Resumen de la Escuela Neoclásica PDF
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Universidad del Cauca
Ha-Joon Chang
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Este documento resume la escuela neoclásica de economía, destacando sus diferencias con la escuela clásica. Se analizan temas como la demanda, la oferta y el valor de los productos, así como la perspectiva sobre el papel de los individuos en la economía.
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Algunas teorías clásicas, sin ser erróneas en el plano lógico, resultan hoy poco aplicables porque fueron pensadas para un mundo muy diferente del nuestro. Muchas «leyes de hierro» de la economía clásica ya no convencen a nadie. Por ejemplo, los economistas clásicos pensaban que el crecimiento d...
Algunas teorías clásicas, sin ser erróneas en el plano lógico, resultan hoy poco aplicables porque fueron pensadas para un mundo muy diferente del nuestro. Muchas «leyes de hierro» de la economía clásica ya no convencen a nadie. Por ejemplo, los economistas clásicos pensaban que el crecimiento demográfico causaría aumentos de los arrendamientos agrícolas y restringiría los beneficios industriales al extremo de provocar el cese de las inversiones, porque no sabían (no podían saber) hasta qué punto se desarrollarían las tecnologías alimentarias y el control de la natalidad. La escuela neoclásica Síntesis: Los individuos saben lo que hacen y hay que dejarlos hacer… excepto cuando el mercado funciona mal. La escuela neoclásica surgió en la década de 1870, a partir de las obras de William Jevons (1835-1882) y Léon Walras (1834-1910), y quedó firmemente establecida con la publicación de Principios de economía, de Alfred Marshall, en 1890. En tiempos de Marshall, los economistas neoclásicos le cambiaron el nombre a la disciplina; la tradicional «economía política» pasó a llamarse «economía». El cambio dejó claro que la escuela neoclásica pretendía que sus análisis fueran ciencia pura y dura, despojados de dimensiones políticas (y por lo tanto éticas) que implicaran juicios de valor subjetivos. Factores de demanda, individuos e intercambios: diferencias con la escuela clásica La escuela neoclásica afirmaba ser la única heredera intelectual de la escuela clásica, pero se sabía lo suficientemente distinta como para agregar el prefijo «neo». A continuación expongo las principales diferencias. La escuela neoclásica ponía énfasis en el papel de las condiciones de la demanda (derivadas de la valoración subjetiva de los productos por parte de los consumidores) para la determinación del valor de una mercancía. Los economistas clásicos creían que el valor de un producto era determinado por las condiciones de la oferta, es decir, por los costes de producción. Medían esos costes según la cantidad de trabajo empleado en la producción de ese artículo; esto se conoce como teoría del valor-trabajo. Los economistas neoclásicos subrayaban que el valor (para ellos, el precio) de un producto también depende de cuánto y cómo valoren ese producto los consumidores potenciales. En otras palabras: que algo sea difícil de producir no necesariamente significa que sea más valioso. Marshall perfeccionó esta idea arguyendo que las condiciones de la demanda importan más para determinar los precios a corto plazo, cuando la oferta no puede ser alterada, mientras que las condiciones de la oferta importan más a largo plazo, cuando se realizan más inversiones (desinversiones) en instalaciones para producir más (menos) de aquello que tiene más (menos) demanda. Esta escuela concebía la economía como un grupo de individuos racionales y egoístas antes que como un conjunto de clases distintas, como lo hacía la escuela clásica. Desde la perspectiva de la economía neoclásica, el individuo es un ser unidimensional —una «máquina de placer», como lo llamaban— consagrado a la maximización del placer (utilidad) y la minimización del dolor (disutilidad), casi siempre en términos materiales estrictamente definidos. Como veremos más adelante, en el capítulo 5, esto limita severamente el potencial explicativo de la economía neoclásica. La escuela neoclásica desplazó el foco de la economía de la producción al consumo y el intercambio. Para la escuela clásica, especialmente para Adam Smith, la producción era el núcleo del sistema económico. Como hemos visto en el capítulo 2, Smith estaba profundamente interesado en cómo los cambios en la organización de la producción transformaban la economía. Smith pensaba que, históricamente, las sociedades se habían desarrollado en etapas según la forma de producción dominante: caza, pastoreo, agricultura y comercio. (Esta idea fue luego desarrollada por Karl Marx, como veremos más adelante). Por el contrario, la economía neoclásica concebía el sistema económico como una red de intercambios, que en última instancia depende de las elecciones que hagan los consumidores «soberanos». No analizaba cómo se organizan y se modifican los procesos de producción reales. Individuos egoístas que solo piensan en sus propios intereses y mercados autoequilibrados: similitudes con la escuela clásica A pesar de las diferencias antes mencionadas, la escuela neoclásica heredó y desarrolló dos ideas centrales de la escuela clásica. La primera de ellas es que, si bien los actores económicos se mueven por interés personal, la competencia en el mercado asegura que sus acciones produzcan colectivamente un resultado socialmente benigno. La segunda idea es que los mercados se autoequilibran. La conclusión, como en la economía clásica, es que el capitalismo —o más bien la economía de mercado, como prefiere llamarlo esta escuela— es un sistema al que conviene dejar en paz, puesto que tiende por sí solo a volver al equilibrio. Esta conclusión laissez faire de la escuela neoclásica se vio fortalecida por todo un arsenal teórico desarrollado a comienzos del siglo XX que pretendía juzgar de manera objetiva las mejoras sociales. Vilfredo Pareto (1848-1923) sostenía que, si respetamos los derechos de cada individuo soberano, el cambio social debe ser considerado una mejora si —y solo si— mejora las condiciones de vida de algunos sin empeorar las de otros. Desde esta perspectiva, no deberían existir los sacrificios individuales en nombre del «bien común». Esto recibe el nombre de eficiencia de Pareto (u óptimo de Pareto), y actualmente constituye el fundamento de todos los postulados sobre mejora social de la escuela neoclásica. En la vida real, por desgracia, existen pocos cambios que no perjudiquen a nadie; por tanto, la eficiencia de Pareto supone una receta que ampara el statu quo y deja que las cosas sigan siendo como son: laissez faire. La adopción de la eficiencia de Pareto, por consiguiente, le imprimió un sesgo sumamente conservador a la escuela neoclásica. La revolución contra el libre mercado: el enfoque del fallo del mercado Dos teorías, desarrolladas en las décadas de 1920 y 1930, rompieron el aparentemente indestructible vínculo entre la economía neoclásica y la defensa de las políticas de libre mercado. Tras el surgimiento de estas dos teorías, ya no fue posible equiparar la economía neoclásica con la economía de libre mercado, como algunos todavía cometen el error de hacer. La más fundamental de ambas fue el nacimiento de la economía del bienestar, también conocida como enfoque del fallo del mercado, desarrollada por el profesor de Cambridge Arthur Pigou en los años veinte. Pigou argumentaba que en ciertas ocasiones los precios del mercado no reflejan los verdaderos costes y beneficios sociales. Por ejemplo, una fábrica puede contaminar el aire y el agua porque estos no tienen un precio de mercado, de modo que nada le impide tratarlos como bienes gratuitos. Sin embargo, debido a la consiguiente «superproducción» de contaminación, el ambiente es destruido y la sociedad se resiente. El problema radica en que, como el mercado no les pone precio a los efectos de algunas actividades económicas, estas no se reflejan en las decisiones económicas; esto recibe el nombre de externalidad. En este caso, estaría justificado que el gobierno obligara a la fábrica —que está generando una externalidad negativa— a contaminar menos imponiendo impuestos o regulaciones a la contaminación (por ejemplo, multas por la emisión excesiva de efluentes o aguas residuales). Inversamente, existen actividades que generan una externalidad positiva. Un ejemplo podrían ser las actividades de investigación y desarrollo (I+D) de una empresa. Al generar nuevos conocimientos que puedan ser utilizados por otros, las actividades de I+D crean más valor que el correspondiente a la empresa que las realiza. En este caso, estaría justificado que el gobierno subvencionara a cualquier empresa que haga I+D para que otras compañías lo hagan. En consecuencia, se agregaron otros tipos de fallos del mercado a la externalidad de Pigou, como analizaré en el capítulo 11. Una modificación menor, pero igualmente importante, se produjo en los años treinta con el principio de compensación. Este principio propone que un cambio pueda ser considerado una mejora social aun cuando viole la eficiencia de Pareto (en el sentido de que haya algunos perdedores o perjudicados) si los beneficios totales para los ganadores son lo suficientemente elevados como para compensar a todos los perdedores y todavía sobra algo. Al permitirles respaldar un cambio que puede perjudicar a algunos (pero que también puede compensarlos plenamente por las pérdidas), el principio de compensación posibilitó que los economistas neoclásicos evitaran el sesgo ultraconservador de la eficiencia de Pareto. El problema radica, por supuesto, en que dicha compensación rara vez ocurre en la realidad(26). La contrarrevolución: el renacimiento de la teoría del libre mercado Con estas modificaciones, no había razón alguna para que la escuela neoclásica continuara vinculada a las políticas de libre mercado. De hecho, entre las décadas de 1930 y 1970 muchos economistas neoclásicos no fueron adalides del libre mercado. La actual situación, en que la gran mayoría de los economistas neoclásicos propugnan el libre mercado, obedece más al cambio de ideología política que ha venido dándose desde la década de 1980 que a la ausencia o la inferior calidad de teorías que, dentro de la escuela neoclásica, identifiquen los límites del libre mercado. En todo caso, el arsenal del que disponen los economistas neoclásicos que rechazan las políticas de libre mercado se ha ampliado desde los años ochenta con el desarrollo de la economía de la información, liderada por Joseph Stiglitz, George Akerlof y Michael Spence. La economía de la información explica por qué la información asimétrica —aquella situación en que una de las partes involucradas en una transacción comercial sabe algo que la otra parte desconoce— provoca que los mercados funcionen mal o incluso dejen de existir. Sin embargo, desde la década de 1980, muchos economistas neoclásicos también han desarrollado teorías que incluso niegan la posibilidad de los fallos del mercado, como la teoría macroeconómica de «las expectativas racionales» o la «hipótesis del mercado eficiente» en el terreno de la economía financiera. En líneas generales, argumentan que la gente sabe lo que hace y que, por consiguiente, el gobierno debe dejarla en paz; o, dicho en términos técnicos, que los agentes económicos son racionales y, por lo tanto, los resultados del mercado son eficientes. Al mismo tiempo, se desarrolló el argumento del fallo del gobierno para afirmar que el fallo del mercado por sí solo no puede justificar la intervención estatal, puesto que los gobiernos pueden fracasar todavía más estrepitosamente que los mercados (analizaré más a fondo este asunto en el capítulo 11). Precisión y versatilidad: los puntos fuertes de la escuela neoclásica La escuela neoclásica posee algunas fortalezas únicas. Su insistencia en reducir los fenómenos a la esfera individual le otorga un alto grado de precisión y claridad lógica. También es sumamente versátil. A más de uno le resultaría muy difícil ser un marxista «de derechas» o un austríaco «de izquierdas», pero existen muchos economistas neoclásicos «de izquierdas», como Joseph Stiglitz y Paul Krugman, y también «de derechas», como James Buchanan y Gary Becker. Puede parecer una exageración por mi parte, pero cualquier persona lo bastante inteligente puede justificar cualquier política gubernamental, cualquier estrategia empresarial o cualquier acción individual con ayuda de la escuela económica neoclásica. Individuos irreales, aceptación excesiva del statu quo y desdén por la producción: limitaciones de la escuela neoclásica La escuela neoclásica ha sido muy criticada por su fuerte énfasis en el egoísmo y la racionalidad de las personas. Desde los soldados dispuestos a poner el peligro su vida para salvar la de sus compañeros hasta los banqueros y economistas excelentemente formados que creían (hasta 2008) en el cuento de hadas del boom financiero, existen demasiadas pruebas contra ese supuesto (véase el capítulo 5 para más detalles). La economía neoclásica acepta de manera demasiado acrítica el statu quo. Al analizar las elecciones individuales, acepta la estructura social subyacente —la distribución del dinero y del poder, por simplificar— como algo dado. Eso la lleva a considerar solamente aquellas elecciones que no generan cambios sociales fundamentales. Por ejemplo, muchos economistas neoclásicos —incluso el «progresista» Paul Krugman— argumentan que no deberíamos criticar la existencia de fábricas con salarios bajos en los países pobres porque la alternativa podría ser el desempleo. Y es verdad… si aceptamos la estructura socioeconómica subyacente como algo dado. Sin embargo, si estamos dispuestos a modificar la estructura misma, veremos que existen numerosas alternativas a esos empleos de salario bajo o paupérrimo. Con nuevas leyes laborales que fortalecieran los derechos de los trabajadores, una reforma agraria que redujera el suministro de mano de obra barata a las fábricas (porque la gente permanecería en el campo) o políticas industriales que crearan empleo especializado, los trabajadores tendrían que elegir entre empleos de salario bajo y empleos de salario alto, y no entre empleos de salario bajo y desempleo. La focalización de la escuela neoclásica en el comercio y el consumo la lleva a descuidar la esfera de la producción, que es una parte sustancial —y la más importante para muchas otras escuelas económicas— de nuestra economía. Respecto de esta deficiencia, en su discurso de aceptación del premio Nobel en 1992, el economista institucionalista Ronald Coase describió despectivamente a la economía neoclásica como una teoría solo apta para el análisis de «individuos solitarios que intercambian nueces y bayas en el bosque». La escuela marxista Síntesis: El capitalismo es un poderoso vehículo para el progreso económico, pero se vendrá abajo cuando la propiedad privada se transforme en un obstáculo a un mayor progreso. La escuela marxista de economía surgió de las obras de Karl Marx, escritas entre las décadas de 1840 y 1860, empezando por la publicación del Manifiesto comunista en 1848 (escrito a dos manos junto con Friedrich Engels (1820-1895), su socio intelectual y mecenas) y culminando con la del primer volumen de El capital en 1867. Luego fue desarrollada en Alemania y Austria, y más tarde, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, en la Unión Soviética(27). Más recientemente, durante los años sesenta y setenta, fue reelaborada en Estados Unidos y Europa. Teoría del valor-trabajo, clases y producción: la escuela marxista como auténtica heredera de la escuela clásica Como ya he dicho, la escuela marxista heredó numerosos elementos de la