Moisés y la Tierra Prometida

Moisés habló con los israelitas sobre la ley de Dios después de que conquistaran la tierra de Moab, donde habían vivido antes de ingresar a la Tierra Prometida.

Moisés les recordó a los israelitas que Dios les había dado la tierra, y que él no podía guiarlos solo en la gran tarea de tomar posesión de ella.

Moisés pidió a los israelitas que eligieran líderes sabios y experimentados de entre sus tribus para ayudar a administrar el pueblo.

Los israelitas aceptaron la propuesta de Moisés y eligieron líderes sabios y expertos de cada tribu. Estos líderes se convirtieron en jefes de millares, cientos, cincuenta y diez, y también gobernadores de las tribus.

Moisés les instruyó a los jueces que escucharan con justicia a todos los israelitas, sin importar su posición social.

Moisés les dijo a los jueces que no debían temerle a nadie al tomar decisiones justas, porque su autoridad venía de Dios.

Los casos más difíciles deberían ser llevados ante Moisés para su resolución.

Moisés instruyó a los israelitas sobre las leyes y reglas que debían seguir para vivir en la Tierra Prometida.

Dios le dijo a Israel que entraran a la tierra de Canaán, que estaba habitada por los amorreos, pero el pueblo se negó debido al miedo y la desconfianza.

Los israelitas mandaron a doce exploradores a Canaán para que la reconocieran y dijeran qué podían esperar. La mayoría regresaron con un informe negativo, infundiendo miedo en el pueblo.

Después de la negativa de los israelitas a entrar a Canaán, Dios dijo que todos de aquella generación, excepto Caleb, morirían en el desierto, debido a su desobediencia, y no verían la tierra prometida.

Aunque los israelitas desobedecieron las órdenes de Dios, reconocieron su error y se arrepintieron. Mostraron arrepentimiento y, si Dios los había dejado, tendrían que luchar para entrar a Canaán.

Dios, aunque escuchó su arrepentimiento, no les permitió entrar a Canaán en ese momento, advirtiéndoles que no lucharan porque no estaría con ellos. Sin embargo, los israelitas no escucharon.

Los israelitas, ignorando la advertencia de Dios, atacaron a los amorreos, pero fueron derrotados por la voluntad de Dios, quienes estaban a punto de entrar en Canaán.

Tras la derrota, los israelitas se arrepintieron de nuevo, pero sus ruegos no fueron escuchados por Dios debido a su desobediencia. Tuvieron que vagar durante muchos días en el desierto como castigo.

Caleb, el único explorador que regresó con un informe positivo sobre Canaán y la confianza en Dios, fue recompensado por su fe. Él entraría a la tierra prometida y sus descendientes heredarían la tierra.

Josué, quien se convirtió en el sucesor de Moisés, estaba destinado a entrar en Canaán y liderar a Israel a la tierra prometida.

Dios prometió que los hijos de los israelitas, quienes no habían participado en la desobediencia, heredarían la tierra prometida.