Birdie se negara, pero ¿cómo podía hacerlo cuando acababa de alardear del estipendio que le pagaban? No le quedaba más remedio que acceder. —Espero que sabrás ser mejor padre que yo —dijo el señor Ludd mientras doblaba el billete y lo guardaba dentro de su tarjetero. —Sí. Bueno, yo también lo espero. La réplica de Birdie hizo que los dos soltaran una risita. A la mañana siguiente Birdie siguió el único consejo que había podido obtener del asesor que había conseguido veinticinco dólares a cambio de esas palabras e hizo su primera visita en solitario (unos cuantos años atrás había recorrido la sucursal norte acompañado por unas cuantas decenas de condiscípulos de cuarto curso) a la Biblioteca Nacional. El edificio era una auténtica colmena repleta de libros de investigación con la única excepción del último piso, el 28, que estaba ocupado por el sistema de cables que unía Nassau con la sucursal norte y luego, a través de relés, con las bibliotecas públicas más importantes de todo el mundo salvo las de Francia, Japón y Sudamérica. Un bedel que no podía llevarle muchos años de ventaja le enseñó cómo manejar el sistema de marque-y-pulse. Cuando el bedel se hubo marchado Birdie clavó los ojos en el vacío de la pantalla y lo contempló con expresión lúgubre. Su mente sólo parecía capaz de pensar en una cosa, lo mucho que le habría gustado atravesar la pantalla con el puño. ¡Marque-y-golpee! Almorzó en el sótano de la biblioteca y empezó a sentirse un poco mejor. Se acordó de Sócrates gesticulando con los brazos y del ensayo filosófico que había escrito aquella chica ciega. Solicitó los cinco mejores libros sobre Sócrates adaptados al nivel promedio del último curso de la secundaria y empezó a leer pasajes al azar. Birdie acabó de leer el capítulo de la República de Platón que contiene la famosa parábola de la caverna cuando ya hacía varias horas que había anochecido. Después vagó por entre los destellos multicolores del tercer turno de Wall Street sintiéndose aturdido y deslumbrado. Ya eran más de las doce, pero las calles y las plazas seguían estando llenas de gente. Acabó en un pasillo lleno de máquinas expendedoras de comida y bebida sorbiendo un Kafé caliente y contemplando los rostros que se movían a su alrededor mientras se preguntaba si alguno de ellos —¿la mujer que parecía pegada a su ejemplar del Times quizá, los viejos mensajeros que no paraban de hablar?— sospechaban que se les había ocultado la verdad o si eran como los pobres prisioneros de la caverna que contemplaban las sombras y la roca sin imaginar ni por un solo instante que fuera había un sol, un cielo, todo un mundo de belleza www.lectulandia.com - Página 27 aplastante que esperaba caer sobre ellos… Antes nunca había comprendido que la belleza podía ser algo más que la brisa entrando por una ventana o la curva de los pechos de Milly, y que no tenía nada que ver con lo que Birdie Ludd sintiera o lo que deseara. La belleza estaba allí, ardiendo en el interior de las cosas. Estaba en todas partes, incluso en esas estúpidas máquinas de comida y bebida, incluso en los rostros ciegos. Birdie recordó la votación en que el Senado ateniense había decidido que Sócrates debía morir. Corromper a la juventud… ¡Ja! Odiaba al Senado ateniense, pero ese nuevo odio era muy distinto a la clase de odio que estaba acostumbrado a sentir. Les odiaba por una razón: ¡justicia! Belleza. Justicia. Verdad. Amor también, probablemente. En algún lugar había una explicación de todo cuanto ocurría, un significado. Todo tenía sentido. El mundo era algo más que un montón de palabras. Salió del pasillo. Las nuevas emociones seguían invadiéndole tan deprisa que apenas podía comprenderlas, y desfilaban por su interior como nubes inmensas en una película pasada a cámara rápida. Contempló su rostro reflejado en el escaparate a oscuras de una delicatessen y sintió un deseo casi incontenible de reír a carcajadas. Un instante después se acordó de la joven prostituta que ocupaba el cuarto situado debajo del que había alquilado, volvió a verla acostada sobre su catre vestida con un camisón casi inexistente y sintió deseos de llorar. Tuvo la impresión de que podía ver el dolor y la falta de esperanzas de aquella vida tan claramente como si el pasado y el futuro de la prostituta fueran un objeto físico colocado delante de él, como una estatua del parque que se alzaba ante sus ojos. Estaba junto a la barandilla de Battery Park y contemplaba el mar. Olas oscuras lamían la orilla de cemento. Los faros y las balizas se encendían y se apagaban —rojo y verde, blanco y blanco—, y se iban moviendo por delante de las estrellas avanzando en dirección a Central Park. ¿Belleza? Ahora la idea le parecía demasiado pobre y carente de peso. No, en todo aquello había oculto algo que se encontraba más allá de la belleza, algo que le hacía sentir un miedo y un frío interior que nunca había conocido y que no podía explicar. Y, pese a ello, también sentía un júbilo igualmente extraño. Su alma acababa de despertar y estaba haciendo cuanto podía para impedir que aquellas sensaciones y aquel principio recién descubiertos se le escaparan antes de haber recibido un nombre. Cada vez que creía haberlos capturado descubría que se le habían escurrido entre los dedos. Birdie acabó volviendo a casa cuando faltaba poco para que amaneciera, temporalmente derrotado. Estaba subiendo el tramo de peldaños que llevaba a su cuarto cuando un gorila — iba sin uniforme, pero seguía siendo fácil de reconocer, y llevaba las barras y las estrellas tatuadas en la frente— salió del cuarto de Frances Schaap. Birdie sintió una fugaz punzada de odio hacia aquel hombre seguida por una oleada de compasión hacia la chica, pero esta noche no disponía del tiempo que se necesitaría para intentar www.lectulandia.com - Página 28 ayudarla aun suponiendo que ella quisiera aceptar su ayuda. Durmió bastante mal, como un cadáver que se hunde en el agua hasta llegar al fondo y que vuelve lentamente a la superficie atrapado en un continuo subir y bajar. Despertó a mediodía emergiendo de un sueño al que le faltaba muy poco para convertirse en pesadilla. En el sueño estaba dentro de una habitación con el techo cruzado por una hilera de vigas. Había dos cuerdas colgando de las vigas. Birdie estaba de pie entre ellas intentando agarrar la una o la otra, pero cada vez que creía haberlo conseguido la cuerda se alejaba velozmente de su mano oscilando de un lado a otro como un péndulo enloquecido. Sabía cuál era el significado del sueño. Las cuerdas eran una forma de poner a prueba su creatividad. Ése era el principio que había intentado definir anoche cuando estaba inmóvil junto a la barandilla contemplando las aguas. La creatividad era la clave que podía proporcionarle la solución a todos sus problemas. Si pudiese averiguar más cosas sobre ella, si consiguiera analizarla… Sí, estaba seguro de que sería capaz de resolver sus problemas. La idea seguía estando muy poco clara, pero Birdie sabía que iba por el buen camino. Desayunó un par de huevos cultivados y una taza de Kafé, y volvió a su cubículo de la biblioteca para seguir estudiando. La inmensa excitación presente en todas las cosas que había captado la noche anterior parecía haberse desvanecido. Los edificios no eran más que edificios. Tenía la impresión de que las personas se movían un poco más deprisa que de costumbre, pero eso era todo. Y, aun así, se sentía estupendamente. Nunca se había sentido tan bien como hoy. Era libre. ¿O se trataba de algo distinto que no tenía nada que ver con la libertad? De una cosa sí estaba seguro: nada de cuanto había en su pasado valía una mierda, pero el futuro… ¡Ah, el futuro estaba lleno de promesas! www.lectulandia.com - Página 29 4 De: Problemas de la creatividad por Berthold Anthony Ludd Resumen Desde la antigüedad hasta la época actual hemos visto que existe más de un criterio mediante el que los críticos analizan los productos de la Creatividad. ¿Podemos averiguar cuál de esos criterios de medida debemos utilizar? ¿Nos enfrentaremos directamente al tema básico? O indirectamente. Hay otra fuente para estudiar la Creatividad en el gran drama del filósofo Wolfgang Goethe titulado «El Fausto». Nadie puede negarle el indiscutido pináculo literario de la «Obra Maestra». Pero ¿qué motivación puede haberle impulsado a describir el Cielo y el Infierno de esta forma tan extraña? Quién es el Fausto si no es nosotros mismos. ¿Acaso esto no muestra una auténtica necesidad de alcanzar la comunicación? Nuestra única respuesta puede ser sí. Esto nos lleva de nuevo al problema de la Creatividad. Toda la belleza tiene tres condiciones: 1, El tema será de formato literario. 2, Todas las partes están contenidas dentro del todo y 3, El significado está radiantemente claro. La Auténtica Creatividad sólo está presente cuando puede ser observada en la obra de arte. Ésta también es la Filosofía de Aristóteles que es válida para hoy. No, el criterio de la Creatividad no sólo se busca en el área del «lenguaje». ¿Es que el científico, el profeta y el pintor ofrecen sus propios criterios de juicio hacia el mismo propósito general? De ser así, ¿qué camino escogeremos? ¿O acaso no es cierto que «Todos los caminos llevan a Roma»? Ahora más que nunca vivimos en una época cuando es importante definir las responsabilidades de cada ciudadano. Otro criterio de la Creatividad fue enunciado por Sócrates, tan cruelmente asesinado por su propio pueblo, y le cito: «No saber nada es la primera condición de todo conocimiento». ¿Es que no podemos extraer nuestras propias conclusiones concernientes a estos problemas basándonos en la sabiduría de ese gran filósofo griego? La Creatividad es la capacidad de ver relaciones allí donde no existen. www.lectulandia.com - Página 30 5 Frances bajó a buscar el correo mientras Birdie se quedaba en la cama limpiándose las uñas de los pies. Birdie había estado tan absorto en la redacción del trabajo que su cuarto había acabado volviéndose prácticamente inhabitable, y ahora podía decirse que vivía con Frances salvo cuando ésta tenía algún cliente. No se trataba de una relación sexual, aunque en un par de ocasiones Frances se había ofrecido a chupársela y Birdie había aceptado, pero ninguno de los dos había disfrutado mucho con ello y todo había quedado reducido a un gesto de buena voluntad, algo así como preparar una taza de Kafé. Lo que les unía —aparte del compartir un cuarto de baño—, era el hecho tan lamentable como imposible de alterar de que Frances había sacado un 20 en las pruebas. ¿Por qué? Porque estaba enferma, por eso. Dejando aparte a un chico de la Escuela Comunal 141 que era enano y prácticamente retrasado mental, Frances era la primera persona con una puntuación inferior a la suya con la que Birdie había mantenido alguna clase de relación prolongada. Frances no parecía muy afectada por su mísera puntuación o quizá era lo bastante orgullosa para ocultarlo, pero durante los dos meses largos que Birdie pasó trabajando en «Problemas de la Creatividad» escuchó atentamente todas las versiones sucesivas de cada párrafo. Si no hubiera contado con sus constantes elogios, los ánimos que le daba y el tenerla al lado cada vez que se deprimía y perdía la esperanza Birdie jamás habría conseguido terminar el trabajo. Birdie había logrado salir del túnel y el hecho de que ahora fuese a volver con Milly le parecía vagamente injusto, pero Frances decía que eso tampoco le importaba. Birdie nunca había conocido a una persona tan increíblemente altruista, pero Frances decía que no se trataba de eso. Ayudarle había sido una forma de luchar contra el sistema. —¿Y bien? —le preguntó cuándo Frances volvió a entrar en el cuarto. —Nada. Sólo esto. Arrojó una postal sobre la cama. Un crepúsculo con palmeras en alguna parte. La postal era para ella. —Creía que esos tipos no sabían escribir. —¿Jock? Oh, no para de enviarme postales y cosas. Esto, por ejemplo… — Frances curvó los dedos de una mano sobre un pliegue del albornoz de tela gruesa e iridiscente que llevaba puesto—. Me lo envió del Japón. Birdie dejó escapar un bufido ahogado. Había pensado en comprarle un regalo como muestra de agradecimiento, pero ya no le quedaba dinero. Hasta que llegara su carta tendría que vivir de los préstamos que le hacía Frances. —No tiene mucho que decir sobre qué tal le van las cosas, ¿eh? —No, supongo que no. Frances parecía un poco deprimida. Antes de bajar a recoger el correo estaba tan www.lectulandia.com - Página 31 contenta que habrían podido usarla en un anuncio. La postal debía de haberla afectado bastante más de lo que dejaba traslucir. Quizá estaba enamorada del tal Jock, a pesar de que la noche del mes de junio en que se emborracharon lo suficiente para hacerse confidencias Birdie abrió el fuego contándole que estaba enamorado de Milly, y Frances correspondió diciéndole que aún no había conocido al hombre de su vida. Birdie acabó decidiendo que fuera lo que fuese no permitiría que se le contagiara, y se concentró en la idea de vestirse. Se pondría el mono azul celeste y un pañuelo de cuello verde, y dejaría que sus impolutos pies descalzos le llevaran paseando hasta el río. Después iría en dirección norte, pero no lo bastante lejos para llegar hasta la Calle Once… No, ni soñarlo. De todas formas era martes, y Milly nunca estaba en casa las noches de los martes. No la volvería a ver hasta que pudiera sumergir su hermosa nariz en la increíble historia de su éxito. —Llegará mañana. Estoy seguro. —Supongo. Frances se había sentado en el suelo y estaba peinando la nube de cabellos castaños que flotaba delante de su rostro. —Ya han pasado dos semanas. Casi… —¿Birdie? —Así me llamo. —Ayer estuve en Ciudad Stuyvesant, en el mercado… Ya sabes. —Frances se encontró la raya del pelo y apartó la mitad del velo a un lado—. Compré dos píldoras. —Estupendo. —No me refiero a esa clase de píldoras. Son las que tomas para…, ya sabes, para poder volver a tener bebés. Anulan los efectos de lo que echan en el agua. Pensé que si tú tomabas una y yo tomaba la otra. —Vamos, Frances, ¿crees que basta con tomar una píldora? Por el amor de Dios… Te obligarían a abortar antes de que tuvieras tiempo de decir «Lucille Mortimer Randolph-Clapp» en voz alta. Frances lo había inventado y había acabado convirtiéndose en el chiste favorito de los dos, pero esta vez ni tan siquiera sonrió al oírlo. —¿Y por qué iban a enterarse? Quiero decir… Bueno, ¿por qué iban a enterarse antes de que fuera demasiado tarde? —Oye, ya sabes lo que hacen con la gente que intenta saltarse las reglas tan descaradamente, ¿verdad? ¿Sabes lo que hacen tanto con el hombre como con la mujer? —Me da igual lo que hagan. —Bueno, pues a mí no —dijo Birdie, y decidió poner punto final a la discusión —. Cristo —añadió con voz seca. Frances se recogió el pelo en la nuca y luchó con un cordoncito amarillo hasta que consiguió hacerle un nudo. Cuando emitió su siguiente sugerencia trató de que www.lectulandia.com - Página 32 sonara lo más espontánea posible. —Podría ir a México. —¡México! Dios santo, pero ¿es que nunca has leído nada aparte de los tebeos? —la indignación de Birdie estaba reforzada por el recuerdo de que no hacía mucho tiempo le había hecho más o menos la misma propuesta a Milly—. ¡México! Oh, chico, chico… Frances puso cara de sentirse ofendida, fue hacia el espejo y empezó a aplicarse la loción. Birdie sabía que era capaz de pasarse medio día rascando, frotando y acicalándose. Todas esas operaciones siempre daban como resultado el mismo rostro de mujer de mediana edad y piel un poco escamosa. Frunces tenía diecisiete años. Sus ojos se encontraron durante un segundo en el espejo y Frunces se apresuró a desviar la mirada. Birdie comprendió que su carta ya había llegado. Y que Frunces la había leído. Y que lo sabía todo. Fue hasta ella y agarró los flacos brazos perdidos dentro de las holgadas mangas del albornoz. —¿Dónde está, Frunces? —¿Dónde está el qué? Pero Frunces sabía de qué estaba hablando, oh, sí, lo sabía muy bien. Birdie le juntó los dos brazos por las muñecas tirando de ellos tan salvajemente como si Frances fuera uno de esos aparatos que servían para ejercitar los bíceps. —Yo… La… La tiré. —¡La tiraste! ¿Tiraste una carta que iba dirigida a mí? —Lo siento. No tendría que haberlo hecho. Quería que no te… Sólo quería disfrutar de otro día como los dos últimos. —¿Qué decía? —¡Birdie, para! —¿Qué coño decía? —Tres puntos. Conseguiste tres puntos. Birdie la soltó. —¿Y eso es todo? ¿No decía nada más? Frances empezó a frotarse las muñecas. —Decía que debías sentirte muy orgulloso de lo que habías escrito. Tres puntos es un resultado magnífico. El equipo que se encargó de calificar tu trabajo no sabía lo mucho que necesitabas recuperar tu puntuación anterior. Si no me crees léela tú mismo. Está ahí dentro. Frances abrió un cajón, y Birdie vio el sobre amarillo con el matasellos de Albany y la antorcha de la que brotaban las llamas del conocimiento en la otra esquina. —¿No vas a leerla? —Te creo. —También dice que si quieres conseguir un punto más puedes alistarte en el ejército. www.lectulandia.com - Página 33 —Igual que hizo tu Jock, ¿eh? —Lo siento, Birdie. —Yo también. —Ahora quizá quieras cambiar de parecer… —¿Sobre qué? —Sobre tomar las píldoras que compré. —¿Quieres dejar de darme la paliza con esas píldoras de una maldita vez? —Nunca diré quién es el padre. Te lo prometo. Birdie, mírame… Te lo prometo. Birdie contempló aquel par de pupilas negras un poco veladas, la piel que se desescamaba, los labios pequeños y tensos que nunca llevaban la sonrisa lo bastante lejos para revelar los dientes que había detrás. —Prefiero hacerme una paja en el lavabo y echar la leche por la tubería a metértela dentro. ¿Sabes lo que eres? Eres una retrasada mental, eso es lo que eres. —Insúltame todo lo que quieras, Birdie. No me importa. —Eres una jodida subnormal. —Te quiero. Sabía lo que tenía que hacer. Lo había visto la semana pasada cuando inspeccionó sus cajones. No era un látigo, pero no se le ocurría ningún otro nombre más adecuado. Birdie volvió a encontrarlo en el fondo del cajón de la ropa interior. —¿Qué has dicho? Alzó aquella cosa delante del rostro de Frances. —Te quiero, Birdie. Te quiero, de veras… Y supongo que soy la única persona en todo el mundo que te quiere. —Bueno, pues voy a dejarte bien claro lo que siento por ti. Cerró una mano sobre el cuello del albornoz y tiró de él bajándoselo hasta dejarle los hombros al descubierto. Frances nunca había permitido que la viera desnuda, y Birdie enseguida comprendió el porqué. Su cuerpo estaba cubierto de verdugones y morados. Su trasero había recibido tantos golpes que parecía una inmensa herida en carne viva. Los clientes no le daban dinero para joder con ella, sino para esto. Para… Birdie se la metió embistiéndola con todas sus fuerzas. Siguió moviéndose encima de ella hasta que ya no importó el que se moviera o se quedara quieto, hasta que ya no le quedaron sentimientos o emociones de las que librarse. Esa misma tarde fue a Times Square —ni tan siquiera se tomó la molestia de emborracharse antes—, y se alistó en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos para ir a defender la democracia en Birmania. El sargento le tomó el juramento al mismo tiempo que a ocho tipos más. Cada uno alzó su brazo derecho, dio un paso hacia adelante y recitó a toda velocidad el Juramento de Fidelidad o lo que fuese. Después el sargento fue hacia él y deslizó la máscara negra del Cuerpo de Marines sobre el rostro ceñudo de Birdie, cogió un rotulador y escribió su nuevo número de identificación sobre la frente con grandes letras blancas —CMEEUU 100-7011-D07—, eso fue todo, y cuando hubo terminado con el último ya eran gorilas. www.lectulandia.com - Página 34 CUERPOS www.lectulandia.com - Página 35 1 —Una fábrica, por ejemplo —dijo Ab—. Es exactamente lo mismo. Chapel quiso saber de qué clase de fábrica estaba hablando. Ab echó su silla hacia atrás y se sumergió en la teoría con tanta placidez como si fuera una de las bañeras especiales con chorros de agua caliente para dar masaje que usaban en Hidroterapia. Había engullido los dos almuerzos traídos por Chapel y se sentía tranquilo y afable, seguro de sí mismo y perfectamente dueño de la situación. —Cualquiera. ¿Has trabajado en alguna fábrica? —Pues claro que no. ¿Chapel? Chapel empujaba un carrito, y podía considerarse afortunado de haber encontrado ese trabajo, así que Ab siguió hablando. —Por ejemplo… Sí, una fábrica de aparatos electrónicos. Hace tiempo trabajé de montador en una. —Y fabricabas algo, ¿verdad? —¡Te equivocas! Unía piezas. Si utilizaras las orejas y dejaras quieta esa bocaza tuya durante un minuto te darías cuenta de que hay una gran diferencia entre una cosa y otra. Verás, para empezar había una caja que venía hacia mí y yo le metía dentro una especie de tablero rojo, y luego le daba unas cuantas vueltas a una tuerca, una rosca o un no sé qué que estaba encima del tablero. Y todo el día igual, tan sencillo como decir A-B-C. Hasta tú podrías haberlo hecho, Chapel. Ab se echó a reír. Chapel se echó a reír. —¿Qué es lo que hacía realmente? Movía cosas. Las llevaba de aquí para allá… Chapel se lo demostró con una pequeña pantomima. El meñique de su mano izquierda terminaba en el primer nudillo. Chapel se lo había hecho él mismo durante su iniciación en los Caballeros de Colón hacía ya veinte años (veinticinco, de hecho), un solo golpe con el viejo trinchante que nunca falla y ya está, aunque cuando alguien preguntaba qué le había ocurrido decía que fue un accidente industrial y añadía que el maldito sistema siempre se las arreglaba para acabar destruyéndote; pero casi nadie era lo bastante ingenuo para preguntarle qué había sido de su meñique. —Pero no fabricaba nada de nada, ¿entiendes? Y en cualquier otra fábrica ocurre lo mismo. Mueves cosas de un lado a otro o las vas juntando, tanto da. Chapel podía darse cuenta de que estaba perdiendo la discusión. Ab hablaba cada vez más deprisa, y en cambio a él las palabras le salían a trompicones. La verdad es que ni tan siquiera había querido empezar la discusión, pero Ab había conseguido enredarle en ella sin que Chapel tuviera ni idea de cómo se las había arreglado para hacerlo. —Pero algo… No sé, lo que tú dices es que… Pero lo que quiero decir es… También has de tener sentido común y… —No, estoy hablando de ciencia. www.lectulandia.com - Página 36 La palabra hizo que los ojos del viejo quedaran iluminados por un brillo de derrota tan abyecto como si Ab acabara de dejar caer una bomba —bum—, justo en el centro de su negra y cada vez más abatida cabeza. ¿Quién podía enfrentarse a la ciencia y salir vencedor? Chapel no, eso estaba clarísimo. Aun así Chapel intentó emerger de entre los escombros y se dispuso a seguir defendiendo la causa del sentido común. —Pero las cosas se hacen…, se fabrican. ¿Cómo explicas eso? —Las cosas se fabrican, las cosas se fabrican… —Ab repitió las palabras de Chapel en un falsete burlón, aunque de los dos Chapel era el que tenía la voz más grave—. A ver, ¿qué cosas? Chapel recorrió el depósito de cadáveres con la mirada buscando un ejemplo. El sitio le resultaba tan familiar que casi habría podido ser invisible. La losa, las camillas con ruedas, los montones de sábanas, el armario que contenía el surtido de filtros y fluidos, el escritorio… Chapel alargó la mano hacia el montón de objetos que había encima de él y cogió una banda de identificación en blanco. —El plástico. —¿El plástico? —exclamó Ab poniendo cara de disgusto—. Eso sólo demuestra hasta qué extremos llega tu ignorancia, Chapel, El plástico… Ab meneó la cabeza. —El plástico —insistió Chapel—. ¿Por qué no? —Porque hacer plástico se reduce a mezclar productos químicos, so analfabeto. —Sí, pero… —Chapel cerró un ojo y trató de pensar con claridad—. Pero para hacer el plástico tienen que…, tienen que calentarlo o algo así. —¡Exacto! ¿Y qué es el calor? —preguntó Ab cruzando las manos sobre su barriga, victorioso, lleno de comida y seguro de sí mismo—. El calor es energía cinética. —Mierda —insistió Chapel. Alzó una mano y empezó a masajear la curva marrón cubierta de pelitos que era su cuero cabelludo. Otra discusión perdida… Nunca entendería cómo demonios se las arreglaba Ab. —Moléculas en movimiento —resumió Ab—. Todo se reduce a eso. Es física, ¿sabes? Es una ley física. Dejó escapar una ruidosa ventosidad y apuntó con el dedo a la ingle de Chapel en un movimiento perfectamente sincronizado con el sonido. Chapel admitió la victoria de Ab con una sonrisa. Sí, claro, todo era cosa de la ciencia. La ciencia siempre acababa saliéndose con la suya y todos tenían que inclinarse ante ella. Era como intentar discutir con la atmósfera de Júpiter, o con los enchufes, o con las tabletas de esteroides que estaba obligado a tomar desde hacía poco tiempo…, cosas que ocurrían cada día y que nunca tenían sentido y que nunca, nunca lo tendrían. «Negro idiota», pensó Ab, y su afabilidad fue aumentando en proporción directa a www.lectulandia.com - Página 37 la perplejidad de Chapel. Le habría encantado que siguiera discutiendo un ratito más. Aún no habían hablado de la religión, la psicosis, la enseñanza…, quedaban montones de posibilidades por agotar. Ab tenía preparado un montón de argumentos para demostrar que incluso esas cosas que parecían tan mentales y abstractas en la superficie eran otras tantas formas de la energía cinética. La energía cinética… En cuanto comprendías el significado de la energía cinética todo empezaba a aclararse de repente. —Tendrías que leer el libro —insistió Ab. —Mm —dijo Chapel. —Él lo explica de una forma mucho más detallada. Ab no había leído todo el libro, sólo algunas partes del resumen, pero había captado lo esencial. Pero Chapel no tenía tiempo para leer libros. Chapel no era ningún intelectual, y el mismo Chapel lo había dejado claro en más de una ocasión. ¿Y Ab? ¿Era un intelectual? No estaba muy seguro, y tuvo que pensar en ello. Era como si se hubiera puesto encima un traje casi transparente de algún color afrutado y se estuviera contemplando en el espejo del probador sabiendo que jamás lo compraría, que ni tan siquiera se atrevería a salir del probador llevándolo puesto, pero eso no le impedía disfrutar viendo lo bien que le sentaba. Un intelectual… Sí, siempre cabía la posibilidad de que Ab hubiera sido un intelectual en alguna reencarnación anterior, pero aun así la idea resultaba bastante ridícula. Cirugía «A» les llamó a la una y dos minutos. Un cuerpo. Ab lo inscribió en el registro. No se había acordado de que debía empezar una nueva página y el mensajero aún no había venido a buscar la de ayer, por lo que puso «11:58» en el casillero para anotar la hora de la muerte y escribió el apellido y el nombre al lado en pulcras letras de imprenta: NEWMAN, BOBBI. —¿Cuándo podéis venir a por ella? —preguntó la enfermera, para la que el cuerpo aún tenía sexo. —Ya estoy ahí —prometió Ab. Se preguntó qué edad tendría. «Bobbi» era un nombre que ya no estaba muy de moda, pero siempre había excepciones. Hizo salir a Chapel de una forma bastante brusca, cerró con llave, se colocó detrás de la camilla y empezó a empujarla en dirección a Cirugía «A». Cuando llegó a la curva del corredor que estaba justo delante de la rampa volvió la cabeza hacia el chaval nuevo del control y le pidió que se encargara de contestar sus llamadas. El chaval meneó su flaco trasero y respondió con un chiste muy poco gracioso. Ab se rio. Se sentía en plena forma, y estaba seguro de que aquélla iba a ser una gran noche. No era más que un presentimiento, pero sus presentimientos siempre daban en el blanco. Chapel era el único que estaba de servicio y la señora Steinberg —que estaba al mando aquella noche, pero que en realidad no era su jefa—, le alargó la tira de papel. www.lectulandia.com - Página 38 —Chapel, Recuperación «B» —dijo—. Y deprisa —añadió tan distraídamente como otra mujer habría podido decir «Dios te bendiga» o «Ten cuidado». Pero Chapel sólo sabía funcionar a una velocidad. Las dificultades no le hacían ir más despacio; el nerviosismo o las prisas no le hacían ir más rápido. Si había alguna cámara cuyo objetivo estaba continuamente enfocado hacia él y mirones que estudiaban hasta el más insignificante de sus actos Chapel jamás les proporcionaría un dato que pudiera ayudarles a interpretarlos. Ya estuviera llena o vacía, Chapel empujaba su camilla a lo largo de los pasillos moviéndose al mismo paso que utilizaba para volver a su hotel de la 65 después de haber terminado la jornada laboral. ¿Regularidad? Oh, sí, Chapel era tan regular y tan fiable como un reloj. Un joven rubio estaba inmóvil junto a la entrada de la Sala «M» —cuarto piso, al lado de los ascensores— con un orinal pegado al cuerpo e intentaba convencer a su vejiga de que debía orinar amenazando al recipiente de acero con gemidos y gruñidos. Su albornoz estaba medio abierto, y Chapel vio que le habían afeitado el vello púbico. Normalmente eso significaba que tenías hemorroides. —¿Qué tal va eso? —le preguntó. El interés que mostraba por las historias de los pacientes no podía ser más sincero, y los que más le interesaban eran los de Cirugía o los de las salas de otorrinolaringología. El joven rubio torció los rasgos en una mueca de angustia y le preguntó si podía darle algo de dinero. —Lo siento, no puedo. —¿Y un cigarrillo? —No fumo. Y ya sabes que va contra las reglas, ¿verdad? El joven iba desplazando el peso de una pierna a otra aferrándose ciegamente a su dolor y su humillación como si fueran algo precioso mientras intentaba eliminar cualquier otra sensación que pudiera impedirle entregarse por completo a esas emociones. Los únicos pacientes que intentaban ocultar el dolor eran los viejos…, durante un tiempo, por lo menos. Los jóvenes se revolcaban en él desde el momento en que entregaban sus primeras muestras al encargado de Admisiones. Chapel se inclinó sobre la otra unidad ocupada mientras la suplente de Recuperación «B» acababa de rellenar los impresos de la transferencia. La unidad contenía el cuerpo todavía inconsciente del chico al que había sacado de Emergencias hacía ya un buen rato. Cuando le vio su rostro parecía un chuletón de buey no muy pasado; ahora era una pulcra pelota de vendajes. Las ropas del chico y la bronceada musculatura de sus brazos desnudos (en un bíceps dos borrosas manos azules daban testimonio de la amistad imperecedera que le unía a «Larry») le hicieron pensar que antes de entrar en el hospital también habría debido poseer unos rasgos apuestos. ¿Y ahora? No, ahora ya no era apuesto. Si hubiera estado afiliado a uno de los planes de asistencia sanitaria privada quizá habría podido conservarlo, pero Bellevue no contaba con el personal o el equipo necesarios para hacer un trabajo de cirugía www.lectulandia.com - Página 39 plástica reconstructora a tal escala. El chico saldría de allí teniendo ojos, nariz, boca y etcétera de los tamaños correctos colocados más o menos donde tenían que estar, pero el conjunto no sería más que una aproximación a su aspecto anterior. Tan joven —Chapel alzó su fláccida muñeca izquierda y echó un vistazo a la banda de identificación para averiguar su edad—, y estar condenado a cargar con eso el resto de tu vida… Ah, sí, tenía que haber una lección en todo aquello, aunque no estaba muy seguro de cuál podía ser. —Pobre tipo —dijo la suplente. No se refería al chico, sino al que iba a ser transferido. Acabó de rellenar los impresos y se los alargó a Chapel. —¿Oh? —dijo Chapel mientras quitaba los seguros de las ruedas. La suplente caminó alrededor de la camilla y se detuvo junto a la parte frontal. —Un subtotal —explicó—. Y… Un canto de la camilla rozó el marco de la puerta. La botella de suero suspendida del extremo del soporte se balanceó de un lado a otro. El anciano intentó levantar las manos, pero se las habían sujetado a los lados con correas. Sus dedos se tensaron espasmódicamente. —¿Y? —Se le ha extendido al hígado —explicó la suplente en un murmullo melodramático. Chapel asintió con expresión sombría. Su ruta terminaba en el cielo —el piso dieciocho— y ya se había imaginado que se trataba de algo muy drástico. A veces Chapel pensaba que si llevara todos esos pacientes directamente al reino de Ab Holt en vez de al piso dieciocho podría ahorrarle un montón de molestias y esfuerzos innecesarios a Bellevue. Una vez dentro del ascensor, Chapel se entretuvo hojeando el historial del viejo. WANDTKE, JWRZY. La tira que indicaba el destino del paciente, los impresos de transferencia, los papeles que había dentro de la carpeta, la banda de identificación… Todos estaban de acuerdo en que el pobre tipo se llamaba JWRZY. Chapel quería averiguar qué tal sonaba eso e intentó pronunciarlo muy despacio, letra por letra. Las puertas del ascensor y los ojos de Wandtke se abrieron en el mismo instante. —¿Qué tal está? —le preguntó Chapel—. ¿Se encuentra bien? ¿Hmmm? Wandtke empezó a soltar unas risitas tan suaves que apenas se podían oír. Sus costillas temblaban bajo la sábana color verde eléctrico. —Vamos a su nueva sala —le explicó Chapel—. Es mucho más agradable que la de antes, ya lo verá. Todo irá bien…, eh… Acababa de acordarse de que no había forma humana de pronunciar su nombre, y se preguntó si no se habrían equivocado, aunque en todos los papeles estaba escrito igual. Y, de todas formas, bastaba con mirarle para darse cuenta de que cualquier intento de comunicarse con aquel pobre viejo estaba condenado al fracaso. Cuando salían del www.lectulandia.com - Página 40 quirófano siempre estaban tan llenos de lo que fuera que les metían en el cuerpo que nada de cuanto decían tenía el más mínimo sentido. Lo único que hacían era soltar risitas estúpidas y poner los ojos en blanco, tal y como estaba haciendo ahora mismo Wandtke. Y dentro de dos semanas, cenizas en el horno… Bueno, por lo menos Wandtke no cantaba. A muchos les daba por cantar. Chapel sintió un cosquilleo en el hombro. El cosquilleo se convirtió en una molestia, y la molestia fue aumentando de intensidad y floreció hasta transformarse en una nube de dolor. Después la nube se dispersó en una confusión de hilachas y las hilachas se desvanecieron. Todo eso ocurrió a cien metros escasos del ala «K» sin que Chapel pestañeara una sola vez o aflojara el paso aunque sólo fuese durante una fracción de segundo. No era bursitis, eso parecía estar claro. Iba y venía no en forma de ataques sino como la música, un lento intensificarse del dolor que se iba difuminando de forma igualmente gradual. Los médicos le habían dicho que no tenían ni idea de qué podía ser. El dolor acababa desapareciendo, así que no había razón para quejarse (o eso se decía Chapel). Las cosas podrían estar mucho peor, y lo que le rodeaba se encargaba de recordárselo a cada momento. El chico de esta noche, por ejemplo, el del falso rostro que le dolería cada vez que hiciera frío, o el pobre Wandtke que se reía como si acabara de salir de una maldita fiesta de cumpleaños mientras su hígado se metamorfoseaba a sí mismo convirtiéndose en un inmenso y horrible tumor dispuesto a seguir creciendo sin parar… Ésas eran las personas por las que había que sentir compasión, y Chapel las compadecía con todas sus fuerzas y con algo que se aproximaba bastante al entusiasmo. Comparado con esas pobres criaturas desgraciadas no se podía negar que Chapel era un hombre bastante afortunado. Cada turno veía a decenas de hombres y mujeres, jóvenes y viejos a los que llevaba en su camilla de aquí para allá, arriba y abajo, y cuando los médicos terminaban de hacer su trabajo no había ni uno solo de ellos que no hubiera estado dispuesto a cambiarse por ese viejo negro delgado, bajito y de aspecto frágil que los transportaba a lo largo de kilómetros y más kilómetros de pasillos por entre paredes que empezaban a perder la pintura…, no, ni uno solo. La señorita Mackey estaba de guardia en la sala de hombres y le firmó el recibo de la transferencia. Chapel le preguntó cómo se suponía que debías pronunciar un nombre semejante, nada menos que Jwrzy, y la señorita Mackey le dijo que no tenía ni idea, y que de todas formas probablemente era un nombre polaco. Wandtke… Sonaba a polaco, ¿verdad? Llevaron a Wandtke hasta su unidad empujando la camilla entre los dos. Chapel conectó la camilla, la unidad empezó a emitir un ronroneo casi inaudible y cogió el cuerpo del viejo, lo alzó unos centímetros separándolo de la camilla y se quedó atascada. El mecanismo de seguridad entró en funcionamiento y la desactivó. Chapel y la señorita Mackey necesitaron un par de segundos para comprender que algo iba mal. Después desabrocharon las correas que unían las marchitas muñecas de Wandtke www.lectulandia.com - Página 41 a los barrotes de aluminio de los laterales. La unidad hizo un segundo intento y esta vez no se encontró con ningún obstáculo. —Bueno —dijo la señorita Mackey—, conozco a dos personas que necesitan un día de reposo. Las cinco y cuarenta y cinco minutos. Ya faltaba poco para el final de su turno, y Chapel no quería volver a la sala de guardia y correr el riesgo de que le cayera encima un trabajo de última hora. —¿Queda alguna cena? —preguntó volviéndose hacia la enfermera. —Demasiado tarde, ya se las han llevado todas. Prueba en la sala de mujeres. Chapel fue a la sala de mujeres, habló con Havelock, un celador ya bastante mayor que casi siempre estaba de guardia allí, y se enteró de que tenía disponible una bandeja destinada a una paciente que había causado baja a primera horade la tarde. Chapel consiguió que se la entregara por sólo veinticinco centavos después de haber señalado la pegatina con el código de colores usado para las dietas blandas con pocos residuos que Havelock había estado intentando ocultar debajo del pulgar. Chapel echó un vistazo a la pegatina y leyó el nombre de la paciente. NEWMAN, B.

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